viernes, 17 de septiembre de 2021

LA POSTMODERNIDAD COMO “ESPAÑA BOBA” INSTITUCIONAL Y PATRAÑA CIBERNÉTICO-FINANCIERA (Notita # 1)

                       

 LA POSTMODERNIDAD COMO “ESPAÑA BOBA” INSTITUCIONAL Y PATRAÑA CIBERNÉTICO-FINANCIERA (Notita # 1)


     Por Armando Almánzar-Botello

     «Confesiones de un rostro moribundo por detrás de su máscara.» El Santo, El Enmascarado de Plata
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     Para Martin Heidegger una cosa es el “inicio” y otra, muy distinta, el “comienzo”. 

     Como ya se ha especificado de forma sobrada en las exégesis de su pensamiento filosófico anterior al llamado viraje o giro (Kehre) hermenéutico, el “inicio” heideggeriano corresponde a la formulación de la interrogante primordial que da origen al pensamiento filosófico como tal: ¿Qué es el ser? ¿Qué es el ser como algo diferente al no ser? 

     A una significativa distancia de dicha definición de “inicio”, aunque relacionada íntimamente con ella, podemos comprender el “comienzo” como ese “olvido fundador” que se produce en el seno del “inicio” como interrogante primordial, y que propiciando su extravío (Irre), descaminándolo, viene a inaugurar la historia (Geschichte) de la metafísica como olvido de la diferencia óntico-ontológica. 

     De igual modo, a propósito de la historia como “Geschichte”, existe en el pensamiento de Heidegger una diferencia compleja entre lo que denomina “etapa” y lo que viene a llamar “época”. 

     La época corresponde al advenimiento de la metafísica, a la inauguración sincrónica de la historia como “Geschichte”, como determinación del ser bajo su carácter de simple fundamento del ente. 

     En este sentido, Heidegger establece una diferencia entre la historia como “Geschichte”, como acto que origina el pensar metafísico de forma única y fundamental en Occidente, y la historia como “Historie” propiamente diacrónica, que corresponde a las diversas “etapas” de manifestación de la metafísica dualista occidental en sus múltiples actualizaciones o modalidades.

     Cambiemos radicalmente de contexto conceptual y ahora remitamos a nuestros valiosos lectores a lo que en nuestra historia colonial como nación se conoce con el calificativo de período de la “España boba” (1809-1821).

     Complejos motivos políticos, militares y sobre todo económicos, como dentro de estos últimos lo era el hecho de una crucial extenuación de los recursos de la colonia insular de Santo Domingo en aquella “etapa” histórica (después de haber sido la “libre vastedad de la pequeña comarca” prácticamente saqueada por España y exterminada sin piedad su población indígena), unido lo anterior a una explotación más rentable para el Imperio de las riquezas que existían en otras regiones del continente americano, determinaron una indiferencia notable de la metrópoli española hacia la originaria colonia de ultramar desde donde se había iniciado la conquista y colonización del Nuevo Mundo. 

     Esta dura indiferencia propia de las sinrazones de Estado, podríamos decir que casi criminal o “infanticida”, desplegada por la madre patria metropolitana frente al remoto y miserable territorio de Santo Domingo, además de un vacío de poder político, económico y militar generó por estos lares un marcado sentimiento de orfandad, un pathos de callado temor, de secreto desasosiego y desamparo en los habitantes de la colonia insular, una suerte de minusvalía psicosocial o rasgo patológico depresivo, a descubrir en la “estratificada mentalidad polimorfa” que todavía hoy podemos observar y diagnosticar con asombro en el sufrido pueblo dominicano. 

    Quizá de esa matriz histórica proceda la melancolía subyacente a nuestra loca pasión por el merengue, la pelota, la política, los gallos, la lotería y la cohoba...

     Pero llego más lejos aún: Entiendo que nunca hemos abandonado el susodicho período de la «España Boba».

    Así como en el pensamiento de Martin Heidegger la época histórica de la metafísica (Geschichte) es el telón de fondo sobre el que se despliega toda la diacronía (Historie) del nihilismo (negativo, reactivo, pasivo, destructivo) de Occidente —hasta su espectacular culminación en la etapa tecnocientífico-financiera del actual capitalismo y su poder avasallante y globalizado—, la llamada «España boba», como núcleo duro y trasfondo esencialmente inmutable de nuestro “huerto doméstico”, de nuestra “metafísica” nacional, de nuestra orgullosa mentalidad como nación bananera —en cuanto “lo bobo” acarrea o implica una carencia de auténtica institucionalidad y de sentido realmente transformativo en el acontecer político del pueblo dominicano—, correspondería a la instancia histórica (Geschichte) fundante (Grund: fundamento) de cuyas vertiginosas y espesas tinieblas no nos han podido sacar las diferentes etapas históricas (Historie) de nuestro país en su aciago devenir socio-económico, cultural, político, técnico-científico y espiritual.

     No llego tan lejos como para decir que todavía se respiran en nuestra patria los mefíticos aires de las viejas dictaduras de las cavernas, de las tiranías parecidas al ominoso Averno trujillista; ni tampoco pienso que la República Dominicana es una vaporosa ficción que se nos escapa cada día entre los quiquiriquís y cloqueos de un ridículo y engañoso gallinero patafísico... 

     Pero la verdad “un poco incontrovertible” y honesta sería decir que la mentira, la demagogia, la desvalorización de la real honestidad, la violación de los derechos adquiridos, el oblicuo y larvado acoso a los inocentes, la persecución selectiva a los corruptos, el uso sistemático del “doble vínculo”, “doble constreñimiento” traumatizante (double bind: Gregory Bateson), la lógica del cálculo mezquino y sádico, el plagio de cerdos y elefantes elevado a recurso multimediático, la duplicidad del psicópata seguida de falsos mea culpa, la perversa conveniencia desalmada de los que hoy pertenecen a un partido porque no fueron canonizados en el otro, etcétera, no hacen patria justa y solidaria ni la sostendrán jamás.

     La metafísica de la “España boba” es una especie de “Geschichte” heideggeriana de la que no pueden escapar ni sus más fecundos críticos de supuesta vocación deconstructiva y postfundamentalista.

