domingo, 28 de abril de 2024

PERFORMANCE VERSUS DISCURSO... (Nota escrita por simple hastío)

A los arcángeles del óxido y el miedo, a los redondos baluartes presumidos que ya no vuelan —si es que alguna vez volaron—, a los sujetos nómades que se olvidaron del callejón de atajo, y que por defender la supuesta dignidad de un doctorado escapan temerosos de lo aórgico... ¡Percibir una pipa es reconstruirla en el acto mismo de la percepción!

     Por Armando Almánzar-Botello 

     El «texto» como «técnica generalizada» por mediación de la «huella» como «no presencia»: «Lo real es tan técnico como real es la técnica [...] ¿Se trata de una hipertrofia cancerosa del artificio, o es más bien el despliegue de las propias cosas? Cuestión ingenua si pensamos en cómo se han hecho profundamente más complejas las oposiciones entre naturaleza y cultura, entre auténtico y derivado, tético y protético, propio o impropio, ciencia y ficción, consciente e inconsciente [...] La afirmación de Derrida de que no hay “nada fuera del texto” —a menudo interpretada como una reducción fantasmática de lo real al lenguaje—, ¿lo que pretende señalar es que, en ausencia de todo referente primero y último, de todo sentido consumado, únicamente podemos considerar la intrincación de los reenvíos mutuos entre todos los entes y entre todas las instancias de existencia (la “naturaleza”, la “técnica”, el “animal”, lo “simbólico”, lo “efectivo”, lo “mítico”, etcétera)? La técnica es la naturaleza misma, pues el animal técnico es una especie natural.» Jean-Luc Nancy: La frágil piel del mundo, 2020

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     Para el filósofo Jacques Derrida la diffèrance, la traza, el grama, el himen, el tímpano, el párergon, el suplemento, la huella como estructuras de no-presencia, operan siempre más acá y más allá del recinto lingüístico, más acá y más allá del discurso, del sentido contrapuesto al referente denotado —tal como piensan este binarismo Saussure y Frege—, más acá y más allá de la noción de “texto” concebido al modo filológico, taxativamente pensado de forma plana, simplista, convencional, o como articulación sígnica o enunciado fónico/gráfico, intencionalmente orientado en un proceso monologal o dialogal de producción lingüística de sentido, significado e interpretación (Sinn, Bedeutung, Deutung). 

     El cuasiconcepto de (archi)huella posibilita la deconstrucción de las oposiciones sujeto/objeto, consciente/inconsciente, humano/animal, lenguaje/realidad fenoménica, discurso/performance —tal como funciona este último binario metafísico en el discurso de Judith Butler, por ejemplo.

     Lo reiteramos con hastío, el derridiano “no existe nada fuera de texto” (Il n’y a rien hors du texte) no implica ningún tipo de clausura de la meditación en el recinto estrictamente lingüístico. 

     Dicho enunciado, simplemente, debe orientarnos en dirección al hecho de que el objeto fenoménico “mismo”, la cosa en su “evidente” objetividad, es un signo, como nos enseña el filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce, una realidad que funciona en un juego relacional que desborda su presencia de cosa: que remite, en la percepción de su “cosidad”, a otra cosa, por vínculos y reenvíos analógicos o diferenciales, y que así se descubre trabajada por la huella, por una red “rizomático-tabular” de remisiones diferenciales, esas mismas que determinan y ofrecen la percepción de los objetos “naturales” como una experiencia desde siempre afectada por la “artificialidad” de la “huella”, la cual, de hecho, no es más artificial que natural... 

     He aquí la paradoja de la huella.

     Nos dice Derrida en su obra fundadora De la gramatología

     «Según la “faneroscopia” o “fenomenología” de Peirce, la manifestación en sí misma no revela una presencia, sino que constituye un signo. Se puede leer en los Principies of phenomenology que “la idea de manifestación es la idea de un signo”. Por consiguiente no hay una fenomenalidad que reduzca el signo o el representante para dejar brillar, al fin, a la cosa significada en la luminosidad de su presencia. La denominada “cosa misma” es desde un comienzo un “representamen”, sustraído a la simplicidad de la evidencia intuitiva. El “representamen” solo funciona suscitando un “interpretante” que se convierte a su vez en un signo y así hasta el infinito.» Derrida, Jacques. De la Gramatología, Siglo XXI Editores, México, 1978, p. 64

     Nunca existe “inocencia” de la percepción. No hay captación directa o intuitiva de la cosa en su pura presencia o cosidad. 

     Toda percepción de la cosa, y la cosa misma en su cada vez más “problemática materialidad” (la Cuántica), están marcadas por la huella, por la diferencia, por la no presencia, por la indeterminación... 

     No digo que sin el trabajo de la huella no exista la cosa en tanto que physis, sino que la huella es anterior al deslinde neto entre physis y techne y condiciona la forma de percibir a las dos categorías con sus concreciones y deslindes provisorios.

     La indeterminación de la huella como diferencia viene más bien a (im)posibilitar todo deslinde paradigmático-binario entre “physis” y “techne”, con la subsiguiente contaminación entre ambos términos del paradigma. Juegos modales, fractales, locales, de actos, tactos y contactos ecotécnicos, como viene a decirnos Jean-Luc Nancy.

     En ningún texto de Jacques Derrida se ha dicho que el cuerpo animal, o la enfermedad, o los seres inorgánicos, o las realidades y prácticas políticas, culturales e históricas constituyan eventos meramente lingüísticos, discursivos, susceptibles de ser transformados y reducidos en su conjunto a la simple acción de las palabras. Eso vendría a constituir un puro idealismo subjetivo y una vieja y pesadamente fechada cogitación de raíz nominalista. La nave de la deconstrucción gramatológica derridiana no ancló jamás en esos litorales.

