«El problema de los atracos a los bancos es que los “rasgos patológicos” que forman parte del núcleo perverso de los atracadores son atributos del mismo sistema bancario y de las ideologías políticas y publicitarias dominantes: ¡acumula!, ¡goza!, ¡exhíbete!, ¡gana-gana!, ¡engaña y miente si es preciso!, ¡afirma ciegamente, a toda costa, tu voluntad de control, dominio y reconocimiento social!, etcétera, características todas de la obscena hipertrofia del mercado, del consumismo bulímico en las sociedades capitalistas postmodernas.» Armando Almánzar-Botello
«Y digo estas palabras con los ojos dirigidos, ciertamente, hacia las operaciones del alumbramiento; pero también hacia aquellos que, en una sociedad de la cual yo no me excluyo, desvían los ojos de lo que todavía es innombrable, de eso que se anuncia y que solo puede anunciarse, tal como sucede siempre que tiene lugar un nacimiento, en la especie de la no-especie, en la forma informe, muda, infantil y terrorífica de la monstruosidad.» Jacques Derrida
«No creo que la persecución policíaco judicial del narcotráfico (necesaria pero no suficiente), la victimización, la “etiquetación” segregativa o la simple terapia para el consumidor de drogas (necesaria pero muy limitada) sean soluciones reales para un problema ligado profundamente a una crisis sistémica de valores familiares, políticos, económicos, sociales, éticos, religiosos, propia del mundo capitalista.» Armando Almánzar-Botello
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La delincuencia es de naturaleza multifactorial, según han podido determinar diversos estudios multi, inter y transdisciplinarios realizados desde hace años por sociólogos, antropólogos, economistas, neurólogos, psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos sociales.
Podemos encontrar, en nuestras sociedades tercermundistas, tipos de criminalidad y delincuencia asociados preponderantemente a las violencias e inequidades que ejerce contra los sujetos el conjunto del campo social con su red de poderes estratificados, articulados por aquello que Foucault denominaba la capilaridad o microfísica del poder.
En este caso, la violencia criminal puede estar coligada a la exclusión, a la marginalidad, a la ausencia de oportunidades para el desarrollo personal de los individuos; en fin, a la llamada subcultura de la pobreza (Oscar Lewis) que funciona en el corazón y en los márgenes del sistema capitalista. En aquella zona-sombra que Franco Basaglia denominaba, en un libro homónimo, “la mayoría marginada”.
En otras sociedades, por el contrario, la criminalidad y la violencia no están relacionadas tan vigorosamente, de un modo lineal o directo, con políticas públicas injustas o insuficientes.
Por ejemplo, los índices de violencia en ciertos países de Europa Nórdica no se correlacionan de modo significativo con deficiencias de servicios o de atención estatal a las necesidades de los ciudadanos. En ese contexto, la delincuencia está ligada con mayor intensidad a un problema de naturaleza antropológico-psiquiátrica y socio-existencial: el tedio colectivo y la soledad. No es casual que Ingmar Bergman sea uno de los artistas más representativos de Suecia…
Aunque la crisis del capitalismo sea global, sus estallidos y violencias se modulan de modo diferente en cada contexto socio-económico, histórico y político-cultural.
No debemos, en el caso de países como el nuestro, aquejados por profundas inequidades y deficiencias histórico-institucionales, intentar secuestrar las causas de la delincuencia, la criminalidad y la violencia en sentido general en el seno de las estructuras familiares. Es una visión reduccionista, perversa e interesada, que solo beneficia a los que pretenden encontrar las causas del problema en una dimensión moral o religiosa ajena a las reivindicaciones sociales y a los cambios requeridos en las estructuras injustas de poder.
No obstante, no debemos olvidar también que la familia —recuperada por los poderes como un “aparato ideológico más del Estado” (Louis Althusser), junto a la llamada educación bancaria (Paulo Freire), el orden psiquiátrico y policial, el sistema penitenciario, etcétera—, constituye una instancia de lo social que opera como espacio de producción de subjetividad, de subjetivación/desubjetivación.
No existe lo social como un “afuera” del recinto familiar: la familia es parte de las estructuras sociales.
Todo traumatismo de “de-culturación”, todo proceso padecido de “de-simbolización”, toda inequidad desmesurada en la distribución de capitales económicos, sociales y simbólicos, genera violencia difusa en la territorialidad social y esta se puede transformar, entre otras modalidades de disfunción y conflicto, en delincuencia y criminalidad.
La drogadicción y el narcotráfico, la crisis de los valores morales y religiosos tradicionales, los traumatismos que resultan del impacto de la violencia telemediática espectacular y planetarizada, son factores heteróclitos que vienen a sumarse al incremento de la violencia difusa en el tejido social con la subsiguiente cristalización de dicha pulsión destructiva en criminalidad, delincuencia o terrorismo.
Este reconocimiento debe comportar un manejo no mecanicista de los problemas micropolíticos que plantean la criminalidad o la delincuencia en sus relaciones con el contexto familiar y las “ideologías familiaristas”.
Siempre habrá familia, históricamente variable en sus estructuras, entendido dicho contexto contractual de interacción humana como espacio transhistórico de producción de subjetividad, de “generación” y de “degeneración” de sujetos.
La estructura familiar existente en la mayoría del pueblo dominicano es un espacio cargado de rasgos “distópicos” que refleja y filtra la violencia ejercida contra los sujetos parentales por un contexto más amplio de naturaleza económico-social, educacional y político-jurídica profundamente excluyente e injusto.
Podemos hablar de una violencia siniestra contra la familia, contra los sectores populares, contra nuestras endebles estructuras civiles y tejidos sociales, contra la mayoría en sentido general, ejercida por el psicobiopoder y sus agentes oligárquicos propietarios del capital político, industrial, comercial y financiero, funcionando en un marco de profunda inequidad.
