«...Como ya han señalado las reflexiones de Barhes, Sollers, Lotman, Meschonnic, Deleuze, Pareyson, Eco, Bousoño, etc; se requiere una suerte de contra-efectuación y objetivación de los fantasmas y accidentes que constituyen la formalidad primaria del yo empírico-biográfico, para desprender (polarizando esos elementos, interpretándolos y seleccionándolos) lo que Gilles Deleuze denomina la cuasi-causalidad de la obra como cuerpo erógeno y forma-sentido. En esa dimensión meta-biográfica, el texto se afirma en su autonomía relativa. Se despliega en la superficie metafísica incorporal e impersonal del acontecimiento-sentido (Deleuze: Lógica del sentido) problematizando y “des-estrechando” el campo de lo simplemente biográfico-especular. De ese modo el sujeto construye el “suspenso vital” que define a la formatividad (Pareyson) específica de un texto artístico. Sólo bajo el estatuto de “resto”, el yo biográfico se insinúa en el espacio propio de la coherencia interna de la obra...» © Armando Almánzar-Botello. "Escribir / Publicar. (Apuntes de pretensión psicoanalítica en torno al acto de escritura)". Diciembre de 1991. Santo Domingo, República Dominicana.
Por Armando Almánzar-Botello.
A medida que se alargaba el tiempo vacío de su aburrimiento en la minuciosa y concupiscente insolencia neorrealista de su trivial y garrapatosa escritura sucia para nada, Pajarito —el viejo insulso burguesito acomodado, solterón decadente y anacrónico, retorcido amanuense pizpireto, sinuoso, elitista y demodé, recientemente maquillado en ciberdelia financiera y oligárquica—, se iba dando cuenta de su genética y progresiva fealdad en concomitancia con el envejecimiento de su poética y los achaques irrevocables de la sórdida carne donde ahora sufría, en un tradicional y antiguamente recoleto sector de la ciudad de Santo Domingo.
Se tornaba con el paso de los días cada vez menos brillante, aunque le resplandeciera más que nunca la petulancia continua de su ovoide calva euclidiana, en especial cuando la coqueta figurilla de mazapán que caracterizaba a Pajarito era vista desde arriba, por alguien que lo sorprendiera en ángulo vertiginoso de picado, enfocándolo desde lo alto de un balcón o el encumbrado descansillo de una escalera, para poner a disposición del amable lector un par de ejemplos estratégicos.
A estas alturas de su vida, Pajarito, quien se jactaba siempre de sus vuelos iniciáticos de aprendizaje y sus presuntos conocimientos de las normas de urbanidad que imperaban en las grandes metrópolis, había perdido casi por completo la compostura.
Quizá para desplegar un estilo de vida en consonancia con el realismo sucio que practicaba en su escritura creativa, pedorreaba a diestra y siniestra —muy descarada, fétida y asiduamente—, sin respetar la presencia ni el olfato de los distinguidos invitados a las fiestas de gala y paseos rituales por veredas y jardines, que organizaba el mismo lustroso burguesito en sus antañonas mansiones urbanas, suburbanas y campestres.
Además, en el ámbito semiótico de la ficción literaria en sentido estricto, cada vez con regularidad mayor, Pajarito percibía que le fallaban los recursos narratológicos, y, con más frecuencia que nunca, sentía cómo se le mojaban elásticos los escrotos cuando meditaba búdicamente, ausente y distendido, sentado en la blanca taza del viejo y barroco inodoro patas de león, fabricado con pensativa y rica porcelana importada de Francia, Italia, España y Estados Unidos.
Entonces, enfrentando la elongación o la oquedad de su impotencia, Pajarito decidió al fin cambiar de oficio y se dedicó a lo que realmente siempre soñó ser desde que era casi un niño: confesor y recogedor profesional de honores en un club de putas y bugarrones desgraciados, alternando esta labor con la consejería técnica para disc jockeys y el afinamiento de tamboras a domicilio.
Pero muy poco sobrevivió al fracaso de su ilusoria vocación de escritor ejerciendo estos nuevos oficios. Tenía constantemente la penosa sensación de que su cuerpo, antaño robusto y barrigón, iba contrayéndose poco a poco, animado por quién sabe cuáles vocaciones y apetitos de inframundo...
Un turbio atardecer, mientras Pajarito contemplaba en la penumbra su amarillento y redondo rostro de luna llena sonriente reflejado en el espejo del botiquín del cuarto de baño de un hotelucho sórdido, de muy baja estofa —donde había pernoctado intentando un encuentro que resultó fallido con la eminente musa Calíope—, sintió de un modo repentino tal ataque sartriano de náusea y desparpajo que, fragmentado como una estatua rota en la confusión de su delirio, metió la ingenua cabeza en el inodoro alucinante, le dio allí de súbito un vértigo letrado y lujurioso de infinito, y se ahogó como un débil pajarillo aleteante que fue tragado casi de inmediato por la oxidada, fantástica y maloliente cañería, la cual, perversa, decidida, presurosa y sin remilgos, lo condujo, en franca violación a las leyes de la naturaleza y del realismo, en atropello a la piedad y a las normas del buen gusto y la justicia, rumbo al Infierno imprevisible, a la Cloaca, a la verdad final del Vertedero y el Pozo Séptico...
"La civilización es el desperdicio, la cloaca maxima", dijo un día Jacques Lacan.
Tomado del libro de relatos “¿Quiénes escribieron las historias?” (2009-2012). © Armando Almánzar-Botello, 2012. Santo Domingo. República Dominicana.
Otros enlaces en los que figura un texto relacionado con este:
Blog Otros Textos Mutantes:
http://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/03/fragmentos-de-un-bloque.html
Blog Cazador de Agua:
http://tambordegriot.blogspot.com/2013/11/fragmentos-de-un-bloque.html
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OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:
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