miércoles, 24 de diciembre de 2025

BREVE NOTA PLEBEYA SOBRE “LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO”, OBRA DEL NUEVO DIVINO MARQUÉS

(Aunque nosotros, lo digo, la susodicha morralla que somos, bien pudiéramos, ¿quién lo sabe?, alegar con timidez en períodos electorales casi todo lo contrario de lo que dice el Marqués.)



Por Armando Almánzar-Botello

De acuerdo con aquello que mi pobre discernimiento discierne en la reciente obra titulada La civilización del espectáculo, texto que ya he leído como el pueblo en Carnaval se goza: ¡de un tirón!, Don Mario Vargas Llosa, su reconocido autor tan brillante, tan ladino y aristócrata, piensa que para la risueña y hedonista plebe física… y virtual o cibernética, para el populacho posmoderno, para la simple torpeza de los mortales, en fin:

1) ​Miguel de Cervantes no era más que un manco que escribía tanto, tanto, que daba real espanto; Shakespeare no fue otra cosa que un gran estafador de tabernas que engañó a los empresarios teatrales con obras plagiadas tales como Corazón salvaje, Juan del diablo, Doña Bella y Secretos del corazón;

2) Mijaíl Bajtín era un patán ruso, gran criador de cerdos, que olvidó un día cerrar las compuertas de la pocilga, y entonces, los Inmundos Marranos Incultos invadieron la Bella Ciudad;

3) ​Ingmar Bergman, el director de cine sueco, fue tan solo, para la plebe, un engendro indigno de “berg”; 

4) Homero y Borges fueron para nosotros, si creemos al nuevo Marqués, un par de ciegos petulantes, desalmados… ¡y punto!, que amaban mucho el chorro de sangre, y se reían profusamente del papá de Julio Iglesias cuando lo secuestraron sus enemigos, quienes debían ser, por supuesto, monstruos terribles de izquierdas;

5) Sigmund ​Freud: un judío infame que un día, enloquecido por su vieja y mística minusvalía, sociológica y pansexual, elaboró sin rubor su aviesa y perversa teoría, para mejor incriminar con el Complejo de Edipo a todo el Género Humano, al Niño, a Papá y a Mamá;

6) Albert Einstein: un genial y gracioso viejito, norteamericano él, que tocaba con gracia el violín, sacaba mucho la lengua... e inventó, con gran audacia, nuevas y pintorescas piruetas en bicicleta;

7) ​Woody Allen, otro judío frívolo de nihilismo sin cumbre, de humor negro y perverso... que hizo tanto sufrir a las niñas, a las tuyas y a las mías, y que resultó, finalmente, ser un Mesías… o Dios.

Y pienso que piensa Don Mario que para nosotros los pobres del mundo el escritor VARGAS LLOSA resulta, con su apetito de lustre y altura, un presumido y vehemente ciudadano peruano-español, muy hablador, danzarín, estilista de la espada dentada y libérrimo figurón (cual un Jacques Lacan de guiñol), que comió en sobreabundancia chivo en una gran fiesta celebrada sobre el techo colonial de una casa pintada de verde —¡verde turquesa del sueño!—, en un remoto país inverosímil llamado République Dominicaine...

​Dicen las hablillas que después de la gran fiesta, en la madrugada onírica del trópico cacareante, sorprendieron a Don Mario conversando “cosmopolitismos” en el aire sangriento de la vieja Catedral…

​Cierta vez el Rey de España, luego de celebrar —¡perverso!— una gran juerga real, insolente y con un tremendo aburrimiento aristocrático porque no pudo aquel día ir a cazar elefantes, ideó dar un Premio de Noble al susodicho Señor Neohispano, porque este se había hecho ciudadano del Gran Reino de España, renegaba del comunismo desde hacía largos años y, borbónicamente, denigraba de paso a los muy críticos filósofos franceses, plebeyos y posestructuralistas, algunos de ellos...

​Pensando y haciendo, friendo y comiendo, el Rey designó «Marqués», en el Club Global de lo Inútil, al Gran Cholo Señor Escritor, a pesar de ser este rango aristocrático-militar el segundo apellido de un gran enemigo político de ambos, conocido por todos como Gabriel García, de humilde nacionalidad antropocósmica o sideral...

​¿Le asistirá la razón al prestigioso Premio Nobel Don Mario Vargas Llosa, nuevo Divino Marqués —sin lugar a dudas bifronte «fiebrú» neoliberal—, en todo lo que dice y lamenta en su ingeniosa obra reciente, sobre la frivolidad sin vuelo, la capacidad de distorsión y la banalidad de la chusma, la decadencia de la Cultura, la Peligrosa Raza Amarilla y la tosca sensibilidad promovida por el Negocio Global del Burdel?...

​Y nuestro derecho a la RISA, ¿quién hoy nos lo garantiza?

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Martes, 8 de mayo de 2012

IMÁGENES:

     1) Pieter Brueghel el Viejo: La batalla entre Carnaval y Cuaresma, 1559

     2) El ilustre Don Mario, Marqués de Vargas Llosa, junto a su distinguida señora esposa Doña Isabel Preysler, posando ambos aristocráticamente para la prestigiosa revista española ¡Hola!, publicación de altos vuelos en la tan injustamente denostada ¡sociedad del espectáculo!


Copyright ​© Armando Almánzar Botello
Reservados todos los derechos de autor.
Santo Domingo, República Dominicana.


sábado, 20 de diciembre de 2025

VIEJO SUEÑO INACABADO...

«Lo Real del goce se encuentra en lo que Freud llamó un día el “más allá del principio del placer”, y colinda con la pulsión, con la pulsión de muerte...» Armando Almánzar Botello

«El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.» William Blake

      

Por Armando Almánzar-Botello

     «Al pasar tu aliento me ha quemado.» Pierre Reverdy
    
     A la memoria de la Muerta..
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     Limpias calles tan reales relumbrantes de recuerdos:
caminaba ella erguida la ciudad vibrando sueños.

La secuencia cautelosa de sus pasos:
caligrafía visionaria del enigma...
               
Un pájaro violeta, despreocupadamente,
voló hacia un árbol del Parque Independencia.

     Cayó entonces una letra en el silencio,
ahora lo recuerdo...

     ¡La esbelta libertad guiando al pueblo!

Onírico el rumor de los autos por la tarde.
Diluía un mundo el agua
de las fuentes públicas.

     ¡Libertad guiando al pueblo!

     Alguien dijo allí sin prisa:

     —No es el fin final del Tiempo, ni el
delirio que se agota en lucidez prudente...
                          
      ¡Largos años ha viajado esa mujer y ya   
                               retorna!

   Lo dicen por las calles todos los espejos:
               
      ¡Lúcida es la frente que se mira en la
                           experiencia!

      (Homero, William Blake, Georges Bataille lo han escrito...)

     Dibujado tintineo de tazas y platillos,
erótico el deseo aleteaba en las pestañas
muy espesas de los sueños.

     ¡Llegó la hora exacta del almuerzo sin relojes!

El Señor de los Milagros, mi alter ego esquizo
—en la calle laberíntica y desierta—,
saca de su bolso la nostalgia en frías latas:
periódicos mugrientos, veintisiete tortugas enanas,
tres lentes ahumados de vigilia muy distante.

     ¡Libertad guiando al pueblo!

     Una sola campanada de la Catedral descorre
las cortinas de aquel cuarto y su misterio que despierta... 

     La una de la tarde.

     Florece absorta la ciudad su vapor blanco de fantasmas:
mirada inocente y remota que a su vientre de lirio lo piensa...

     ¡Mi pequeña! ¡Mi pequeña! ¡Tantos años han pasado!

     La muchacha sudorosa retorna de la escuela...
     Sus bellos pechos en el parque a las palomas persiguen,

     y tiernos no vuelan gimiendo
     su anhelo hacia mis manos que sueñan...

     Repetida en los espejos de su cuarto,
     —asombro y prodigio en la penumbra—,
     del bullicio del colegio se desnuda la muchacha...

     ¡Libertad guiando al pueblo!

     Por el ojo cauteloso de la cerradura miro
     / la centella sin retorno /
     el vacío hiriente o neutro
     de lo real extenuado.

     La ciudad es ya neblina danzando en mi memoria...

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Diciembre de 1986 (Texto profundamente retocado hasta devenir otro)

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, Republica Dominicana.

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Otra versión del poema

VIEJO SUEÑO INACABADO...

Por Armando Almánzar-Botello 


Limpias calles tan reales devenidas en cuchillos:

caminaba él en llamas por la ciudad que vibra sueños.


Caligrafía del enigma: un pájaro voló despreocupadamente

hacia el árbol mayor del Parque Independencia.


Cae una letra en el silencio…


El sonido sigiloso de los autos se mezclaba

con la palabra turbia de las fuentes públicas.


Alguien dijo allí sin prisa:

—Es el fin final del Tiempo,

el Delirio roto en seco de tu lucidez tan magra…


Sospechoso el tintineo de tazas y platillos,

erótico aleteaba en las pestañas de la tarde.


¡Llegó la hora exacta del almuerzo sin relojes!


El Señor de los Milagros,

en la calle laberíntica y desierta,

saca de su bolso la nostalgia en frías latas,

periódicos mugrientos, veintisiete tortugas enanas

y tres lentes ahumados de vigilia muy distante.


Una sola campanada de la Catedral descorre /

las cortinas de aquel cuarto y su mujer que se despierta.


La una de la tarde.


Florece absorta la ciudad su vapor lácteo de fantasmas: /

mirada inocente y remota que a tu vulva de lirio la piensa…


¡Mi pequeña! ¡Mi pequeña! ¡Tantos años han pasado!


