Dice el filósofo francés Jean-François Lyotard, de un modo ejemplar y contundente (cito):
«La modernidad actual espera que la "aisthésis" (la sensación), trabajada por el arte y la escritura, arranque al alma de la nada, y que la arranque justo a tiempo, urgentemente. Un ejemplo: comparen el amarillo del campo de trigo de Van Gogh con el prodigioso amarillo que utilizó Vermeer para templar el muro de ese cuadro que se llama "La ciudad de Delft".
”Hay un muro que rodea la ciudad en primer plano y hay un extraño amarillo en esta pintura de la que Proust habla, en "En busca del tiempo perdido", como de una “sensación” (...) En fin, si ustedes miran los dos amarillos, el amarillo de Vermeer es un amarillo temperado, de temperancia, que acoge, que llama la mirada dulcemente y no la fija en forma violenta como el de Van Gogh.
”El tratamiento de lo sensible es totalmente diferente: mientras que el amarillo de Vermeer no habla para nada de la muerte y confía en un acuerdo entre el "ánima" y la "aisthéton" (lo sensible), el amarillo de Van Gogh es un amarillo hecho para alertar, para despertar al alma sensible y salvarla de la muerte, del letargo. Entre los dos vemos el camino recorrido por la problemática nihilista de la estética de los últimos dos siglos de pintura europea.» Jean-François Lyotard.
Johannes Vermeer. La ciudad de Delft. 1658. Óleo sobre tela.
Digo ahora yo, mutatis mutandis:
En el arduo trabajo semiótico inverosímil, sublime y/o siniestro que comporta la concepción, alumbramiento y goce del auténtico poema en su polivalencia —labor en lo esencial siempre monstruosa por verificarse en conflicto con el lugar común de los decires banales y normativos, de las añejas cárceles taxonómicas roídas—, no debemos proseguir con simpleza imitando, plagiando y lamiendo insulsamente aquel mundo antiguo que se expresa en el oro melodioso y genuino de Johannes Vermeer, sin que atisbemos apenas la moderna prosodia rugiente, abierta y en curso, de un amarillo distinto, ambiguo como el phármakon, que aúlla y araña y despierta y advierte —dicción de un nuevo sol naciente con su oralidad en revuelta, que grita contra la decadencia y la muerte vestida de galas—, tal como aparece de modo renovado y promisorio en la obra feroz de un Vincent van Gogh.
Mutatis mutandis: No creo —¡oh viejos y gentiles caballeros de un mundo repetido sin gracia ni sustancia, y en efecto ya caído y hecho polvo!— en una poesía montada en el mero uso de lugares comunes, ni en acrobacias retóricas triviales, ni en mera cohetería o carpintería de sintagmas manoseados y cosmética ruin.
Aunque todo poema comporte oficio y artificio, el auténtico poeta no es el simple artesano constructor-repetidor de atareadas y baladíes maquinitas retóricas cuyo pueril funcionamiento imitativo se torna completamente previsible al compás de cada verso nauseabundo por banal. Como decía Pedro Henríquez Ureña:
«¿Dónde, pues, comienza el mal de la imitación? Cualquier literatura se nutre de influjos extranjeros, de imitaciones y hasta de robos: no por eso será menos original. La falta de carácter, de sabor genuino, no viene de exceso de cultura, como fingen creer los perezosos, ni siquiera de la franca apropiación de tesoros extraños: hombres de originalidad máxima saquean con descaro la labor ajena y la transforman con breves toques de pincel.
”Pero el caso es grave cuando la transformación no se cumple, cuando la imitación se queda en imitación.
”Nuestro pecado, en América, no es la imitación sistemática —que no daña a Catulo ni a Virgilio, a Corneille ni a Molière—, sino la imitación difusa, signo de la literatura de aficionados, de hombres que no padecen ansia de creación; las legiones de pequeños poetas [y de pseudoteórico-prácticos] adoptan y repiten indefinidamente en versos incoloros [y en banales ideologemas], “el estilo de la época”, los lugares comunes del momento.» Pedro Henríquez Ureña.
¡Cuántas supuestas singularidades vernáculas se robaron el aliento de e. e. cummings, por ejemplo, para decir hipócritamente, en su momento híbrico, de exaltación fáustica, aquello que consideraban "lo suyo absoluto”, y crear así, muchas veces, engreídas y falsas jerarquías
canallas y "tantísimos" oportunismos prosódicos y "originalidades" de tercera o cuarta categoría en el ping-pong poético trans-insular!
