sábado, 27 de mayo de 2017

Balbuceos, lágrimas, cogitaciones...

«Si evaluamos la filosofía desde el punto de vista del saber dogmático cientificista, ella constituye una mera ficción o retórica inútil.

El psicoanálisis, por su parte, no es filosofía ni simple ciencia: es una coherencia teórico-práctica que opera en los contornos y fronteras de ambos territorios, de-limitando y desterritorializando los efectos de las respectivas praxis e interferencias del concepto filosófico y de las funciones lógicas y matemáticas. Esto se hace urgente y necesario en tanto que la estrategia del saber filosófico tradicional y el llamado discurso científico, implican una forclusión (Verwerfung) del sujeto deseante de la duda y el equívoco, un rechazo de la verdad destotalizante que aspira, como distinta del mero saber, a lo real imposible sin ley (Lacan).

El psicoanálisis es una teoría sustentada en el espacio clínico-práctico y cuasi-experimental del encuadre analítico. Como disciplina que conserva plenamente su vigencia epistemológica, el psicoanálisis da cuenta de la constitución y emergencia de la subjetividad y sus objetos, del sujeto barrado del inconsciente (sujet barré) y su objeto metonímico a: real-imposible que descompleta a lo simbólico, evanescente causa del deseo...» Armando Almánzar-Botello.

                           Imre Lakatos (1922–1974), gran matemático y filósofo húngaro.


Por Armando Almánzar-Botello



Me encuentro, en lo relativo a la filosofía de la ciencia, un poco en sintonía con el pensamiento de Imre Lakatos. Sus reflexiones y aportes sobre el tema de la “falsación” afinan indudablemente los planteamientos de Karl Popper. Aunque debo admitir que el rigorismo epistemológico de un Mario Bunge problematiza, y quizá “supera” en sus alcances teorético-gnoseológicos, las respectivas visiones de ambos filósofos epistemólogos.

“Mi” acuerdo o desacuerdo subjetivos con respecto a ciertos planteamientos de Lakatos sobre el  “valor de verdad” de algunos enunciados o proposiciones —si en “verdad” tiene validez lo que afirma Lakatos—, sería algo irrelevante para la determinación de dicho “valor de verdad”.

Para Lakatos, lo relevante en el proceso científico es la conjunción de verificación-falsación (falsación sofisticada lakatosiana) en un proceso concreto de investigación. Popper no invalida nunca la categoría de “verdad”, sino más bien la “certeza apodíctica” de raíz cartesiana.

La epistemología lakatosiana-popperiana —y en particular, el importante texto de Lakatos Metodología de los programas de investigación científica—, ha sido pensada por algunos psicoanalistas (Néstor A. Braunstein entre ellos) como posible vía para dar una suerte de rigor añadido al programa de investigación del psicoanálisis, no obstante el hecho de que el mismo Lakatos manifestó en su momento cierta renuencia a considerar al psicoanálisis como ciencia.

Ello no impide que un pensador como Jacques Derrida le atribuya, en su obra De la gramatología, un carácter “arcóntico” al psicoanálisis, en su calidad de campo de saber “extraterritorial” que medita sobre la posibilidad estructural de otros saberes, incluido en ellos el mismo discurso filosófico tradicional sobre la cientificidad. 

No todo lo que brilla es ciencia ni todo lo riguroso es por necesidad científico...

Friedrich Nietzsche conocía muy bien las implicaciones de lo que arriba afirmamos, cuando dijo, “tomando al toro por los cuernos”, que la ciencia no es lo máximo en las jerarquías del espíritu...

El psicoanálisis, por su parte, es una disciplina que delimita en abismo, de un modo “metaconceptual”, su propia especificidad, su particular campo de coherencia interna. El mismo Jacques Lacan abandona, finalmente, la pretensión de hacer ciencia dura o simplemente conjetural con el psicoanálisis.

No obstante, la falta de experiencia psicoanalítica de Lakatos, es decir, su desconocimiento del valor heurístico-práctico de la denominada “transferencia” en el contexto clínico y en el mismo territorio de la investigación (relaciones auto-transferenciales con los textos, inevitables transferencias contingentes con el saber constituido y con el Zeitgeist inconsciente, etcétera), determina que podamos aplicarle a él mismo su principio de que el valor de conocimiento de una teoría, perteneciente al llamado “Mundo Tres” popperiano, es independiente de la subjetividad de su creador o crítico espontáneo. Su valor científico [el de una teoría] depende solamente del apoyo objetivo que prestan los hechos a esa conjetura, nos advierte Lakatos.