La muchacha sudorosa retorna de la escuela…

Sus pechos en el parque a las palomas persiguen,

y enjoyados no vuelan gimiendo / su anhelo hacia mis manos que sueñan…


Repetida en los espejos de su cuarto, / prodigio en la penumbra, /

del bullicio del colegio se desnuda la muchacha…


Por el ojo cauteloso de la cerradura miro /

el vacío hiriente o neutro de lo real extenuado.


La ciudad es ya neblina danzando en mi memoria…


IMÁGENES:

     Fragmentos de fotografías de tres pinturas al óleo del artista belga surrealista Paul Delvaux, y una imagen en tinta de la autoría de la actriz, escritora y artista dominicana Fredesvinda Báez Santana. Fotografía de la Cafetería Paco’s con la estatua del héroe nacional dominicano Francisco Alberto Caamaño Deñó, frente al Parque Independencia. Fotografía del Hotel-Restaurante Conde de Peñalva (Palacio de la Esquizofrenia), frente al Parque Colón de Santo Domingo. Fotografía de la antigua glorieta del Parque Independencia antes de su desafortunada remodelación en la segunda mitad de los años setenta. Santo Domingo, Republica Dominicana.

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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ADENDA 2 de noviembre de 2013:

SUEÑO GRATIFICANTE (PRINCIPIO DEL PLACER) Y PESADILLA (MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL PLACER)

     Por Armando Almánzar-Botello

     «Lo kitsch como cita y parodia no es lo kitsch padecido en primer grado, como acontece con casi todo lo que se escribe desde la solemnidad sin ironía.» Armando Almánzar-Botello

     «El onirokitsch “benjaminiano” te viene a despertar del confort de lo banal en la vigilia; como recurso “citativo” es cruda iluminación de lo histórico.» Armando Almánzar-Botello

     «Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar.» Novalis
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     Es algo banal el intento de querer despertar cuando el sueño es traumático, y de anhelar proseguir soñando cuando el sueño es gratificante.

     Ese dormir gratificante, según Walter Benjamin, es el estado hipnoide y de trivial “ensoñación kitch” (no me refiero aquí al “onirokitch” de Benjamin) pruducido por la seductora mercancía en el contexto de la ideología capitalista concebida como avieso intento de negar la historicidad de las formas-sentido.

     Obedece dicho familiar pero inquietante recurso a los mecanismos de defensa del Ego soñante; de un Yo hipostasiado que se resiste, aun dormido, a ser confrontado, no con la Realidad de la vigilia —instancia que constituye otro modo político de seguir dormido, hipnotizado, amodorrado, histerizado por la mercancía y por el shopping mall, es decir, prisionero del simple principio del placer como principio de constancia energética—, sino con lo Real de la castración, con el vacío, la hiancia, el hueco, el conflicto, la negatividad, el terror, la nada (no “néant” sino “rien”) que se encuentra por detrás de toda imagen onírica.

     El “onirokitch surrealista” de Walter Benjamin debe ser entendido “como espejo inverso de la banalidad estética y hedonista cotidiana”, de la trivialidad promovida enmascaradamente —para consumo engañoso de las masas irredentas y bajo la mentida categoría de “lo artístico”—, por la proliferante axiomática del sistema capitalista mercantil y financiero…

     Si como nos recuerda Theodor W. Adorno el pensamiento crítico de Walter Benjamin asocia el kitch onírico (el onirokitch) al surrealismo y su estética vanguardista, Franz Wedekind entiende lo kitch como «la forma actual del gótico, el rococó y el barroco», entendiendo, como escribe Adorno: «Que es precisamente de los materiales rechazados de donde algún día surgirán los significados auténticos.» T. W. Adorno: “Sobre el legado póstumo de Franz Wedekind”, en Notas sobre literatura, (Frankfurt am Main, 1974; Akal, 2003, 2009)

     Apuntando en esa dirección el onirokitch surrealista puede conducir a una “iluminación”, a un despertar del sueño engañoso que provoca el “kitch real de la experiencia cotidiana” (Ricardo Ibarlucía).

     En su intento de recuperar el sentido histórico de las formas ahondando en el desecho, en el vestigio, en lo vulnerado, en lo despreciado, abandonado, rechazado y caduco, el onirokitch de Benjamin y Wedekind vendría a ser para mí una suerte de “sistema de signos declarados”, tal como dice Roland Barthes en otro contexto, frente al “sistema de signos inconfesados” propio del opaco y aproblemático “kitch cotidiano” como simple dormir ideológico, banal, vulgar, empobrecido, deshistorizado e inconsciente.

     Por otra parte, aquí la verdad no es, psicoanalítica y filosóficamente hablando, un contenido constituido, estable, sino más bien esa relación de necesario y estructural “descompletamiento” que el sujeto establece con la dimensión tética del sentido para poder vislumbrar, en los litorales del sueño, lo real, la carencia de Ser, el exceso…

     El poder de la pesadilla como sueño traumático es superior, en tanto que fuerza reveladora de un Real imposible al que aspira la “verdad constituyente”, al “principio del placer” satisfecho que comporta el simple sueño gratificante y homeostático.

     Curiosamente, en la vigilia kitch como plácido sueño programado se forcluye y viene a ocultarse un “real indomeñable” revelado en la pesadilla, históricamente, como el agitado sueño barroco y surrealista que nos conduce al despertar.

     Por ello, la realidad sociosimbólica convencional, espectacular, es decir, lo simplemente verosímil de la vigilia, es una mera variante pragmática del dormir…

     Juan David Nasio considera al sueño, freudianamente concebido, como una “formación del inconsciente”, junto con el chiste, el acto fallido, el síntoma, el acting out y el lapsus.

     Por lo contrario, Nasio entiende a la “pesadilla” —conjuntamente con el “pasaje al acto” (que no es, como creen muchos, un acting out), la “lesión de órgano” y la “alucinación”—, como lo que denomina “formación del objeto a”.

     El “objeto a” en su vertiente de “vacío” es causa del deseo; en su carácter de instancia obturadora es un condensador de goce.

     El objeto “a” es un vestigio real del goce mítico absoluto.

     Lo Real del goce se encuentra en lo que Freud llamó el “Más allá del principio del placer”… y colinda con la angustia, con la pulsión, con la pulsión de muerte…

     Por todo esto, Jacques Lacan, leyendo la Antígona de Sófocles y revisando cierta interpretación que Hegel realizó de esa gran obra, elabora una ética psicoanalítica en la que el deseo apunta al goce, sí, pero sin implicar esto un ¡goza! de partida, sino un “¡desea!… y si quieres luego goza”... de forma “temperada”, borromea, “incurable”, haciendo vínculo social (sinthome), después de asumir la pérdida, la falta, la castración, cierto sutil, radical, ineludible o forzoso desapego “en la escala invertida de la ley del Deseo”…

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2 de noviembre de 2013

Armando Almánzar-Botello

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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LOGOS Y PATHOS... (Prolegómenos a una estética deleuziana y humorística)

     Por Armando Almánzar-Botello

     La preponderancia que se concede al «concepto» en los ámbitos del llamado “arte conceptual” puede prestarse a confusión: el arte piensa, sí, pero como señalan Deleuze y Guattari, lo hace por medios sensibles (el aisthéton), por vía de “perceptos y afectos”. El concepto es, precisamente, un recurso del pensamiento conceptual-filosófico.

     Desde luego, una obra artística no tiene, necesariamente, que ser “bella” al modo clásico , pero sí debe ser estética, pues lo sensible artístico (aisthéton espiritual: Jacques Rancière) incluye lo “feo” (como insisten Umberto Eco y Eugenio Trías); puede implicar también lo “abyecto” y lo “siniestro” (como señalan Joyce, kristeva, Rancière, Lyotard, Trías...).

     Lo que una obra de arte como artefacto creativo no puede ni debe hacer es basarse en un discurso pseudoconceptual, pseudofilosófico, cuando su potencia semiótica autónoma, ligada a su específica materialidad significante, desfallece o  resulta insuficiente...

     Con el uso del discurso teórico se puede pretender la justificación de cualquier trivialidad “artística” u objeto comercial sin mayor relevancia.

     Cierto es que el arte se define epocalmente y afina su forma, sus materiales y contenidos de un modo histórico, pero no puede ser nunca una mera reivindicación del pobre «anything goes», del «todo vale».

Armando Almánzar-Botello

     «Para Gilles Deleuze y Félix Guattari (4), existe un pensamiento complejo como actividad de lo que ellos denominan cerebro-sujeto, categoría que es una suerte de metáfora epistémica transgresiva del concepto de cerebro triúnico de McLean.

     »El cerebro-sujeto piensa de tres modos: a) como ejeto: la ciencia, que utiliza "funciones lógicas" para pensar; b) como super-jeto: la filosofía, que utiliza conceptos como trama de "personajes conceptuales", y c) el injeto: el arte, que utiliza perceptos y afectos: no percepciones y afecciones en bruto, sino la contra-efectuación formal de estos accidentes hasta convertirlos en "acontecimientos-sentidos en el suspenso vital de una obra".

