Por Armando Almánzar-Botello
«A los muertos que me habitan les doy vela en este entierro.» Armando Almánzar-Botello
A Octavio Paz, in memoriam
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Octavio Paz, el gran poeta, ensayista y crítico mexicano (1914–1998) es muy lúcido en casi todo lo que escribe, aunque no haya sido un especialista en algunos temas que abordaba con cierto desenfado...
No obstante, Paz tenía a su favor unos pequeños detalles: además de poseer una colosal erudición, era un verdadero genio creativo a la altura de los grandes de todos los tiempos...
Debo aclarar que, a mi modesto entender, cuando Paz menciona en cierto contexto de su obra el llamado “don de lenguas” caracterizándolo como “glosolalia”, no pierde de vista nada esencial ni comete un error conceptual o etimológico de bulto.
Allí Paz nos remite a la socorrida explicación científico-racional de un fenómeno complejo que posee, además de su carácter “poético”, una vertiente bíblico-religiosa percibida por la “fe abrahámica” y cristiana —insisto en esta palabra: “fe”— como un don espiritual y milagroso que permite hablar y entender perfectamente lenguas originalmente desconocidas para el hablante.
En efecto, la Biblia ofrece testimonio de ello, aunque en 1 Corintios 14 se puede leer que quien habla en lenguas solo se entiende a sí mismo, pues su uso del lenguaje es para hablar con Dios y no con los hombres.
En ese sentido, frente al “don de lenguas” el texto bíblico exhorta a “profetizar” como un medio o recurso que ofrece mayor servicio a la comunidad de fieles en tanto que hace con más fuerza “lazo social” para el mensaje cristiano, tal como define Jacques Lacan a dicho vínculo.
El mismo texto bíblico dice que quien habla en lenguas se edifica solo a sí mismo, mientras que quien profetiza edifica a la iglesia...
Se reconoce allí, aunque atribuido al Espíritu Santo, el carácter “idiolectal” —y hasta podríamos decir, “cuasisolipsista”—, del “hablar en lenguas” por parte del sujeto: solo Dios lo entiende...
Aun así, en ciertos contextos bíblicos aparecería sin lugar a dudas la comunicación real con otros individuos humanos producida en base al don de lenguas...
Retornamos... En la mayoría de los casos rigurosamente investigados en la actualidad, el llamado “don de lenguas” es, precisamente, una simple “glosolalia” entendida como “disolución (in)voluntaria o inducida” de las estructuras morfosintácticas del discurso de un hablante.
Esa vivencia “lingüística” viene a “(re)conducir” la verbalización del sujeto a una fase “posterior al grito pero anterior a la palabra propiamente dicha”, entendida esta última como palabra transmisora de “significados cerrados” o intencionales.
Para referirse a esta relación originaria del sujeto con el lenguaje, Jacques Lacan habla de “lalangue” (lalengua), definida por él como una trama de “significantes prelingüísticos” (“letras”, en sentido lacaniano) o juego fónico de condensaciones y desplazamientos anterior a toda lengua constituida.
Esa “lalengua” es la matriz de la “glosolalia” y de las posteriores estructuras estabilizadas del lenguaje propiamente dicho; de ese lenguaje que permite actos de habla o de producción de sentido, de discursos articulados por un hablante particular que utiliza estructuras sígnicas intencionales sometidas a la regulación de una particular sintaxis, a una explícita intención significativa (Bedeutung-intention husserliana), etcétera.
Por otra parte, la técnicamente llamada “xenoglosia” —en su diferencia relativa con la “glosolalia”—, implicaría cierta capacidad de hablar correcta y efectivamente una lengua en apariencia desconocida hasta ese momento por el sujeto en cuestión. Aquí este podría comunicarse con los otros y hacer “lazo social”.
La arriba mencionada experiencia estaría más próxima al “don de lenguas” entendido desde el punto de vista de la fe religiosa que habla de sellar alianzas mediante la Palabra. Bien. ¿Bien?
Debemos aquí resaltar, no obstante, que cuando se han estudiado rigurosamente ciertos fenómenos de “xenoglosia” (no digo ahora “glosolalia”), lo que se descubre detrás de ellos es algo que no tiene absolutamente nada de milagroso: el sujeto hablante de la “neolengua” sencillamente conocía las estructuras básicas de ese “recien adquirido” sistema de signos pero las había olvidado por particulares coyunturas históricas y existenciales: migraciones tempranas hacia contextos culturales y lingüísticos distintos, diversos traumatismos de guerra, bloqueos o represiones inconscientes, destituciones, transculturaciones, deculturaciones, traumatismos etnopsiquiátricos tempranos de aculturación y resimbolización cultural, etcétera. Estos fenómenos son estudiados por disciplinas científicas como la etnopsiquiatría y el psicoanálisis complementarista, asistidas por la psicolingüística, la neurolingüística y la biolingüística.
