domingo, 24 de septiembre de 2023

LAS METAMORFOSIS DE FRANZ KAFKA

«Als Gregor Samsa eines Morgens aus unruhigen Träumen erwachte, fand er sich in seinem Bett zu einem ungeheueren Ungeziefer verwandelt.» Franz Kafka

«Hubo tres formas diferentes de castigar la Caída del hombre: la más leve fue aplicada, la expulsión del paraíso; la segunda habría sido la destrucción del paraíso mismo; la tercera —que habría sido la pena más terrible—, la exclusión de la vida eterna, dejando todo lo demás como antes» Franz Kafka 

Por Armando Almánzar-Botello 

A Franz Kafka, in memoriam (3 de julio de 1883 – 3 de junio de 1924) 

-----------

     l

    Autores como Franz Kafka deben ser minuciosamente releídos cuando deseamos emitir algún juicio concreto y serio sobre alguna de sus obras en particular. 

    En el relato de Kafka Die Verwandlung (título no solo traducido como “La metamorfosis” sino también como “La transformación”), la alienación de Gregor Samsa, su protagonista, esa que lo hace devenir insecto en un intento fallido por escapar de la clausura y la cosificación del ser, implica, históricamente, una mezcla de los efectos deformantes de la burocracia hipertrofiada, panóptica, y de cierto familiarismo entreguista que rinde culto a la eficacia, la sobrevivencia, el confort, la seguridad, la mediocridad y la instrumentalización burguesa de la existencia.

    Gregor Samsa es una víctima del ordenamiento reificante de las diferentes instancias ideológicas que vienen a condicionar y a definir lo que sería el buen funcionamiento de la vida de los sujetos en sus respectivos contextos sociales, a conferirles un cierto sentido a su existir en tanto que ligada esta existencia a la instrumentalización productiva y a lo verosímil del sentido común y el buen sentido que constituyen la norma y la normalidad.

    Según Gilles Deleuze y Felix Guattari, en su libro Kafka. Por una literatura menor, el devenir-insecto de Samsa es resultado de su “haberse dado cuenta”, de haber adquirido la vulnerable consciencia de su fatal instrumentalización por la “empresa” familiar y por la ideología burocrática del rendimiento y la eficacia, convertida esta axiomática ideológica en una suerte de mandato superyoico y culpabilizante que conduce al individuo a experimentar una suerte de goce masoquista del sometimiento de su personalidad, como sujeto potencialmente autónomo y creador, al imperativo hipotético de una falsa y alienante responsabilidad de sobrevivencia grupal...

     El animal doméstico, sin ser una simple máquina cartesiana similar a las máquinas artificiales mecánicas y/o de silicio, participa de una dimensión maquinal (no mecanicista) que lo convierte en “un ser nostálgico de humanidad”...

     No obstante, dadas las grandes diferencias interespecíficas, los humanos no podrían empatizar autorresonantemente (Georges Devereux) con un perro, por ejemplo, en determinados efectos complejos de la actividad mental. Para lograr algo que se aproxime a esa experiencia empática el Homo sapiens debe realizar un arduo proceso de “desterritorialización” desde lo humano hacia lo animal, un devenir-animal del hombre (Kafka, Deleuze, Guattari); y el perro, a su vez, debe desterritorializarse hacia los ámbitos humanos: domesticación y adiestramiento. 

     Gilles Deleuze y Felix Guattari exploran el tema recurrente del animal, de la transformación, del devenir-animal en muchos relatos de Kafka: “Investigaciones de un perro”, “Josefina y el pueblo de los ratones”, “La metamorfosis”, etcétera.

