domingo, 29 de junio de 2025

REPETICIÓN, IDENTIDAD Y DIFERENCIA...

(República Dominicana y Haití, dos naciones distintas por importantes motivos ajenos a los simplemente “raciales”)

«Donde primero llegan los esclavos africanos es al Santo Domingo español. “Haití o la colonia de Saint Domingue se funda 180 años después que se coloniza a Santo Domingo.” (Andújar: op. cit.)...» Armando Almánzar-Botello 

«La historia de la emancipación universal se da a partir de un colapso de lo local. Un colapso que se entrevé, por ejemplo, en la “religión” haitiana del vudú –un encuadre ritual de pensamientos que manan de una experiencia colectiva del colapso (la esclavitud), que da pie a la creación de emblemas y alegorías de liberación.» Susan Buck-Morss


     Por Armando Almánzar-Botello 
     A Juan Bosch Gaviño, in memoriam 

Siempre me parece interesante problematizar los conceptos de “identidad”, “independencia” y soberanía nacional”. Es un ejercicio político-estratégico que se viene realizando desde hace largos años en los ámbitos de la historia, la sociología, la antropología y la filosofía: Marcel Mauss, Géza Róheim, Lévi-Strauss, Emmanuel Levinas, Roger Bastide, Georges Devereux, Marc Augé, Jacques Derrida, Ernesto Laclau, Benedict Anderson, Néstor García Canclini…

En la República Dominicana, desde diversos marcos conceptuales e ideológico-políticos, abordan este problema Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Roberto Cassá, Antinoe Fiallo, Franklyn J. Franco, Manuel Núñez, Odalís G. Pérez, Orlando Inoa, Carlos Andújar…

Ciertamente, los conceptos de “identidad” y “soberanía nacional” pueden ser utilizados de una forma metafísica, inconcreta, y en ocasiones cándida y hasta racista, pero la crítica o cuestionamiento de dichas nociones antropológico-sociales puede eventualmente revestir un carácter políticamente perverso (con sus beneficiarios ideológicos, políticos y económicos), propugnando por establecer cierta hegemonía de lo que determinados sectores foráneos de poder consideran su propia tabla de valores: una delimitación y atribución de misiones tutelares, de “responsabilidades” históricas y defensas de intereses económicos (imperialistas). Esa crítica neocolonial o postcolonial de todo nacionalismo, bajo ropajes pseudomulticulturales, se orienta, curiosamente, a promover la autarquía de una agenda plutocrática de dominio regional, y, finalmente, de sometimiento universal de la diferencia.

La deconstrucción realizada por Jacques Derrida del concepto de “ontopología”, entendido como supuesta relación “natural”, esencial, ontológica y ahistórica entre un ser nacional y un territorio específico, me parece muy esclarecedora en relación a lo que comentamos.

Derrida dice que todo asentamiento poblacional es efecto del desplazamiento de otro grupo humano que ocupaba anteriormente dicho territorio.

Esta tesis presupone el originario carácter nómada del género humano, y torna explícita la “violencia constituyente” que inevitablemente va unida a ese proceso de desplazamiento de una población para el posicionamiento de otra. Desde el punto de vista del pensamiento de Gilles Deleuze y Felix Guattari, podríamos hablar de un aspecto o vertiente particular de los procesos definidos por ellos como desterritorialización y reterritorialización.

A diferencia de pensadores como Maquiavelo y Spengler, quienes pensaban la historia de un modo metafísico y esencialista, siempre desde el punto de vista de los grupos hegemónicos y del poder triunfante, yo, modestamente, por irrenunciables razones ético-políticas, trato de pensar el devenir histórico —siguiendo en esto a Theodor Adorno, a Max Horkheimer, a Haroldo de Campos, a José Carlos Mariátegui, a Juan Bosch…— desde el punto de vista de los débiles, de los oprimidos y de los vencidos (pertenezco a estos grupos), desde los inéditos ángulos que me permitan trazar un “gráfico sísmico de la fragmentación subversiva” (Haroldo de Campos).

Si bien es cierto que una parte significativa del sector criollo-español hegemónico en la isla de Santo Domingo no tenía una clara definición de sus proyectos políticos como posible nación —y de ahí la Anexión a España por la que propugnaron luego muchos de los que fueron originalmente “Independentistas Trinitarios”—, no podemos olvidar la Guerra de la Restauración (1865), esa gesta que involucró a sectores populares constituidos por mulatos y negros que se definían como diferentes de los pobladores de la zona occidental de la isla, pero, sobre todo, como independientes de la metrópoli española.

