Tiene razón Barthes cuando escribe: «Es cierto que existe un racismo antiintelectual, y que el intelectual sirve de chivo expiatorio como el judío, el pederasta, el negro. El proceso a los intelectuales se reactualiza periódicamente en Francia desde el romanticismo. Es un proceso entablado por “el buen sentido”, por la gran opinión conformista. Por lo que se llamaba en Grecia “la opinión recta”, es decir, lo que se supone que la mayoría debe pensar. La pequeña burguesía, clase mayoritaria, es peligrosa: zarandeada entre la burguesía y el proletariado, siempre terminó por adherir a los regímenes fuertes y fascistas (...) La menor dialéctica, la más mínima sutileza asusta tanto a esta gente de espíritu grosero que, para defender su propio espesor, traen a colación el buen sentido que suprime todos los matices.» Roland Barthes: El grano de la voz, Siglo XXI Editores, México, 1983, página 320
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
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Si de entrada me perdonan el relativo descomedimiento, les diría que el artículo de Christopher Domínguez Michael sobre Roland Barthes (1) “me” parece muy “datoso”, pastoso y finalmente, poco substancioso.
En su mayor parte lo que dice son “vérités de La Palice” o verdades de Perogrullo, con las que el distinguido y joven escritor, periodista e intelectual mexicano, Premio Xavier Villaurrutia 2004, “jala agua pa’ su propio molino”.
Eso último no estaría mal si lo hubiese hecho con la gracia y la inteligencia que precisamente lo caracterizan, pero, en este artículo ensayístico del talentoso y reconocido novelista, crítico e historiador mexicano, estos referidos atributos, a la luz de nuestro limitado entendimiento, “brillan de un modo resonante” por su “más cabal ausencia”.
A pesar de ello y bajo una forma muy curiosa, he disfrutado de su lectura...
Para “mí”, algo muy importante en la superación de la doxa estructuralista del primer Barthes lo constituye el hecho de que el crítico francés habló, con posterioridad a la tesis tan cacareada de la “muerte del autor”, de un “retorno amistoso” de este —“Sade, Fourier, Loyola” RB—, pero no en su condición de personalidad civil, simplemente biográfico-especular, sino en su carácter de cuerpo: cuerpo erógeno, libidinal, escritural, textualizado: pluralidad de encantamientos, “escritura en alta voz” del cuerpo pulsional, decía Barthes, más próximo —anoto “yo” en los márgenes—, al cuerpo coreográfico de la “voz sin azogue”, al cuerpo complejo “auto-bio-tánato-heterográfico” que nos “teoriza” Jacques Derrida, o al “Cuerpo sin Órganos” (CsO) tal como lo piensan Artaud-Deleuze-Guattari…
Ver en esa mutación conceptual de Barthes, prefigurada en su maravillosa obra “S/Z” (1970), sobre el “Sarrasine” de Balzac, una “traición a la causa estructuralista”, un reflejo de deslealtad, hipocresía y “pedantería calculada”, revela, por parte del escritor y periodista mexicano, una mala fe hermenéutica o un simple y sorprendente desconocimiento del destino complejo y dinámico del pensamiento. Esta supuesta impotencia para comprender la necesidad histórica y epistemológica de un cambio teorético es algo que resulta injustificable y muy grave, dada la condición de historiador de las ideas que adorna con brillo al académico azteca.
¿O simplemente la postura fingidamente misoneísta de Domínguez Michael constituye un reflejo de la más reciente “geopolítica cultural reorientada” como Campo Unificado, en el marco de “nuevos acuerdos neoliberales de libre comercio cultural” y de nuevas cotizaciones de los “Clásicos” en la Bolsa de Valores culturales?...