     »Deleuze-Guattari no dicen que todos estos procesos se puedan reducir a una sola modalidad de pensamiento originario —tal como acontece en la filosofía de Martin Heidegger—, pero presentan, en su versión de una heterogénesis del pensamiento, la posibilidad de resonancia de un tipo de pensar sobre otro; de forma tal que la ciencia resuena en el arte y en la filosofía, pero también éstas resuenan sobre la ciencia y entre sí. En esta modalidad de concebir el pensamiento, Deleuze-Guattari se aproximan asintóticamente a la concepción derridiana compleja de la cuasi-metaforicidad originaria de la huella, que no podemos circunscribir simplemente a la pureza del concepto ni a lo simplemente dado por lo empírico-sensible y lo páthico.» Armando Almánzar-Botello

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/03/hay-logos-en-el-pathos-yo-pathos-en-el.html?m=0

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/04/carnalidad-mutante-confecciones-del.html?m=0
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¡NO TODO VALE ARTÍSTICAMENTE!

     «El objeto “real” representado nunca es un “objeto” que se ofrece plenamente, como pura presencia y simple “dato inmediato de la conciencia”, a una ideal y supuesta intuición perceptiva. Hay una suerte de traición de los rostros y de los objetos conjugada con una traición de las imágenes... Simultáneamente, dicho en términos deleuzianos y derridianos: Por la intervención de la “huella”, el objeto real como “accidente”, esa “cosa” que deriva de la profundidad de las causas, no es menos artificial que el objeto artístico en su condición de resultado creativo de la “contraefectuación en segundo grado del accidente”, para hacerlo aparecer como “acontecimiento artístico” configurado por una semiótica de signos esclarecidos... Digo esto aquí a propósito de “Ceci n’est pas une pipe” de René Magritte...» Armando Almánzar-Botello
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 (La artística «contraefectuación» acontecimental como «autoplagio» transformativo del propio accidente fenoménico)

     Por Armando Almánzar-Botello

     Nos dice Deleuze: «El brillo, el esplendor del acontecimiento, es el sentido. El acontecimiento no es lo que acontece (accidente); está en lo que acontece, lo expresado puro que nos hace señas y nos espera. Según las tres determinaciones precedentes, es aquello que ha de ser “comprendido”, lo que ha de ser “querido”, lo que ha de ser “representado” en lo que acontece. Bousquet sigue diciendo: “Hazte el hombre de tus infortunios, aprende a encarnar su perfección y su brillo”. No se puede decir nada más, nunca se ha dicho nada más: hacerse digno de lo que nos acontece, quererlo, pues, y desprender su acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos (los de uno mismo), y con ello renacer, rehacerse un nacimiento, romper con su nacimiento de carne. Hijo de sus acontecimientos, y no de sus obras, porque la obra es producida únicamente por el hilo del acontecimiento.» Gilles Deleuze: Fragmento de Lógica del sentido, Barral Editores, S. A., Barcelona, 1970, pág. 191
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     Afirmo, siguiendo a Gilles Deleuze, que la “contemplación estética del mundo” susceptible de producirse con carácter previo a la erección de la obra de arte como artefacto-artificio, resulta de una originaria contraefectuación o transformación en primer grado del fenómeno, de la experiencia mundana, de lo puramente óntico, del accidente fenoménico, ese que opera en la causalidad y en “la profundidad de los cuerpos”, por ejemplo, “la caída”, la “grandiosidad” o la “trivialidad” de un objeto natural o “dado”...

     En cambio, el alumbramiento de lo “artístico” propiamente dicho implica hacer devenir lo contemplado por la “mirada estética” de un “sujeto fronterizo” (Eugenio Trías), en una concreta “neoformación sígnica esclarecida” y sensible (Gilles Deleuze), en un ”sensible heterogéneo” (J. Rancière: aisthéton espiritual), y ello por efecto de la voluntad transformativa del “espectador esteta”, el cual no es “todavía” el “espectador artista” en su carácter de productor de un “artefacto semiótico” que como tal resulta de una voluntad de orientación y selección de los materiales suministrados por el flujo de sueños y fantasías, percepciones y afecciones del sujeto en acto creativo.

     La primera contraefectuación constituye una pura experiencia estética intransferible, opaca, inexistente como “acontecimiento artístico comunicativo” (Umberto Eco), aunque opere, para el sujeto-esteta de la contemplación, en la superficie incorporal del sentido; la segunda contraefectuación posibilita la emergencia de la obra de arte como configuración semiótica de “signos esclarecidos” (Gilles Deleuze: Proust y los signos).

     Aquí se descubre la banalidad y el facilisimo de cierto arte conceptual. Ese que pretende legitimar, por medio de un discurso abstracto, lo que el receptor/espectador del “mensaje artístico” podría o debería experimentar por la “lectura” de un artefacto a-significante o una configuración semiótica de “perceptos y afectos” (Gilles Deleuze) reveladores por sí mismos de (sin)sentido, sin necesidad de un discurso explicativo complementario.

     El sentido-acontecimiento (estético, en el primer caso) es considerado por Deleuze como lo que ha de ser comprendido, querido, deseado, dramatizado, afirmado, representado, seleccionado en la opacidad accidental de lo que acontece. Así, la caída física de un cuerpo humano, por ejemplo, como algo meramente accidental, no es propiamente arte, aunque aquella persona que la experimente pueda contemplarla como una real experiencia mística o estética validada por un gran Sí orgiástico dado al devenir y a la existencia.

     No obstante, para que esta caída física accidental —que subjetivamente podría estar cargada de valor místico o estético para el sujeto de la experiencia—,  pueda ser comunicada como experiencia significativa y así devenir experiencia «artística» en la sensibilidad de otras personas, es decir, para que pueda ella comunicarse como “forma-sentido” (Henri  Maschonnic) en un “texto semiótico de creación”, debe estar orientada y dirigida, contraefectuada como teatro, danza,  escritura, arte del mimo, etcétera. Así, el sujeto estético de la contemplación activa, transformado en “artista en proceso creativo”, vendría a realizar, sobre la efectuación mundana del simple accidente padecido en su opacidad, una segunda contraefectuación que revelaría y permitiría comunicar, por mediación de una constelación sígnica, el brillo metafísico de la dimensión virtual del acontecimiento-sentido, ahora complejizado en el plano trascendental de inmanencia,

     Reitero recapitulando: por medio de mi voluntad de forma puedo hacer de «lo dado» como accidente, de lo real como «belleza o fealdad en sí», como algo físico, natural o vivido (Umberto Eco), un objeto de contemplación estética que transfigure la mera experiencia padecida en valor afirmativo, asumido de forma transformativa y activa en función de «mis grados de potencia».

     Esta experiencia estética subjetiva puede ser anterior a la específica y singular configuración semiótico-sígnica del objeto que constituye la obra de arte propiamente dicha. Mas, para constituirse en arte, la referida experiencia debe ser articulada por medio de lo que Gilles Deleuze denomina «signos esclarecedores», intrínsecos a la obra misma.

     Insisto: no se trata de la banalidad de cierto «arte» conceptual. Estos signos esclarecedores manifiestan una genuina «direccionalización y orientación» de la materialidad de la experiencia y del simple accidente para  someterlos a una voluntad de forma: contraefectuación artística de segundo grado.

     Desde luego, el “acontecimiento estético” que resulta de la contemplación activa del mero accidente fenoménico encuentra en la «obra artística» su mayor grado de intensidad, después de nuevas y sucesivas contraefectuaciones semióticas. De ahí lo de “Hijo de sus acontecimientos”, y “la obra solo surge sobre el hilo del acontecimiento”.

Armando Almánzar-Botello

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26 de febrero de 2020

© Armando Almánzar-Botello, Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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CARNALIDAD MUTANTE (Confecciones del cuerpo en el arte contemporáneo) Fragmento

     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     Tal como nos han revelado las más rigurosas investigaciones antropológicas, psicoanalíticas y semiótico-lingüísticas, el ser humano se define y sitúa en relación con el mundo a través del Orden Simbólico.

     Este orden significante, en gran medida constituido por el lenguaje articulado, contamina y labra la relación del hombre con lo real.

     En ese sentido, se podría decir que todo cuerpo propio es desde siempre cuerpo impropio, por cuanto la artificialización es un efecto de la alteración y tamizado de la continuidad inconmensurable de lo real por los espectros discontinuos (Lévi-Strauss, Derrida, Wajsman), del registro simbólico de la cultura. Como nos recuerda Jacques Lacan: Cadáver queda, no se torna carroña, el cuerpo que habitaba la palabra, articulado por el lenguaje que lo cadaveriza.

     Prolongando esta vertiente de nuestra argumentación podríamos aseverar también que todo cuerpo (im)propio es cuerpo protésico, pues el lenguaje como órgano artificial/natural (Lacan), las llamadas técnicas del cuerpo (Mauss), y el biopoder (Foucault), es decir, el conjunto de los dispositivos de artificialización semióticos, técnicos y tecnológicos a disposición del ser humano, tal como se presentan en formas estratificadas de poder en un momento histórico específico, contribuyen radicalmente a definir las modalidades de “propiocepción” del cuerpo vivido, y a perfilar lo que en cierto discurso fenomenológico se ha denominado subjetividad/carnalidad intercorporal (Merleau-Ponty).

     Existe pues, a través del lenguaje y el símbolo, una inter-retro-acción compleja, en bucle (Morin), entre corporalidad visceral y excrementicia, cuerpo libidinal psicoanalítico, cuerpo sin órganos artaudiano y cuerpo metafórico del espacio público y social.

     Es preciso aclarar que el poeta, actor, dramaturgo y pensador Antonin Artaud, y siguiendo los planteamientos del Momo, su coterráneo el filósofo Gilles Deleuze, entienden el cuerpo sin órganos no como una simple ausencia de estos atributos orgánicos, sino como producción de un cuerpo metamórfico, proliferante. Este cuerpo sin órganos, a diferencia del organismo como “silencio de los órganos” determinados, se define por la presencia actuante de órganos indeterminados, temporales y provisorios que se manifiestan en un juego metamórfico de intensidades que no debe ser confundido con la mera corporalidad anatomo-fisiológica y sus procesos de homeostasis y supervivencia.

