«Pienso en familias donde habría no solamente dos o tres madres, sin contar los padres [o las suplencias sinthomáticas del padre], sino en familias compuestas de 3 + n padres. Eso ya existe. Y actúa, además, en el inconsciente de las familias más “formales”. Si se toma seriamente en cuenta la complejidad ya efectiva de las relaciones parentales en las sociedades occidentales, se tiene una primera idea de la futura madeja.» Jacques Derrida
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
A Jacques Lacan; a Jacques Derrida, in memoriam
A Élisabeth Roudinesco
A Michel Tort
A Narciso Isa Conde
A los malos hijos; ¡que Dios los bendiga!
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El nombre-del-padre, la función paterna y la metáfora disyuntiva-conjuntiva, elementos reguladores que operaban en el seno de la familia como instancias del logos separador-vinculador en su carácter de principio tradicional de autoridad en las sociedades androcéntricas occidentales (Élisabeth Roudinesco), han sido violentamente erosionados —proceso que se acelera a partir de una cierta etapa de la modernidad y de la postmodernidad—, por una racionalidad económica y cognitivo-instrumental que solo parece reconocer, como única o básica garantía del lazo social, del vínculo cultural o del nexo de convivencia, al poder económico-político hipostasiado, absolutizado, voluntarista, y al dominio tecnocientífico manipulador puesto al servicio de la hegemonía del gran capital. ¿Adiós a la figura paterna, por ingenua?
Como dice Michel Tort, debemos inventar o descubrir modos nuevos de funcionamiento eficaz de la paternidad en el contexto de las nuevas suplencias del nombre-del-padre exigidas por las transformadas estructuras de la sociedad.
Ello no implica, bajo ningún concepto, el transferir al mercado absolutizado, a la axiomática del capitalismo como instancia reguladora de lo social, todo el poder simbólico de la vieja figura paterna propia de las decadentes sociedades androcéntricas.
Debemos descubrir nuevas formas o instancias reguladoras en el orden simbólico que operen como mecanismos de vendaje de lo social, de síntesis disyuntiva/inclusiva. Debemos abocarnos a nuevas suplencias del nombre-del-padre.
Pero es preciso reconocer que ninguna sociedad funciona sin mecanismos de prohibición y de regulación, de “contrabandas” de limitación de la dispersión originaria de la “banda” de lo múltiple (Jacques Derrida), funciones de “marcaje” asignadas anteriormente a la figura clásica y omnipresente de la función paterna, al Nombre del Padre en su vertiente androcéntrica de vocación absolutista.
Paradójicamente, solo pensamientos polivalentes y complejos, alertados por el psicoanálisis freudo-lacaniano y por el marxismo —orientaciones tradicionalmente ligadas al llamado “sesgo falogocéntrico”—, pueden ofrecer las más afinadas capturas conceptuales de la mencionada crisis parental del androcentrismo y de las mutaciones que ya se perfilan en las estructuras familiares propias del mundo capitalista de Occidente.
Un catastrófico proceso de tribalización galopante y de promoción de lo que Jean Baudrillard denominaba “androginia metastásica”, se confunde con las seducciones perversas y los “metamorfismos” del Mercado, con la más mostruosa crisis de las estructuras de parentesco.
El riesgo, la peligrosidad de esta crisis, como bien lo señala Élisabeth Roudinesco, se puede medir en el esfuerzo desesperado de ciertos sectores de poder por restaurar una figura superyoica y perversa de “dios-padre”, mediante el abocamiento a nuevas formas de tiranía y culto a la personalidad, que pretenden rehabilitar viejos fantasmas dictatoriales, autoritarios y feroces. Paradójico intento de salvarnos del caos mediante un retorno supuestamente apotropaico y talismánico de lo monstruoso reprimido que vuelve, sigilosamente, transmutado en presunta instancia benéfica, salutífera y salvífica, convertido en aparente amuleto para exorcizar el desastre y salvar al orden social de su disolución.
Aclaramos que este fantasma del “padre-salvador” que retorna, es un complemento perfecto de la estructura criminal del psicobiopoder mítico y de la crisis misma que se pretende conjurar con una apelación desesperada al viejo autoritarismo.
De hecho, para superar en profundidad esta crisis se requiere de una nueva estructura familiar, permeada y regulada por una racionalidad activa que deje lugar a la desnudez del Acontecimiento, a la posibilidad “sanadora”, benéfica, de la coapropiación y la transapropiación (Ereignis: Heidegger).
El nuevo espacio familiar que germina hoy sobre las deterioradas instituciones patriarcales (viejas familias en crisis, ejército, iglesia, partidos políticos tradicionales, etcétera), permitiría, quizá, el encuentro efectivo con lo heterogéneo, el diálogo con la diferencia y el posible respeto positivo a la radical alteridad del otro. Se esperan, en un escenario de profundas transformaciones antropológicas, nuevas suplencias estabilizantes y sublimaciones sinthomáticas de los nombres-del-padre...
