sábado, 7 de abril de 2018

Petronilo y Marvina

Diálogo íntimo entre Petronilo Ánima y su esposa Marvina cazadores corporativos de agua producido en algún lugar de la monstruosa Megalópolis Transterráquea (MT), a mitad del siglo XXI.


Por Armando Almánzar-Botello

A Enrique Vila-Matas


     —Petronilo —dijo con lento susurro su esposa transgénica Marvina (híbrido de humano y mantis religiosa), que yacía desnuda junto al cazador de agua conectados ambos eróticamente al sistema domótico de Realidad Virtual—: ¿será cierto que Thomas Pynchon, supuestamente descriogenizado hace una semana, no existe ni existió nunca como escritor, que él también, en tanto que personalidad biográfica, es una ficción tecnológica más, producida por un cluster de computadoras alimentado por selectos grupos de scholars de las principales universidades de Estados Unidos? 

   Según dicen los artífices del nuboso rumor nanoinformático, ese grupo de cyberescritores —de una forma hipertextual, neoconspirativa, cuántico-tecnosatánica y ultrasecreta—, viene produciendo desde hace largos años la extraordinaria, oblicua y extensa narrativa borderline, peligrosamente híbrida y fronteriza, que atribuimos a ese ominoso fantasma todavía hoy denominado “Thomas Pynchon”. La foto de dicho enigmático narrador probable persona-invento corporativo, ilusorio letrado replicante que se sustrae al escrutinio del público lector, holograma o espectro tetradimensional de la escritura, nunca aparece ni apareció en la solapa de sus obras, y, aunque virtualmente Pynchon parece haber informado a los medios que fue alumno en Cornell University, hace largos años, de Vladimir Nabokov —santo pedófilo autor de Lolita y Pálido fuego—, el especialista en ajedrez y mariposas, el gran hombre de letras ruso que realizó en inglés sus más importantes obras literarias, dijo un día no recordar en absoluto el nombre de ningún Thomas Pynchon dentro de la lista de sus antiguos discípulos universitarios... Un enigma que permanece hoy como tal en el ámbito de las cyberpublicaciones rosa y del corazón. 

     Y pensar que un crítico judío-norteamericano, el viejo, lúcido y ya casi olvidado Harold Bloom —quien se atrevió a llamar a Miguel de Cervantes Saavedra o a William Shakespeare, ahora no recuerdo con exactitud, “el inventor de lo humano”—, declaró a Thomas Pynchon, ese gran simulacro del marketing y del spot publiciario, esa especie de genial cyborg trucado, ese monstruo discreto pero también omnipresente y omnisapiente, ese sujeto en proceso sin identidad fija y generador maquínico de textualidades conspiranoicas o enjambres de quimeras cibernéticas, como “una” figura central del canon de la narrativa estadounidense de todos los tiempos...

    —¡Bueeeenoo!, todo lo que mencionas es muy inquietante, Marvina; es algo “techno-unheimlich”, como dicen los cyberfreudianos —respondió a su esposa Petronilo Ánima mientras distraídamente le acariciaba el código de barras y la velluda vulva palpitante a esa extraña mujer de sexualidad insaciable—. Imagínate —continuó Petronilo— que el Premio Pulitzer dominicano Junot Díaz no existiera realmente como autor, y que su obra creativa se limitara a ser un simple experimento programado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) o por la International Business Machine Corporation (IBM)... ¡Sería una cosa terrible para el orgullo literario y patriótico de la República Dominicana! ¿No te parece, mi amor?... 

