«El intelectual crítico (no el simple periodista tradicional o divulgador telemediático), por lo “cifrado” de sus juegos conceptuales y lingüísticos, por utilizar en su práctica discursiva y teórica un tipo de “lenguaje separado” del resto de la comunidad (Roland Barthes), diferente al que utiliza el “vulgo” en sus actos ideológicos de habla cotidiana; por su posible o aguda crítica a la compleja estructura de los poderes establecidos y sus autorizados alabarderos bajo contrato, puede ser conducido y obligado, en las sociedades del espectáculo pseudodemocrático y homogeneizante, a ocupar el rol de chivo expiatorio (phármakos: Platón, Derrida, Girard). La anulación de la víctima propiciatoria, por vía de la Lógica del Dominio, sueña con cerrar el contrato social sobre la propia “banalidad de su mal” (Hannah Arendt), de su retorcido pero trivial discurso consagratorio del Orden absolutizado.» Armando Almánzar-Botello
«¡No al Anything Goes político-existencial: puro nihilismo pasivo!» Armando Almánzar-Botello
«Soy un mero incitador de asuntos y cuestiones» Martin Heidegger
«Generalmente, los individuos declarados “víricos” por los grupos de poder no son percibidos por dichos “clanes” dominantes como sujetos domesticados, sometidos a la lógica de la banalidad y del estereotipo, “buenamente folklorizables” a través de ciertas taxonomías y preconceptos ideológicos. Constituyen más bien unas variantes imprevistas o nuevos síntomas excéntricos de lo que el antropólogo norteamericano Ralph Linton denominaba “modelos de mala conducta”. Ellos exceden, quizá, las nuevas definiciones del DSM-5... En el contexto de tales motivos, dichas personas diferentes, seleccionadas para desempeñar el rol de víctimas propiciatorias, son rechazadas por su grupo de “pertenencia” en nombre de la estabilidad u homeostasis del sistema.» (Fragmento) Armando Almánzar-Botello: “La persona vírica. (Indignada nota de protesta)”, 2015
1) El médico psicosomatista y psicoanalista Mahmoud Sami-Ali denomina “impasse relacional” o “atolladero” al estado intrapsíquico de conflicto insuperable, crónico, en el que generalmente se encuentran sumergidas las personas afectadas por trastornos autoinmunitarios.
Los trastornos autoinmunes son enfermedades que se caracterizan, somáticamente, porque los glóbulos blancos de los individuos que las padecen —linfocitos T y B, en su condición de células productoras de anticuerpos y constitutivas del sistema inmunológico que defiende al organismo de las infecciones bacterianas y virales— no reconocen los propios tejidos u órganos del cuerpo al que pertenecen.
Este no reconocimiento de lo “semejante” determina el ataque llamado “autoinmune”, realizado por dichos glóbulos blancos contra lo que es percibido por ellos como bioquímicamente ajeno, amenazante y extraño: los órganos del propio cuerpo de los sujetos que padecen este trastorno.
Desde la perspectiva psicosomática del psicoanalista francés de ascendencia egipcia Mahmoud Sami-Ali, un trastorno autoinmune como el “Lupus eritematoso sistémico”, por ejemplo, puede estar directa o indirectamente correlacionado —en el caso de algunos sujetos y fuera por completo del dominio de su consciencia— con un conflicto psíquico irresoluble que conduce al paciente psicosomático a descargar en su cuerpo lo que no puede resolver en su psiquismo, por un déficit radical de simbolización y de poder vinculante o relacional en términos semióticos primarios.
Lo señalado en el párrafo anterior da lugar, en el sujeto aquejado de algún trastorno autoinmune, a una suerte de “autoinjuria somática inconsciente”, de autoagresión inmunológica o visceral, que puede conducir hasta los trágicos confines de las lesiones orgánicas severas y la muerte.
Aquí nos encontramos en presencia de un tipo de muerte y de lesión física de órganos causadas por un psicosomático impasse o atolladero, correlacionado este con algunos trastornos autoinmunes.
2) Jacques Derrida, el gran filósofo francés, ha utilizado la metáfora epistemológica de “trastorno militar autoinmune” para analizar cierta versión de los atentados del 11 de Septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center, en New York.
La interpretación derridiana deja abierta la posibilidad de un origen problemáticamente doméstico de aquellas monstruosas acciones terroristas…
3) Por otra parte, algo parecido a lo anteriormente señalado como trastorno autoinmunitario puede suceder con algunos softwares informáticos, los cuales “perciben” como virus electrónicos sus propios archivos en el “hard disc” y los bloquean: una suerte de “autoinmunidad cibernética”...
