lunes, 8 de diciembre de 2025

JACQUES LACAN Y LE SINTHOMADAQUIN

Lo “eausbcène” lacaniano, como nueva forma joyceana de la belleza rota


Por Armando Almánzar-Botello

A James Joyce; a Diana S. Rabinovich, in memoriam
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Jacques Lacan, en varias zonas relevantes de su obra, trabaja muy seriamente con el pensamiento de Tomás de Aquino.

Yo también, desde muy joven, estuve muy interesado en el pensamiento de Santo Tomás, dada mi formación religiosa: aspiraba a ser sacerdote y estudié en colegios religiosos.

Leí, en mi remota adolescencia, al James Joyce tomista (Retrato del artista adolescente) y al pensador francés neotomista Jacques Maritain, algunas de cuyas obras, junto a varias de Santo Tomás de Aquino, por supuesto, se encontraban en la biblioteca de mi padre.

Lacan relaciona el concepto tomista de “claritas” con el “ekphanestaton” griego, categoría que perdura en Europa a través de la tradición neo-platónica: la belleza como “resplandor violento”, como “esplendor”, como “claridad que ciega”...

Para Lacan, el velo de la belleza clásica, entendida como “proportio, integritas et claritas” (proporción, integridad y claridad) existe para ocultar la muerte. El enceguecimiento que produce lo bello tiende a ocultar la verdad del vacío, el abismo del no ser.

Matizando la concepción tomista, Jacques Lacan (James Joyce también), habla de la posibilidad de una “belleza rota” que trascienda la categoría tomista de “integritas”. Esa belleza rota, vulnerada, constituye más bien una “est/ética”.

Desde el romanticismo europeo, cuya “acta fundacional” (E. Trías) la levanta Kant con su Crítica del Juicio, como nos recuerda con pertinencia Eugenio Trías, las categorías de “proportio, integritas et claritas” son desbordadas por un concepto que, de hecho, ya estaba presente en el pensamiento occidental desde Longino: “lo sublime”. Esta idea o noción debe ser entendida como “exceso que anonada las categorías del entendimiento” y abre a lo informe, a lo desmesurado y abisal...

Sin que se pueda considerar clausurada la visión tomista de la belleza, la modernidad estética trabaja también utilizando categorías relacionadas con variantes de la idea de lo “sublime no ascensional ni catártico”: las ideas de “desmesura”, “fragmentación”, “abyección”.

Esas categorías las podemos relacionar con aquello que Ernesto Sábato, en El escritor y sus fantasmas, denominaba muy acertadamente y a propósito de las relaciones entre el arte moderno y el gran Dante Alighieri: “Belleza de los Abismos”...

Otros hablan, en la postmodernidad, de “estéticas de lo siniestro” y de “formas estalladas” o “abiertas” (Umberto Eco, Eugenio Trías, por ejemplo).

Dice Lacan:

«James Joyce se sometía a un trabajo bastante duro en relación con Santo Tomás de Aquino (saint homme). En lo que concierne a la filosofía, nunca se hizo nada mejor, hay que decir las cosas como son —es la pura verdad. Esto no significa que Joyce estuviera perdido respecto de eso a lo que concede un gran valor, a saber, lo que él llama lo Bello. Consulten sobre este tema la obra de Jacques Aubert y verán que hay en el Santo Tomás de Aquino (sinthomadaquin) un no sé qué que él llama “claritas”, que Joyce reemplaza por algo como el “esplendor del Ser”, que es el punto débil...» Jacques Lacan. Seminario 23. El sinthome (seminario sobre James Joyce). Paidós, pp 14-18.

Resulta curioso pensar que un artista de genealogía tomista como lo es James Joyce, en lo referente a sus concepciones sobre “lo bello” termine produciendo una obra considerada por cierta crítica como algo monstruoso por excesivo, como lo es Finnegans Wake.

Borges consideraba una injusticia contra el autor de El proceso comparar esta novela con el Finnegans Wake. Solo la devoción excesiva del argentino por la literatura escrita en inglés le impide condenar abiertamente la obra “sutil y polimática” de Joyce.

Pero no debemos olvidar tampoco el hecho paradigmático de que varios formalistas y retóricos europeos, todavía en el siglo XIX y utilizando algunos criterios tomistas y neoplatónicos sobre lo bello, pretendían negar la grandeza estética de Shakespeare y Rabelais, por considerarlos “desmesurados”...

No obstante, como felizmente lo dijo el gran Samuel Beckett: “No es que ahora no haya forma, sino que debemos entenderla de un modo que no implique su neta separación con respecto al caos...”

La belleza existe, pero se juega hoy en el territorio del acontecimiento, del accidente contra-efectuado por la “voluntad de forma abierta”; en el espacio problemático y marginal de lo dañado, de lo roto, de lo averiado del ser...

Esa belleza, como nos recuerda Ignasi de Solà-Morales, más que una presencia que participa de la “firmitasvitruviana, constituye un “dispositivo proyectual” y una forma-sentido en los que se opera un choque revelador, intenso, (a)significante, no simplemente figurativo, entre las fuerzas plurales y profundas que vibran y afloran en el caos contemporáneo.

El poema y la obra de arte en general son producciones de pliegues y encuentros de signos estallados y esclarecidos (G. Deleuze); configuraciones semióticas que nos permiten la exploración del sinsentido, de lo complejo, de lo desconocido, del Afuera genético y su pluralidad (a)significante de singularidades: huellas y fuerzas que pueblan el eterno devenir de lo que permanece cambiando...

Armando Almánzar-Botello

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Febrero de 2015

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Santo Domingo, República Dominicana.

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