    Por cierto, en su novela Bleeding Edge de 2013 (traducida al español como “Al límite”), Pynchon, el narrador de relatos puzzles-cajas negras, alude a las visitas que un grupo de sujetos psiquiátricos diagnosticados con el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) como clínicamente “borderlines” o “fronterizos” —miembros de una supuesta Asociación Norteamericana de Personalidades Fronterizas—, realiza anualmente, con fines recreativos, a diferentes fronteras geográficas del mundo. Se trata, en apariencia, de contra-afectuar terapéuticamente la sintomatología borderline (el trastorno límite de la personalidad, nosológicamente situado entre la neurosis y la psicosis) visitando literalmente fronteras reales entre países... En el último viaje de la mencionada Asociación se incluye una visita, unheimlich y alucinante, a la frontera entre la República Dominicana y Haití: “una zona turbulenta con un karma melancólico”, tristeza y melancolía cuyos reales motivos no se mencionan en los “folletos turísticos” dominicanos, según dice el narrador. Cuando el buque utilizado por los turistas o viajeros borderlines, el Aristide Olt, entra en el puerto fronterizo de República Dominicana-Haití, la narración, apretadamente, se desplaza desde la Masacre del Perejil contra los haitianos, realizada por el viejo dictador dominicano Rafael L. Trujillo, hasta una pintoresca descripción del puerto de Manzanillo; desde el muelle de Pepillo Salcedo hasta el negocio inmobiliario en la zona; desde los yaniqueques y chimichurris de la culinaria callejera dominicana, hasta una consideración ético-psicológica sobre los “nativos” de esa región de la isla de Santo Domingo, supuestamente movidos por la avaricia en los negocios y por el deseo de “joder a los yanquis”; desde una referencia a la mamajuana, infusión alcohólica elaborada con raíces, cortezas de árboles y miembros de tortugas carey, una bebida o phármakon que se consume en Dominicana como afrodisíaco, hasta una escueta información sobre la santería y el vudú haitianos, que posibilitan la producción de brebajes mágicos destinados a ser ingeridos, con fines amorosos o inconfesables, por los habitantes domínico-haitianos de la zona, quienes, según el narrador de Bleeding Edge, hablan una mezcla de criollo haitiano y dialecto cibaeño... No falta en la descripción la proliferación de lianas en la “jungla”, lagartos y flamencos.... 

    El viaje de los borderlines de la novela de Pynchon recuerda el paseo de los esquizofrénicos narrado en el Malone muere de Samuel Beckett, pero cargado psicoanalíticamente con una dosis letal de maléfica leche... 

   Pynchon siempre ha pretendido explorar las más diversas realidades históricas construyendo máquinas deseantes y agenciamientos rizomáticos, utilizando metáforas tecnológicas que intentan conferir sentido a lo inexplicable —a los agujeros negros del Universo, de la historia, de la escritura y de la subjetividad—, trazando líneas de fuga desterritorializantes que revientan las localidades, los limes y preconceptos, abriendo con la imaginación y la potencia trópica la comarca de la incertidumbre por la que un sujeto fractalizado transita, explorando lo múltiple real y no domesticable por el buen sentido ni por el sentido común, atravesando los umbrales, muros, tabiques y baremos que deslindan y aseguran la identidad de los seres y las cosas en la topografía del mundo. 

     ”No obstante, la información que maneja Pynchon sobre la frontera entre Haití y la República Dominicana es ridículamente insuficiente, etnocéntrica y folklorcentrista; en algunas zonas carece hasta de verdadero sentido del humor. Aquí se percibe la imperturbable vocación yanqui de ofrecer fórmulas clave y recetas salvíficas para solucionar, curar o neutralizar hermético-cabalística, histérica, democrática, bulímico-anoréxica, obsesivo-compulsiva, originalísima, universalista, paranoico-esquizofrénica, vanguardista, rizomática, erudito-erótico-deportiva, ciberimperial, macro y micro-narratológica, lúdico-bélico-financiera y tecno-psico-biopolíticamente, los ecológicos, bizantínico-laberínticos problemas semiosférico-textuales de la mega-maquínico-deseante, multidimensional y compleja mundaneidad ampliada en su plano virtual de inmanencia consistente y molecular... ¡Viva la grandeza de Pynchon! Pero en efecto, todo lo relativo a la República Dominicana y a la República de Haití, prácticamente se puede hallar en una o dos páginas de la novela... 

     Marvina, por toda respuesta a lo dicho por Petronilo Ánima, emitió un intenso y enigmático zumbido erótico-animal, y tomando entre sus hábiles dedos posthumanos el flácido miembro sexual de Petronilo, pudo llevarlo, con oscuras e inefables caricias de mantis religiosa, al máximo grado de turgencia protésica y erección ergonómica. Al contemplar con sus ojos de fósforo el resultado palpable de sus libidinosas maniobras electrizantes, el engendro humanoide y femenino-transgénico, gimiendo como solo puede hacerlo un íncubo genético-experimental, montó lujuriosamente al desamparado cazador de agua que yacía tendido, meditando en ausencia —con la vigorosa y ondulante verga erecta en modo gigeriano y cefalópodo: tentáculo con ventosas biotecnológicamente retocado. 

   Como un yoguín tántrico que se abandona en silencio al pensamiento de la iluminación, Petronilo Ánima respiró boca arriba, al compás de la sinuosa Marvina, en el místico cybertálamo, nanoneobarroco y domótico-virtual... Y entonces, las bombas de agua y el sistema de captura cuántica emitieron el rumor inaugural de alarma.