     Una ingenua concepción “realista” o “performativista” del derridiano “no hay nada fuera de texto” (Il n’y a rien hors du texte), tiende a suponer que el autor de De la gramatología confunde el puro pensamiento discursivo, la magia, la brujería, el ámbito absolutizado del lenguaje o de las palabras, con el enfoque “objetivo”, “científico-racional”, práctico-instrumental de los objetos y procesos del mundo fenoménico. 

     No. No es así. A lo que el filósofo galo apunta con su idea de una “textualidad generalizada y abierta” es a explorar y descubrir, en cada caso singular, cómo, aunque unos particulares o específicos fenómenos o realidades tengan su propia modalidad causal de efectuación y arbitraje, lo que permite “originariamente” captar la especificidad pre-ontológica de estos resulta ser la huella, en tanto que, como estructura de la no-presencia y la remisión, ella viene a producir el juego relacional de producción o generación de sentido en el que se constituyen las oposiciones sujeto/objeto, inteligible/sensible, sentido/referente, lenguaje/realidad...

     Ciertamente, operar sobre un organismo animal o humano, por ejemplo, intervenirlo científico-quirúrgicamente para extraerle un lito vesicular o renal, digamos, no se reduce a ser una pura operación lingüística, verbal o discursiva. Esa operación constituye una práctica especializada que requiere de un “corpus de conocimientos” no solo médico-teóricos sino también manuales, instrumentales y corporales por parte del cirujano correspondiente, en tanto que poseedor este de una subjetividad/corporalidad y de unas destrezas técnico-cinestésicas, propioceptivas y hasta interoceptivas, que actúan en su propio esquema corporal de sujeto-agente, y que le permiten una labor coordinada en equipo. Dicha subjetividad-corporalidad está labrada, digámoslo así, primero, por su temprano, singular y complejo proceso genético-histórico de constitución lingüístico-simbólica y cultural como sujeto, y, más tardíamente, por unas disciplinas y saberes de alta especialización adquiridos con miras a permitir o lograr en dicho sujeto, como estudiante de medicina, como persona receptora de un discurso universitario especializado, cierta performance o desempeño cognitivo-instrumental, técnica y anatomo-fisiológicamente adecuado, cónsono con la meta de preservar la salud y la vida del posible paciente bajo su responsabilidad en una futura intervención quirúrgica.

     No obstante, para que funcione a cabalidad todo este complejo proceso regido por sus propias reglas cognitivo-instrumentales y específicas, se hace necesaria la intervención de la huella derridiana entendida como campo genético archioriginario generador o posibilitador de sensaciones, percepciones, enlaces neurales o sinápticos en el mismo sujeto agente; interacciones propioceptivas e interpersonales; deslindes, flujos y fusiones, donaciones y sustracciones de sentido; operaciones producidas tanto en los planos a-significante, micro-subjetivo, pre-individual, impersonal, personal, interpersonal, transpersonal, ontogenético y aun filogenético. 

     Se hace allí necesaria la intervención de la economía del grama o de la huella, en tanto que estos, en su operatividad constituyente, posibilitan la configuración de pliegues, despliegues, repliegues, acontecimientos, continuidades e interrupciones, invaginaciones, estabilizaciones, concentraciones y dispersiones de sentido que vienen a constituir la tensión entre las bandas centrífugas de sinsentido y las contrabandas centrípetas de sentido-significado, las cuales deben ser consideradas, en el seno mismo de la llamada “praxis” concreta, como reales manifestaciones materiales de una “textualidad generalizada” que opera en el ámbito fenoménico mismo, definido este por sus modos particulares de regulación y marcaje, pero sin que nunca se sustraiga a esa paradójica “economía de la huella”, a la indeterminación indecible, diseminante, que viene a caracterizarla como “archifenómeno genético de la memoria”. 

     La archihuella derridiana, como ausencia de simple origen, constituye así una instancia indecidible, sin lugar fijo entre el adentro y el afuera, entre lo actual y lo virtual, anterior al neto deslinde metafísico entre todos los opuestos. 

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Agosto de 2015

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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ADENDA 2015

20 de mayo de 2015

MENSAJE DIRIGIDO AL ESCRITOR Y AMIGO PERUANO PEDRO GRANADOS, A PROPÓSITO DE UNA NOTA DE SU AUTORÍA SOBRE EL LIBRO DOMINICANO “MASA CRÍTICA” 

     Por Armando Almánzar-Botello

     A Médar Serrata

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     Saludos, querido Pedro. Conozco el trabajo de Médar Serrata: muy bueno. Tengo el libro donde figura su intervención: “Masa crítica. Memorias del Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en República Dominicana” (Editora Nacional, 2013), obra que, como su título indica, constituye una muy buena recopilación de textos crítico-literarios realizada por el Ministerio de Cultura dominicano, en la que se incluye a intelectuales del país en el ejercicio activo de la crítica literaria a través de los diferentes medios, tanto a nivel nacional como internacional. 

     Debo decirte que Serrata confirma, en cierta zona de su ensayo, un deslinde entre el concepto (post)estructuralista (derridiano) de “texto” (instancia presuntamente desencarnada, descorporizada, establecida en relación con “un saber letrado” que de un modo supuesto difumina la “realidad” concreta, socio-cultural e histórica), y aquello definido como “performance” por la gran pensadora de la “teoría queer” y crítica de la guerra imperialista norteamericana, Judith Butler. Esa “performance” implica los desempeños del cuerpo, los actos corporales como formas de construir y transmitir conocimientos en la acción socio-cultural y política de superar o “desbordar la epistemología de Occidente” (Serrata dixit).

     Aunque lo dicho por Serrata podría resultar válido para un cierto estructuralismo cerrado, deconstruido precisamente por el trabajo de Jacques Derrida, es preciso aclarar una vez más que el concepto derridiano de “Il n’y a rien hors du texte” (“No hay nada fuera del texto”), no comporta una hipóstasis o esencialización del “lenguaje doblemente articulado”. No niega la realidad relativamente autónoma de aquello que Butler denomina “performance”, como acto creativo, en contexto histórico y cultural, que viene a involucrar al cuerpo y al comportamiento. 