La ausencia de figura paterna o la figura del padre violento-violentado por los poderes macrosociales; la violencia multidimensional contra la mujer, la integración prematura de los niños a los circuitos informales de producción con el descuido de sus procesos primarios de socialización y de escolarización adecuada, la carencia de bienes y servicios básicos, etcétera, son factores que dan testimonio de la violencia que ejerce el Poder contra la familia, contra lo múltiple y contra el sujeto.
Esta violencia que le llega desde arriba al hombre común, acompañada por el “modelo de mala conducta” (Ralph Linton) que ofrecen los agentes sociales dominantes en su calidad de guardianes perversos de dicho ordenamiento esencialmente antidemocrático, crea un campo propicio para la proliferación de la violencia criminal en todo el espacio societal .
Una de las deficiencias del pensamiento marxista clásico es la imposibilidad de pensar al sujeto ideológico y su proceso de producción.
Ese espacio de generación de ideología está constituido en un primer tiempo lógico y cronológico por la familia y sus mecanismos de socialización primaria.
Cualquier violencia intrafamiliar está parcialmente sobrecodificada por una violencia social más amplia y envolvente que procede del Estado y de los poderes fácticos. Pero, en una relación endo-exo-causal compleja (Edgar Morin), cualquier violencia familiar impacta a su vez, directa o indirectamente, sobre la totalidad del entramado social.
Marx no podía pensar en su tiempo el problema de la producción de subjetividad e ideología por falta de las herramientas conceptuales necesarias para ello y por un problema histórico de episteme o ritmo de invención teorética en el campo de los saberes constituidos epocalmente y en proceso de constitución.
Para pensar al sujeto se necesita de la antropología estructural moderna, de la lingüística moderna y del psicoanálisis, disciplinas que no existían como tales en la época de Marx.
Por ello, el gran filósofo y economista alemán solo alcanza a pensar la sociedad y la lucha de clases en términos de “vastas totalidades sistemáticas”, pero sin aprehender las instancias mesoestructurales y micropolíticas que posibilitan el funcionamiento de la compleja capilaridad de los poderes.
La llamada violencia sistémica o estructural garantiza el más explícito y soterrado ejercicio de la injusticia por parte de los diversos estamentos de dominio en el tejido social. Esta violencia se actualiza contra la familia, contra el sujeto y la multiplicidad social, contra una más afinada y profunda comunidad democrática, en detrimento de un matizado pluralismo, siempre por venir, en su histórica diversidad polimórfica.
Armando Almánzar-Botello
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4 de noviembre de 2012
Blog Cazador de Agua
Domingo, 4 de noviembre de 2012
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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27 de diciembre de 2019
ASESINOS EN SERIE, NEUROCRIMINOLOGÍA, PSIQUIATRÍA Y ETNOPSICOANÁLISIS COMPLEMENTARISTA (Notita)
Por Armando Almánzar-Botello
Según serios investigadores genetistas, neurólogos, criminólogos o psiquiatras como James Watson, Francis Crick, Jari Tiihonen, Kevin Beaver, Adolf Tobeña, entre otros, la MAO-A, Mono-Amino-Oxidasa A, es una enzima producida y controlada por una secuencia de nucleótidos localizados en un locus específico del cromosoma X humano. Esa enzima regula la producción de ciertos neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina.
Si hay un déficit o una ausencia de MAO-A se produce una descompensación serotonérgica en el individuo, y dado que la serotonina tiende a atenuar la intensidad de la reacción neuronal frente a ciertos estímulos, la ausencia de este neurotransmisor por falta de la enzima que lo produce (MAO-A) torna irritable a la persona y propensa a reacciones agresivas.
Ese déficit genético y el desajuste bioquímico anteriormente mencionado, conjuntamente con una serie de factores de naturaleza histórico-familiar y sociocultural, constituyen una constelación multicausal que incide de un modo significativo en la aparición de las conductas psicopáticas, sociopáticas, delictivas o criminales.
Por otra parte, para especialistas como el etnopsicoanalista François Laplantine, seguidor de la etnopsiquiatría de Georges Devereux y Géza Róheim, la enfermedad mental, metacultural y tranhistóricamente definida, comporta varios aspectos:
1. Una REGRESIÓN psico-afectiva no controlable por el sujeto, independiente de los ritmos y contenidos específicos de cada cultura en sus particulares procesos de producción de subjetividad.
2. Una DESINDIVIDUALIZACIÓN, desdiferenciación o desocialización. Algo relacionado con lo que Jacques Lacan denomina pérdida de la capacidad de hacer “lazo social” o establecer vínculos comunitarios.
3. Una DECULTURACIÓN y una desimbolización por medio de las cuales los instrumentos y recursos producidos por una cultura son apartados de sus fines pragmáticos y vitales específicos y orientados a la reproducción de rituales vacíos de significación que no reorientan creativamente las funciones de dichos recursos con miras a un enriquecimiento del sujeto, sino que, muy por el contrario, contribuyen a su desintegración como instancia simultáneamente única, contradictoria y orientada a la plasticidad crítica y transformativa de sí mismo, del otro y del mundo».
