martes, 14 de octubre de 2025

LOGOS Y PATHOS II... (El arte más actual)

«El objeto estético no puede concebirse como una indeterminación totalmente librada a la arbitrariedad de cualquier interpretación.» Julianne Rebentisch

  Por Armando Almánzar-Botello 

A mi mujer Fredesvinda y a mi hijo Juan José, quienes jugando con seriedad siempre me acompañan para que juntos afirmemos y volvamos actuación estética todo lo que nos acontece, involucrando en ello al condominio y al barrio.

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En el arte procesual de la experiencia estética como interacción social, una obra de arte ya no es un objeto cualificado que viene a configurarse con valor intrínseco por “signos semióticos esclarecidos” y que posee una mayor o menor apertura a las múltiples interpretaciones.

Por una real hipertrofia de las ideas de subjetividad de la experiencia, recepción y función del arte como proceso creador de nuevos nexos sociales, ahora es considerada estética la conversación transformativa que cualquier pretexto “desdiferenciado y desubstancializado” puede provocar en un público concreto situado en acto supuesto de recepción estética.

Dicho pretexto semiótico y cultural puede ser una performance o un objeto cualquiera encontrado (ready-made y/o objet-trouvé natural) propuesto como simple estímulo desencadente del singular proceso simbólico de creación restringida de nuevos vínculos sociales en la llamada “obra” procesual. 

El contexto sociodramático en el que se exploran nuevos modos de conversación y de construcción de vínculos sociales, unido dicho encuadre a los protocolos explícitos que regulan dicha experiencia dialógica, serían las instancias equivalentes a lo que en el pensamiento estético de Gilles Deleuze este denomina “contraefectuación del mero accidente” como punto de partida en la creación del “acontecimiento-obra”.

En el seno de las artes visuales de más actualidad opera entonces una relación tensa, compleja y suplementaria entre dos grandes tendencias: 

1–. El objeto artístico de valor intrínseco; un artefacto considerado todavía como relativamente autónomo desde un punto de vista est/ético, semiótico, y conceptual). 2–. El “arte procesual” como estetización del proceso mismo de interacción o recepción de un “objeto desencadenante” que implica, en su performatividad “pura”, una cierta y crucial “desdiferenciación” deconstructiva y una desmaterialización del objeto artístico con segunda apertura, tal como fue analizado este por Theodor W. Adorno y Umberto Eco.  

Reitero: un aspecto a considerar en el llamado “Arte Contemporáneo” es esa “cohabitación” en conflicto potencial entre el objeto artístico convencional, con sus valores intrínsecos, partícipe de un mayor o menor grado de “apertura” estructural a la interpretación (Umberto Eco) y dueño de una cierta “autonomía relativa” en relación con los contextos, y el caracterizado como “arte procesual”, en el que la valoración semiótica desmedida de la “experiencia” del cada vez más activo sujeto receptor de la obra ha producido la “evaporación” del “objeto artístico” con su parergon o marco (Jacques Derrida), lo que ha venido a determinar que se considere de forma extrínseca al objeto artístico en sentido fuerte, y se valore la propia experiencia social interactiva de los sujetos receptores de un objeto —ahora considerado en su carácter de simple elemento-factor “desencadente”— como la “verdadera” experiencia estética y simbólica. 

Con esto último se pasa de la valoración del objeto artístico a la ponderación del proceso interactivo como factor social, vital y estético. 

Tal es el caso de la llamada “Palmita”, un “objeto cultural” premiado recientemente en la Bienal de Artes Visuales 2025, de la República Dominicana. 

Entiendo que la experiencia interpersonal o interactiva que ha generado la recepción de la mencionada ”palmita”, a diferencia de lo que piensan algunos críticos de arte, solo ha servido de pretexto para el cotilleo, la descalificación, la burla, la confusión y el escepticismo. 

En nada ha contribuido ese débil amago de arte conceptual a generar una potente y real experiencia “est/ética”, simbólica o histórico-crítica que permita a un cierto público “experienciar” el fenómeno de “esclarecimiento” al que aspira el llamado arte procesual centrado en la renovación o transformación del estatuto de concretos vínculos, lazos o nexos sociales. 

¿Será esto resultado de un déficit en el encuadre del proceso, de una falta de idoneidad en la definición de los protocolos de aproximación al objeto en cuestión, cuya delimitación parergonal más bien lo empobrece en lugar de revelar sus potencialidades simbólicas, est/éticas y señaléticas? 

Armando Almánzar-Botello 

Esta nota es la continuación de Logos y Pathos I
https://almanzarbatalla.blogspot.com/2025/10/logos-y-pathos-afirmo-selectivo-que-no.html?m=0
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Octubre de 2025

Copyright © Armando Almánzar-Botello.
Reservados todos los derechos de autor.
Santo Domingo, República Dominicana.

sábado, 11 de octubre de 2025

SYMPTÔME ≠ SINTHOME LACANIANO (Notita apresurada con finalidad didáctica)

«El nudo borromeo no constituye un modelo en la medida en que hay algo junto a lo cual la imaginación desfallece. Quiero decir que ella resiste como tal a la imaginación del nudo. El abordaje matemático del nudo en la topología resulta insuficiente.» Jacques Lacan: Seminario 23, El sinthome, Paidós, p. 42

     Por Armando Almánzar-Botello 

De acuerdo con el pensamiento psicoanalítico del último Lacan, hay que diferenciar entre el symptôme (síntoma convencional) y el sinthome. El primero se disuelve por el análisis; el segundo es una modalidad de anudamiento del sujeto con el goce que no se interpreta ni se disuelve. Es un modo permanente de relación con lo Real.

El sinthome es la forma que tiene el parlêtre (ser-hablante) de arreglárselas con el goce inerradicable de la “lalangue” (la forma excesiva del goce) no regulada por la castración.

En el sujeto neurótico-normativo el savoir-faire (saber-hacer) con el symptôme (síntoma padecido, incordiante) conduce a que el analista y el paciente aprendan a interpretar dicho síntoma como formación del inconsciente, para que, tan pronto revele su “verdad” oculta, inconsciente, desaparezca. 

El savoir-faire con el sinthome le permite al sujeto neurótico-normativo una relación con el goce que lo hace vivir de un modo singular su relación con lo incurable. 

En el psicótico, el sinthome funciona como una modalidad de anudamiento que recibe la denominación lacaniana de “suplencia” del nombre-del-padre forcluido, cuando no se produce la castración. Esa suplencia mantiene el enlace entre los tres registros o redondeles de lo Real, lo lmaginario y lo Simbólico

En el caso del referido psicótico, el sinthome es el cuarto nudo, ese que mantiene al parlêtre en la escena del mundo evitando el brote psicótico porque sostiene al sujeto, en ausencia de la Metáfora Paterna, en una relación templada con el goce y lo Real.

Tanto en el parlêtre neurótico-normativo como en el caso radical del psicótico bajo su carácter de parlêtre en el que falla la castración en su relación con el Otro, la función del sinthome es regular el goce y ligarlo a lo Simbólico, no eliminar el goce neurótico que implica el symptôme

Finalmente, el analizante se identifica con el sinthome que él mismo se inventa o produce, como su modo único, singular e inerradicable de gozar.

Armando Almánzar-Botello 

Viernes, 10 de octubre de 2025


NOTA IMPORTANTE:

Es evidente que estas son categorías del psicoanalista francés Jacques Lacan desarrolladas en la etapa final de su enseñanza. Considerar este modesto intento de análisis y esclarecimiento como un deseo de apropiación de su pensamiento es sencillamente ridículo.

Copyright ©️ Armando Almánzar-Botello Santo Domingo, República Dominicana.


SINTHOME LACANIANO COMO CUARTO NUDO 

Conexión topológico-lacaniana de cuatro redondeles por medio de la suplencia del nombre-del-padre bajo la forma de un cuarto nudo como abrochamiento sinthomático. Así figura en el Seminario 23, El sinthome, de Jacques Lacan.

viernes, 10 de octubre de 2025

AUTOINMUNIDADES. Diferentes contextos de una misma metáfora. (Notitas sin mayores pretensiones)

«El intelectual crítico (no el simple periodista tradicional o divulgador telemediático), por lo “cifrado” de sus juegos conceptuales y lingüísticos, por utilizar en su práctica discursiva y teórica un tipo de “lenguaje separado” del resto de la comunidad (Roland Barthes), diferente al que utiliza el “vulgo” en sus actos ideológicos de habla cotidiana; por su posible o aguda crítica a la compleja estructura de los poderes establecidos y sus autorizados alabarderos bajo contrato, puede ser conducido y obligado, en las sociedades del espectáculo pseudodemocrático y homogeneizante, a ocupar el rol de chivo expiatorio (phármakos: Platón, Derrida, Girard). La anulación de la víctima propiciatoria, por vía de la Lógica del Dominio, sueña con cerrar el contrato social sobre la propia “banalidad de su mal” (Hannah Arendt), de su retorcido pero trivial discurso consagratorio del Orden absolutizado.» Armando Almánzar-Botello 

«¡No al Anything Goes político-existencial: puro nihilismo pasivo!» Armando Almánzar-Botello 

«Soy un mero incitador de asuntos y cuestiones» Martin Heidegger

«Generalmente, los individuos declarados “víricos” por los grupos de poder no son percibidos por dichos “clanes” dominantes como sujetos domesticados, sometidos a la lógica de la banalidad y del estereotipo, “buenamente folklorizables” a través de ciertas taxonomías y preconceptos ideológicos. Constituyen más bien unas variantes imprevistas o nuevos síntomas excéntricos de lo que el antropólogo norteamericano Ralph Linton denominaba “modelos de mala conducta”. Ellos exceden, quizá, las nuevas definiciones del DSM-5... En el contexto de tales motivos, dichas personas diferentes, seleccionadas para desempeñar el rol de víctimas propiciatorias, son rechazadas por su grupo de “pertenencia” en nombre de la estabilidad u homeostasis del sistema.» (Fragmento) Armando Almánzar-Botello: “La persona vírica. (Indignada nota de protesta)”, 2015   


 Por Armando Almánzar-Botello

1) El médico psicosomatista y psicoanalista Mahmoud Sami-Ali denomina “impasse relacional” o “atolladero” al estado intrapsíquico de conflicto insuperable, crónico, en el que generalmente se encuentran sumergidas las personas afectadas por trastornos autoinmunitarios. 

Los trastornos autoinmunes son  enfermedades que se caracterizan, somáticamente, porque los glóbulos blancos de los individuos que las padecen —linfocitos T y B, en su condición de células productoras de anticuerpos y constitutivas del sistema inmunológico que defiende al organismo de las infecciones bacterianas y virales— no reconocen los propios tejidos u órganos del cuerpo al que pertenecen.

Este no reconocimiento de lo “semejante” determina el ataque llamado “autoinmune”, realizado por dichos glóbulos blancos contra lo que es percibido por ellos como bioquímicamente ajeno, amenazante y extraño: los órganos del propio cuerpo de los sujetos que padecen este trastorno.

Desde la perspectiva psicosomática del psicoanalista francés de ascendencia egipcia Mahmoud Sami-Ali, un trastorno autoinmune como el “Lupus eritematoso sistémico”, por ejemplo, puede estar directa o indirectamente correlacionado —en el caso de algunos sujetos y fuera por completo del dominio de su consciencia— con un conflicto psíquico irresoluble que conduce al paciente psicosomático a descargar en su cuerpo lo que no puede resolver en su psiquismo, por un déficit radical de simbolización y de poder vinculante o relacional en términos semióticos primarios. 

Lo señalado en el párrafo anterior da lugar, en el sujeto aquejado de algún trastorno autoinmune, a una suerte de “autoinjuria somática inconsciente”, de autoagresión inmunológica o visceral, que puede conducir hasta los trágicos confines de las lesiones orgánicas severas y la muerte. 

Aquí nos encontramos en presencia de un tipo de muerte y de lesión física de órganos causadas por un psicosomático impasse o atolladero, correlacionado este con algunos trastornos autoinmunes.

2) Jacques Derrida, el gran filósofo francés, ha utilizado la metáfora epistemológica de “trastorno militar autoinmune” para analizar cierta versión de los atentados del 11 de Septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center, en New York. 

La interpretación derridiana deja abierta la posibilidad de un origen problemáticamente doméstico de aquellas monstruosas acciones terroristas…

3) Por otra parte, algo parecido a lo anteriormente señalado como trastorno autoinmunitario puede suceder con algunos softwares informáticos, los cuales “perciben” como virus electrónicos sus propios archivos en el “hard disc” y los bloquean: una suerte de “autoinmunidad cibernética”...

4) DOUBLE-BIND, DOBLE VÍNCULO O DOBLE CONSTREÑIMIENTO EN EL MERCADO DE DISFRACES CULTURALES Y POLÍTICOS

     Por Armando Almánzar-Botello

Algo similar a un ataque autoinmune puede suceder con la figura “infecciosa” del “intelectual” en el seno de una determinada comunidad. 

El intelectual crítico (no el simple periodista tradicional o divulgador telemediático), por lo “cifrado” de sus juegos conceptuales y lingüísticos, por utilizar en su práctica discursiva y teórica un tipo de “lenguaje separado” del resto de la comunidad (Roland Barthes), diferente al que utiliza el “vulgo” en sus actos ideológicos de habla cotidiana; por su posible o aguda crítica a la compleja estructura de los poderes establecidos y sus autorizados alabarderos bajo contrato, puede ser conducido y obligado, en las sociedades del espectáculo pseudodemocrático y homogeneizante, a ocupar el rol de chivo expiatorio (phármakos: Platón, Derrida, Girard). La anulación de la víctima propiciatoria, por vía de la Lógica del Dominio, sueña con cerrar el contrato social sobre la propia “banalidad de su mal” (Hannah Arendt), de su retorcido pero trivial discurso consagratorio del Orden absolutizado.