En su etapa postestructuralista, Barthes, explícitamente, abandona, por ejemplo, al Gaston Bachelard de la analítica de lo “imaginario” para entrar en el terreno conceptual —sensiblemente modificado— del Jacques Lacan de la “jouissance”, del goce/placer del texto, de la letra y la escritura como “litera” o “litoral” del fenotexto/genotexto…
A pesar de lo que podríamos leer entre líneas en lo escrito por Domínguez Michael, en aquel Barthes post, pensador de la escritura y crítico de otro modo, se abre un campo teorético-reflexivo muy fértil para una relectura, no solo de los clásicos, sino de los modernos y los postmodernos...
La “flexibilización” del autor de “Elementos de Semiología” con respecto al rigorismo positivista del estructuralismo duro, no implica un abandono mondo y lirondo de toda teoría. Entenderlo así sería reflejo de un déficit cognitivo de nuestra parte. Esto lo aceptaría, sin dudas, el brillante escritor mexicano cuyo artículo ocupa nuestras divagaciones.
Por cierto, y como amplificación ilustrativa, especificamos que, a pesar de lo que creen los que nunca han sabido o podido leerla, la obra de Jacques Lacan, una de las improntas decisivas en la configuración de una buena parte del utillaje conceptual y metodológico del segundo Barthes, el postestructuralista, constituye, a la fecha, uno de los pensamientos críticos de mayor vitalidad y vigencia hermenéutica —no solo en el ámbito francoparlante e hispanoamericano, sino también en el resto de Europa, en Japón, y, sobre todo, en los Estados Unidos.
Esa obra lacaniana, traducida y comentada por críticos, psicoanalistas y pensadores como Terry Eagleton, Moustapha Safouan, Bruce Fink, Jacques-Alain Miller, Gianni Vattimo, Slavoj Žižek, Alain Badiou, entre otros, constituye un corpus decisivo para una más afinada comprensión de la literatura, el arte, la política y los problemas del mundo contemporáneo entendidos como síntomas a interpretar, explorar, merodear y recrear...
La concepción barthesiana de la lectura como “relación autotransferencial del sujeto lector con el texto”, de inspiración poético-simbolista y freudo/derridiano/lacaniana, rompe con el estatuto del texto como simple “documento”, como “objeto científico” susceptible de “padecer”, en su análisis, el principio rigorista de exhaustividad propio del positivismo estructuralista.
Esto lo saben todos los que han leído a Barthes con cierta atención mínima. Ello no implica ninguna traición a la “revolución” estructuralista, sino la comprensión profunda de los límites de un método y la necesidad de cambiar de “espejuelos epistemológicos”.
En este párrafo de Christopher Domínguez Michael se revela toda la maligna “ingenuidad” erudita de los que piensan como él:
«Yo apruebo la traición de Barthes pero no puedo sino dedicar un pensamiento a los engatusados. Si la teoría literaria solo era una ficción (así concluye Compagnon “Le démon de la théorie / Littérature et sens commun”, 1998), ¿no habría valido la pena, en vista de sus consecuencias nefastas, ahorrársela?». CDM.
Yo me pregunto, y le preguntaría también a Domínguez Michael en su condición de historiador de las ideas: ¿Cómo se puede “ahorrar” un intelectual los problemas conceptuales que impone la episteme o el paradigma gnoseológico de su época? ¿Cómo ahorrarse el momento “positivista” del estructuralismo francés, después del “agotamiento” crítico del modelo fenomenológico de finales de los años 50; período en que, el portaestandarte de este método —Jean-Paul Sartre—, se orienta hacia el análisis marxista de la sociedad?
Hay que recordar que una de las legítimas acusaciones lanzadas contra la crítica literaria, existencialista o no, anterior al compromiso de Sartre con el marxismo, era que esta constituía —en el mejor de los casos—, una mera ejemplificación de la cartilla temática de Hegel y la fenomenología, o una cansada serie de modalizaciones del pensamiento de filósofos como Husserl, Heidegger, Sartre, Merleau-Ponty, Bachelard, Blanchot, Simone de Beauvoir…
A este repetitivo y jadeante “eruditismo” crítico solo servía de contrapunto, hasta el advenimiento del estructuralismo, el simple comentario impresionista, espontaneísta y caprichosamente banal, carente de rigor cognoscitivo, de consistencia conceptual y de auténtica criticidad.