     Mientras tanto, solo algunos tristes tigres y moribundos espíritus torturados despiertan, balbuceando, en la inveterada España boba de la metafísica pesadilla glocal...

Armando Almánzar-Botello

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Agosto de 2019

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo,  República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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ADENDAS:

BLOG OTROS TEXTOS MUTANTES
Domingo, 1 de noviembre de 2015

LOS MENTIDOS AMOS DE SIEMPRE O LA FRAGMENTADA VOZ DE LA HERMENÉUTICA... (Divagatoria notita-divertimento)

     «Yo jamás me inscribiría en un Selecto Club Social, que aceptara entre sus miembros a tipos como Yo.» Groucho Marx

     «Son ellos los Amos imperturbables de siempre, los mentidos dueños del porvenir. Cual Falos falaces, lacani/anos, popperi/anos no falsables, pretenden sostener su insolente y pequeña erección para lo Eterno.» Armando Almánzar-Botello
                                                                       
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     Mucho laberíntico artificio simplemente copiado de los Grandes; mucho miedo a perder el supuesto “mando” en el espacio topológico del pensar-vivir la historicidad de una cultura; demasiada fe en las “evidencias intuitivas” que ahorran el esfuerzo intelectual verdadero y el riesgo que comporta el pensar lo nuevo, el devenir, el reenvío y la diferencia —aquello monstruoso que desborda los viejos presupuestos metafísicos gastados—; una secreta y plebeya complicidad con el sentido común y con el buen sentido “banalizante”, susceptible de ser percibida en la constante apelación anecdótica, perversa, manipuladora, ofídica, mostrativa, oportunista y pseudodemocrática, a la insolencia insustancial de la doxa típica del hombre adocenado; un miedo cerval a perder pie, seguridad y dominio —hegemonía política más que epistemológica—, en el territorio hipercomplejo del pensar-sentir, del espacio topológico inédito que inaugura un insólito “Afuera germinante”; un limitarse a repetir y repetir, bajo múltiples disfraces, lo ya sabido hasta el hartazgo: que el sentimiento de la situación, la derelicción, la sensibilidad o ser en situación (Befindlichkeit), la comprensión (Verstehen) y el habla (Rede), conforman los tres existenciales o existenciarios en la estructura significante del mundo definitoria del llamado Dasein como ser-en-el-mundo, como ser para-la-muerte...

     ¡Oh Martin Heidegger, tan mal comprendido! ¡Oh René Schérer, Arion Lothar Kelkel, José Gaos, Beda Allemann... tan usados y hasta casi plagiados, “constante-mente”, por ciertos profesores latinoamericanos (hay pruebas), pese a las referencias directas que realizan algunos de estos últimos docentes a la letra viva de Heidegger utilizada como pantalla y salvoconducto!

     Existen modalidades de la “cita” o de la paráfrasis que sencillamente constituyen una severa manifestación de gran deshonestidad intelectual. Como justo contrapeso, recuerdo siempre a la pensadora Éliane A. Levy-Valensi cuando menciona en su obra “El psicoanálisis. Perspectivas y riesgos”, la cita que hace del Talmud el gran filósofo Emmanuel Levinas, en su libro “Difícil Libertad”, a propósito de la necesidad de instaurar una ética hermenéutica: 

     «El Mesías llegará, cuando al formular una palabra no se omita nunca el nombre de aquel que la pronunció por vez primera». 

     Aclara la Levy-Valensi: 

     «No se trata de reivindicar la propiedad intelectual, sino de situar en su lugar al sujeto, condición del intercambio, del desarrollo del diálogo que exige que cada interlocutor respete al Otro, pero no por eso se resorba en su sustancia.» Obra citada, Ediciones Marova, Madrid, 1972, página 244.

     Ahora y aquí, en nuestro mundo capitalista de variopintos neofascismos, regulado por la llamada “bestia neoliberal” (dixit: Adoración Guamán y otros, 2019, y de lo que digo tengo pruebas contundentes, palpables, a mano), también se produce ese fenómeno vergonzoso propio de la postmodernidad canalla del “todo vale”: hacer tesis de grado sobre un escritor del cual solo se conoce un libro, y copiar textualmente lo dicho por un autor no demasiado conocido, evitando así, el “ladrón de escrituras”, todo esfuerzo literal para elaborar sus propios parágrafos y conceptos.

     Ciertos “autores” de la “gran comarca” espiritual —Heidegger formula o especifica este conflicto como un juego diferencial entre Ortschaft (localidad) y Gegend (comarca)—, algunos hasta reconocidos desde hace largos años, laureados y admirados por “sus bellos frutos”, “toman prestado por unos días” lo ajeno, lo generado por otro magín, y lo hacen de una forma cleptomaníaca y cognitivamente inconsistente, pues niegan en el párrafo siguiente “lo robado” en el párrafo anterior, debido a un grave déficit de comprensión de lo que insistimos en llamar “la naturaleza semántica del objeto robado”, porque se transcribe como propio, literalmente, un texto ajeno, sudado por otro, descontextualizado, pero sin hacer mención de su legítimo autor, y para colmo de los colmos, traicionando, más allá de toda pertinencia o legítima libertad hermenéutico-estructural, el espíritu o los espíritus de las letras constitutivas del texto “ideo-eróticamente abusado”.

     Ellos, esos “filósofos” del manido pensar pretérito (que no debemos confundir con el “pensar rememorante”: Andenken), a pesar de sus resabios pseudoheideggerianos y postmodernistas, con su infame y ridícula pretensión “pluscuamperfecta”, se constituyen en prisioneros del torvo pensamiento metafísico más tradicional debido a su concepción espectacular, intuicionista, “husserliano-expresivista” del lenguaje y de la semiótica —aquella que acentúa la supuesta precedencia del mundo antepredicativo de “lo conveniente” con respecto al lenguaje y a la Cosa misma (das Ding), esa que habla en el discurso para ofrecerse como puro dato inmediato de la conciencia sin diferencia—, y desembocan manifestando su apego incondicional a la metafísica de la presencia, a la Cosa pública (Res pūblica) secuestrada por los intereses privados, al poder militar-cibernético y financiero de las dictaduras tecnocráticas neoliberales. 