Acorralado por una conjura tácita en este rol de víctima (Lévi-Strauss), la figura y la persona del intelectual pueden desencadenar y padecer el ataque “defensivo” efectuado por el sujeto masificado y patológicamente normal (D. Cooper) —sujeto del resentimiento y de las diversas minusvalías psicosociales—, con el subsiguiente “rechazo autoinmune” o expulsión de dicho intelectual crítico fuera del “cuerpo sano y armónico” de las sociedades masificadas, las cuales se cierran así sobre su propio recinto de banalidad, purificadas de agentes logoteóricos extraños y supuestamente patológicos... 

He aquí un tema o asunto muy apropiado para producir una más amplia, profunda, sutil y matizada reflexión antropológico-filosófica, psicoanalítica y ética sobre los diferentes ataques autoinmunes: biológicos, psicosomáticos, intelectuales, políticos, raciales, económicos, culturales, religiosos...

Vemos ahora encarnada una lacerante y reveladora metáfora del enmascarado pero brutal acoso a lo diferente, a la alteridad y a lo “extraño” en el contexto de la decadente sociedad capitalista de mercado, neoliberal y militar-financiera. 

Dicha sociedad globalizada opera en un contexto complejo de relacionismos intensivos y de inevitables interdependencias culturales y económico-financieras, pero tiende, regida por una ciega y paradójica axiomática capitalista, a desconocer ese panorama en el que se imbrican de forma problemática lo global y lo local, lo liso y lo estriado (Deleuze, Guattari), y a crear “territorialidades perversas del artificio” que propician lo que podríamos denominar “ataques etnopolíticos autoinmunes”. 

Un ejemplo de este tipo de ceguera lo constituye unos Estados Unidos de Norteamérica declarando la guerra económica a China, megapotencia de la que depende, mercantil y financieramente, la gran nación norteamericana para evitar la catástrofe de lo peor...

En esta comunidad neoliberal regulada por el capital financiero, todo lazo social tiende a circunscribirse a una mera “cohabitación por homologación” (A. Badiou) en el contrato serializante de lo “propio” distorsionado y naturalizado. 

El escritor polaco-estadounidense Jerzy Kosinski, en su novela “El pájaro pintado”, narra la forma en que un singular personaje del relato pintaba de colores extraños a un determinado pájaro con la finalidad de que este no fuera reconocido luego por las aves de su propia especie, y precipitara sobre él, en su calidad de “extraño”, el ataque autoinmune de la bandada.

En la historia sociopolítica contemporánea de la República Dominicana, interpretándolos o comprendiéndolos como tres puntos de vista tácticos y estratégicos muy diferentes, Juan Isidro Jimenes Grullón, Juan Bosch Gaviño y José Francisco Peña Gómez —para mencionar simplemente a tres figuras de gran relevancia política e intelectual en este país—, han funcionado históricamente, de una forma en ocasiones simétrico-inversa y en determinadas y cruciales coyunturas o circunstancias, como innombrables “pájaros con las plumas pintadas”...

Así funciona la cruel “etiquetación segregativa” de que son objeto, cuando no se desempeñan como intelectuales orgánicos al servicio del poder, de capillas y de partidos intrasistémicos, los sujetos “víricos” del auténtico pensamiento crítico.

La secuencia pragmática de comisiones u omisiones discursivas que opera ominosamente para excluir y silenciar a un cierto tipo de “sujeto de la diferencia” (el intelectual crítico, por ejemplo), es reconocible, hasta cierto punto, por el uso de lo que Gregory Bateson y David Cooper denominaron “double-bind” (”doble-vículo”), entendido este como un tipo de comunicación perversa o mecanismo “lógico” manipulatorio que aprisiona la figura del sujeto victimizado en una red de nudos, mensajes contradictorios y complejas estrategias paradojales, que lo desorientan, pierden y anulan en un engañoso laberinto ideológico cuya única salida es la soledad, la locura o la muerte.

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8 de diciembre de 2012 (Nota retocada)

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ADENDA seleccionada por el escritor Armando Almánzar-Botello:

PATOLOGÍA DE CAMPO Y PSICOHIGIENE INSTITUCIONAL

Nos dice uno de los fundadores del movimiento crítico antipsiquiátrico, el doctor David Cooper:

«En su estudio “Toward a theory of schizophrenia”, Gregory Bateson, Don Jackson, J. Haley y J. H. Weakland, que trabajaron en Palo Alto, California, introdujeron un desarrollo decisivo para el examen cuidadoso de la interacción familiar [e institucional]. En ese trabajo elaboraron la idea de una maniobra de “doble vínculo” o double-bind que resulta característica de las familias esquizofrénicas [y otras territorialidades institucionales] como factor de la génesis de la esquizofrenia en el miembro elegido. Weakland (1960) resume lo que entiende por double-bind o doble vínculo:

»“Las características generales de esta situación (de doble vínculo) son las siguientes:

»”1. El individuo es envuelto en una relación intensa, es decir en una relación en la cual siente que es vitalmente importante que discrimine con precisión qué tipo de mensaje se le está comunicando, con el fin de poder responder apropiadamente.

»”2. El individuo es aferrado en una situación en la cual “la otra persona de la relación” expresa mensajes de dos órdenes distintos, y uno de tales mensajes niega al otro. 

»”3. El individuo no puede comentar los mensajes expresados para corregir su discriminación acerca de cuál es el orden [lógico] al que debe responder; es decir, no puede formular un enunciado metacomunicativo.”». David Cooper: Psiquiatría y Antipsiquiatría, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1974, pág. 56

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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12 de diciembre de 2012 (Nota retocada)

Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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«LA PERSONA VÍRICA» (Indignada nota de protesta)

«Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar» Patricia Ramírez

«¿Tenemos la OBLIGACIÓN de ser felices y disfrutar?» Armando Almánzar-Botello

«Si no buscas el placer, si no estás dispuesto a gozar, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me dicen que esa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: “gozar no es obligatorio, te está permitido no gozar”. La paradoja de la sociedad permisiva es que nos regula como nunca antes.» Slavoj Žižek

     Por Armando Almánzar-Botello

     A la memoria del psicólogo y epidemiólogo E. Antonio de Moya, MA, MPH

«¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?... De hecho, el sujeto es etiquetado casi siempre como “vírico” o “tóxico” por exhibir un cierto déficit de capital económico-político, psico-social o simbólico.» Armando Almánzar-Botello

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A pesar de la aclaración que se hace en el artículo “Personas víricas que consumen energía”* cuando dicho escrito explícitamente nos dice: “Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas”, entiendo que la denominación “persona vírica” es una “etiquetación ideológico-segregativa”, excluyente (Foucault, Goffman, Basaglia, Cooper, Laing, Szasz), y con peligrosas pretensiones de rigor nosológico, psiquiátrico, ético e “higiénico-existencial”.

Este pseudodiagnóstico invalidante, cándido y útil en apariencia: “persona vírica”, “persona tóxica”, se promueve en una sociedad postmoderna medrosamente gregario-individualista, en la que los poderes plutocráticos pretenden, con perfiles perversos y en el seno de un interaccionismo físico y virtual generalizado, desentenderse del Otro en su real problematicidad, y solo aceptar en este, de un modo egoísta y reductor, aquello que viene a robustecer la “pétrea fortaleza narcisista” y el hedonismo de quienes pretenden privar a dichas personas, etiquetadas como “víricas”, de la condición polivalente, impredecible y abierta —más allá de la mera existencia desnuda—, que permite concebirlas como sujetos singulares, gozosos, contradictorios o sufrientes, como vida políticamente cualificada (Aristóteles, Agamben).

Generalmente, los sujetos declarados “víricos” por los grupos de poder no son percibidos por dichos “clanes” dominantes como sujetos domesticados, “buenamente folclorizables” a través de ciertas taxonomías y preconceptos ideológicos. Constituyen más bien unas variantes imprevistas o nuevos síntomas excéntricos de lo que Ralph Linton denominaba “modelos de mala conducta”. Exceden, quizá, las nuevas definiciones del DSM-5. Por tal motivo son rechazados en nombre de la estabilidad u homeostasis del sistema.

Entiendo que dicha etiqueta, “encanalladamente” inmunológica: “sujeto vírico”, es parte de una labor de counseling, de una cínica consejería “terapéutica”, estigmatizante y segregativa, que debe ser entendida como una de las múltiples versiones micropolíticas de la guerra preventiva contra las poblaciones, guerra que un cierto biopoder intenta realizar, y de hecho realiza, en nombre de la armonía y el concierto áulico de los dominios. Siguiendo este principio regulador, una determinada “microfísica del poder” intenta, mediante una suerte de “medicalización segregativa de la existencia”, eliminar todos los elementos perturbadores de la supuesta salud del “organismo” social, apelando a ideologías “liberales” de negación de la desgracia, la diferencia y las evidencias de cualquier inequidad.

Una cosa es el derecho que legítimamente nos asiste para elegir nuestras amistades, y otra, muy distinta, la constituye una práctica que se caracteriza por elaborar una cierta ideología de la victimización y el rechazo a los sujetos ajenos a nuestro sistema de valores, en función de criterios supuestamente psicoterapéuticos que, en última instancia, se revelan como simples torniquetes ideológicos reguladores del canje social en el seno de las empresas y del mercado neoliberales

En esta metáfora biologicista, “persona vírica”, percibo profundas resonancias fascistas y segregativas.

Este mecanismo de rechazo del otro (en el objetivo del genitivo: rechazo a la persona del otro) en tanto que alteridad u “otro radical”, no especularizable, problemático, no asimilable por nuestros propios sistemas de valores, es algo característico de una sociedad capitalista hipócrita, en lo esencial profundamente racista y poco solidaria, en la cual impera lo que Jacques Lacan denominó: “floculación difusa del odio”, con su creación permanente de exclusiones y víctimas propiciatorias.

Como decía lúcidamente el gran pensador norteamericano Kenneth Burke: «El principio sacrificial de la creación de víctimas es intrínseco a la congregación humana […] De ahí que lo importante no sea el modo por medio del cual los motivos sacrificiales revelados en las instituciones de la magia y la religión podrían ser abolidos, sino cuáles son las nuevas formas que adoptan.»

Victimizar a la víctima (victimización de segundo grado que apela cínicamente a los prestigios de una supuesta psicología preventiva) y gozar de ese mecanismo perverso-espectacular, pretendidamente ético-terapéutico, podría apuntalar de hecho, en última instancia, las bases perversas de una sociedad capitalista casi en su conjunto enajenada, regida por el principio de performatividad impuesto en su modalidad más genocida por el gran capital neoliberal, tecno-científico y cibernético-militar-financiero.

“La persona vírica” es el primer paso en la definición estratégica de “comunidades víricas”, “creencias religiosas víricas”, “prácticas instrumentales víricas”, “culturas víricas”, etcétera. Todo ello, evidentemente, favorece la estabilidad y el fortalecimiento de los poderes más duros, tortuosos y manipuladores.

Esta lucha antigua, pero también moderna y postmoderna contra lo extraño y lo desconocido, identificados con “lo vírico”, lo “anormal” y lo “patológico” —que proceden, supuestamente, de una oscura exterioridad amenazante—, me hace reflexionar sobre los antiguos rituales griegos de expulsión del fármacos (pharmakos) en su calidad de “víctima sacrificial monstruosa o deforme” seleccionada y expulsada como tal por la comunidad para esta librarse, mágicamente, de sus propios males intestinos (plagas, guerras, catástrofes climatológicas, hambrunas, etc.). Este fenómeno ha sido bastante estudiado por la antropología, la etnopsiquiatría y la filosofía.

Pero, sobre todo, este intento de eliminar lo heterogéneo, lo extraño y la realidad misma de la muerte, me hace pensar en “El Decamerón” de Boccaccio, obra en la que se ofrece la noticia de ciertos grupos o estamentos sociales privilegiados que, creyendo huir así de la gran peste negra que asolaba a Europa en el Siglo XIV, se encerraban en sus mansiones y palacios, en sus fortalezas grupales (una suerte de plazas sitiadas por el miedo y el cinismo) para disfrutar de música, historias, buena mesa y bailes, mientras creían mantener a raya la muerte procedente del “exterior”.

La etiquetación de “persona vírica” promueve la victimización de todo aquel sujeto (víctima de primer grado o no) que se muestre refractario a la imposición de las escalas axiológicas de ciertos grupos de poder y decisión.

Ese “diagnóstico banal” (en el sentido en que Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”: pero... ¿existe realmente la banalidad del mal?), podría reforzar una generalizada actitud “aséptica”, de cínico rechazo a toda manifestación de sufrimiento, infelicidad, conflictividad, reclamos de justicia, contradicción y problematicidad, que pueda provenir de ciertos “sujetos conflictivos y/o en proceso”, de personas con posibilidad de constituirse en “síntomas” que den testimonio de las líneas de falla y de fuga en el contrato social y su vocación totalizante. Vislumbramos implícito aquí el terrible conformismo egotista de la subjetividad instrumentalizada, la misma que tiende a silenciar la verdad como exceso, como erosión, impugnación y destotalización de los saberes-poderes constituidos y sus respectivos estilos de vida hipostasiados.