Armando Almánzar-Botello
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27 de diciembre de 2019
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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VIOLENCIAS Y PENA DE MUERTE
«¡Nunca un ser humano se reduce a la mera condición de “síntoma a eliminar”, simple “basura” o desecho, aunque haya cometido el mayor de los crímenes! Esa “basura”, ese “desecho”, como la locura misma, es la condición límite de nuestra libertad como sujetos pasionales y ofrece testimonio de nuestra condición humana en su complejidad radical.» Armando Almánzar-Botello
«Esto se ha dicho en reiteradas ocasiones: El encierro del asesino es una medida más “edificante” para la comunidad, en términos ético-morales y terapéuticos, que sumar un crimen a otro con la mera eliminación física del criminal.» Armando Almánzar-Botello
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
A pesar de radiografiar en su libro El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, cierta ideología pseudopacifista y genocida, oculta, eventualmente, bajo la apariencia de respeto a la “inviolabilidad de la vida humana”, Slavoj Žižek distingue, en otro contexto de su pensamiento, entre una “suspensión política de la ética” que habla en nombre del orden establecido y de la moral codificada (correspondientes a los intereses exclusivos y excluyentes de grupos, estamentos o clases que traicionan así la vocación emancipatoria universalista de todo acto revolucionario auténtico), y una “suspensión política de la ética” que habla siempre en nombre del universalismo por venir, del “interés en el desinterés” de la pura justicia, sin dejar de reconocer el carácter conflictivo, problemático y antagónico de la misma estructura social en este mundo planetarizado, controlado por las oligarquías, las corporaciones transnacionales y el capital militar-financiero.
En ese contexto yo pienso, respaldado por el discurso de Žižek, que la “violencia divina”, emancipatoria, revolucionaria, esa que menciona Walter Benjamin, no equivale a la violencia segura del poder constituido, avalada por el Gran Otro del Estado o del Partido, sino a la decisión ética tomada en responsable soledad (S. Žižek), sin garantías trascendentales, en ausencia de catecismos de grupo, rechazando la fría sustentación en la “moral pragmática” de los poderes fácticos.
No obstante, lo dicho anteriormente no implica un mero individualismo. Muy por lo contrario, comporta la descentralización y multiplicación de unas luchas que “segregan sobre la marcha sus propios mecanismos de marcaje y regulación”. Tampoco se niega la posibilidad de una cohesión programática en ciertos reclamos y reivindicaciones.
En este sentido, Žižek diferencia la “violencia emancipatoria” de las “violencias sagradas”, en las que el sujeto pierde toda responsabilidad de su trance en un “passage a l’acte” patológico-asesino; pero también, la distingue de las violencias anárquicas como violencias puras o meramente terroristas, y de las múltiples violencias de la Razón de Estado, que incluyen, en sus notas extremas, el llamado terrorismo de Estado.
Entendemos, como el Marqués de Sade, que el Estado nunca debe tener la potestad de administrar de modo absoluto la vida (y la muerte) de los ciudadanos. Aunque esta sea la vocación profunda del psicobiopoder que se sirve del ordenamiento jurídico-penitenciario para sus propios fines.
Pienso que el Estado no debe poder aplicar la pena de muerte, tanto por las razones expuestas por los llamados humanistas ilustrados y neo-humanistas (Voltaire, Hugo, Jean Jaurès, Koestler, Camus, Julia Kristeva: ausencia de real poder disuasivo de dicha pena capital, violación de valores morales, etc.), como también por el hecho de que al justificar la “pena de muerte oficial”, colocamos en manos de un aparato impersonal, frío, aséptico, burocrático, lo que solo se podría explicar, aunque no legitimar, como una decisión “ciega” de sujetos pasionales en el trance afectivo de su radical problematicidad.
No confiero con ello legitimidad, ni mucho menos, a la “vendetta privada” sino a la responsabilidad absoluta de cada sujeto frente al otro amenazante o sufriente.
Reiteramos: ¡No negamos la necesidad ético-práctica de contener y castigar por medio del Estado al criminal común, sino que sencillamente nos oponemos a la aplicación de la pena de muerte!
Una cosa es la eventual violencia asesina de los familiares y relacionados de la víctima, movidos, como hemos dicho, por pasiones y estados pulsionales, y otra, muy distinta, la intervención “higienizada” e “higienizante” del Estado.
Precisamente por la necesaria falta de ciegos impulsos emocionales, descontrolados y personalizados, en los protocolos y decisiones de la justicia oficial —asepsia de funcionamiento que idealmente se presupone como el “modus operandi” que debe orientar las ejecutorias del aparato judicial y penitenciario de un Estado—, esta justicia no se debería arrogar el derecho de disponer de la vida de un sujeto particular, aunque dicho sujeto, coyunturalmente, pueda constituir, para su sociedad, la “encarnación misma del crimen y el horror”.
¡Nunca un ser humano se reduce a la mera condición de “síntoma a eliminar”, simple “basura” o desecho, aunque haya cometido el mayor de los crímenes!
Esa “basura”, ese “desecho”, como la locura misma, es la condición límite de nuestra libertad como sujetos pasionales y ofrece testimonio de nuestra condición humana en su complejidad radical.
El criminal asesino es un ser humano, es decir, (in)humano, que ha cometido una ominosa violación de las reglas y principios de convivencia y al que se le debe castigar con el encierro (aunque fuere a cadena perpetua), pero contemplando la posibilidad de librarlo en dicho encierro a la consciencia dolorosa de su responsabilidad-deuda con miras a su posible… o imposible rehabilitación.
Esto se ha dicho en reiteradas ocasiones: El encierro del asesino es una medida más “edificante” para la comunidad, en términos ético-morales y terapéuticos, que sumar un crimen a otro con la mera eliminación física del criminal.
Además, aceptando la pena de muerte administrada por el Estado reforzamos el mito opresivo de la unidad-totalidad-verdad, ese que utiliza la Razón de Estado para doblegar y silenciar la diferencia y el conflicto con miras a un intento de pacificación universal y violenta que deja intactas las estructuras de dominio y las injusticias sistémicas, estructurales.
El mantenimiento en prisión de la vida del criminal, el gasto “suntuario” que representa para la colectividad la manutención de un sujeto que, además de haber violado la vida de otro(s) podría, eventualmente, no ser apto para su reinserción en la vida societal, constituye el gran escándalo: precisamente, la base reprimida, oculta, que confiere legitimidad al Contrato Social, la (des)medida misma de lo humano en sus posibilidades excesivas de “don” sin cálculo, de imparcialidad como exceso y justicia: un impartir justicia no sometido a la circularidad fiduciaria de la mera Ley del Talión.