     Allí Derrida reconoce más bien el funcionamiento de una productividad semiótica plural que desborda lo meramente lingüístico.

     El concepto derridiano de “textualidad abierta”, como digo, supera lo simplemente “lingüístico” para incluir también, por intermediación de la categoría de “huella” como estructura de la “no-presencia”, eso que funciona supuestamente al margen de la textualidad bajo el carácter de lo corporal, lo social, la historicidad concreta, la política... La oposición binaria “sentido” / “referencia” viene a ser pulverizada o deconstruida en la conceptualización crítica de Derrida. 

     Todo el que interpreta y contextualiza de un modo “mínimamente” válido el pensamiento de Jacques Derrida sobre la relación entre lenguaje y mundo, sabe que la “textualización derridiana” no comporta una homologación o “desdiferenciación” entre “lenguaje” y “realidad” sociopolítica e histórica. Derrida reconoce la diversidad de sus registros operativos. 

     El “no hay nada fuera del texto” derridiano jamás puede implicar un ingenuo retorno del idealismo trascendental implícito en la concepción medieval del mundo y el universo como Gran Libro Sagrado que amerita la intervención de un Gran Hermeneuta que descifre los Mensajes de un Autor Omnipotente. Es todo lo contrario de esta onto-teo-teleología de cuño falogo-fonocéntrico. 

     El texto, tal como lo concibe Derrida, más bien muestra que la llamada “realidad” es una construcción histórica trabajada también por la “huella”, por el juego de las “diferencias y cesuras”. 

     No obstante, Derrida, en su generalización estratégica de la categoría de “textualidad” y rompiendo con el concepto convencional y filológico de “texto”, reconoce también que las transformaciones de la realidad sociopolítica obedecen a regulaciones muy específicas en el territorio complejo y multidimensional de dicha textualidad. Nunca establece una contraposición maniquea entre “archivo” y “repertorio de prácticas culturales”; entre lo que denomina registro “auto-biotánato-heterográfico” y “performance”... 

     Reitero algo hace años planteado y “archidiscutido”: El derridiano “No hay nada fuera del texto”, no implica que, como dice el mismo Derrida, las “diferencias” entre “lenguaje lingüístico” y “realidad” se “puedan ahogar confusamente en la generalidad de un elemento homogéneo” (Derrida)... 

     Por otro lado, en diversos aspectos, la escritura y el pensamiento de la Judith Butler autora de “El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad”; “Vida precaria. El poder del duelo y la violencia”; “Marcos de guerra. Las vidas lloradas”, etcétera, están parcialmente inspirados por las obras de filósofos como Derrida, Levinas, Lacan, Foucault, entre otros... Esto ha sido dicho por ella misma, de una forma explícita o no.

     Transcribo a continuación un párrafo que me parece importante porque revela meridianamente —en el trabajo de Médar Serrata que figura en la obra colectiva “Masa crítica”—, la interpretación inadecuada que la gran filósofa lesbiana Judith Butler y el poeta y académico dominicano realizan del concepto derridiano de “texto”, reducido este último, de un modo empobrecedor, a su significado meramente filológico: 

     «El desplazamiento de la noción de discurso por la de performance desestabiliza la posición privilegiada que pretendía ocupar el crítico como poseedor de la llave de acceso al conocimiento de todos los aspectos de la realidad. Pues si el universo tuviera la estructura de un texto, ¿quién mejor dotado para desentrañar sus secretos que el experto en asuntos del lenguaje? Sin embargo, no se trata de abandonar el estudio de los textos o de las otras manifestaciones del archivo. De lo que se trata es de ver los textos como portadores de saberes en diálogo constante con otras formas igualmente ricas y complejas, dotadas de sus propios códigos, sus convenciones y maneras de preservar o resistir las estructuras de poder...» (fragmento pp. 251 y 252) Médar Serrata. “Literatura, discurso y performance”, en “Masa crítica. Memorias del Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en República Dominicana”, Editora Nacional, 2013, Santo Domingo, R. D., pp. 245-252

     Relativamente vieja pero no agotada “conversación”...

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20 de mayo de 2015. Texto publicado como nota en “Taller On de Pedro Granados”.

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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JACQUES DERRIDA: EL TOCAR, JEAN-LUC NANCY, 2011

     «Il n'y a donc pas de concept pur, ni, bien sûr, d'intuition pure, d'intuition immédiate de l'haptique.» Jacques Derrida [«No hay concepto puro ni, desde luego, intuición pura, intuición inmediata de lo háptico.» Jacques Derrida]

HAPTOTROPISMO Y METAFÍSICA DE LA PRESENCIA

     Brevísimo fragmento de mi exégesis de la deconstrucción que hace Jacques Derrida del motivo artaudiano y deleuziano de “Cuerpo sin Órganos” (CsO). Interpretación seguida de varias citas clave del texto de Derrida titulado “El tocar, Jean-Luc Nancy”

     Por Armando Almánzar-Botello

     Jacques Derrida, sutilmente, insinúa la impensada y secreta pertenencia del llamado “Cuerpo sin Órganos” (CsO) de Antonin Artaud, Gilles Deleuze y Felix Guattari a la gran tradición platónico/metafísica de la presencia: tradición inmediatista, intuicionista, continuista, óptica pero también táctil, es decir, ocular, trópica y apropiadora: “hapto-trópica”. Derrida viene a mostrar en su libro “El tocar, Jean-Luc Nancy”, la deuda que contrae con la tradición logocéntrica dicho “cuerpo sin órganos”. 

     Concebido por Deleuze y Guattari como una pretendida ruptura radical con la metafísica negativista y falocéntrica implícita en la concepción lacaniana del deseo, este cuerpo sin órganos opera, para sus teorizadores, como indeterminación y polimorfia que sustituye al cuerpo de la homeostasis constituido en el espacio “estriado”, cualificado y jerárquico convencional. 

