domingo, 4 de octubre de 2015

RECORDANDO AL GRAN HUMBERTO FRÍAS. (Crónica).

DUELO, ENTENDIDO PSICOANALÍTICAMENTE COMO DINÁMICA EMOCIONAL DE REPOSICIONAMIENTO SUBJETIVO FRENTE A LA PÉRDIDA DE UN OBJETO DE CARGA O CATEXIS.

«Qué es un duelo imposible? ¿Qué nos cuenta este duelo imposible sobre una esencia de la memoria? Y en lo concerniente al otro en nosotros, aun en esta “distante premonición del otro”, ¿dónde está la traición más injusta? ¿Es la más angustiante, o aun la más fatídica infidelidad, la de un duelo posible que interiorizaría en nosotros la imagen, ídolo o ideal del otro que está muerto y vive sólo en nosotros? ¿O caso es la de ese duelo imposible, el cual, dejando al otro su alteridad, respetando así su infinito distanciamiento, rehúsa tomar o es incapaz de tomar al otro dentro de uno mismo, como en la tumba o la bóveda de un narcisismo?». Jacques Derrida, “Mnemosyne”, en “Memorias para Paul de Man”, Editorial Gedisa, Barcelona, 1998, p. 21.

Zona Colonial. Santo Domingo, República Dominicanna

Por Armando Almánzar-Botello


Mi querido y recordado amigo Humberto Frías, a quien personalmente me aproximé por vez primera en una reunión del "Cine Club Dominicano" allá por los años de 1970-71, era realmente un estudioso de múltiples disciplinas. Como a otros críticos vigentes en la época, lo veía intervenir en animados cine fórums que se realizaban en las salas de exhibición más importantes de aquellos tiempos, como eran, aquí en Santo Domingo, los cines Leonor, Olimpia, Rialto, Independencia, Élite, Santomé, etcétera. Allí, la palabra justa de Humberto, brillando con luz propia cargada de pertinencia, elegancia y erudición, siempre me había impresionado, y por ello deseaba con fervor tenerlo como amigo.

En el Cine Club Dominicano, cuando sus socios nos reuníamos los domingos por la mañana en el Cine Interior de Radio Televisión Dominicana para visualizar y comentar películas de calidad, tuve la gran satisfacción de conocer también, directamente y siendo casi un niño, a figuras que, aunque un poco mayores que quien escribe, constituían ya una parte importante y significativa de la juventud intelectual de aquellos años. 

Asístían a dichas reuniones, y las organizaban, jóvenes notables como Arturo Rodríguez Fernández, Carlos Francisco Elías, Tony de Moya, Danilo Ubrí, Tony Jansen (lamentablemente ido muy a destiempo), Pericles Mejía, Fernando Hued Namías, el propio Humberto Frías, y otras figuras no tan jóvenes, como el siempre recordado y admirado Padre Alberto Villaverde, sacerdote jesuita erudito y lúcido, administrador de una de las librerías más actualizadas de la época, la Librería Paz, y mi tocayo Armando Almánzar Rodríguez, figura intelectual que, además de su labor como crítico de cine (actividad que continúa ejerciendo con gran acierto hasta la fecha presente) ha descollado como narrador de cuentos y novelas hasta obtener el "Premio Nacional de Literatura" 2012. 

Siempre agradezco al escritor y crítico de cine Armando Almánzar Rodríguez su gran gentileza y generosidad, al permitir en los años setenta que yo, un desconocido joven imberbe y casi su homónimo (arista esta última que habría podido crear confusión dado que su padre y mi abuelo también respondían al mismo nombre y apellido), leyera, en su reconocido programa transmitido por la Emisora de Radio HIN, "Cine en Santo Domingo", extensas críticas y análisis sobre cine desde una perspectiva pretendidamente semiológica, metodología de abordaje del discurso cinematográfico y del hecho fílmico que no era muy conocida todavía en nuestro país. 