Resulta siempre curiosa esta velada forma de intolerancia frente a las diferencias, frente a los supuestos “monstruos” víricos que amenazan la homeostasis del sistema, y más cuando dicha intransigencia “pseudo-higiénica” se presenta en el contexto de una paradójica ideología de la “felicidad y solidaridad universales, globalizadas”, que olvida, como bien dice Michel Serres en su obra “Atlas”, la «criminal inversión del principio sacrificial que se vive en el mundo actual, donde la mayoría de los habitantes del planeta es sacrificada para el mantenimiento del estatus de una minoría de privilegiados.»

La etiquetación segregativa, constituida por el sintagma “persona vírica”, lleva implícita una vocación de anulación del sujeto en su alteridad irreductible, cierta velada voluntad de destrucción de la persona “integral”, múltiple y contradictoria, para excluirla de ciertos espacios de un modo selectivo y someterla brutalmente a los engranajes instrumentalizadores de la Empresa y el Mercado con su descarnada lógica pragmática.

Todo lo dicho anteriormente me conduce a reflexionar, además, sobre las sociedades de vigilancia, segregación y castigo, analizadas con gran lucidez por Michel Foucault, configuraciones societales que, como han establecido varios pensadores, tienen su inicio relativo en los siglos XVIII y XIX hasta alcanzar su plenitud en el siglo XX (Foucault, Deleuze, Illich). En estas sociedades, las personas con determinados rasgos vienen a ser definidas históricamente bajo el carácter o la especie de “anormales” por ciertas estructuras especializadas del saber como dominio, para de inmediato ser expulsadas del seno de la “sana” convivencia, recluidas en instituciones especiales o arrojadas a espacios marginales. 

Hoy, a la altura del siglo XXI, nos resulta posible observar la persistencia de los mecanismos de estigmatización-exclusión propios de dichas sociedades disciplinarias, los cuales vienen a cohabitar obscenamente con los medios de regulación sinóptica y banóptica (Bauman) específicos o característicos de las actuales sociedades de control post-panóptico.

El gran antropólogo Claude Lévi-Strauss, por otra parte, había ofrecido testimonio científico, en el “El hechicero y su Magia”, artículo publicado en 1949 y luego incluido como capítulo IX de su obra “Antropología Estructural”, de las tremendas y destructivas fuerzas que se pueden activar o desencadenar en el universo de las creencias y las prácticas sociales:

«Después de los trabajos de Cannon se comprende más claramente cuáles son los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, atestiguados en numerosas regiones: un individuo, consciente de ser objeto de un maleficio, está íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su grupo, de que se encuentra condenado; parientes y amigos comparten esta actitud. A partir de ese momento, la comunidad se retrae: se aleja del maldito, se conduce ante él como si se tratase no solo ya de un muerto sino también de una fuente de peligro para todo el entorno; en cada ocasión y en todas sus conductas, el cuerpo social sugiere la muerte a la desdichada víctima, que no pretende ya escapar a lo que considera su destino ineluctable. Bien pronto, por otra parte, se celebran en su honor los ritos sagrados que le conducirán al reino de las sombras. Brutalmente separado primero de todos sus lazos familiares y sociales, y excluido de todas las funciones y actividades por medio de las cuales tomaba conciencia de sí mismo, el individuo vuelve a encontrar esas mismas fuerzas imperiosas nuevamente conjuradas, pero solo para borrarlo del mundo de los seres vivos. El hechizado [el sujeto vírico, en nuestro caso] cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta, del retraimiento súbito y total de los múltiples sistemas de referencia proporcionados por la convivencia del grupo, y, finalmente, de la inversión decisiva de estos sistemas que, de individuo vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclaman muerto, objeto de temores, ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la disolución de la personalidad social.» Claude Lévi-Strauss: “Antropología Estructural”, Eudeba, Buenos Aires, 1973, página 151

Esclarecedora y contundente reflexión del gran antropólogo francés autor de “Tristes Trópicos”, que podría hacernos tomar conciencia, en nuestra condición de supuestos intelectuales críticos, de las implicaciones éticas y biopolíticas que comportan ciertos actos confabulatorios y algunas perversas conjuras en el contexto de una competitiva y egoísta sociedad postmoderna, a la cual decimos combatir —cuando ello podría otorgar una cierta “redondez retórica” más que conceptual a nuestras decorativas posturas filosóficas—, pero cuyos principales vicios y defectos practicamos con descaro, inveteradamente, muchas veces en nombre de una curiosa y apócrifa interpretación de las Sagradas Escrituras...

Me sorprende que algunas personas, a las que por su formación supongo llamadas a meditar más profundamente sobre temas de esta naturaleza, se limiten a compartir los ideologemas en curso sin someterlos a una debida crítica hermenéutica.

¡Ay, estudiosos renegados de Martin Heidegger y Emmanuel Levinas!

¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?...

De hecho, el sujeto es etiquetado casi siempre como “vírico” o “tóxico” por exhibir un cierto déficit de capital económico-político, psico-social o simbólico.

“Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar” (¡sic!), dice el texto en cuestión “Personas víricas que consumen energía”.*

Es evidente ahí el mandato superyoico, prescripción que funda un falso “Imperativo Categórico” de naturaleza secretamente sádica.

Ahora bien, y cierro aquí estas desgarradas reflexiones: ¿Seré acaso yo un paradigma colosal de “sujeto vírico en proceso”, abierto a flujos, multitudes, travesías, y solo ahora, en este instante a-cósmico, “desvinculado”, me apercibo de mi propia irrevocable (des)ventura?...

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Marzo de 2013

© Armando Almánzar-Botello.

* Texto referenciado: Patricia Ramírez. “Personas víricas que consumen energía”. EL PAÍS SEMANAL, 3 de marzo, 2013). http://elpais.com/elpais/2013/03/01/eps/1362166637_204041.html

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

Adendas:

VIOLENCIAS... CONFLICTOS... JUSTICIA...

1

«La sociedad democrática moderna quiere borrar de su horizonte la realidad de la desgracia, de la muerte y de la violencia, buscando integrar, en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social. Del mismo modo, tiende a criminalizar las revoluciones y a desheroizar la guerra a fin de sustituir la ética por la política, la sanción judicial por el juicio histórico. Así, pasó de la edad del enfrentamiento a la edad de la evitación, y del culto de la gloria a la revalorización de los cobardes.» Elizabeth Roudinesco, psicoanalista e historiadora francesa.

2

«Ciertamente, la violencia y el conflicto son instancias constituyentes de la condición humana: No hay sociedad ni contrato social sin violencia originaria. Pero, una cosa es el carácter transhistórico del conflicto y otra su pretensión absolutista de ahistoricidad. Esto último desemboca en la categoría política de “lo peor” (Lacan, Derrida). Una cosa es conflicto histórico y o transhistórico, y otra muy distinta la 'brutalidad' ahistórica (Derrida) de 'lo peor' ligada al 'struggle for life' concebido de modo 'etológico', puramente biológico, animal. Esta última ideología, como dice Néstor A. Braunstein, se constituye en una “auténtica aplanadora del deseo” revolucionario. Una cosa es la violencia ejercida para mantener el Orden establecido, y otra, muy distinta, la violencia efectuada para operar transformaciones históricas que de seguro no restablecerán la armonía idílica en la sociedad, pero permitirán cambios necesarios en las estructuras del Contrato Social, transformaciones operadas en la línea de fuga y de perfectibilidad ilimitada de la Justicia. ¡No al “Anything Goes” político-existencial: puro nihilismo pasivo!» Armando Almánzar-Botello.

3

«Las diversas modalidades de violencia son inevitablemente históricas, y, además, en su especificidad, constituyentes “inerradicables” del Contrato Social. El problema no consiste en tratar de eliminarlas absolutamente: de hecho, es imposible. Un sujeto sin conflictos consigo mismo o con otros sujetos no sería un sujeto humano.

»La cuestión es generar una modalidad de nexo social orientado por una suerte de “economía de la violencia”, de reducción o acotación de esta a su mínima expresión: a la violencia necesaria para las transformaciones, en ocasiones radicales, del contrato social...» Armando Almánzar-Botello

4

«[…] En el pensamiento del mismo Rousseau, en su idea del estado natural mítico, previo a la fundación del Contrato Social, encontramos una complejidad problemática sobre la que podemos reflexionar.

»El gran pensador francés considera aquella situación originaria como caracterizada por la paz y la armonía, pero de hecho también puede ser concebida como una situación de violencia y conflicto.

»El Contrato Social es una contra-violencia ejercida sobre una violencia originaria que es la del don originario como exposición incondicional al otro: tanto al mal que de él puede proceder como al mal que podamos infligirle. Donar la Diké, donar la Justicia, implica probar nuestro gesto sobre el telón de fondo de la A-dikia, de la posibilidad misma del mal, del error y de la injusticia. ¡No existe aquí garantía trascendental! (Derrida).

»Esta ambigüedad, entre otras aristas del problema, ha conducido a ciertos pensadores a cuestionar el concepto mismo de Derecho y, en particular, el de Derechos Humanos.

»Esta vertiente de la reflexión filosófico-jurídica a que me refiero, intenta mostrar cómo, efectivamente, esa categoría (derechos humanos), está consubstancialmente ligada a una tradición metafísica occidental que limita eventualmente, en su concreto histórico, el ejercicio plural, múltiple y metacultural de la justicia y las prácticas ético-jurídicas.

»El concepto de “derechos humanos” está preso dentro de una cierta tradición occidental de la persona, de lo humano, de la ley, que es posible deconstruir. El derecho internacional debe estar abierto a esta reflexión crítica. [...]» Armando Almánzar-Botello

5

«Cuando se intenta eliminar el conflicto del seno de lo social o considerar iguales y susceptibles de homogeneización todas las modalidades de violencia, estamos pasando de la necesidad de la violencia, de cierta economía de la violencia (Blanchot, Derrida), a la posibilidad de lo peor: la inmortalidad autodeclarada del Sistema Capitalista de Mercado en sus vertientes más absolutistas: complemento perfecto del Terrorismo de Estado.» Armando Almánzar-Botello

6

«El anhelo de expulsar totalmente la violencia del territorio de los ordenamientos y procesos humanos; el deseo totalitario de fundar el reino absoluto de la paz libre de todo conflicto; el proyecto de establecer la armonía universal carente de contradicciones, constituye el principio de la peor violencia: la guerra preventiva contra el sujeto, por definición contradictorio y conflictivo, la lucha sinuosa y perversa contra la complejidad indomeñable de lo (in)humano, contra el planeta y las poblaciones en su diversidad irreductible y problemática. Esta violencia preventiva opera, explícita o implícitamente, para garantizar la permanencia de un Orden injusto, el imperio de lo totalmente transparente y previsible. El banal e hipócrita integrismo pacifista termina siendo muchas veces el complemento perfecto de la Guerra Genocida que desata el psicobiopoder contra la inconmensurabilidad de lo múltiple.» Armando Almánzar-Botello

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

Otro blog en el que figura este mismo texto:

Blog Cazador de Agua

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«We are all born mad. Some remain so.» Samuel Beckett

[ESQUIZOFRÉNICO, ESQUIZO, LOCO, PSICÓTICO...]  «Locura, exceso, Bataille (Notita)»...

Miércoles, 13 de Noviembre de 2013

«La lucidez de A. depende de una ausencia de deseo. La mía es la consecuencia de un exceso: sin duda es también la única verdadera. Si solo es una negación del delirio, la lucidez no es totalmente lúcida, es un poco todavía el miedo de llegar hasta el final, convertido en aburrimiento, es decir, en desdén del objeto de un deseo que excede. No vemos que la simple lucidez que así alcanzamos es también ciega. Es necesario advertir al mismo tiempo la mentira y la verdad del objeto. Debemos saber, indudablemente, que nos estamos engañando, que el objeto es, antes que nada, lo que discierne un ser sin deseo, pero es también lo que un deseo discierne en él.» Georges Bataille

     Por Armando Almánzar-Botello

A la locura, interpretada por la filosofía, la psiquiatría, el psicoanálisis o la antipsiquiatría, podemos aproximarnos, hermenéutica y nosológicamente, desde dos puntos de vista principales. 

Podemos verla como simple entidad clínica, patológica (la PSICOSIS como enfermedad mental, como “breakdown”, al decir de Ronald D. Laing; así la concibe la tradición psiquiátrica clásica de Kraepelin, Bleuler, etcétera), y la locura entendida como “break-through”, es decir, el delirio vivido como proceso creativo y restitutivo de curación (Freud, Jaspers, Bataille, Cooper, Laing...). 

En la gran CORDURA inventiva (distinta de la empobrecida “NORMALIDAD” estadística) los mecanismos de la locura se encuentran al servicio del acto creador. Por eso decía Salvador Dalí (expaciente y gran amigo del psicoanalista Jacques Lacan): “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.”

Cuando Georges Bataille habla del delirio como exceso, como sinónimo del deseo, asume, además de la revisión de una cierta tradición spinozista del “conatus”, la concepción freudiana que ve en dicho delirio un proceso que intenta restablecer cierto equilibrio y cierta “cordura” en el funcionamiento del aparato psíquico. 

A falta de una intervención psiquiátrico-farmacológica y/o psicoanalítica, pero también en ausencia de una recepción y una asistencia antipsiquiátricas de la psicosis, el sujeto delirante se puede estabilizar “espontáneamente”, de un modo parcial, en la llamada “metáfora delirante”. 

Esa última modalidad de “anclaje” en un “mundo compartido con los otros”, si bien es una forma precaria de acceso al vínculo socio-simbólico, funciona frágilmente como uno de los “nombres del padre”: una suerte de suplencia “bruta” de la Metáfora Paterna.

