domingo, 17 de septiembre de 2023

DEVENIR DE LO INMÓVIL

«“Todo fluye”: también este pensamiento. ¿Y ello no hace que todo vuelva a detenerse?» Paul Celan

«Transcurrir es quedarse. / Una vertiginosa inmovilidad.» Octavio Paz

«My fiftieth year had come and gone, / I sat, a solitary man, / In a crowded London shop, / An open book and empty cup / On the marble table-top [...]» William Butler Yeats

«La contraefectuación que no es nada es la del bufón, cuando entra sola y pretende valer por lo que habría podido acontecer. Pero ser el Mimo de lo que acontece efectivamente, doblar la efectuación con una contraefectuación, identificar una distancia, tal como lo hacen el actor verdadero o el bailarín, es dar a la verdad del acontecimiento la oportunidad única de no confundirse con su inevitable efectuación; a la fisura, la oportunidad de sobrevolar su campo de superficie incorporal sin pararse en el crujido de cada cuerpo, y a nosotros, de ir más lejos de lo que hubiéramos creído poder.» Gilles DeleuzeLógica del sentido

«Todos los colores coincidirán en la oscuridad.» Francis Bacon


 Por Armando Almánzar-Botello  

     «Todos los colores coincidirán en la oscuridad.» Francis Bacon

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     El escritor Julio Cortázar, en uno de sus maravillosos relatos, alude a «ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven»...

     En aquella húmeda, magnética y calurosa tarde irrepetible, desde la que sin sentirlo nosotros habrá transcurrido ya casi una década, le decía yo en tono didáctico, ligero y lúdico a una inteligente y joven amiga escritora —culta bióloga profesional de vacaciones en nuestro país, mujer morena bellísima como salida de un mágico sueño tropical, ciudadana de los Estados Unidos, donde la conocí hace años, y sobrina de un destacado ingeniero del Brasil, millonario y especialista en mecánica de fluidos—: que la afirmación retórica de Cortázar sobre la paradójica doble inmovilidad de ciertos objetos era y no era cierta, simultáneamente... 

     Mi joven amiga y yo disfrutábamos, tranquilos, de una soda amarga y fría en un rincón de cierto concurrido restaurante ubicado en un exclusivo mall capitalino. Le decía, con absoluta calma y reflexiva convicción, que un abanico eléctrico, por la naturaleza misma de sus funciones, de sus posibilidades operativas, se encuentra, aunque no esté funcionando, más cercano al posible movimiento, a la dinámica visible, que una simple cama metálica o de madera. 

     Por esa razón, inactivos o detenidos ambos objetos en una sombría habitación de hotel, por ejemplo, la «cama» podría ser percibida, en apariencia, como un ente matérico más intensa y profundamente quieto, en su abstraída inmovilidad, si, pensando desde el territorio de la causalidad instrumental y física de los cuerpos, la comparamos con el «ventilador de aspas visibles», detenido también como el lecho de metal o de madera, pero potencialmente móvil con el verosímil giro posible y vertiginoso de sus palas... 

     No obstante, por el sencillo motivo de que esperamos ver el abanico eléctrico moviéndose, cumpliendo con su discreto y silente papel acostumbrado —aunque de hecho no lo haga en este caso concreto y paradigmático que ahora suponemos—, podríamos sentir que, inactivo, el ventilador se encuentra doblemente quieto, como dice Cortázar. Quieto, en primer lugar, como la cama estática y solitaria (de la que normalmente nunca esperamos que nos sirva para navegar por las habitaciones o para galopar por las praderas), y, de una forma extraña y simultánea —como un resplandeciente y mágico polvillo incorporal o una duplicada capa de quietud o sentido-acontecimiento que vendría a depositarse, convertida en notable silencio, sobre la opacidad accidental de la primera inmovilidad o inercia—, quieto en segundo grado «místico» por la palpable ausencia del movimiento circular de las aspas del artefacto, por la carencia del paradójico giro actual o potencial, evidente o recóndito, tangible o en reserva, indecidible dinamismo que habitualmente revela, caracteriza, identifica o manifiesta lo que de un modo harto verosímil llamamos aparato ventilador... 