Como aquel que percibe en el monótono devenir silencioso de la gris arena de los días la llegada ominosa de un instante decisivo y prefijado, abandoné de inmediato el resplandor hipnótico de la pantalla del computador y escuché el rumor de la Ciudad en mi sangre. Cerré los ojos un momento para abrirlos de pronto hacia otra luz, ya galopando con la fiebre de mi cuerpo en la resolución y el asombro. Temblaba el misterio en la clepsidra...

    En catástrofe la superficie topológica del texto: Con la intensidad y precisión necesarias para llegar al piso 125 en donde nos encontrábamos Marvina y yo haciendo el amor y equipados con nuestros dispositivos protésicos de ardiente audición infrasónico-erótica —casi suspendidos en el filo neutro del Acontecimiento, escuchamos con absoluta nitidez las vibraciones emitidas por el Afuera genético y turbulento, como si las voces de síntesis procedieran de múltiples drones dotados de nano-altoparlantes, esa tecnología de vuelo con poder de control telepático que ronda con persistencia, desde hace años, en torno a las viejas Torres semiderruidas de la zona periférica de la Megalópolis. 

   En este momento, mi mujer y yo tampoco descartamos la posibilidad de que las singularidades nómadas y los mensajes infrasemánticos surjan de un narrador neural indeterminado —cuarta persona del singular—, que atravesando los egos y la niebla de nuestra propia inconciencia cuántica, nos viene a ofrecer con impasibilidad la irrevocable noticia tremenda que dice la verdad de nuestra disolución: 

    —¡Los bárbaros, en alianza con los extraterrestres, ya “se” tomaron la Ciudad de Agua!




7 de octubre de 2015


Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.



ANEXO 2016



DELEUZE-GUATTARI, ANTI-EDIPO, BECKETT…

Por Armando Almánzar-Botello

«A ciertas “cabecitas buscadoras” les asiste la razón cuando manifiestan sus dudas con respecto al orificio por el que llegaron al mundo». A. Almánzar-Botello.

PREGUNTA: «En El Anti-Edipo, Gilles Deleuze dice como sigue: “Galería del paseo del esquizo, cuando los personajes de Beckett se deciden a salir”. ¿Será eso una forma del filósofo francés referirse a los rasgos esquizoides en El Innombrable?». Señor X

RESPUESTA: «No, Señor X, Gilles Deleuze y Felix Guattari no se refieren, en la zona específica que señala usted, a los “rasgos esquizoides” de “El innombrable”.

Paso a explicar el asunto brevemente, tomando como referencias el libro de Deleuze-Guattari “El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia”, Barral Editores, Barcelona, 1974, y las obras de Samuel Beckett, “Molloy” y “Malone muere”, Alianza Editorial, Madrid, 1973.


El texto de Deleuze-Guattari, en español (traducción de Francisco Monge) dice realmente: 

“Comitiva del paseo del esquizo, cuando los personajes de Beckett se deciden a salir. En primer lugar hemos de ver cómo su propio andar variado es asimismo una máquina minuciosa…” Gilles Deleuze y Felix Guattari. “El Anti-Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia”, Barral Editores, Barcelona, 1974, página 12. 

Cuando Deleuze-Guattari hablan de Beckett en el pasaje citado por el señor X, perteneciente al principio mismo del “Anti-Edipo”, los pensadores no se están refiriendo, como he dicho, a “El innombrable” de Beckett sino al paseo de los esquizos al final de la segunda novela de esa trilogía beckettiana constituida por “Molloy”, “Malone muere” y “El innombrable”. 

El paseo de los pacientes internos, como digo, se prepara en la zona final de la novela “Malone muere” donde se puede leer: 

“… Al grano. Una mañana Lemuel, habiéndose dirigido al salón antes de entrar en servicio, como exigía el reglamento, encontró, clavada en el tablón, una nota que le concernía. Grupo Lemuel, excursión a las Islas, si el tiempo lo permite, con la señora Pédale, salida 13 horas…” Samuel Beckett. “Malone muere”, Alianza Editorial, Madrid, 1973, página 151.