Repetimos: si bien constituye una insoslayable realidad histórica el que muchos de los seguidores de Juan Pablo Duarte, por motivos ideológicos de clase, no tuvieron una visión cultural y política clara de lo que era en efecto un estado-nación dominicano “independiente de toda dominación extranjera”, la decisiva Guerra de la Restauración —desplegada por amplios sectores populares de la nación dominicana, cuyo máximo representante lo era el  valeroso mulato Gregorio Luperón—, ofrece el testimonio de que la denominada “comunidad antropológica imaginaria” se había encarnado, desde hacía un largo período de tiempo, en una matriz concreta de elementos diferenciales que constituían la constelación fluida de atributos que articula lo que viene a designarse como “identidad procesual, modal o diferencial”. Esta implica la percepción, por parte de una determinada comunidad histórica, de una(s) alteridad(es) y otredad(es) específica(s) que viene(n) a oponérsele coyunturalmente, y la lucha por afirmar o preservar con respecto a ella(s) ciertas diferencias o rasgos distintivos entendidos como “trazos unarios” y marcas semióticas que posibilitan una “distancia adecuada” con respecto a dicha otredad (Lévi-Strauss), evitando así la fría o excesiva distancia que origina la violencia entre los grupos rivales o enemigos, pero también el riesgo contrario: el impulso ciegamente fusional y los procesos entrópicos de desdiferenciación empobrecedora.

Es oportuno aquí señalar que la convivencia con lo diferente no apunta al establecimiento de una “comunidad por homologación” o a la mera síntesis conjuntiva de lo homogéneo, sino que se sustenta en la fidelidad a lo que Alain Badiou define como un particular “proceso de verdad jurídico-político” en su “específica y concreta” historicidad diferencial. Podemos hablar entonces de una síntesis disyuntiva inclusiva de lo múltiple, no regulada por el monologismo ni por los atractores extraños y algoritmos imperiales pseudofilantrópicos.

Es importante resaltar que en la zona oriental de la Isla de Santo Domingo no solo hubo un criollismo español sino también un criollismo de esclavos libertos, negros y mulatos, que asumieron una cierta identificación con valores de lengua, religión y costumbres originariamente procedentes de España, pero hibridados, mixturados, mestizados con tradiciones y valores africanos y, en menor medida, con elementos culturales indígenas o taínos.

Como dice con pertinencia el antropólogo e historiador dominicano Carlos Andújar, no es cierto que nosotros los dominicanos nos separamos de Haití porque dicho pueblo estaba constituido por negros. En la zona oriental de la Isla, al igual que en la parte occidental, hubo negros desde que en 1501, bajo el gobierno de Nicolás de Ovando, llegaron a Santo Domingo los primeros esclavos procedentes del África. Además, años después, esa mencionada Guerra de Restauración se produce contra los españoles, que eran blancos, lo que viene a desmontar el mito del racismo antinegro como origen de la nación dominicana. (Carlos Andújar: “Acerca de la Identidad Cultural Dominicana. Una aproximación etnohistórica”, 2011).

El mismo Andújar, basado en lo que dice Fray Cipriano de Utrera en sus “Dilucidaciones Históricas”, nos habla de las características o especificidades antropológicas de las llamadas “cincuentenas”, grupos constituidos por criollos españoles “que no eran miembros del ejército español”, y que, desde el 1630 combatían a los bucaneros ingleses y franceses (no a los negros) que ocuparon la zona occidental de la Isla después de las llamadas “Devastaciones de Osorio”.

Lo señalado puede definirse como un proceso definitorio de identidad nacional. Si bien no constituye todavía lo que podrá llamarse luego “República Dominicana”, manifiesta las líneas de fuerza históricas que darán origen a los intentos emancipatorios de los criollos españoles en alianza con los negros y mulatos criollos, los cuales, conjuntamente, vendrán a generar las matrices simbólicas y rasgos culturales (fluidos, cambiantes, complejos, singulares, mixtos, híbridos) que definen a la nación dominicana.

No es cierto, y esto lo señalan los Cronistas de Indias, los historiadores dominicanos y en particular el investigador Andújar en varios de sus textos, que la herencia africana la recibimos de Haití.

Donde primero llegan los esclavos africanos es al Santo Domingo español. “Haití o la colonia de Saint Domingue se funda 180 años después que se coloniza a Santo Domingo.” (Andújar: op. cit.)...

En cuanto a la pretensión de alcanzar una autarquía absoluta por parte de países pobres como los nuestros, aseguro descreer de ella —y más en esta época de forzada interdependencia global.

No obstante, pienso que las alianzas estratégicas con las naciones amigas que realmente favorecen los intereses de las poblaciones de estas pequeñas “repúblicas bananeras” nuestras —en las que conviven rasgos premodernos, modernos y postmodernos, naciones pseudomodernizadas por oligarquías canallas e intereses imperiales—, pueden contribuir a sacarnos del aislamiento insular y de nuestra condición de simples “territorios de caza y pesca de las grandes potencias”, tal como dijo lúcidamente Octavio Paz en una zona de su obra Corriente Alterna.