En el caso del psicoanálisis, ahí están los notables resultados concretos de la aplicación de su corpus teórico-práctico en el ámbito de la clínica, tanto en el abordaje de las neurosis y las psicosis, como de las depresiones, los trastornos psicosomáticos, la anorexia-bulimia, la disforia de género, etcétera, etcétera.

A lo anteriormente dicho habría que sumar la repercusión “cuasi-filosófica” (Derrida), heurística, cuasi-hermenéutica del psicoanálisis, en las problemáticas antropológicas y político-ideológicas más “ígneas” del mundo capitalista contemporáneo y glocal

Para confirmar lo que arriba decimos, bástenos hacer referencia a las obras de pensadores de la relevancia de Alain Badiou, Jacques Derrida, Slavoj Žižek, Ernesto Laclau, Félix Guattari, Jacques-Alain Miller, Jorge Alemán, Judith Butler, Juan David Nasio, Sergio Larriera, Néstor Braunstein, Didier Anzieu, Diana Rabinovich, Eugenio Trías, Terry Eagleton...

Debo precisar ahora que no hablo aquí, necesariamente, de la concepción del psicoanálisis que se revela en aquella modalidad hermenéutica teorizada por un Paul Ricoeur en sus diversas obras, sino de un giro hermenéutico, digamos derridiano y post-gadameriano, si se quiere...

Con respecto a la afirmación lakatosiana-popperiana que dice: su valor científico [el de una teoría] depende solamente del apoyo objetivo que prestan los hechos a esa conjetura, el mismo Jacques Lacan ya había señalado algo parecido en su particular registro comunicativo cuando dijo: lo que prueba el poder de lo que denominamos 'procedimiento', es el hecho de que no está excluido que el psicoanalista carezca de toda idea relacionada con dicho procedimiento. Hay estúpidos: verifíquenlo, es muy fácil.

Jacques Lacan, cuando no merodeaba en torno a lo real-inabordable, imposible, sin ley, no se andaba con remilgos ni rodeos... ¡Verifíquenlo!


2010



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lunes, 22 de mayo de 2017

JACQUES LACAN Y EL “HACERSE EL MUERTO”...

«IGNORANCIA DOCENTE / DOCTA IGNORANCIA» Jacques Lacan

«La “ignorancia docente” de las redes sociales y de cierta letra banal impresa en libros y periódicos, no es la famosa “docta ignorantia” de los místicos cusanos... aunque ambas categorías, pese a su gran distancia en la potencia, participan de la misma metafísica “haptotrópica” de la presencia ontoteológica...» Armando Almánzar-Botello

     «Desde hacerse el Otro (A) hasta hacer semblante de a...» Armando Almánzar-Botello


Por Armando Almánzar-Botello

     «Ignorancia docente / Docta ignorancia». Jacques Lacan

     «La histérica pide a su Amo —que “supuestamente sabe”— la respuesta sobre el enigma que constituye para ella (y para todos) la causa de su propio deseo, pero de inmediato produce, por el carácter estructuralmente insatisfactorio de todo “saber constituido” para dar cuenta de la verdad del objeto ausente, una destitución o vaciamiento del discurso de dicho Amo, en su papel de instancia que puede ofrecer una presunta respuesta universal al vacío del goce perdido...». Armando Almánzar-Botello
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     El auténtico chiste lacaniano que representa decir: «La única manera de ganar una discusión a un filósofo es hacerse el muerto» (EL SFA), constituye un mero “plagio” transformativo de lo dicho por Jacques Lacan en relación al lugar de “neutralidad” relativa que para el gran psicoanalista y filósofo francés, en una primera etapa de su pensamiento clínico sobre el proceso de análisis (y prosiguiendo con la concepción freudiana revisitada), debe ocupar el analista posicionado como sede del código, “Otro simbólico” y “garante impersonal de la verdad”.

     Frente a la mencionada postura psicoanalítica freudo-lacaniana, las estrategias neurológico-psiquiátricas, las psicoterapias convencionales y los revisionistas freudianos, tienden a concebir el proceso terapéutico como relación complementaria entre un sujeto profesional de los saberes neurológico-medicamentosos o psicológicos, y su partner o compañero imaginario, el “enfermo”, comprendido este bajo la especie de “paciente mental”, persona sometida al saber maestro de las ciencias del cerebro y de la psique...

