EXPOSICIÓN PICTÓRICA DE GEO RIPLEY TITULADA “ODDUDUA: LA PIEDRA QUE ES VIDA”, AÑO 2005
Neutralidad absorta de la khôra. Mítico pretiempo a-cósmico. Fundante silencio inabordable... ¡Y de pronto!: condensaciones imprevistas del vacío, latidos primordiales del caos turbulento: floraciones provisorias de la mancha...
En la blancura inmemorial de la tela, grumos del ser y del no ser, vórtice de espectros, cópulas intensas del Yin y del Yang. Gotea la negrura el temblor de sus enigmas. Cortes y suturas, tímidas fluencias. Explosiones en la sombra inconsciente muda y sorda. ¡Se desata inaudible la luz vertiginosa! Chispas, letras, remolinos. El dorado levanta sus vigilias...
Tenebrosa y mágica la errancia, sus pinceles alumbran el abismo que se expande. Diría Jacques Lacan: Cesa al fin de no pintarse...
Tensa superficie del lienzo que despierta, se inicia la catástrofe, el acontecimiento genésico, el primordial estallido energético, la febril desintegración organizadora. Mezclando con el soplo del misterio los colores: negro, perlado, dorado, rojo, blanco, gris, azul; dual el gesto silencioso y restallante, constructivo y deconstructivo a la vez, va engendrando sus lúdicos espacios, corporal topología del asombro, aliento vital que se desliza sigiloso, tanteando, pensamiento originario que se encarna...
En esta pintura sígnica y gestual de Geo Ripley —expresionismo abstracto, metafísico y metamórfico, imantado por la fuerza arquetípica, lírica y visionaria que se nutre del mito cosmogónico— se nos ofrecen las imágenes abisales y sobrecogedoras de un campo morfogenético ligado a la catástrofe primordial. Aquella que, según las teorías cosmológicas de la física contemporánea, dio origen a la singularidad de nuestro Universo.
Exploración estética de una terra incognita por la maestría pictórica de Geo Ripley. En este su lúdico y más reciente periplo creador, se fusionan de modo sensorial cosmogénesis, biogénesis, antropogénesis y semiosis. Origen del universo; generación de la vida; emergencia del hombre y la cultura; creación del lenguaje, el trabajo, el mito y el pensamiento.
Bajo su aparente simplicidad sígnica, en esta muestra plástica se enlaza la metáfora cosmogónica con las metáforas geológica, paleontológica, arqueológica, embriológica y mandálica. Este denso tejido de símbolos se ofrece a la mirada de una forma directa, no intelectualizada, sensible, vibrante, corporal. No revela un significado literariamente preformado, extrapictórico, que de manera adventicia vendría a regular la semiótica palpable del lienzo y su específico régimen escópico.
Nos encontramos de hecho frente a un creador en pleno dominio de sus recursos expresivos, cuya fuerza significante, casi demiúrgica, se plasma en la tela a través de un desciframiento alquímico del misterio de los materiales y sus recónditas posibilidades estéticas.
Es notoria, sin embargo, la huella de los peligros asumidos por el artista al aproximarse espiritual y plásticamente a ese sordo fragor de los orígenes, a la materia confusa, casi irrepresentable, condensada en el punto ígneo del que irradia la morfogénesis del universo.
Por un lado, advertimos su riesgo constante de ser dominado y engullido por una materia sin designios, por la turbulencia de lo informe, por el abismo digestivo del sinfondo y sus mezclas innombrables (Gilles Deleuze). Por el otro, vislumbramos y tememos la no menos desalentadora posibilidad de que el artista reproduzca desmayadamente los gestos habituales o paradigmáticos con los que se ha conjurado esta misteriosa originaria complicatio en el contexto de la pintura contemporánea.
Estamos pensando en la obra de los grandes pintores expresionistas abstractos, informalistas, gestualistas y matéricos que responden a los nombres de Kandinsky, Pollock, Yoshihara, Tobey, Hartung, Soulages, Rothko, Fontana, De Kooning, Saura, Appel, Zao Wou-Ki, por solo mencionar apresuradamente a unas cuantas figuras emblemáticas.
