sábado, 24 de enero de 2015

DESDOBLAMIENTO (Fantasmagoría en el circo)

«Risus purus, la risa que se ríe de la risa...» Samuel Beckett, Watt, Editorial Lumen, Barcelona, 1970, p. 53

«El vértigo precede a la angustia y comporta una dimensión ontológica más radical que ella.» Eugenio Trías

«Utilizando la metáfora de la literatura como "circo", Hugh Kenner distingue, si mal no recuerdo, dos tipos básicos de escritores: el sujeto "acróbata" de la escritura, al estilo de James Joyce, y el sujeto "payaso" de la escritura, al modo de Samuel Beckett. El "escritor acróbata", nos diría Kenner, viene a ofrecer el testimonio heroico y grave de su pericia, el impresionante despliegue de su potencia y rigor creadores. El "acróbata" tipo Joyce explotaría hábilmente su precisión, su maestría. El "payaso" tipo Beckett, por el contrario, realiza su propia versión de la cuerda floja; tematiza y simula, paradójica y eficazmente, su "inhabilidad e impericia" de segundo grado, aproximándonos vertiginosamente al punto de resta y "deflación semántica" en que se derrumban todo Saber y toda "consistencia yoica". La dialéctica del acróbata y el payaso se despliega en el espacio del humor, en ocasiones negro...». (Fragmento). Armando Almánzar-Botello. “Beckett y el grado cero de la retórica”.
                                                  FRANCIS BACON: After Muybridge - 
                                                     Woman Emptying a Bowl of Water 
                                                  and Paralytic Child on All Fours, 1965. 
                                                         
Por Armando Almánzar-Botello 

A Franz Kafka, a Samuel Beckett, In memoriam

En el sórdido y desierto viejo circo alucinado —simulacros convulsos danzando su delirio, extrañas letras de neón que rotas gorjeaban mil semblantes taciturnos que volvían del olvido—, gruñía y resoplaba la carpa mayor fosforescencias.

Hondo el ámbito de espectros por la noche silenciosa, la innombrable tiniebla palpitando, cavilaba el joven acróbata sentado en la elevada plataforma del trapecio.

Muy abajo, la quietud se ahondaba enigmática en la opacidad absorta de las gradas...

De súbito, el artista meditabundo fue atacado por la desnuda espalda.

Luego de una breve y vertiginosa lucha en el reducido espacio allá en lo alto —sin alcanzar a ver el rostro de su recóndito adversario—, el acróbata pudo sentir el frío cañón de una pistola presionando su cuello con firmeza.

De inmediato, escuchó la voz y las palabras tenebrosas de su enemigo perpetuo en las lides del circo —el payaso de la fase del espejo—, sardónicas decir desde la sombra: “¡Tú elegirás ahora! ¡Ser o no ser! ¡Semejante o dispar! ¡Risa o muerte!...”

El eco de la carcajada del bufón se transformó en un túnel de carne que vomitó espesa y oscura incertidumbre...

La sorpresa y el pavor fueron tan grandes, la náusea tan tremenda, que de nuevo el joven trapecista —mordido por el vértigo en lo que simulaba ser un eterno retorno fantasmagórico de ausencias—, bañado por la luz increíble del vacío, sin pensarlo dos veces, paradójico eligió en su pasaje al acto la risa pura y el olvido.

Se oyó un seco disparo...

Desde lo alto del trapecio, un viejo cadáver grotesco, pintarrajeado y sangrante, se precipitó a la malla de seguridad eterna; la misma que lo había esperado desde siempre; allá, en el fondo inmóvil de la nada…

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Febrero de 2009

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