     Así lo considero junto al Edmund Husserl de las Investigaciones lógicas (Revista de Occidente, Madrid, 1976), al Martin Heidegger de El Ser y el Tiempo (México, FCE, 1951) y Ser y Tiempo (Trotta, Madrid, 2009), al José Gaos de Introducción a El Ser y el Tiempo de Martin Heidegger (México, FCE, 1977); al Jacques Derrida de “Ousia y Gramme” en Márgenes de la filosofía (Ediciones Cátedra, Madrid, 1994), al Arion Lothar Kelkel autor de “Heidegger y la conversión filo-lógica y poética” (Editorial Edaf, Madrid, 1975), etcétera... ¡Ah, se me olvidaba, y a Samir Amin!

     Jacques Derrida nos dice en “Ousia y Gramme. Nota sobre una nota de Sein und Zeit”:

     «No hay marca en sí misma, marca propia. Heidegger dice bien que la diferencia no podría aparecer como tal (Lichtung des Unterschiedes kann deshald auch nicht bedeuten, dass der Unterschied als der Unterschied erscheint). La marca de esta marca que (es) la diferencia no podría sobre todo aparecer ni ser nombrada como tal, es decir, en su presencia. Es el como tal lo que precisamente y como tal se hurta para siempre. También las determinaciones que nombran la diferencia son siempre del orden metafísico. Y no solo la determinación de la diferencia en diferencia de la presencia y el presente (Anwesen/ Anwesend), sino ya la determinación de la diferencia en diferencia del ser y lo que es. Si el ser, según este olvido que habría sido la forma misma de su venida, no ha querido nunca decir más que lo que es, entonces la diferencia es quizá más vieja que el ser mismo. Habría una diferencia más impensada todavía que la diferencia entre el ser y lo que es.» J. Derrida, “Márgenes de la filosofía”, Ediciones Cátedra, Madrid, 1994, pp. 101-102.    

     Nada de lo anteriormente dicho por Derrida les otorga carta de ciudadanía al robo, al plagio, a la sustracción de documentos en el Archivo, al “olvido de la diferencia entre el ser y lo que es”... Al querer pensarlo así, los pandilleros del intelecto, además de robar “entes físicos”, “objetos materiales” (porque los roban), entienden además que no han hurtado nada cuando se apropian de la libertad de los demás, de algo tan etéreo como resulta ser un juego de discurso expresado en varios parágrafos y entrelazado, de un modo casi “cuántico” y sutil, con un estilo de vida-lenguaje y un sistema de pensamiento, como un día observara el gran Ludwig Wittgenstein...

     Solo ellos creen tener derecho a la propiedad privada intelectual, solo ellos pretenden regular, ilegítimamente, los derechos de autor. 

     ¡Ay de quien les tome prestados una coma o un simple punto a esos tunantes engreídos de pseudo-gramatología! Tal préstamo sería considerado por La Poderosa Parroquia (LPP), como un crimen político y literario-filosófico de lesa humanidad, y se iniciaría de inmediato el consabido proceso de “infamación y lujuria”...

     Por otra parte, cuando bajo los embates deconstructores de un Jacques Derrida en sus diversos momentos histórico-críticos, cae un cierto Jacques Lacan falogo/fono/céntrico (no todo), el Lacan de la “palabra plena” de raíz metafísica, es bueno señalar que también cae un cierto Heidegger, el de lo “asexuado” del Dasein que pierde la posibilidad de pensar las coreografías transbinarias de la sexuación más allá de la Tabla de Posicionamientos Fálicos...

     Otros pensadores no “caen” (Verfallen), no pueden caer, porque sencillamente “nunca jamás” han abandonado el modo tradicional de la cogitación egocéntrica, uranista, uraniano-ascensional, paternalista, dictatorial, retórico-estatuaria, academicista, grandilocuente, “lindista”, esencialista y acartonada en su pensar-actuar, su modo tan androcéntrico, cibernético-algorítmico, hipócrita, oportunista, militarista, malabarista, sectario y brutal de ver y concebir el mundo de la cultura y del espíritu, para hablar de una vez por todas con políglota incorrección política.

     Son ellos los Amos imperturbables de siempre, los mentidos dueños del porvenir. 

     Cual Falos falaces, lacani/anos, popperi/anos no falsables, pretenden sostener su insolente y pequeña erección para lo Eterno.

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Agosto de 2012 (Texto retocado en años posteriores)

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Texto retocado publicado originalmente en Facebook

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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«We are all born mad. Some remain so.» Samuel Beckett

[ESQUIZOFRÉNICO, ESQUIZO, LOCO, PSICÓTICO...] 

«LOCURA, EXCESO, BATAILLE (Notita)»...

Miércoles, 13 de Noviembre de 2013

     «La lucidez de A. depende de una ausencia de deseo. La mía es la consecuencia de un exceso: sin duda es también la única verdadera. Si solo es una negación del delirio, la lucidez no es totalmente lúcida, es un poco todavía el miedo de llegar hasta el final, convertido en aburrimiento, es decir, en desdén del objeto de un deseo que excede. No vemos que la simple lucidez que así alcanzamos es también ciega. Es necesario advertir al mismo tiempo la mentira y la verdad del objeto. Debemos saber, indudablemente, que nos estamos engañando, que el objeto es, antes que nada, lo que discierne un ser sin deseo, pero es también lo que un deseo discierne en él.» Georges Bataille

     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     A la locura, interpretada por la filosofía, la psiquiatría, el psicoanálisis o la antipsiquiatría, podemos aproximarnos, hermenéutica y nosológicamente, desde dos puntos de vista principales. 

     Podemos verla como simple entidad clínica, patológica (la PSICOSIS como enfermedad mental, como “breakdown”, al decir de Ronald D. Laing; así la concibe la tradición psiquiátrica clásica de Kraepelin, Bleuler, etcétera), y la locura entendida como “break-through”, es decir, el delirio vivido como proceso creativo y restitutivo de curación (Freud, Jaspers, Bataille, Cooper, Laing...). 