Armando Almánzar-Botello 

27 de junio de 2013

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Santo Domingo, República Dominicana.
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Lunes, 22 de febrero de 2010

APERTURA INCONDICIONAL AL OTRO (Fragmento)

     Por Armando Almánzar-Botello

Cuando el gran pensador y polígrafo francés Jacques Derrida utilizó en diversas zonas de su obra filosófica el concepto de “hospitalidad”, se preocupó por diferenciar de forma categórica la llamada “hospitalidad de visitación” —receptividad incondicional y absoluta del otro, no regulada por normativas de “pase” ni por legislaciones migratorias—, de la conocida como “hospitalidad de invitación” —sujeta a protocolos y normas jurídicas definidas por una determinada agrupación humana: familia, asociación cultural, estado-nación, etcétera.

A esta última hospitalidad, Derrida la llama también “hospitalidad de autorización, permiso y/o pasaporte”.

Decía el pensador francés que una “Nación” debe ser considerada como “Estado”, cuando asume una cierta autonomía relativa (que no viole los principios y normas del derecho internacional) y establece en consecuencia controles y protecciones para beneficio de su población, su territorio y sus recursos.

Derrida, inspirado en el pensamiento del filósofo judío Emmanuel Levinas, concibe a la “justicia” como “don”, como aquella línea de fuga que desborda una particular legislación o codificación históricamente establecida y apunta, más allá de la juridicidad constituida y del interés propio, a la total precedencia del otro, a la radical anteposición del otro al sí-mismo, a la apertura incondicional a la singularidad del arribante y del acontecimiento.

Por cierto, ejemplos convincentes de la justicia que mencionamos no son frecuentes en el contexto de la racista y competitiva sociedad globalizada actual, y mucho menos entre aquellos plutócratas que, inconscientes en el disfrute de sus exorbitantes riquezas, viven de espaldas al dolor y a la escasez que ellos mismos generan.

Como bien señala el filósofo esloveno Slavoj Žižek, la supuesta “filantropía” del capitalismo postmoderno es puro espectáculo y medio cínico y necesario de reciclaje “alopático”, para postergar la definitiva crisis sistémica de un modo inhumano de producción considerado “senil” y agotado en su capacidad de dar respuestas idóneas a los más acuciantes problemas de las poblaciones del planeta.

Entendemos que, tal como piensa Noam Chomsky, en este mundo complejamente interrelacionado se “socializan” los costos y los riesgos, ¡y se opera una galopante privatización corporativa de los beneficios!

Ese cuestionamiento al capitalismo financiero neoliberal lo comparten, con diferentes matices y declinaciones, pensadores de “izquierda” muy dispares como Samir Amin, Immanuel Wallerstein, Gilles Deleuze, Felix Guattari, James Petras, Noam Chomsky, Alain Badiou, Antonio Negri, Gianni Vattimo, el mismo Žižek...

Observa Derrida, no obstante, que una hospitalidad absoluta basada en el apego total a la “banda de dispersión” de la justicia como don o entrega incondicionados, puede ser objeto de decisión ética de los sujetos en su singularidad, pero no es factible que se constituya en la modalidad de comportamiento de un Estado-nación:

«No hay sitio para ese tipo de hospitalidad incondicional en el derecho y en la política», nos dice el autor de Espectros de Marx.

Derrida reconoce que la ilimitación de la apertura incondicional al otro debe ser mantenida como referencia permanente y “horizonte sin horizonte” que garantice la perfectibilidad de las leyes y un espacio cada vez más amplio para la práctica de la generosidad internacional.

Exponernos al otro es amarlo, nos dice. Amar implica asumir cierta dosis de riesgo y exposición ante el otro. Pero Derrida reconoce también la necesidad de mantener la tensión y diferencia entre esas dos modalidades de hospitalidad, porque ello es parte de la preservación del campo social y político constitutivo de la vida múltiple, en su juego polifónico, no asordinado por ningún psicobiopoder global.

Existen, según Derrida, calculados efectos perversos —que tienen sus ominosos beneficiarios ocultos, nacionales y extranjeros— en la sórdida promoción financiada de una “hospitalidad incondicional” con rostro hipócritamente humanitario. Esta última sería, según el filósofo galo, una caricatura cínica del sueño filantrópico y del deseo angustiado de entregarnos absolutamente al otro sufriente en el don sin medida del amor.

Kierkegaard, el gran filósofo danés, padre de un cierto existencialismo, habla por eso del instante “loco” de la decisión (de entrega incondicional).

