viernes, 26 de febrero de 2016

Mario Vargas Llosa y "La civilización del espectáculo". (Breve nota).

«...Existe una historia más o menos común en América Latina, que nos habilita para hablar de un espacio cultural latinoamericano en el que coexisten muchas identidades. No necesitamos ejercer ningún reduccionismo sobre ellas, ni encontrarles rasgos comunes. Lo indígena, lo afroamericano, lo europeo, la latinidad, la tropicalidad, etc., a veces convergen y en otros casos se distancian. Es mejor admitir que cada uno de estos aspectos designa parcialidades: las culturas indígenas son importantes como originarias de este continente, pero la población que las representa abarca unos 40 millones de personas, aproximadamente el 10 por ciento de los habitantes de América Latina, 30 millones de los cuales se concentran en cuatro países (México, Perú, Guatemala y Bolivia). “Lo afroamericano” y “lo tropical”, aparte de la imprecisión de estas fórmulas, pueden ser vistos como soportes de magníficas producciones musicales y literarias pero no es convincente, ni antropológica ni estéticamente, atribuirles la representatividad de lo latinoamericano bajo la etiqueta de “realismo mágico”. Machu Pichu, Macondo y Brasilia, el tango, la salsa y la bossa nova, Borges, Frida Kahlo y García Márquez han servido, junto a muchos más, para que a veces nos sintamos parte de una comunidad latinoamericana, pero las discrepancias e incompatibilidades entre ellos incitan menos a alinearlos en un paquete de ofertas regionales que a pensar en nuestras contradicciones. Si este espacio común existe es, en parte porque tenemos una historia compartida a partir de la llegada de europeos hace cinco siglos, que instituyó vínculos prolongados hasta hoy, y porque en los últimos 150 años también desarrollamos una historia conjunta, convergente o enfrentada con Estados Unidos...» Néstor García Canclini.


A Mario Vargas Llosa, extraordinario escritor para la Memoria. Creador genuino a quien admiramos a pesar de los diferendos ideológico-políticos que distancian nuestras respectivas coyunturas. Nuestro respeto y admiración indestructibles a su calidad sostenida y vigorosa como uno de los narradores y ensayistas más relevantes de los siglos XX y XXI.

Por Armando Almánzar-Botello


No renegamos del valor lúcidamente crítico que podríamos encontrar en algunas afirmaciones de Mario Vargas Llosa con respecto a lo que diagnostica como una actual banalización de la literatura y el arte, padecida por la llamada postmodernidad globalizada, como efecto de la promoción de valores estéticos epidérmicos o meramente hedonistas en el contexto de lo que dicho importante escritor peruano-español —siguiendo a mi entender la estela de Guy Debord*1, aunque diferenciándose del pensamiento del filósofo situacionista francés— denomina la "civilización del espectáculo".


No obstante, nos parece que a Don Mario Vargas Llosa, desde hace varios años, la justa crítica al adocenamiento del hombre urbano postmoderno en el contexto del capitalismo, le ha conducido, paradójicamente y en su calidad de teórico de la cultura, a negar las tradiciones orales y la inventiva de lo que todavía puede llamarse pueblo.

De acuerdo con su punto de vista letrado-elitista, las tradiciones populares, indígenas, orales y míticas de América Latina y del Perú en particular, serían producciones de sujetos subalternos. Dichos archivos, con los cuales ha trabajado el mismo Vargas Llosa de modo convincente, generando valor literario en su novela "El hablador", por ejemplo, han servido de materia prima para articular un texto narrativo en el cual un sujeto de la escritura "único, desdoblado y contradictorio" explora y tematiza la mitología de los indios machiguengas de la Amazonía peruana. No obstante, para la consideración de algunos críticos, MVLL no atraviesa en esta obra sus prejuicios etnocéntricos como autor biográfico-especular, y parece orientar el texto de ficción hacia una ideología letrada que tiende a presentar la oralidad propia de las mitologías vivas y el pensamiento mitopoyético mismo, considerados antropológica y literariamente, como simples modalidades brutas de la (in)cultura, sólo redimidas por los prestigios de la letra en su calidad de recurso corporativo-"farmacéutico" apropiado por una élite de profunda vocación monopólica. Concepción de la escritura muy diferente a la de un Jacques Derrida.