     En la gran CORDURA inventiva (distinta de la empobrecida “NORMALIDAD” estadística) los mecanismos de la locura se encuentran al servicio del acto creador. Por eso decía Salvador Dalí (expaciente y gran amigo del psicoanalista Jacques Lacan): “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.”

     Cuando Georges Bataille habla del delirio como exceso, como sinónimo del deseo, asume, además de la revisión de una cierta tradición spinozista del “conatus”, la concepción freudiana que ve en dicho delirio un proceso que intenta restablecer cierto equilibrio y cierta “cordura” en el funcionamiento del aparato psíquico. 

     A falta de una intervención psiquiátrico-farmacológica y/o psicoanalítica, pero también en ausencia de una recepción y una asistencia antipsiquiátricas de la psicosis, el sujeto delirante se puede estabilizar “espontáneamente”, de un modo parcial, en la llamada “metáfora delirante”. 

     Esa última modalidad de “anclaje” en un “mundo compartido con los otros”, si bien es una forma precaria de acceso al vínculo socio-simbólico, funciona frágilmente como uno de los “nombres del padre”: una suerte de suplencia “bruta” de la Metáfora Paterna.

     Bataille alude con la palabra “exceso” —en otra vertiente semántica de los dos párrafos que arriba citamos—, a lo que podría ser el freudiano “más allá del principio del placer”: un principio generalizado del placer que desborda la mera homeostasis y que permite una redescripción inédita de los límites de la subjetividad. El pensamiento del filósofo-escritor está dirigido aquí, en su origen, a transgredir cierta mojigatería burguesa... 

     Los términos entre los cuales se juega la tensión entre ley/prohibición/norma/límite/axiomática, por un lado, y deseo/transgresión/subversión/atravesamiento crítico del cerco capitalista, por el otro, se han modificado significativamente con el triunfo de lo que Daniel Bell denomina “capitalismo hedonista”, posterior al capitalismo clásico “weberiano”…

     A su vez, y siguiendo en esto a Spinoza, a Laing, a Jaspers, a Artaud, a Michel Carrouges... entre otros, Gilles Deleuze y Felix Guattari consideran que la “locura-enfermedad” (psicosis) comporta un empobrecimiento y una detención de las “máquinas deseantes”, concebidas estas como instancias creativas de “desterritorialización” y generadoras de transmutaciones y “devenires rebeldes”. 

     Inversamente, Deleuze y Guattari piensan que la “locura-proceso”, la locura vivida (la del “esquizo”, como diferente al “esquizofrénico”), experimentada como proceso —y no simplemente padecida como entidad nosológica—, implica una recuperación de la potencia deseante por parte del sujeto, entendido ahora como “agenciamiento colectivo de enunciación”… 

     Fuera de la dupla kleiniana articulada como lo “esquizo/paranoide”, el primero de estos términos no se utiliza habitualmente en los DSM ni en la psiquiatría dinámica tradicional como sinónimo de esquizofrénico (un tipo de psicosis como enfermedad mental), sino que se habla de “esquizofrenias” y de “trastornos esquizoides de la personalidad”... 

     Lo reitero: aunque puede argumentarse que la palabra “esquizo” es un apócope de “esquizofrénico” y una forma de designar al llamado “loco”, para Deleuze-Guattari, el “esquizo” no es el esquizofrénico, pero tampoco el llamado “psicótico” (enfermo mental) es lo mismo que el “loco”. 

     El término “esquizo” tiene, como prefijo, antedentes ilustres. 

     El gran psiquiatra suizo Eugen Bleuler, revisando a Kraepelin y sobre las huellas de lo que este último denominaba “demencia precoz”, describe la entidad nosológica que bautiza como “esquizofrenia”, palabra procedente del término griego “schizein”. 

     En este contexto, alusivo a la patología mental cuyo rasgo más notorio, entre otros, es el “divorcio” entre “intelecto” y “efecto”, priman las ideas de  “disociación”, “ruptura”, “corte”... 

     Hablaba entonces el médico suizo (también lo hizo así Freud) de “Spaltung”, palabra alemana que se  traduce al español como “división”, “fractura”, y más o menos equivalente a las palabras francesas “beance” o “clivage”, y a la palabra inglesa “splitting”, utilizada por Sandor Ferenczi y Melanie Klein. 

     La idea de “esquizia” lacaniana, el concepto de “esquizo” deleuziano-guattariano, tienen ambos este origen, aunque desbordan, como categorías, el contexto restringido de su nacimiento.

     Si bien el término “esquizo” podría homologarse al uso de los términos “esquizofrénico” y “loco”, es preciso señalar, con todo vigor, que no sucede así en la “conversación” y en el “discurso” filosóficos contemporáneos, pero tampoco en el ámbito de la clínica (a no ser, como he señalado, en el uso coloquial de dicho vocablo).

     Por otra parte, el Jacques Lacan de la dialéctica entre la “palabra vacía” como simple “molino de palabras”, y la “palabra plena” como sinónimo de “palabra verdadera”, es un Lacan superado, no solo por él mismo (cuando articula, con posterioridad a este binomio y bajo influencia de un cierto Heidegger, una concepción procesual de la “verdad” entendida como aquello que excede a todo “saber constituido” con pretensión autárquica, y que, por lo tanto, “aspira a lo real imposible” destotalizante), sino cuestionado y “deconstruido” en su concepción de la verdad como “palabra plena” por pensadores como Philippe Lacoue-Labarthe y Jacques Derrida, quienes perciben en la bipartición lacaniana “palabra vacía/palabra plena” una “metafísica implícita de la presencia” que amarra a Lacan, en este punto, a una tradición “falogocéntrica de la verdad” que olvida lo que debe ser pensado más allá de la instrumentación racionalista del discurso...

     Al “loco” no hay que silenciarlo ni conducirlo amablemente fuera de los límites de la “plaza pública”, fuera de los límites de la “polis”. 