A través de una Verwindung-Andenken, pensar-actuar-rememorante, superador del Ge-Stell, entendido este último como estructura de imposición o dominación tecnológica (Heidegger), se prefigura el espacio de una nueva socialidad efectivamente dialógica en el horizonte de lo que Jacques Derrida concibe como “la democracia por venir”.
Derrida nos dice que, si bien la familia no es a-histórica, es una estructura matricial transhistórica que varía en su dinámica, su política y su estructura, pero conservando siempre cierta capacidad de producción/aniquilación de subjetividad.
Considera Derrida que frente a la presente decadencia del modelo familiar nuclear burgués, y con las posibilidades que ofrecen en su ambigüedad problemática las mismas tecnociencias (la genética molecular, la genómica, etcétera), debemos entender como algo inevitable el abrirse a nuevas estructuras parentales —por lo demás, ya en curso de articulación localizada—, con los pro y los contra que dicha apertura conlleva (Donna Haraway).
Esa inédita bisagra simbólica de una familia redefinida y reorientada en sus estrategias (É. Roudinesco, D. Haraway), operando como espacio simultáneamente conjuntivo y disyuntivo entre lo micro y lo macro político y social, debería promover la multiplicidad, el lazo trans-binario entre las partes y la dimensión creativa, democrática y multiforme de sus mecanismos de regulación, de sus instancias de “auto-eco-organización” (Edgar Morin).
Ello vendría a sustituir la lógica destructiva de la simple “apropiación” capitalista que aplasta y sumerge a la “otredad” en el agujero negro de la misma estructura familiar en crisis, o que solo reconoce y “respeta” en ese “otro” su poder adquisitivo en el seno de las relaciones de producción/distribución/consumo, su capacidad funcional de control y eficacia en el contexto de los poderes establecidos, su mera obediencia o subordinación a los poderes fácticos más mercuriales y ligados a la más cruda conveniencia economicista.
La familia, como aparato ideológico del Estado Capitalista en crisis, se manifiesta como una simple y perversa microempresa de promoción de la competencia, del mero cálculo de conveniencia entendido como prosecución prostitutiva de las estrategias de beneficio egoísta, y en muchas ocasiones, de simple goce retorcido y éticamente ilícito.
La ética no se reduce a la moral espuria de la conveniencia digitígrada.
La familia mutilada, tribalizada y pervertida por el biopoder capitalista, ha devenido desde hace largos años en espacio que fomenta la rivalidad y los celos (M. Foucault, D. Cooper, R. D. Laing, A. Esterson), el aprovechamiento ciegamente pragmático de la llamada “educación-formación-cultura”, e incita al consumo voraz de los diversos objetos del mundo entendidos en clave mercantil, hedonista y escaladora.
Las diversas instituciones del sistema capitalista “senil”, patológico, inhumano, constituyen, en mayor o menor grado y en sus protocolos internos de funcionamiento (como bien lo demostró en el pasado Siglo XX la psicohigiene y la psicología institucional de un José Bleger, por ejemplo), espacios proyectivos en los cuales los diversos sujetos-agentes efectúan procesos de producción y reparación simbólica de objetos y daños imaginarios, muchas veces vacíos de real significación macrosocial y de genuino valor para acrecentar las intensidades vitales de los sujetos.
Allí, repetimos, en este campo institucional atroz, los sujetos actúan mecanismos de reparación fantasmática de lesiones psicosociales; se proponen la adquisición de supuestas insignias ideales de poder en un territorio de violencia obtusa e improductiva, de obsolescencia programada cuya única finalidad es garantizar la permanencia del Orden más injusto y antidemocrático, orden productor de falsa alegría afirmativa, de meros valores reactivos, de tristeza y sufrimiento generalizados (J. Lacan, J. A. Miller).
No está demás recordar que dicho contexto institucional de ideología pseudofamiliarista extendida, de privilegios y grupismos-favoritismos, opera hoy como “territorialidad perversa y arcaica del artificio” (G. Deleuze) al servicio del gran capital financiero.
En dicho recinto “familiarista” estallado se exalta, con más fuerza que nunca, la grotesca y descarnada lucha por la vida en una “atmósfera difusa de odio renegado” y asignación caprichosa de roles, máscaras y papeles en función de los intereses del Poder más inicuo, mentiroso y genocida.
Los “bienes” que promueve la “familia-empresa” patológica tardomoderna, coinciden con la más trivial bisutería del Mercado, la misma que garantiza a los agentes de la Bolsa Cultural, cuyo Padre Ideal es Don Negocio, la “mascarada del goce” y del estatus en su vacua mostración de falsa cura.