Ese cuestionamiento a una empobrecida práctica crítico-literaria que asumía como bandera metodológica una desgastada lectura de la fenomenología y del existencialismo, estaba “implícito y latente” en los mismos sectores pensantes del Zeitgeist europeo, en las estructuras atmosféricas de conciencia intelectual de la época. En este sentido, hay pruebas palmarias que no es preciso mencionar en este contexto.
El estructuralismo francés de los sesenta vino, como un “corte epistemológico” —Louis Althusser dixit—, a llenar la necesidad “dialéctica” —no le temo al uso de la palabrita ni del concepto en el ámbito de las llamadas ciencias humanas—, de establecer un diálogo entre el marxismo, el psicoanálisis, la antropología y la lingüística estructural—: piénsese, no más, en Lévi-Strauss, Foucault, Lacan y el mismo Althusser…
Todo ello tuvo, evidentemente, sus efectos inevitables sobre la teoría y la crítica literarias. Positivos y negativos.
Barthes fue en este aspecto un hombre de su época. Pero como Foucault, como Lacan, como Althusser, como Derrida... no permaneció anclado en los presupuestos conceptuales y metodológicos estructuralistas, por efecto del inteligente y poderoso dinamismo interno de su “propio” pensamiento.
Barthes diría después que, con respecto a pensamientos como el de Lacan, Derrida y Deleuze, él se encontraba en la “retaguardia de la vanguardia”.
Dicho sea de paso, Foucault, Derrida y Lacan nunca fueron estructuralistas ortodoxos. Recuérdese que Derrida, por ejemplo, afirma que su visión “gramatológica” desarrolla las exigencias más legítimas del estructuralismo pero que desborda este cancel epistémico. Lacan, por su parte, elabora un concepto de significante que por su torsión del concepto saussuriano de signo no es propiamente estructuralista, aunque parta de esa metodología.
Las acusaciones de impostura vendrán muchos años después, provenientes de “eminencias canallas” que nunca realizaron el esfuerzo de leer, en su justa dimensión, a un Lacan, a un Derrida, a una Kristeva o a un Deleuze… Resentimiento “imperial” del sentido común y el buen sentido contra la difícil coherencia crítica de las lógicas paraconsistentes y paradójicas.
Cito este otro párrafo de Domínguez Michael que despierta también mis sospechas ideológicas:
«En el centro del sistema de Barthes (adelanto así mucho de lo que no me gusta) había una hipocresía de origen, una deslealtad, un desprecio sofístico por la credibilidad del vulgo universitario, una pedantería calculada. Barthes fue el primero de los buenos lectores de Barthes que se dio cuenta de la impostura y actuó en consecuencia, se deshizo del teórico y dedicó su literatura al misterio supremo, el de su propia vida, amores y muertes». CDM.
Este “odio” a la teoría y al pensamiento filosófico, que se transparenta en el anteriormente citado “montoncito de palabras”, resulta que no es más ni menos que un “mero mero” antiintelectualismo, una simple pose y un desconocimiento o “renegación perversa” del positivo impacto que el estructuralismo teórico-conceptual y metodológico —no solo en los ámbitos de la literatura y la critica— tuvo en su momento en la atmósfera cultural europea y mundial.
En las citadas palabras de Domínguez Michael se torna explícita, además, una creencia “ingenua” en la categoría problemática de “vida”, concepto que tantas reflexiones ha motivado desde Platón a Nietzsche, desde Bergson a Deleuze y Derrida, en sus relaciones con el arte y la literatura en particular…
La concepción de “la vida” que se perfila por detrás de las palabras del periodista y ensayista mexicano, trasluce un uso en verdad muy “fuzzy” (borroso), pueril y hasta cínico de esta categoría. El concepto de “vida” en Domínguez Michael es evidentemente prefilosófico, acrítico, forma parte de la vulgata del “sentido común” y del “buen sentido”.