     Este devenir-animal, dicho sea de paso, no consiste simplemente en imitar al perro, al insecto o a la rata en su morfología y comportamiento convencionales, sino en liberar en nosotros una suerte de animal molecular, de “modulación ratonil de la voz”, de “vibración coleóptera”, de “perro molecular” (Deleuze), entendidos estos recursos como activación intensiva en nuestro cuerpo de los atributos animales o haecceidades (Duns Escoto) que operan en relación de indiscernibilidad o indeterminación con aquello que concebimos en el humano bajo el estatuto de “lo (in)humano”.

     Hablamos entonces de una suerte de melodía ratonil (“Josefina y el pueblo de los ratones”), de “orinar perreante”, de “aullar-musicar canino”, de “olfatear-construir-arañar de topo” (“La guarida”)… pero no por imitación convencional de los atributos morfológicos de dichos animales sino más bien por convergencia microscópica de flujos y por resonancia del animal en nuestro Cuerpo sin Órganos (Artaud, Deleuze). 

     El devenir-animal en Franz Kafka implica el esfuerzo humano por ir más allá de una “territorialidad opresiva”, destructiva para el sujeto de la experiencia, mediante el trazado de “líneas de fuga”, de vectores de escape o desterritorialización que abran la “subjetividad-corporalidad” a una nueva cartografía del ser-en-común

     Deleuze y Guattari, en su libro Kafka. Por una literatura menor, entienden que, a diferencia de lo que sucede en las tres novelas del autor judío-checo de lengua alemana (América, El proceso y El castillo), textualidades mayores en las que se logra la desterritorialización, la ruptura de los límites y poderes establecidos, en los relatos, cuentos y parábolas de Kafka las líneas de fuga son fallidas. No existe en esas narraciones breves la posibilidad de un “aplazamiento indefinido de la condena”, no hay posibilidad de fundar “la nueva territorialidad o el nuevo pueblo”...

    El breve párrafo con que termina el relato de Kafka se refiere a Grete, la hermana de Gregor, y alude a un diálogo sostenido entre sus padres, después de la muerte de Gregor Samsa, en el transcurso de una pequeña excursión en tranvía realizada por los tres miembros de la familia (el padre, la madre y la hija) «para ir hasta las afueras a respirar el aire puro». 

    En ese diálogo los padres de Gregor consideran la posibilidad de «buscarle a Grete un marido conveniente», en atención al nuevo esplendor físico de su hija, muy desmejorada con anterioridad. 

    La narración cierra así: 

    «Y cuando finalizó el viaje y la hija se incorporó la primera, poniendo en evidencia sus formas juveniles, pareció ratificar con ello los nuevos anhelos y las sanas intenciones de sus padres.» Fin de “La metamorfosis”, traducción de R. Kruger, EDAF, Madrid, 1975

    Sin lugar a dudas, la maquinación de los padres ahora, en la nueva etapa de la vida de su hija, implica someterla también a la “ideología de la conveniencia” y al “matrimonio rentable” (otro modo de reproducción de la ideología burocrática del rendimiento y la eficacia) bajo el carácter de un “digno y conveniente contrato conyugal”, pero en realidad contrato casi prostitutivo por ser ajeno a la ponderación de los sentimientos y valores que pueda Grete abrigar y esgrimir con respecto a quién podría ser para ella la pareja idónea con miras a realizar un matrimonio, entendida la territorialidad conyugal (Deleuze, Guattari) como estructura de reproducción del entramado socioeconómico e ideológico.

    Aquí se reproduce la situación alienada de Grete, quien como su hermano Gregor puede resistirse, eventualmente, al rol asignado por una estructura familiar que opera como “aparato ideológico” al servicio del ordenamiento racional-productivo de la sociedad. 

    Gregor Samsa, en Die Verwandlung (título no solo traducido como “La metamorfosis” sino también como “La transformación”), es el cuerpo extraño expulsado de la red producción/mercancía/consumo. 

    Él encarna el devenir-animal improductivo que traza lo que Deleuze y Guattari consideran como una “línea de fuga fallida” que no logra el objetivo de hacer estallar el contrato esencialmente destructivo/prostitutivo de subordinación de los miembros de un grupo familiar o parental, “patricéntrico-adquisitivo”, a la ideología de la productividad, el dominio, la eficacia y la conveniencia. 