4) DOUBLE-BIND, DOBLE VÍNCULO O DOBLE CONSTREÑIMIENTO EN EL MERCADO DE DISFRACES CULTURALES Y POLÍTICOS
Por Armando Almánzar-Botello
Algo similar a un ataque autoinmune puede suceder con la figura “infecciosa” del “intelectual” en el seno de una determinada comunidad.
El intelectual crítico (no el simple periodista tradicional o divulgador telemediático), por lo “cifrado” de sus juegos conceptuales y lingüísticos, por utilizar en su práctica discursiva y teórica un tipo de “lenguaje separado” del resto de la comunidad (Roland Barthes), diferente al que utiliza el “vulgo” en sus actos ideológicos de habla cotidiana; por su posible o aguda crítica a la compleja estructura de los poderes establecidos y sus autorizados alabarderos bajo contrato, puede ser conducido y obligado, en las sociedades del espectáculo pseudodemocrático y homogeneizante, a ocupar el rol de chivo expiatorio (phármakos: Platón, Derrida, Girard). La anulación de la víctima propiciatoria, por vía de la Lógica del Dominio, sueña con cerrar el contrato social sobre la propia “banalidad de su mal” (Hannah Arendt), de su retorcido pero trivial discurso consagratorio del Orden absolutizado.
Acorralado por una conjura tácita en este rol de víctima (Lévi-Strauss), la figura y la persona del intelectual pueden desencadenar y padecer el ataque “defensivo” efectuado por el sujeto masificado y patológicamente normal (D. Cooper) —sujeto del resentimiento y de las diversas minusvalías psicosociales—, con el subsiguiente “rechazo autoinmune” o expulsión de dicho intelectual crítico fuera del “cuerpo sano y armónico” de las sociedades masificadas, las cuales se cierran así sobre su propio recinto de banalidad, purificadas de agentes logoteóricos extraños y supuestamente patológicos...
He aquí un tema o asunto muy apropiado para producir una más amplia, profunda, sutil y matizada reflexión antropológico-filosófica, psicoanalítica y ética sobre los diferentes ataques autoinmunes: biológicos, psicosomáticos, intelectuales, políticos, raciales, económicos, culturales, religiosos...
Vemos ahora encarnada una lacerante y reveladora metáfora del enmascarado pero brutal acoso a lo diferente, a la alteridad y a lo “extraño” en el contexto de la decadente sociedad capitalista de mercado, neoliberal y militar-financiera.
Dicha sociedad globalizada opera en un contexto complejo de relacionismos intensivos y de inevitables interdependencias culturales y económico-financieras, pero tiende, regida por una ciega y paradójica axiomática capitalista, a desconocer ese panorama en el que se imbrican de forma problemática lo global y lo local, lo liso y lo estriado (Deleuze, Guattari), y a crear “territorialidades perversas del artificio” que propician lo que podríamos denominar “ataques etnopolíticos autoinmunes”.
Un ejemplo de este tipo de ceguera lo constituye unos Estados Unidos de Norteamérica declarando la guerra económica a China, megapotencia de la que depende, mercantil y financieramente, la gran nación norteamericana para evitar la catástrofe de lo peor...
En esta comunidad neoliberal regulada por el capital financiero, todo lazo social tiende a circunscribirse a una mera “cohabitación por homologación” (A. Badiou) en el contrato serializante de lo “propio” distorsionado y naturalizado.
El escritor polaco-estadounidense Jerzy Kosinski, en su novela “El pájaro pintado”, narra la forma en que un singular personaje del relato pintaba de colores extraños a un determinado pájaro con la finalidad de que este no fuera reconocido luego por las aves de su propia especie, y precipitara sobre él, en su calidad de “extraño”, el ataque autoinmune de la bandada.
En la historia sociopolítica contemporánea de la República Dominicana, interpretándolos o comprendiéndolos como tres puntos de vista tácticos y estratégicos muy diferentes, Juan Isidro Jimenes Grullón, Juan Bosch Gaviño y José Francisco Peña Gómez —para mencionar simplemente a tres figuras de gran relevancia política e intelectual en este país—, han funcionado históricamente, de una forma en ocasiones simétrico-inversa y en determinadas y cruciales coyunturas o circunstancias, como innombrables “pájaros con las plumas pintadas”...
Así funciona la cruel “etiquetación segregativa” de que son objeto, cuando no se desempeñan como intelectuales orgánicos al servicio del poder, de capillas y de partidos intrasistémicos, los sujetos “víricos” del auténtico pensamiento crítico.
