«Para que el señor José Carvajal vea que no temo a la polémica ni a las réplicas, lo digo con todas las letras: la sorprendente pobreza que caracteriza definitivamente a sus juicios de burdo pero aplicado artesano de la palabra, me obliga a escribir solo con argumentos ad hominem, porque ideas propias y profundas a discutir no las hay en los escritos de Carvajal...» Armando Almánzar-Botello
Por Armando Almánzar-Botello
«El análisis, más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real.» Jacques Lacan.
1. En un principio creó Carvajal los cielos y la tierra
«Mire usted, señor José Carvajal, yo no hablo en calidad de funcionario de nada. Yo le escribo en mi condición personal de sujeto lector hastiado por la habitual costumbre suya de etiquetarme con artículos generalmente insustanciales y presumidos en los que pretende usted calificar o descalificar autores utilizando unos cuantos párrafos rotundos y cargados de suficiencia. Esto se lo digo a título personal, no como encargado oficial de nada. Mi muro [de Facebook] no es un vertedero para recibir sus constantes “embestiadas” críticas. Yo, particularmente, no etiqueto a nadie [por Facebook]. A Rita Indiana Hernández la leo, sí. Respeto sus esfuerzos literarios y también el trabajo de los que realizan la revista País Cultural. Como decía Nietzsche: “Allí donde no es posible amar, solo debemos pasar”... Entiendo que el verdadero crítico está llamado a señalar valores; en su defecto, no debe escribir nada sobre un autor si este no goza de su aprecio literario. Debo advertirle, por otra parte, que no estoy dispuesto a sostener polémicas estériles: me encuentro en cama, enyesado y con dolores físicos muy fuertes. Buenas noches.» Armando Almánzar-Botello.
2. Éxodo
Lo más arriba escrito fue mi legítima y exasperada reacción, por medio de Facebook, a la inveterada constumbre que me ofrecía en bandeja de plata el periodista dominicano José Carvajal (creo que ahora reside de nuevo en los Estados Unidos) y que consistía en etiquetarme con sus “estreñidas” reseñas literario-escolares, algunas de las cuales podían dar albergue a uno que otro dato interesante, pero no más de ahí. José Carvajal no es el nombre de un “letrado” de altas luces, ni el de un agudo crítico de nada...
No le habría yo remitido en Facebook los juicios ya citados –que dan inicio al rito insustancial de la “polémica” en cuestión–, si Carvajal, previamente, no hubiera calificado mi primer comentario, “Debiera darte vergüenza”, como lo que denominó: “Opinión del funcionario Armando Almánzar-Botello, subdirector de la Editora Nacional, frente a mi consideración sobre la mala calidad de un cuento de Rita Indiana publicado en la revista oficialista País Cultural...” Evidentemente, la no tan solapada intención que aflora en esas palabras del bifronte Carvajal, es la de “politizar” de forma muy maligna y vicaria mis primeras palabras, presentándome como un “censor-escribidor oficial a sueldo”, que no llega ni por asomo al rango de verdadero escritor. Pero no.
Como ya había hecho con otros molestosos presumidos, me vi precisado entonces a suspenderlo de mi matrícula de contactos virtuales. Un poco después, el señor Carvajal llegó más lejos: bloqueó a mi esposa y a un servidor en su nómina de Facebook. Bien.
Debo confesar que el mencionado sintagma “debiera darte vergüenza", no lo dije en alusión a la brutal y contextualmente no legitimada opinión de José Carvajal sobre el texto de Rita Indiana Hernández. La frase la escribí como el comentario en mi muro a la circunstancia de que nuestro personaje de marras, neurótico “arlequín de carnaval de cámara”, con ínfulas de crítico analista que pretende hablar desde el podio apodíctico y deslumbrante de los dioses, decidiera etiquetarme-molestarme con un banal juicio pseudoliterario depositado en “mi” dominio virtual, cuando no se había dignado a ofrecerme sus manifestaciones de pronta recuperación por mi adolorida pierna accidentada: cuestión elemental de piedad, cortesía o mera educación.
La insolencia cargada de prejuicios, el desconocimiento de quién realmente soy en términos intelectuales y políticos –no diré literarios, eso no es tan importante–, y el imperdonable irrespeto a mi persona y a mi específica y presente situación de salud, actitudes desconsideradas propias de los medios periodísticos amarillistas y de “farandulerías literarias” de los cuales procede José Carval –y cuyos bifrontes y perversos protocolos tiene muy bien internalizados el susodicho escribiente, siempre al servicio secreto de ciertos cuestionables sectores locales y transvernáculos–, me obligan a entrar en el enfangado y vulgar territorio de sus torpes y pobres apreciaciones.