    Esa cruel y enajenante ideología familiarista subtiende o articula, como hemos dicho, a la plácida superestructura parental concebida como contrato de autoexpropiación y espacio de sujetación y poder en alianza con el aparato productivo, con el ordenamiento político-militar, con la moral de la conveniencia y con el Estado. 

    En ese contexto, el arte (la música de violín interpretada por la hermana de Gregor) pierde su “filo maquínico de desterritorialización” y se transforma en simple insignia decorativa del mundo pequeñoburgués. 

    En el relato, la figura del padre aparece, disminuida, emasculada, subordinada a instancias de dominio que la tornan irrisoria, alienada en su “uniforme de ordenanza”: 

    «El padre se oponía firmemente a quitarse, incluso en la casa, su uniforme de ordenanza. Y mientras la bata, ahora inútil, colgaba de la percha, dormitaba completamente uniformado, como si estuviese siempre a punto de prestar servicio o de escuchar en su casa la voz de mando de alguno de sus jefes [...] Enfundado en él [en el uniforme burocrático] dormía el padre, sin duda muy incómodo, pero también tranquiloDie Verwandlung: “La metamorfosis”

    No debemos olvidar que la hermana de Gregor primero le brinda a este una suerte de solidaridad o complicidad en la desgracia, pero posteriormente parece someterse a los mandatos paternos del sentido común y de la conveniencia pragmática. Se insinúa entonces en Grete su transformación en continuadora de la pervertida ideología empresarial familiarista, regida esta, como sucede en el contexto de los negocios, por la razón calculadora y su búsqueda ineludible, permanente, de maximización de beneficios.

    En esta mi lectura actual, que no cierra la posibilidad de otras interpretaciones, Grete podría ser la figura simétrico-inversa de Gregor Samsa, aquella que podría quizá conservar su forma “humana” al precio de reducir “lo humano” a la fórmula mezquina del “humanismo calculador”, de la persona sometida, empobrecida en su potencial de transformación e (in)humanidad (Lyotard).  

    En el ámbito práctico de la razón cínica (Peter Sloterdijk), mundo egoísta ideológicamente instrumentalizador, el “sujeto triunfante” se sabe manejar, para su mayor conveniencia, integrándose al orden, a los poderes más duros que gobiernan el mundo...

Armando Almánzar-Botello

-----------------

25 de abril del 2021

Santo Domingo, República Dominicana 

     II

KAFKA NO FUE UN SIMPLE DEPRESIVO

     Ya lo dijo una vez Theodor Adorno a propósito de un cierto Søren Kierkegaard: la interioridad absoluta, la ética romántica del desorden permanente —disfrazada impotencia del pensamiento frente a lo real que resiste—, es la «prisión histórica de la humanidad prehistórica».

     Debemos abandonar, por demasiado simplistas, las interpretaciones de Kafka que lo proponen como figura de la angustia, del desgarramiento existencial y la incomunicación: turbio romanticismo sin salida que se mantiene prisionero del mito kierkegaardiano de la interioridad absoluta sin objeto.

     No es válida la imagen de un Kafka incapacitado para vivir; no es cierto el lugar común de un Kafka concebido como figura paradigmática de lo absurdo que pierde consistencia en tanto que sujeto social en el espacio alucinado de su propia soledad.

     Kafka no fue, como individualidad biográfico-empírica o como sujeto de la escritura, esa «alma bella» que al decir de Hegel se consume en tísicos arrebatos de dolor y de nostalgia.

     Ahí están, para demostrar que Kafka no fue un simple nihilista, las obras biográficas y teóricas de Klaus Wagenbach, Jan Molitor, Charles Moeller, Felix Guattari, Gilles Deleuze, y sobre todo, si sabemos leerla, la propia obra del escritor judío-checo en lengua alemana.