Pero no, en la pintura de Ripley —lúcido y tenso equilibrio entre sentido y sinsentido, entre la estabilidad y el vértigo— la informalidad relativa de la obra no equivale al «azar incurable» de la materia prima ni a la ausencia de contra-efectuación estructural (G. Deleuze) del accidente escópico. Además, en nuestro artista, los valores semióticos de las viejas y nuevas vanguardias pictóricas han sido sabiamente metabolizados.
El conflicto entre voluntad constructiva y espontaneidad energética del gesto, se resuelve del modo plástico más convincente, original y vigoroso.
Como en las antiguas tradiciones pictóricas del Extremo Oriente, de inspiración Taoísta y Zen, o del África milenaria con su desbordante riqueza de formas plásticas que tan decisivo influjo han ejercido en el contexto del arte moderno occidental y particularmente caribeño, la ya mencionada «espontaneidad» del gesto implica un disciplinado movimiento de espacialización orientada, casi ritualizado, que surge de un espíritu libérrimo y seminal pero profundamente despierto y constructivo, además de sustentado en una vibrante memoria cultural, mítica e histórica.
Libre de la prisión teleológica o preformativa, el valor estético —esa tensión irreductible que vislumbra Jacques Derrida entre ergon (obra) y párergon (marco o encuadre)— se va generando en la inmanencia del proceso creador, en el hacer pictórico mismo. La semiótica plástica de Ripley se afina y profundiza sobre el lienzo en contacto con la materia y la forma de la expresión; al ritmo parcialmente intencional de la faena creadora.
Al compás de la contemplación activa y la conciencia fulgurante del vacío, la pura intencionalidad estética cohabita mágicamente con los caprichos del azar, las formaciones del inconsciente y las danzas aleatorias del pigmento.
La acrílica, trabajada con “pinceles” que oscilan entre dos y media y seis pulgadas de ancho, revela en la paleta de Geo un campo simultáneamente espectral y «matérico» de intensa significancia plástica. Las atinadas y constructivas mezclas de colores —que parecen evocar en ocasiones el código cromático de un cierto Francis Bacon—, las ondulaciones sutiles de las gruesas pinceladas, las graduaciones altamente expresivas en la densidad del empaste, evocan texturas de órganos, latidos celulares, crepitaciones de soles, extrañas cintas carnales de Moebius, erupciones volcánicas, úteros germinantes, míticas cavernas, vórtices o portales cósmicos...
La utilización de tonos plateados y lácteos, al conjugarse con el rojo, el negro, el dorado y eventuales «fisuras» de blanco, contribuye a reforzar los rumores fetales del misterio, los esbozos secretos del pleroma, los diversos estados atmosféricos de conciencia mística o pictórica. La hibridación de los espacios generada por la maestría de las fusiones cromáticas y por la fluidez vertiginosa o serena del gesto, nos introduce en un hiperespacio topológico y mágico signado por el rito, la regeneración, la curación chamánica y el milagro. Saco vitelino que estalla numinoso, luminoso, liberando mundos. Transmutaciones cíclicas de la piedra que es vida...
Un elemento más a resaltar en esta maravillosa exposición, lo constituye la presencia de grandes y potentes formatos junto a la serie sutil de dípticos, polípticos y cuadros de menor tamaño. Estas variaciones de formato evidencian la contundente coherencia interna de la muestra dentro de su policéntrica y musical diversidad.
Ritmología cosmogónica. Prodigiosas geometrías nómadas. Congelaciones instantáneas de los vértigos. Tal es el arte chamánico, talismánico y apotropaico de Geo Ripley.
Travesías de la huella como enigmatización del origen, estas obras de un artista integral, nos ofrecen el valioso testimonio del Eterno Retorno selectivo del gesto creador.
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Agosto de 2004
Trabajo de la autoría de Armando Almánzar-Botello, que figura como presentación en el catálogo de la exposición pictórica de Geo Ripley titulada “Oddudua: la piedra que es vida”, celebrada en los salones de la empresa Jaguar Dominicana el año 2005
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
IMÁGENES: Obras pictóricas de Geo Ripley pertenecientes a la serie “Oddudua: la piedra que es vida”, 2003-2005
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