     No obstante, a pesar de su metamorfismo en líneas y planos de fuga, de su generatividad que actúa en el “espacio liso” de la producción deseante y liberadora, como supuesto ejercicio de un deseo situado más allá de la falta y de toda castración, para la vigilante lectura deconstructiva de Jacques Derrida este cuerpo sin órganos artaudiano-deleuziano se mantiene prisionero de una concepción idealista de la carnalidad, en su develada tendencia a la apropiación de lo próximo, apropiación ontológico-metafísica de una presunta plenitud de la presencia inmediata de lo dado, por fin alcanzada o reconquistada. 

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2015

© Armando Almánzar-Botello: Fragmento de “Introducción a la lectura de Jacques Lacan”, Santo Domingo, República Dominicana.

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OTRAS ADENDAS (1)

8 de junio de 2016

ALGUNOS FILÓSOFOS, MOVIDOS POR EL AFÁN EGOICO DE FUNDAR Y DELIMITAR UN TERRITORIO EPISTEMOLÓGICO PRETENDIDAMENTE “PROPIO”, DESBARRAN EN LA HERMENÉUTICA

     «Sí: “Il n’y a rien hors du texte” (No hay nada fuera de texto), pero no hay que confundir “texto” con “discurso”. Por esa reducción del concepto de texto a su vertiente lingüístico-discursiva y filológica, desfallece teóricamente la narrativa de Judith Butler cuando elabora el concepto de “performance” como instancia corporal que viene a “enriquecer” y a desbordar la supuestamente desencarnada cerrazón lingüística de la textualidad derridiana. 

     Por otra parte, la categoría lacaniana de lo Real como exceso, fuera del sentido, solo viene a funcionar como “agujero” interno inscrito en el tejido relacional de lo simbólico y del texto. No debe ser concebido como vacío exterior a lo simbólico sino como el punto de caída que viene a revelar, desde adentro, la “incompletitud de lo simbólico”. Al ser merodeado por la “letra lacaniana” y la escritura, ese “real” no se ofrece ni se encuentra en disyunción absoluta con respecto a la categoría conocida como “Deutung”. 

     El hueco de lo “real-imposible” lacaniano deviene así contaminado por la dimensión paradojal de la “huella” como “estructura de no-presencia”, pero revela, en su conceptualización lacaniana ortodoxa como “hors du sens” (fuera del sentido) una suerte de posible y paradójico núcleo “duro” donde podría hacer erección la metafísica de la presencia. 

     Por ese motivo, Jacques-Alain Miller diferencia lo “real imposible” de Jacques Lacan (que “no-cesa-de-no-escribirse”), de un real-contigente operativo que “cesa-de-no-escribirse” y se inscribe, para posibilitar así un psicoanálisis como aproximación al inconsciente singular de cada analizado. Esto sería un efecto literal y litoral de la letra, esa que Lacan concibe como borde contaminado de vacío, como soporte de la escritura que bordea el agujero de lo real. 

     Desde la perspectiva de Jacques Derrida la división lacaniana entre “Simbólico”, “Imaginario” y “Real” es considerada como no pertinente. Es rechazada por participar, según Derrida, de la metafísica logocéntrica de la presencia. 

     De igual forma, el filósofo de la deconstrucción entiende, conjuntamente con Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, que la supuesta “indivisibilidad lacaniana de la letra” confirma la ontología metafísica y no se corresponde con la “bilocación” litoral de la letra, entendida esta como instancia de mediación o bisagra fronteriza entre lo real de la pulsión y el sentido.» Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

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OTRAS ADENDAS (2)

Agosto de 2013

SOBRE LENGUAJES Y SILENCIOS: Apuntes polémicos de un sordomudo

     «Espero con ansiedad el día en que todos, no únicamente los sordomudos, podamos leer a Homero, Platón, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Proust, Lao-Tse, Murasaki Shikibu, Veloz Maggiolo, Pedro Vergés, Rita Indiana... en lenguaje “visogestual” y no necesariamente de forma “visofonético-alfabética” o ideográfica... Y nos preguntamos: En términos hermenéuticos, antropológicos y ético-políticos, ¿se ganaría algo nuevo con ello?» Armando Almánzar-Botello

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     “Il n’y pas hors-text” (no existe nada fuera de texto), decía el filósofo francés Jacques Derrida.

     Esta polémica afirmación no implica, como creen erróneamente muchos, un simple “lingüisticismo”, es decir, una defensa de la tesis que vendría a decirnos que no hay nada fuera del discurso, fuera del lenguaje.

     Se alude aquí, en la formulación del gran filósofo argelino-francés de ascendencia judía, a la puesta en funcionamiento de una generalización de la noción de “texto”, más allá de su acepción meramente filológica, más allá de la oposición paradigmática “lenguaje” / “mundo de las cosas”.

     La “archiescritura”, conceptualizada así por el primer Derrida, sin que niegue las diferencias de registros existentes entre los órdenes del “lenguaje” y la “cosa”, entre lo “discursivo” y la llamada “realidad fáctica”, involucra en su “diseminación” tanto al sujeto como al objeto.

     Debemos recordar la relevancia de la noción de “huella” en el pensamiento del Derrida de “De la Gramatología”. Nada, ni siquiera la “cosa”, se manifiesta en su “pura” presencia metafísica, libre de un juego diferencial, de una malla de reenvíos textuales propiciados o facilitados por dicha huella como paradójica “estructura de no-presencia”.

     [De la Gramatología (1967, edición original en francés) es una obra fundadora de Jacques Derrida de cuya primera edición en español (1971), había yo adquirido un ejemplar el año 1973 en la siempre actualizada “Librería Paz”, a la sazón administrada en Santo Domingo por el inolvidable y culto sacerdote jesuita español, crítico de cine y promotor cultural Alberto Villaverde. La pérdida de este ejemplar me obligó a readquirir el libro de marras en 1979].