     Tal recurso perverso de mera “etiquetación segregativa”, de sutil y compleja “victimización excluyente”, es el mismo Discurso del Amo, del Poder. Viene a coincidir justamente con el de Platón, cuando este expulsa a los poetas fuera de la República, fuera del ámbito de la polis. 

     Esa estrategia socrático-platónica sin lugar a dudas constituye un gesto del “dominio metabolizante”, homólogo, además, al de un Denis Diderot, cuando este, en su obra “El sobrino de Rameau”, plantea la dinámica de exclusión disciplinaria de los “diferentes” o “anormales”, proceso tan genialmente analizado luego por Foucault, y que se inicia en los  siglos XVII y XVIII bajo el “interés pragmático de la naciente burguesía”, como nos recuerda pertinentemente David Cooper...

     No creo que al “loco”, por lo menos en los ámbitos de cierto ejercicio de “auténtica” democracia (loco: el que dice muchas veces la “palabra inconveniente”, inconveniente para ciertos poderes: Foucault habla aquí de  “parresiastés”) haya que silenciarlo, ni en el contexto clínico ni tampoco en el ámbito de una práctica política efectivamente “inclusiva”. 

     Por el contrario, entiendo que dicho “loco” debe ser escuchado atentamente, y su discurso “sintomático” entendido como aquello que viene a expresar de forma oblicua, deformada, “fuera de tema” (“hors du sujet”, en francés), todo lo “impertinentemente” que se quiera, “verdades” o “puntos de vista de apreciación y valoración” que pueden revelar aspectos ocultos del sistema, aunque fuere más allá de las conveniencias e intereses de los llamados “grupos hegemónicos”... 

     Para que exista un “nosotros” que no sea el de la mera “fraternidad-terror”, el de la “co-habitación” o convivencia por simple homologación, la suma de los sujetos del “cum” no puede pretender totalizar sus elementos excluyendo a la locura como vacío del virtual descompletamiento que viene a inaugurar el socius in-fundamentado y pluralista, la auténtica multiplicidad de una comunidad sin presupuestos de pertenencia que utiliza como principio de operatividad la “síntesis disyuntiva inclusiva”...

     Esta es la ética que intento delimitar ahora, con esta modesta y quizá excesiva intervención.

     No obstante, el tratamiento biopsiquiátrico y farmacológico de las “psicosis” apunta a un silenciamiento de los “efectos de verdad” que puedan surgir, eventualmente, de la “palabra loca” o esquiza como puesta en abismo del contrato social...

     Finalmente, recuerdo que Jacques Lacan nos dice: «El ser del hombre no solo no es comprensible sin la locura, sino que no sería siquiera el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como el límite de su libertad.»

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Miércoles, 13 de Noviembre de 2013

Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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LA FAMILIA EN CRISIS (Modulaciones oníricas de la Utopía. ¿Adiós a la figura paterna?)

     «Pienso en familias donde habría no solamente dos o tres madres, sin contar los padres [o las suplencias sinthomáticas del padre], sino en familias compuestas de 3 + n padres. Eso ya existe. Y actúa, además, en el inconsciente de las familias más “formales”. Si se toma seriamente en cuenta la complejidad ya efectiva de las relaciones parentales en las sociedades occidentales, se tiene una primera idea de la futura madeja.» Jacques Derrida

     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     A Jacques Lacan, in memoriam

     A Élisabeth Roudinesco.
     A Michel Tort
     A Narciso Isa Conde

     El nombre-del-padre, la función paterna y la metáfora disyuntiva-conjuntiva, elementos reguladores que operaban en el seno de la familia como instancias del logos separador-vinculador en su carácter de principio tradicional de autoridad en las sociedades androcéntricas occidentales (Élisabeth Roudinesco), han sido violentamente erosionados —proceso que se acelera a partir de una cierta etapa de la modernidad y de la postmodernidad—, por una racionalidad económica y cognitivo-instrumental que solo parece reconocer, como única o básica garantía del lazo social, del vínculo cultural o del nexo de convivencia, al poder económico-político hipostasiado, absolutizado, voluntarista, y al dominio tecnocientífico manipulador puesto al servicio de la hegemonía del gran capital. ¿Adiós a la figura paterna, por ingenua? 

     Como dice Michel Tort, debemos inventar o descubrir modos nuevos de funcionamiento eficaz de la paternidad en el contexto de las nuevas suplencias del nombre-del-padre exigidas por las transformadas estructuras de la sociedad. 

     Ello no implica, bajo ningún concepto, el transferir al mercado absolutizado, a la axiomática del capitalismo como instancia reguladora de lo social, todo el poder simbólico de la vieja figura paterna propia de las decadentes sociedades androcéntricas. 

     Debemos descubrir nuevas formas o instancias reguladoras en el orden simbólico que operen como mecanismos de vendaje de lo social, de síntesis disyuntiva/inclusiva. Debemos abocarnos a nuevas suplencias del nombre-del-padre. 

     Pero es preciso reconocer que ninguna sociedad funciona sin mecanismos de prohibición y de regulación, de “contrabandas” de limitación de la dispersión originaria de la “banda” de lo múltiple (Jacques Derrida), funciones de “marcaje” asignadas anteriormente a la figura clásica y omnipresente de la función paterna, al Nombre del Padre en su vertiente androcéntrica de vocación absolutista.

     Paradójicamente, solo pensamientos polivalentes y complejos, alertados por el psicoanálisis freudo-lacaniano y por el marxismo —orientaciones tradicionalmente ligadas al llamado “sesgo falogocéntrico”—, pueden ofrecer las más afinadas capturas conceptuales de la mencionada crisis parental del androcentrismo y de las mutaciones que ya se perfilan en las estructuras familiares propias del mundo capitalista de Occidente.   

     Un catastrófico proceso de tribalización galopante y de promoción de lo que Jean Baudrillard denominaba “androginia metastásica”, se confunde con las seducciones perversas y los “metamorfismos” del Mercado, con la más mostruosa crisis de las estructuras de parentesco. 