     Nos viene aquí a la memoria la importante distinción establecida por Octave Mannoni entre los silencios y decires respectivos del psiquiatra y del psicoanalista, en tanto que el primero se reserva un saber que aplica al paciente, y el segundo guarda un frecuente y receptivo silencio que permite al analizado desplegar libremente su decir, con los efectos (des)estructurantes y de posible valor terapéutico que dicha estrategia comporta.

     El silencio del psiquiatra es, según Mannoni, el silencio del que se identifica con un saber constituido, y lo aplica. El silencio del analista es un silencio de ignorancia y de apertura a una verdad constituyente por venir; su saber lo utiliza para seguir y orientar la cura, pero también para evitar en sí mismo los trastornos que podría producir en él la relación sostenida con las neurosis y las psicosis...

     Ese lugar de “neutralidad estructural” constituido por un Otro simbólico que administra los decires y el silencio como estrategias en el “tratamiento” psicoanalítico, Lacan lo identificaba explícitamente, frente al binomio “terapeuta-paciente” y sus peligros de seducciones imaginarias, con el lugar del “Muerto” en el juego de Bridge...

     Siguiendo con la metáfora del juego de bridge, el analizado vendría a funcionar entonces como “declarante”...

     El primer nivel del chiste, válido para el vulgo y por lo tanto garantía de su éxito más amplio como recurso humorístico en cuanto viene a tocar de modo freudiano una “verdad” oculta del inconsciente socio-cultural, alude a la idea de una indiferencia del receptor del mensaje, de un “ausentarse” del diálogo con el “filósofo”, de un “hacerse el muerto” frente al pensador como “sujeto que se supone sabe” y que pretende (se presupone), “aplastar” al interlocutor o simplemente conducirlo, de modo socrático, al “oprobio supremo”: la autocontradicción.

     Con toda la ironía implícita en esta estrategia popular que señalamos, la supuesta “astucia de la mala consciencia” incorregible aspira ingenuamente a neutralizar, por vía de una suerte de “evitación-aleve” de la figura paterna o del nombre-del-padre, la “palabra maestra”, esa palabra con vocación de cierre absoluto que, en todo acto de habla o discurso, puede operar como límite, como interdicción-prohibición, como aquella palabra “avasallante” que se atribuye al filósofo, entendido este, con todo su peso histórico y en su rol clásico de voz plenipotenciaria, bajo el expediente de “vía regia” por medio de la cual se manifiesta entre los mortales la potencia del Logos Spermatikós (Semina Verbi) y del Logos Apofantikós.

     Es como si el agente y supuesto “beneficiario” del chiste dijera:

     No entro en el juego discursivo del filósofo; cuando él “hable” o “escriba”, en lugar de responder a sus argumentos yo le mostraré que me ausento, que “bostezo”, que hago fading (que me desvanezco, me desmayo, me voy, me esfumo), frente a la pretensión que le supongo de ocupar el lugar del Amo en la famosa dialéctica aquella de Hegel.

     Frente a la presunta “Verdad” y la soberanía supuesta de su discurso, el filósofo-amo solo encuentra la “escucha” flotante-ausente de un “astuto esclavo”, más que dormido, histriónicamente muerto... Chiste logrado...

     Pero el estrato más profundo del chiste (“chiste para la parroquia”, como decía Henri Bergson en su obra La Risa; chiste para orejas psicoanaliticas) consiste o estriba en la nueva versión ahora entrevista o insinuada en el dictum lacaniano reformulado, lectura inédita que brota como un efecto sorpresa:

     En el chiste, parece producirse la identificación del “filósofo” con el “analizado”, entendido aquí el pensador en su más chata vertiente retórico-sofística, no de modo psicoanalítico-socrático... El filósofo es concebido por el sujeto light como simple agente de actos verbales inútiles, como simple “paciente” que debe ser sometido por el “vulgo” a una “terapia salvaje” que la “astucia” del esclavo, al pseudo-invertir la dialéctica hegeliana referente a las “luchas de puro prestigio”, viene a realizar a favor de la doxa, del discurso común y de los registros no formalizantes de la vida, lo sencillo y lo “espontáneo”...

     El mencionado “esclavo” trabaja en contra de una palabra envolvente que, por el rigor de su formalismo, tendería a resultar “ofensiva" para los valores creados desde la perspectiva del pragmatismo, de la ley del mínimo esfuerzo y del puro espectáculo.