Ese gesto se puede esperar éticamente de un sujeto singular, puede ser “su” decisión ética como sujeto de un imperativo categórico restringido a su específico horizonte existencial. Sin embargo, dicha decisión no es viable en el campo jurídico-político ampliado, ni tampoco resulta sostenible, socio-económicamente hablando, en contextos o espacios que por definición comportan la voluntad y el compromiso de conciliar y regular, haciendo uso de recursos extremadamente escasos, grandes necesidades y complejos intereses colectivos. Los miembros de una población eligen a un gobernante para que defienda sus intereses como habitantes legítimos de un Estado-nación. El ritmo a que deben manifestarse la generosidad y el sacrificio de cara al inmigrante, al extranjero, lo determina en justicia el pueblo mismo.

La generosidad colectiva frente a los inmigrantes y poblaciones extranjeras en tránsito es un gesto político de los sujetos nacionales susceptible de ser transmitido a los gobernantes, pero solo hasta cierto límite. El derecho internacional, si bien apoya a los inmigrantes en situaciones extremas, si bien promueve la generosidad de los estados frente al inmigrante, no establece que un Estado particular anteponga los intereses de estos inmigrantes a los intereses de los ciudadanos nacionales.

Cuando un flujo inmigratorio hacia un determinado territorio desborda la capacidad económica y política de esta territorialidad para dar una oportuna respuesta a las demandas y necesidades básicas de dichos inmigrantes, y, sobre todo, a las de su propia población, entonces debe intervenir en pleno la comunidad internacional, en auténtico ejercicio de justicia, para reforzar la ayuda y el respaldo a las poblaciones o países caídos en desgracia. Los países ricos son los principales responsables de promover y ejecutar verdaderas ayudas a las naciones o poblaciones en crisis. No solo los pobres son responsables de los pobres.

Creo en la solidaridad entre los pueblos y entre todos los miembros de la raza humana; creo en la ley de la mayor generosidad posible en las políticas internacionales e interestatales ante el dolor de los más pobres y desamparados, pero creo también que esta generosidad debe promoverse respetando los principios de equidad y justicia y al margen de una “ontopología perversa” que considera que la responsabilidad ética frente al otro sufriente es asunto de mera proximidad geográfica.

Todas las naciones del planeta son responsables de Haití en su lamentable situación, en especial, las grandes potencias económicas que tanto se beneficiaron de los recursos de ese país, y, particularmente, la propia e irresponsable oligarquía haitiana.

Armando Almánzar-Botello

Febrero de 2010 (Fragmento ligera y éticamente retocado).

Blog Cazador de Agua

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IMPERIALISMOS, NEOCOLONIALISMOS, VIOLENCIAS, CONTRAEMANCIPACIÓN Y CONTRAINSURGENCIA...

     Por Armando Almánzar-Botello

«La hipótesis tendenciosa sobre la inevitable corrupción de casi todos los gobiernos latinoamericanos, los temas del narcotráfico y de las supuestas violaciones a los derechos humanos (perversamente concebidos), son a la fecha recursos utilizados por los Estados Unidos para reforzar sus odiosas políticas de injerencia pseudoética en los asuntos internos de múltiples naciones» Armando Almánzar-Botello

«La “sociedad global” generada por las grandes potencias opera en un contexto complejo de relacionismos intensivos y de inevitables interdependencias culturales y económico-financieras, pero tiende, regida por la ciega, insaciable y paradójica axiomática capitalista, a desconocer ese panorama en el que se imbrican de forma problemática lo global y lo local, lo liso y lo estriado (Deleuze, Guattari), y a crear nuevas territorialidades perversas del artificio que propician lo que podríamos denominar “ataques etnopolíticos autoinmunes”. Un ejemplo de este tipo de ceguera lo constituye unos Estados Unidos de Norteamérica declarando la guerra económica a China, megapotencia de la que depende, mercantil y financieramente, la gran nación norteamericana para evitar la catástrofe de lo peor...» Armando Almánzar-Botello

«A pesar de la gran cantidad de parturientas haitianas que son atendidas gratuitamente desde hace largos años en la República Dominicana —lo que ha representado una carga muy onerosa para el sistema de salud de esta nación (en ocasiones no hay camas para las parturientas dominicanas)—, esa valiosa ayuda dominicana se ha proseguido brindando con gran sentido humanitario.» Armando Almánzar-Botello

     Por Armando Almánzar-Botello 

Recientemente se ha desatado una gran y cínica violencia oficial desinformativa por parte de los Estados Unidos contra la siempre solidaria República Dominicana.

Este último país debe movilizar sus recursos diplomáticos y sus reclamos populares de justicia ahora que, irresponsable, mentirosa e irónicamente, los grandes imperialistas y mal llamados «demócratas» de los Estados Unidos de Norteamérica pretenden acusar de racista y antihaitiana a la República Dominicana como castigo ilícito porque esta última nación, aunque ha respetado más que ellos los Derechos Humanos de todos los grupos y fenotipos, no validó ni aceptó ni se tragó incondicionalmente, entre otros motivos, la agenda LGBTI y la oportunista «ideología de género» impuestas al mundo con fines puramente económicos y hegemónicos por ciertos sectores cínicos de la sociedad capitalista norteamericana.