     Nuestro autor estuvo profundamente vinculado con el progresismo político que representaban los movimientos anarquistas de su época. 

     Kafka no fue un escéptico, ni un “pensamista” (pensador pesimista), ni un simple angustiado, ni un sujeto adleriano de las minusvalías psicosomáticas. Concebirlo así es mantener clausurado el momento decisivo de la experimentación kafkiana con la existencia y con la incertidumbre vitalista, es permanecer prisioneros de una regimentación de lugares propia de la lógica totalizante que, precisamente, los textos de Kafka impugnan.

     Frente a lo que Adorno entiende como «lo no verdadero del Todo»: todo familiar, todo nacional, todo cultural, todo teológico, todo burocrático-estatal, el “sujeto esquizo” de la escritura kafkiana, regimentando su fuga transgresiva sobre “el hilo incorporal del acontecimiento-sentido” (Deleuze, Guattari), como arriesgada interpretación selectiva del mundo y sus “estados de cosas”, neutraliza la separación simplista entre deseo y ley, vida y obra, acción y contemplación, escritura y lectura, retracción y desmesura... 

     El sujeto de la escritura kafkiano, devenido en agenciamiento maquínico, despliega un proceso desterritorializante que arrastra el ordenamiento estratificado del socius hacia un nuevo espacio a despejar como enigma (Deleuze, Oscar del Barco): desmontaje de la “máquina abstracta que constituye a la ley como trascendencia”; franqueamiento de la barrera de la angustia para, sin ceder en la potencia del Deseo, apuntar a la soberanía del goce aceptando la incertidumbre, la muerte, la carencia originaria, el sinsentido, la alegría impersonal y trágica del devenir...

Armando Almánzar-Botello 

------------

Agosto de 1987

Santo Domingo, República Dominicana 

     III

OTRA LECTURA DE KAFKA: EL HUMOR, LA RISA, LA POLÍTICA, LA VIDA…

     El talante humorístico e irónico implícito en la vida y en la obra de Kafka ya había sido señalado por uno de sus más reconocidos biógrafos y estudiosos, Klaus Wagenbach, en varios de sus textos sobre el gran escritor checo. 

     En uno de ellos (La juventud de Franz Kafka) incluye Wagenbach un breve documento de la autoría de Michal Mares, donde dicho poeta y periodista checo, que conoció personalmente a Kafka, habla de la risa de este, “abierta y de todo corazón”, en uno de los tantos encuentros del autor de “La metamorfosis” con el humorístico discurso vibrante y la personalidad cómica, bohemia e histriónica, del también escritor checo de orientación anarquista Jaroslav Hašek, personaje de los medios político-literarios y etílico-nocturnos praguenses, y prosista muy apreciado por Kafka. 

     Por otro parte, Gilles Deleuze y Felix Guattari, en su obra Kafka. Por una literatura menor, señalan con insistencia la necesidad de liberar al significativo escritor del aura maldita y trágica que conforma el marco interpretativo más convencional de aproximación a su vida y a su obra, para resaltar en el gran narrador de origen judío la “potencia del deseo”, el humor crítico, la ironía, la comicidad... y su auténtico compromiso político, no simplemente “politicista” o espectacular.

     Algo similar a lo que dicen Deleuze y Guattari de Franz Kafka en cuanto a “potencia deseante articulada en la escritura”, lo dijo luego Alain Badiou de Samuel Beckett después de Theodor W. Adorno y Elias Canetti haber afirmado lo mismo, hace largos años, del escritor judío-checo autor de Carta al Padre.

     En Kafka, más que un simple nihilismo pasivo, pesimista, angustiado, absurdista, se escribe, entre líneas pero en sentido fuerte, el espíritu jocoso y político de un sujeto activo, agente del acto creador y transformativo. 