Con dicho uso convencional del sintagma “propia vida, amores y muertes”, nuestro ensayista simula confundir el retorno amistoso del “autor”, aludido por el Barthes postestructuralista, con el retorno banal de la crítica impresionista, de la biografía “bruta” (novela que no se confiesa como tal, como decía el mismo Barthes), de las “mitologías de la propia vida” más convencionales y críticamente menos alertas y esforzadas, cónsonas con el batón, el botín, el bote y el boato, cuando no con el betún de la estigmatización segregativa oculta bajo las apariencias mentidamente “inclusivistas” de un burdo intuicionismo pragmático que propone como tesis epistémica un “agarra la gallina y retuércele el gollete”.
Sin negar la caducidad de las preceptivas estrechas y las mutaciones históricas de las teorías literarias, debemos plantear, no obstante, que si bien podemos criticar y rechazar el cientificismo, un cierto “cientismo tautológico” carente de imaginación y de vida, consideramos también que la afasia, la agnosia, el déficit intelectual, el culto a los ídolos del mercado y la anestesia de la sensibilidad, no son síntomas y atributos exclusivos “del amplio proletariado intelectual y de la república de los profesores” (CDM), sino, además, de muchas prácticas escriturales cínicas e ideológicas orientadas a forcluir lo Real del sujeto contradictorio y plural, a rechazar la multiplicidad problemática de las culturas. Existen reductores intereses “político-literarios y culturales” patrocinados por consorcios, universidades, grupos de poder y decisión, gremios nacionales e internacionales. Esas instituciones conservadoras, efectivamente etnocéntricas y plutocráticas, financian y regulan, con selectiva y pragmática vocación hegemónica, los valores y puntos de vista de apreciación, los protocolos y contenidos de la investigación literaria y artística.
Dos últimas observaciones sobre este escrito de Domínguez Michael. Esperé en su texto de marras, desde el principio, algo similar a esto que ahora repito:
«Me encanta en Barthes su lado, quién lo dijera, Cyril Connolly, autor al que probablemente ignoraba o despreciaba: “Roland Barthes por Roland Barthes”, “Fragmentos de un discurso amoroso”, “Diario de duelo”, tantas páginas de los seminarios póstumos, se parecen más, mucho más, con todo y sus ínfulas teoréticas, a los libros del crítico inglés (“Enemigos de la promesa”, “La tumba sin sosiego”) que a las obras de Gérard Genette o de Deleuze o a las novelas de Sollers». CDM.
La otra cita de este escrito que me resulta muy reveladora de la posición “ideológico-literaria” de Domínguez Michael con respecto a la dinámica histórica del pensamiento de Roland Barthes, es la siguiente:
«Años después, en una nota de “Lo neutro”, explica Barthes, despectivo como un Des Esseintes, que lo que él vio durante la Revolución Cultural [en la China de Mao], la campaña anticonfuciana, se explicaba gracias a la vieja oposición binaria que separa la fijeza del movimiento, a Platón de Aristóteles, a Confucio de Lao Tse. Lo demás, miles y miles de muertos y la destrucción de la intelectualidad china, ¿por qué habría de importarle al gran mandarín venido de París?...». CDM.
En otro revelador contexto de sus escritos literarios (“La sabiduría sin promesa”, 2001), Domínguez Michael nos dice: “El lector del futuro tendrá tantas dificultades para distinguir a un comunista de un fascista como nosotros a los güelfos y gibelinos...” CDM.
Acepto de antemano que puedo estar equivocado en mis juicios, pero, en sopesada lecto-escritura sintomática, así percibo la "finalidad" ideológica del texto sobre Roland Barthes escrito por el distinguido literato mexicano Christopher Domínguez Michael: Retorcido intento, ya comprobado como tal en otros casos análogos, de erosionar la vigencia de ciertos pensadores europeos franceses contemporáneos, arrojando sobre la singularidad de sus ideas y estilos de vida un lodo semántico de sospecha y descrédito ético-metodológico, generado por la mala fe de una parcializada y ambigua labor crítica que se revela, palmariamente, a favor de una rotunda supremacía del Zeigeist anglosajón.