     En la inmovilidad del ventilador averiado se insinúa lo «atópico», lo «sin lugar fijo», lo potencial, virtual o posible, una huella incorporal de su habitual movilidad. 

     Aunque a nivel atómico, microfísico, todo esté en movimiento, tanto la cama como el abanico, a escala de la percepción humana una cama de hierro se encuentra o está, simultáneamente, más y menos inmóvil que un ventilador detenido por avería de su motor o de sus aspas.

     Nos encontramos aquí —partícipes de una cotidianidad que bordea el milagro—, frente a una suerte de «cinética mistérica en ausencia», de teología espectral y negativa del objeto, de un puro devenir ventilador en mágico suspenso... 

     Esta última ausencia se experimenta casi dolorosa y metafísicamente, de un modo especial y obstinado, cuando nos atormentan el cuerpo y la memoria los días calurosos, insaciables, jadeantes, del verano abrasador que ya retorna... sin aire acondicionado.

     Tal como lo hemos dicho siguiendo a Cortázar: la inmovilidad de un objeto inerte construido para moverse —pero que no lo hace por estar averiado en su mecánica, o simplemente inactivo—, instaura en nosotros la sensación profunda, en ocasiones dolorosa y amarga, de una doble inmovilidad o detención amenazante. 

     Asimismo, de una lúgubre radiancia o aura cautelosa, inquietante, incorporal y secreta, se encuentran revestidos —para nuestro pensamiento sutil y nuestra sensibilidad más pura—, la estoica y profunda quietud de un árbol derribado al que los vientos ya no agitan su frondoso ramaje; el silencio paradójico de un animal dormido que anticipa con el sueño su ausencia irreversible —decisivo y triste desvanecimiento de la entrañable mascota que hasta hoy nos sirve de compañía, y que ha mirado en otras ocasiones, con sagrada indiferencia, el extraño (im)pudor de nuestra humana desnudez—; la temible inmovilidad de los hombres y mujeres yacentes, cuando su vital, grácil, grave y prodigioso movimiento se ve interrumpido, provisoriamente, por el simple dormir y el descanso, o, de un modo definitivo, por su muerte irreparable... 

     Y todavía podemos preguntarnos, con gran seriedad metafísica: ¿De qué potente inmovilidad tremenda —rugiente, abismal, indescifrable, oscura—, participa Dios como principio activo, como supremo creador del Universo, cuando se ha consumado su rotundo retiro al ocio infinito y a la sagrada reserva, o se ha decretado en el pavor nihilista la terrible quietud de su ausencia? Deus abconditus, deus otiosus...

     Entiendo que nos encontramos, en los casos de las últimas inercias más arriba mencionadas —la inmovilidad del árbol caído, el dormir y la muerte del animal o del ser humano, el inexplicable retiro de Dios posterior a la consumación de su obra—, ante catastróficas y enigmáticas inmovilidades o quietudes ontológicas de tercer, cuarto, quinto, sexto grado... 

     Terminamos de beber nuestra soda. Mi bella amiga estuvo completamente de acuerdo con la pureza de mis análisis y argumentos fenomenológicos (y en parte, con lo expresado por el gran Julio Cortázar). 

     Sonriendo cautelosamente, decididos y alegres, salimos entonces tomados de la mano de aquel concurrido comercio de Santo Domingo.

     Oh vertiginoso Universo profundamente averiado: cegados por la luz inexistimos inmóviles...

Armando Almánzar-Botello

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10 de enero de 2010

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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IMÁGENES:

     1) Dormitorio del pintor angloirlandés Francis Bacon en su estudio de 7 Reece Mews, South Kesington, Londres

     2) «Todos los colores coincidirán en la oscuridad.» Francis Bacon

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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