3. ¿Que tengo que agradecer? ¡Sí señor! ¡Pero que nadie confunda la naturaleza de mi lealtad!
Y que conste: yo no tengo colas ni vergüenzas que puedan ser pisadas por nadie que se considere realmente serio, en responsable posesión de su sano, justo y equilibrado juicio. Al que opine lo contrario, lo reto a que asuma las consecuencias de sus hablillas.
Aquellos que verdaderamente me conocen tan solo un poco, saben que nunca me he caracterizado, en la soberanía nietzscheano-batailliana de mis juicios, por rendir culto a poderes establecidos ni a hegemonías explícitas o encubiertas. Si yo hablo y defiendo algo, lo hago siempre desde mis reales convicciones y puntos de vista de apreciación o evaluación, no condicionado por cargos ni por coyunturas ni por prebendas o simples “canchanchanerías”, ni mucho menos por evitar que sea alterado un orden supuesto de naturaleza “paradisíaca” en las letras dominicanas. ¡Jo!
No estoy disgustado, bajo ningún concepto, por el hecho simple de que el señor periodista José Carvajal me haya calificado como “escribidor”. Él está en su pleno derecho de emitir un juicio literario sobre mi escritura (en prosa o en verso), aunque dicha opinión no goce de mi aquiescencia crítico-epistemológica. Además, a mí no me quitan el sueño las opiniones y “análisis” de quienes escupen cada cierto tiempo su tinta transitoria. La escritura de José Carvajal no me merece gran respeto intelectual. Lo considero a él un simple “sujeto emprendedor" que, por oscura megalomanía, ha perdido de vista su propio camino al efectuar un autodiágnostico muy equivocado de su real balance o diagrama de fuerzas cognitivas, y de su bagaje cultural efectivamente metabolizado. En fin, le perdono que no me considere un buen escritor.
Lo que no le perdono ni le perdonaré al emprendedor José Carvajal, es haberme considerado un supuesto agente a sueldo del oficialismo, “cuya función es ocultar los errores e insuficiencias cometidos por los funcionarios del Ministerio de Cultura encargados de las diversas publicaciones”.
En mi área de la Editora Nacional podré ser corresponsable de sus realizaciones, hasta próximo aviso. Pero en cuanto a la revista País Cultural, aclaro que, institucionalmente, no tengo que ver con ella en mi calidad de editor.
4. Argumentos ad hominem
Al margen de irrelevantes, muy esporádicos y brevísimos intercambios por la mensajería privada de Facebook (vía de comunicación que no utilizo con frecuencia), en el heterogéneo contexto público de las redes sociales el señor Carvajal nunca se dignó enviarme un saludo especial o unos parabienes en mi condición de impertérrito destinatario de sus recurrentes y sosos envíos “crítico-literarios”.
A raíz del esguince que sufrí en mi tobillo derecho, hará unas dos semanas, accidente que obligó a enyesarme la pierna, no le asistió al periodista de marras la gentileza de manifestarme un deseo de pronta recuperación. No. Encima, prácticamente, de la foto en la que figuraba mi pierna enyesada, me etiquetó con esta perla (cito de memoria): “A un cuento desastroso de Rita Indiana Hernández, País Cultural, revista oficial del Ministerio de Cultura, le dedica seis páginas”.
Repito, para que conste: ¡No formo parte, actualmente, del Consejo Editorial de la revista País Cultural, ni tengo nada que ver con el “material literario” que se publica en ella! En verdad, tampoco había leído el “cuento” de Rita Indiana Hernández, El muñequito, texto que había motivado el descalificador y contundente juicio de Carvajal.
Ofendido yo por la falta de interés que manifestaba el “apolítico-apolíneo” señor Carvajal por la persona del “otro a ser etiquetado con gran literatura”; torturado yo, además, por los dolores en mi pierna y tobillo derechos como resultado de complicaciones de salud que no viene a cuento relatar, pensé:
–¡Mira a este pendejo! No da señales de haberse enterado de mi estado físico personal, y me etiqueta sin embargo con este juicio pseudocrítico, banal y sin sustentación, más intrascendentemente privado, para mí, que la noticia de un esguince de tobillo sufrido por un contacto en Facebook.