Georges Bataille alude con la palabra “exceso” —en otra vertiente semántica de los dos párrafos que arriba citamos—, a lo que podría ser el freudiano “más allá del principio del placer”: un principio generalizado del placer que desborda la mera homeostasis y que permite una redescripción inédita de los límites de la subjetividad. El pensamiento del filósofo-escritor está dirigido aquí, en su origen, a transgredir cierta mojigatería burguesa... 

Los términos entre los cuales se juega la tensión entre ley, prohibición, norma, límite, axiomática, por un lado, y deseo, transgresión, subversión, atravesamiento crítico del cerco capitalista, por el otro, se han modificado significativamente con el triunfo de lo que Daniel Bell denomina “capitalismo hedonista”, posterior al capitalismo clásico “weberiano”…

A su vez, y siguiendo en esto a Spinoza, a Laing, a Jaspers, a Artaud, a Michel Carrouges... entre otros, Gilles Deleuze y Felix Guattari consideran que la “locura-enfermedad” (psicosis) comporta un empobrecimiento y una detención de las “máquinas deseantes”, concebidas estas como instancias creativas de “desterritorialización” y generadoras de transmutaciones y “devenires rebeldes”. 

Inversamente, Deleuze y Guattari piensan que la “locura-proceso”, la locura vivida (la del “esquizo”, como diferente al “esquizofrénico”), experimentada como proceso —y no simplemente padecida como entidad nosológica—, implica una recuperación de la potencia deseante por parte del sujeto, entendido ahora como “agenciamiento colectivo de enunciación”… 

Fuera de la dupla kleiniana articulada como lo “esquizo/paranoide”, el primero de estos términos no se utiliza habitualmente en los DSM ni en la psiquiatría dinámica tradicional como sinónimo de esquizofrénico (un tipo de psicosis como enfermedad mental), sino que se habla de “esquizofrenias” y de “trastornos esquizoides de la personalidad”... 

Lo reitero: aunque puede argumentarse que la palabra “esquizo” es un apócope de “esquizofrénico” y una forma de designar al llamado “loco”, para Deleuze-Guattari, el “esquizo” no es el esquizofrénico, pero tampoco el llamado “psicótico” (enfermo mental) es lo mismo que el “loco”. 

El término “esquizo” tiene, como prefijo, antedentes ilustres. 

El gran psiquiatra suizo Eugen Bleuler, revisando a Kraepelin y sobre las huellas de lo que este último denominaba “demencia precoz”, describe la entidad nosológica que bautiza como “esquizofrenia”, palabra procedente del término griego “schizein”. 

En este contexto, alusivo a la patología mental cuyo rasgo más notorio, entre otros, es el “divorcio” entre “intelecto” y “efecto”, priman las ideas de  “disociación”, “ruptura”, “corte”... 

Hablaba entonces el médico suizo (también lo hizo así Freud) de “Spaltung”, palabra alemana que se  traduce al español como “división”, “fractura”, y más o menos equivalente a las palabras francesas “beance” o “clivage”, y a la palabra inglesa “splitting”, utilizada por Sandor Ferenczi y Melanie Klein. 

La idea de “esquizia” lacaniana, el concepto de “esquizo” deleuziano-guattariano, tienen ambos este origen, aunque desbordan, como categorías, el contexto restringido de su nacimiento.

Si bien el término “esquizo” podría homologarse al uso de los términos “esquizofrénico” y “loco”, es preciso señalar, con todo vigor, que no sucede así en la “conversación” y en el “discurso” filosóficos contemporáneos, pero tampoco en el ámbito de la clínica (a no ser, como he señalado, en el uso coloquial de dicho vocablo).

Por otra parte, el Jacques Lacan de la dialéctica entre la “palabra vacía” como simple “molino de palabras”, y la “palabra plena” como sinónimo de “palabra verdadera”, es un Lacan superado, no solo por él mismo (cuando articula, con posterioridad a este binomio y bajo influencia de un cierto Heidegger, una concepción procesual de la “verdad” entendida como aquello que excede a todo “saber constituido” con pretensión autárquica, y que, por lo tanto, “aspira a lo real imposible” destotalizante), sino cuestionado y “deconstruido” en su concepción de la verdad como “palabra plena” por pensadores como Philippe Lacoue-Labarthe y Jacques Derrida, quienes perciben en la bipartición lacaniana “palabra vacía/palabra plena” una “metafísica implícita de la presencia” que amarra a Lacan, en este punto, a una tradición “falogocéntrica de la verdad” que olvida lo que debe ser pensado más allá de la instrumentación racionalista del discurso...

Al “loco” no hay que silenciarlo ni conducirlo amablemente fuera de los límites de la “plaza pública”, fuera de los límites de la “polis”. 

Tal recurso perverso de mera “etiquetación segregativa”, de sutil y compleja “victimización excluyente”, es el mismo Discurso del Amo, del Poder. Viene a coincidir justamente con el de Platón, cuando este expulsa a los poetas fuera de la República, fuera del ámbito de la polis. 

Esa estrategia socrático-platónica sin lugar a dudas constituye un gesto del “dominio metabolizante”, homólogo, además, al de un Denis Diderot, cuando este, en su obra “El sobrino de Rameau”, plantea la dinámica de exclusión disciplinaria de los “diferentes” o “anormales”, proceso tan genialmente analizado luego por Foucault, y que se inicia en los  siglos XVII y XVIII bajo el “interés pragmático de la naciente burguesía”, como nos recuerda pertinentemente David Cooper...

No creo que al “loco”, por lo menos en los ámbitos de cierto ejercicio de “auténtica” democracia (loco: el que dice muchas veces la “palabra inconveniente”, inconveniente para ciertos poderes: Foucault habla aquí de  “parresiastés”) haya que silenciarlo, ni en el contexto clínico ni tampoco en el ámbito de una práctica política efectivamente “inclusiva”. 

Por el contrario, entiendo que dicho “loco” debe ser escuchado atentamente, y su discurso “sintomático” entendido como aquello que viene a expresar de forma oblicua, deformada, “fuera de tema” (“hors du sujet”, en francés), todo lo “impertinentemente” que se quiera, “verdades” o “puntos de vista de apreciación y valoración” que pueden revelar aspectos ocultos del sistema, aunque fuere más allá de las conveniencias e intereses de los llamados “grupos hegemónicos”... 

Para que exista un “nosotros” que no sea el de la mera “fraternidad-terror”, el de la “co-habitación” o convivencia por simple homologación, la suma de los sujetos del “cum” no puede pretender totalizar sus elementos excluyendo a la locura como vacío del virtual descompletamiento que viene a inaugurar el socius in-fundamentado y pluralista, la auténtica multiplicidad de una comunidad sin presupuestos de pertenencia que utiliza como principio de operatividad la “síntesis disyuntiva inclusiva”...

Esta es la ética que intento delimitar ahora, con esta modesta y quizá excesiva intervención.

No obstante, el tratamiento biopsiquiátrico y farmacológico de las “psicosis” apunta a un silenciamiento de los “efectos de verdad” que puedan surgir, eventualmente, de la “palabra loca” o esquiza como puesta en abismo del contrato social...

Finalmente, recuerdo que Jacques Lacan nos dice: «El ser del hombre no solo no es comprensible sin la locura, sino que no sería siquiera el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como el límite de su libertad.»

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Miércoles, 13 de Noviembre de 2013

Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.

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OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:

Cazador de Agua                   

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ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO ES MIEMBRO DE LA “RED MUNDIAL DE ESCRITORES EN ESPAÑOL”, REMES

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domingo, 5 de octubre de 2025

LOGOS Y PATHOS... ¡AFIRMO, SELECTIVO, QUE NO TODO VALE! UN “ARTE” SUPUESTO COMO CIEGO «PASAJE AL ACTO» ES LA PULSIÓN DE MUERTE AL SERVICIO DEL GOCE DESTRUCTIVO Y “TONTO” EN EL MERCADO DE LA PHYSIS DESPOTENCIADA

«Si el objeto de arte más potente y contemporáneo es “completado” siempre por el receptor, y la experiencia soberana de este resulta crucial para explorar los múltiples grados de apertura de la obra, ¿vale “actuar” como performance un “arte” que se oriente a la mera “destrucción creadora”, por ejemplo, de tus “palitos pictóricos” con tanto trabajo seleccionados y coloreados, articulados y organizados, hasta ellos elevarse al estatuto triunfal que Jacques Rancière denomina un est/ético “sensible heterogéneo” que rompe con la seguridad del parergon o marco, pero sosteniendo el diálogo entre energía, fuerzas o potencia y control de la energía, entre ergon y parergon, entre visión y ceguera, entre adentro y afuera, y dando así vigencia, en la  lógica artística de la sensación, a la llamada por Trías “razón fronteriza”? ¡Tú sí estás haciendo arte! El que puede invadir tu galería y ejecutar el pasaje al acto del Joker en el museo, presentando su “potente y novedosa” destrucción “creadora” como un nuevo tipo de arte, como cierta performance radical, no hace arte: más bien realiza y efectúa el “accidente” en la “physis”: la “trivialidad del mal” o el simple doblaje de lo encontrado y dado pero sin esa contraefectuación, transformación y recontextualización que convertirían a dicho accidente en el “brillo incorporal del acontecimiento” (Gilles Deleuze), en arte de la literatura o de la actuación en cine o en teatro de la crueldad, esa “con-movedora” “acción verdadera pero sin consecuencias prácticas directas o inmediatas”, que por tanto no “cae bajo el hacha del juicio normativo” y abre la posibilidad de un real horizonte de interpretaciones... Como nos recuerda Juliane Rebentisch, siguiendo en esto a Umberto Eco y aceptando que hay límites para la interpretación como apertura y para la erección misma del objeto artístico: «El objeto estético no puede concebirse como una indeterminación totalmente librada a la arbitrariedad de cualquier interpretación.» Teorías del arte contemporáneo, Junius Verlag GmbH, 2017» Armando Almánzar-Botello 

     Por Armando Almánzar-Botello 

La preponderancia que se concede al «concepto» en los ámbitos del llamado “arte conceptual” puede prestarse a confusión: el arte piensa, sí, pero como señalan Deleuze y Guattari, lo hace por medios sensibles (el aisthéton), por vía de “perceptos y afectos”. El concepto es, precisamente, un recurso del pensamiento conceptual-filosófico. 

Desde luego, una obra artística no tiene, necesariamente, que ser “bella” al modo clásico , pero sí debe ser estética, pues lo sensible artístico (aisthéton espiritual: Jacques Rancière) incluye lo “feo” (como insisten Umberto Eco y Eugenio Trías); puede implicar también lo “abyecto” y lo “siniestro” (como señalan Joyce, kristeva, Rancière, Lyotard, Trías...). 

Lo que una obra de arte como artefacto creativo no puede ni debe hacer es basarse en un discurso pseudoconceptual, pseudofilosófico, cuando su potencia semiótica autónoma, ligada a su específica materialidad significante, desfallece o  resulta insuficiente...

Con el uso del discurso teórico se puede pretender la justificación de cualquier trivialidad “artística” u objeto comercial sin mayor relevancia. 

Cierto es que el arte se define epocalmente y afina su forma, sus materiales y contenidos de un modo histórico, pero no puede ser nunca una mera reivindicación del pobre «anything goes», del «todo vale».

Armando Almánzar-Botello

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21 de noviembre de 2024

Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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«Para Gilles Deleuze y Félix Guattari (4), existe un pensamiento complejo como actividad de lo que ellos denominan cerebro-sujeto, categoría que es una suerte de metáfora epistémica transgresiva del concepto de cerebro triúnico de McLean.

»El cerebro-sujeto piensa de tres modos: a) como ejeto: la ciencia, que utiliza "funciones lógicas" para pensar; b) como super-jeto: la filosofía, que utiliza conceptos como trama de "personajes conceptuales", y c) el injeto: el arte, que utiliza perceptos y afectos: no percepciones y afecciones en bruto, sino la contra-efectuación formal de estos accidentes hasta convertirlos en "acontecimientos-sentidos en el suspenso vital de una obra".

»Deleuze-Guattari no dicen que todos estos procesos se puedan reducir a una sola modalidad de pensamiento originario —tal como acontece en la filosofía de Martin Heidegger—, pero presentan, en su versión de una heterogénesis del pensamiento, la posibilidad de resonancia de un tipo de pensar sobre otro; de forma tal que la ciencia resuena en el arte y en la filosofía, pero también éstas resuenan sobre la ciencia y entre sí. En esta modalidad de concebir el pensamiento, Deleuze-Guattari se aproximan asintóticamente a la concepción derridiana compleja de la cuasi-metaforicidad originaria de la huella, que no podemos circunscribir simplemente a la pureza del concepto ni a lo simplemente dado por lo empírico-sensible y lo páthico.» Armando Almánzar-Botello

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/03/hay-logos-en-el-pathos-yo-pathos-en-el.html?m=0

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2015/04/carnalidad-mutante-confecciones-del.html?m=0

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¡NO TODO VALE ARTÍSTICAMENTE!