Esa estrategia puede indicar, en el mejor de los casos, una simple “afinidad electiva” goethiana, un combate de intereses en el “mercado de valores culturales”, pero también, una cínica ideología conservadora enmascarada de jovial, “pastosa y datosa” erudición periodística y publicitaria...
La vejez no es tan solo biológica. Muchos intelectuales académicos, en prematuridad impotentes y agotados *, escriben sus trucos mercadológicos y autopromocionales, sus postverdades y engañosas letanías pseudoteoréticas y pseudolíricas en el contexto de lo que Jacques Derrida concibe como “artefactualité” y “actuvirtualité”: construcciones político-fantasmáticas de guiones existenciales “pasados por agua de rosas”, configuraciones de un mentido “real” domesticado y falaz que viene a presentarse como constelación de hechos, como supuesta actualidad y vigencia “tecnotelemediatizadas”, como “narrativa” perversa que forcluye la problematicidad de lo real al someterlo a una virtualidad programada tecnoelectrónicamente, como nos resaltó con extrema lucidez el escritor norteamericano William S. Burroughs, creador del sintagma “sociedades de control”, acuñado luego por Michel Foucault y Gilles Deleuze...
No se trata entonces de la oposición deleuziano-bergsoniana “virtual/actual”, sino de la trivial conversión del denominado campo trascendental de inmanencia —que constituye lo virtual postmetafísico— en una convencional, simple, imitativo-ilusionista y empobrecida “Virtual Reality” (VR) que, como bien señala un gran especialista español en medios de comunicación de masas, Román Gubern, viene a encarnar la consumación de la metafísica occidental de la presencia en su modo semiótico-representativo más insulsamente albertiano.
En su pueril afán de lograr una banal inmortalidad inmanente a través de sus muy relativamente valiosas producciones, esos “ancianos” inmaduros “sueñan contemplar, discretamente, ocultos tras las tumbas, el escenario luctuoso de su [inevitable y] propio enterramiento”... por la espectralidad de la escritura pasada y por venir...
Armando Almánzar-Botello
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Marzo de 2010
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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* Los referidos intelectuales, a pesar de su cultura y de su no tan avanzada edad, parecen actuar por simple sentido “nostálgico-juvenil” de la competencia en el mercado, entendida esta competencia como demostración “falófora” de vigor y de una supuesta sabiduría hija de la experiencia, de un poder fálico-simbólico que se “prolonga” de manera farmacéutica... Lo que no deja de resultar bastante ridículo y neoliberal...
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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3 de octubre de 2016
MARIO VARGAS LLOSA CONFIESA NO ENTENDER EL DISCURSO DEL PENSADOR Y PSICOANALISTA FRANCÉS JACQUES LACAN. ¡¡Y QUÉ CON ESO!!
Por Armando Almánzar-Botello
¡Qué insulsa, qué irresponsable, superficial y deshonesta “crítica” la de Mario Vargas Llosa a lo más valioso de la intelectualidad progresista francesa del pasado siglo XX!
Y lo más ridículo y penoso es que lo hace por “interpósita persona”, valiéndose del ensayo “¿Para qué los filósofos?” de la autoría de un personaje “tan lúcidamente conservador” como lo fue Jean-François Revel, cuya obra gris en la distancia resulta casi por completo irrelevante y prescindible si la comparamos con lo escrito por figuras de la magnitud de Martin Heidegger, Claude Lévi-Strauss, Jacques Lacan, Michel Foucault, Roland Barthes, Gilles Deleuze o Jacques Derrida.
Mathieu Ricard, monje budista con gran formación científica, hijo de Jean-François Revel, quizá resulte más autorizado que su difunto padre y que Mario Vargas Llosa para emitir juicios filosóficos sobre la obra sutil, polifónica y compleja de Jacques Lacan.
Si el escritor peruano-español no “entiende” al psicoanalista y pensador francés Jacques Lacan, dicho desencuentro intelectual constituye o presupone el testimonio de una memorable y significativa limitación cognitiva de don Mario Vargas Llosa, un desfallecimiento de su potencia crítico-hermenéutica, mas no una limitación teorética o estilística de Jacques Lacan.