Debo aclarar que solo una vez he visto personalmente al señor periodista José Carvajal: este mismo año, creo, en la Dirección General del Libro y la Lectura del Ministerio Cultura. En esa ocasión, el periodista de marras se dirigía a no sé cuáles gestiones, me parece que motivadas por los preparativos para la Feria Internacional del Libro 2007... En realidad no estoy seguro de la fecha del encuentro.
He utilizado en apariencia argumentos ad hominem y ad verecundiam en mi forma de aproximación a la presumida figura del escribidor José Carvajal, pero esto es resultado de la real ausencia de ideas profundas en sus mediocres escritos, los cuales, bajo datos, informaciones y juicios triviales de mero sentido común, oculta la increíble incapacidad del señor Carvajal para elevarse a las altas regiones del espíritu, más allá del argumento sin brío, datoso, patoso y simplón.
Si bien como “persona biográfica” solo podría decir de José Carvajal que no lo conozco realmente, como personalidad intelectual, puesta de manifiesto en casi todos sus epidérmicos escritos, solo puedo decir que no me interesa en absoluto. Yo tengo otros referentes y orientaciones muy distintos en lo relativo a teoría literaria, poética, filosofía, artes y psicoanálisis.
5. Jugosos referentes que me impiden, a mi edad, perder mi tiempo leyendo sandeces y tetas de cangrejos
Mis referentes, muy heteróclitos, son, citados a continuación sin orden jerárquico ni grados de preferencia, figuras intelectuales o pensadores de la talla de Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Longino, Sainte-Beuve, Boileau-Despréaux, Benedetto Croce, Walter Pater, Pedro y Max Henríquez Ureña, Friedrich Nietzsche, Antonio Fernández Spencer, Martin Heidegger, Peter Sloterdijk, Roland Barthes, Bruno Rosario Candelier, Roman Jakobson, Maurice Blanchot, Henri Meschonnic, Ezra Pound, Ludwig Wittgenstein, Jean Starobinski, Manuel García Cartagena, Walter Benjamin, George Steiner, Tzvetan Todorov, los formalistas rusos estudiados por un Victor Erlich, Juan Bosch, Theodor Adorno, Mijaíl Bajtín, Diógenes Céspedes, Yuri Lotman, Richard Elman, León David, Hugh Kenner, Paul de Man, Alfonso Reyes, Albrecht Wellmer, Jorge Luis Borges, Fidel Munnigh, Michel Foucault, George Santayana, Odalís G. Pérez, Julia Kristeva, María Zambrano, Jacques Derrida, Hans-Georg Gadamer, Eugenio García Cuevas, Jacques Lacan, Harold Bloom, Sergio Pitol, Sylvia Molloy, Roberto Echavarren, Plinio Chahín Rodríguez, Luis Britto García... etc., etc., etc. ¡Jo!
Imagínense ustedes, amigos lectores, si me puede interesar el discurso monoaural, pobre y seco de un simple écrivant, como lo es José Carvajal.
En la categoría de écrivants, que Barthes articula en contraposición a la de écrivains, el lúcido pensador y crítico galo incluye a los «hombres transitivos, [a los que] plantean un fin (dar testimonio, explicar, enseñar), pero cuya palabra no es más que un medio; para ellos, la palabra soporta un hacer, no lo constituye. Vemos, pues, cómo el lenguaje es devuelto a la naturaleza de un instrumento de comunicación, de un vehículo del “pensamiento”. Incluso si el écrivant presta alguna atención al escribir [al acto de escritura], esta atención nunca es ontológica: no es preocupación...» Barthes, Roland: Ensayos críticos, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1983, pp. 182 y 183.
El señor José Carvajal, a todas luces, no es un hombre de altos vuelos ni un escritor de vigoroso pensamiento con estilo; se nos ofrece más bien como un simple y pertinaz escribidor-transmisor de contenidos pseudoliterarios, en los que florecen, retorcidamente, rasgos neuróticos, obsesivo-compulsivos. Un típico écrivant, en el sentido que confiere Barthes a este memorable término.
Los síntomas irredentos de su trunca labor topográfico-escritural, le impiden a Carvajal llegar más allá de la infatuada ciudadela de su Ego. Sin embargo, este limitado e insolente “decidor de cosas” ha pretendido constituirse, de un ridículo modo, en “voz de la verdad” en la crítica literaria dominicana. ¡Y tiene seguidores y “público”...! ¿Pero cuál publico?