El ominoso proyecto de los Estados Unidos, de Canadá, de Francia y de otros países de Europa estriba en acusar a la República Dominicana de país racista, violador grosero de los derechos humanos, explotador y excluyente de los haitianos, para así poder descargar sobre la nación de Juan Pablo Duarte y Gregorio Luperón la responsabilidad principal sobre la profunda crisis, en todos los órdenes, por la que atraviesa la hermana nación de Haití. De este modo se pretende ocultar el hecho histórico palmario de que las mencionadas potencias y metrópolis son las verdaderas causantes de la terrible situación social, económica y política por la que atraviesa la primera república negra del mundo que se independizó del dominio colonial.

Una figura jurídico-filosófica es la “fuerza de ley”, ejercida en nombre de la justicia, y otra muy distinta es la “ley de la fuerza”, practicada por intereses egoístas e injustos de grupos que pretenden hablar, paradójicamente, en nombre de la universalidad emancipatoria, en nombre de esa unión de igualdad y libertad que Étienne Balibar denomina égaliberté.

No justifico la violencia que nos viene desde “arriba” como resultado de la ciega hegemonía de un grupo restringido de sujetos inhumanos y ambiciosos que pretenden apropiarse de los recursos del mundo; no pretendo legitimar con mis argumentos la violencia que se realiza en nombre de una supuesta democracia que de hecho funciona de espaldas a los sectores más desfavorecidos de las poblaciones del planeta: la democracia estadounidense.

La razón de Estado siempre ha justificado su violencia esgrimiendo argumentos que de una u otra forma pretenden legitimarla. Esa es su lógica. Con variantes que oscilan entre el autoritarismo-totalitarismo y cierto relativo pluralismo que respeta parcialmente la multiplicidad, esa razón de Estado no funciona ni funcionará de otro modo. Podría variar la correlación de fuerzas entre Estado y sociedad civil popular, pero el Estado, como tal, aspira siempre a su propia permanencia. Y logra esta relativa estabilización apelando a diferentes medios, más o menos (i)legítimos...

En 1945 (6 y 9 de agosto de dicho año, respectivamente), los Estados Unidos de Norteamérica realizaron, por afán de hegemonía planetaria, el crimen más grande que ha conocido la historia de la humanidad: el bombardeo nuclear contra las poblaciones civiles indefensas de Hiroshima y Nagasaki. La guerra, de hecho, estaba ganada por los Aliados utilizando los medios bélicos convencionales, pero los norteamericanos desearon enviar, al precio de la destrucción de centenares de miles de vidas inocentes, un “mensaje claro” a los soviéticos, los cuales, si bien contribuyeron decididamente, con gran valentía y lealtad, a la derrota militar del Japón, no encarnaban el tipo de país que podía dar el visto bueno a los apetitos imperialistas planetarios de los estadounidenses en el período de postguerra. Este fue el real y verdadero inicio de la llamada Guerra Fría en el ámbito nuclear.

En el período comprendido entre los años sesenta y setenta, años de lucha frontal contra los socialismos reales y en los que sin escrúpulo alguno, sin escatimar ningún tipo de violencia (por más brutal que esta fuera) se manifestó el deseo imperialista de cercenar en América Latina la posibilidad de una “segunda Cuba”, los Estados Unidos de Norteamérica subordinaron la justicia y la ley a la pura fuerza militar, “sabiamente administrada” a favor de los intereses de las plutocracias de la gran nación y de las oligarquías locales que funcionaban como sus aliados.

Violaron así las vidas de individuos y de comunidades enteras en nombre de una mal llamada Democracia cuyo verdadero rostro era el saqueo imperial y neocolonial de los recursos de los países intervenidos.

Durante los restantes años del siglo XX, hasta su cierre, y en el transcurso del presente milenio, los Estados Unidos de Norteamérica siempre se han “salido con las suyas”; y en nombre de una supuesta defensa de los derechos humanos y de una falsa democracia, han proseguido interviniendo, diplomática o militarmente, en países a los cuales la cínica y mentirosa política exterior estadounidense percibe como potenciales recursos-botines o como simple energía a explotar por las grandes corporaciones.

Estados Unidos, por afán de hegemonía estratégica en la zona, ha brindado apoyo moral y militar a regímenes fascistas, criminales, terroristas como el de Benjamín Netanyahu, personaje siniestro que ha venido comandando en los últimos años un verdadero genocidio sionista contra el pueblo de Palestina, después de Israel ocupar el territorio árabe y violar todos sus derechos humanos.