Para Vargas Llosa, en sus polémicas consideraciones hermenéuticas vertidas en su libro "La civilización del espectáculo", (Alfaguara, México, 2012, pp. 67-68), el gran crítico ruso Mijaíl Bajtín —autor de "La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Un estudio de la obra de Francois Rabelais y la carnavalización en la literatura" *2, entre otros importantes textos críticos del pasado Siglo XX—, abolió la oposición paradigmática cultura/incultura, y no la oposición cultura oficial/cultura popular, como el eminente crítico y filósofo "soviético" postulaba. Ergo: Para el Marqués de Vargas Llosa divinamente ilustrado, Bajtín y sus partidarios ¡abrieron teóricamente las compuertas a una especie de barbarie posliteraria! *3

Observando con cierta cautela crítica este tipo de juicios o argumentos los cuales, sin lugar a dudas, no agotan la totalidad de la posición conceptual y estratégica de la referida obra de Vargas Llosa "La civilización del espectáculo", pero vienen, no obstante, a constituir síntomas que apuntan a una ideología política y cultural bastante conservadora, nos parece que, para el Premio Nobel peruano nacionalizado español, la única cultura posible sería la de una letra "sacra" o "profana" cuyos resplandores o prestigios auráticos se verían secuestrados en los pasillos de una cierta Academia de la sensibilidad y sus irradiaciones, inaccesibles de hecho para el hombre ordinario, "bárbaro", masificado por debajo de la categoría de "los lectores comunes y corrientes" pero cultos y respetuosos de las jerarquías del "Canon Occidental". Esta sub-especie postmoderna de criatura social despreciable, ordinaria, vulgar, desecho liberado de su pocilga-sentina, y exaltado, según Vargas Llosa, por teorías crítico-literarias del tipo que representan pensadores como Mijaíl Bajtín, resulta entendida, hipócrita y perversamente, como simple "biomasa lectora" que domina estadísticamente el territorio de la (in)cultura planetaria, globalizada por y desde el Mercado...

Percibimos el reducto antropológico así articulado como una definición muy segregativa y racista de la categoría de cultura.

Evidentemente Vargas Llosa está delineando toda una cartografía cultural para consumidores de arte y literatura de clase alta.

Se trata de eliminar, con alevosía y premeditación, todo lo que pueda oler a "pueblo", a "multitud" (no digo muchedumbre).

Por otra parte, debemos recordar que la oposición entre "alta cultura" y "cultura de masas" fue utilizada por los filósofos marxistas de la Escuela de Frankfurt de un modo teórico-crítico muy particular.

Hay implícito en ese deslinde conceptual de los frankfurtianos un severo cuestionamiento a la sociedad capitalista y a su producción de ideologemas enmascaradores de la dimensión alienante de la producción serializada, no sólo en el arte y la literatura sino en todo el territorio de la producción social, en la axiomática que la subtiende y sustenta en su conjunto. Esta crítica, como es "natural" para todo buen entendedor, brilla por su ausencia en el mencionado libro de Vargas Llosa.

Debemos resaltar, además, que sin dejar de reconocer los motivos críticos que operan en los análisis de Adorno, Horkheimer y Marcuse sobre la enajenación o alienación en el seno de una determinada cultura de masas capitalista, nos parece que lo denominado actualmente como "cultura postmoderna" (instancia confundida por muchos con la "cultura de masas", y que debemos diferenciar, tal como lo hacía Roland Barthes siguiendo a Bertolt Brecht, de una "cultura viva por y para las masas") no es algo homogéneo ni tampoco isotrópico.

