sábado, 30 de junio de 2018

¿Misreading (1) de la escritura de Roland Barthes?

Barthes estructuralista, postestructuralista, vitalista...

«… Es cierto que existe un racismo anti-intelectual, y que el intelectual sirve de chivo expiatorio como el judío, el pederasta, el negro. El proceso a los intelectuales se reactualiza periódicamente en Francia desde el romanticismo. Es un proceso entablado por “el buen sentido”, por la gran opinión conformista. Por lo que se llamaba en Grecia “la opinión recta”, es decir, lo que se supone que la mayoría debe pensar. La pequeña burguesía, clase mayoritaria, es peligrosa: zarandeada entre la burguesía y el proletariado, siempre terminó por adherir a los regímenes fuertes y fascistas (...) La menor dialéctica, la más mínima sutileza asusta tanto a esta gente de espíritu grosero que, para defender su propio espesor, traen a colación el buen sentido que suprime todos los matices.» Roland Barthes, El grano de la voz, Siglo XXI Editores, México, 1983, página 320.


Por Armando Almánzar-Botello


     Si de entrada me perdonan el relativo descomedimiento, les diría que el artículo de Christopher Domínguez Michael sobre Roland Barthes (2) “me” parece muy “datoso”, pastoso, y finalmente, poco substancioso.

En su mayor parte lo que dice son vérités de La Palice o verdades de Perogrullo, con las que el distinguido y joven escritor, periodista e intelectual mexicano, Premio Xavier Villaurrutia 2004, “jala agua pa’ su propio molino”.

Eso último no estaría mal si lo hubiese hecho con la gracia y la inteligencia que precisamente lo caracterizan, pero, en este artículo ensayístico del talentoso y reconocido novelista, crítico e historiador mexicano, estos referidos atributos, a la luz de nuestro limitado entendimiento, “brillan de un modo resonante” por su más cabal ausencia.

A pesar de ello, y bajo una forma muy curiosa, he disfrutado de su lectura...

Para “mí”, algo muy importante en la superación de la doxa estructuralista del primer Barthes lo constituye el hecho de que el crítico francés habló, con posterioridad a la tesis tan cacareada de la “muerte del autor”, de un “retorno amistoso” de este —Sade, Fourier, Loyola (1971) RB—, pero no en su condición de personalidad civil, simplemente biográfico-especular, sino en su carácter de cuerpo: cuerpo erógeno, libidinal, escritural, textualizado: “pluralidad de encantamientos” y parlêtre lacaniano, a entender como cuerpo pulsional y parlante... 

En aquel breve y lúcido libro de Barthes titulado El placer del texto (1973), el gran semiólogo y crítico francés nos habla de una “escritura en alta voz” reveladora del cuerpo pulsional, próxima también dicha corporalidad —anoto “yo”, cauteloso, en los márgenes del debate—, al  cuerpo derridiano y coreográfico correspondiente a la “voz sin azogue”, al cuerpo “bio-tánato-heterográfico” que luego nos “teorizaría” el mismo Jacques Derrida, o al “Cuerpo sin Órganos” (CsO) tal como lo piensan Antonin Artaud y Deleuze-Guattari… 

Ver en esa mutación conceptual de Barthes, prefigurada en su penetrante y transgresiva obra S/Z (1970), sobre el Sarrasine de Balzac, una traición a “la causa estructuralista”, un reflejo de deslealtad, hipocresía y “pedantería calculada”, revela, por parte del escritor y periodista mexicano, una mala fe hermenéutica y/o un simple desconocimiento del destino dinámico del pensamiento, algo que resulta muy grave en su condición de historiador de las ideas.

¿O simplemente la postura fingidamente misoneísta de Domínguez Michael constituye un reflejo de la más reciente “geopolítica cultural reorientada” como campo unificado, en el marco de nuevos acuerdos de libre comercio cultural y de nuevas cotizaciones de los “Clásicos” en la Bolsa de Valores Culturales?...