Con el encierro del culpable por un tiempo “proporcional” a la gravedad de su crimen, debe quedar resarcido el daño social y satisfecho el reclamo de justicia de los afectados por la acción del asesino.
Nuestro rechazo a la pena de muerte aplicada por el Estado no implica un rechazo a la violencia revolucionaria entendida como “economía de la violencia”: capacidad de transmutación de estructuras histórico-sociales por medio de la cual los sujetos en proceso subordinan a su potencia de afirmación-transformación vital de vocación universalista, la pura línea fría de abolición como simple destructividad y muerte antiuniversalista que caracteriza al Orden Criminal del Poder Constituido.
El sujeto en proceso, eventualmente, en el ejercicio ético-político de su libertad, puede asumir la decisión o el compromiso problemático de la confrontación radical con otros, pero ello desde la más absoluta y lúcida responsabilidad crítica, en su desamparo, relativo, frente a los destacamentos armados del poder constituido, y pensando siempre en la emancipación universal por venir (Žižek), no en el propio y simple beneficio personal o grupal.
En esa posición ético-política de necesaria conflictividad asumida, estriba el gran valor simbólico de hombres de la estatura de Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara, Manolo Tavárez Justo, Francisco Alberto Caamaño, Amaury Germán Aristy...
Temor y temblor de la decisión ética en el horizonte de la justicia, en la radical exposición a la vulnerabilidad o letalidad del otro —a su lado Cosa freudo/lacaniana, monstruosa por atípica y no específica, mas necesaria—, pero exposición activa al conflicto sin la garantía de un Dios, sin los avales de un Partido, un Estado, una Pandilla, y sin el “regateo criminal del Mercado” (Jacques Derrida), como instancias garantes, incitadoras, licitadoras o protectoras de las consecuencias de nuestros actos.
¿Es esta perspectiva un mero “idealismo” o el necesario ámbito problemático de la decisión ético-política en sus aristas más cortantes y radicales?
No obstante, debemos estar alertas frente al riesgo del terror fundamentalista en sus diferentes e insospechadas modalidades asesinas.
Este “desamparo” relativo del auténtico acto revolucionario, como suspensión política de la ética y como asunción de una eventual violencia emancipatoria, no comporta, por necesidad, la ausencia de líneas programáticas, ni la ingenuidad pueril del sacrificio estéril, ni la negativa a consumar alianzas estratégicas con sectores que aspiren a la transformación de las estructuras sociales con miras a una más intensiva realización de la justicia social.
Armando Almánzar-Botello
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Noviembre de 2012
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
ADENDA:
Nos dice el filósofo esloveno Slavoj Žižek en su obra El títere y el enano:
«La postura postmetafísica a favor de la mera supervivencia de los últimos hombres [en el sentido nietzscheano de los hombres del nihilismo reactivo-pasivo característicos del sistema capitalista en su fase tardomoderna] termina siendo un espectáculo anémico de una vida que se arrastra como su propia sombra. En esta perspectiva deberíamos evaluar el creciente rechazo a la pena de muerte que observamos hoy: lo que deberíamos poder discernir es la “biopolítica” oculta que sustenta este repudio. Aquellos que afirman el “carácter sagrado de la vida” y la defienden contra la amenaza de los poderes trascendentes que parasitan sobre ella terminan ofreciéndonos un “mundo supervisado en el cual viviremos sin dolor, seguros y tediosamente”, un mundo en el cual, en defensa de su objetivo oficial —una larga vida placentera— todos los placeres efectivos están prohibidos o estrictamente controlados (tabaco, drogas, comida…). “Rescatando al soldado Ryan”, de Spielberg, es el ejemplo más acabado de esta actitud ante la muerte, de valorar la supervivencia a cualquier precio. Con su presentación desmitificadora de la guerra como una matanza sin sentido que nada puede justificar, realmente está ofreciendo la mejor justificación posible para la doctrina militar de “ninguna baja de nuestro bando” defendida por Collin Powell.
»En el mercado actual —prosigue Slavoj Žižek—, encontramos una serie completa de productos privados de sus propiedades dañinas: café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol […] sexo virtual, que es el sexo sin sexo […] la doctrina de Collin Powell que es la guerra sin bajas (de nuestro bando, por supuesto) […] la política como arte de una administración experta, que es la política sin política […] el multiculturalismo liberal de hoy que se presenta como una experiencia del Otro privado de su Alteridad […] La realidad virtual sencillamente generaliza este procedimiento de ofrecer un producto privado de su sustancia, del núcleo duro resistente de lo Real… ¿No es esta la actitud hedonista del Último Hombre?» Cierro la cita. (Slavoj Žižek, obra citada, Paidós, 2005, páginas 132-133)
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RECORDANDO AL DIVINO MARQUÉS (Breve nota)
«Todo espíritu profundo tiene necesidad de una máscara; más aún, en torno a todo espíritu profundo se forma constantemente una máscara, gracias a la interpretación continuamente falsa, es decir, superficial, dada a todas sus palabras, a todos sus casos, a todas las manifestaciones de su vida.» Friedrich Nietzsche
Por ARMANDO ALMÁNZAR BOTELLO
Toda gran figura excesivamente singularizada, partícipe de la polivalencia vital y creadora que define, casi siempre, a ese disturbio taxonómico que denominamos “genialidad”, produce de un modo inextricable, enigmático e indiscernible ciertas distorsiones, “impactos catastróficos” o acrecentamientos insospechados de intensidad ideoafectiva en los estilos de vida regularmente aseguradores, homeostáticos, que caracterizan al hombre común, estadísticamente normal, ordinario, adornado por el sentido común y el buen sentido.