Sin validar el “anything goes”, el todo vale, algunas manifestaciones culturales postmodernas pueden cribar, seleccionar, reutilizar crítica y creativamente un conjunto de elementos procedentes del mundo de la “cultura de masas”, sin que ello implique, a nuestro entender, una concesión light al aparato simbólico de producción serializante propio del capitalismo "crematístico".

La cultura popular en América Latina es todavía un factor que no podemos obviar en un enfoque de las tradiciones "orales, carnavalescas y dialógicas", con más razón todavía que en las llamadas sociedades industriales y postindustriales.

Por más erosionado que se encuentre el concepto de "pueblo", sus prácticas o modalidades semióticas de funcionamiento permanecen, transformándose constantemente, pero siempre diferenciadas de lo que tradicionalmente se ha denominado "alta cultura".

Umberto Eco, hará unos cuarenta años, a propósito de una meditación suya sobre las relaciones de recambio y contaminación que se dan entre la tradicional cultura de élite y las manifestaciones populares, tal como concibe dichos vínculos e interacciones un cierto pensamiento postmodernista plasmado en obras y juicios irónico-humorísticos al modo del agudo crítico literario Leslie Fiedler, citaba, en apoyo a sus planteamientos como autor de la novela "El Nombre de la Rosa", algunas consideraciones relativas al nuevo arte de "ficcionalizar", de la autoría del narrador y ensayista John Barth, aparecidas en un ensayo de este último publicado en 1967 con el título de "La narrativa del agotamiento" (cita): "La novela postmoderna ideal debería superar las diatribas entre realismo e irrealismo, formalismo y 'contenidismo', literatura pura y literatura comprometida, narrativa de élite y narrativa de masas...". John Barth entiende, con posterioridad a su texto mencionado, que la gran e inigualable obra de Gabriel García Márquez, "Cien años de soledad", constituye un texto literario que logra esa síntesis prodigiosa de opuestos, además de carnavalizar, mestizar y transgredir de un modo polifónico, bajtiniano, los valores canónicos literarios y políticos propios de una cierta tradición hegemónica.

En este sentido, es preciso reflexionar sobre las tesis de autores como Néstor García Canclini, Serge Gruzinski, Carlos Monsiváis, etcétera, cuando estos conceptualizan las culturas híbridas, el pensamiento mestizo y los aires latinoamericanos de familia...

Lo importante es eliminar la idea esencialista y onto-teológica de una supuesta pureza cultural, ya proceda esta de lo llamado "popular-prístino" como de lo "culto-elitista".

Lo que reviste, a nuestro entender, real trascendencia crítico-cultural, es encontrar, en nuestras sociedades latinoamericanas y antillanas, por ejemplo, complejas modalidades heterogéneas de articulación sígnica de valores, tradiciones y archivos que apunten a la valoración de un cierto mestizaje, de una cierta hibridez semiótica cónsona con la naturaleza plural, múltiple y problemática de nuestros procesos históricos. Eso lo han logrado, en sus ficciones, textos poéticos y ensayísticos, escritores de fuste como Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y el mismo Mario Vargas Llosa, aunque este último, pese a su brillantez, no alcance, en los ámbitos del ensayo artístico, filosófico y político, los altos grados de lucidez crítica propios de un Pedro Henríquez Ureña, un José Carlos Mariátegui, un Alfonso Reyes o un Octavio Paz...

Percibimos, en la perspectiva que asume Vargas Llosa en el ensayo de marras, una concepción muy excluyente de la cultura al limitarla a una formación clásica cuya matriz se remonta a la Edad Media, período en el que la tradición greco-latina se encontraba clausurada en los monasterios, y fuera de estos, el pueblo creaba el arte de las máscaras grotescas, las "facecias", el carnaval... Mario Vargas Llosa parece despreciar esta segunda vertiente de la cultura, la popular, tan valorada por Bajtín, al no considerarla como propiamente cultural. Sencillamente increíble...