En su etapa post-estructuralista, Barthes, explícitamente, abandona, por ejemplo, al Gaston Bachelard de la analítica de lo “imaginario” para entrar en el terreno conceptual —sensiblemente modificado— del Jacques Lacan de la jouissance, del goce/placer del texto, de la letra y la escritura como litera-litoral del fenotexto/genotexto…

A pesar de lo que podríamos leer entre líneas en lo escrito por Domínguez Michael, en aquel Barthes post, pensador de la escritura y crítico de otro modo, se abre un campo teorético-reflexivo muy fértil para una relectura, no solo de los clásicos, sino de los modernos y los postmodernos...

La “flexibilización” del autor de Elementos de Semiología con respecto al rigorismo positivista del estructuralismo duro, no implica un abandono mondo y lirondo de toda teoría. Entenderlo así sería reflejo de un déficit cognitivo de nuestra parte. Esto lo aceptaría, sin dudas, el brillante escritor mexicano cuyo artículo ocupa nuestras divagaciones.

Por cierto, y como amplificación ilustrativa, especificamos que, a pesar de lo que creen los que nunca han sabido o podido leerla, la obra de Jacques Lacan, una de las improntas decisivas en la configuración de una buena parte del utillaje conceptual y metodológico del segundo Barthes, el postestructuralista, constituye, a la fecha, uno de los pensamientos críticos de mayor vitalidad y vigencia hermenéutica —no solo en el ámbito francoparlante e hispanoamericano, sino también en el resto de Europa, en Japón, y, sobre todo, en los Estados Unidos.

Esa obra lacaniana, traducida y comentada por críticos, psicoanalistas y pensadores de la dimensión de Terry Eagleton, Moustapha Safouan, Bruce Fink, Jacques-Alain Miller, Gianni Vattimo, Slavoj Žižek, Alain Badiou, entre otros, constituye un corpus decisivo para una más afinada comprensión de la literatura, el arte, la política y los problemas del mundo capitalista contemporáneo entendidos como síntomas a interpretar, explorar, merodear, recrear, subvertir y transmutar...

La concepción barthesiana de la lectura como “relación auto-transferencial del sujeto lector con el texto”, de inspiración poético–simbolista (Mallarmé) y freudo-derridiano-lacaniana, rompe con el estatuto del texto como simple “documento”, como “objeto científico” susceptible de “padecer”, en su análisis semiótico, el principio rigorista de exhaustividad propio del positivismo estructuralista.

Esto lo saben todos los que han leído a Barthes con cierta atención mínima. Ello no implica ninguna traición a la “revolución” estructuralista, sino la comprensión profunda de los límites de un método y la necesidad de cambiar de “espejuelos epistemológicos”.

En este párrafo de Christopher Domínguez Michael se revela toda la maligna “ingenuidad” erudita de los que piensan como él:

«Yo apruebo la traición de Barthes pero no puedo sino dedicar un pensamiento a los engatusados. Si la teoría literaria solo era una ficción (así concluye Compagnon Le démon de la théorie. Littérature et sens commun, 1998), ¿no habría valido la pena, en vista de sus consecuencias nefastas, ahorrársela?». CDM.

Reiterando lo dicho en otro contexto yo me pregunto y le preguntaría también a Domínguez Michael en su condición de historiador de las ideas: ¿Cómo se puede “ahorrar” un intelectual los problemas conceptuales que impone la episteme, la cartografía cognitiva o el paradigma gnoseológico de su época? ¿Cómo ahorrarse el momento “positivista” del estructuralismo francés, después del “agotamiento” crítico del modelo fenomenológico de finales de los años 50; período en que, el portaestandarte de este método —Jean-Paul Sartre—, se orienta hacia el análisis marxista de la sociedad?