     Dice literalmente Derrida en la página 64 de De la Gramatología, siglo XXI Editores, México, 1978: 

     «La diferencia entre la fenomenología de Husserl y la de Peirce es fundamental, pues concierne a los conceptos de signo y de manifestación de la presencia, a las relaciones entre la representación y la presentación originaria de la cosa misma (la verdad). En relación con este punto Peirce está sin duda más próximo del inventor de la palabra fenomenología: Lambert se proponía en efecto “reducir la teoría de las cosas a la teoría de los signos”. Según la “faneroscopia” o “fenomenología” de Peirce, la manifestación en sí misma no revela una presencia, sino que constituye un signo. Se puede leer en los Principies of phenomenology que: “la idea de manifestación es la idea de un signo”.12. Por consiguiente no hay una fenomenalidad que reduzca el signo o el representante para dejar brillar, al fin, a la cosa significada en la luminosidad de su presencia. La denominada “cosa misma” es desde un comienzo un “representamen” sustraído a la simplicidad de la evidencia intuitiva. El “representamen” solo funciona suscitando un “interpretante” que se convierte a su vez en un signo y así hasta el infinito. La identidad consigo mismo del significado se oculta y desplaza sin cesar. Lo propio del “representamen” es ser él y otro, producirse como una estructura de referencia, distraerse de sí. Lo propio del “representamen” es no ser “propio”, vale decir absolutamente “próximo” de sí (prope, proprius). Ahora bien, lo “representado” es desde un principio un “representamen”.» Nota al pie de la página 64 de la edición que ahora cito: «12. P. 93. Recordemos que Lambert oponía la fenomenología a la aleteiología». JD

     Debe entenderse por “aleteiología” una disciplina o modalidad hermenéutica cuyos recursos interpretativos apuntan al descubrimiento o a la simple revelación de un presunto sentido inmediato o verdad (aletheia) inmanente a la “cosa” en la presunta pureza de su presencia.

     Evidentemente, esta posición comporta una metafísica de la presencia. Esta ontología de la presencia se manifiesta en la hipóstasis de un significado trascendental o en la esencialización de la “pura” cosa que, de simple desecho o mero vestigio hylético, pasa a encarnar una pretendida verdad cuyo sentido “preexistiría” al lenguaje como proceso discursivo de producción de sentido.

     En el contexto derridiano de esta problemática gramatológica (originalmente relacionada también con los pensamientos de Charles Sanders Peirce y del segundo Wittgenstein), en la que a través de la “huella” se produce una suerte de juego diferencial o de reenvío matricial entre la “palabra”, el “gesto” y la “cosa” designada, puedo ahora decir que el “sordomudo” no es una real excepción a la efectiva operatividad o vigencia de la conceptualización filosófico-científica que juzga al “lenguaje doblemente articulado” como la instancia que constituye lo que se podría llamar, siguiendo a Gerard Mendel y a Jacques Lacan, por ejemplo, “núcleo simbólico-antropológico específico” del Homo sapiens sapiens. 

     Dicho nódulo estructural y conceptual permite la realización de un particular deslinde relativo entre “lo animal” y “lo humano”. (No obstante, lo que se ha convenido en llamar “lenguaje”, constituye una paradójica línea bifronte de conjunción/disyunción entre lo humano y lo animal). 

     Creemos, no obstante, tal como lo entendía el Wittgentein de “Las investigaciones filosóficas” a propósito de las relaciones entre “lenguaje”, por un lado, y silencio “fuera” del lenguaje, por el otro, en la existencia de un “laberinto problemático de fronteras”, rizomático, diría Gilles Deleuze, entre los ámbitos de la humanidad y la animalidad.

     No existe un corte unívoco que permita separar limpiamente, de un modo absoluto, sin contaminación o resonancia de un estatuto sobre el otro, al animal de lo humano. Aludimos aquí a la problematicidad de lo (In)humano (Lyotard).

     Tampoco decimos que no existan, en los planos ontogenético y filogenético del Homo sapiens sapiens, ciertos tipos de pensamiento generados más acá o más allá del “lenguaje lingüístico” en sentido estricto. 

     Entendemos, tal como lo hemos resaltado más arriba, la potencia semiótica de la “huella”, del “grama”, del reenvío archiescritural y del sinsentido preverbal y translingüístico en su condición de operatividades constituyentes y juegos diferenciales que subtienden a todo lenguaje o lengua particular constituida.

     Entendemos, además, que no existe una separación radical entre los llamados tres registros lacanianos: Simbólico, Imaginario y Real. Existe más bien una relación compleja de conjunción, solapamiento y disyunción entre estos mencionados órdenes del sentido, el sinsentido y el no-sentido.

     Sin embargo, no consideramos puntualmente demasiado esclarecedora la visión teórica, tal como la formula George Steiner en sus excelentes reflexiones sobre lo humano y lo bestial, en la que el ser humano sordomudo viene a constituir un “quid enigmático” y una suerte de excepción a la tesis que define como rasgo distintivo y fundamental de lo humano las estructuras operativas del lenguaje articulado, entendido esencialmente en sus manifestaciones orales.

     Por más independientes que sean las “lenguas gestuales” de las orales (y esto lo aceptamos como una realidad validada por las investigaciones de varias disciplinas científicas), no es concebible, en la presente fase de la filogénesis del Homo sapiens sapiens, una sociedad humana totalmente constituida por “sordomudos”, es decir, organizada de modo autónomo y que funcione con absoluta independencia de las prestaciones tecnosimbólicas, facilitaciones convivenciales y valores creados por el “orden simbólico” humano, cuya instancia de organización funcional básica sigue siendo el lenguaje articulado en el plano de la oralidad.

     Si bien una gran parte de los miembros de una determinada comunidad pueden comunicarse de un modo gestual prescindiendo de la comunicación oral “explícita” y en apariencia “implícita”, la historia humana no registra ningún caso de comunidades sordomudas en su totalidad, cuyas codificaciones culturales no estuvieran relacionadas, de un modo u otro, con sociedades o con sectores mayoritarios de la comunidad en los cuales la comunicación oral fuera la preponderante.