La benevolencia de mis lectores inteligentes me perdonará una extensa “autocita”, pero que viene como anillo al dedo aquí y ahora. ¿Cuál público?, dije. Y me respondo pensando en José Carvajal y en una gran parte de sus acólitos:
...Así funcionan las peligrosas fuerzas de seducción características de la “prensa amarilla”.
Valiéndose de subterfugios retóricos y de circenses llamados o reclamos histéricos, obtiene y asegura su público. ¿Pero cuál publico? Maleable, irreflexivo, tornadizo, carente de columna vertebral, sin verdadero interés por unos particulares contenidos de la cultura y esencialmente impermeable a ellos.
Ese público responde simplemente a los llamados espectaculares de la publicidad, la propaganda y sus recursos manipuladores, mas no a las voces transformativas de una vibrante sensibilidad, simultáneamente autopoyética y dialógica, ni a los argumentos cautelosos de la genuina racionalidad compleja, trabajosamente articulada como paideia mediante un proceso (de)formativo que habilite al sujeto para que le sea posible atravesar críticamente lo inmediato de las meras evidencias intuitivas.
Al desmontar la mascarada narcisista o la simulación de goce que tipifica el uso de una retórica publicitaria inconfesada, cerramos las páginas del texto “amarillista” con su chisporroteo semántico de trivialidades; hacemos lugar en nuestro contra-discurso crítico interior —selectivamente y más allá de toda voluntad de seducción edulcorante y sofística—, para el “grado cero y la deflación transgresiva de las significaciones programadas”, recurso por el que podríamos subvertir, atravesar y disolver las ideologías.
Es decir, por medio de un contra-discurso crítico “interior”, que vendría a comportar una tensión entre lo semiótico a-significante con su carga pulsional, y lo simbólico “doxificado”, deconstruimos, como sujetos en proceso y agentes de la lecto-escritura, los peligrosos recursos e ideologemas de la seductora retórica de lo trivial, esa que propicia el torpor del intelecto y la anestesia de la sensibilidad; nos abrimos, reconquistadas nuestra plena potencia y nuestra lucidez pasional transgresiva, a la pureza neutra del “buen olvido”.
Este buen olvido debe ser entendido no como el “hacer olvidar” y el “echar en el olvido”, en su carácter de mecanismos perversos típicos del actual psico-biopoder, de la maquinaria mediática propia del capitalismo pseudo-innovador y generador de obsolescencia programada, sino como culminación y cumplimiento selectivo de toda memoria.
Y es que debe actuar una potencia activa de olvido implícita en todo auténtico pensar rememorante-distorsionante (Andenken): un punctum caecum o ceguera puntual que nos relanza y nos permite las nuevas visiones cognitivo-emotivas bajo la forma de invenciones radicales y travesías de nuevos códigos: aventuras creativas del sentido... (Fragmento) © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo. República Dominicana. 2004.
Para que el señor Carvajal vea que no temo a la polémica ni a las réplicas, lo digo con todas las letras: la sorprendente pobreza que caracteriza definitivamente a sus juicios de burdo pero aplicado artesano de la palabra, me obliga a escribir solo con argumentos ad hominem, porque ideas propias y profundas a discutir no las hay en los escritos de Carvajal.
Me informó un amigo leal que don José Carvajal había ofrecido hoy en su muro y en su blog un ejemplo memorable de raquítica crítica literaria. Me dijo también, que el falso analista literario insistía en mencionar mi persona de un modo en extremo irrespetuoso. Le solicité al amigo me trajera personalmente a mi casa la crítica en cuestión, y lo hizo. ¡Jo!
Aclaro ahora que yo, particularmente, no tengo nada personal contra el señor José Carvajal. Mi relación con él, en las presentes circunstancias, vendría a ser similar, salvando las distancias de lugar, a la relación ejemplar de Friedrich Nietzsche con el escritor filisteo David Strauss. El gran filósofo de Röcken no sentía ninguna aversión personal por Strauss, simplemente vio encarnarse en el panfletista todo aquello que Nietzsche odiaba en el alma estrecha y presumida del burgués. Mutatis mutandis.
No niego el valor de algunos de los esfuerzos de Carvajal como promotor “literario-culturalista”, pero la suficiencia con que generalmente aureola sus juicios, meras opiniones de publicitario, veredictos muchas veces triviales, cargados de una “insustancialidad de Pero Grullo”, me obligaron a desentenderme de él. Descubrí que una estructura “bio-tánato-heterográfica” como la suya, no podía enseñarme gran cosa fuera del ámbito estricto de la clínica.
