«Como nos recuerdan aquellos grandes pensadores que transitan por las líneas filosóficas fronterizas y posfundacionalistas de conversación o diálogo características de un Eugenio Trías, un Jacques Derrida y un Gianni Vattimo, por ejemplo, el “Dios ha muerto” de Nietzsche no equivale al “Dios no existe” del ateísmo. El fin de la metafísica, tal como Heidegger interpreta la afirmación de Nietzsche, no implica una imposibilidad para el humano (Dasein) de relacionarse con lo divino, concebido este como instancia situada en un más allá del fundamento y la metafísica de la presencia trascendental. Ese fin de un Dios cosificado, interpretado desde las premisas ontoteologicas, jamás clausura de forma definitiva la experiencia religiosa sino que abre nuevas vías de relación con lo divino y lo sagrado. El ateísmo, como resultado de una supuesta demostración científica, lógica, cognitivo-instrumental de la no existencia de Dios, es tan metafíco e idealista como la creencia en un Dios moral y trascendente cuya muerte es declarada por Nietzsche y por Heidegger» Armando Almánzar-Botello
«A pesar de haber postulado Jacques Lacan que la verdadera fórmula del ateísmo no es decir «Dios ha muerto» o «Dios no existe» sino «Dios es inconsciente», a mi modesto «entender no entendiendo» digo que dicho paradójico “real inconsciente” de Dios (J-A Miller) tan solo es “mostrado” por la fe. El científico, en su rol de creyente en Dios, tan solo constituye la prueba palpable del enigma “central” y persistente de la (in)humana existencia descentrada y cavilante, a pesar de las explicaciones científicas, lógicas o predicativo-discursivas del Universo.» Armando Almánzar-Botello
Por Armando Almánzar-Botello
La racionalidad cognitivo-instrumental y calculadora (cuyo exponente principal son las tecnociencias), no es la única forma de racionalidad existente o valiosa para los seres humanos.
Existen, además, la racionalidad ético-práctica, la racionalidad estética... y la metarracionalidad compleja, dialógica, no sometida al mito de la unidad/totalidad/verdad, y que permite la inter-retro-acción entre las diversas racionalidades.
Por su parte, el problema de la existencia o no existencia de Dios no se analiza en términos lógico-identitarios o predicativos, cognitivo-instrumentales, porque, como bien decía el filósofo español Xavier Zubiri, no se trata allí de un asunto ligado al mero “asentimiento intelectual”, lógico-analítico, sino a la “admisión” paradójica —por un acto de fe entendido como certeza sin fundamento externo a él mismo—, de lo inconcebible, de aquello inabordable por simple vía discursiva...
Un científico creyente no garantiza ni ofrece un testimonio más sólido de la existencia de Dios que un simple analfabeto creyente.
La existencia de Dios no se “demuestra”, no es asunto de racionalidad científica. Ahí está el error: seguir subordinando todas las dimensiones de la experiencia, del ser y del no ser, a la eficaz pero limitada racionalidad cognitivo-instrumental de la ciencia.
A pesar de haber postulado Jacques Lacan que la verdadera fórmula del ateísmo no es decir «Dios ha muerto» o «Dios no existe» sino «Dios es inconsciente», a mi modesto «entender no entendiendo» digo que dicho paradójico “real inconsciente” de Dios (J-A Miller) tan solo es “mostrado” por la fe. El científico, en su rol de creyente en Dios, tan solo constituye la prueba palpable del enigma “central” y persistente de la (in)humana existencia descentrada y cavilante, a pesar de las explicaciones científicas, lógicas o predicativo-discursivas del Universo.
Como decía el gran filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein en su “Tractatus logico-philosophicus”: “Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio…”
Independientemente de lo dicho, no todo se reduce a la lógica apofántica (lógica aristotélica de la identidad y de lo “verdadero” o “falso”), también existen las denominadas lógicas paraconsistentes o inconsistentes...
Algunos matemáticos afirman que el elemento intuitivo, no formalizable, imaginario, no susceptible de reducirse a una axiomática clausurada y autosustentable, no puede ser erradicado del ámbito de la simbolización lógico-matemática. ¡Y eso pasa en la ciencia de las ciencias: la matemática!
Con ello se dice indirectamente que lo Real inconmensurable, imponderable, no tiene cierre, y por ende, no permite erigir a la ciencia en sustituto totalitario de toda modalidad de pensamiento: Tecnofascismo cientificista.
Si bien la denominada “función paterna”, y los llamados “Nombre-del-Padre” y “Metáfora-Paterna” (arraigados en una tradición teísta abrahámica), se han visto despotenciados por el pensamiento científico, ello no comporta necesariamente y de modo lineal un “progreso” para los seres humanos, y más cuando se comprueba el alarmante proceso de “tribalización entrópica” que vive actualmente la humanidad “tecnocientífica” globalizada (ver, por ejemplo, los estudios de Élisabeth Roudinesco sobre la crisis de la familia y otras instituciones en la era de las tecnociencias), fenómeno “psicotizante” correlacionado con un cierto laicismo cientista a ultranza.
Ello tampoco debe autorizar a los cristianos creyentes a “golpear con la cruz”, a decretar la comunión o el culto obligatorios, como dijo cierta vez Octavio Paz, ni mucho menos a la comisión de actos terroristas en nombre de un Dios que anula la decisión y la responsabilidad jurídico-penal de la persona.
No promovemos ni respaldamos aquí ningún tipo de fundamentalismo estético-religioso: ni cristiano-católico, ni cristiano-protestante, ni judaico, ni islámico...
Aceptamos como buenas y válidas las creencias místicas y las prácticas est/éticas que operan fuera del contexto abrahámico, siempre y cuando enriquezcan la multiplicidad y el saludable pluralismo del lazo social, contribuyendo a sus metamorfosis creativas en nombre de un “proceso de verdad” (Alain Badiou) como incremento de vitalidad o potencia de afirmación existencial.
Creemos en la libertad de cultos, en la libre escogencia de creencias artísticas, religiosas y perspectivas vitales de fe. Favorecemos un cierto diálogo ecuménico que incluiría también con respeto, en igual medida que a los creyentes, a los no creyentes o ateos.
Existen, en la postmodernidad del siglo XXI, muchas formas imprevistas de patologías fundamentalistas, de perversiones pseudomísticas y de microfascismos estéticos disfrazados.
Debemos cuidarnos de no sufrir ninguno de dichos tropiezos cuando realicemos nuestras cotidianas prácticas sociales y discursivas.
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