Desde el principio embozados, los creídos "dioses" del Parnaso, con la turbia y secreta pretensión de alcanzar un supuesto y excluyente dominio planetario, vinieron luego a ser asistidos en los hechos por las posibilidades que abre a su febril y descarada megalomanía la "omnisciencia" protésica del marketing y de las relaciones públicas, aplicada en contextos particulares de ignominioso "apandillamiento" y deslealtad. Pero esos “genios del plagio enmascarado”
no engañan a caballeros de mi estirpe.
Por razones muy precisas, desde niño jugué muy adentro en el mágico jardín laberíntico de la cultura y las
bellas artes universales. Allí vislumbré a Buda, a Homero, a Platón y a Lucrecio montados en monociclos pre-deleuzianos, y exploré con lupas, pero sin anteojos, la "Orestíada" de Esquilo y el Infierno familiar de la "Divina Comedia"; conocí el valor literario que anida en los caprichos de “la máquina de gorjear”
de Paul Klee... Sorprendí la filosofía implícita en la música plástica de Goya... Descubrí al mono de Zaratustra y me lo comí frito en manteca de cerdo cotuisano... Recibí mis primeras lecciones de economía política marxista y me fue revelado el arte de multiplicar canicas hipnotizando a los compañeritos de juego, pero me pareció un oficio indigno y nunca lo practiqué...
En ese mismo jardín, leyendo su obra desde mis catorce años, me convencí de que Shakespeare no era el inventor de lo humano y que lo hurtado, lo asquerosamente robado, aunque conozca el sujeto mangante mucha literatura universal, en especial poesía europea, oriental y norteamericana, y el "objetico" sustraído confiera su gran brillo momentáneo al nombre y a la casa del susodicho sujeto bribón, ¡aunque viva el tunante de marras de forma tan exitosa que pareciera se encuentra para siempre deslumbrado bajo el cielo brillante de Nueva York!, ese eso que se sabe así sisado, prosigue siendo del otro en la inmortalidad del Acontecimiento...
Descubrí también en el mágico jardín de la infancia cultural, que me importa un pito participar en concursos y que nunca debía compensar a mi madre de su carencia de pene —ni de otros pequeños defectos sociales—, intentando sentirme, ridículamente, su "a-dorado" compañerito de banca y pool... Desprecié allí los disfraces y piruetas pseudo-cortesanos y oscuros del
bufón (aunque nunca renegué de su auténtico rapsoda), y sepulté, provisionalmente, mi primera espada de sombra y un martinete de luz... El poema de Cummings es éste:
"Tanto ser diverso (tantos dioses y
demonios
éste más ávido que aquél) es un hombre
(tan fácilmente uno se esconde en otro;
y, no obstante, cada uno, siendo todos, no
escapa de ninguno)
tumulto tan vasto es el deseo más simple:
tan despiadada mortandad la esperanza
más inocente (tan profundo el espíritu del
cuerpo,
tan lúcido eso que la vigilia llama sueño)
tan solitario y tan nunca el hombre solo
su más breve latido dura un año terrestre
sus más largos años el latido de un sol;
su más leve quietud lo lleva hasta la
estrella más joven)
¿Cómo podría ese tanto que se llama a sí
mismo Yo
atreverse a comprender su innumerable
Quién?
(e.e. cummings. Tradución de Octavio Paz. Versiones y Diversiones. 1974).
Para generar nuevas autopistas del significado polivalente, nuevos “perceptos y afectos”, para vislumbrar en un relámpago lo eterno desgarrado, el poeta debe intentar quebrarle al mundo semántico sus trillados protocolos, su artrítico espinazo sintagmático!
Lo que hay que tener bien claro es que ninguna de las nuevas formas artísticas supera en calidad o simplemente anula el valor estético de las obras anteriores, aunque sí suspende “la preceptiva académica que le pudo servir de sustentación” (Alain Badiou).
Es decir: no se justifica, en términos estrictamente creativos, estético-semióticos, proseguir practicando el mero y yerto academicismo del soneto, por ejemplo, si no aportamos una dimensión realmente inédita, de espíritu innovador, al uso de este simple y/o complejo artefacto retórico.
Un poema como valor no es resultado de la mera corrección en el conteo de sílabas, ni de la utilización de un catálogo de "lindismos a-problemáticos" consagrado por la tradición y en consonancia con la sensibilidad "antañona" de ciertas mayorías... La organización rítmico-semántica del poema innovador, fuerte, desborda esta banal preceptiva y se abre a la indeterminación, a la radical exploración de lo indescrito.
Lo anteriormente dicho, desde luego, no impide, si nos viniera en ganas, producir con métrica febrilidad sonetos, redondillas y silvas para decir extra-literariamente (si es que no podemos crear, utilizando esos antiguos recursos, un auténtico y singular poema) lo que nuestro viejo y "ronroneante" corazón nos dicte.