Orientados por esa visión guerrera y neocolonial, los Estados Unidos y sus aliados en las rapiñas y felonías imperialistas han abrogado todas las normas del derecho internacional (véase el caso de la prisión de Guantánamo en Cuba; los diferentes estados de excepción declarados cínicamente por los gobiernos de algunas metrópolis, etcétera), se han subordinado instituciones (como la OEA, la ONU, la Asociación Internacional de Psiquiatría, la Organización Mundial de la Salud...), y cuando estos instrumentos institucionales no responden eficazmente a los intereses comerciales y políticos de las grandes metrópolis, prescinden simplemente de ellos e imponen la ley de la fuerza.

Como efecto de una mutación significativa operada por razones estratégicas en los medios, patrones, vías y métodos de injerencia neocolonial, siempre contando con la desinformación de los sujetos, con la ignorancia y confusión de las masas desesperadas o hambreadas, los Estados Unidos han tratado de impedir en los últimos años lo que bien podría denominarse un auténtico proceso emancipatorio en América Latina y el Caribe.

El objetivo de la política exterior estadounidense ha sido descoyuntar, por vías no convencionales, todo lo que pueda oler a gobiernos y gestiones progresistas que favorezcan la autonomía relativa de las naciones tradicionalmente subordinadas a la órbita gringa.

No mencionaremos aquí el descarado apoyo político de los Estados Unidos, en el pasado siglo XX, a la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, país convertido así, después del derrocado gobierno socialista de Salvador Allende, en campo experimental para la articulación de las más nefastas políticas neoliberales.

Tampoco mencionaremos la terrible guerra de Vietnam, las intervenciones militares en Haití, Santo Domingo, Nicaragua, Panamá, Irak, Afganistán, Siria, Libia...

Dentro de las nuevas modalidades de control, golpes de estado económicos y parlamentarios, programados y corruptos saqueos imperiales, podemos mencionar como víctimas en América Latina los pueblos de Argentina, de Brasil y, más recientemente, de Venezuela.

Por efecto de una encerrona económico-política perversa producto de una alianza entre los Estados Unidos y las oligarquías importadoras locales, dóciles a los mandatos neocoloniales norteamericanos, emboscada orientada a desestabilizar gobiernos legítimamente constituidos que responden a la vocación de propiciar el bienestar colectivo como prioridad de sus respectivas gestiones y no las ganancias de las grandes corporaciones transnacionales, países como Cuba, Argentina, Brasil, y en mayor medida Venezuela, han visto decaer en los últimos años, de un modo alarmante, su capacidad para satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos.

El cracking, como ilegítimo y ecocida método de producción de petróleo y de gas que afecta violentamente los ecosistemas y no garantiza ninguna sostenibilidad, se ha visto convertido en arma política y económica de competencia desleal e irresponsable utilizada para propiciar un desplome de los precios del crudo y así afectar las economías de ciertos países cuya estabilidad depende de la venta de hidrocarburos.

La hipótesis tendenciosa sobre la inevitable corrupción de casi todos los gobiernos latinoamericanos, los temas del narcotráfico y de las supuestas violaciones a los derechos humanos (perversamente concebidos), son a la fecha recursos utilizados por los Estados Unidos para reforzar sus odiosas políticas de injerencia pseudoética en los asuntos internos de múltiples naciones.

Esta situación de crisis económico-política y ética patrocinada por los Estados Unidos en alianza, como siempre, con las oligarquías locales que, al decir de Octavio Paz, solo ven sus respectivos países como campos de operaciones lucrativas y no como espacios de sana y justa convivencia, es promovida por los medios de comunicación masivos al servicio del gran capital y ofrecida como una prueba de la ineptitud de los gobernantes progresistas que se apartan de los mandatos de Washington.

Estas crisis locales inducidas por ciertos sectores de las inhumanas oligarquías locales “entreguistas”, son presentadas por ciertos ideólogos como un testimonio de la imposibilidad que padece América Latina para darse un devenir histórico, económico, político y cultural propio, más allá de la tutela neocolonial norteamericana.

Repetimos, hoy existe la falsa percepción, motivada por la propaganda perversa de la prensa amarilla servil a los intereses de los gobiernos neocolonialistas y de las inhumanas megacorporaciones transnacionales, de que hay una insuperable crisis en ciertos países latinoamericanos por algunos de estos haber decidido apartarse del modelo capitalista neoliberal, y que dicha crisis constituye una prueba de la incapacidad de estas naciones y sus gobiernos para determinar de una forma eficaz su propio futuro independientemente de los programas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM).

De hecho, a pesar de los decires oportunistas de los intelectuales oscurantistas al servicio del psicobiopoder; a pesar de las “distorsiones y confusiones entre causas y efectos” promovidas por cierto periodismo canalla, los verdaderos responsables de la triste situación de la República de Haití son los norteamericanos, varios países de la Unión Europea y las monstruosas “oligarquías financieras glocales”.