Que yo recuerde, sólo figuras precursoras en esos años, como el escritor doctor Diógenes Céspedes y el mismo Humberto Frías, tocaban esos aspectos de semiología en sus análisis cinematográficos. No se habían doctorado aún en semiótica intelectuales de la talla de Odalís G. Pérez y Fidel Munnigh. Este último realizó, por medios impresos, valiosa crítica de cine en los años ochenta, como en el mismo período la hizo Fernando Hued Namías, quien es poco recordado como crítico de cine, mas produjo excelentes trabajos de análisis.

Sé que no he mencionado a otras importantísimas figuras de la crítica cinematográfica dominicana de la época, tales como el Padre José Luis Sáez (figura mayor de la crítica de cine en el país dominicano), Álvaro Arvelo hijo, Agustín Martín Cano (mi profesor en el Colegio San Juan Bosco, cuando todavía Martín Cano era sacerdote salesiano), Efraím Castillo (intelectual y publicista que escribía sus críticas en aquella tan esperada revista rectangular, "Butaca 92", creada por Arturo Rodríguez Fernández), León David, Hermano Alfredo Morales (mi profesor en el Colegio Dominicano de la Salle, donde estudié desde 1967 hasta 1970 y participé en las actividades del Cine Club Estudiantil, aunque no formé parte de su membrecía "carnetizada")... etcétera. No obstante, ahora sólo resalto a las personas que recuerdo haber visto en el Cine Club Dominicano.

Pero volviendo a Humberto, debo decir que nuestro admirado amigo leía y estudiaba, con gran voracidad y provecho, literatura, filosofía, psicoanálisis, lingüística y semiología, antropología, sociología, historia... sin mencionar los más diversos textos sobre cine, área en la que se caracterizó por ser uno de los más profundos críticos con los que contaba la República Dominicana en los años setenta y principio de los ochenta.

También recuerdo que Humberto, mulato de tez clara y ojos rasgados, de no muy elevada estatura física y bigotito triangular poco tupido, les decía graciosamente a ciertos amigos que tenía origen japonés (rendía culto al cine de Akira Kurosawa y a todas las mejores películas del cine nipón), además de resaltar él mismo su analogía, en cuanto a estructura ósea, con una de sus figuras más admiradas en el mundo del cine: el inmenso Charles Chaplin. El querido amigo Humberto, cuando empezaba nuestra amistad a principio de los años setenta, sólo vestía con pantalones negros y chacabanas blancas o de colores muy claros. Tanto era su original comedimiento al vestir —unido esto al uso regular de un paraguas negro, hubiera lluvia o no— que yo mismo llegué a decirle que sólo le faltaba el bombín. Durante cierto tiempo, un primo mío y yo lo identificábamos como "el intelectual del bombín". Luego, bajo la influencia de sus relaciones con las damas, modernizó significativamente su muy sobrio "aliño indumentario". 

Humberto amaba profundamente el buen Jazz, el teatro y las artes plásticas en general. Poseía una memoria prodigiosa y una inteligencia preclara... Mas tenía una pequeña peculiaridad sintomática insoslayable (de la que muchos, quizá, participamos un poco): todos los libros los conocía, todos los había leído, sin excepción... 