El sujeto excepcional, desviante, atípico, extraño, monstruoso —aristotélicamente hablando—, es decir, aquel que rompe con las clasificaciones y categorías de la doxa y la taxonomía, genera en el “hombre de la calle”, en el adocenado habitante de la polis, un severo cataclismo (secreto o explícito) en su percepción de las escalas axiológicas y en sus puntos de vista de apreciación y evaluación de los fenómenos heteróclitos del mundo.
También genera, dicho sujeto histórico vigorosamente diferenciado, una multiplicidad inevitable de recepciones, en muchos casos, contradictorias entre sí.
Ya lo dijo Nietzsche: «Todo espíritu profundo tiene necesidad de una máscara; más aún, en torno a todo espíritu profundo se forma constantemente una máscara, gracias a la interpretación continuamente falsa, es decir, superficial, dada a todas sus palabras, a todos sus casos, a todas las manifestaciones de su vida.»
Lo que constituye un hecho irrebatible es que Donatien Alphonse François, Marquis de Sade, en el trayecto de su vida personal, no fue un santo ni un modelo absoluto de buena conducta, pero tampoco el monstruo biográfico del Mal que cierta superficialidad crítica ha pretendido ver en él, de un modo reductor.
Como expresó Guillaume Apollinaire en su muy conocido ensayo sobre la enigmática y gran figura: «Sade es uno de los hombres de más lúcida inteligencia que hayan existido en la humanidad».
Además, nos recuerda Roland Barthes: «Sade puso en su vida solo un poco de lo que puso en su obra...»
La monstruosidad integral en Sade constituye más bien un hecho de escritura. Su obra literaria revela la doble moral de la sociedad de su época… y aun de la nuestra…
Alguien habló de una “violencia textual”, escritural, situada más allá del deslinde entre el bien y el mal, y que constituye un metacrimen simbólico, de segundo grado, con respecto a la velada complementariedad de los dos términos del paradigma paz/violencia.
Dicha escritura sería violenta porque revela la secreta alianza, regularmente innombrable, que opera entre la llamada “virtud oficial” y el “crimen quirúrgico” institucionalizado... Así acontece con la escritura subversiva de Sade.
Cito ahora un fragmento de mi breve ensayo “Escribir /Publicar. Apuntes de pretensión psicoanalítica en torno al Acto de Escritura”, publicado originalmente en Isla Abierta (diciembre de 1991), suplemento cultural dirigido por el músico y poeta dominicano Manuel Rueda, y perteneciente al periódico “Hoy”. Dicho texto fue luego ofrecido, con retoques, en mi libro Cazador de Agua y otros textos mutantes:
«Pienso con Lacan (“Kant avec Sade”) en el Divino Marqués cuando escribo: la ética de un escritor se revela por la mayor o menor correspondencia oblicua entre lo que dice y lo que vive, por el empeño en imantar su vida con el núcleo ardiente de su obra. ¡Lo que no implica necesariamente actuar en forma literal y programática lo que de esa obra pudiera representarse en un fingido “fuera de texto” configurado por la escena espectacular del mundo!... Oscura genuflexión frente al Amo Capitalista.» ob. cit., página 121 y 122.
Sade —su vida, su obra, su pensamiento, las implicaciones de sus actos en el contexto político y social de su época y de la humanidad moderna— es una constelación demasiado compleja y contradictoria para ser entendida utilizando el marco de referencia del sentido común más chato y las pinzas y protocolos de aproximación hermenéutica propios de la mojigatería burguesa y pequeñoburguesa.
No hay que olvidar el hecho de que el Marqués de Sade, durante el período del Terror en la Francia del Siglo XVIII, fue uno de los más fervientes enemigos de la pena de muerte, hasta tal punto que, por su defensa militante de los derechos inalienables de la vida humana, se torna sospechoso para el grupo político de Marat y es detenido el 6 de diciembre de 1793. Así figura en las historias no trucadas del Derecho.
Por otra parte, el “monstruo maligno”, curiosamente, propone un modelo tan humano de democracia que todavía tienen mucho que aprender de él innumerables regímenes autoproclamados democráticos en el mundo occidental de nuestros días. En su panfleto “Un paso más, franceses, si queréis ser republicanos” y en su “Ideas sobre el modo de sanción de las leyes.”, Sade se revela como un pensador político muy avanzado para su época.
El autor de La filosofía en el tocador consideraba que las leyes deben ser propuestas por los diputados pero votadas directamente por el pueblo, porque reflexionaba que: “Para la sanción de las leyes hay que admitir a la parte del pueblo más maltratada por la suerte, y puesto que es a ella a quien la ley golpea con más frecuencia, a esa parte maltratada corresponde escoger la ley con que consiente ser golpeada…”
El sabio alemán Eugen Dühren (pseudónimo de Iwan Bloch) vio en Sade a “uno de los hombres más notables del Siglo XVIII, digamos, inclusive, de la humanidad moderna en general.”
Muchos han señalado la impronta de Sade en las ideas de Nietzsche, Lamarck, Spencer, Freud…
Estudiosos de Sade de la estatura de Maurice Heine, Gilbert Lely, Maurice Blanchot, Theodor Adorno y Max Horkheimer, Pierre Klossowski, Philippe Sollers, Roland Barthes, Georges Bataille, Simone de Beauvoir, Colin Wilson, Jacques Lacan, Jacques Derrida, Octavio Paz, Oscar del Barco, Julia Kristeva … reconocen la importancia filosófica del sistema conceptual de Sade y el carácter visionario de muchos de sus planteamientos.
En su artículo “Kant con Sade” presente en sus Escritos, el psicoanalista y pensador francés Jacques Lacan, en muy similar orientación a la que desarrollan Adorno y Horkheimer en el significativo ensayo de estos dos filósofos titulado “Juliette, o ilustración y moral” (que forma parte de la obra Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos), estudia las relaciones observables entre ética libertina, ética del psicoanálisis, goce, deseo e imperativo categórico kantiano; muestra, además, la relación de simetría inversa existente entre las dos éticas mencionadas, y analiza la voluntad incondicional o imperativo de goce sadiano que vendría a operar en el pensamiento del autor de Las 120 jornadas de Sodoma como equivalente de un cierto Imperativo Categórico pervertido en Imperativo Hipotético... Fértil problemática filosófica ligada al tema ético-psicoanalítico de la perversión como “hacer semblante de gozar” (N. Braunstein).