Los muertos que hoy lamentablemente podemos contar en Haiti (nación que dicho sea de paso no es un sector segregado de la República Dominicana por motivos raciales, tal como creen algunos ingenuos o desinformados de mala fe, sino toda una verdadera república autónoma de la que se independizó en 1844 la zona oriental de la isla además de haberlo hecho de España por medio de la llamada Guerra de Restauración, 1863-1865), son asesinatos por procuración y delegación, sobredeterminados, comandados por “atractores extraños”; asesinatos “vicarios” realizados física y “virtualmente” por los esbirros de un sector de la oligarquía haitiana y bajo la indiferencia de los Estados Unidos y la Unión Europea en su arraigada vocación neocolonial de trastornar los procesos específos de las naciones para hacerlas colapsar y someterlas a los intereses mercuriales de un Imperio de vocación global.

En su contenido manifiesto, superficial, esos asesinatos y desmanes actuales son responsabilidad exclusiva de las bandas terroristas haitianas y del caos imperante en esa sufrida nación, desorden causado por múltiples motivos, tanto naturales como político-sociales. No obstante, en su contenido latente, profundo, ese estado anómico de Haití es el lamentable resultado de unas violencias o agresiones imperialistas actuales pero básicamente históricas, sistémicas, estructurales —en ocasiones invisibles—, violencias jurídico-políticas y económicas que, en mayor o menor grado, vienen padeciendo secularmente nuestros pueblos antillanos y que son propiciadas por las oligarquías glocales —en este caso la irresponsable oligarquía de Haití con su arrastre duvalierista—, por los groseros y cínicos imperialismos de toda laya, y, en particular, por los propios Estados Unidos.

El profesor Juan Bosch, en su obra De Cristóbal Colón a Fidel Castro, hablaba del Caribe como “frontera imperial”, como territorio siempre en riesgo de ser intervenido y dañado por los imperialismos históricos. Este juicio, en mayor o menor grado, bien podría ser hoy aplicado a todos los países de América Latina.


Armando Almánzar-Botello

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20 de noviembre de 2022

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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NACIONALISMOS E INTERNACIONALISMOS

«Debemos precisar que el filósofo Étienne Balibar piensa la diferencia entre universalismo abstracto y universalismo concreto de un modo distinto al de Edgar Morin. Podríamos decir que de una forma simétrico-inversa. Para Balibar el universalismo concreto implica o comporta una limitación de la universalidad, dado su carácter de universalidad efectuada y limitada que vendría a ser desbordada o transgredida por la categoría de universalidad abstracta, entendida esta como universalidad potencial, abierta, ilimitada, trabajada por líneas de fuga que abren lo clausurado de una particular universalidad concreta o empírica a nuevas posibilidades de socius o nexo social, más allá de todo intento esencialista de totalización totalizante.» Armando Almánzar-Botello

     Por Armando Almánzar-Botello 

«La categoría de “égaliberté”, definida y analizada por Balibar, correspondería a esa potencia transformativa, virtual, potencial, emancipadora y abstracta, a esa “línea incorporal de justicia” que viene a desbordar a toda específica y limitada clausura provisoria, concreta o empírica del contrato social.» Armando Almánzar-Botello

A la memoria del psicólogo y epidemiólogo E. Antonio de Moya, MA, MPH
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1) El nacionalista ontológico

Es relativamente fácil o cómodo, en términos ético-políticos, ser un “nacionalista ontológico”. Un nacionalista ontológico es un sujeto social inercialmente encerrado en su constelación “nacional” de atributos, deficiencias y privilegios, “clausurado” en una mentalidad excluyente y esencialista, sin imaginación histórica, sin apertura al diálogo con la diferencia, sin el más mínimo sentido de la radical alteridad constituyente de toda identidad.

Generalmente, este tipo de nacionalismo es responsable o corresponsable, directa o indirectamente, de muchos de los males que dice combatir. Es la expresión “patriotera” de una minoría de beneficiarios privilegiados del llamado contrato social.

Esos grupos, capas sociales o sectores de clase forman parte del núcleo duro de los poderes económico-políticos locales o, cuando logran modular un poco su cerrazón solipsista e ilusoriamente autárquica, tienden a subordinarse, de un modo explícito y/o solapado —por medio de la construcción de diversos contratos “prostitutivos” de pura conveniencia grupuscular–, a los intereses oligárquicos imperiales.

A dichos nacionalistas, realmente no les importa la defensa de los intereses de las mayorías populares que conforman la nación a la que pertenecen. Su concepto de “patria” es una monda y lironda entelequia o abstracción teñida de cierto sentimentalismo gris, un espacio consagrado para el ejercicio de sus operaciones lucrativas y en ocasiones meramente dolosas.

Frente a esta degeneración “patriotera” existe un auténtico patriotismo siempre relacionado con las ideas de justicia social y solidaridad.