     “Hay que prestar oídos sordos al necio” (al filósofo), parece decir entre líneas, de un modo sarcástico, el breve texto plagiado-transformado en el cartelito de marras, halagando así el odio antiintelectualista del hombre-masa contra los discursos más o menos densos, resentimiento denunciado en su momento por Isaac Asimov, entre tantos otros, cuando afirmaba: La presión del anti-intelectualismo ha ido constantemente abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentada por la falsa noción de que la democracia significa que “mi ignorancia es igual de válida que tu conocimiento”...

     Para Lacan, en cierta etapa de su pensamiento, el éxito de la cura y “los principios de su poder” dependían de que el analista mantuviera su neutralidad como Otro, que no cediera ante la “seducción” y las demandas del analizado; reclamos estos motivados de un modo inconsciente por el esfuerzo que tiende a realizar el analizado para “formar pareja o dupla imaginaria” con su analista. 

     Por esta ultima vía se producen todos los efectos negativos que se derivan de la identificación imaginaria con el analista, cuando este, en el proceso dialógico del psicoanálisis, viene a cristalizarse de un modo equívoco y técnicamente “perverso” como sujet supposé savoir (“sujeto que se supone sabe”)... y se lo cree.

     El analista, cuando asume su rol propiamente freudo-lacaniano, aspira a propiciar la emergencia o producción de las “verdades inconscientes” del propio analizado, sin proponerle una pasiva identificación con el “terapeuta que sabe”, o con alguna otra figura modélica a seguir.

     El analizado, en el proceso analítico en curso, debe producir su propio “Ideal-del-Yo”, más allá de las seducciones imaginarias de un “Yo-ideal”.

     Llegados aquí, en esta “napa sumergida” del chiste de marras, resulta posible observar que se contrastan en el rótulo en cuestión dos planteamientos relacionados pero diferentes:

     1) La única forma de curar a un “paciente” neurótico es “haciéndose el muerto” frente a sus demandas “locas”, negándose el psicoanalista a formar pareja imaginaria con él, situando con su “silencio estratégico y táctico” el deseo del analizado de encontrar la “palabra plena” de la neurosis en su espera ilusoria de una respuesta concluyente a la demanda voraz que pretende agotar la totalidad del Deseo que la subtiende.

     2) La única forma de “curar-derrotar” a un filósofo “aprisionado” en su afán de lograr la “verdad plena” —batallando este, a veces, con el “(re)molino de palabras” en el que puede sumergirse ¡y sumergirnos! en su búsqueda compulsiva de “La Verdad”—, sería... ¡hacernos los muertos!

     Posible fin de la cura, del análisis... o del “diálogo filosófico”...

     Pero se trata, en este caso, de un “hacernos los muertos” que no se produce por miedo a la carencia o a la falta, ni por incompetencia estético-filosófica, intelectual o técnica (lo que resulta muy usual), ni tampoco por “antiintelectualismo envidioso” e impotente (también usual), sino por amor descarnado a la no forclusión del decir contra la pretendida hipóstasis de lo dicho, por la apertura infinita y el amor a la emergencia posible de una verdad desestabilizante, nueva, entendida como neoformación discursiva indecidible y “monstruosa”, como testimonio de la singularidad del otro que somos y que nos espera, de nuestra radical capacidad para “saber-hacer-ahí” con el síntoma (symptôme) convertido así en sinthome borromeo, bajo el carácter de parlêtres (cuerpos hablantes, cuerpos parlantes, parlaseres), tal como concibe Lacan al sujeto (in)humano en su relación con esa lalangue “archioriginaria” que subtiende a todo posterior deslinde universitario efectuado entre lengua y habla...

Armando Almánzar-Botello

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Febrero de 2016 

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sábado, 20 de mayo de 2017

Hilo de la carne. (Cabeza de Bacon I)

"¡Estúpido el Poeta, Gran Amo de la Nada: metafísico exégeta del Hambre!" Armando Almánzar-Botello.