     Parece que ahora se aborda una verdad de Perogrullo, pero esta problemática es crucial en ciertos contextos lingüísticos, tecno-científicos, (post)humanísticos y filosófico-políticos.

     Aunque existen personas (sordomudos congénitos), cuya “lengua materna natural es de características gestuales”, y si también se puede hablar de “culturas sordas” y de “subculturas del silencio” con numerosos “hablantes” —los cuales comienzan poco a poco a exigir el respeto a sus derechos, ¿valores?... y diferencias—, estas situaciones extremas se viven siempre como subconjuntos subsumidos en el universo de las “lenguas lingüísticas” orales, entendidas como lenguas mayoritarias... 

     En este contexto complejo, heteróclito, se operan procesos intersemióticos multidireccionales de transcripción y traducción. Esta realidad plantea, de hecho, un reto bioético, convivencial y político.

     Si bien el sordomudo vive su gestualidad comunicativa codificada, sin discurso lingüístico explícito (lo cual no excluye las “sonorizaciones fantasmáticas” o virtuales del pensamiento en el registro fenomenal del sonido como “ser-oído del sonido”, independientemente de su efectuación real o física en el mundo: esto se ha comprobado experimentalmente), no se desenvuelve, en efecto, de un modo completamente ajeno al lenguaje oral stricto sensu, no vive totalmente “fuera del lenguaje oral”, pues el propio “silencio significante” por el que se desplaza es un efecto del lenguaje articulado, del orden simbólico y de la cultura: es un “afuera modulado por la misma oralidad”.

     Este “afuera” topológico no sería posible sin la dimensión lingüística constituyente de la comunidad oral mayor en la que viene a insertarse el “sordomudo”.

     Por más natural que se considere la comunicación interhumana en base a gestos codificados (los cuales tienen de hecho su propia “fonología”, su propio “léxico” icónico-gestual, su propia “sintaxis” kinésica, etc.), ningún código no verbal de comunicación funciona para el ser humano sin relaciones de contaminación, de interacción por omisión o de recambio semiótico —directas o indirectas, en el plano de la oralidad glosopoiética o en el de la grafía, en los ámbitos fonético-alfabéticos o ideográficos—, con el sistema de las denominadas “lenguas lingüísticas” orales.

     Otra cosa distinta observamos si se toma en cuenta lo que la etología entiende y denomina como “códigos de información o sistemas de comunicación y señalización”.

     Estos códigos y sistemas funcionan en los animales de un modo instintivo y preformado (aunque pueden ser perfeccionados por aprendizaje). 

     Ellos resultan muy diferentes en sus grados de complejidad —tal como lo entienden la lingüística y las neurociencias modernas—, a lo que se conceptualiza y define como “lenguaje oral doblemente articulado”, o, como en el caso de los sordomudos, “lengua humana de señas” o de “signos gestuales”.

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Agosto de 2013

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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OTRAS ADENDAS (3)

2014

NO ES CIERTO QUE TODO PENSAMIENTO POSTESTRUCTURALISTA REDUZCA LA HETEROGENEIDAD DE LO REAL A SIMPLE DISCURSO, A MERA IMAGEN (CONVENCIONAL) O A EMPOBRECIDO SEMBLANTE

     Por Armando Almánzar-Botello

     1-. Generalizar, deconstructivamente, el concepto de “escritura”, en su calidad de categoría opuesta metafísicamente a la idea de “habla”, y pensar entonces, como hace Jacques Derrida (“De la gramatología”), la noción de “archiescritura”, no comporta ningún lingüisticismo ni absolutización alguna del lenguaje o el discurso frente a la llamada realidad-real.

     2-. Generalizar el concepto de “IMAGEN”, tal como lo hace Gilles Deleuze (“Diferencia y Repetición”, “La imagen-movimiento I”, “La imagen-tiempo II”) y entender que participan del estatuto general de “imágenes” las llamadas “imágenes convencionales”, las COSAS mismas y el movimiento, no comporta una abolición de las diferencias tipológicas y estructurales existentes entre las heterogéneas manifestaciones de las “imágenes”, una de las cuales la constituye el “cerebro-sujeto” como “interioridad” o “pliegue” de cierta especie de imágenes... 

     Las categorías deleuzianas de “imagen-movimiento” e “imagen-tiempo” no funcionan dentro del modelo platónico MODELO/COPIA, no son equiparables a la última categoría o polo de ese paradigma metafísico-trascendental, ni tampoco se reducen a la pura idealidad .

     3.- Cuando para superar, por motivos internos a su propio campo psicoanalítico-filosófico, la oposición metafísica tradicional “lengua/habla”, Jacques Lacan acuña el neologismo “lalangue”, y sitúa dicha manifestación del “lenguaje” en relación con el registro del “inconsciente real” del “parlêtre”, como algo diferente al “inconsciente simbólico” freudiano, no está reduciendo el mundo a simple semblante o imagen. ¡Todo lo contrario! Frente a cualquier “nominalismo” reductor, defiende el carácter irreductible de un REAL INDOMEÑABLE.

     Es necesario conocer con cierta mínima precisión aquello que pretendemos criticar.

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2014

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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OTRAS ADENDAS (4)

Martes, 25 de marzo de 2014

¿LA MÚSICA O EL LENGUAJE? (Breve nota)

     «Como señalaba Roland Barthes en sus Elementos de Semiología, todo sistema semiótico translingüístico se encuentra en una relación de redundancia o recambio con el sistema de la lengua, con el lenguaje doblemente articulado.» Armando Almánzar-Botello: “Trías, Derrida y foné musical. (A propósito de La imaginación sonora de Eugenio Trías y el problema del giro lingüístico)”

     Por Armando Almánzar-Botello 

     En la conocida oposición paradigmática lenguaje/música, se podría generalizar de un modo derridiano y deconstructivo la categoría o el término “música”, de una forma tal que sería posible considerar la dimensión originaria y semiótico-“musical” del lenguaje (in)humano en su ontogénesis bifronte —lo rítmico, lo entonacional, lo intensivo, lo tímbrico, lo melódico, lo puramente glosolálico—, como una operatividad que precede a todo funcionamiento del lenguaje en su carácter propiamente representativo, verbal, conceptual, generador de significaciones abstractas, intencionales o cerradas.