Un día irrecuperable y mágico, a principio de los años setenta, Humberto y yo nos dirigíamos hacia la Zona Colonial (a la sazón yo vivía en la Calle Las Mercedes casi esquina Polvorín), ambos procedentes de CINEC, el Comité Pro-Instituto Nacional de Estudios Cinematográficos —concebido y fundado por el querido artista, escritor, abogado y amigo Jimmy Sierra—, una asociación cinematográfica y cultural que operó durante un cierto tiempo en la Avenida George Washington, en los salones del antiguo Movimiento Cultural Universitario MCU, y de la que fui socio co-fundador junto a su director Jimmy Sierra, y los profesores Omar Narpier, Danilo Ubrí, el propio Humberto, y un puñado de jóvenes inquietos de los setenta interesados en el cine, dentro de los cuales recuerdo a Jimmy Gómez Pineda, Enrique Chao (teatrista recientemente fallecido), Rafael Portorreal, Ricardo Beca, Jorge Diep Suazo (el hoy renombrado diseñador), Ramón Figueroa, etcétera. Hasta una persona con quien estudié durante todo el bachillerato en el Colegio Mahatma Gandhi, el hoy politólogo y especialista en asuntos de seguridad militar Daniel Enrique Pou Suazo, fue convencido por mí para trabajar como actor en CINEC, y se ofreció para ser filmado por Omar Narpier, en el Parque Mirador Sur, adoptando al desplazarse por el hermoso paisaje poses de león arrogante al borde mismo del rugido y el ataque... Pero esa es otra historia. 

Después de Humberto y yo conversar en el trayecto sobre variadísimos temas relacionados con el cine, la semiología y las imágenes: "cine de poesía contra cine de prosa" (Pier Paolo Pasolini, Eric Rohmer), "ensayos sobre la significación en el cine" y "lenguaje y cine" (Christian Metz), "análisis de las imágenes; retórica e imagen publicitaria; el dibujo humorístico" (Umberto Eco, Jacques Durand, Georges Péninou, Violette Morin), "historia del cine mundial" (Georges Sadoul, Pierre Leprohon), "el sistema de los objetos" (Jean Baudrillard)... nos detuvimos en la calle El Conde esquina Palo Hincado, frente a la Cafetería Paco's. 

Explorábamos el ambiente con nuestras miradas inquisitivas, cuando algo cruzó como una ráfaga por mi mente, y acto seguido le pregunté a Humberto, de forma súbita y con la mayor 'ingenuidad' del mundo, si había leído a un escritor norteamericano, muy poco conocido pero considerado por cierta crítica como un excelente estilista, creador de caracteres ligados al Período de La Ley Seca Norteamericana, y que respondía al nombre de Henry Bashintong French, autor de la importante novela Ten Years After, entre otras obras. 

Humberto, ni corto ni perezoso, me dijo del modo más natural y con su típico acento perspicaz y cargado de ironía: 

—¡Claaaaro que lo conozco muy bien, amigo Armando! Excelente novela Ten Years After… 

De inmediato yo, posicionado desde hacía cierto tiempo como sujeto cuasi-analizante, bajo los efectos de una transferencia psicoanálitica en la que le confería incondicionalmente a Humberto, hombre de más edad, el carácter de sujet supposé savoir (sujeto que se supone sabe), y que venía sintiéndome impresionado por su vocación ilustrada y omnívora, descubrí una brecha o fisura en el edificio de la Biblioteca de Alejandría, y contra-ataqué: 

—¡Humberto, pero ese autor me lo acabo de inventar ahora mismo, tú no puedes haberlo leído! 

Nuestro querido y tolerante amigo comprendió que se encontraba en dificultades ante la insolencia de ese muchachito necio que fui a mis diecisiete años (y que en ocasiones retorna en mí de modo imprevisto) y me respondió: 

—¡JaJaJa! Armando, sé que no existe ese autor, pero te dije que sí le conocía para estudiar tu "incipiente capacidad de mitologizar". ¡Te invito a que tomemos una copa de vino!

Nos dirigimos entonces al Restaurante La Carreta, administrado por Rafael Añez Bergés, si mal no recuerdo, y disfrutamos de varias copas de vino en el ambiente de bohemia intelectual y artística que caracterizaba al conocido establecimiento. 

De regreso, cuando veníamos caminando nuevamente por la Calle El Conde, de improviso le dije a Humberto:

—¡Oye, Humberto!, ¿sabías que Bashintong French y su novela Ten Years After existen realmente?