Lo importante no es negar lo "Antiguo", la Tradición. Pretender hacerlo así, como resalta Umberto Eco, nos dejaría mudos, nos conduciría al vacío y al silencio. Lo relevante es reenunciarlos con vigor profundo, recordar que si bien no todo lo llamado "experimental" o "nuevo", por el hecho simple de serlo, tiene valor artístico, menos lo tiene repetir inercialmente las prestigiosas fórmulas asociadas a los grandes creadores y genios inmortales, aquellos que nos legaron ya el salutífero esplendor y el "acmé" de dichas formas.
¿Para qué repetirlas mecánicamente y en "clave baja menor", si podemos leerlas en toda su potencia polivalente y disfrutar de sus irrevocables conquistas y riquezas? Lo que debe quedar bien claro, frente al nihilismo implícito en cierta postura conservadora y estancada, pero también en cierto "aperturismo" estético indiscriminado y banal, es que ¡"no todo vale", estéticamente hablando!
La buena crítica, sin caer en el simple relativismo, participa de una profunda comprensión de las "afinidades electivas" históricamente definidas por razones de Zeitgeist y Weltanschauung; no pierde nunca de vista los correlatos simbólicos de los estados ideo-afectivos que la organización de la obra en cuestión define con su específica e imprevisible articulación semiótica.
Mutatis mutandis, Umberto Eco nos recuerda que la forma clásica de la sonata, por ejemplo, implica unos criterios de organización distintos a los de la música atonal-dodecafónica, en la que los principios de ruptura del esquema probabilístico son diferentes a los clásicos. Pero estamos convencidos de que las nuevas formas, en su momento llamadas "vanguardistas" o "ultravanguardistas", no destruyen o invalidan estéticamente la dación de forma anterior.
Toda obra, por más radical y de ruptura que sea, se plantea implícitamente, siempre, como un ensanchamiento y enriquecimiento de nuestro campo "percepto-ideativo", de nuestros “perceptos y afectos”, como dicen Deleuze-Guattari.
En sentido general, el valor estético concreto de una obra artística genuina es resultado de una compleja conjunción de factores que sólo pueden ser percibidos, caso por caso, al aplicarse a dicho objeto una crítica inteligente, informada y teóricamente sustentada por una singular modalidad de aproximación al texto creativo, acercamiento que posicione a éste en los necesarios contextos que permitan señalar los rasgos distintivos e innovadores que lo elevan a la dignidad de la Cosa (das Ding).
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Domincana.
Otra versión distinta de este texto:
Blog Cazador de Agua: http://tambordegriot.blogspot.com/2014/02/he-aqui-los-reales-motivos.html
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¡FALTAS ORTOGRÁFICAS LOS CUERVOS! BREVE TEXTO RETOCADO.
Vincent van Gogh. Campo de trigo con cuervos. Óleo. 1890.
Por Armando Almánzar-Botello
1
"La repetición imaginaria no es una falsa repetición, que vendría a suplir la ausencia de la verdadera; la verdadera repetición es imaginación. Entre una repetición que no deja de deshacerse en sí, y una repetición que se despliega y se conserva para nosotros en el espacio de la representación, hubo la diferencia, que es el para-sí de la repetición, lo imaginario. La diferencia habita la repetición." Gilles Deleuze. "Diferencia y repetición".
"A la copia no le asiste la dignidad del simulacro." Armando Almánzar-Botello
Vincent van Gogh. Campo de trigo con cuervos. Óleo. 1890.
Por Armando Almánzar-Botello
1
¡Faltas ortográficas los cuervos! Aquí vuelan los pájaros en el campo de trigo de Van Gogh... Palpita la textura de la tela. Tensa piel que tiembla y se desgarra... Infinita cae la tarde... ¡Amarillo que grita contra el negro el cielo roto por la espátula! Otro ahora escribe. Algo solitario en él persiste. Mancha. Tintura honda su dolor sobre diez lienzos. Goce obscuro que dibuja erráticos grafemas, rabiosos caligramas delirantes...
2
2011-2014
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Domincana.
En el Blog Cazador de agua: "Faltas ortográficas los cuervos. Breve texto retocado."
http://tambordegriot.blogspot.com/2014/02/faltas-ortograficas-los-cuervos-breve.html
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Repetición de las pequeñas diferencias: aquí se alude a los cuervos en el campo de trigo de Van Gogh... Pinceladas que retornan, persistentes. ¡Amarillo terrible que grita contra el negro! Faltas ortográficas los pájaros. Mancha obscura... obstinada... ¡Colores!... La tarde borra letras con el viento: erráticos grafemas, paisajes de una herida, lentos labios delirados del desastre... Ahora llueve abstracto... ¿Esta nota simulacro de otro mundo es el poema?... ¡Lo eterno de la tarde se alumbra en el retorno!
2011-2014
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