     El lenguaje se “inicia” en el proceso de constitución del sujeto como un juego de vocalizaciones intensivas puras, lúdicas, (a)significantes y “musicales”: meras oposiciones fonemáticas no semantizadas (J. Kristeva, L. Wittgenstein, J. Lacan) que operan en el plano constituyente de lo semiótico “preverbal” y cuya materialidad procede de un Otro “simbólico” a ser entendido como reserva del trazo unario, de la letra y del significante, es decir de la instancia polivalente y “prelingüística” que Lacan denomina “lalangue” (la “lalengua”), como algo relacionado con la “lalación” y anterior al deslinde neto entre lengua y habla 

     Lo anteriormente señalado no significa que la música propiamente dicha —la música vocal, instrumental y electrónica, considerada como “actividad semioestética”, como “específico ejercicio combinatorio de los sonidos, el tiempo y los silencios, como particular tratamiento de la foné o modalidad artística de simbolización”—, exista en efecto desde la denominada etapa “musical” del desarrollo lingüístico (etapa glosopoiética: sonoridades vocales posteriores al grito y anteriores a lo verbal), o que se pueda producir independientemente de un particular contexto cultural e histórico en el cual, aquello que denominamos “lenguaje lingüístico“ o “lenguaje doblemente articulado” constituye siempre, de hecho, un factor decisivo e ineludible, una condición sine qua non de acuerdo, vínculo y productividad semiótica y simbólico-social. 

     A pesar de los probables orígenes predominantemente vocales (vox) y  glosopoiéticos de la música, esta actividad humana, como creativa manifestación ritual, mágica o artística, guarda una relación disyuntivo/conjuntiva con la palabra y con lo verbal, sin nunca reducirse a una mera función lingüística o comunicativa.

     Ninguna subjetividad creadora aislada, individual, pretendidamente situada al margen de un contexto interpersonal, dialógico, y de unos valores históricos y culturales definidos, sustentados por una(s) lengua(s)-cultura(s) específica(s), puede producir una sonata, una sinfonía, un motete, un merengue, un vals, un coral, un tango, un oratorio, una composición electrónica, etcétera, basándose en una supuesta capacidad de generación estético-musical humana previa a la instalación del lenguaje articulado en un concreto espacio de intercambios simbólicos.

    Para que un sujeto pueda producir música como “obra de arte” autónoma, expresiva, debe participar, como creativa subjetividad socio-semiótica, de un vínculo estructural con una cultura y con una memoria histórica, lo cual no sería posible sin la existencia del lenguaje articulado.

     La notación musical misma tal como se conoce en Occidente, con su autonomía relativa y problemática, con su compleja evolución desde la notación pneumática y lorena del canto gregoriano hasta llegar a los gráficos de la música concreta, serial, aleatoria y electroacústica más contemporánea, no podría haber surgido, en su especificidad, fuera de un concreto ámbito humano, lingüístico, histórico y cultural.

     Debemos resaltar el hecho de que una cosa es la “musicalidad” del “lenguaje” constituyente y/o constituido (que podría estar en el origen de la música vocal), y otra, muy distinta, lo es la capacidad semiótica específica que tiene la música para producir “sentido”, sinsentido rítmico, infrasentido, simbolismos... —desde su particular apreciación y tratamiento de la foné o materialidad del sonido—, sin valerse, necesariamente y de forma directa, de los recursos lingüísticos.

     No obstante, resulta quizá oportuno señalar, tal como lo hace Thomas Mann por boca de uno de sus personajes, que: 

     «La música y el lenguaje se pertenecen mutuamente, son en el fondo uno y lo mismo, el lenguaje música, la música un lenguaje, y separadas se invocan una a otra, se imitan, se sustraen una a otra los medios de expresión [...] La música puede ser en principio palabra, puede ser pensada y planeada verbalmente [...] La idea artística constituye una sola y particular categoría intelectual, pero es difícil imaginar que las palabras puedan ser el primer esbozo de un cuadro o de una estatua —con lo cual queda demostrado el especial parentesco de la música y el lenguaje. Es natural que la música se inflame en la palabra y que la palabra surja de la música como ocurre al final de la novena sinfonía de Beethoven [...]» Thomas Mann: Doctor Faustus.

     Podríamos tal vez objetar o matizar lo dicho anteriormente por Mann, pero resulta pertinente reiterar lo siguiente: 

     Aun cuando el particular tipo de pulsión de “sentido” que caracteriza a la música, junto a su valoración de la pura materia sonora asignificante (G. Deleuze) y de cierto “simbolismo” indeterminado y aéreo generado por ella no son rasgos de naturaleza obligatoria y directamente comunicativa o ligados a la palabra —y esto debido a la condición singular de la manifestación artística específica de la música, con su tratamiento propio de la foné, del substrato articulado semiótico-sonoro, que no aspira a ser reducido a la simple comunicación lingüística o verbal—, debemos entender que, en su condición translingüística más que prelingüística, la creación musical, bajo su carácter de obra de arte, siempre se encuentra, quiérase o no, sépase o no, hasta en sus “cósmicas” e “inhumanas” manifestaciones electroacústicas más extremas y como establece con pertinencia cierta semiología general, en una relación inevitable, fantasmática e indirecta de “recambio” con el lenguaje articulado y el sistema de la lengua.

Armando Almánzar-Botello

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Marzo de 2014

     Texto relacionado con el ensayo breve «Trías, Derrida y foné musical. (A propósito de La imaginación sonora de Eugenio Trías y el problema del giro lingüístico)». Blog Cazador de Agua

Blog Tambor de Griot 

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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ADENDAS DERRIDIANAS

DERRIDA, JACQUES: EL TOCAR, JEAN-LUC NANCY, Buenos Aires, Amorrortu, 2011, páginas 178, 179, 185 y 186, 188 y 190

     «El contacto no produce entonces fusión ni identificación, y tampoco contigüidad inmediata. Debemos disociar una vez más el tacto de lo que el sentido común y el sentido filosófico le acuerdan siempre como la evidencia misma, como el primer axioma de una fenomenología del tacto, a saber: la inmediatez. 