En el mismo párrafo del “Anti-Edipo” (página 12, en la edición Barral, 1974) Deleuze-Guattari se refieren a Beckett cuando mencionan las bicicletas y las bocinas; aluden a la madre y al nacimiento de Molloy, y citan la primera novela de la trilogía (“Molloy”), donde dice el personaje: 

“Hablar de bicicletas y de bocinas, qué descanso. Por desgracia, no es de esto de lo que tengo que hablar ahora, sino de la que me dio a luz, por el ojo del culo si mal no recuerdo. Primera vaina. Me limitaré, pues, a añadir que aproximadamente cada cien metros me detenía para descansar las piernas, tanto la sana como la enferma, y no solo las piernas, no solo las piernas”. Samuel Beckett, “Molloy”, Alianza Editorial-Lumen, Madrid, 1973, página 21. 


La referencia, en esta misma zona de “El Anti-Edipo” a “las piedras de succión” y al dispositivo maquínico que forman los bolsillos del abrigo de Molloy, sus manos, su boca y la circulación de las piedras, pertenece también a “Molloy”, no a “El innombrable”. 



Sería muy simplista pensar que toda la intención de Deleuze-Guattari al citar y aludir a estos textos de Beckett se reduce a presentar personajes esquizos como simples caracteres clínicos, psicológicos, de una novela realista tradicional. 



Tampoco se deben olvidar la crítica realizada en “El Anti-Edipo” a la concepción de la locura propia de la psiquiatría oficial (crítica hecha desde un punto de vista parcialmente colindante con la corriente antipsiquiátrica de Laing y Cooper, muy en boga en esa época) y el severo cuestionamiento al psicoanálisis institucionalizado. 



Solo se salvan para Deleuze-Guattari algunos aspectos del pensamiento de Jacques Lacan, como su planteamiento del objeto “a” en su condición de plus-de goce real…

El asunto aquí es un poco más complejo: Deleuze y Guattari están comenzando su obra “El Anti-Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia”, utilizando citas y referencias a situaciones paradigmáticas en una cierta modernidad (las famosas “Memorias de mi enfermedad mental” de Daniel Paul Schreber, el “Lenz” de Büchner, “El Capital” de Marx, los textos de Freud, Artaud, Bataille, etc. etc.) que les permitirán definir el funcionamiento de lo que teorizan como “máquinas deseantes”, es decir, configuraciones libidinales en las cuales el Deseo establece conexiones transversales, síntesis disyuntivas y conjuntivas, cortes, acoplamientos de objetos parciales y de flujos (Cuerpo sin Órganos: CsO), posibilidades que definen una “operatividad deseante” que se manifiesta más allá de las oposiciones naturaleza/artificio, hombre/naturaleza, industria/phisis, sujeto/objeto, y que le permite al “sujeto procesual y esquizo” vivir o experimentar la naturaleza, lo real, lo social, el mundo, como un proceso de producción, engendramiento y auto-engendramiento:


“De suerte que todo es producción: producciones de producciones, de acciones y de pasiones; producciones de registros, de distribuciones y de anotaciones; producciones de consumos, de voluptuosidades, de angustias y de dolores…” Deleuze-Guattari, obra citada, página 13. 


Posteriormente, la categoría operativo-crítica de “máquina deseante” es sustituida en el pensamiento de Deleuze-Guattari, en “Mil mesetas”, por ejemplo, por otros conceptos como “rizoma”, “agenciamiento”, “dispositivo”, etc. etc. etc.



En Beckett la psicología estalla, y los personajes, en erosión hasta por las mutaciones constantes de sus nombres e identidades, efectúan un proceso que manifiesta la apertura escritural beckettiana a una dimensión de la subjetividad-mundaneidad que nos habla de un sujeto real reventado, roto, pero tenaz (“cabezas buscadoras”), en exploración constante de un universo acéntrico, fragmentado, desarticulado, del cual han desaparecido los valores metafísicos estabilizantes, la ontopología (copertenencia ontológica, ahistórica, esencialista, entre el ser socio-cultural y un determinado territorio) y las funciones comunes de los elementos práctico-instrumentales . 



Los universos creativos de Beckett remiten a una suerte de realidad fictiva en catástrofe, constituyen auténticas escrituras del desastre (Blanchot), que implican una puesta en verdadero abismo de la subjetividad-mundaneidad y de la lecto-escritura textual aseguradora. 



Deconstrucción de codificaciones semióticas, narrativas, estéticas, ideológicas, más que simple saga o periplo habitual de los actantes, tal como se presentan estos en los textos narrativos “estabilizados” a los cuales está acostumbrado el lector común. 



29 de junio de 2013


© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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