     Kafka, hombre de palabras propias (geniales), vendría a decirnos que hablar y escribir con “luz propia” no es por necesidad sustentarse en la propia y ciega ignorancia presumida y altanera —reiterada “estrategia” del monoaural escribanismo yerto, insulso, “natimuerto” y torpe—, ni decir desatinos o banalidades periodísticas obedeciendo al simple mandato “imperial” de la conveniencia del momento. 

     Para Franz Kafka, escribir constituía un saber-poder quebrantar y transgredir la leyes ideológicas del Dominio, un atravesar el desierto del socius, un reírse de la gran estupidez del Poder constituido (América, El proceso, El castillo) utilizando como arma el arcoíris sintáctico-semántico reflejado en el secreto cuchillo carcajeante de su escritura, labrado con las más enigmáticas aristas y superficies polícromas, reveladoras de laberintos, líneas de fuga y eficacias cortantes.  

Armando Almánzar-Botello 

---------

12 de mayo del 2014

Santo Domingo, República Dominicana

     IV

DON, LEGADO, ARCHIVO, CITA, PLAGIO, DESAPROPIACIÓN

     Cierto es que Julia Kristeva dijo: «Todo texto es la absorción o transformación de otro texto».

     Pero aunque esta idea de la gran pensadora y psicoanalista de origen búlgaro y de lengua francesa esté presente, planteada de otro modo, en múltiples autores que la precedieron, esa particular fórmula verbal es reconocida como de la autoría de Julia Kristeva. 

     En el momento en que, por ejemplo, Jacques Derrida o Roland Barthes defienden o teorizan la (des)apropiación textual, la categoría de lo (im)propio, el Don sin retorno y/o la  “inter-textualidad paragramática”, por más que citen o glosen ellos a otros autores (Pierce, Mauss, Diderot…) no firman, en ningún momento, con otro nombre que el de ellos mismos: Jacques Derrida o Roland Barthes… Y si lo hacen (como el Bataille que firmó Historia del ojo con el pseudónimo de Lord Auch) se basan en una discreción o reserva histórica, estratégica, con seguro retorno del capital simbólico invertido…

     En el mundo moderno, quizá solo un Franz Kafka realizó la apuesta desmedida, absoluta, de situar la asignación de su obra al borde mismo del no-ser o del ser-para-otro... Esto prueba, tal vez, la gran fe que depositaba en el prójimo, en el otro, en el amigo, el gran escritor judío-checo... 

     ¿Apertura incondicional al otro-enigmático en el ejercicio indecidible que hace dicho otro de su “propia” e imprevista libertad? ¿Amor sin medida con implicaciones místicas? (Derrida, Kierkegaard). 

     Kafka se jugó la verdad esencial de su condición de autor al situar en manos de su albacea, Max Brod, el fallo de quemar o salvar la casi totalidad de su obra narrativa inédita. En nuestra lengua-cultura moderna ni Jorge Luis Borges, tan dado al misticismo de lo impersonal del “Ein Sof”, a una sospechosa modestia teatral, alcanzó, que sepamos, la dignidad ético-literaria de Kafka.

     El Poder (des)apropia, (ex)propia, sustrae, roba (J. Derrida). No solo el anonimato pululante nos hurta de nosotros mismos, nos arrebata el fruto de nuestros desvelos... 

     La “desapropiación absoluta” es la muerte o la disolución del sujeto de la escritura. 

     Quienes te niegan, te plagian o te ignoran, son tus enemigos, desean para su beneficio propio tu no-ser, tu muerte, tu desaparición, tu “desapropiación absoluta”. He ahí la verdadera prueba de fuego para tu amor, como decía Jacques Lacan...

     Otra cosa distinta es el asumir esa desapropiación desde sí mismo. Ello participa de una cierta ética y de una indudable mística transnarcisista. 