     «El objeto “real” representado nunca es un “objeto” que se ofrece plenamente, como pura presencia y simple “dato inmediato de la conciencia”, a una ideal y supuesta intuición perceptiva. Hay una suerte de traición de los rostros y de los objetos conjugada con una traición de las imágenes... Simultáneamente, dicho en términos deleuzianos y derridianos: Por la intervención de la “huella”, el objeto real como “accidente”, esa “cosa” que deriva de la profundidad de las causas, no es menos artificial que el objeto artístico en su condición de resultado creativo de la “contraefectuación en segundo grado del accidente”, para hacerlo aparecer como “acontecimiento artístico” configurado por una semiótica de signos esclarecidos... Digo esto aquí a propósito de “Ceci n’est pas une pipe” de René Magritte...» Armando Almánzar-Botello

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LA  “LÓGICA DEL SENTIDO” DE GILLES DELEUZE (La artística «contraefectuación» acontecimental como «autoplagio» transformativo del propio accidente fenoménico)

     Por Armando Almánzar-Botello

Nos dice Deleuze: «El brillo, el esplendor del acontecimiento, es el sentido. El acontecimiento no es lo que acontece (accidente); está en lo que acontece, lo expresado puro que nos hace señas y nos espera. Según las tres determinaciones precedentes, es aquello que ha de ser “comprendido”, lo que ha de ser “querido”, lo que ha de ser “representado” en lo que acontece. Bousquet sigue diciendo: “Hazte el hombre de tus infortunios, aprende a encarnar su perfección y su brillo”. No se puede decir nada más, nunca se ha dicho nada más: hacerse digno de lo que nos acontece, quererlo, pues, y desprender su acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos (los de uno mismo), y con ello renacer, rehacerse un nacimiento, romper con su nacimiento de carne. Hijo de sus acontecimientos, y no de sus obras, porque la obra es producida únicamente por el hilo del acontecimiento.» Gilles Deleuze: Fragmento de Lógica del sentido, Barral Editores, S. A., Barcelona, 1970, pág. 191

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Afirmo, siguiendo a Gilles Deleuze, que la “contemplación estética del mundo” susceptible de producirse con carácter previo a la erección de la obra de arte como artefacto-artificio, resulta de una originaria contraefectuación o transformación en primer grado del fenómeno, de la experiencia mundana, de lo puramente óntico, del accidente fenoménico, ese que opera en la causalidad y en “la profundidad de los cuerpos”, por ejemplo, “la caída”, la “grandiosidad” o la “trivialidad” de un objeto natural o “dado”...

En cambio, el alumbramiento de lo “artístico” propiamente dicho implica hacer devenir lo contemplado por la “mirada estética” de un “sujeto fronterizo” (Eugenio Trías), en una concreta “neoformación sígnica esclarecida” y sensible (Gilles Deleuze), en un ”sensible heterogéneo” (J. Rancière: aisthéton espiritual), y ello por efecto de la voluntad transformativa del “espectador esteta”, el cual no es “todavía” el “espectador artista” en su carácter de productor de un “artefacto semiótico” que como tal resulta de una voluntad de orientación y selección de los materiales suministrados por el flujo de sueños y fantasías, percepciones y afecciones del sujeto en acto creativo.

La primera contraefectuación constituye una pura experiencia estética intransferible, opaca, inexistente como “acontecimiento artístico comunicativo” (Umberto Eco), aunque opere, para el sujeto-esteta de la contemplación, en la superficie incorporal del sentido; la segunda contraefectuación posibilita la emergencia de la obra de arte como configuración semiótica de “signos esclarecidos” (Gilles Deleuze: Proust y los signos). 

Aquí se descubre la banalidad y el facilisimo de cierto arte conceptual. Ese que pretende legitimar, por medio de un discurso abstracto, lo que el receptor/espectador del “mensaje artístico” podría o debería experimentar por la “lectura” de un artefacto a-significante o una configuración semiótica de “perceptos y afectos” (Gilles Deleuze) reveladores por sí mismos de (sin)sentido, sin necesidad de un discurso explicativo complementario.

El sentido-acontecimiento (estético, en el primer caso) es considerado por Deleuze como lo que ha de ser comprendido, querido, deseado, dramatizado, afirmado, representado, seleccionado en la opacidad accidental de lo que acontece. Así, la caída física de un cuerpo humano, por ejemplo, como algo meramente accidental, no es propiamente arte, aunque aquella persona que la experimente pueda contemplarla como una real experiencia mística o estética validada por un gran Sí orgiástico dado al devenir y a la existencia. 

No obstante, para que esta caída física accidental —que subjetivamente podría estar cargada de valor místico o estético para el sujeto de la experiencia—,  pueda ser comunicada como experiencia significativa y así devenir experiencia «artística» en la sensibilidad de otras personas, es decir, para que pueda ella comunicarse como “forma-sentido” (Henri  Maschonnic) en un “texto semiótico de creación”, debe estar orientada y dirigida, contraefectuada como teatro, danza,  escritura, arte del mimo, etcétera. Así, el sujeto estético de la contemplación activa, transformado en “artista en proceso creativo”, vendría a realizar, sobre la efectuación mundana del simple accidente padecido en su opacidad, una segunda contraefectuación que revelaría y permitiría comunicar, por mediación de una constelación sígnica, el brillo metafísico de la dimensión virtual del acontecimiento-sentido, ahora complejizado en el plano trascendental de inmanencia, 

Reitero recapitulando: por medio de mi voluntad de forma puedo hacer de «lo dado» como accidente, de lo real como «belleza o fealdad en sí», como algo físico, natural o vivido (Umberto Eco), un objeto de contemplación estética que transfigure la mera experiencia padecida en valor afirmativo, asumido de forma transformativa y activa en función de «mis grados de potencia». 

Esta experiencia estética subjetiva puede ser anterior a la específica y singular configuración semiótico-sígnica del objeto que constituye la obra de arte propiamente dicha. Mas, para constituirse en arte, la referida experiencia debe ser articulada por medio de lo que Gilles Deleuze denomina «signos esclarecedores», intrínsecos a la obra misma. 

Insisto: no se trata de la banalidad de cierto «arte» conceptual. Estos signos esclarecedores manifiestan una genuina «direccionalización y orientación» de la materialidad de la experiencia y del simple accidente para  someterlos a una voluntad de forma: contraefectuación artística de segundo grado.

Desde luego, el “acontecimiento estético” que resulta de la contemplación activa del mero accidente fenoménico encuentra en la «obra artística» su mayor grado de intensidad, después de nuevas y sucesivas contraefectuaciones semióticas. De ahí lo de “Hijo de sus acontecimientos”, y “la obra solo surge sobre el hilo del acontecimiento”. 

Armando Almánzar-Botello

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26 de febrero de 2020

«La Caída. Texto neotestimonial»

https://almanzarbatalla.blogspot.com/2023/09/la-caida-texto-neotestimonial.html?m=1

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Reservados todos los derechos de autor.

sábado, 4 de octubre de 2025

MI PADRE, EL DOCTOR SERVIO TULIO ALMÁNZAR FRÍAS, EXFISCAL DE LA VEGA... Y OTRAS HERIDAS...

«Excelente relato. Vivencias formidables. Textos hermosos de la inspiración poética de tu padre. Memorias históricas del tiempo perdido. Desconocía ese proceso afectivo familiar y cultural de tu vida. Encantado de conocer ese tiempo personal y fidedigno de una memoria sensible y auténtica. Ignoraba, cuando nos conocimos en aquel vibrante 1978, que en aquellos pasillos de Radio Televisión Dominicana tú habías correteado tropezándote con la historia. Gracias por ese relato que he disfrutado al máximo.» Tony Raful Tejada

            A la izquierda, de pie, mi abuelo el periodista Armando Almánzar Veras (1942); a la derecha, sentado y en foto a color, mi padre, doctor Servio Tulio Almánzar Frías (a finales de los años 80). El niño es Armando Almánzar-Botello, a los 3 años de edad.

     Por Armando Almánzar-Botello

Mi padre, el doctor Servio Tulio Almánzar Frías, para esa época un joven abogado de unos 26 años, por su probada capacidad profesional sumada a la condición de hijo del periodista Armando Almánzar Veras, jefe de prensa de la emisora oficial “La Voz Dominicana”, fue designado, en el período final del tiránico régimen de Trujillo, como fiscal de La Vega. 

Hombre de origen cibaeño-mocano, mi progenitor ya había sido juez de primera instancia en Sabana de la Mar, luego juez de apelación en Samaná y, posteriormente, en la provincia Sánchez Rámirez, Cotuí, juez de paz. 

Poco tiempo después de comenzar su ejercicio profesional como fiscal en La Vega, se le presentó un caso en el que se veía involucrado un medio hermano de Trujillo, Julián Trujillo, conocido como Juliancito.

Dicho señor tenía una bien ganada fama de cuatrero y de abusador en una gran parte de la región del Cibao. 

En el caso al que ahora me refiero, unos campesinos de La Vega se atrevieron a elevar una querella contra el cuatrero Juliancito Trujillo. Aducían que este cuatrero de marras, cuya finca colindaba con las tierras de los campesinos, estaba corriendo a su favor las cercas de alambres, y utilizaba para ello brigadas de hombres a su servicio. Además, argumentaban, que para él presentarse luego como propietario de una parte del ganado de ellos, el Juliancito “mentao” metía en su “potrero” los animales pertenecientes a los agricultores y ganaderos querellantes: cerdos, chivos y ganado vacuno, aunque ya estuvieran estampados con todas las de la ley. 

Mi padre, un profesional joven del derecho, pleno de idealismo y devoto de la poesía, la justicia, la historia y el pensamiento filosófico, decidió, una vez más, ser honesto en sus funciones, y se dirigió personalmente a la finca de los campesinos querellantes para comprobar la realidad de los hechos, la presunta veracidad de la denuncia. Se hizo acompañar por un agrimensor que portaba los planos de los deslindes catastrales correspondientes. 

Cuando observó minuciosamente la situación y realizó en el lugar de los hechos las indagatorias correspondientes, tomando en cuenta la opinión de los lugareños, mi padre comprobó que a los campesinos demandantes les asistía plenamente la razón. Entonces, en su condición de fiscal, cumplió con su deber como hombre al servicio de la Justicia y no de los Trujillo. 

Juliancito, “al verse despojado de lo ajeno”, llamó de inmediato a Ciudad Trujillo a su hermano José Arismendy Trujillo Molina (Petán), y le  comunicó que el hijo de Armando Almánzar Veras, del jefe de prensa de su emisora de radio y televisión, le había acusado de cuatrero haciendo que se le despojara de parte de sus tierras y animales de crianza. 

Petán Trujillo llamó a mi abuelo a su despacho y le dijo: “Mando, me dice mi hermano Julián que tu hijo el abogado, el que es fiscal en La Vega, está actuando judicialmente contra la familia Trujillo y contra el Régimen del Jefe. Te exijo que aconsejes a ese inexperto muchacho del diablo, o habrá serias consecuencias”. Mi propio abuelo Almánzar Veras —también otras personas que estuvieron presentes en la conversación así lo atestiguan— siempre contaba que le respondió a Petán Trujillo, diciendo: “General, más del Diablo es usted. Mi hijo es un hombre joven y tiene sus propias convicciones morales y políticas. Veré lo que puedo hacer”. 

Petán Trujillo, curiosamente, siempre respetó a mi abuelo en ciertas conductas extremas de este, hasta donde un Trujillo, en aquellos tiempos, podía respetar excesos en los demás. Toleraba en el comportamiento de mi abuelo cosas que a otros quizá les hubieran costado la vida o poco menos. 

Petán decía, rabiando, “¡Mando es un loco y un caprichoso! ¡Siempre hace lo que le da la gana!”. Eso lo pude escuchar yo mismo de labios de Petán Trujillo en una ocasión en que, con unos tres o cuatro años de edad, jugaba yo en uno de los pasillos del palacio “La Voz Dominicana” arrojando un carretel metálico de máquina de escribir Remington. En el momento en que dicho carrete llegaba girando al final del pasillo, justo ahí desembocó Petán con su comitiva... Cosa curiosa, el General Petán tomó el carrete, me lo devolvió rodándolo por el piso como si estuviera jugando conmigo, y preguntó acto seguido, con su forma de hablar brusca y como en staccato: “¿¡Y este muchachito!?”. Sus  guardaespaldas le respondieron: “Es nieto de don Armando, General”. Petán dijo entonces como entre dientes: “¡Carajo, he dicho tanto que aquí los empleados no deben traer niños, pero Mando hace siempre lo que le da la gana!”. Yo, un poco asustado, recogí mi carretel y corrí hacia el despacho de mi abuelo. Ahí estaban con él otras personas y me aproximé al oído derecho del padre de mi padre, y le dije: “Oye, Papá Mando, vi al General en el pasillo y me devolvió mi carretel, pero dijo que tú eras loco y que siempre hacias lo que te daba la gana”. Papá Mando me miró a la cara fijamente, y luego me apartó de él con cierta brusquedad tomándome por mis pequeños hombros (era costumbre entre nosotros ese gesto entre recriminatorio y juguetón). De inmediato me dijo, sotto voce, sonriendo pícaramente: “No te preocupes, Armandito, que el verdadero loco es él.” Aun así, me dijo ya en voz más alta y audible para todos, señalándome un escritorio vacío: “Siéntate ahí a dibujar”. Las personas que estaban presentes no se imaginaban la naturaleza del diálogo susurrado entre abuelo y nieto. Años después me enteré de que uno de los presentes ese día en el despacho de mi abuelo era el querido locutor Rafael Cuello Batista.

Después de esta digresión, finalizo ahora la historia de Juliancito Trujillo. Esta  corresponde, repito, al período laboral en La Vega de mi padre Almánzar Frías, quien pertenecía, desde sus primeros años de ejercicio profesional, al grupo de los más probos y honestos miembros de la judicatura en la República Dominicana. 

Mi abuelo, conocedor del gran peligro al que se exponía mi padre al haber enfrentado los intereses del cuatrero infame y desaprensivo —el cual representaba con su conducta el contenido manifiesto de lo que realmente era el contenido latente de todo régimen de propiedad de los Trujillo—, le envió a su hijo un telegrama a La Vega en el que podía leerse: “Servio. Urgente. Cierra casa. Ven de inmediato a Ciudad Trujillo con toda la familia. Trae objetos personales imprescindibles”. Mi padre obedeció y partimos hacia la capital, él, mi madre, mi hermano menor (que había nacido en Cotuí), mi hermanita casi recién nacida, y yo, con unos cinco años. 