La secuencia pragmática de comisiones u omisiones discursivas que opera ominosamente para excluir y silenciar a un cierto tipo de “sujeto de la diferencia” (el intelectual crítico, por ejemplo), es reconocible, hasta cierto punto, por el uso de lo que Gregory Bateson y David Cooper denominaron “double-bind” (”doble-vículo”), entendido este como un tipo de comunicación perversa o mecanismo “lógico” manipulatorio que aprisiona la figura del sujeto victimizado en una red de nudos, mensajes contradictorios y complejas estrategias paradojales, que lo desorientan, pierden y anulan en un engañoso laberinto ideológico cuya única salida es la soledad, la locura o la muerte.
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8 de diciembre de 2012 (Nota retocada)
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ADENDA seleccionada por el escritor Armando Almánzar-Botello:
PATOLOGÍA DE CAMPO Y PSICOHIGIENE INSTITUCIONAL
Nos dice uno de los fundadores del movimiento crítico antipsiquiátrico, el doctor David Cooper:
«En su estudio “Toward a theory of schizophrenia”, Gregory Bateson, Don Jackson, J. Haley y J. H. Weakland, que trabajaron en Palo Alto, California, introdujeron un desarrollo decisivo para el examen cuidadoso de la interacción familiar [e institucional]. En ese trabajo elaboraron la idea de una maniobra de “doble vínculo” o double-bind que resulta característica de las familias esquizofrénicas [y otras territorialidades institucionales] como factor de la génesis de la esquizofrenia en el miembro elegido. Weakland (1960) resume lo que entiende por double-bind o doble vínculo:
»“Las características generales de esta situación (de doble vínculo) son las siguientes:
»”1. El individuo es envuelto en una relación intensa, es decir en una relación en la cual siente que es vitalmente importante que discrimine con precisión qué tipo de mensaje se le está comunicando, con el fin de poder responder apropiadamente.
»”2. El individuo es aferrado en una situación en la cual “la otra persona de la relación” expresa mensajes de dos órdenes distintos, y uno de tales mensajes niega al otro.
»”3. El individuo no puede comentar los mensajes expresados para corregir su discriminación acerca de cuál es el orden [lógico] al que debe responder; es decir, no puede formular un enunciado metacomunicativo.”». David Cooper: Psiquiatría y Antipsiquiatría, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1974, pág. 56
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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12 de diciembre de 2012 (Nota retocada)
Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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«LA PERSONA VÍRICA» (Indignada nota de protesta)
«Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar» Patricia Ramírez
«¿Tenemos la OBLIGACIÓN de ser felices y disfrutar?» Armando Almánzar-Botello
«Si no buscas el placer, si no estás dispuesto a gozar, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me dicen que esa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: “gozar no es obligatorio, te está permitido no gozar”. La paradoja de la sociedad permisiva es que nos regula como nunca antes.» Slavoj Žižek
Por Armando Almánzar-Botello
A la memoria del psicólogo y epidemiólogo E. Antonio de Moya, MA, MPH
«¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?... De hecho, el sujeto es etiquetado casi siempre como “vírico” o “tóxico” por exhibir un cierto déficit de capital económico-político, psico-social o simbólico.» Armando Almánzar-Botello
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A pesar de la aclaración que se hace en el artículo “Personas víricas que consumen energía”* cuando dicho escrito explícitamente nos dice: “Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas”, entiendo que la denominación “persona vírica” es una “etiquetación ideológico-segregativa”, excluyente (Foucault, Goffman, Basaglia, Cooper, Laing, Szasz), y con peligrosas pretensiones de rigor nosológico, psiquiátrico, ético e “higiénico-existencial”.
Este pseudodiagnóstico invalidante, cándido y útil en apariencia: “persona vírica”, “persona tóxica”, se promueve en una sociedad postmoderna medrosamente gregario-individualista, en la que los poderes plutocráticos pretenden, con perfiles perversos y en el seno de un interaccionismo físico y virtual generalizado, desentenderse del Otro en su real problematicidad, y solo aceptar en este, de un modo egoísta y reductor, aquello que viene a robustecer la “pétrea fortaleza narcisista” y el hedonismo de quienes pretenden privar a dichas personas, etiquetadas como “víricas”, de la condición polivalente, impredecible y abierta —más allá de la mera existencia desnuda—, que permite concebirlas como sujetos singulares, gozosos, contradictorios o sufrientes, como vida políticamente cualificada (Aristóteles, Agamben).