     Aun así, esta suerte de “suicidio autorial” de hecho nunca lo practicaron ni Thomas Mann, ni Marcel Proust, ni Maurice Blanchot, ni George Bataille, ni Pierre Klossowski, ni Jacques Derrida, ni Michel Foucault… ¡Ni siquiera Nietzsche! 

     Las obras de los más arriba mencionados grandes hombres jamás aparecen firmadas (que sepamos), por otros autores que no fuesen ellos mismos —problema y juego aporético de las identidades que se sustraen a su designación explícita—. Aunque los grandes pensadores que mencionamos “regalaron” sin lugar a dudas, bajo sus respectivos y potentes nombres, el tiempo, la muerte, la vida, las ideas… 

     Sin embargo, ese don de ellos va ligado a una firma procurada que se pretende única, singular, negadora de la “desapropiación diseminante de la escritura como phármakon”, aunque se abra esta “firma” a la posiblidad de una lectura imprevista, de una interpretación o una experimentación como “contra-firma” (J. Derrida).

     Quizá solo Fernando Pessoa, quien se definía bajo el estatuto de “Nadie” (libre de toda sospecha meramente histriónica), se aproximó a este grado cero de lo “propio” en su carácter de vaciado y pura deflación del Ego como Uno... Experiencia colindante con la Cábala o con el pensamiento de Meister Eckhart...

     Tal vez, ni el genial Thomas Mann, ni el gran Samuel Beckett, ni el inmenso James Joyce, lograron merodear y tocar con sus obras —como lo hicieron los “heterónimos” y la nómada “trans-apropiación intensiva” de las respectivas escrituras de un Fernando Pessoa y de un Franz Kafka— el enigmático círculo hermético, abisal, in-fundamentado, que tan hermosa y profundamente señaló el último Eugenio Trías... 

Armando Almánzar-Botello 

--------

Julio de 2012 

Santo Domingo, República Dominicana

     V

KAFKA, PROUST... Y LA FELICIDAD...

     «59-. No hay accidentes, por fatales que sean, de los que una persona hábil no saque alguna ventaja; ni tan prósperos que no puedan los imprudentes volverlos en su contra. 60-. Todo lo endereza la Fortuna [Tyche como Eutychia] en beneficio de los que favorece. 61-. La felicidad e infelicidad [Tyche como Dystychia] de los hombres depende no menos de su humor que de la Fortuna. [Tyche: Eutychia o Dystychia]». La Rochefoucauld: Máximas y reflexiones diversas.    

     «Para Gilles Deleuze y Felix Guattari el “bloque mnémico de infancia” (viaje activo y vitalizante del pasado al presente-futuro) no es lo mismo que los “recuerdos” (viaje pasivo, a través de la nostalgia, del tiempo presente al tiempo pasado, con el riesgo de permanecer atrapados en los “estratos” del cronotopoArmando Almánzar-Botello

-----------

     La “felicidad” (o la “esperanza”) existe, pero “no es para nosotros”... 

     Algo parecido a lo arriba dicho le comunicaba Franz Kafka a su amigo Gustav Janouch en la primera mitad de los años veinte del siglo pasado.

     ¿Ese “nosotros” se refiere allí tan solo a los judíos? 

     ¿Quería significar el gran escritor checo de lengua alemana y ascendencia judía que las personas no podemos nunca disfrutar de la felicidad, que a los seres humanos en general les está vedada toda “felicitas” o alegría?…

     ¡No! Quería decir, sencillamente, que lo que nos hace felices no aparece allí donde lo esperamos... que la felicidad existe a la medida de cada contexto, de cada singularidad o sujeto...

     Tyche, decían los griegos y Aristóteles en particular (los romanos hablaban de Fortuna): encuentro indeterminado, no calculable con lo Real...

     Dicho encuentro, producido al Azar, puede ser fasto (felicidad: eutychia: eutiquia) o nefasto (desgracia: dystychia: distiquia).