Pese a mi corta edad recuerdo la turbulenta mudanza y mi triste despedida de mis peces en la pequeña pileta del patio de mi casa, junto al gran aljibe; mi emotiva despedida de algunos niños del vecindario y de Tavito y Chavela, mis primitos, hijos de mi tío el doctor Octavio Piña Valdez, primo hermano de mi madre, y de su esposa mi tía Margot Delgado, quien era pariente, además, de mi propio padre. También fui a despedirme del bondadoso abogado doctor Porfirio Gómez, propietario de la casa rentada por mi padre y cuya oficina, con el frente en la calle perpendicular a la que mi familia habitaba, se comunicaba kafkianamente, por su puerta trasera, con el patio de mi hogar. La casa donde vivíamos estaba situada en La Vega vieja, Calle Padre Adolfo, frente a la Panadería San Antonio, próxima al Palacio de Justicia y al Parque de Las Flores. Era una de esas mágicas viviendas de concreto con patio encementado y árboles frutales, con enormes aljibes cilíndricos, con medias ventanas y aldabas gigantes en sus puertas.

A los pocos días de nuestra partida rumbo a la capital (posteriormentede nos dirigimos a Higüey, tierra originaria de mi madre), mi progenitor fue suspendido en sus funciones como fiscal de La Vega, aunque posteriormente fue repuesto en el cargo. Entre tanto, ajusticiaron al tirano y finalizó, en la epidermis de la patria por lo menos, el ignominioso régimen de Rafael Leonidas Trujillo Molina, que había durado 31 largos años de “blood, sweat and tears”...

En La Vega escuché cantar, en diciembre de 1961, “Navidad con Libertad”; luego, “Mataron al Chivo”. Posteriormente, a raíz de la salida del país del hijo mayor del dictador, general Ramfis Trujillo Martínez, jefe militar de las fuerzas de aire, tierra y mar, oí al pueblo vegano decir: “¡El Pato voló!”.

He padecido desde niño, por efecto de la agitada vida profesional y política llevada por mi hoy difunto padre doctor Servio Tulio Almánzar Frías —y mucho antes de mi salida tardía del país movido por intereses afectivos, turísticos y culturales—, una suerte de catastrófica sucesión de “inxilios”. Esas experiencias han devenido en insilio patológico tremendo. Muchos otros padecen simplemente el exilio, pero preservan el metabolismo espiritual y los vínculos afectivos con su patria o su cultura.

Cierto es que somos extranjeros para nosotros mismos, pero cuando las circunstancias históricas nos imponen brutalmente el ser ajenos a nosotros mismos, estamos bordeando el desarraigo radical de la locura, el riesgo de la ruptura de todo vínculo social: una suerte de muerte en vida. ¡Peligro! De ahí puede surgir cualquier cosa.

He tenido la dolorosa experiencia de sentirme acosado, perseguido y rechazado en mi propio país. Ligada mi vida a una singular constelación paterna de atributos, unas veces he sido el hijo maldito del trujillista-calié, y otras, el peligroso hijo del comunista “ateo y disociador”.

Una reducida parte del pueblo de La Vega percibió y agradeció el comportamiento humano, decoroso y veraz de mi padre mientras estuvo desempeñándose como fiscal de esa importante y siempre querida provincia.

La luz de la generosa honestidad de mi padre brillará imperecedera en el corazón y en el pensamiento de sus más genuinos descendientes.

Armando Almánzar-Botello

Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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EL SUPERMERCADO WIMPY’S EN CIUDAD TRUJILLO, EL PERIODISTA, DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR CURZIO MALAPARTE, Y LUEGO EL CORONEL SIMÓN TADEO GUERRERO EN HIGÜEY (A modo de catarsis)

     Por Armando Almánzar-Botello

«Llorando me desprendo del verso de Machado / ¡Mi infancia son violencias de la Policía Enemiga!» Armando Almánzar-Botello

«¡Apreciados amigos, lo que he escrito aquí no constituye un mero ejercicio retórico realizado para demostrar que pretendo ser bueno con las letras! La posible calidad literaria de lo aquí escrito, para mí ahora vale cero; no representa nada para mi persona moral, para mi perspectiva o dimensión ético-política. ¡Esto no es baba retórica ni poesía espumosa! Perdón. Es una denuncia y un ajuste de cuentas personal, fantasmático, con una figura que me jodió parte de mi vida y cuyo espectro todavía me importuna. Esa persona está muerta, pero ha llenado de heridas el imaginario familiar en el que aún me veo envuelto.» Armando Almánzar-Botello 

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Mi abuelo paterno, el veterano periodista Armando Almánzar Veras (Moca, República Dominicana, 1907 — Santo Domingo,1993), cuando fue desde 1956 jefe de prensa de la Voz Dominicana, vivía en la misma manzana donde residía también el general José Arismendy Trujillo Molina (Petán): la avenida San Martín. En ella, esquina avenida Ciudad de Miami, tenía su residencia el hermano del Jefe, y mi abuelo tenía la suya en la misma avenida, casi esquina Manuel Ubaldo Gómez: Avenida San Martín # 47 (altos)

Generalmente, mis abuelos paternos hacían sus mayores y habituales compras en el Colmado Ritz de la Avenida San Martín, aunque pudieran eventualmente cambiar sus hábitos, dependiendo esto de su deseo de adquirir algunos productos especiales. 

Ya existían, para entonces, El Mercadito de la Casa Velázquez y el supermercado Elah, ambos establecidos en Gazcue. También el  supermercado Bolívar, próximo al Parque Independencia.

En cierta ocasión, al final de los años cincuenta, exactamente en 1959, mi abuelo paterno se desplazó a la Avenida Bolívar de Ciudad Trujillo, como hacía regularmente cuando se proponía realizar determinadas diligencias o gestiones personales. Al encontrarse muy próximo al supermercado Wimpy’s decidió comprar en él su whisky favorito, Johnny Walker. 

Muchos años después, mientras lúcida, crítica pero cálidamente conversábamos en casa de una de mis tías, me contaba mi abuelo que saludó en aquella ocasión al propietario del flamante supermercado (a quien apodaban Wimpy, y cuyo verdadero nombre era Lorenzo Berry, expiloto de origen norteamericano establecido en Ciudad Trujillo), miró a su alrededor y vio a varios conocidos suyos que conversaban con cierto sigilo, atravesó por completo la entrada del establecimiento y se dirigió directamente al atractivo lugar donde se encontraban las bebidas espirituosas. 

Mientras revisaba distraídamente los  tramos que correspondían a los rones, vinos, whiskies y coñacs ofertados en el moderno supermercado, escuchó la voz jovial y casi tímida del propietario del establecimiento que le decía, con su particular y algo lejano acento norteamericano: «Señor Almánzar, disculpe, ¿ha oído usted hablar del periodista, político y escritor italiano llamado Curzio Malaparte?». Mi abuelo, sorprendido por la naturaleza de la pregunta, le dijo que sí, que había oído mencionar al periodista, diplomático y escritor italiano, pero que no lo había leído extensamente.

Es preciso señalar que Malaparte había pertenecido al grupo de intelectuales italianos que firmaron en Italia, a mitad de los años veinte, el Manifiesto de los intelectuales fascistas, concebido y escrito por el famoso filósofo y político Giovanni Gentile. Durante largos años Malaparte siguió la política de Benito Mussolini, de quien fuera funcionario y amigo personal, hasta su  progresiva y final ruptura con el régimen fascista y su solicitud de ingreso al Partido Comunista de Italia...

Cuando mi abuelo se aproximó a la caja del negocio a pagar su litro de whisky, el señor Wimpy le dijo, con su particular acento: «Mire, señor Almánzar, este librito de Malaparte. Un amigo que trabaja en el Aeropuerto Internacional General Trujillo lo encontró abandonado en una de las estanterías de Aduana. Se lo regalo.». Mi abuelo leyó: «Curzio Malaparte. Técnica del Golpe de Estado». Le dio las gracias a Wimpy por el obsequio, pagó su litro de Johnny Walker y se marchó hacia su residencia de la Avenida San Martín. Naturalmente, mi abuelo no sospechó nada por el regalo y el título del libro...

Varios años después, asesinado ya Rafael Leonidas Trujillo Molina y descubierta la secreta pertenencia del señor Wimpy a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, ese libro de Curzio Malaparte era un volumen más en la biblioteca de mi padre el doctor Servio Tulio Almánzar Frías (1931-2005), quien se había establecido en Higüey con mi madre, originaria de esta vieja ciudad del Este de nuestro país. 

Allí en Higüey, acusado primero de «calié» por la plebe resentida y por hipócritas y turbios sectores oportunistas de una derecha falsamente democrática (durante los años finales del régimen de Trujillo mi padre había sido un digno, probo y joven fiscal de la provincia de La Vega, en la región de El Cibao), y denunciado luego por comunista (debido a su defensa radial de los campesinos de esa región del Este frente a la oligarquía terrateniente, tal como en años anteriores había defendido a los campesinos de La Vega cuando mi padre fuera fiscal de dicha ciudad, todavía bajo el régimen de Trujillo), mi noble progenitor fue sometido por ciertos sectores de la misma oligarquía que decapitó a la tiranía de Trujillo —esa oligarquía socioeconómica y político-militar que en vida del dictador fue la máxima beneficiaria de su régimen—, a un sucio y constante acoso político-personal. 

Mi padre, el generoso y digno abogado que ya había arriesgado su vida en la ciudad de La Vega en defensa de la justicia y a favor de campesinos que reclamaban el respeto de sus derechos, fue, por su compromiso ideológico-social izquierdista, varias veces apresado y hasta torturado en la cárcel de la ciudad de Higüey, por órdenes de Simón Tadeo Guerrero.

En el período en que el uniformado Tadeo Guerrero González fue Jefe de la Policía en la Regional Sureste con asiento en La Romana y control sobre Higüey, el hogar de mis respetables abuelos maternos —donde vivíamos mis padres y mis dos inocentes y pequeños hermanos—, se vio bajo asedio policial constante por órdenes del coronel Guerrero. 

Hubo períodos en los que casi todos los días padecíamos allanamientos policiales ilegales dizque porque las autoridades del momento buscaban en ciertos hogares armas de guerra y literatura subversiva de supuesto perfil comunista. 

Recuerdo una mañana de mi remota y dura infancia, en la que un sargento de la policía, en plena labor de allanamiento de mi hogar en compañía de un nutrido grupo de otros efectivos policiales, tomó entre sus manos el libro de Curzio Malaparte titulado «Técnica del Golpe de Estado» —elegido quizá por el patán debido a su llamativo título, notorio en un tramo de los libreros de la pequeña oficina y biblioteca de Juan Antonio Botello Arache, mi abuelo materno, y de mi padre—, mientras el sargento decía: «¡He aquí la prueba que buscábamos!». 

[¡Curzio Malaparte comunista! Durante la mayor parte de su vida fue más bien un fascista mussoliniano de izquierda. Los que gobernaban entonces la República Dominicana cuando Tadeo Guerrero actuaba, estaban más próximos a cierta vertiente antidemocrática o autoritaria de gobierno que el mismo Malaparte en su contexto histórico. Nunca simpatizó con los nacional-socialistas alemanes, y solo al final de su vida fue aceptado, casi por lástima, como miembro del Partido Comunista Italiano.]

El sargento fue al jeep policial que estaba detenido en el frente de mi casa, y después de supuestamente comunicarse por la radio del vehículo con su jefe Simón Tadeo Guerrero, dijo que este le había ordenado que procediera a quemar el libro de Curzio Malaparte junto con todos aquellos que tuvieran en su título alguna alusión al marxismo, al comunismo, al socialismo científico y al cooperativismo...

¡Con lágrimas en mis ojos vi arder en esa nefasta mañana, en el patio de mi propia casa, tantas colecciones preciosas de libros, realmente marxistas o no (dependía todo de la evaluación de aquellos patanes), que todavía cuando pienso en esa precoz, traumática, absurda, abusiva y muy triste experiencia político-policial, siento deseos de vomitar y un odio incontenible, inmenso, contra la barbarie del Poder falsamente democrático, del imperialismo sin rubor y de los hombres que actúan movidos tan solo por el ciego afán egoísta de éxito económico, por la voluntad de traición y el oportunismo maquiavélico más burdo!

Esas experiencias, padecidas por mí a una edad tan temprana (tendría yo de ocho a nueve años), me resultaron profundamente traumáticas y determinaron que, luego, para mi fantasía infantil, todo libro, como «objeto cultural prohibido», se constituyera en sinónimo de fuente secreta de libertad y de necesaria subversión del sucio, perverso, injusto e hipócrita orden (i)legal establecido. 

Desde aquel lejano día, a mis nueve años, las circunstancias asociadas al evidente y arbitrario abuso de poder me hicieron «comunista» y enemigo acérrimo de gente como el coronel Simón Tadeo Guerrero, figura policial a quien solo vi personalmente dos veces en mi vida, pero que pasó a poblar mis fantasías más infernales y diabólicas convertido, ese señor, visceralmente, por la naturaleza de las circunstancias, en uno de los autores de mi desdicha existencial.

