«El silencio es una creación del lenguaje. Como dice Philippe Sollers comentando a Georges Bataille: “no se trata de ‘salir’ del lenguaje sino de entregarlo a su muerte.» Armando Almánzar-Botello
Por Armando Almánzar-Botello
El silencio al que me refiero es un efecto del significante-letra, es un resto, un vestigio de silencio que resulta de la inexistencia de una “palabra plena”, no contaminada por la posibilidad de su ausencia...
Este pensamiento es antimetafísico.
Gilles Deleuze, aunque Jacques Derrida deconstruye su visión del Cuerpo sin Órganos (CsO), tiene del silencio una concepción no idealista.
Afirma Deleuze, a propósito de su conceptualización de lo que denomina “instancia paradójica” y “punto aleatorio”, que nunca estas clavijas o broches atópicos constituyen un “puro presente”.
Dichos conceptos deleuzianos resultan así equivalentes a lo que Jacques Derrida conoce como “estructuras de la no-presencia”, grama, huella, traza, tímpano): «...pintar sin pintar, pensamiento como no-pensamiento, tiro que se convierte en no-tiro, hablar sin hablar: no lo inefable en lo alto o en lo profundo, sino esa frontera, esa superficie en la que el lenguaje deviene posible y, al hacerlo así, ya sólo inspira una comunicación silenciosa, “inmediata”, puesto que “algo” sólo podría ser dicho resucitando todas las significaciones y designaciones mediatas abolidas…» Gilles Deleuze: Lógica del sentido, Barral Editores, Barcelona, 1971, páginas 175-177.
Aquí hablo de un silencio “litoral” como vacío o “sinsentido real” de superficie que la “letra” viene a generar y a merodear.
Así como implica una ontología o pensamiento prisionero de la metafísica del ente y la presencia el pensar que la palabra y lo simbólico constituyen una arché u origen incondicional, también absolutizar la “inexistencia del silencio” vendría a ejemplificar otra forma de metafísica complementaria de la primera.
Para poder escapar de la trampa habría que decir: el “silencio constituido” es un concepto, el vivo proceso del “silencio constituyente”, como tal, es un efecto articulado, intersticial, contaminado y contaminante, de la “lalangue”, del juego semiótico intensivo del “parlêtre” y del significante-letra en su carácter divisible, diseminal.
Reitero, decir “No existe el silencio”, implica volver a la soberanía de un significante hipostasiado que brilla por la supuesta plenitud de su ausencia...
Según Henri Meschonnic hay silencio en el uso intensivo y sugerente del lenguaje.
Como nos mostraron en su momento Derrida, Nancy y Lacoue-Labarthe, absolutizar un significante (o una “ausencia pura”: decir, simplemente, “no hay silencio”) es algo reductor y tan metafísico como absolutizar una foné o un “significado trascendental”...
Hay un rumor, ruido de fondo o radiación isotrópica a 2,7 grados Kelvin que resuena en “todo” nuestro Universo... La “cosmología cíclica conforme” de Roger Penrose también apunta en esta dirección: a un silencio intersticial entre el Big Crunch y el Big Bang de un nuevo insólito Universo generado en la “sériature”...
[No grito, la que grita es la mandrágora, eunucos...]
Si la “palabra plena” es una forma de absolutizar el significado trascendental, hablar de la “inexistencia absoluta de silencio” es un modo simétrico inverso de metafísica logocéntrica.
Sí, «hay silencio en el uso intensivo y sugerente del lenguaje». El medio-decir (mi-dire lacaniano), la “lichtung” o “claroscuro” heideggeriano, el decir poético, en fin, son modalidades de la palabra-pensamiento que permiten generar y “merodear” lo real-imposible del silencio que define a la pulsión... Pero esta pulsión no existe sin el significante-letra que la constituye. Existe una síntesis disyuntiva-inclusiva entre significante-letra y silencio articulado de la pulsión, entre Deutung y Trieb...
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
----------------------------------------------------------------
PALABRAS Y SILENCIO
Por Henri Meschonnic
«El silencio no está a un costado de las palabras, no está fuera del lenguaje. El silencio está en el lenguaje. Se pueden distinguir entonces dos clases de silencio. Un silencio que sería deliberado, pero al mismo tiempo casi ingenuo, y que consistiría en el hecho de poner por ejemplo un gran espacio blanco entre las palabras, lo que sucede en una página de André du Bouchet (o de Claude Royer-Journoud). Pero ahí veo una intención de silencio. Lo que muestra, de alguna manera, un respeto muy grande por el silencio, pero al mismo tiempo una confusión completa acerca de la relación entre el lenguaje y el silencio. Porque si el silencio consiste en dejar un espacio en blanco, es decir, en no decir nada, en no poner nada que corresponda al lenguaje, al lado de algo que corresponda al lenguaje —una palabra, palabras, una frase, más frases—, sí, es una variedad de silencio, pero entonces se trata de un silencio fácil, en el sentido en que los filólogos hablan de lectio facilior y de lectio dificilior. Se trata entonces de una concepción verdaderamente ingenua del silencio. Lo que me parece más fuerte, por consiguiente la lectio dificilior, es poner el silencio en las palabras. El problema del poema es poner el silencio de su lado, producir un discurso que haga que el silencio ya esté adentro, no a un costado. Lo que implica que el silencio es una forma intensiva del lenguaje. No una ausencia de lenguaje. Se dice de manera banal, atribuyéndoselo a los románticos —porque se tiene la tendencia a tomar a los románticos por imbéciles— que el silencio consiste en no decir nada, y que esa nada interviene en algunos momentos, y que antes y después, está el decir, el decir algo. Es un doble error, porque, por un lado, el silencio no dice nada, y por otra parte, como se supone que el lenguaje que precede o que sigue dice algo, se presupone que el poema habla de. Ahí estamos en la mitología de lo indecible. Entonces, hay espacios blancos… trágicos, entre dos palabras, que no tiene ningún lazo sintáctico, porque los imitadores de Mallarmé son todo salvo sintaxeros. Me inclinaría a pensar que el silencio está incluido en el lenguaje, en el sentido en que Mallarmé opone nombrar y sugerir en su respuesta a la encuesta literaria de Jules Huret, en 1891. Cuando se está en el nombrar, se enuncia algo, a eso le sucede una enorme playa de silencio. En los dos casos no se dijo nada. Las palabras no hicieron más que hablar de. El silencio está en el sugerir, por consiguiente está en el lenguaje. Lo que quiere decir que solo hay silencio en el lenguaje.» Henri Meschonnic
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
Imagen de shunga, arriba: El sueño de la mujer del pescador, obra de Katsushika Hokusai, 1760-1849
No hay comentarios:
Publicar un comentario