El “hablar en lenguas”, históricamente, tiende a producirse en un contexto de interaccionismo transvernáculo, multicultural y plurilingüe que ofrece la “materia prima” propicia para la emergencia del fenómeno en esta su particular vertiente.
En otros casos de “xenoglosia”, científicamente estudiados hasta con recursos neurocognitivos o neurocientíficos de laboratorio y “medical imaging” (además de rastreos clínicos de la historia personal del sujeto), lo que se ha descubierto por detrás de dicha “xenoglosia” es precisamente la llamada “ensalada de palabras”, productora de “palabras-valija”, en el contexto de una “esquizofasia” o disolución psicótica de las estructuras canónicas del discurso lingüístico, tal como esta fue descrita y estudiada por el precursor psiquiatra Emil Kraepelin, o de una “afasia”, entendida como severa desorganización de las estructuras discursivas, orales y escritas, tal como este trastorno neurológico del lenguaje fue analizado por el lingüista, pensador y teórico de la literatura Roman Jakobson.
Aclaro. Lo señalado arriba no niega la posibilidad de que un determinado sujeto acceda de un modo cultural y reglado a estas “cuasiestructuras” disipativas, “neoformaciones” o neologismos generados por condensación y desplazamiento significantes. En el Crátilo, Platón pone a “hablar” a Sócrates por medio de unas “neoformaciones (a)significantes” que dan testimonio de lo que Georges Devereux denomina, siguiendo al psicoanálisis y a la antropología cultural: “una erupción psicótica del proceso primario del inconsciente individual” de Sócrates. No obstante, la lengua de Platón y Sócrates era la griega. Ambos retornaban, después de esas experiencias de exaltación lingüística y “fuga de ideas”, al discurso filosófico canónico...
Lo que deseo significar con todo lo anteriormente dicho es que no podemos encerrarnos —sino por un acto de fe imponderable y muy personal—, en la interpretación abrahámica, bíblica o pentecostalista del “don de lenguas”.
También existen las interpretaciones del fenómeno desde las perspectivas antropológica, psicohistórica, psiquiátrica, psicoanalítica, cognitivista, neurolingüística, lingüístico-filosófica, etcétera.
Para el creyente: “Don de lenguas”: ¡milagrosa inspiración multilingüística producida por el Espíritu Santo.
Para el no creyente o para el creyente en suspenso el “Don de lenguas” remite al “balbuceo místico del Ser” (Juan de la Cruz), a la recuperación de una lengua aprendida y luego olvidada, o a la disolución patológica (esquizofasia) o no patológica (juego de palabras como síntoma sublimado o “sinthome”) de unas estructuras lingüísticas determinadas.
En este último caso creativo, cuyo ejemplo más portentoso lo sería un James Joyce, se observa una recreación sintomática de la despedazada “lengua propia” convertida en “saber-hacer-con la letra” (Lacan), para producir un nuevo tipo de “don de lenguas literario”...
Decía el filósofo español Xavier Zubiri que la creencia en Dios... y en el “don de lenguas” por intervención del Espíritu Santo... son hechos de “admisión”, situados más allá de toda discusión convencional; más allá del mero “asentimiento intelectual”...
Si existe una discusión “bizantina” por excelencia es aquella que se demora en fraguar tesis y argumentos a favor o en contra de ciertos modos de concebir lo divino y sus manifestaciones. En “eso” se cree o no se cree... Mientras tanto, la racionalidad humana plantea respuestas e interrogantes. ¡Está en su derecho!
Yo, como sujeto particular obligado a pensar —dada mi humana condición mortal de Ser-en-el-mundo (Dasein)—, entiendo que lo más importante hoy en día no es saber si Dios y el “don de lenguas” —tal como se entienden en el ámbito abrahámico y cristiano—, existen o no existen como manifestaciones trascendentales, sino más bien el descubrir, en cada situación, quién nos engaña y qué nos oprime, para luchar contra ello en un proceso de redescripción permanente de nuestra libertad...
Armando Almánzar-Botello
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18 de abril de 2020
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
FOTOGRAFÍA: Octavio Paz