Hay que recordar que una de las legítimas acusaciones lanzadas contra la crítica literaria, existencialista o no, anterior al compromiso de Sartre con el marxismo, era que esta constituía —en el mejor de los casos—, una mera ejemplificación de la cartilla temática de Hegel y la fenomenología, y/o una cansada serie de modalizaciones del pensamiento de filósofos como Husserl, Heidegger, Sartre, Merleau-Ponty, Bachelard, Blanchot, Simone de Beauvoir…

A este repetitivo y jadeante “eruditismo” crítico solo servía de contrapunto, hasta el advenimiento del estructuralismo, el simple comentario impresionista, espontaneísta y caprichosamente banal, carente de rigor cognoscitivo, de consistencia conceptual y de auténtica criticidad.

Ese cuestionamiento a una empobrecida práctica crítico-literaria que asumía como bandera metodológica una desgastada lectura de la fenomenología y del existencialismo, estaba “implícito y latente” en los mismos sectores pensantes del Zeitgeist europeo, en las estructuras atmosféricas de conciencia intelectual de la época. En este sentido, hay pruebas palmarias que no es preciso mencionar en este contexto.

El estructuralismo francés de los sesenta vino, como un “corte epistemológico” —Louis Althusser dixit—, a llenar la necesidad “dialéctica” —no le temo a la palabrita ni al concepto en el ámbito de las llamadas ciencias humanas—, de establecer un diálogo entre el marxismo, la filosofía, el psicoanálisis, la historiografía, la antropología y la lingüística estructural—: piénsese, no más, en Lévi-Strauss, Dumézil, Greimas, Benveniste, Foucault, Derrida, Lacan y en los mismos Althusser y Barthes…

Todo ello tuvo, evidentemente, sus efectos inevitables sobre la teoría y la crítica literarias. Positivos y negativos.

Barthes fue en este aspecto un hombre de su época. Pero como Foucault, como Lacan, como Althusser, como Derrida... no permaneció anclado en los presupuestos conceptuales y metodológicos estructuralistas, por efecto del inteligente y poderoso dinamismo interno de su propio pensamiento.

Barthes diría después que, con respecto a pensamientos como el de Lacan, Derrida y Deleuze, él se encontraba en la “retaguardia de la vanguardia”.

Dicho sea de paso, Foucault, Derrida y Lacan nunca fueron estructuralistas ortodoxos. Recuérdese que Derrida, por ejemplo, afirma que su visión “gramatológica” desarrolla las exigencias más legítimas del estructuralismo pero que desborda este cancel epistémico. Lacan, por su parte, elabora un concepto de significante que por su torsión del concepto saussuriano de signo no es propiamente estructuralista, aunque parta de esa metodología.

Las acusaciones de impostura vendrán muchos años después, provenientes de “eminencias canallas” que nunca realizaron el esfuerzo de leer, en su justa dimensión, a un Lacan, a un Derrida, a una Kristeva o a un Deleuze… Resentimiento “imperial” del sentido común y el buen sentido contra la difícil coherencia crítica de las lógicas para-consistentes y paradójicas.

Cito este otro párrafo de Domínguez Michael que despierta también mis sospechas ideológicas:

«En el centro del sistema de Barthes (adelanto así mucho de lo que no me gusta) había una hipocresía de origen, una deslealtad, un desprecio sofístico por la credibilidad del vulgo universitario, una pedantería calculada. Barthes fue el primero de los buenos lectores de Barthes que se dio cuenta de la impostura y actuó en consecuencia, se deshizo del teórico y dedicó su literatura al misterio supremo, el de su propia vida, amores y muertes». CDM.

Este odio a la teoría y al pensamiento filosófico, que se transparenta en el anteriormente citado “montoncito de palabras”, resulta que no es más ni menos que un “mero mero” anti-intelectualismo, una simple pose y un desconocimiento o “renegación perversa” del positivo impacto que el estructuralismo teórico-conceptual y metodológico —no solo en los ámbitos de la literatura y la critica— tuvo en su momento en la atmósfera cultural europea y mundial.