     Lo que es la felicidad para “Juan” no lo es para “Pedro”. 

     Eso no niega la posibilidad de luchas programáticas por el bienestar común, plural, colectivo... 

     Empero, en lo esencial, para cada sujeto la felicidad llega, si llega, de un modo imprevisto, contingente... 

     ¿Arriba ella como La Revolución, en la que todavía algunos seguimos creyendo?... ¿Como las pequeñas y diversas revueltas cotidianas que marcan un destino, y secretamente nos transforman?... Lo mismo acontece con la Desgracia.

     El tema de la felicidad en relación con el mencionado pensamiento de Kafka me fue sugerido (además de por el mismo libro de Janouch, “Conversaciones con Kafka. 1920-1924”) por una reflexión del filósofo italiano contemporáneo Giorgio Agamben (en su obra Profanaciones, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2005, página 23.)

     Es muy amplia y matizada la literatura sobre el tema de la felicidad en Occidente, desde la antigüedad grecolatina: Platón, Aristóteles, Séneca... hasta San Agustín, Kant, Gracián, Nietzsche, Freud, Proust, Russell, Adorno, Beckett, Deleuze, Lacan, Derrida, Miller...

     El “entusiasmo” constituye para ciertos filósofos, entre los cuales podemos mencionar a Immanuel Kant, la clave de la felicidad. 

     El psicoanalista francés Jacques Lacan, por su parte, coincidiendo aquí parcialmente con Sigmund Freud y con su coterráneo el gran escritor Marcel Proust, concibe una suerte de “felicidad pulsional” a la que el “sujeto en proceso” no aspira o tiende conscientemente —puesto que desde el principio está situado en ella—, pero de la que se informa por mediación de la contigencia, del tropiezo, del accidente, del encuentro fortuito con lo Real. A esa felicidad pulsional en bruto el aparato psíquico del sujeto la modula con un subsiguiente “goce temperado por el significante”... 

     Oportuno resulta mencionar aquí el sabor y el olor de la magdalena (madeleine) y del té, referidos en  el primer tomo de la gran novela de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Por el camino [lado] de Swann (À la recherche du temps perdu. Du côté de chez Swann). 

     En dicha extraordinaria obra, las sensaciones gustativas y olfativas como factores contingentes que activan las huellas de la mémoire involontaire (memoria involuntaria) del singular personaje protagónico de la famosa narración proustiana, el refinado y sensible Charles Swann, desencadenan en él una experiencia colindante con la iluminación mística o el alumbramiento del pasado, con el gozo imprevisto producido en dicho sujeto-actante por un «bloque mnémico de infancia», el cual se desplaza al presente de la diégesis, inyectando y actualizando en el «aquí y ahora» la energía del pasado, y no a la inversa. Este proceso es diferente al de los «recuerdos», que remiten al pasado, a través de la nostalgia, y que pueden aprisionarnos, paralizarnos y momificarnos en los estratos del tiempo, según lo dice el pensador francés Gilles Deleuze.

     De tal modo, viene a constituir esa experiencia un paradigma de la desubjetivación y la resubjetivación, de la felicidad activa como tiempo recobrado, diferente de la mera nostalgia pasiva producida por el recuerdo voluntario. 

     Dicha felicidad se alcanza en futuro anterior: Nachträglichkeit, après-coup, retroactivamente... pero actualizándose de un modo intensivo como acontecimiento.

     Entendemos que para Gilles Deleuze y para el mismo Jacques Lacan, solo a posteriori el sujeto afirma, contraefectúa, representa, delimita, elige, interpreta, selecciona (proaíresis aristotélica), en aquello que le sucede primero como accidente azaroso, contingente, fatal en el sentido de ineludible, lo que dicho sujeto desea que retorne transfigurado como sinthome y acontecimiento.  

     En ese sentido, Theodor W. Adorno decía: “Con la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la posee sino que se vive en ella.”