2) El “internacionalista pseudohumanista y esencialista”

Tiende a percibir la universalidad de un modo abstracto, hipostasiado. Pierde de vista la fórmula «pensar global/actuar local; pensar local/actuar global», tal como la concibe y formula Edgar Morin en su pensamiento antropolítico complejo.

Este tipo de falso internacionalismo, con diversos matices, tiende a conferir un carácter absoluto a una visión falsamente universal de las realidades históricas. Y decimos que es falsa esa concepción de la universalidad, porque de hecho, la “generalización humanista” que se encuentra implícita en su definición de los “derechos humanos”, por ejemplo, corresponde a la concepción etnocéntrica de “lo humano” impuesta por los intereses de potencias culturales hegemónicas y de grupos absolutistas de poder internacional.

La variante más perversa de dicho falso internacionalismo “humanista” está representada por aquellos sujetos que comercian hipócritamente con esa “universalidad boba”, esencialmente abstracta, a entender como estrategia orientada al desdibujamiento de las diferencias y ritmos histórico-culturales de los pueblos y culturas, con miras a ponerlos al servicio de una globalización tecnoeconómica homogeneizante, comandada por el gran capital transnacional, cibernético-financiero y militar.

Estos falsos internacionalistas y pseudodefensores de los derechos humanos, en realidad son actores beneficiarios de la más injusta y asimétrica globalización, pero saben negociar con la “conveniencia”; son astutos desplegando su retorcido y mortífero teatro de conveniencias egoístas.

3) Internacionalismo diferencial

Finalmente, podemos hablar de un internacionalismo solidario, real, que sin ser una simple máscara perversa, sin recibir un soterrado financiamiento manipulador y maligno del gran capital transnacional globalizador, de vocación avasallante, y respetando las especificidades histórico-culturales de cada nación o pueblo, sabe articular, en el contexto de una “universalidad concreta” y matizada, el moriniano “pensar global/actuar local; pensar local/actuar global”, en auténtico beneficio de las diversas poblaciones del planeta y respetando la salud ecológica de este.

Debemos precisar que el filósofo Étienne Balibar piensa la diferencia entre universalismo abstracto y universalismo concreto de un modo distinto al de Edgar Morin. Podríamos decir que de una forma simétrico-inversa. Para Balibar el universalismo concreto implica o comporta una limitación de la universalidad, dado su carácter de universalidad efectuada y limitada que vendría a ser desbordada o transgredida por la categoría de universalidad abstracta, entendida esta como universalidad potencial, abierta, ilimitada, trabajada por líneas de fuga que abren lo clausurado de una particular universalidad concreta o empírica a nuevas posibilidades de socius o nexo social, más allá de todo intento esencialista de totalización totalizante.

Pensando aquí el problema de los usos distintos de las categorías de “abstracto” y “concreto” en ambos autores, podríamos formular en términos deleuzianos y guattarianos que la “universalidad concreta” de Morin no absolutiza o esencializa sus límites (como en su propia concepción lo hace la “universalidad abstracta” homogeneizante) sino que explora y descubre los “índices maquínicos” de desterritorialización que le permiten abrirse a nuevas formulaciones, exploraciones o materializaciones de lo universal.

En ese sentido, la “potencia rebelde” de lo que Morin denomina “concreto” se aproxima a la vocación destotalizante de lo que Balibar conceptualiza como “abstracto”.

La categoría de “égaliberté”, definida y analizada por Balibar, correspondería a esa potencia transformativa, virtual, potencial, emancipadora y abstracta, a esa “línea incorporal de justicia” que viene a desbordar a toda específica y limitada clausura provisoria, concreta o empírica del contrato social.

De allí procedería una estrategia internacionalista que viene a establecer una relación “dialéctica” (no hay que temerle a este antiguo concepto) entre un cierto nacionalismo diferencial, no esencialista, dialógico, modal (Haroldo de Campos, Octavio Paz), y una voluntad transfronteriza, planetaria, de auténtica justicia social, orientada por un pensamiento complejo de la interacción entre lo universal, lo particular y lo singular, y basada en la solidaridad, en la irreductible afirmación de lo múltiple, de lo plural, de lo diverso.

Apoyados en esta visión compleja y crítica de la solidaridad internacional entre todas las naciones, y, específicamente, de las alianzas estratégicas entre los pueblos oprimidos con miras a su liberación, los múltiples sujetos en proceso transformativo, participando de una praxis orientada por genuinos criterios de justicia y por una visión auténticamente revolucionaria de la compleja y heterogénea dinámica histórico-cultural de la humanidad, vendrán a definir, articular y desplegar sus variadas estrategias de lucha liberadora en función de cada contexto, borde, límite, reto, necesidad histórica o coyuntura específica.

Armando Almánzar-Botello

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Junio del 2015


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