En las citadas palabras de Domínguez Michael se torna explícita, además, una creencia “ingenua” en la categoría problemática de “vida”, concepto que tantas meditaciones ricas y complejas ha motivado desde Platón y Aristóteles a Nietzsche, desde Bergson a Deleuze y Derrida, en sus relaciones con el arte y la literatura en particular…

La concepción de “la vida” que se perfila por detrás de las palabras del periodista y ensayista mexicano, trasluce un uso en verdad muy fuzzy (borroso), pueril, antifilosófico y cínico de esta categoría. El pensamiento de Gilles Deleuze nos permitiría percibir en el discurso de Domínguez Michael una confusión de persona con personaje conceptual, de “la vida con una vida (une vie), de accidente con acontecimiento... Se puede rastrear, además, una errada indistinción, implícita o explícita, entre autor biográfico y sujeto de la escritura.

Con dicho uso convencional del sintagma “propia vida, amores y muertes”, nuestro ensayista simula confundir el retorno amistoso del “autor”, aludido por el Barthes post-estructuralista, con el retorno banal de la crítica impresionista, de la biografía “bruta” (novela que no se confiesa como tal, como decía el mismo Barthes), de las “mitologías de la propia vida” más convencionales y críticamente menos alertas y esforzadas, cónsonas con el batón, el botín, el bote y el boato, cuando no con el betún de la estigmatización segregativa oculta bajo las mentidas apariencias “inclusivistas” de un burdo pragmatismo del “agarra la gallina y retuércele el gollete”.

Sin negar la caducidad de las preceptivas estrechas ni las necesarias mutaciones históricas de todas las teorías literarias, debemos plantear, no obstante, que si bien podemos criticar y rechazar el cientificismo, el “cientismo tautológico” carente de imaginación y vida, consideramos también que la afasia, la agnosia, el déficit intelectual y la anestesia de la sensibilidad no son síntomas y atributos exclusivos «del amplio proletariado intelectual y de la república de los profesores» (Domínguez Michael dixit), sino, también, de ciertas prácticas escriturales cínicas e ideológicas orientadas a forcluir lo Real del sujeto contradictorio y plural, la multiplicidad irreductible de las culturas y de los procesos histórico-semióticos

Cierto periodismo talentoso, culto y con futuro viene a constituirse, con brillo y gran eficacia, en promotor evidente u oblicuo de los intereses “político-literarios” de consorcios, grupos de poder, gremios nacionales y transnacionales. Este proceso, para algunos, podría conducir al Premio Nobel... El intelectual triunfante” y financiado, al amparo de grandes metrópolis con vocación hegemónica, simulando criticidad pero protegido por instancias institucionales conservadoras, etnocéntricas y plutocráticas, pone su discurso, incondicionalmente, al servicio del Estado y/o de los poderes fácticos, y articula en función de estos los protocolos y contenidos de su labor intelectual.

Dos últimas observaciones sobre este escrito de Domínguez Michael. Esperé en su texto de marras, desde el principio, algo similar a esto que ahora repito:

«Me encanta en Barthes su lado, quién lo dijera, Cyril Connolly, autor al que probablemente ignoraba o despreciaba: Roland Barthes por Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, Diario de duelo, tantas páginas de los seminarios póstumos, se parecen más, mucho más, con todo y sus ínfulas teoréticas, a los libros del crítico inglés (Enemigos de la promesa, La tumba sin sosiego) que a las obras de Gérard Genette o de Deleuze o a las novelas de Sollers». CDM.