     La crisis del modelo corporal/urbanístico armónico y clásico —modelo que pretendía mantener ligados de forma solidaria, en aparente integridad funcional, el cuerpo propio del sujeto, determinado como organismo armónico y apolíneo, y el cuerpo de la ciudad entendida como cuerpo público y metafórico, presunto recinto de racionalidad y pureza—, posibilitó, con el advenimiento de la modernidad, la manifestación de una serie de fracturas, heridas simbólicas y atolladeros urbanos, que van a ser concebidos por el pensamiento semiótico, psicoanalítico, sociológico, antropológico, psico-geográfico situacionista, fenomenológico y postfenomenológico, como síntomas a seleccionar, interpretar y analizar.

     La quiebra del proceso biológico-cultural de “protracción”, entendido como antropogénesis de la cara y producción histórica permanente de facialidad o rostridad humanas, alcanza en el arte moderno su más significativa expresión esquizo-estética en los retratos realizados por Pablo Picasso, Alberto Giacometti, Francis Bacon, Andy Warhol, entre otros. En ellos se expresa la ruptura moderna entre la corporalidad estallada, devenida carne gozosa y/o sufriente, y el amueblaje de representaciones, emblemas y símbolos de status que servía de marco asegurador a la individualidad burguesa.

     “Después de la contra-cultura, ¿acaso estamos en el alba de una cultura, de un arte contra-natura?”, se pregunta en su ensayo Un arte despiadado, Paul Virilio, el filósofo y urbanista galo, crítico y estudioso de las nuevas tecnologías informáticas, bio-telemáticas, quirúrgico-virtuales y genético-transgénicas que permiten en fecha reciente modalidades de expresión artística completamente insospechadas.

     En la mencionada obra, el filósofo francés arroja un estremecedor balance de la situación de las artes en el contexto de la post-modernidad, y resalta lo que él considera una sobre-exposición histérica, para-psicótica o meramente espectacular del horror y la violencia, que, bajo la apariencia de una cierta crítica a “lo dado”, promueve de hecho un imaginario ligado a la mutilación indiscriminada de los cuerpos para satisfacer en bruto las pulsiones sado-masoquistas y canibalísticas del espectador, convertido en “mirón” de la negatividad banalizada.

     Para Virilio, teórico y crítico del cibermundo y de la dromología (teoría de la velocidad), lo anteriormente expuesto genera un crecimiento exponencial de la violencia simbólica y real del sistema, entendida como violencia estructural contra los cuerpos, como línea fría de simple destrucción y muerte en la cual, se ha perdido la genuina capacidad mutante y creadora de la desterritorialización estética.

     La violencia convencional programada no participa de la “furia parsimoniosa” que caracteriza a la textualidad estética transgresiva y liberadora, abierta al carácter imprevisto y singular del aisthéton, del acontecimiento-sensible, entendido ahora en este contexto, como transfiguración de la carne “accidental” —objeto inerte de las biotecnologías y del biopoder— en teatro corpóreo de una nueva “crueldad” mutante.

     Aquella consabida violencia sistémica contra la vida desnuda de los cuerpos, complementaria del proyecto general de “pacificación” y guerra preventiva contra la diferencia, apunta a neutralizar, interesada y perversamente, los conflictos y tensiones necesarios entre lo simbólico, lo imaginario y lo real, con miras a reforzar la pasividad reactiva en los sujetos (existe una pasividad activa positiva cuyo valor táctico y estratégico aflora en ciertas ocasiones) y la desmovilización del espectador como subjetividad corpórea y política atrapada en la red espectacular de los poderes.

     De modo similar o colindante con estas ideas de Virilio, han articulado la estrategia de sus respectivos discursos algunos pensadores del llamado porvenir de la “nueva revuelta”, tales como Julia Kristeva, Jacques Derrida, Michel Foucault, Guy Debord, Alain Badiou, Martha López Gil, Rosi Braidotti, Ernesto Laclau, Jean Baudrillard, Néstor García Canclini, Massimo Cacciari, Mark Dery, Donna Haraway, Iris M. Zavala, H. Tristram Engelhardt, Edgar Morin, Gianni Vattimo, Slavoj Žižek, entre otros. En la heterogeneidad de sus enfoques, estos escritores marcan nuevas posibilidades de reflexión sobre el lugar del cuerpo en la postmodernidad estética y en los procesos de planetarización.

     Sin restar valor alguno a las advertencias de Virilio, pero sin compartir una cierta neotecnofobia que en ocasiones impregna a su discurso —quizá por razones estratégicas y preventivas—, consideramos que resulta necesario esclarecer críticamente, caso por caso, si determinadas manifestaciones artísticas que utilizan al cuerpo como soporte, son realmente una exploración del sentido y de la extraña problematicidad de lo real inaudito, o resultan meros fetichismos de los medios técnicos y simples “academicismos del horror” situados en el registro de lo intrascendente.

     El objeto “estético” presentado como simple casting de la angustia, despoja a esta de sus poderes de revelación transmutantes, programando la violencia bruta sobre los cuerpos y legitimándola frente al arrebato creador de la furia característica de una escritura concebida como exceso textual, que transforma la economía micropolítica de la corporalidad/subjetividad sin dejarse atrapar por la violencia espectacular propia del guión del mundo, ni por “el hacha del juicio normativo”.

     La pura violencia espectacular postmoderna, enrejada en su aviesa estrategia de “comerse al otro”, corresponde a lo que Lacan denomina “floculación difusa del odio” en el Discurso Capitalista del Nuevo Amo: el Mercado “policéntrico”, competitivo y segmentado.

     En este sentido, el filósofo Jacques Derrida nos habla de un viejo, metafísico y perseverante carno-falogo-fono-centrismo, de una suerte de “Geschichte” como estructura que ofrece testimonio de la unión indisoluble que se produce en el contexto de la tradición metafísica occidental entre canibalismo —real o simbólico— y el centralismo violento del falo, el logos y la oralidad, todo ello en detrimento de la escritura, el arte, el cuerpo, la mujer y el espaciamiento dialógico.

     Inversamente a la detección de la banalidad en la violencia pseudoartística convencional, se torna cada vez más urgente determinar cuándo estamos en presencia de un auténtico arte trágico de la crueldad —en el sentido artaudiano y renovado de esta expresión—, de un arte abisal y dionisíaco que, utilizando estratégicamente las potencias de la “aisthesis”, de la sensación y la corporeidad/pensamiento —por exceso de fuerza y humor—, explora, transformativa y significativamente, con los nuevos recursos tecnológicos, la dimensión de lo sublime y/o de lo siniestro, situada más allá de la belleza tradicional entendida como simple velo del horror.

     Como dice Lacan: producir y descubrir objetos artísticos a la medida de una est/ética rota cónsona con la urgencia del acto ético/creador puro.

     Aquel arte quizá nos revele, atravesándola con sus luces y sombras, con su juego trágico-humorístico de vuelos y caídas, la trama ideológico-libidinal que subtiende a las modalidades y “dispositivos de semiotización colectiva” (Guattari), operantes en el cuerpo estético-político de la post-modernidad.

     Ese arte de resistencia a que aludimos se debate con los nuevos materiales, temáticas, técnicas y novísimas tecnologías, en su afán de crear nuevos códigos y lenguajes, nuevas posibilidades semióticas situadas más allá de los usos y decursos cognitivo-instrumentales y pragmáticos asignados a las tecnologías por el mercado. Siguiendo en esto a Deleuze y a Giorgio Agamben, podríamos decir que este nuevo arte de resistencia se opondría de modo parsimonioso al trazado cartográfico de jerarquías esencializadas y separaciones absolutas entre adentro y afuera, vegetal y animal, humano e inhumano, orgánico e inorgánico, vida desnuda y vida cualificada políticamente: zoé y bíos. De esta forma, las nuevas manifestaciones estéticas y biopolíticas que pretenden erosionar el fundamento de los poderes, se regirían en su especificidad por un “principio de indeterminación virtual” operante en el plano de inmanencia subjetivo-corporal, social y político, abierto a la “beatitud” impersonal de una contemplación activa, como la concibe Deleuze.

     ¿De qué modo y hasta qué punto las llamadas estéticas postmodernas de ultravanguardia —representadas actualmente por la escritura hipertextual e hipermediática, el arte tanatofílico y transgénico de un Eduardo Kac, los “visionarios” de la realidad virtual, las experimentaciones biotelemáticas de interfaz hombre/máquina y las estéticas protésicas, carnales y de body art al estilo de Stelarc, Antúnez y Orlan, entre otras manifestaciones extremas— son meras genuflexiones ante los poderes más duros y simples consagraciones del Ge-Stell tecnológico?

     Heidegger concibe el Ge-Stell como estructura de emplazamiento, imposición o dominio propia de una hipertrofia de la racionalidad predicativa y cognitivo/instrumental, previa al centelleo de la Ereignis como Acontecimiento o Transapropiación liberadora.

     Debemos tener presente que los fetichismos del objeto técnico que no alcanzan la articulación polivalente propia de las constelaciones semióticas de relevancia en el plano transformativo/artístico, se constituyen en simples dispositivos de neutralización funcional del cuerpo y el deseo para mantenerlos encerrados en los consabidos límites de una axiomática del capital tecnocientífico, que exige la producción de ideologemas pseudoinnovadores y pseudoestéticos para ocultar y/o legitimar ante los sujetos serializados la magnitud monstruosa de las depredaciones y canibalismos del cuerpo lleno, bulímico, voraz y realmente monstruoso del Capital Financiero.