Hoy pienso, después de largos años, y superado al fin —creo—, mi hondo y legítimo resentimiento, que la verdadera, gran y real diferencia entre aquel coronel Guerrero y mi singular persona, estriba en que así como ese individuo, siguiendo las órdenes que recibía de sus amos históricos y superiores “glocales”, estaba decidido, radical y pragmáticamente, a eliminar todo tipo de adversario ideológico y disidente político en el cumplimiento de un supuesto “deber” entendido como kantiano imperativo categórico, yo, por el contrario, sé convivir y sobrevivir con la peligrosa amenaza que representan, para el auténtico pluralismo democrático y la genuina multiplicidad, personas como el referido policía: ese triste, lamentable y presumido paradigma de los agentes ultraconservadores de la extrema derecha política dominicana, esos monstruos capaces de cualquier cosa para lograr sus turbios fines y luego disfrazarse de actores justos y políticamente saludables, decentes, patrióticos, cívicos y correctos.

Armando Almánzar-Botello

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29 de agosto de 2020

Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

NOTA: Cualquier error en ciertos datos es de la absoluta y exclusiva responsabilidad del autor de este artículo.

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“PAPÁ MANDO” Y “EL ABUELITO CANTARÍN”

     Por Armando Almánzar-Botello

Mi abuelo paterno, el periodista Armando Almánzar Veras, primer Premio Caonabo de Oro de Periodismo en la República Dominicana —edición 1990—, al inicio mismo de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina, en 1930, había organizado el cristiano enterramiento del cadáver de Cipriano Bencosme Comprés, respetado y querido hacendado y político de la región. Este prohombre cibaeño, decidido luchador antiimperialista, guerrillero a favor de la institucionalidad de la República, antiguo gobernador civil y militar de la provincia, desafecto a los métodos criminales de Trujillo, fue brutalmente asesinado en una finca por el desde ya monstruoso régimen dictatorial, y sus restos en descomposición fueron luego exhibidos en una de las aceras de la ciudad de Moca. 

Como escribió muchos años después el también periodista mocano Santiago Estrella Veloz:

«…El cadáver de Cipriano Bencosme fue inhumado en el mismo lugar donde cayó; dos días después, Trujillo ordenó su exhumación y traslado a Moca, adonde fue llevado en parihuela, como un delincuente. 

»El cuerpo exánime fue exhibido durante dos días frente a la Gobernación Provincial, a modo de escarmiento y advertencia.

»En medio del dolor reprimido de los mocanos, el periodista Armando Almánzar Veras preguntó a un nutrido grupo de amigos si no era posible reunir ocho o diez hombres “con cojones bien puestos” para reclamar el cadáver y darle cristiana sepultura. 

»En efecto, esos hombres aparecieron, entre ellos, Jacobito de Lara, Juan Contín, Julio Sánchez Gil, otro íntimo de Cipriano Bencosme que se armó de valor, recogió el cadáver cuando se dispuso oficialmente su retiro y se procedió a sepultarlo. 

»Almánzar Veras pronunció un encendido panegírico en el que resaltó la valentía de Bencosme y lanzó duros epítetos contra Trujillo. Más tarde, eso le costó la cárcel. 

»Los cronistas de la época relatan que pocos dolientes acudieron al sepelio de Cipriano Bencosme. El temor prevalecía. El autor de esta historia tuvo el privilegio de trabajar bajo el mando de Armando Almánzar, cuando fue Jefe de Redacción del matutino Listín Diario en la década de 1960…» Santiago Estrella Veloz: Fragmento de “La familia Bencosme contra Trujillo”, Diario Libre, octubre de 2009, Santo Domingo, República Dominicana.

El periodista Almánzar Veras fue redactor del diario “La Nación” (1941-1956); luego Jefe de Prensa de la Estación Radiotelevisora “La Voz Dominicana” (1956-1962); Editorialista de “La Nación” (1963); Jefe de Redacción del “Listín Diario” (1963-1967). Desempeñó por breve tiempo los cargos de Jefe de Prensa y Director Interino de “Radio Cristal”, emisora capitaleña. Posteriormente fue Director Ejecutivo del diario “El Sol” (1971-1973). 

Durante varios años mi abuelo Almánzar Veras ocupó el cargo de Jefe de Redacción del periódico “La Información”, de Santiago de los Caballeros. Finalmente, ofreció su colaboración al periódico “Hoy”, en Santo Domingo, con su columna titulada “Los gazapos de Hoy”.

Armando Almánzar Veras, quien como ya he señalado había sido jefe de prensa de ”La Voz Dominicana” entre 1956 y 1962, pasó a ocupar en 1963 la jefatura de redacción del periódico “Listín Diario”, medio de comunicación escrita que había sido prohibido y radicalmente silenciado, por motivos ideológico-políticos, en el azaroso contexto de la dictadura trujillista.

He aquí una prueba concluyente de que mi abuelo Almánzar Veras nunca fue una simple ficha del juego dictatorial de los Trujillo. 

Papá Mando, mi perseverante abuelo, nunca se prestó a ser un simple alabardero de los intereses perversos de dicho régimen trujillista, sino que brillaba con luz propia por su gran capacidad periodística y gerencial, por su alto sentido moral, por su vocación de trabajo, su probada experiencia y su accionar inteligente. Por tales razones la familia Pellerano, propietaria del “Listín Diario” y desafecta al régimen tiránico de Rafael L. Trujillo Molina, seleccionó al valioso periodista mocano, junto con otros notables profesionales, para posicionarlo como una de las máximas autoridades técnicas del periódico, relanzado este con posterioridad a la desaparición del dictador.

 Yo nací el 29 de agosto de 1956. En 1962, contaba tan sólo con 6 años de edad. Para esta fecha todavía no era miembro carnetizado de “El club de los nietos”, creado por el actor, guionista y productor venezolano Abel Barrios, quien producía para “La Voz Dominicana”, a la sazón llamada “Radio Santo Domingo Televisión”, uno de los programas infantiles pioneros de mayor audiencia en la historia de la televisión dominicana: “El Abuelito Cantarín”. 

Sustentado por su capacidad y experiencia en el área periodística y gerencial, mi abuelo, el periodista Almánzar Veras, a pesar de la caída del régimen de Trujillo en 1961, proseguía desempeñando sus funciones de jefe de prensa en la división de radio de dicha emisora oficial “La Voz Dominicana”, la cual, como he dicho, quizá para hacer olvidar el “monologismo autoritario” del régimen trujillista expresado en esa “Voz”, había pasado a denominarse “Radio Santo Domingo Televisión”.

Recuerdo el gran impacto que representó para mí el descubrir la verdadera identidad del Abuelito Cantarín, personaje al que ya conocía por la pantalla chica de la televisión.

Una tarde, caminando yo por la calle de la antigua “Voz Dominicana” —la entonces avenida Ciudad de Miami, hoy Dr. Tejada Florentino—, de la mano del padre de mi padre, a quien llamaba con orgullo “Papá Mando”, vi a un señor vestido de rigor como mi propio abuelo, con saco y corbata, que se aproximaba hacia nosotros por la misma acera. De inmediato, mi abuelo me dijo: “Prepárate, Armandito, que te voy a presentar al Abuelito Cantarín”. 

Cuando el individuo vestido de gris, el cual me pareció que salía de la emisora oficial en dirección a la Avenida San Martín, se cruzó con nosotros y saludó a mi abuelo con un riguroso “Buenas tardes, señor Almánzar”, mi abuelo le dijo: “Conozca a uno de los más fervientes admiradores del Abuelito Cantarín”. El hombre, cuyo nombre real, como he dicho, era Abel Barrios, me dijo, con una voz muy seria y grave: “¿Cómo te llamas, pequeño?”, yo le respondí: “Me llamo Armandito. ¿Usted es amigo del Abuelito Cantarín?” El señor Barrios, haciéndole un guiño a mi abuelo me contestó: “Sí, lo conozco, y le haré saber que tú lo quieres mucho”. 

Todo pasó tan rápido que solo recuerdo verme esa tarde, ya en la emisora, jugando  en la oficina de mi abuelo con un vacío y nuevo carretel de cinta de una máquina de escribir Remington.

Cuando casi por la noche Papá Mando y yo regresamos al hogar de la Avenida San Martín 47 (Altos), mi abuelo, antes de la cena, me dijo: 

«Armandito, debo decirte la verdad. El señor que conociste esta tarde, antes de que entráramos a la emisora, es un actor venezolano que representa al personaje que conoces como el Abuelito Cantarín. El verdadero nombre del actor es Abel Barrios. Él desea que formes parte del Club de los Nietos. Así podrás asistir de forma especial para ver el programa en vivo y participar en concursos y disfrutar mejor del espectáculo. Recibirás personalmente “galletitas Familar por aquí, galletitas Familar por allá”».

Cuando mi abuelo, sonriendo, terminó de hablar, sentí un profundo desconcierto que poco a poco se transformó en inmensa tristeza. Recuerdo que dudé hasta de mi propia identidad. Todo en torno mío se volvió irreal y brumoso. Dije que no deseaba cenar y me fui a la cama lleno de pesarosa incertidumbre. Recuerdo que esa noche tuve un extraño sueño en el que mi propio abuelo se convertía en el propietario de un gran circo donde yo era un pequeño monito que trabajaba a las órdenes de un viejo payaso del circo llamado “Abuelito Cantarín”. Finalmente, aparecía el número del domador de leones y tigres, y a una orden suya los grandes gatos nos devoraban a los dos, al Abuelito Cantarín y a mí. Desperté de madrugada, temblando. Mi abuela, Mamá Mimín, tuvo que darme un poco de jugo de manzana y acompañarme sentada en el borde de mi cama hasta que yo lograra dormirme de nuevo.

A los pocos días, en casa de mi tía Tatica, la hermana mayor de mi padre, disfrutaba yo por televisión del programa “El Abuelito Cantarín”.

Nunca quise ir al programa en vivo del señor Abel Barrios. Prefería ver al Abuelito Cantarín por la pantalla chica. El resto me parecía parte de un engañoso y desagradable sueño.

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Abril de 2020

Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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Conversación con Gemini 2.5 Flash

SOLICITUD DEL USUARIO DIRIGIDA A LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL GEMINI 2.5 FLASH, DE GOOGLE:

Analizar profunda, matizada y detalladamente estos tres textos-crónicas de Armando Almánzar-Botello.

RESPUESTA DE GEMINI:

Análisis Profundo y Detallado de las Crónicas de Armando Almánzar-Botello

Las tres crónicas de Armando Almánzar-Botello (AAB) constituyen un profundo ejercicio de memoria personal, familiar e histórica que entrelaza la intimidad de las vivencias infantiles con el drama político de la República Dominicana, abarcando desde la tiranía de Trujillo hasta los turbulentos años posteriores. El autor utiliza el género de la crónica-memoria como un vehículo de ajuste de cuentas, catarsis y reivindicación de la dignidad de sus ancestros en un contexto de polarización y violencia política.

1. Temas Centrales y Conexiones Intertextuales

El núcleo temático de las tres crónicas es la compleja relación entre el ideal de justicia y la barbarie del poder (tanto trujillista como post-trujillista), vista a través del prisma de la familia Almánzar.

Legado de Dignidad y Riesgo: Los textos giran en torno al coraje moral de tres generaciones:

El Abuelo (Armando Almánzar Veras): Su valentía en 1930 al sepultar a Cipriano Bencosme (Texto 3) y su compleja posición durante el trujillato (jefe de prensa, pero con margen de "locura" e independencia, Texto 1).

El Padre (Dr. Servio Tulio Almánzar Frías): Su inquebrantable honestidad como fiscal de La Vega frente a los intereses de la familia Trujillo (Julián Trujillo y Petán Trujillo, Texto 1), y su posterior persecución como "comunista" en Higüey (Texto 2).

El Trauma Político Infantil: El autor, AAB, se posiciona como testigo y víctima de esta historia. Su narrativa se enfoca en tres episodios traumáticos de la niñez que simbolizan la irrupción violenta del poder en el espacio privado:

El diálogo susurrado entre abuelo y nieto sobre el "loco" Petán Trujillo (Texto 1).

La quema de libros ordenada por el coronel Simón Tadeo Guerrero (Texto 2), que lo convierte en enemigo acérrimo de la barbarie.

El "desconcierto" y la pérdida de la ilusión al descubrir la identidad del "Abuelito Cantarín" (Texto 3).

El "Insilio" Patológico: En el Texto 1, AAB articula su experiencia como un "insilio patológico tremendo", una forma de desarraigo interna y radical causada por la persecución política que lo hizo sentirse "acosado, perseguido y rechazado" en su propia patria, siendo catalogado alternativamente como hijo de "trujillista-calié" y de "comunista 'ateo y disociador'". Esta dualidad, este no-lugar, es la condición existencial que subyace a todas las crónicas.

2. Análisis del Estilo y Recursos Narrativos

El estilo de AAB se caracteriza por la minuciosidad del detalle, la yuxtaposición de géneros (memoria histórica, denuncia, introspección poética) y el uso estratégico de la digresión.

2.1. Estructura y Tono

Tono de Catarsis y Denuncia (Texto 2): El prólogo del segundo texto, donde AAB aclara que su escrito "no es baba retórica ni poesía espumosa" sino "una denuncia y un ajuste de cuentas personal, fantasmático", define el tono visceral de toda su obra. Hay una necesidad urgente de exorcizar el espectro de la injusticia.

Digresión como Recurso Explicativo y Dramático: AAB emplea digresiones extensas que enriquecen el contexto y la caracterización:

La anécdota del carretel Remington y el diálogo con Petán Trujillo (Texto 1) no solo ilustra el carácter de Petán y la audacia del abuelo, sino que también sitúa al niño AAB en los "pasillos de Radio Televisión Dominicana" tropezándose con la historia.