«…Nunca me han convencido las meras poses de "vanguardismo" o "malditismo", ni existenciales ni artísticas. El llamado malditismo, como se ha dicho tantas veces, no es el efecto de una decisión personal, es sencilla y terriblemente una pura fatalidad, una respuesta vital —creadora en particulares ocasiones— a un callejón sin salida. Si algunos artistas y pensadores desgarrados por las contingencias de la vida se asumen como trágicos en sus respectivas obras, y conmueven a un determinado público (auditorio casi siempre restringido y selecto en una primera fase de la recepción de los nuevos mensajes creadores, aunque no siempre), ello es resultado de su vigorosa reacción estética frente a la desgracia real y padecida que los convirtió en "malditos". El "malditismo" no es, como algunos creen, un "divertimento" existencial ni una simulación ni un pasatiempo. No es una elección light o soft. El maldito, tanto como el "bendito", si tiene genio y talento, si alcanza con su obra un genuino valor artístico, sólo pone en práctica lo que Nietzsche denomina: "Devenir el que se es". El gran artista maldito es activo y creador por medio de su arte, aunque por variados motivos pueda fracasar en otros planos de la existencia... Su obra, si posee calidad, ofrece el testimonio de la más esencial de las victorias. El resto es comedia, oportunismo, imitación frívola, vulgar, ingenua, o simplemente perversa... Finalmente, debo decir que yo, por motivos temperamentales y al no ser una gran artista, prefiero, en mi discreto hacer personal cotidiano, los modestos logros de un "benditismo" artístico moderado...». Fredes Báez Santana y Armando Almánzar-Botello 
                                   
Francis BaconCabeza I. 1948.

Por Armando Almánzar-Botello

Don Mario Vargas Llosa, admirador de Francis Bacon.


No logra solo el Tedio escribir sin un metrónomo. No puede abrir su cuerpo sin la música el Deseo. Áspero el sudario en la fiebre lo presiente.

Oscuros torreones del Ego acorralado sienten miedo por los bordes: hay grafemas derretidos, óleoputrefactos.

Muy vivos los tejidos del origen lo respiran: metastásica, ekfrástica ectoplasmia... Con ellos el pintor envuelve amantes de su enigma: ¡polimorfo transmuta y se libera!

Mordida por el garfio turbulento y por la espina, rota página herida su carne atormentada, desolada otra figura en letras lo desangra. Al fin lo escribe al viento.

No puede solo el miedo en mangas de camisa decir sobre una mesa delirante su paraguas. No puede. No alumbra con navajas la memoria 
caracol de baba negra espiral manierista del misterio…

El ritmo es decisivo si marca los aullidos… ¿la Voluntad de Forma?...

¡Estúpido el Poeta, Gran Amo de la Nada: metafísico exégeta del Hambre!

El hombre solitario de labios mutilados y lengua serpentina, quebrado el verbo impúdico, tinieblas la ventana, grita lo siniestro vacío de sentido cojeando en 3x4 el horror en su aventura.

Luna es gato putrefacto a través de las persianas…

Arde un hombre solitario y la noche lo amenaza: fría sombra gigantesca y su rumor de rascacielos. El Metro es la serpiente subterránea con faroles que lo arrastra prisionero y veloz hacia el Infierno…

Cama descompuesta, rostro y toro confundidos, vuela furia por la frente hasta la boca convulsiva.

Sangra el hilo de la carne los amarres viscerales: Tigre y Minotauro junto al Cíclope del miedo. Pero hay huesos lacanianos, litorales de la letra... cirugías...

Abierto lo (im)posible: Eterno es el Retorno del Espectro en la Memoria, el derrumbe indestructible del Olvido.

En noches rojizas por espesos augurios —vapores arcaicos de la sangre— se mira su otro yo el hombre pensativo. Inventa los balcones, un astro esquizofrénico, límpido y barbado cazador de los espejos…

En el décimo piso de la muerte, las aristas de su cuarto alucinante fosforescen.

Asomado a la ventana, bebiendo la tiniebla, Bufón equilibrista se ríe del vacío: túnel que vomita lodo de cloaca y sombra infame de guarida.

Camina el pensamiento por la ruta de lo incierto. Delira una violenta belleza en la basura…

Y el arte alza el vuelo, levanta catedrales contra el tiempo y el olvido: negros cubos beckettianos del desastre…

Lenta cama del insomnio, escrita cara desgarrada, sube rabia por la frente hasta la boca vengativa.

Si la mano de la noche apaga la bombilla: fríos dientes carniceros desangran luz de luna.

¿Dónde habita el gran fulgor, el Otro herido?...




Noviembre de 2006



Tumoración textual en versión retocada extraída del libro:

Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion.
Editora Ángeles de Fierro, 2007, San Francisco de Macorís, R.D.
Páginas 18 y 19.


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                            Francis BaconTres estudios para una crucifixión. 1962.