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Febrero de 2005

Publicado en el Blog Cazador de Agua, el lunes 12 de Abril de 2010

Blog epistheme
Lunes, abril 26, 2010
Noticias del Frente Fractal 002

©Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

Pulse CTRL link para ver el video: http://www.youtube.com/watch?v=K7NIqNFe5Uo

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jueves, 18 de diciembre de 2025

UNHEIMLICH, UNCANNY, SINIESTRO... (LO RARO, LO ESPELUZNANTE)

Dijo: «[...] Muchas cosas son pavorosas (unheimlich); nada sin embargo sobrepasa al hombre en pavor (unheimlichsten).» Sófocles: Inicio del “Elogio del hombre”, en Antígona. Versión de Emilio Estiú

«[...] Hölderlin, en pleno romanticismo y Sturm und Drang, traduce, reescribe e interpreta a la luz del idealismo alemán la Antígona de Sófocles conviertiendo el “deinóteron” en “ungeheuerer”. Y los versos iniciales del coro quedan así al trasponerlos al español: “Mucho es lo MONSTRUOSO. Nada sin embargo que sea más MONSTRUOSO que el hombre”. Evidente conocedor de este vuelco dado a la tradición por Hölderlin es Heidegger quien, en 1935, escribe una nueva versión del coro [...] Heidegger [...] traduce el superlativo “deinótaton” [lo más maravilloso] como unheimlichsten (pavoroso). Emilio Estiú traduce como “pavoroso” el “deinótaton” o “deinóteron” griego (lo más admirable; lo más maravilloso de lo admirable y maravilloso que hay en el mundo) [...] Pero para cada lector de Freud “unheimlich” es una voz familiar de modo que resulta imposible dejar de recordar el fino análisis filológico que Freud dedicó a este vocablo en el artículo de 1919, mucho antes de la versión de Heidegger...» Néstor A. Braunstein


     Por Armando Almánzar-Botello

El término “Uncanny” es el vocablo equivalente en inglés a la palabra alemana utilizada por Sigmund Freud en su libro de 1919, titulado Das Unheimliche.

Con dichos términos se alude a la “inquietante familiar extrañeza” que genera en los sujetos el retorno de aquellas personas, seres o acontecimientos que fueron en un principio “familiares o conocidos”, pero que devinieron “extraños, amenazantes o siniestros”, es decir, pavorosos, al ser evacuados del sistema preconsciente-consciente y reprimidos en el sistema inconsciente, con el olvido radical que dicha represión comporta.

Denomínase así “Unheimlich” a lo que fue familiar (heimlich) pero ha dejado de serlo (Un-heimlich), y, por tal motivo, su evocación o retorno se produce bajo el sabor, el olor o la especie de la extrañeza o la inexplicable amenaza.

Sigmund Freud, Jacques Lacan, Martin Heidegger, Emilio Estiú, Eugenio Trías (este último en su obra Lo bello y lo siniestro), el importante psicoanalista Néstor A. Braunstein, entre muchos otros, explican de un modo resumido y pertinente este fenómeno de transfiguración etimológica y proto-psicoanalítica.

Jorge Luis Borges dice que la palabra “Uncanny” es prácticamente intraducible y que alude a un tipo de “horror sobrenatural” poco frecuente.

Afirma el autor de “La biblioteca de Babel” que el término inglés equivaldría a lo “Unheimlich” alemán.

Borges, anglófilo declarado, supone además que el vocablo “Uncanny” resulta aplicable —quizá por primera vez en la literatura (¿inglesa?), según el argentino dice recordar—, a la novela Vathek de William Beckford, específicamente a la descripción que hace dicho autor de un original Infierno que se presenta como extraña biblioteca-laberinto, con extrañas salas, túneles o departamentos correspondientes a los círculos dantescos multiplicados hasta el delirio...

Esta arquitectura infernal resulta ser preludio de la misma obsesión de Borges por ambos elementos, biblioteca y laberinto, y una anticipación, dice el autor de “El Aleph”, de los “satánicos esplendores” presentes en las obras de Edgar Allan Poe, De Quincey, Baudelaire, Huysmans...

Debemos prolongar dicho Infierno “unheimlich”, en su carácter de “antesala eterna de consulta”, a las obras de Maupassant (El Horla), Poe (El hundimiento de la Casa Usher), Henry James (Otra vuelta de tuerca), Kafka (El proceso y El castillo), Ionesco (Las sillas), Beckett (Final de partida), Sartre (A puerta cerrada)... En esta última obra, el autor plantea que “el infierno son los otros”...

No obstante, al margen de las referencias inglesas y norteamericanas que resalta Borges, Sigmund Freud, en su famoso libro monográfico Das Unheimliche (traducido por L. López Ballesteros y de Torres con el título de Lo siniestro), utiliza como principal exponente de lo “unheimlich” un famoso relato del escritor, músico, pintor y jurista alemán (muy criticado en vida por Hegel y por Goethe), Ernst Theodore Amadeus Hoffmann.

El nombre del relato, en alemán, es “Der Sandmann”, y se ha vertido al español como El hombre de la arena, y en otras ocasiones como El arenero. El cuento pertenece al libro de Hoffmann titulado “Nachtstücke”, Nocturnos, obra que ofrece un total de ocho relatos.

Como nos recuerda con suma pertinencia Néstor Braunstein siguiendo a Freud y, evidentemente, al Martin Heidegger de Introducción a la metafísica (Barcelona, Editorial Gedisa, 1999, pp 136-139), la palabra alemana “Unheimlich” y su equivalente en inglés “Uncanny”, remiten etimológicamente a lo que en el mundo griego homérico se denominaba: “deinón” o “deiná”, y que significan lo “tremendo” o “grande”, eso desmedido que produce “temor y temblor”...

Posteriormente se habló de “deinóteron” o “deinótaton” con el significado de “admirable”, “maravilloso”.

Evidentemente existe aquí, en estas dos últimas palabras —en la acepción trágico-sofocleana de dichos términos—, una represión u ocultamiento de la connotación “tremebunda”, terrible, que reviste el término “deinótaton” en el texto de Homero.

Posteriormente, como señala Néstor A. Braunstein siguiendo a Martin Heidegger, el gran poeta proto-romántico alemán Friedrich Hölderlin traduce el “deinótaton” griego como “Ungeheurer”, “monstruoso”...

Luego Rainer Maria Rilke habla, siguiendo la estela de Hölderlin, de “ángeles terribles”...

Aprovechando aquí sin dudas el pensamiento de Freud, Martin Heidegger, en su trascendente obra Introducción a la Metafísica, traduce al alemán el término griego “deinóteron” como “Unheimlichsten”.

Como hemos ya señalado, desde López Ballesteros y de Torres, “primer” traductor de la obra completa de Freud al español, el término utilizado para traducir “Unheimlich” es “Siniestro”.

Así lo hace también el filósofo español Eugenio Trías, por ejemplo, en su lúcida y hermosa meditación sobre la belleza, los límites y la razón fronteriza.

No obstante, la estética de Trías, a pesar de hablar de “exorcismos ilustrados” de lo siniestro, permanece finalmente prisionera de una concepción de la belleza como “velo del horror”, como luminosidad o “ekphanéstaton”, y no logra penetrar con auténtico vigor en el territorio de las estéticas rotas, del “atravesamiento del velo”, en el campo en torsión de las est/éticas del a-coso por la Cosa (das Ding), en fin, de las estéticas posjoyceanas de “lo real obsceno” y de “lo abyecto” —aquí no hablo de la banalidad pornográfica— que rompen con la idealización del Uno y con la “claritas” comprendida al modo tomista-escolástico.

Es preciso señalar que con la traducción se pierde lo que en alemán se expresa con el prefijo “Un”: algo “heimlich”, familiar, hogareño (“heim”: hogar), se ha convertido en “Un-heimlich”, en “a-hogareño” o en “no hogareño”, es decir, en extraño, desconocido, pavoroso, siniestro.

Uncanny”, en inglés, tiene todas estas connotaciones de arrastre que hemos mencionado, y es el término especializado que se utiliza para traducir al inglés el “Unheimlich” freudiano...

Es muy pertinente, por lo tanto, el uso de dicho término, “Uncanny”, al igual que el de “Unheimlich”, para describir la extrañeza que suscitan en nosotros muchas situaciones u obras de arte que “activan” la dimensión siniestra “propia” del Deseo humano, de la alteridad constituyente que nos “trabaja desde adentro”, de la otredad promisoria o benéfica, por un lado, y amenazante o maléfica por el otro, que desborda siempre, en su carácter de exceso, de real imprevisible, los límites de lo familiar y conocido.

Más allá o fuera de lo siniestro (Mark Fisher)

Dicho lo anterior, nos resulta posible constatar otras dimensiones de lo est/ético que desbordan la vigencia de lo siniestro: aquellas categorías que Mark Fisher concibió como lo raro y lo espeluznante

En ambos casos, para el finado escritor británico desaparecido prematuramente, lo extraño, a diferencia de lo siniestro, procede de una cierta exterioridad imprevisible. El monstruoso paradigma de dicha exterioridad está insinuado en las extrañas y terroríficas criaturas de Howard Phillips Lovecraft.

