domingo, 24 de septiembre de 2023

CHARLES BAUDELAIRE, EL HIPÓCRITA “SEMEJANTE” Y EL “PRÓJIMO” EXTRAÑO COMO SINIESTRO “NEBENMENSCH”...


Por Armando Almánzar-Botello

     «El estado más fértil del espíritu para encontrar soluciones al problema de “la carta robada” es dudar de las evidencias; seguir un juego indicial que contravenga la lógica del sentido común y el buen sentido. Decía uno de los más grandes y sutiles filósofos franceses de todos los tiempos: “La incertidumbre personal no es una duda exterior a lo que ocurre, sino una estructura objetiva del acontecimiento mismo, en tanto que va siempre en dos sentidos a la vez, y que descuartiza al sujeto siguiendo esta doble dirección. La paradoja es, en primer lugar, lo que destruye la cordura como ‘sentido único’, y, a continuación, lo que destruye el sentido común como ‘asignación de identidades fijas’.” Gilles Deleuze: Lógica del sentido, Barral 1971, página 12. Aunque puede sonar críptico, digo lo anterior a propósito de amor, escritura, paradoja, decisión ético-política, autoconservación, poder, justicia, sentido común y ¡plan de la obra!» Armando Almánzar-Botello

     «El flâneur, el callejero al azar, se convierte de este modo casi en un detective a su pesar… Su indolencia solo es aparente, pues tras ella se oculta la vigilancia de un observador que nunca pierde de vista al malhechor... En tales condiciones, sea cual sea la huella que el flâneur persiga, ha de conducirle hasta un crimen. Con lo cual se indica de qué modo la historia detectivesca, a despecho de su sobrio cálculo, coopera en la fantasmagoría propia de la vida…» Walter Benjamin: Baudelaire 

     A Jacques Derrida, in memoriam

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     Decía el gran poeta francés Charles Baudelaire, al final del segundo poema de su obra Les Fleurs du Mal, 1857 (Las Flores del Mal): 

     «Hypocrite lecteur,—mon semblable,—mon frère!». 

     Traducido al español, este verso equivaldría a: 

     «¡Hipócrita lectormi semejantemi hermano!» 

     ¿Por qué se produce aquí una suerte de fraternal homologación entre la hipocresía de la voz autorial y la de un lector virtual “est/éticamente” desenmascarado? 

     ¿Por cuáles razones se impone con vigor poético explícito el contexto fusional, familiar y cuasi-edípico donde supuestamente vienen a operar la hipocresía, la semejanza y la fraternidad mencionadas por el poeta?

     No debe resultar extraño, en apariencia, para la oblicua y reveladora voz poética de Baudelaire, que un sujeto cualquiera en el “acto de lectoescritura” sea siempre —al igual que confiesa serlo en el poema dicho irreverente y famoso bardo— un hipócrita hermeneuta o ladrón metafísico que actúa con sigilo en la restancia diseminal de la letra...

     Generalmente la hipocresía del otro es la mía; pero en el acto escamoteado (inconfesado) de reconocer en esa hipocresía un rasgo del ser o atributo común que me une de forma vergonzosa y humillante a ese alguien, diría Martin Heidegger que “pestañeamos y bostezamos juntos”, por pura cobardía, e implícitamente acordamos no proseguir ahondando en esa dirección... 

     Es decir, que silenciamos por mutuo acuerdo tácito el hecho de que “todavía no pensamos” (en Eso), de que algo esencial se nos escapa y sin embargo no extraemos mayores consecuencias de la oscura y nihilista complicidad así revelada. 

     El otro “especular” (imagen en el espejo) domesticado, “asordinado” en la mirada prerreflexiva elidida y eludida junto a la escena originaria de la incriminación, es cedaceado, sacudido, medido, igualado y reducido en su ser a una relación de simple conveniencia “reflexiva”, de (im)pura utilidad y de semejanza entre egos; se constituye así en “mi cómplice”, “mi semejante”, mi familiar comparsa, mi hermano.

     Cuando en mi experiencia exploratoria intramundana, existencial, fenomenológicamente alguien no aparece de inmediato para mí como “hipócrita” sino como “extraño indescifrado” —todavía no asignable a una determinada categoría o especificación taxonómica—, el primer y “natural” movimiento de mi ser es lo que deseo ahora llamar “mi retracción ontológica frente al extraño como extranjero”; retirada producida por el temor, el temblor y la culpa que genera en mí el no considerarlo mi semejante. Lo percibo entonces como “no familiar”, como ajeno a mi “sí mismo propio” (consciente o inconsciente) y a mi “razón autónoma”, como “incomprensiblemente” diferente, y hasta como alguien o algo que viene a presentarse, ante los límites protectores de mi mundo fortificado, como amenaza de intrusión y obstáculo “insuperable a eliminar”. 