En fin, como nos recuerda Apollinaire: “El Marqués de Sade, el espíritu más libre que hasta hoy haya existido sobre la tierra, participaba de unas creencias muy particulares sobre la mujer: deseaba que fuese tan libre como el hombre.”
¡Qué paradigma de la maldad más extraño y contradictorio! ¿No os parece?
En síntesis, lo que quiero resaltar es el hecho de que a los grandes hombres como Sade, considerados en toda su complejidad, en el sentido que daba Lukács en su “Teoría de la Novela” a la categoría “hombre problemático”, debemos aproximarnos con cautela y respeto, no armados tan solo con los limitados recursos y hábitos del nemátodo, sino provistos del más rico y matizado método y del respeto a la dimensión poliédrica de la verdad como exceso, muchas veces insólita, inverosímil, extraordinaria…
Cierro aquí, provisoriamente, estas muy breves reflexiones, con otra cita de mi aludido trabajo:
«Y ensayo artístico al fin, aquí retorna lo que solo es una fábula:
»Aquella del perro narcisista que mirándose reflejado en el agua mansa de un río, se antoja en espejo del trozo de carne que en la boca suspende su compañero cristalino. Conociendo ese final peligroso de la fábula: la corriente del río arrastra la carne del otro… ¡que es la nuestra!, digamos bajo la máscara de un Esopo lacaniano y postmoderno: afirmo el compromiso con el texto en el juego del humor, la pérdida y la herida. Descubro en el reverso del espejo la trama o la escritura del Otro sin clemencia…»
Sade, por su parte, nos recuerda: “Solo me dirijo a personas capaces de entender mis escritos, y estas habrán de leerme sin peligro.”
Armando Almánzar-Botello
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14 de julio de 2012
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EL PROBLEMA DE LAS DROGAS
Por Armando Almánzar-Botello
Creo en el valor de la empresa terapéutica y preventiva contra la drogadicción.
Mas pienso también, fuera del ámbito pragmático inmediatista, que sería de gran importancia ahondar todavía más en el sistema causal complejo que impulsa al hombre globalizado al modo capitalista occidental a intentar procurarse el “entusiasmo” (“ἐνθουσιασμóς”: es decir “en”, “theou” y “asthma”, palabras que significan “soplo interior de Dios” o “Dios en nosotros”, en su étimo griego), la mera evasión o cierta desinhibición y fortaleza para enfrentar la vida, apelando al uso no ritualizado, no terapéutico e indiscriminado de ciertas drogas psicotrópicas.
Estamos frente a un problema multicausal de envergadura antropológica, cuasi planetaria, que no se resuelve de inmediato y a fondo con políticas meramente represivo-policiales y administrativas.
Se requiere de una conciencia política y ecológica que confiera todo su valor a las luchas multidimensionales en defensa de la integridad y los genuinos intereses de las personas.
Necesitamos de una valoración, una praxis y una educación sistemáticas, articuladas de un modo transdisciplinario, para abordar con cierta eficacia el problema espinoso y multiforme que representa en nuestras sociedades el consumo masivo de sustancias psicoactivas prohibidas.
En nuestras sociedades está penalizado el consumo y el tráfico de dichas sustancias, sí, pero la propensión al uso de ellas es directa o indirectamente incrementada por los mismos valores nihilistas descarnadamente competitivos, evasivos, destructivos e inhumanos que proponen con su práctica aquellos sectores de poder que dicen combatir el flagelo de la droga en nombre de una supuesta salud de la sociedad: los que propician la violencia ciega, el hedonismo absolutista, el consumismo delirante, el cinismo economicista, el oportunismo politicista, el egoísmo sin límites, el militarismo solapadamente cómplice del crimen, el brutal autoritarismo, etcétera.
Creo que siempre resulta importante, además, identificar, desenmascarar políticamente a los narcotraficantes de cuello blanco y doble cara que funcionan en el contexto mismo de la supuesta lucha contra las drogas.
El sistema permite observar la paradoja de que muchas figuras consideradas como “éticamente potables”, en la realidad de los hechos y por un efecto de suma vectorial de fuerzas bajo control de instancias opresivas de sobrecodificación socioeconómica y política, refuerzan, con gran mala fe y ambigüedad en sus ejecutorias, la violencia sistémica que dicen combatir.
El problema de ciertas políticas antidrogas consiste en que solo perciben la punta del iceberg... y el resto degenera en agua de borrajas o en simple terapia individual o preventiva asistemática, sin pensamiento complejo para un problema complejo, mientras se deja en lo impensado la estructura profunda del conflicto.
No creo que la persecución policíaco-judicial del narcotráfico (necesaria pero no suficiente), la victimización, la “etiquetación” segregativa o la simple terapia para el consumidor de drogas (necesaria pero muy limitada) sean soluciones reales para un problema ligado profundamente a una crisis sistémica de valores familiares, políticos, económicos, sociales, éticos, religiosos, propia del mundo capitalista.
Se me dirá que por algún lado hay que empezar a trabajar y que cuál recurso de “sanación” yo propongo.
Respondería diciendo que la ayuda a los que se encuentran prisioneros dentro del círculo vicioso del consumo de drogas, los adictos, es importante, pero sirve de muy poco para la solución del problema colectivo si no se hace acompañar esa intervención individual por una conciencia crítica y un compromiso político de denuncia de las estructuras inhumanas de este sistema capitalista que genera en muchas personas la necesidad de evadirse de él o de insertarse en el mismo utilizando expedientes violentos, fallidos e imaginarios, pero realmente autodestructivos.