Este señor “crítico” literario y cultural, el mismo que curiosamente dice no importarle la política real sino la estricta política de “la calidad literaria” (aunque su discurso resulta lastimeramente pobre cuando “analiza” hoy el texto de Rita Indiana titulado El muñequito), ha tenido el tupé de calificarme a mí, que muy poco he tenido que ver en mi trayectoria de sujeto político con los juicios y militancias partidistas y oportunistas, como un simple vocero del oficialismo cultural, encargado y responsable de ocultar los “errores cometidos por las personas que laboran en las diferentes publicaciones del Ministerio de Cultura”. Pero no. Craso error.
Se equivoca José Carvajal cuando dice que yo persigo con mi discurso neutralizar contradicciones en el territorio constituido por el hacer literario dominicano. ¡Jo!
¿Pero será delirando que va, este insulso petimetre obstinado, por las avenidas semánticas del mundo?
No soy crítico literario profesional, como pretende serlo él.
Aunque yo, eventualmente, haya escrito y publicado algunos artículos y estudios de presentación de libros de poesía y unos pocos ensayos breves sobre artes plásticas (los cuales, por cierto, han sido muy bien recibidos por especialistas), la naturaleza de mi escritura es diferente: aunque haya un elemento crítico en ella, este no puede aislarse de una trama y de un proceso creativos donde mi acto escritural persigue otra cosa que posicionar obras literarias, plásticas o musicales en función de unas determinadas teorías y métodos de abordaje crítico.
Por cierto, Carvajal no posiciona nada mediante un análisis real de carácter filológico, filosófico, hermenéutico, semiótico, estructural o histórico-artístico... Se limita a repetir principios generales de retórica, de teoría literaria o de poética, sin que se vea por ningún lado la operatividad concreta de dichos conceptos en la materialidad significante de los textos que aborda. El periodista José Carvajal, casi siempre, realiza análisis literarios “traicioneros de sus propias metas”. Sus aproximaciones críticas a los textos resultan, finalmente, delusorias, fantasmáticas y trucadas: terminan postergando, difiriendo encanalladamente, por un desfallecimiento cognitivo y teórico inconfesado, su objetivo supuesto de partida.
Lo señalado en el párrafo anterior remite a una verdadera muestra de impotencia crítica y cognitiva, tal como es posible observar en las entregas, carentes de vigor y de novedad genuina, escritas por el periodista de marras. Los “análisis” de José Carvajal son la prueba palmaria de un hacer crítico que no alcanza a comprender los complejos meandros de la cultura: ni en la modernidad, ni en la tardomodernidad crematística, ni en la llamada postmodernidad resistente...
Los recursos críticos de Carvajal me parecen desactualizados y utilizados de un modo bastante reductor. Nuestro “analista” da muestras, casi siempre, de un ciego voluntarismo crítico y de una indigerible jalea metodológica carente de todo sentido del humor. Esa jalea suya nos ofrece, a su vez, el lamentable testimonio de una cultura caprichosamente mal digerida, adquirida o tragada a retazos.
No fui yo quien prometió un trabajo crítico sobre el “cuento” de Rita Indiana Hernández titulado El muñequito. Por ahora no voy ni a releerlo. Mi expresión “debiera darte vergüenza", no se refirió nunca al juicio de Carvajal sobre lo escrito por Rita Indiana. El orgullo anodino del reportero, transgresor “novedoso" de fin de semana, le hizo a su ego entenderlo así.
José Carvajal –junto a varios de sus mediocres y acomplejados seguidores– ya no me impone más agendas para visitar los retretes...
A la instancia que José Carvajal debe responsabilizar –llamando a sus miembros por sus respectivos nombres, sin subterfugios ni astutos “lambonismos”– del supuesto error cometido al dedicar seis páginas de la revista País Cultural a lo que nuestro inefable crítico entiende, con todo su derecho, como un “falso cuento desastroso” de Rita Indiana Hernández, es al Consejo Editorial de dicha revista.
No obstante, cobarde, rastrera y malintencionadamente, el ducho José Carvajal ha pretendido elegirme a mí para que desempeñe con indulgencia el rol de chivo expiatorio, de víctima propiciatoria en un juego micropolítico perverso, de pharmakos ritual seleccionado ahora por la plebe para hacerlo cumplir la “función sacrificial”, como se decía en la antigua Grecia... ¡Pero no!
Sábado 2 de septiembre de 2017
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:
ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO ES MIEMBRO DE LA "RED MUNDIAL DE ESCRITORES EN ESPAÑOL, REMES:
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.