Humberto guardó silencio por un instante, miró un momento hacia lo alto de los edificios como quien evalúa en el tablero celeste una decisiva jugada de ajedrez metafísico, y me dijo pausadamente: 

—Armando, ya veo que el alcohol no le sienta bien a tu sistema nervioso. Debes respirar hondo y serenarte  —y dio inicio de inmediato a un discurso altamente especializado sobre el metabolismo del alcohol y sus secuelas negativas para la salud de los seres humanos.... 

De estos hechos puede dar constancia Fernando Hued Namías, gran amigo de quien les habla y de Humberto. In vino veritas... 

Humberto Frías era un mago-poeta de la estirpe de Raymond Roussel, Max Jacob y Roland Barthes. 

Salvando las diferencias de edad y carácter, aunque permeados ambos por un sentido muy fino del humor, que recordaba en ocasiones el nonsense británico, Humberto exhibía, sin muchas veces proponérselo, el resplandor de erudición que caracterizaba en sus mejores momentos a quien fuera una figura tutelar para muchos jóvenes intelectuales en la República Dominicana de aquellos años: el genial intelectual, maestro ajedrecista, estudioso de James Joyce y profesor universitario dominicano, Don Alberto Malagón Díaz. 

A pesar de sus estudios interrumpidos en la Carrera de Derecho que cursaba en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), Humberto poseía mayor visión y profundidad jurídica que muchos abogados titulados.

Encarnaba el gran amigo una especie antillana de espadachín surrealista o patafísico, esa que utiliza como florete una erudición tropical simultáneamente lúdica, penetrante, luminosa, fragmentada y trágica. 

Oculto en su aparente arrogancia irónica, latía en el corazón de Humberto un núcleo de gran honestidad espiritual, intensamente sensible a todo lo humano. Lástima que la vida no le concediera más tiempo para escribir ficción o ensayos: era soberanamente lúcido y talentoso, con gran sentido de la "cosa estética y literaria"... Lamenté y todavía lamento su muerte prematura. 

Siempre adoré a Humberto; fue un héroe cultural de mi adolescencia y todavía lo recuerdo con gran cariño y admiración. Supo corresponder, del mismo modo que Fernando Vargas Jiménez (intensamente vivo y coleando en la ciudad de Nueva York, ¡gracias a Dios!) a mis manifestaciones de humor y de amistad.

Humberto —al igual que Fernando Vargas—, encarna en mi memoria las curiosas virtudes de un experimentado samurai espiritual cuya lealtad al Emperador ha sido sustituida por la fidelidad incondicional al Saber y a la Irreverencia. Sin embargo, ese tipo infrecuente de guerrero puede ser capaz, en su paradójico desapego beligerante, de tomar en serio el brío incipiente y prometedor de los más jóvenes en su auténtica vocación de trascendencia.



Martes, 13 de septiembre de 2011 (Texto retocado).


© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.


Otro blog en el que figura este mismo texto:

Blog Cazador de Aguahttp://cazadordeagua.blogspot.com/2011/12/recordando-al-gran-humberto-frias.html

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Cine Olimpia, Calle Palo Hincado, Santo Domingo, inaugurado en 1942.

Cine Santomé, Calle El Conde, Santo Domingo.

1 comentario:

  1. Muy buen recuerdo Armando Almánzar Botello. Cuanto dices, la valoración que haces, del crítico de cine Humberto Frías, corresponde a la verdad, y manifiestas tú, lealtad a la amistad que cultivaste con ese gran pensador. Yo lo conocí,viajé con el y otros amigos a Rusia, compartimos muchas horas, y durante ese viaje asimilé el caudal de su erudición. Estando en Moscú, en un lugar disertó, con amplio dominio, sobre el teatro uniersal. Un hombre de pensamiento. Su partida fue dolorosa para sus amigos, entre los que me incluyo, y para la cultura dominicana.
    Rafael Pineda.

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