Frente al “¡goza!” superyoico individualista promovido por el sistema capitalista neoliberal, nuestro principal combate es la búsqueda revolucionaria de una verdadera solidaridad, la creación de un auténtico “nosotros”, de un genuino sentido del vínculo social comunitario y el despliegue de las luchas politicas multiformes que van ligadas a la consecución de estos objetivos.
La promoción de valores orientados por una educación crítica, pluralista y dialógica, es de gran importancia para los sujetos en proceso de liberación. Estos valores pueden surgir en la trama de una cierta pedagogía del oprimido (Freire, Illich, Guattari) contextualizada con relación al problema de las drogas.
Las estructuras capitalistas de dominio y su psicobiopoder, conducen a una progresiva desimbolización patológica de la subjetividad en una intriga en la que los sujetos se ven reducidos a meros agentes de producción y consumo, a simples objetos, y donde el uso sintomático de las drogas psicoactivas surge como un intento fallido de reparación de daños psicosociales provocados en las personas por la naturaleza destructiva del mismo sistema en el que ellas operan.
La detección y el abordaje de los aspectos comportamentales y sintomáticos del consumidor de drogas tienen importancia en función del cartografiado que realicemos del campo patológico perverso, ezquizógeno (Laing), que se manifiesta en la promoción de valores hedonistas, consumistas, nihilistas, rivalizantes, individualistas y cínicos, como son los que caracterizan al sistema capitalista.
Esa delimitación, sociedad por sociedad (aunque sin perder jamás de vista la dimensión “glocal” del problema) permite precisar las modalidades de lucha de largo alcance contra el uso destructivo de las drogas y contra los poderes que a su favor las manipulan en perjuicio de las poblaciones.
Al afirmar lo anterior no niego, repito, la necesidad del abordaje clínico-terapéutico, caso por caso, ni tampoco la regulación legal y policial del problema en las modalidades que actualmente conocemos. Sencillamente deseo ponderar en su justa dimensión el hecho de reconocer que la fiebre no está en las sábanas…
Quizá, uno de los primeros pasos a dar en la solución de los múltiples problemas que plantean las drogas prohibidas —si tomamos en cuenta el costo social total en violencia bruta y difusa—, consista en una despenalización progresiva y racional de estas sustancias con la finalidad de evitar el mercado negro ligado a ellas, y la característica lucha sangrienta por la supremacía entre cárteles que dicho mercado ilegítimo comporta.
Un aspecto digno de ser tomado en cuenta es la naturaleza compleja y multidimensional de las denominadas “drogas prohibidas”. No todas pertenecen a la categoría de sustancias químicas adictivas o simplemente dañinas.
Como han revelado las rigurosas investigaciones de especialistas en el tema como Peter Furst, R. Gordon Wason, Aldous Huxley, Carlos Castaneda, Antonio Escohotado, etcétera, muchas sustancias alucinógenas son menos dañinas y adictivas que la nicotina y el alcohol, por ejemplo, cuyo efecto destructivo sobre el tejido social —el severo impacto dañino de estas dos últimas drogas— es superior al de todas las sustancias alucinógenas juntas, “con un costo social total muy por encima de ellas.” (P. Furst: Alucinógenos y cultura). Sin embargo, la nicotina y el alcohol, de acuerdo con la Drug Enforcement Administration, DEA (Administración para el Control de Drogas), de los Estados Unidos de Norteamérica, no pertenecen actualmente a la categoría de drogas prohibidas o ilegales. La razón de dicho “doble rasero” no es terapéutica ni ética sino perversa y fundamentalmente economicista.
Los efectos “creativos o reveladores” de ciertas sustancias alucinógenas sobre la actividad cerebral, perceptiva y cognitiva de los sujetos dependen de la mentalidad o preprogramación cultural de cada uno de estos, considerados en sus respectivos y específicos contextos histórico-simbólicos. Generalmente, un simio alucinado solo “vislumbra” bananas...
No debemos olvidar que del mercado negro de las drogas son beneficiarios, en un juego perverso de “duoble-bind” (doble vínculo, doble coacción) muchos poderes y estamentos que dicen combatirlas.
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Agosto de 2001
© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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Adenda del 2021
A PROPÓSITO DE LAS DROGAS ADICTIVAS COMENTÓ EN ESTE CONTEXTO AIDA DÍAZ FERNÁNDEZ:
“Sanación” es la palabra clave, pienso yo. Todo este universo tan complejo que describes lo forman individuos rotos, enfermos, desequilibrados. Veo una salida a través del arte pero ¿qué podría ser un arte “sanador”?
RESPUESTA DE FREDESVINDA BÁEZ SANTANA:
Aida Díaz, me permito, en lugar de Armando Almánzar-Botello, intentar una respuesta.
Un arte sanador sería el que no se confunde con la propaganda, ni con la enunciación lógica ni con el dogma; un arte que realice la exploración de los acontecimientos construidos por su propia enunciación, antes de que se les fije en un sentido único...
El “arte no comunica sino que convoca” a su propio acto de enunciación, abierto a lo múltiple, más allá de lo verosimil, más allá del sentido común y el buen sentido...
Bueno, diría yo... que el arte sanador es una exploración controlada, a través de la forma-sentido, de lo desconocido que se convoca y manifiesta en el juego de los sentidos finitos que se abren con la lectura, entendida esta última en un sentido amplio...
Este proceso creativo, metatextual (¿no?), es terapéutico, antidogmático... permite al sujeto recrearse a sí mismo y a su mundo...
Como señala un autor que Armando Almánzar-Botello me ha hecho leer a fuerza de besos, Massimo Cacciari:
“El arte demuestra que la dimensión del pensar no es reductible a las categorías de la lógica, anuncia la posibilidad de pensar en formas diferentes de aquellas lógico-filosóficas”.