La otra cita de este escrito que me resulta muy reveladora de la posición “ideológico-literaria” de Domínguez Michael con respecto a la dinámica histórica del pensamiento de Roland Barthes, es la siguiente:

«... Años después, en una nota de Lo neutro, explica Barthes, despectivo como un Des Esseintes, que lo que él vio durante la Revolución Cultural [en la China de Mao], la campaña anticonfuciana, se explicaba gracias a la vieja oposición binaria que separa la fijeza del movimiento, a Platón de Aristóteles, a Confucio de Lao Tse. Lo demás, miles y miles de muertos y la destrucción de la intelectualidad china, ¿por qué habría de importarle al gran mandarín venido de París?...». CDM.

En otro revelador contexto de sus escritos literarios (La sabiduría sin promesa. Vidas y letras del siglo XX, 2001), Domínguez Michael nos dice: «El lector del futuro tendrá tantas dificultades para distinguir a un comunista de un fascista como nosotros a los güelfos y gibelinos...» CDM.

Acepto de antemano que puedo estar equivocado en mis juicios, pero, en sopesada lecto-escritura sintomática, así percibo la “finalidad” ideológica del texto sobre Roland Barthes escrito por el distinguido literato mexicano Christopher Domínguez Michael:

Retorcido intento, ya comprobado como tal en otros casos análogos, de erosionar la vigencia de ciertos pensadores europeos franceses contemporáneos, arrojando sobre la singularidad de sus ideas y estilos de vida un lodo semántico de sospecha y descrédito ético-metodológico, generado por la mala fe de una parcializada y ambigua labor crítica que se revela, palmariamente, a favor de una rotunda supremacía del Zeigeist anglosajón y neoliberal.

Esa estrategia puede indicar, en el mejor de los casos, una simple “afinidad electiva” goethiana, o en su defecto, un combate de intereses en el “mercado perverso de los valores culturales”, una cínica ideología conservadora enmascarada de jovial, “pastosa y datosa” erudición historiográfico-literaria y periodística...



Marzo de 2010

NOTAS: 

1. El término misreading (“mala lectura creativa”) puede prestarse a malentendidos —siempre inevitables, según Baudelaire, Freud, Proust, Lacan, Bloom—. Mi uso de dicho concepto en el título del presente artículo no tiene una intención normativa, “correctiva” o canónica. Según el mismo Harold Bloom, quien acuña la noción de marras, no hay posibilidad de leer un texto sin “misreading”, sin mala lectura, sin desvío con respecto a lo que podría entenderse como una intención explícita del autor. Para la interpretación de un texto —por más orientado, planificado, contraefectuado y dirigido que este se ofrezca al sujeto receptor— no hay más referencia firme que el juego abierto de las diferencias. La “buena lectura” sería la lectura pasiva, yerta, que no aporta nada, que no explora la posibilidad de producir nuevos sentidos generados por la interacción del sujeto lector y la materialidad significante del texto. No hay recepción “genuina” de una herencia, de un legado, de los valores registrados en un archivo, sin un “pensar rememorante-distorsionante” (mala lectura creativa) que actúa, quiéralo el sujeto o no, sépalo o no, en todo acto de recepción de los textos y los dones simbólicos.

2. Ver: Christopher Domínguez Michael: «Otra pena en observación. “Diario de duelo” de Roland Barthes», en revista “Letras Libres”, México, febrero 2010
Versión online: http://www.letraslibres.com/mexico/libros/diario-duelo-roland-barthes


Roland Barthes (1915-1980)


© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.


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domingo, 24 de junio de 2018

LA OBSCENA BANALIDAD

«...Los regímenes de la pornografía dura, el llamado “casting del horror”, los “banales realismos tremendistas” (reality-show), todo “espectacularizado”, neutralizado por un insulso exceso de presencia, forman parte de lo que Jean Baudrillard denomina “lo obsceno”.