Armando Almánzar-Botello

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27 de marzo de 2012

Blog Otros Textos Mutantes
Lunes, 23 de abril de 2018

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lunes, 8 de diciembre de 2025

JACQUES LACAN Y LE SINTHOMADAQUIN

Lo “eausbcène” lacaniano, como nueva forma joyceana de la belleza rota


Por Armando Almánzar-Botello

A James Joyce; a Diana S. Rabinovich, in memoriam
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Jacques Lacan, en varias zonas relevantes de su obra, trabaja muy seriamente con el pensamiento de Tomás de Aquino.

Yo también, desde muy joven, estuve muy interesado en el pensamiento de Santo Tomás, dada mi formación religiosa: aspiraba a ser sacerdote y estudié en colegios religiosos.

Leí, en mi remota adolescencia, al James Joyce tomista (Retrato del artista adolescente) y al pensador francés neotomista Jacques Maritain, algunas de cuyas obras, junto a varias de Santo Tomás de Aquino, por supuesto, se encontraban en la biblioteca de mi padre.

Lacan relaciona el concepto tomista de “claritas” con el “ekphanestaton” griego, categoría que perdura en Europa a través de la tradición neo-platónica: la belleza como “resplandor violento”, como “esplendor”, como “claridad que ciega”...

Para Lacan, el velo de la belleza clásica, entendida como “proportio, integritas et claritas” (proporción, integridad y claridad) existe para ocultar la muerte. El enceguecimiento que produce lo bello tiende a ocultar la verdad del vacío, el abismo del no ser.

Matizando la concepción tomista, Jacques Lacan (James Joyce también), habla de la posibilidad de una “belleza rota” que trascienda la categoría tomista de “integritas”. Esa belleza rota, vulnerada, constituye más bien una “est/ética”.

Desde el romanticismo europeo, cuya “acta fundacional” (E. Trías) la levanta Kant con su Crítica del Juicio, como nos recuerda con pertinencia Eugenio Trías, las categorías de “proportio, integritas et claritas” son desbordadas por un concepto que, de hecho, ya estaba presente en el pensamiento occidental desde Longino: “lo sublime”. Esta idea o noción debe ser entendida como “exceso que anonada las categorías del entendimiento” y abre a lo informe, a lo desmesurado y abisal...

Sin que se pueda considerar clausurada la visión tomista de la belleza, la modernidad estética trabaja también utilizando categorías relacionadas con variantes de la idea de lo “sublime no ascensional ni catártico”: las ideas de “desmesura”, “fragmentación”, “abyección”.

Esas categorías las podemos relacionar con aquello que Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, denominaba muy acertadamente y a propósito de las relaciones entre el arte moderno y el gran Dante Alighieri: “Belleza de los Abismos”...

Otros hablan, en la postmodernidad, de “estéticas de lo siniestro” y de “formas estalladas” o “abiertas” (Umberto Eco, Eugenio Trías, por ejemplo).

Dice Lacan:

«James Joyce se sometía a un trabajo bastante duro en relación con Santo Tomás de Aquino (saint homme). En lo que concierne a la filosofía, nunca se hizo nada mejor, hay que decir las cosas como son —es la pura verdad. Esto no significa que Joyce estuviera perdido respecto de eso a lo que concede un gran valor, a saber, lo que él llama lo Bello. Consulten sobre este tema la obra de Jacques Aubert y verán que hay en el Santo Tomás de Aquino (sinthomadaquin) un no sé qué que él llama “claritas”, que Joyce reemplaza por algo como el “esplendor del Ser”, que es el punto débil...» Jacques Lacan. Seminario 23. El sinthome (seminario sobre James Joyce). Paidós, pp 14-18.

Resulta curioso pensar que un artista de genealogía tomista como lo es James Joyce, en lo referente a sus concepciones sobre “lo bello” termine produciendo una obra considerada por cierta crítica como algo monstruoso por excesivo, como lo es Finnegans Wake.

Borges consideraba una injusticia contra el autor de El proceso comparar esta novela con el Finnegans Wake. Solo la devoción excesiva del argentino por la literatura escrita en inglés le impide condenar abiertamente la obra “sutil y polimática” de Joyce.

Pero no debemos olvidar tampoco el hecho paradigmático de que varios formalistas y retóricos europeos, todavía en el siglo XIX y utilizando algunos criterios tomistas y neoplatónicos sobre lo bello, pretendían negar la grandeza estética de Shakespeare y Rabelais, por considerarlos “desmesurados”...

No obstante, como felizmente lo dijo el gran Samuel Beckett: “No es que ahora no haya forma, sino que debemos entenderla de un modo que no implique su neta separación con respecto al caos...”

La belleza existe, pero se juega hoy en el territorio del acontecimiento, del accidente contra-efectuado por la “voluntad de forma abierta”; en el espacio problemático y marginal de lo dañado, de lo roto, de lo averiado del ser...

Esa belleza, como nos recuerda Ignasi de Solà-Morales, más que una presencia que participa de la “firmitasvitruviana, constituye un “dispositivo proyectual” y una forma-sentido en los que se opera un choque revelador, intenso, (a)significante, no simplemente figurativo, entre las fuerzas plurales y profundas que vibran y afloran en el caos contemporáneo.

El poema y la obra de arte en general son producciones de pliegues y encuentros de signos estallados y esclarecidos (G. Deleuze); configuraciones semióticas que nos permiten la exploración del sinsentido, de lo complejo, de lo desconocido, del Afuera genético y su pluralidad (a)significante de singularidades: huellas y fuerzas que pueblan el eterno devenir de lo que permanece cambiando...

Armando Almánzar-Botello

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Febrero de 2015

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Reservados todos los derechos de autor.
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miércoles, 26 de noviembre de 2025

GENTRIFICACIÓN LITERARIA

EL BRILLO CEGADOR DE LA MERCANCÍA

«El shopping mall es central por su tendencia a destruir la ciudad real —la calle simulada con aire acondicionado sustituye a la real— y por proponerse como modelo ideal de cualquier espacio público de la ciudad. Si el shopping mall nace como imitación, domesticada y protegida, de las calles de la ciudad real, hoy en la ciudad nueva de la hiperrealidad, el simulacro con aire acondicionado de la calle representa a la ciudad ideal». Giandomenico Amendola: La ciudad postmoderna. Magia y miedo de la metrópolis contemporánea, Celeste Ediciones, Madrid, 2000, p. 257


Por Armando Almánzar-Botello 

A Franz Kafka, a Charles Baudelaire, a Julio Cortázar, a Jorge Luis Borges, a Herbert George Wells, a Juan Bosch, a Philip K. Dick, a Walter Benjamin, a Antonin Artaud, a Primo Levi, a Bruno Bettelheim, a Jacques Derrida, a Guy Debord, a Rem Koolhaas, a Gilles Deleuze, a Virgilio Díaz Grullón... In memoriam

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«Il n’y a rien hors du texteJacques Derrida [«No hay nada fuera de texto.» Jacques Derrida]
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Por efecto de un imprevisto y duro golpe recibido al caerle una lámpara cenital en su cabeza, el pensionado y absorto bibliófilo, un lector solterón y solitario de setenta y cinco años recién cumplidos, aturdido en aquella soleada mañana de primavera y tachado brúscamente por la incertidumbre, olvidó por completo la historia de sí mismo, la propia y verdadera identidad.

Después de un ciego instante de estupor frente a su niebla; indeciso, roto, aterrado y sumergido en un sinfondo especular, lanzó un grito que no parecía humano, que recordaba más bien a un balido soñado, al extraño lamento espectral que surge de un simple artificio microtécnico...

De inmediato, ahogándose ya en la desorientación, se vio abrir la puerta de su pequeña biblioteca-guarida y, evitando sin saber el porqué los ascensores relucientes, descendió presuroso como jinete con su cubo de carbón en una insólita mano ennegrecida —trabajado por el vértigo y dando aullidos lastimeros—, por las interminables y raras escaleras del extraño edificio que hasta entonces lo albergaba...

Desesperado y confundido corrió al azar por las calles o avenidas de una irreconocida y ajena ciudad laberíntica, futurista, inmensa, transformativa, ilegible, amenazante...

Buscando escapar de lo que ya le parecía una siniestra pesadilla, con indescriptible angustia decidió asomarse al gran espejo colocado en la parte frontal de un gigantesco centro de comercio completamente desconocido para el bibliófilo amnésico... Gran sorpresa: ¡La cristalina, pulida y lúcida superficie no reflejó cuerpo humano alguno, sino absolutamente la nada o el vacío!

Cayó el lector en total inconsciencia...

Lentamente, como si emergiera de un abismo profundo de aguas y letras movedizas, hostiles y deliradas, nuestro héroe fue recordando, cada vez más dueño de la simple y modesta verdad de lo real, que sin lugar a dudas estaba leyendo y destejiendo, en su habitual y estrecho cuarto polvoriento, reclinado en su confortable sillón —aquel fantástico mueble cubierto con raída tela negra muy deshilachada, y herencia secreta de su abuela materna—, un esquizofrénico tejido narrativo, inverosímil, postmoderno, que jugaba de forma intertextual con El hombre invisible de Herbert George Wells, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, y “El jinete del cubo” de Franz Kafka.

Al llegar a este punto, el ávido lector cerró el libro y encendió, cautelosamente, un sofisticado cigarrillo de utilería...

De un modo brusco, la trama se convirtió en otra cosa:

La radiogénica y enfática voz de un narrador, inquietantemente familiar, dijo:

«La pesadilla textual continúa todavía... ¡Y la vida no se detiene, prosigue su agitado curso!...»

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Mayo de 2004 (Texto retocado)

Blog Otros Textos Mutantes
Sábado, 11 de abril de 2015


Copyright © Armando Almánzar-Botello.