Otras relevantes personalidades intelectuales, sin ser Premios Nobel de nada pero sí verdaderos filósofos o pensadores críticos, tales como Philippe Lacoue-Labarthe (+), Alain Badiou, Moustapha Safouan (+), Slavoj Žižek, Jean-Joseph Goux, Jacques-Alain Miller, Jean-Luc Nancy (+), Christian Chambet, Jean-Claude Milner, Jorge Alemán Lavigne, François Regnault, Bruce Fink —por solo citar una docena de importantes figuras del pensamiento filosófico, lingüístico y psicoanalítico más vigoroso y actual—, no solamente entendieron y entienden el discurso complejo de Jacques Lacan en su particular historicidad, sino que han seguido, en muchos aspectos, las directrices trazadas por este fértil pensamiento.
No todo es “vagina dentata”... ¡Ah la presumida vanidad de ciertos “glandes” dentados!
Armando Almánzar-Botello
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3 de octubre de 2016 (Textos online)
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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10 de junio de 2011
Manifesté mi estratégica resistencia teórico-política al modelo neoliberal desde el momento mismo de su implantación en la Rep. Dominicana, cuando se comenzó a hablar de la “desregulación” de códigos y normativas locales entendiéndolos “indiscriminadamente” como instancias retardatarias que impedían nuestro acceso a una verdadera modernización. Trabajaba yo entonces en el Centro Dominicano de Promoción de Exportaciones (CEDOPEX) y fui testigo de... ¡Bueh!
Los resultados de esa desregulación (in)discriminada y sobrecodificada por intereses “ocultos”, están hoy a la vista: la franja entre entre ricos y pobres es mayor, las desigualdades sociales se han incrementado por efecto de la doble velocidad de la economía, como resultante vectorial a su vez —entre otros muchos factores—, del descuido a que están sometidos nuestros “aparatos productivos” en sentido general... Aquí interviene mi metáfora de “atractores extraños en la sombra” para aludir a los agentes o instancias que condicionan ese fenómeno terrible de la desigualdad creciente en el planeta, y especialmente en nuestras sociedades del Tercer Mundo.
Menciono de paso la apuesta que significó para mí textualizar esa confusión de rasgos, tiempos y ritmos históricos que vivía y vive lo vernáculo (no sólo dominicano), en un texto simultáneamente poético, ensayístico y narrativo de 1993, “Cazador de Agua”, que figura, retocado, en mi libro homónimo publicado por la Editora Nacional en 2003.
Temas posibles para los Estudios Culturales Postcoloniales…
Armando Almánzar-Botello
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10 de junio de 2011
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo,República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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ADENDA 2020
Por Armando Almánzar-Botello
No son tan disímiles “los pensamientos filosóficos” y los “pensamientos literarios”.
Existe, explícita o implícitamente, una relación esencial entre ellos de la que ofrecen o dan testimonio figuras como Platón (gran artista de la escritura literaria), Cervantes, Shakespeare, Sófocles, Dostoievski, Heidegger, Derrida, Sartre...
Como dicen Gilles Deleuze y Felix Guattari: No son la misma cosa pensar con el “concepto” filosófico; pensar con funciones lógicas y matemas (como en la ciencia) y pensar con “perceptos y afectos” (tal como es el caso del arte, y en particular de la literatura y la poesía). Son diferentes formas de pensamiento que inevitablemente resuenan una en la otra, conformando lo que Deleuze-Guattari denominan “cerebro-sujeto”.
Toda literatura profunda filosofa; toda filosofía relevante se abre al arte, a la literatura, a la poesía. Hay gran filosofía implícita en las obras narrativas y poéticas de Hermann Hesse, de Thomas Mann, de San Juan de la Cruz, de Paul Valéry, de Marcel Proust, de Rainer Maria Rilke, de César Vallejo, de Paul Celan, de Franklin Mieses Burgos, de Oliverio Girondo, de Manuel del Cabral, de Antonio Fernández Spencer...