     »El uso que hace Nancy de la expresión “partes extra partes” parece a veces obsesivo, pero en verdad es necesario y determinante. Además de un invencible principio de divisibilidad diseminal, me parece significar un deseo incesante de marcar esa ruptura con la inmediatez o con la continuidad del contacto, ese intervalo del espaciamiento, esa exterioridad, y ello, en el mismo momento en que se insiste tanto sobre la contigüidad, el tocar, el contacto, etc. 

     »Como si Nancy quisiera marcar la interrupción de lo continuo y objetar la ley de la intuición en el corazón mismo del contacto.» Jacques Derrida: “El tocar, Jean-Luc Nancy”, Buenos Aires, Amorrortu, 2011, página 178

     «Pues, ¿acaso no es el intuicionismo aquello en torno a lo cual, sin combatir, estamos debatiendo? No tal o cual intuicionismo como doctrina o tesis filosófica, no un intuicionismo que en un campo problemático determinado se opondría a alguna posición adversa, al formalismo, al conceptualismo, etcétera. No, nuestro intento persigue más bien identificar un intuicionismo constitutivo de la filosofía, del gesto que consiste en filosofar —e incluso del proceso de idealización que consiste en retener el tacto en la mirada para asegurar a esta lo pleno de presencia inmediata requerido por cualquier ontología o por cualquier metafísica. Lo pleno de presencia inmediata significa, sobre todo, la actualidad de lo que se da efectivamente, enérgicamente, en acto. Bien sabemos que, como el nombre podría indicarlo, la intuición privilegia la vista. Pero siempre para alcanzar con ella un punto donde la consumación, la plenitud o el llenado de la presencia visual toca en el contacto, es decir, un punto que podríamos apodar, en otro sentido, punto ciego, donde el ojo toca y se deja tocar —por un rayo de luz, a menos que sea, más rara vez, y más peligrosamente, por otro ojo, por el ojo del otro. Al menos desde Platón, sin duda, y pese a su endeudamiento con la mirada, el intuicionismo es también una metafísica y una trópica del tacto, una metafísica como hapto-trópica. Ella se consuma y por lo tanto llega a su plenitud, a su pleroma, es decir, a su límite, apostando por el giro elemental de la consumación táctil, por el sesgo de un lenguaje que, de manera cuasi natural, se orienta hacia el tacto cuando, precisamente como lenguaje, pierde la intuición y ya no da a ver.» Jacques Derrida: “El tocar, Jean-Luc Nancy”, Buenos Aires, Amorrortu, 2011, página 179

     «Porque ese valor de proximidad, porque ese vector de la presencia cercana determina en última instancia el concepto y el vocablo ‘háptico’, porque lo háptico abarca virtualmente todos los sentidos donde sea que se apropien de una proximidad, Deleuze y Guattari prefieren la palabra ‘háptico’ a la palabra ‘táctil’:

     »“La palabra ‘háptico’ es mejor que ‘táctil’, por cuanto no opone dos órganos de los sentidos, sino que deja suponer que el ojo mismo puede tener esa función que no es óptica […] Lo Liso nos parece a la vez el objeto de una visión próxima por excelencia y el elemento de un espacio háptico (que puede ser visual, auditivo tanto como táctil).” Deleuze-Guattari

     »Interpretado así lo háptico, eso que lo suelda a lo cercano, que lo identifica con la aproximación a lo cercano, no solo con la “visión próxima” sino con la aproximación en todos los sentidos y para todos los sentidos, más allá del tacto, eso que lo vincula a la apropiación de lo cercano, es una postulación continuista, un continuismo del deseo que pone todo este discurso en concordancia con el motivo general de lo que Deleuze y Guattari, siguiendo a Artaud, reivindican bajo el nombre de “cuerpo sin órganos”. Por consiguiente, es en el “espacio liso” y no “estriado” donde ese continuismo háptico encuentra, busca, mejor dicho, su elemento de apropiación.» Jacques Derrida, ibid., pp. 185, 186

     «Nancy, por su lado, parte [il part]. Él parte, marca su partida [départ] («Corpus, autre départ» [«Corpus, otra partida»], dice un título de Corpus). Él reparte [partage] y separa [départage], abandona [se départit] sin duda también esa problemática fundamental, así como ese intuicionismo de lo continuo o de lo inmediato, ese intuicionismo más radical, más invencible, más irreprimible que el que se opone simplemente a su contrario (conceptualismo, formalismo, etc.). Hace pensar así en otro reparto [partage] de los sentidos, en ese lugar del límite, de los límites plurales en los que dicha tradición se abastece. Al marcar y remarcar los límites, Nancy espaciaría más bien la continuidad de ese contacto entre el tacto y los otros sentidos, e incluso la continuidad inmediata en el corazón, por decirlo así, del tocar mismo, de ese tocar que, él va a recordarlo, es “local, modal, fractal”». Jacques Derrida, op. cit. p. 188

     «Con motivo de la ecotecnia de los cuerpos, de un mundo de los cuerpos que “no tiene sentido trascendente ni inmanente”, Corpus proseguirá esta dislocación del tocar. Sin abandonar nunca la insistencia en el tacto [tact] que tanto le importa, al que no renuncia nunca, Nancy lo asocia siempre, en contra de la tradición continuista de lo inmediato, al valor de apartamiento, de desplazamiento, espaciamiento, partición о reparto: “Por el contrario, hay el tacto [tact], la pose et la dépose, el ritmo del ir y venir de los cuerpos en el mundo. El tacto [tact] desligado, separado de sí mismo.”» Jacques Derrida, ob. cit. p. 190

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31 de diciembre de 2015

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