     Para Lacan y Miller, existe una separación radical entre deseo y felicidad. Solo el encuentro contingente, fortuito, casual con el objeto puede generar la felicidad como posicionamiento particular, idiosincrásico, de un sujeto con respecto al goce, en el contexto de una particular historicidad o regimentación discursiva de los modos de “jouissance” o goce propios de cada época...

     Aunque esa “felicidad” del goce anule provisoriamente los marcos referenciales y los pretiles de seguridad del Yo...

Armando Almánzar-Botello 

---------

24 de junio de 2012. (Versión retocada)

Blog Otros Textos Mutantes. Miércoles, 6 de septiembre de 2017

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

BREVES DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS DE FRANZ KAFKA

     Franz Kafka Löwy nace el 3 de julio de 1883 en Praga bajo la gravitación y el gran signo epocal de la vieja monarquía austro-húngara gobernada por el emperador Francisco José I.

     El núcleo de la caracterización social e histórico-biográfica de Kafka se puede resumir sencillamente: judío praguense perteneciente a una pequeña burguesía en ascenso que se expresaba en alemán.

     Toda su obra la escribió en ese último idioma. Ella se caracteriza por constituir un clarividente buceo en el drama de la angustia del hombre moderno frente a lo indeterminado e indecidible del ser.

     Se percibe también en la obra del escritor una exploración de la siniestra culpabilidad que mina la estructura familiar y las instituciones en el contexto de lo que Julia Kristeva denomina el “monologismo religioso y su retorno de lo reprimido”.

     La lúcida escritura del gran autor judío-checo se erige así en visionario y minucioso estudio, cuasifenomenológico, de la ineludible problemática desgarrante que implica lo paradójico y absurdo de la existencia individual en el contexto de unas sociedades en las que el «retiro de Dios» ha dejado lugar a los más ominosos poderes fácticos y a unos aparatos estatales de vocación pragmática y autoritaria.

     Esas  perversas máquinas para el dominio disciplinario de la subjetividad se caracterizan por hacer uso de una burocracia laberíntica y opresiva donde la singularidad de los sujetos se pierde, para descubrirse aplastada en el terror por lo enigmático de unas instancias trascendentes que no revelan jamás su oscura ley de funcionamiento. Frente al peligro de una inquietante acusación como severo emplazamiento y potencial condena, la salida menos onerosa para la existencia del sujeto sería el “aplazamiento indefinido de la causa o el proceso”...

     Simultáneamente con los referidos elementos temáticos, Kafka trabajó en sus obras la problemática de la dimensión teológico-metafísica de la existencia, muy relacionada con sus orígenes judíos: El «Ein sof» protector o inabordable, el terror y el desamparo de la existencia humana frente a la “Nada Rugiente” de un Deus Absconditus...

     Escribió tres novelas fundamentales en la historia de la literatura contemporánea: El castillo; El proceso y América [conocida luego como El desaparecido]. Kafka es considerado por la crítica como un maestro del relato breve a cuya denominación podemos adscribir: La metamorfosis; El médico rural; Informe para una academia; La muralla china; La condena, La colonia penitenciaria, Josefina y el pueblo de los ratones, etcétera. Escribió diarios, cartas y aforismos de profunda significación psicológica y metafísico-existencial.

     Murió el 3 de junio de 1924, luego de haber pedido a su amigo y albacea Max Brod la quema de toda su producción literaria con la excepción de unos pocos relatos. Su voluntad no fue cumplida.

     Franz Kafka es considerado por cierta crítica muy selecta como el escritor más importante del siglo XX.

Armando Almánzar-Botello

---------
28 de agosto de 1983

© Armando Almánzar-Botello, Santo Domingo República Dominicana, 1983. Reservados todos los derechos de autor.

IMÁGENES: 

     Algunos pocos libros a mano de y sobre Franz Kafka

No hay comentarios:

Publicar un comentario