Simétrico-inversamente, hay gran literatura en las obras de Platón, Spinoza, Diderot, Schopenhauer, Bergson, Ortega y Gasset, Nietzsche, Sartre, Pedro Henríquez Ureña, José Carlos Mariátegui...
En el caso del gran escritor Mario Vargas Llosa sigue existiendo una relación entre su escritura y la filosofía (aunque no sea filosofía sistemática).
La causa de que intelectuales como Jean-François Revel y Vargas Llosa condenen a ciertos escritores contemporáneos es de naturaleza política, es asunto de supremacía cultural. Se trata de neutralizar, en la “geopolítica cultural del campo unificado”, todo pensamiento que pueda oler a comunismo o simplemente a izquierdas, marxistas o no.
La descalificación de cierto Sartre, de cierto Lacan, de cierto Derrida, corre de la mano de un perverso y paradójico “culturalismo neoliberal” que pretende anular, “hacer olvidar”, hacer desaparecer, borrar del archivo...
Muchos intelectuales, escritores y artistas pseudocríticos, (semi)letrados y oportunistas, personajes realmente privados de vigor conceptual y de capacidad de abstracción, le siguen irreflexivamente los pasos a don Mario Vargas Llosa, quien es, sin lugar a dudas, un valioso y laureado autor de ficción en la más importante literatura contemporánea de Hispanoamérica, pero simultáneamente un machacón, árido, sociologizante y despotenciado teórico neoliberal.
Lo realizado por él y por el abominable difunto Jean-François Revel, constituye una especie de purga ideológica, una suerte de “macarthismo ilustrado”, de nueva y pseudoepistemológica caza de brujas, con el objetivo de imponer, por un lado, una hegemonía intelectual conservadora y anglófila, mentidamente “antiesotérica”, que actúa de hecho en nombre de una falsa democracia intelectual del sentido común y del buen sentido, y por el otro, una hipócrita y supuesta crítica de la “civilización del espectáculo”, concebida esta última por ellos como un “salvoconducto letrado” para olvidar los reclamos de las oralidades combativas e irreductibles, las culturas mutantes, híbridas o mestizas latinoamericanas y europeas, la indomeñable polimorfia de los estamentos populares de un mundo pluricultural que se resiste a la globalización etnocéntrica, homogeneizante y financiera.
¡Viva el Fondo Monetario Internacional! ¡Viva la OEA! ¡Viva el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica! ¡Viva el capitalismo neoliberal enmascarado! ¡Vivan las oligarquías glocales pseudodemocráticas!
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
NOTAS:
1. El término misreading (“mala lectura creativa”) puede prestarse a malentendidos —siempre inevitables, según Baudelaire, Freud, Proust, Lacan, Bloom—. Mi uso de dicho concepto en el título del presente artículo no tiene una intención normativa, “correctiva” o canónica. Según el mismo Harold Bloom, quien acuña la noción de marras, no hay posibilidad de leer un texto sin “misreading”, sin mala lectura, sin desvío con respecto a lo que podría entenderse como una intención explícita del autor. Para la interpretación de un texto —por más orientado, planificado, contraefectuado y dirigido que este se ofrezca al sujeto receptor— no hay más referencia firme que el juego abierto de las diferencias. La “buena lectura” sería la lectura pasiva, yerta, que no aporta nada, que no explora la posibilidad de producir nuevos sentidos generados por la interacción del sujeto lector y la materialidad significante del texto. No hay recepción “genuina” de una herencia, de un legado, de los valores registrados en un archivo, sin un “pensar rememorante-distorsionante” (mala lectura creativa) que actúa, quiéralo el sujeto o no, sépalo o no, en todo acto de recepción de los textos y los dones simbólicos.
2. Ver: Christopher Domínguez Michael: «Otra pena en observación. “Diario de duelo” de Roland Barthes», en revista “Letras Libres”, México, febrero 2010
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