En este sentido el arte conduciría a los sujetos más allá de los límites del mundo para buscar otros límites, pero siempre provisionales... El arte es un recurso formal y simbólico que viene a reconciliar al sujeto con la incompleción de lo “real” entendido como proceso inacabable, incierto, que siempre se perfila más allá de las ideologías: Más allá de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, por ejemplo, más allá del discurso universitario en general...
El arte es una exploración. Constituye, como dice Armando, un decir «imantado por la angustia que me inventa».
El deseo creador toca los límites de lo dicho, del sentido común, del algoritmo, de lo “políticamente correcto”, de la postverdad, del dogma todavía más perverso que se oculta por detrás de la denuncia de la postverdad como abandono de la autoridad de los que tienen supuestamente el legítimo derecho a enunciar, a decir La Verdad...
No... El arte es, como dicen Nietzsche, Cacciari, Noé Jitrik, Derrida, Vargas Llosa, Barthes, etcétera, “falsificación declarada” (“sistema de signos declarados”), potencia inocente de falsificación... Abrazo
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30 de septiembre del 2021
© Fredesvinda Báez Santana. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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LA FUNCIÓN REGULADORA DE LA POLICÍA EN LAS SOCIEDADES NEOLIBERALES Y REPRESIVAS. Precariedad versus Seguridad [Brevísimo fragmento autorizado de un interesante libro]
Por Sergio García García, Ignacio Mendiola, Débora Ávila, Laurent Bonelli, José Ángel Brandariz, Cristina Fernández Bessa, Manuel Maroto Calatayud
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Este aumento de la desigualdad social y de las situaciones de competencia en un contexto de creciente diversidad es interpretado, cada vez más, en términos de inseguridad.
Sea por el azuce mediático, o por la extensión de la precariedad y la inseguridad social que fragilizan cada vez más vidas, sea por un discurso político que culpabiliza a las propias personas de sus condiciones de existencia, obviando conscientemente toda alusión a las condicionantes estructurales de la pobreza, o por esa capa de racismo y xenofobia que todo lo cubre, lo cierto es que aquellos relatos que han acompañado durante décadas a la mayor parte de las luchas urbanas (y que señalaban sin titubeos a la pobreza estructural como causa de todos los problemas que vivían las periferias urbanas y sus habitantes) ocupan un lugar cada vez más residual en pro de un nuevo marco que ya no demanda la redistribución de la riqueza, sino de la seguridad.
Mientras las demandas por una ciudad donde la igualdad se ponga en el centro (y no hablamos de la igualdad de oportunidades, sino de esa igualdad radical que permite que todas las vidas merezcan ser vividas) apenas son un rumor marginal, el reclamo de más seguridad se escucha cada vez con más fuerza.
El propio movimiento vecinal acaba muchas veces repitiendo esa demanda a la Administración pública, quizás ante la fatiga histórica que supone fracasar en el reclamo de redistribución territorial, dotaciones públicas o cuidado de los espacios comunes, en contraposición a la experiencia de éxito cuando ha demandado más seguridad. Y aunque este reclamo pueda ser difuso, y esa seguridad que se demanda pueda tener múltiples semánticas, lo cierto es que abre el camino a una transformación extremadamente peligrosa. [...]
Una de las consecuencias de este cambio de relato y reclamo, quizá la más preocupante, tiene que ver con las soluciones que pasan a ponerse en el centro como respuesta a los problemas de los barrios. Si la vida en ellos no sufre un problema de desigualdad, sino un problema de inseguridad, ¿qué agente social será el privilegiado para resolver los efectos (de la desigualdad) y gestionar sus consecuencias?
No cabe sorprenderse, entonces, del valor que cobra en los barrios la Policía. Su presencia se apoya en una mitología, aquella que afirma que va a ser capaz de acabar con los robos, las ocupaciones, los yonquis...
Pero lo cierto es que el trabajo policial apenas dedica tiempo a combatir el crimen: no hay tanta demanda y, además, buena parte de las situaciones violentas y delictivas se resuelven sin su intervención. Más bien, la Policía efectúa de un tiempo a esta parte un trabajo proactivo en el que las intervenciones (muchas de ellas centradas en controles de identidad) se convierten en un modo de alimentar estadísticas y justificar los recursos que recibe —siempre escasos para sus responsables—. Sin embargo, más allá de su inoperancia material, sus uniformes simbolizan la única forma en la que las instituciones se hacen presentes en los barrios, frente a la idea de abandono que tanto tiempo ha protagonizado la historia de la periferia, funcionando hoy por hoy como sustituto de otras políticas públicas que, bien enfocadas, podrían llegar a ser redistributivas (educación, sanidad, servicios sociales).
La Policía supone para el Estado un remedio relativamente barato bajo lógicas de eficiencia, que no obliga a transferir rentas de arriba abajo. Su presencia, más cuando es próxima, constituye una suerte de “terapia vecinal” sobre las subjetividades barriales precarizadas (al menos las de las personas no racializadas), tal y como se puede escuchar en algunos consejos de seguridad distritales, independientemente de sus efectos materiales.
El desplazamiento del foco desde la desigualdad a la seguridad (cuyo significado incluye cada vez más problemas relacionados con “la convivencia”), habilita a la Policía para penetrar en el campo de las relaciones vecinales y en espacios antes ajenos a su campo de actuación (institutos, asociaciones, mesas vecinales...) desde una proximidad que permite perfeccionar las técnicas de gobierno sobre lo social sin modificar aspectos estructurales.
METROPOLICE. Seguridad y policía en la ciudad neoliberal. Autores: Sergio García García, Ignacio Mendiola, Débora Ávila, Laurent Bonelli, José Ángel Brandariz, Cristina Fernández Bessa, Manuel Maroto Calatayud, Edición: Traficantes de Sueños, Madrid, España, 2021, pp 20, 21, 22
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