Lo que diferencia este tipo de aproximación a lo Real de aquella que realiza el arte auténtico y el pensamiento crítico a través de sus recursos semióticos polivalentes, estriba en que, bajo el reino espectacular de lo obsceno, la Cosa (Das Ding), el otro y lo Real están sometidos a una voluntad perversa de goce y, finalmente —de un modo indirecto, enmascarado—, a una sobre-exposición de lo “dado” bajo el control tecnológico del cálculo y la eficacia...» Armando Almánzar-Botello
                              Iván Tovar: La plume aveugle, 1969

Por Armando Almánzar-Botello


En cierta etapa del llamado movimiento antipsiquiátrico de los años 60 y 70, Cooper, Laing, Esterson, Schatzman, entre otros como el gran pensador francés Michel Foucault, señalaron el carácter deletéreo de cierta ideología represiva y familiarista de origen judeo-cristiano, en tanto que negadora del cuerpo (“la carne abyecta y pecaminosa”) y promotora de la rivalidad, los celos, la envidia y la competencia descarnada en el núcleo mismo de la familia.

Todo ello vino a traducirse, de acuerdo con esos críticos del sistema y su ideología, en un apuntalamiento neurótico de los valores del capitalismo clásico calvinista tal como lo concibe Max Weber: capitalismo racionalista del ahorro, la disciplina y el trabajo duro, unido esto a la abstinencia, la doble moral y el enmascaramiento hipócrita de la sexualidad, la competencia en el mercado, el rechazo y/o la satanización burguesa y puritana del placer y del cuerpo erógeno...

Como nos recuerda el sociólogo norteamericano Daniel Bell, las cosas han cambiado de modo significativo en la llamada post-modernidad hedonista post-industrial (sociedad capitalista de control), con relación al puritanismo tradicional de base religiosa que caracterizó a la sociedad capitalista disciplinaria precedente.

Hoy, como efecto de un retorno en bruto de lo reprimido, el mandato superyoico viene a constituir una imposición simétrico-inversa a la represión anterior de primer grado que operaba sobre el placer y el goce. En nuestros días se vive bajo el imperio del ¡goza, consume, disfruta lo más que puedas!

Como señala de forma reiterada el psicoanálisis lacaniano, en la actualidad el sujeto se siente culpable solo de no gozar lo suficiente, y la “morbosidad” que se hace patente en ciertas figuraciones o representaciones de las “Evas”, “Adanes” y androginias “metastásicas” postmodernas pretende ofrecernos el testimonio mediático de una plena liberación de la sexualidad...

De hecho, estamos en presencia de otra modalidad de manipulación de los sujetos, quizá más brutal y retorcida que la puritana: la sobre-exposición de la desnudez de los cuerpos desdiferenciados viene a constituir un empuje a su homogeneización molar en la absoluta transparencia mercantil de los signos. Resultados: depresión, bulimia, anorexia, frigidez, impotencia...

Jean Baudrillard concibe dicho exceso como “la banalidad de lo obsceno”, como promoción de una presencia carnal “pornográfica”, a entender en su carácter de trivialización espectacular del erotismo que pretende obligar a este a que abandone su calidad compleja de juego imaginativo y creador abierto a ciertos devenires libidinales rebeldes, moleculares y no programables...

Paradójicamente, dicha exposición postmoderna de la carnalidad, mediática y desmesurada, liberadora solo en apariencia, opera como negación real del cuerpo erógeno al robarle a este los gradientes de reserva y misterio que se expresan, de un modo relativo y oblicuo, en el velo de la vellosidad púbica del sexo femenino como erion o vellocino (Derrida), por ejemplo, y en los rituales del galanteo y la seducción...

Finalmente, intentaría yo escribir ahora lo indecidible y lo indecible, aquello que Jacques Lacan denomina el “enigmático goce femenino, erótico, más allá del falo”... el misterio gozante que se oculta en el sexo selvático y laberíntico de la mujer... Pero no. Ello sería el tiempo del poema...

Aunque “La Mujer” no exista: ¡viva la belleza plural de las mujeres no totalizables! Punto y aparte. 



© Armando Almánzar-Botello. © 2015. Santo Domingo, República Dominicana.


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