     El riesgo, la peligrosidad de esta crisis, como bien lo señala Élisabeth Roudinesco, se puede medir en el esfuerzo desesperado de ciertos sectores de poder por restaurar una figura superyoica y perversa de “dios-padre”, mediante el abocamiento a nuevas formas de tiranía y culto a la personalidad, que pretenden rehabilitar viejos fantasmas dictatoriales, autoritarios y feroces. Paradójico intento de salvarnos del caos mediante un retorno supuestamente apotropaico y talismánico de lo monstruoso reprimido que vuelve, sigilosamente, transmutado en presunta instancia benéfica, salutífera y salvífica, convertido en aparente amuleto para exorcizar el desastre y salvar al orden social de su disolución. 

     Aclaramos que este fantasma del “padre-salvador” que retorna, es un complemento perfecto de la estructura criminal del psicobiopoder mítico y de la crisis misma que se pretende conjurar con una apelación desesperada al viejo autoritarismo.

     De hecho, para superar en profundidad esta crisis se requiere de una nueva estructura familiar, permeada y regulada por una racionalidad activa que deje lugar a la desnudez del Acontecimiento, a la posibilidad “sanadora”, benéfica, de la coapropiación y la transapropiación (Ereignis: Heidegger). 

     El nuevo espacio familiar que germina hoy sobre las deterioradas instituciones patriarcales (viejas familias en crisis, ejército, iglesia, partidos políticos tradicionales, etcétera), permitiría, quizá, el encuentro efectivo con lo heterogéneo, el diálogo con la diferencia y el posible respeto positivo a la radical alteridad del otro. Se esperan, en un escenario de profundas transformaciones antropológicas, nuevas suplencias estabilizantes y sublimaciones sinthomáticas de los nombres-del-padre...

     A través de una Verwindung-Andenken, pensar-actuar-rememorante, superador del Ge-Stell, entendido este último como estructura de imposición o dominación tecnológica (Heidegger), se prefigura el espacio de una nueva socialidad efectivamente dialógica en el horizonte de lo que Jacques Derrida concibe como “la democracia por venir”.

     Derrida nos dice que, si bien la familia no es a-histórica, es una estructura matricial transhistórica que varía en su dinámica, su política y su estructura, pero conservando siempre cierta capacidad de producción/aniquilación de subjetividad. 

     Considera Derrida que frente a la presente decadencia del modelo familiar nuclear burgués, y con las posibilidades que ofrecen en su ambigüedad problemática las mismas tecnociencias (la genética molecular, la genómica, etcétera), debemos entender como algo inevitable el abrirse a nuevas estructuras parentales —por lo demás, ya en curso de articulación localizada—, con los pro y los contra que dicha apertura conlleva (Donna Haraway).

     Esa inédita bisagra simbólica de una familia redefinida y reorientada en sus estrategias (É. Roudinesco, D. Haraway), operando como espacio simultáneamente conjuntivo y disyuntivo entre lo micro y lo macro político y social, debería promover la multiplicidad, el lazo trans-binario entre las partes y la dimensión creativa, democrática y multiforme de sus mecanismos de regulación, de sus instancias de “auto-eco-organización” (Edgar Morin).

     Ello vendría a sustituir la lógica destructiva de la simple “apropiación” capitalista que aplasta y sumerge a la “otredad” en el agujero negro de la misma estructura familiar en crisis, o que solo reconoce y “respeta” en ese “otro” su poder adquisitivo en el seno de las relaciones de producción/distribución/consumo, su capacidad funcional de control y eficacia en el contexto de los poderes establecidos, su mera obediencia o subordinación a los poderes fácticos más mercuriales y ligados a la más cruda conveniencia economicista.

     La familia, como aparato ideológico del Estado Capitalista en crisis, se manifiesta como una simple y perversa microempresa de promoción de la competencia, del mero cálculo de conveniencia entendido como prosecución prostitutiva de las estrategias de beneficio egoísta, y en muchas ocasiones, de simple goce retorcido y éticamente ilícito. 

     La ética no se reduce a la moral espuria de la conveniencia digitígrada.

     La familia mutilada, tribalizada y pervertida por el biopoder capitalista, ha devenido desde hace largos años en espacio que fomenta la rivalidad y los celos (M. Foucault, D. Cooper, R. D. Laing, A. Esterson), el aprovechamiento ciegamente pragmático de la llamada “educación-formación-cultura”, e incita al consumo voraz de los diversos objetos del mundo entendidos en clave mercantil, hedonista y escaladora. 

     Las diversas instituciones del sistema capitalista “senil”, patológico, inhumano, constituyen, en mayor o menor grado y en sus protocolos internos de funcionamiento (como bien lo demostró en el pasado Siglo XX la psicohigiene y la psicología institucional de un José Bleger, por ejemplo), espacios proyectivos en los cuales los diversos sujetos-agentes efectúan procesos de producción y reparación simbólica de objetos y daños imaginarios, muchas veces vacíos de real significación macrosocial y de genuino valor para acrecentar las intensidades vitales de los sujetos. 

     Allí, repetimos, en este campo institucional atroz, los sujetos actúan mecanismos de reparación fantasmática de lesiones psicosociales; se proponen la adquisición de supuestas insignias ideales de poder en un territorio de violencia obtusa e improductiva, de obsolescencia programada cuya única finalidad es garantizar la permanencia del Orden más injusto y antidemocrático, orden productor de falsa alegría afirmativa, de meros valores reactivos, de tristeza y sufrimiento generalizados (J. Lacan, J. A. Miller). 

     No está demás recordar que dicho contexto institucional de ideología pseudofamiliarista extendida, de privilegios y grupismos-favoritismos, opera hoy como “territorialidad perversa y arcaica del artificio” (G. Deleuze) al servicio del gran capital financiero. 

     En dicho recinto “familiarista” estallado se exalta, con más fuerza que nunca, la grotesca y descarnada lucha por la vida en una “atmósfera difusa de odio renegado” y asignación caprichosa de roles, máscaras y papeles en función de los intereses del Poder más inicuo, mentiroso y genocida. 

      Los “bienes” que promueve la “familia-empresa” patológica tardomoderna, coinciden con la más trivial bisutería del Mercado, la misma que garantiza a los agentes de la Bolsa Cultural, cuyo Padre Ideal es Don Negocio, la “mascarada del goce” y del estatus en su vacua mostración de falsa cura. 