Tomado del libro de microrrelatos titulado Mecarrelatos. Hipertextos de un
Cazador
, 2004, de la autoría de Armando Almánzar-Botello.
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ERÓSTRATO Y EL DECONSTRUCTIVISMO (Gentrificación literaria)

«Durante años he repetido que me he criado en Palermo. Se trata, ahora lo sé, de un mero alarde literario; el hecho es que me crié del otro lado de una larga verja de lanzas, en una casa con jardín y con la biblioteca de mi padre y de mis abuelos.» Jorge Luis Borges: “Juan Muraña”, en El informe de Brodie.

«Llegó a imaginarse que los ricos, aburridos de escuchar las quejas de los miserables, construyeron jaulones tremendos que arrastraban cuadrillas de caballos.» Roberto Arlt: Los siete locos.

«I would prefer not to». Herman Melville: Bartleby, the Scrivener

A Jorge Luis Borges
A Roberto Arlt
A Herman Melville
A Jean-Paul Sartre
A Gilles Deleuze
A Michel Foucault
A Jacques Derrida
A Frank Gehry
A María Kodama


Por Armando Almánzar-Botello 

El discreto y pensionado lector —antiguo y modesto escribiente—, se alojaba en un delirado y fétido escondrijo.

Su laberíntica y oscura madriguera formaba parte del sótano de un viejo rascacielos de veintitrés pisos, prácticamente abandonado y casi en ruinas.

Para la época lejana en que se desarrolla esta borrosa historia, las distopías psico-socio-urbanas eran muy comunes. Presentaban su rostro más violentamente injusto en ciertas zonas marginales de la megalópolis monstruosa.

Dichas zonas constituían espacios olvidados por políticos y expertos, territorialidades arcaicas consideradas como simples lugares vacíos (espacios inexistentes o invisibles) por la entonces dizque nueva gestión edilicia y los criterios urbanísticos del Gobierno, siempre al servicio del perverso capital financiero, de las hipócritas y oportunistas compañías del sector inmobiliario.

Solitario y con ojeras de un tinte lila muy oscuro, almorzaba el recóndito lector con frugalidad extrema —todos los días y al caer la tarde, como si practicara un rito insulso y milenario— en la fonda miserable y casi abyecta situada en un rincón de la barriada próximo a su miserable habitáculo.

Por la mugrienta ventana del pobre comedero, se perfilaba líquida y limpiamente —numinoso en la distancia violenta de aceros, cristales, pantallas digitales y atractivas vitrinas—, el vivo resplandor de la rica y verdadera ciudad imaginaria...

Movido tal vez por el deseo inconfesable de ser alguien, de llenar con el sentido un doloroso hueco devorante, inabordable, se propuso leer, demorada y cautelosamente, a través de días y noches de turbulento asombro, todas las obras reseñadas por el aristocrático Jorge Luis Borges en su revelador y magnífico libro “Biblioteca personal”.

Quería el lector vivir esa experiencia. La relacionaba, oscuramente, con el milagro inefable de una profunda metamorfosis. Pensaba el lector, quizá con cierta ingenuidad, que al sumergirse por completo en la biblioteca de Borges de improviso un día se convertiría en Borges...

En el prólogo del catálogo crítico del gran maestro argentino, había leído el pensionado —al principio mismo de su proyecto lectorial y sintiendo un vértigo sígnico indescriptible—: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer, dije alguna vez.”

Y así transcurrieron los días y los meses, con la persistencia de un polvo indiferente que llega silencioso desde la inconsciencia cósmica de las estrellas...

Varios años después, leídos y releídos con mayor o menor fruición —pero con gran perseverancia— todos y cada uno de los libros a los que Borges dedica unas muy breves líneas en el hermoso escrito sobre su propia biblioteca íntima, el lector sintió, de forma súbita, que un tremendo, monstruoso, indecidible cambio se operaba en su más recóndita y fundamental percepción del mundo. Entonces, vino extrañamente a su memoria la última frase del prólogo escrito por Borges: “Ojalá seas el lector que este libro aguardaba”...

Y fue, mágicamente, al recordar esa frase del autor de “La casa de Asterión”, “El inmortal” y “El Aleph”, como si el solitario pensionado lector —perito esquizo/cabalístico en desastre y en miseria—, experimentara el llamado ineludible que ya lo conmina, con un furor mistérico aullando, a ejecutar la orden siniestra de un terrible y vengativo dios oscuro.

De inmediato, rocía gasolina sobre los objetos de madera y sobre los libros, incendia con un fósforo indolente la biblioteca de sesenta y cuatro títulos junto con el parco y polvoriento mobiliario de su guarida.

Después, con sigilosa decisión implacable, sale a la calle, asesina uno por uno a todos los perros y gatos de su vecindario, y danza desnudo frente a la hoguera del miserable recinto que por largos años fue su modesto refugio de lecturas, monólogos y pesadillas...

Ya por completo galopando en el delirio, se arranca los ojos como Edipo y se corta la lengua como hicieron los impíos con San Juan Nepomuceno...

Ahora llega una furgoneta del Ejército al terrible y fantástico lugar de los hechos...

Mas, por todo ello no dejó de ser nuestro lector quien era —un simple Don Nadie—; ni mucho menos logró, en su devenir agitado y anhelante, la metafísica transfiguración añorada: convertir la pobreza de su escritura terrestre y opaca en la prosa refulgente y sobria de Jorge Luis Borges, el inalcanzable maestro celestial, aristocrático, acósmico...

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Junio de 2016

© Armando Almánzar-Botello

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lunes, 24 de noviembre de 2025

[LO QUE NO SE DEBE NI SE PUEDE PLAGIAR...]


POÉTICA DE LO REAL

«Dedico este fragmento a los ingenuos que confunden “obra de arte” con “creación artística” en el acto de escritura. Aludo a los que no asimilan todavía esta sal en la herida viva: que la “belleza” no es arquetipo yerto sino efecto incorporal del accidente aleatorio al que un creador orienta y explora y dirige y le da forma: mutante ideología histórica que se actualiza siempre, transideológicamente, por mediación de la belleza rota, es decir, de la función est/ética y transformativa. Dedico este modesto acto de escritura a los que por deslumbramiento inerte no crean sino que repiten “belleza” vieja, regurgitan manido “arte”, no transforman ni crean sino que croan, y en su remota charca crían baba de limo rústico y simple pátina de fierros viejos.» Armando Almánzar-Botello

Por Armando Almánzar-Botello

«Irrisorios “ángeles de canquiña y mazapán” se han alzado con los dones del Cielo y no quieren disolverse ni en el paladar de Dios» Armando Almánzar-Botello 😇
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Por la senda “lituraterrestre” de Jacques Lacan, Jacques-Alain Miller y Manuel Fernández Blanco (2002), entendemos como difícil la poesía que funciona en el ámbito del sentido.

La dificultad semántica de un texto es un concepto que remite a la hermenéutica, al descubrimiento de capas de sentido inconscientes, implícitas en la estructura o configuración sígnica de una obra literaria entendida como obra de arte.

La poesía oscura lo es porque se mueve todavía en el espesor de los significantes y de los signos, en el orden de la palabra (J-A Miller; M. Fernández Blanco).

Frente al sentido constituido como simple invención, se levanta el sinsentido como no-sentido, como creación y abocamiento a lo real a través de la función litoral de la escritura y la letra.

La llamada “poética de lo real” se aproxima al agujero y a la falta en el Otro como sede tachada o barrada de los significantes-letras. Aquí, la única forma de dificultad, fuera de la exégesis metafísica tradicional, es una tensión orientada entre sentido y sinsentido, entre lo simbólico y una articulación semiótica que comporta la diseminación de los significados cerrados, intencionales y canónicos cediendo ante el puro ritmo.

El poema, como acto, se “desabona del inconsciente simbólico” (J-A Miller) y abre el sentido estético al sinsentido de lo real. Así, la creación realiza un vaciamiento catastrófico de las significaciones canónicas y una ruptura con el automaton inconsciente para dar paso a una nueva forma de fallar el encuentro con lo real del vacío: tychê literal, litoral, cuyo resultado poético-escritural sorprende y transforma el posicionamiento y la estructura subjetiva del mismo sujeto creador.

La obra de arte como algo diferente a la creación artística persigue sentido en el sinsentido. La creación como tychê disuelve el sentido en su avance dirigido hacia el no-sentido de lo real. La belleza surge aquí como epifenómeno.

Armando Almánzar-Botello

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Agosto de 2010

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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PURAS CORAZONADAS “ESTÉTICAS” Y SENTIMENTALISMOS NAÍF (Notita para el vulgo que mete la cuchareta ejerciendo sus “derechos” a opinar en nombre de una falsa democracia intelectual, estética, dizque “contextualista” y metaliteraria en abismo)

Por Fredesvinda Báez Santana y Armando Almánzar-Botello

«La llamada “obra de arte” puede ser pura repetición de lo dado, reiteración de la belleza establecida como canon; hasta puede ser un mero pastiche o plagio no redimido por la ausencia de transformación semiótica de los contenidos y materiales, ni superado como simple copia por la no emergencia, como valor estético, de una forma-sentido insospechada y nueva. La proteiforme “creación artística” radical, por el contrario, rompe con el canon yerto del buen gusto, del sentido común y el buen sentido, subvierte las normas y límites de la belleza codificada (o por lo menos eso se propone), abandona la serialización academicista en la “dación establecida de forma-sentido”, explora lo desconocido semántico y morfosintáctico hasta un límite tan radical que puede colindar con lo feo, con lo abyecto, lo siniestro, lo ininteligible, lo imposible y lo monstruoso. Esta categoría de “creación artística” genera nuevas y enriquecedoras perspectivas de apreciación estética. Con ella, la belleza convencional podría verse agujereada, fracturada, rota, despedazada, y, para decirlo parafraseando a Nietzsche, solo renqueando podría transitar esa belleza por el espacio inédito que un potente sujeto de la escritura despliega como experiencia fuerte y transformativa que alumbra nuevos mundos en lo abierto, más allá de la retórica y de lo verosímil, de lo reiterado y pobremente dicho...» Armando Almánzar-Botello

«Irrisorios “ángeles de canquiña y mazapán” se han alzado con los dones del Cielo y no quieren disolverse ni en el paladar de Dios» Armando Almánzar-Botello 😇
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El valor más trascendente del arte no es igual al de “un fruto silvestre”, no se mide por la “espontaneidad de una mente y un corazón”.