Generalmente, los sujetos declarados “víricos” por los grupos de poder no son percibidos por dichos “clanes” dominantes como sujetos domesticados, “buenamente folclorizables” a través de ciertas taxonomías y preconceptos ideológicos. Constituyen más bien unas variantes imprevistas o nuevos síntomas excéntricos de lo que Ralph Linton denominaba “modelos de mala conducta”. Exceden, quizá, las nuevas definiciones del DSM-5. Por tal motivo son rechazados en nombre de la estabilidad u homeostasis del sistema.
Entiendo que dicha etiqueta, “encanalladamente” inmunológica: “sujeto vírico”, es parte de una labor de counseling, de una cínica consejería “terapéutica”, estigmatizante y segregativa, que debe ser entendida como una de las múltiples versiones micropolíticas de la guerra preventiva contra las poblaciones, guerra que un cierto biopoder intenta realizar, y de hecho realiza, en nombre de la armonía y el concierto áulico de los dominios. Siguiendo este principio regulador, una determinada “microfísica del poder” intenta, mediante una suerte de “medicalización segregativa de la existencia”, eliminar todos los elementos perturbadores de la supuesta salud del “organismo” social, apelando a ideologías “liberales” de negación de la desgracia, la diferencia y las evidencias de cualquier inequidad.
Una cosa es el derecho que legítimamente nos asiste para elegir nuestras amistades, y otra, muy distinta, la constituye una práctica que se caracteriza por elaborar una cierta ideología de la victimización y el rechazo a los sujetos ajenos a nuestro sistema de valores, en función de criterios supuestamente psicoterapéuticos que, en última instancia, se revelan como simples torniquetes ideológicos reguladores del canje social en el seno de las empresas y del mercado neoliberales
En esta metáfora biologicista, “persona vírica”, percibo profundas resonancias fascistas y segregativas.
Este mecanismo de rechazo del otro (en el objetivo del genitivo: rechazo a la persona del otro) en tanto que alteridad u “otro radical”, no especularizable, problemático, no asimilable por nuestros propios sistemas de valores, es algo característico de una sociedad capitalista hipócrita, en lo esencial profundamente racista y poco solidaria, en la cual impera lo que Jacques Lacan denominó: “floculación difusa del odio”, con su creación permanente de exclusiones y víctimas propiciatorias.
Como decía lúcidamente el gran pensador norteamericano Kenneth Burke: «El principio sacrificial de la creación de víctimas es intrínseco a la congregación humana […] De ahí que lo importante no sea el modo por medio del cual los motivos sacrificiales revelados en las instituciones de la magia y la religión podrían ser abolidos, sino cuáles son las nuevas formas que adoptan.»
Victimizar a la víctima (victimización de segundo grado que apela cínicamente a los prestigios de una supuesta psicología preventiva) y gozar de ese mecanismo perverso-espectacular, pretendidamente ético-terapéutico, podría apuntalar de hecho, en última instancia, las bases perversas de una sociedad capitalista casi en su conjunto enajenada, regida por el principio de performatividad impuesto en su modalidad más genocida por el gran capital neoliberal, tecno-científico y cibernético-militar-financiero.
“La persona vírica” es el primer paso en la definición estratégica de “comunidades víricas”, “creencias religiosas víricas”, “prácticas instrumentales víricas”, “culturas víricas”, etcétera. Todo ello, evidentemente, favorece la estabilidad y el fortalecimiento de los poderes más duros, tortuosos y manipuladores.
Esta lucha antigua, pero también moderna y postmoderna contra lo extraño y lo desconocido, identificados con “lo vírico”, lo “anormal” y lo “patológico” —que proceden, supuestamente, de una oscura exterioridad amenazante—, me hace reflexionar sobre los antiguos rituales griegos de expulsión del fármacos (pharmakos) en su calidad de “víctima sacrificial monstruosa o deforme” seleccionada y expulsada como tal por la comunidad para esta librarse, mágicamente, de sus propios males intestinos (plagas, guerras, catástrofes climatológicas, hambrunas, etc.). Este fenómeno ha sido bastante estudiado por la antropología, la etnopsiquiatría y la filosofía.
Pero, sobre todo, este intento de eliminar lo heterogéneo, lo extraño y la realidad misma de la muerte, me hace pensar en “El Decamerón” de Boccaccio, obra en la que se ofrece la noticia de ciertos grupos o estamentos sociales privilegiados que, creyendo huir así de la gran peste negra que asolaba a Europa en el Siglo XIV, se encerraban en sus mansiones y palacios, en sus fortalezas grupales (una suerte de plazas sitiadas por el miedo y el cinismo) para disfrutar de música, historias, buena mesa y bailes, mientras creían mantener a raya la muerte procedente del “exterior”.