     La ausencia de genuina solidaridad, promovida estructuralmente por el sistema y sus agentes del poder político-económico, se tapona con un cinismo polimorfo y sus descaros múltiples, con el disimulo minucioso y mezquino de los motivos egotistas, “humaniteros” y pseudofilantrópicos de la acción, con el fetichismo tecnológico pueril que coloca al gadget tecnológico (junto al animal fetichizado y pseudoprotegido en sus derechos) en el lugar de “partner ideal” y gran Otro sin fisuras. 

     A esto se suma la vocación de gasto suntuario y de consumo conspicuo (T. B. Veblen) promovida por el aparato familiar para intentar la compensación artificial e inauténtica de las más profundas minusvalías y resentimientos psicosociales del sujeto (A. Adler), mas no para contribuir a su liberación en un nuevo proyecto convivencial (I. Illich) que permita, a través de un contrato de equidad y justicia social, la satisfacción de sus diversas e históricas necesidades concretas. 

     La familia tradicional decadente —lo que de ella queda en nuestro complejo mundo occidental—, castiga a sus miembros cuando se apartan de esos mandatos superyoicos del “¡goza!” fálico, del “principio de placer-principio de realidad”, verdaderos “imperativos hipotéticos”, cada vez más explícitos, de productividad como dominio, de eficiencia mercurial, de maximización de beneficios y reducción de los conflictos al “cero nirvánico” en nombre de la mayor de las violencias: la destrucción del sujeto simultáneamente único, múltiple, conflictivo-creativo, pensante, contradictorio y actuante. 

     En este patológico y confuso contexto de falsa democracia, el mero hecho de alcanzar el poder confiere al sujeto, supuestamente, autoridad ética e intelectual.

     La maquinaria familiar, estructuralmente hablando (sin dudas que hay excepciones a esta norma), es hoy por hoy un simple negocio o contrato fraudulento regido por las leyes del Mercado y la ignominia política oportunista. 

     Las auténticas y necesarias jerarquías que deben existir en las estructuras familiares e institucionales, determinadas por criterios válidos de madurez cognitivo-afectiva integral y por auténtica “experiencia creativa” de sus miembros, establecidas por un capital simbólico adquirido con real esfuerzo, metabolizado y diferenciado al ritmo de una genuina asimilación y cuyos contenidos y beneficios se desean transferir por vías pluralistas, democráticas, no sometidas a la mera violencia espectacular, pragmático-egotista o simplemente mercantil, ceden ahora su lugar al establecimiento de jerarquías espurias, no basadas en la equidad, en la igualdad de oportunidades, en la justicia o en la multiplicidad convivencial, sino sustentadas en el mismo poder económico fanfarrón e hipostasiado que oprime a lo múltiple en el seno de la dimensión macroscópica de cierto contrato social.

     Este espacio capitalista perverso de interacción y “sujetación” se descubre subordinado en última instancia a las reglas del capital glocal militar-financiero, con vocación de convertirse en Amo absoluto de la realidad planetaria criminalmente homogeneizada en su pseudodiferenciación espectacular.

     Debemos resaltar el hecho de que lo apuntado anteriormente sobre la decadencia de una cierta manifestación histórica de la familia y de las estructuras sociales con las que ella guarda una relación compleja, “endo-exo-causal”, no constituye un simple problema moral sino una problemática de amplitud antropológica, de magnitud histórica, económico-política, jurídica, psicológica. Esa crisis debe ser analizada y enfrentada sociedad por sociedad, sin que esto excluya las alianzas coyunturales transversales o transvernáculas entre las llamadas fuerzas emergentes de vocación pluralista y radicalmente transformadora que se manifiestan biopolíticamente en el seno de las poblaciones (G. Deleuze. M. Foucault, G. Agamben). 

     El problema señalado no se enfrenta con una simple apelación a las buenas costumbres. No es asunto de un retorno a la supuesta dignidad folklórica de nuestros abuelos. Implica una multiplicidad de luchas que podrían expandirse desde la práctica programática de la desobediencia civil hasta la toma del poder y control efectivo de ciertos estamentos sensibles del Estado y de la sociedad civil popular, con miras a la transformación profunda de las estructuras simbólicas, tecnocientíficas, socioeconómicas y jurídico-políticas que codeterminan la crisis de las estructuras familiares del capitalismo y sus valores nihilistas reactivos… 

     Como hemos repetido en otros contextos de nuestras ingenuas o modestas reflexiones, se hace necesario un combate político que abarque un doble registro. Por un lado: la lucha popular, descentralizadora, de cara a la comunidad local y global, una lucha que intente construir una cierta neoautonomía relativa desde abajo, sustentable, abierta a múltiples formas de propiedad y gestión de los capitales económico, social y simbólico, y, por el otro: una lucha por redefinir el papel del Estado, por pensar u orientar sus vínculos con el funcionamiento —ya efectivo en muchos casos — de nuevas configuraciones familiares y macrosociales realmente saludables. Hablamos de un proceso de profunda renovación de las políticas públicas y privadas, orientado por la búsqueda de inéditas relaciones de producción y de nuevas y más solidarias modalidades de interacción entre los sujetos.

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2003

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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11 de abril de 2014

UN EJERCICIO COGNITIVO-LÚDICO QUE TAMPOCO ES ARTE...

     Por Armando Almánzar-Botello

     «En primer lugar, ¡alfabetizarlos verdaderamente!» Charles Robert Darwin

     No me seduce la “divina” gracia palabrera de la banalidad. 

     No me atrae la mixtura indiscriminada o arbitraria de categorías y registros conceptuales disímiles, ni tampoco me cautiva el simple desatino pseudofilosófico sin mayores consecuencias... 

     No me siento encandilado por los sofismas ni por la retórica “obsesivo-compulsiva” de ciertos poetas, de algunos discursos teorético-pintorescos y pseudoinnovadores. 