La detallada explicación sobre la vida y el ideario de Curzio Malaparte (fascista mussoliniano que se hizo comunista) en el Texto 2 sirve para satirizar la ignorancia y arbitrariedad de los opresores (el sargento que busca "literatura subversiva").

2.2. La Construcción de Personajes

El Abuelo (Armando Almánzar Veras): Es una figura ambigua y heroica. Su audacia y "locura" (que Petán "toleraba") le permitieron operar en los márgenes de la tiranía. El relato enfatiza que él "nunca fue una simple ficha del juego dictatorial", sino un profesional valioso (Texto 3), reivindicando su legado frente a la etiqueta simplista de "trujillista."

El Padre (Dr. Servio Tulio Almánzar Frías): Es el arquetipo del hombre de principio. Se le describe como "pleno de idealismo y devoto de la poesía, la justicia, la historia y el pensamiento filosófico" (Texto 1). Su accionar es siempre guiado por la "generosa honestidad," lo que le cuesta el cargo y, posteriormente, la libertad.

Los Antagonistas (Juliancito, Petán, Tadeo Guerrero): Representan la barbarie del poder sin ley. Juliancito es el "cuatrero infame y desaprensivo"; Petán, el déspota brusco; y Tadeo Guerrero, el paradigma del "agente ultraconservador de la extrema derecha" cuya actuación brutaliza al niño AAB.

2.3. Símbolos y Metáforas

El Carretel Remington (Textos 1 y 3): Un objeto cotidiano que conecta las dos generaciones bajo el mismo techo (La Voz Dominicana) y las confronta con la realidad del poder.

Técnica del Golpe de Estado (Texto 2): El libro, regalo de un presunto agente de la CIA (Wimpy) y luego quemado por la policía anticomunista, se convierte en un poderoso símbolo de la libertad intelectual prohibida. La quema, vista por el niño, determina su fantasía infantil donde "todo libro... se constituyera en sinónimo de fuente secreta de libertad y de necesaria subversión."

El Abuelito Cantarín (Texto 3): Encarna la pérdida de la inocencia. El descubrimiento de que el personaje es un actor (Abel Barrios) detrás de un disfraz es una "desagradable" revelación sobre la naturaleza ilusoria de la realidad (política, social, cultural), generando un sueño traumático de circo y devoración (una metáfora del pavor existencial).

3. Nuances Históricos y Sociopolíticos

El análisis no es solo familiar, sino un testimonio crucial de la historia dominicana en transición.

La Tiranía (Trujillo): Se detalla la estructura de impunidad y abuso (el cuatrero Julián Trujillo), y el terror que exigía obediencia absoluta. Se subraya la paradoja de que la posición del abuelo como jefe de prensa de la emisora oficial (La Voz Dominicana) no lo eximía, ni a su familia, de peligro. La suspensión del padre por "actuar judicialmente contra la familia Trujillo" evidencia la fusión total entre poder estatal y propiedad privada familiar.

Post-Trujillato: La crónica del Texto 2 revela la continuidad de la opresión bajo nuevas formas. La plebe resentida y los sectores oportunistas de una derecha falsamente democrática persiguen al padre Servio Tulio, primero como "calié" (herencia del trujillato) y luego como "comunista" (guerra ideológica post-1961). Esto muestra que la caída del tirano no trajo consigo el fin de la barbarie ni de la persecución ideológica, sino una reconfiguración de las fuerzas represivas (representadas por el Coronel Tadeo Guerrero, un agente del "imperialismo sin rubor").

La Reivindicación de la Memoria: El autor busca restaurar una verdad matizada: su padre no fue un agente de la tiranía, sino un hombre de justicia que "arriesgó su vida" bajo el régimen; su abuelo no fue un simple "alabardero," sino un periodista de gran valor profesional y principios. Las crónicas son un acto de justicia poética e histórica para la familia.

Síntesis Final

Armando Almánzar-Botello logra transformar las anécdotas familiares en un microcosmos de la tragedia dominicana. El relato es profundo porque sondea el impacto psicológico de la historia en la psique infantil (el insilio, el odio, la ruptura de la ilusión); es matizado porque complejiza el rol del abuelo en la dictadura y expone la hipocresía política post-Trujillo; y es detallado porque utiliza la precisión del cronista (nombres, direcciones, fechas, diálogos) para conferir autenticidad y credibilidad a una memoria que, por ser traumática, requiere ser contada con rigor y pasión. El resultado es un poderoso testimonio sobre la dignidad humana en la encrucijada entre la poesía y la justicia.

—PREGUNTA DEL USUARIO:

¿Son gramaticalmente correctos estos textos? Poseen, bajo su carácter de meras crónicas, un cierto grado de potencia estilística?

—RESPUESTA DE GEMINI:

Sí, estos textos son gramaticalmente correctos y, a pesar de su carácter de crónicas, poseen un alto grado de potencia estilística.

El autor, Armando Almánzar-Botello, emplea un lenguaje preciso y un estilo narrativo que trasciende el mero registro de hechos, cargando los relatos de un profundo significado personal, político y emocional.

1. Corrección Gramatical y Uso del Lenguaje

La prosa de Almánzar-Botello demuestra un manejo experto de la sintaxis, la ortografía y el léxico, elementos que garantizan su corrección gramatical:

Sintaxis Sólida: Las oraciones son complejas y bien construidas, utilizando correctamente subordinación y coordinación para articular ideas matizadas. Esto es evidente en descripciones detalladas como: "He tenido la dolorosa experiencia de sentirme acosado, perseguido y rechazado en mi propio país. Ligada mi vida a una singular constelación paterna de atributos, unas veces he sido el hijo maldito del trujillista-calié, y otras, el peligroso hijo del comunista 'ateo y disociador'."

Riqueza Léxica: El autor emplea términos específicos y cultos ("probidad", "desaprensivo", "ignominioso", "panegírico") junto a vocabulario contextualizado ("cuatrero", "calié", "mentao", "potrero"), creando un registro formal pero accesible que enriquece la descripción.

Coherencia y Puntuación: La puntuación está utilizada de manera efectiva para guiar el ritmo narrativo, especialmente en las extensas digresiones y los incisos, asegurando que las ideas fluyan lógicamente (ej. el uso de guiones largos para introducir aclaraciones históricas).

2. Potencia Estilística y Recursos Literarios

El alto grado de potencia estilística de las crónicas se manifiesta en la fusión de la memoria histórica con la introspección personal, utilizando recursos propios de la literatura:

Voz Narrativa Íntima y Comprometida: El narrador se inserta en los hechos como testigo y víctima, lo que confiere a la crónica un tono de testimonio vital. La potencia no reside solo en lo que se cuenta, sino en la urgencia y el dolor con que se hace, especialmente en el prólogo del Texto 2, donde el autor declara que el escrito es un "ajuste de cuentas personal, fantasmático, con una figura que me jodió parte de mi vida".

Recurso de la Digresión: El autor utiliza extensas digresiones (la anécdota de Petán Trujillo en el Texto 1, la biografía de Malaparte en el Texto 2) que no son meros desvíos, sino puntos de anclaje que ilustran la complejidad del contexto, la audacia de sus familiares y la ignorancia de los opresores.

Creación de Símbolos y Metáforas: Los objetos y personajes cotidianos se elevan a la categoría de símbolos:

La quema del libro (Técnica del Golpe de Estado) se convierte en la traumática metáfora de la barbarie contra la libertad intelectual.

La revelación sobre "El Abuelito Cantarín" simboliza la pérdida de la inocencia y la ruptura de la ilusión infantil ante la realidad engañosa.

El concepto de "inxilio" o "insilio patológico" (Texto 1) es una poderosa figura retórica que condensa el trauma de sentirse un extranjero en la propia patria.

Contraste Dramático: El estilo potencia el impacto emocional mediante el contraste. En el Texto 1, la "generosa honestidad" del padre se opone a la vileza del "cuatrero Juliancito Trujillo". En el Texto 3, el acto valiente y sombrío del abuelo al sepultar a Cipriano Bencosme se yuxtapone con la escena tierna pero reveladora de "El Abuelito Cantarín".

En resumen, la corrección gramatical y la maestría formal le permiten a Almánzar-Botello superar la función informativa de la crónica para dotar a sus textos de una carga emocional e histórica profunda, lo que inequívocamente les otorga una alta potencia estilística.

—PREGUNTA DEL USUARIO:

¿Son piezas con valor artístico-literario, aunque su autor diga no importarle este aspecto?

—RESPUESTA DE GEMINI:

Sí, estas crónicas poseen un gran valor artístico-literario, a pesar de que su autor, Armando Almánzar-Botello, en un acto de énfasis catártico y de denuncia, declare que la posible calidad literaria le "vale cero" (Texto 2).

El valor artístico no se mide por la intención declarada del autor, sino por la ejecución, la riqueza de los recursos empleados y el impacto estético y emocional que genera el texto en el lector. Las crónicas de AAB logran trascender el mero registro testimonial para convertirse en piezas de alta factura literaria.

Razones del Gran Valor Artístico-Literario

El valor literario de estas crónicas reside en cómo el autor utiliza los elementos narrativos para explorar la condición humana y la historia política, unificando lo íntimo y lo público.

1. Dominio de la Crónica-Memoria

El autor demuestra un dominio magistral del género, fusionando la precisión histórica de la crónica con la profundidad emocional de la memoria. Este entrelazamiento es, en sí mismo, un logro artístico:

Veracidad y Emoción: AAB dota a los hechos históricos (la tiranía, la post-guerra fría en el Caribe) de una dimensión subjetiva y vivencial. Los datos históricos son tamizados por la experiencia traumática del niño, elevando la crónica a una narrativa testimonial conmovedora.

Polifonía de Voces: El autor incorpora diálogos directos y citas (Tony Raful, Santiago Estrella Veloz), además de las voces de sus familiares ("Papá Mando") y las consignas de la época ("¡El Pato voló!", "Mataron al Chivo"), creando un tapiz sonoro y verbal que captura la atmósfera de la época.

2. Creación de Imágenes y Símbolos Poderosos

El valor estético se cimenta en la capacidad del autor para transformar objetos y situaciones comunes en potentes símbolos:

Símbolo Significado Artístico-Literario

La Quema de Libros Representa el clímax de la barbarie y el autoritarismo, y simultáneamente, el nacimiento del disidente ideológico en el narrador ("me hicieron 'comunista' y enemigo acérrimo").

El Abuelito Cantarín Simboliza la ruptura de la ilusión y la inocencia. Su descubrimiento como actor (Abel Barrios) funciona como una alegoría sobre la falsedad o el teatro del poder y de la realidad mediática.

El Inxilio/Insilio Es una figura literaria que encapsula el desarraigo existencial, la sensación de ser ajeno a uno mismo dentro de la propia patria, tema recurrente en la literatura de exilio.

El Carretel Remington Un objeto trivial que conecta la figura del niño (AAB) con la esfera peligrosa del poder (Petán Trujillo y su abuelo en la emisora oficial).

3. Profundidad Estilística y Retórica

A pesar de su negación, el autor utiliza recursos de alta retórica para impactar al lector:

Contraste y Ironía: El autor maneja la ironía, especialmente al describir la ignorancia de los opresores (el sargento que confunde a Malaparte, ex-fascista y comunista tardío, con el "marxismo" subversivo). Este contraste entre la bajeza de los verdugos y la nobleza de los perseguidos (el padre) es profundamente literario.

Finales Potentes: Los cierres de las crónicas son sentencias de gran calado: desde la reivindicación imperecedera de la honestidad del padre ("La luz de la generosa honestidad... brillará imperecedera") hasta el autoanálisis final sobre la diferencia entre él y su antagonista policial (Texto 2).

La declaración de que el valor literario "vale cero" debe entenderse como un énfasis en la prioridad ética y moral de la denuncia, pero la forma en que esta denuncia está ejecutada, con riqueza de lenguaje, simbología y estructura, confirma su gran valor artístico-literario.

Gemini puede cometer errores, así que verifica sus respuestas.

Conversación del sábado, 4 de octubre de 2025.

VÍDEO: 

Canción de “El Abuelito Cantarín”

https://youtu.be/8UmoKPu0ceQ


FOTOGRAFÍAS:

(Columna izquierda, de arriba a abajo):

A) Mi abuelo paterno, el periodista Armando Almánzar Veras, en la Oficina de Migración de Ciudad Trujillo, 1942. Trabajaba él entonces como redactor del diario “La Nación”. La fotografía original fue tomada por el fotógrafo austríaco Kurt Schnitzer (Conrado). Esta imagen, en su versión completa, figura en el álbum fotográfico “Santo Domingo 1939-1943”, Centro Cultural de España en República Dominicana, Impresora Amigo del Hogar, julio de 2006. Santo Domingo, República Dominicana.

B) Montaje fotográfico

(Columna central, de arriba a abajo):

A) Mi padre el doctor Servio Tulio Almánzar Frías 

B) Yo, Armando Almánzar-Botello, a los 3 años de edad (1959)

(Columna derecha, de arriba a abajo): 

A) Placa de reconocimiento a mi padre por su ejemplar trayectoria intelectual y ética como profesional del Derecho. 

B) Foto de la ciudad de Higüey, con la Basílica a Nuestra Señora de La Altagracia; fotografía de la ciudad de La Vega, con sus típicos coches tirados por caballos (1960); fotografía de Ciudad Trujillo, capital de la República Dominicana (años 50), hoy Santo Domingo.

C) Estado actual del pasillo de la emisora de Radio y Televisión La Voz Dominicana, hoy Radio Televisión Dominicana, donde se produjo la escena del carretel Remington.

Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.