En primer lugar, no hay “primigenia naturalidad” de los momentos vitales. Todo está desde siempre “contaminado” por la memoria, la tradición o el artificio.

Los estados emotivos primarios no se transmiten en bruto, es necesario encontrar los correlatos verbales o semióticos precisos que los transfiguren en arte. Esto lo habían dicho T. S. Eliot y Gilles Deleuze, entre muchos otros.

Una cosa es lo que se entiende por vida, experimentada esta como concatenación “espontánea” o contingente de “accidentes fenomenológicos”, y otra cosa, muy distinta, es la obra de arte como resultado de la “contemplación activa” de lo vivido y el direccionamiento intencional, pero también consciente/inconsciente de las “vivencias”, para extraer de ellas —al orientarlas, redefinirlas y seleccionarlas por medio de una vigilante “voluntad de forma”—, los “signos esclarecedores” de esa “vida en bruto”, el brillo incorporal del sentido-acontecimiento.

Wordsworth, el gran poeta inglés, hablaba de la “emoción artística” como de un estado afectivo recordado y contemplado en la calma y en la distancia temporal y física, lo que daba origen a un nuevo sentimiento estético emparentado con la emoción originalmente sentida y evocada, pero diferente de esta.

La simple transmisión directa de las emociones solo produce arte naíf.

La obra artística siempre surge “al compás de la faena creadora”, de la orientación formal y de la dialéctica forma-sentido.

Desde luego, dicha labor transmutante debe estar afianzada en sensaciones, percepciones, afectos, intuiciones e ideas vigorosamente vividas, “internalizadas” y asimiladas por el artista.

La mera “supuración” psicologista y espontaneísta de estados emotivos directos solo produce “arte” mediocre, vociferante, sensiblero, “lirismos solipsistas” para ser apreciados y disfrutados exclusivamente entre personas “conocidas”; entre “novios” o “viejos amigos”, por ejemplo.

No hay en el arte comunicación “de corazón a corazón”... ¡La potencia de la forma es lo decisivo!

En síntesis: lo esencial en la obra de arte (en el poema, específicamente) no se reduce a poner en juego, de modo “espontáneo”, directo, las percepciones y las afecciones del sujeto autorial. Es necesaria la orientación formal del texto más allá de la materialidad de sus determinaciones físicas, personales o biográfico-psicológicas.

Es preciso alcanzar la superficie virtual y metafísica que permite un “devenir rebelde”: otro tipo de aventura semiótica distinta de aquella posibilitada por el sentido común y por el buen sentido. ¡Para lograrlo, se necesita conjugar el talento transformativo y la “espontaneidad” trabajada, el estudio de la tradición, la disciplina y la cultura!

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Marzo de 2019

© Fredesvinda Báez Santana y Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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LOS CLÁSICOS, LOS LINDISTAS, LOS VIEJOS VANGUARDISTAS Y EL CAMINANTE

«Duplicidad del caminante: nostalgia de la Fiesta y enraizamiento en sí mismo, en su mismo andar. Instante: felicidad en el Inquietum, existir en el Un-ruhiges (lo inquieto) como si fuese morada.» Massimo Cacciari

«Hay una única desviación, la desviación centrista; la elección del juego seguro, de evitar con actitud oportunista el riesgo de tomar partido clara y excesivamente.» Slavoj Žižek

«Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion, de Armando Almánzar-Botello, instaura un nuevo código discursivo que hace de su dicción un entramado de sólidas arquitecturas verbales e insólitos hallazgos expresivos.» Alexis Gómez-Rosa

Por Armando Almánzar-Botello 

«Irrisorios “ángeles de canquiña y mazapán” se han alzado con los dones del Cielo y no quieren disolverse ni en el paladar de Dios» Armando Almánzar-Botello 😇
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Ciertas mentalidades carentes de verdadera perspicacia no conciben que un escritor —y en particular un poeta— se proponga o desee no continuar escribiendo ni leyendo repetitivas obras literarias producidas a granel, correspondientes a un determinado talante o registro histórico-semiótico, temático-formal, genérico y retórico-estilístico, ya severamente datado, agotado y clausurado.

El auténtico creador, como explorador de nuevos sentidos y formas semióticas insospechadas, desdeña ciertas modalidades retóricas manidas por considerarlas demasiado previsibles.

Aquellas estructuras y fórmulas poéticas tan manoseadas —muchas de ellas meros y desvitalizados neoclasicismos, neorromanticismos yertos o pseudovanguardismos de cuarta, quinta o sexta generación— constituyen para el artista-caminante, comprendido como “injeto” (G. Deleuze), como generador, creador y explorador de nuevas madrigueras, agenciamientos maquínicos, laberintos, techos y membranas que comuniquen lo sideral con lo “éxtimo” (J. Lacan), simples “fantasmas de experiencia” completamente irrelevantes para su particular proyecto de escritura, para su nivel o grado atmosférico de percepción intensiva del mundo, para la densidad de una particular conciencia exploratoria del hecho poético de la que dicho artista participa creativa y dionisíacamente.

Cuando este sujeto-enigma, en su calidad de instancia “autobio/tanato/heterográfica” (J. Derrida), desea leer auténticos precipitados estilísticos tradicionales, clásicos, románticos, parnasianos, simbolistas… prefiere simplemente la relectura siempre novedosa de los Clásicos y de los Grandes Maestros de la Modernidad. Pero su acto de creación propio constituye siempre —o por lo menos, así él se lo propone— la riesgosa exploración de una espesa floresta “semántico-sintáctica virtual” que, en un complejo y deleuziano rizoma o “laberinto de fronteras” a lo Wittgenstein, no se amarra a la seguridad de los límites y pretiles consabidos y programados.

Esta estrategia comporta, como bien dice Harold Bloom, una “relectura fuerte” de ciertos textos canónicos, una redescripción transformativa de las verdaderas grandes creaciones de una cierta tradición, sí, pero solo si ello implica la incubación y generación de auténticos “valores est/éticos agregados”, los cuales germinan muchas veces fuera del ámbito de la fácil belleza convencional de bisutería y tocador.

La mera repetición mecánica de “cosas bellas” o supuestamente “originales” —sin riesgo cinegético ni fuerza de recreación, sin un genuino acto exploratorio e inventivo que como (i)legible acontecimiento inmanente siempre bordea la monstruosidad, la desmesura, lo siniestro y el exceso, aunque luego retorne a la definición de nuevos límites e inéditas territorialidades artísticas—, constituye tan solo un ejercicio esteticista de salón, una insulsa barricada para pasar un grato momento de nostalgia pseudocombativa y regodearse desmayadamente en la gastada y frívola doxa de la impotencia, el resentimiento y la presumida indigencia intelectual. Huera repetición retórica de unas “fiestas galantes” y de una descolorida fanfarria bélica, pseudometafísica o politicista; insistencia torpe que todavía pretende usurpar los vacuos resplandores evocados por el nombre desvaído de una ingenua “Revolución”, o en su defecto, cultivar un simple y demagógico purismo irrelevante que ignora la “escritura del desastre” (M. Blanchot), la recuperación fractal y parsimoniosa del sentido con posterioridad a su catastrófico vaciamiento vanguardista...

La poética de lo real como est/ética rota (Jacques Lacan) constituye algo muy diferente a la seguridad mediocre de un juego retórico preciosista o simplón, al empobrecido ludismo frívolo que pretende cerrar el camino —con lánguidos y jadeantes resplandores mentidos—, a las auténticas y nuevas experiencias inventivas, vigorosamente creadoras —legítimamente rememorantes (Andenken: Heidegger)—, a esas vibrantes y complejas configuraciones semióticas que se perfilan como resultado de un intenso y lúcido proceso creativo dirigido por una briosa voluntad de forma.

Dicha voluntad permite concebir y orientar la faena creadora como ejercicio de potencia, como dación de forma, efecto y atributo de un sujeto de la escritura polivalente que insurge desde el plano virtual de inmanencia (G. Deleuze).

Construido y trabajado por la letra y el universo de lo simbólico, ese problemático sujeto del acto de escritura, en su ardimiento prosódico, en la tectónica de su dicción en curso y en el juego hipercomplejo de la intertextualidad, explora un campo de posibilidades semióticas, estéticas y cognitivas que se van actualizando —en la turbulenta embriaguez inteligente y en la manía dionisíaca y lúcida—, como ritmo-sentido transformativo y multiforme, como articulación (a)significante de nuevos modos de pensar y sentir los universos textuales.

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20 de febrero de 2014

Copyright © Armando Almánzar-Botello.
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Reservados todos los derechos de autor.