     Si en el primer caso de marras la hipocresía implícitamente compartida convertía al hipócrita en mi semejante, en la experiencia del “extraño indescifrado”, por lo contrario, este es percibido por mí como un paradójico “prójimo no próximo”, como un “otro” distante no asimilable bajo la forma familiar de nuestra imagen reflejada en el espejo. 

     En el primer caso, el de la hipocresía mutuamente reconocida, hay “cohabitación por homologación” con lo semejante, con lo igual. 

     Idéntica homogeneidad existiría si se tratara de una comunidad establecida en base a la virtud de la sinceridad. Tanto en el  cum o lazo social de hipocresía como en el de sinceridad, reconozco en el “otro ser” solo aquello que me hace semejante o parecido a él. 

     En el segundo caso, el extraño me obliga a considerarlo “mi diferente”, y si hago lazo social o establezco vínculo con él es porque estoy dispuesto a asumir el riesgo que implica relacionarme con lo desconocido, con la alteridad irreductible y radical del otro en su imprevisibilidad, en su enigmaticidad constituyente: síntesis disyuntiva inclusiva.

     El descubrimiento y la aceptación de las zonas de alteridad y extrañeza que me constituyen más allá de la simple hipocresía o de la sinceridad domesticada en tanto que rígidos mecanismos de defensa yoica, me permitirán establecer con el prójimo no especular, no semejante a mí, una pura relación de odio y de violencia, o, en su defecto, una real amistad basada en el “economizar violencia”, en la siempre arriesgada, solícita y afable aceptación de la potencia o vulnerabilidad del otro en su diferencia inasimilable. 

     En la “comunidad por homologación” formo lazo social en base a unos particulares y determinados rasgos compartidos con el otro: hipocresía o sinceridad. Comunidad por mera conjunción de atributos.

     En la “comunidad sin presupuestos de pertenencia o convivencia” se afirma un lazo con la pura diferencia del otro, con su carácter ininteligible, no asimilable, no metabolizable por mi yo. En esa síntesis disyuntiva inclusiva, como ha sido denominada, los sujetos están unidos por la línea misma que los separa.

     La verdadera amistad desborda la mera “fraternidad-terror”, la simple comunidad por homologación de los “virtuosos para sí”, el mezquino “apandillamiento afectuoso” que, como decía Nietzsche, implica una mera complicidad en la comisión de algo impuro...

     La fórmula de esta extraña comunidad sin atributos, de esta insólita pero posible convivencia de lo dispar, sería: «Étrange lecteur, mon différent, mon ami». «Extraño lector, mi diferente, mi amigo».

     De algo parecido habla el verdadero amor; esa sublimación que, “mas allá de la pasional captura imaginaria del otro como simple semejante” (J. Lacan, J. Derrida), más allá de la reducción y apropiación de este otro, desea el “don sin retorno”, la entrega incondicional en el ser-dos, la desinteresada y afable aspiración a contribuir de un modo arriesgado, incesante, sostenido, a la plena realización de la singularidad irreductible o inasimilable del ser amado.

     En fin, existen sutiles deslindes, precisas distinciones y parciales coincidencias entre aquello que Jacques Derrida caracteriza como “nexo social”, por un lado —tensión entre la violencia de la “banda de dispersión originaria” y la contraviolencia normativa del contrato social como “contrabanda de concentración”— y, por el otro, aquel registro que Jacques Lacan concibe para el sujeto convencional de la normalidad-neurosis como disfrute del “vínculo lingüístico que hace lazo social” —el discurso de semantemas ordenados lógica y sintácticamente—, instancia de la que no participa el psicótico aunque también goce, desvinculado de la norma gramatical y del “yo (je) como embrague, shifter o dispositivo simbólico”, de la socialidad pre o translingüística de la “lalangue” lacaniana. 

     Esta última —lalangue: “lalengua”— debe ser entendida como nodriza platónica y campo de pura productividad semiótico-matricial, como terceridad anterior a los opuestos y resonancia-disonancia interválica que rompe con los deslindes netos del binarismo metafísico y de la ontología de la presencia.

Armando Almánzar-Botello 

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6 de mayo de 2020

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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