La ausencia de genuina solidaridad, promovida estructuralmente por el sistema y sus agentes del poder político-económico, se tapona con un cinismo polimorfo y sus descaros múltiples, con el disimulo minucioso y mezquino de los motivos egotistas, “humaniteros” y pseudofilantrópicos de la acción, con el fetichismo tecnológico pueril que coloca al gadget tecnológico (junto al animal fetichizado y pseudoprotegido en sus derechos) en el lugar de “partner ideal” y gran Otro sin fisuras.
A esto se suma la vocación de gasto suntuario y de consumo conspicuo (T. B. Veblen) promovida por el aparato familiar para intentar la compensación artificial e inauténtica de las más profundas minusvalías y resentimientos psicosociales del sujeto (A. Adler), mas no para contribuir a su liberación en un nuevo proyecto convivencial (I. Illich) que permita, a través de un contrato de equidad y justicia social, la satisfacción de sus diversas e históricas necesidades concretas.
La familia tradicional decadente —lo que de ella queda en nuestro complejo mundo occidental—, castiga a sus miembros cuando se apartan de esos mandatos superyoicos del “¡goza!” fálico, del “principio de placer-principio de realidad”, verdaderos “imperativos hipotéticos”, cada vez más explícitos, de productividad como dominio, de eficiencia mercurial, de maximización de beneficios y reducción de los conflictos al “cero nirvánico” en nombre de la mayor de las violencias: la destrucción del sujeto simultáneamente único, múltiple, conflictivo-creativo, pensante, contradictorio y actuante.
En este patológico y confuso contexto de falsa democracia, el mero hecho de alcanzar el poder confiere al sujeto, supuestamente, autoridad ética e intelectual.
La maquinaria familiar, estructuralmente hablando (sin dudas que hay excepciones a esta norma), es hoy por hoy un simple negocio o contrato fraudulento regido por las leyes del Mercado y la ignominia política oportunista.
Las auténticas y necesarias jerarquías que deben existir en las estructuras familiares e institucionales, determinadas por criterios válidos de madurez cognitivo-afectiva integral y por auténtica “experiencia creativa” de sus miembros, establecidas por un capital simbólico adquirido con real esfuerzo, metabolizado y diferenciado al ritmo de una genuina asimilación y cuyos contenidos y beneficios se desean transferir por vías pluralistas, democráticas, no sometidas a la mera violencia espectacular, pragmático-egotista o simplemente mercantil, ceden ahora su lugar al establecimiento de jerarquías espurias, no basadas en la equidad, en la igualdad de oportunidades, en la justicia o en la multiplicidad convivencial, sino sustentadas en el mismo poder económico fanfarrón e hipostasiado que oprime a lo múltiple en el seno de la dimensión macroscópica de cierto contrato social.
Este espacio capitalista perverso de interacción y “sujetación” se descubre subordinado en última instancia a las reglas del capital glocal militar-financiero, con vocación de convertirse en Amo absoluto de la realidad planetaria criminalmente homogeneizada en su pseudodiferenciación espectacular.
Debemos resaltar el hecho de que lo apuntado anteriormente sobre la decadencia de una cierta manifestación histórica de la familia y de las estructuras sociales con las que ella guarda una relación compleja, “endo-exo-causal”, no constituye un simple problema moral sino una problemática de amplitud antropológica, de magnitud histórica, económico-política, jurídica, psicológica. Esa crisis debe ser analizada y enfrentada sociedad por sociedad, sin que esto excluya las alianzas coyunturales transversales o transvernáculas entre las llamadas fuerzas emergentes de vocación pluralista y radicalmente transformadora que se manifiestan biopolíticamente en el seno de las poblaciones (G. Deleuze. M. Foucault, G. Agamben).
El problema señalado no se enfrenta con una simple apelación a las buenas costumbres. No es asunto de un retorno a la supuesta dignidad folklórica de nuestros abuelos. Implica una multiplicidad de luchas que podrían expandirse desde la práctica programática de la desobediencia civil hasta la toma del poder y control efectivo de ciertos estamentos sensibles del Estado y de la sociedad civil popular, con miras a la transformación profunda de las estructuras simbólicas, tecnocientíficas, socioeconómicas y jurídico-políticas que codeterminan la crisis de las estructuras familiares del capitalismo y sus valores nihilistas reactivos…
Como hemos repetido en otros contextos de nuestras ingenuas o modestas reflexiones, se hace necesario un combate político que abarque un doble registro. Por un lado: la lucha popular, descentralizadora, de cara a la comunidad local y global, una lucha que intente construir una cierta neoautonomía relativa desde abajo, sustentable, abierta a múltiples formas de propiedad y gestión de los capitales económico, social y simbólico, y, por el otro: una lucha por redefinir el papel del Estado, por pensar u orientar sus vínculos con el funcionamiento —ya efectivo en muchos casos— de nuevas configuraciones familiares y macrosociales realmente saludables. Hablamos de un proceso de profunda renovación de las políticas públicas y privadas, orientado por la búsqueda de inéditas relaciones de producción y de nuevas y más solidarias modalidades de interacción entre los sujetos.
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2003
Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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