     Filosofar es otra cosa... Aunque reconozco el relativo poder de tanteo, exploración y autoesclarecimiento que asiste a ese “retozo” cognitivo en cierta etapa relativamente temprana del desarrollo intelectual del sujeto: en la común adolescencia del pensamiento. 

     Esa mera palabrería como “savoir-faire” empalagoso y aburridísimo, como juego previsible, como fuga de ideas que simplemente respeta la sintaxis canónica (o ni eso) pero no conlleva, en sentido estricto, la delimitación de un campo (a)significante ni el abordaje crítico de problema real y filosófico-teórico alguno, posee ciertamente un valor estructurante y hasta terapéutico: “Espacio potencial de juego”, lo denomina Winnicott. 

     Pero aunque dicho espacio sea necesario para la incubación de la subjetividad, filosofar es otra cosa. 

     No me inspira mucho respeto, si de pensamiento poético y filosófico se trata, la sintaxis del dislate brillante o la trivialidad vestida de galas lenguajeras… Jacques Lacan, por ejemplo, es otra cosa muy diferente. 

     La deriva oscura del significante y la flotación de los categoremas debe producirse con los ojos bien abiertos, en tensión con la claridad de la cognitio y de la traditio [...]

     Por otra parte, aunque las luces no deben ser tan fuertes que puedan cegarnos (J. Lacan), el asumir, con pretensiones de “fechar obra” en las esferas estético-creativas, estrategias como el “sinsentido dadaísta”, el “método surrealista” o la “escritura barroca sistemáticoneológica”, implica —siempre lo ha implicado, incluso contra la radicalidad seductora de ciertos planteamientos de Góngora, Tzara y Breton—, desplegar sueños, pero sueños dirigidos, delirar, pero con delirios orientados: una suerte de “tramar” o “encauzar” quimeras o espejismos... 

     No se trata de promover el puro e incurable azar o el mero caos privado de la tensión que debe guardar con la vigilante voluntad de orden, de forma.

     Si así lo fuera, el auténtico pensar y el genuino crear resultarían ser cualquier cosa. 

     Sería o valdría lo mismo decir, por ejemplo, “babababa” o “kakekekelalala”, utilizando los conectivos, unos cuantos verbos, sustantivos, adverbios y adjetivos, para luego permutar con ellos los dos mencionados “neologismos” manteniendo cierto respeto a la sintaxis formal durante 300 páginas, que escribir la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, “Don Quijote de la Mancha” de Cervantes, las “Investigaciones filosóficas” de Wittgenstein, el “Ulises” o el “Finnegans Wake” de James Joyce [...]

     [Filosofar-escribir sería algo así como: “babababa sin kakekekelalala no es babababa irredento, pues babababa come ahora kakekekelalala lloviendo y el kakekekelalala que sólo es kakekekelalala piensa kakekekelalala prohibido y paraguas lobuno. El testamento kakekekelalala remite o dimite kakekekelalala y babababa, pero solo el humor negro sanguinolento es kakekekelalala y es también máquina combinatoria kakekekelalala y babababa”...]

     ¡Evidentemente que el “Finnegans Wake” de James Joyce, por ejemplo, no se podría reducir jamás a este juego trivial...! 

     Si se pudiera reducir la cogitación o la poesía a este insulso recurso combinatorio, filosofar sería entonces el reino del “disparate” elevado al estatuto absolutista de escritura soberana... ¡Una simple tontería!

     En muchas ocasiones, puede obnubilar nuestro juicio la cándida certeza paranoica de que estamos innovando, o también el percibir como simple “juego de palabras” aquello que desborda nuestras competencias cognitivas. ¡No todo vale! 

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11 de abril de 2014

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana
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AGOSTO DE 2020

UN FRAGMENTO QUE VIENE A CUENTO:

     «El objeto de la ciencia no son conceptos, sino funciones que se presentan como proposiciones dentro de unos sistemas discursivos. Los elementos de estas proposiciones se llaman “functores”. Una noción científica no se determina por conceptos, sino por funciones o proposiciones [...] La primera diferencia entre la filosofía y la ciencia reside en el presupuesto respectivo del concepto y la función: un plano de inmanencia o de consistencia en el primer caso, un plano de referencia en el segundo. El plano de referencia de la ciencia es uno y múltiple a la vez, pero de otro modo que el plano de inmanencia. La segunda diferencia atañe más directamente al concepto y a la función: la inseparabilidad de las variaciones es lo propio del concepto incondicionado, mientras que la independencia de las variables, en unas relaciones condicionables, pertenecen a la función [...] Diríase que la ciencia y la filosofía siguen dos sendas opuestas, porque los conceptos filosóficos tienen como consistencia “acontecimientos”, mientras que las funciones científicas tienen como referencia unos “estados de cosas o mezclas”: la filosofía, mediante conceptos, no cesa de extraer del estado de cosas un acontecimiento consistente, “una sonrisa sin gato” en cierto modo, mientras que la ciencia no cesa mediante funciones, de actualizar el acontecimiento en un estado de cosas, una cosa o un cuerpo referibles. Desde esta perspectiva, los presocráticos poseían ya lo esencial de una determinación de la ciencia, válida hasta nuestros días, cuando de la física hacían una teoría de las mezclas  y de sus diferentes tipos. Y los estoicos llevarán a su desarrollo culminante la distinción fundamental entre los estados de cosas o mezclas de cuerpos en los que se actualiza el acontecimiento, y los acontecimientos incorpóreos, que se elevan como una humareda de los propios estados de cosas. Así pues, el concepto filosófico y la función científica se distinguen de acuerdo con dos caracteres vinculados: variaciones inseparables, variables independientes; acontecimientos en un plano de inmanencia, estados de cosas en un sistema de referencia (de lo que  se desprende el estatuto de las ordenadas intensivas diferente en ambos casos, puesto que constituyen los componentes interiores del concepto, pero son solo coordenadas a las abscisas extensivas en las funciones, cuando la variación no es más que un estado de variable. Así pues, los conceptos y las funciones se presentan como dos tipos de multiplicidades o variedades que difieren por su naturaleza [...]» G. Deleuze y F. Guattari: ¿Qué es la filosofía?, pp. 117, 126-128

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