Al generalizar, en el mencionado ensayo, dicha estrategia maniquea, excluyente, unidimensional, monológica, esencialista y etnocéntrica, el autor de “La ciudad y los perros” rechaza los valores tradicionales que sobreviven en sociedades híbridas, mulatas y mestizas como las nuestras.

Vargas Llosa, más bien, parece apostar políticamente a un proceso tutelado y homogéneo de modernización occidentalizante bajo control del gran capital corporativo transnacional. Es decir, se ha constituido, desde su lejana renuncia a posiciones políticas próximas a ciertas izquierdas latinoamericanas, en simpatizante del pragmatismo político y el boato, en cultor del estilo hedonista de su personaje Don Rigoberto, el cual aparece en las excelentes novelas del escritor peruano "El elogio de la Madrastra" y "Los cuadernos de Don Rigoberto"... En fin, Don Mario Vargas Llosa parece militar a favor de un proceso de norteamericanización-europeización de la cultura mundial, pero comandado por él, por la élite a la que pertenece (más ahora en su rol de Marqués Neo-liberal) y quizá, por algunos de nosotros, sus seguidores incondicionales... El gran escritor, nos sitúa de nuevo, peligrosamente, en la vieja disyuntiva: Civilización (Occidental) o Barbarie... Esta justa acusación se le ha formulado ya en varios contextos.

En la dirección de todo lo que argumento con anterioridad, entiendo que Vargas Llosa se hace merecedor de la crítica de Luis Martín-Cabrera, en el breve ensayo que este escritor titula: "Contra la escritura letrada de Vargas Llosa".

En ese trabajo nos dice Martín-Cabrera, entre otras cosas: "Ningún escritor inquieta y preocupa tanto a Vargas Llosa como José María Arguedas. Arguedas era quechuahablante y su literatura, al contrario que la de Vargas Llosa, se movió siempre en una tensión entre dos mundos, dos lenguas y dos historias; El Zorro de arriba y el zorro de abajo, como tituló su última novela. Arguedas, como José Carlos Mariátegui, aunque de manera diferente, no vio en las culturas indígenas una rémora, sino la posibilidad misma del comunismo incaico, de una sociedad y una modernidad asentadas sobre el comunitarismo y no sobre el genocidio cultural y físico de los indígenas." *4

Finalmente nos preguntamos, profundamente preocupados por la respuesta, si la retracción implícita que propone Vargas Llosa hacia los ámbitos de la Alta Cultura participa de cierto isomorfismo con respecto a las propuestas que bordean el genocidio, presentes en las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su convocatoria tácita a desatender las necesidades de los pensionados y de los sectores mayoritarios de la población mundial concebidos como mera “biomasa”, como parásitos no productivos que sólo generan problemas financieros a las Altas Instancias del Sistema.

¿No estará el Marqués Don Mario Vargas Llosa, en su aparente defensa de la cultura como valor superior, "involuntaria" pero efectivamente comprometido con el biopoder plutocrático más duro y genocida?

Que conste: no deseamos participar de ningún “amarillismo” propio de La Civilización del Espectáculo al formular esta grave preocupación.



Mayo del 2012 (Texto retocado).

© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

*1 Guy Debord: "La sociedad del espectáculo", (1967), Pre-Textos, Barcelona, 2002.

*Mijaíl Bajtín:  "La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Un estudio de la obra de Francois Rabelais y la carnavalización en la literatura", Alianza Editorial, Madrid, 1988.

*3 «...No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular– con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída, pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas...» Mario Vargas Llosa, "La civilización del espectáculo", Alfaguara, México, 2012, pp. 67-68.

*Enlace relacionado: Luis Martín Cabrera, "Contra la escritura letrada de Vargas Llosa": http://www.rebelion.org/noticia.php?id=114623

Luis Martín Cabrera


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