La etiquetación de “persona vírica” promueve la victimización de todo aquel sujeto (víctima de primer grado o no) que se muestre refractario a la imposición de las escalas axiológicas de ciertos grupos de poder y decisión.
Ese “diagnóstico banal” (en el sentido en que Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”: pero... ¿existe realmente la banalidad del mal?), podría reforzar una generalizada actitud “aséptica”, de cínico rechazo a toda manifestación de sufrimiento, infelicidad, conflictividad, reclamos de justicia, contradicción y problematicidad, que pueda provenir de ciertos “sujetos conflictivos y/o en proceso”, de personas con posibilidad de constituirse en “síntomas” que den testimonio de las líneas de falla y de fuga en el contrato social y su vocación totalizante. Vislumbramos implícito aquí el terrible conformismo egotista de la subjetividad instrumentalizada, la misma que tiende a silenciar la verdad como exceso, como erosión, impugnación y destotalización de los saberes-poderes constituidos y sus respectivos estilos de vida hipostasiados.
Resulta siempre curiosa esta velada forma de intolerancia frente a las diferencias, frente a los supuestos “monstruos” víricos que amenazan la homeostasis del sistema, y más cuando dicha intransigencia “pseudo-higiénica” se presenta en el contexto de una paradójica ideología de la “felicidad y solidaridad universales, globalizadas”, que olvida, como bien dice Michel Serres en su obra “Atlas”, la «criminal inversión del principio sacrificial que se vive en el mundo actual, donde la mayoría de los habitantes del planeta es sacrificada para el mantenimiento del estatus de una minoría de privilegiados.»
La etiquetación segregativa, constituida por el sintagma “persona vírica”, lleva implícita una vocación de anulación del sujeto en su alteridad irreductible, cierta velada voluntad de destrucción de la persona “integral”, múltiple y contradictoria, para excluirla de ciertos espacios de un modo selectivo y someterla brutalmente a los engranajes instrumentalizadores de la Empresa y el Mercado con su descarnada lógica pragmática.
Todo lo dicho anteriormente me conduce a reflexionar, además, sobre las sociedades de vigilancia, segregación y castigo, analizadas con gran lucidez por Michel Foucault, configuraciones societales que, como han establecido varios pensadores, tienen su inicio relativo en los siglos XVIII y XIX hasta alcanzar su plenitud en el siglo XX (Foucault, Deleuze, Illich). En estas sociedades, las personas con determinados rasgos vienen a ser definidas históricamente bajo el carácter o la especie de “anormales” por ciertas estructuras especializadas del saber como dominio, para de inmediato ser expulsadas del seno de la “sana” convivencia, recluidas en instituciones especiales o arrojadas a espacios marginales.
Hoy, a la altura del siglo XXI, nos resulta posible observar la persistencia de los mecanismos de estigmatización-exclusión propios de dichas sociedades disciplinarias, los cuales vienen a cohabitar obscenamente con los medios de regulación sinóptica y banóptica (Bauman) específicos o característicos de las actuales sociedades de control post-panóptico.
El gran antropólogo Claude Lévi-Strauss, por otra parte, había ofrecido testimonio científico, en el “El hechicero y su Magia”, artículo publicado en 1949 y luego incluido como capítulo IX de su obra “Antropología Estructural”, de las tremendas y destructivas fuerzas que se pueden activar o desencadenar en el universo de las creencias y las prácticas sociales:
«Después de los trabajos de Cannon se comprende más claramente cuáles son los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, atestiguados en numerosas regiones: un individuo, consciente de ser objeto de un maleficio, está íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su grupo, de que se encuentra condenado; parientes y amigos comparten esta actitud. A partir de ese momento, la comunidad se retrae: se aleja del maldito, se conduce ante él como si se tratase no solo ya de un muerto sino también de una fuente de peligro para todo el entorno; en cada ocasión y en todas sus conductas, el cuerpo social sugiere la muerte a la desdichada víctima, que no pretende ya escapar a lo que considera su destino ineluctable. Bien pronto, por otra parte, se celebran en su honor los ritos sagrados que le conducirán al reino de las sombras. Brutalmente separado primero de todos sus lazos familiares y sociales, y excluido de todas las funciones y actividades por medio de las cuales tomaba conciencia de sí mismo, el individuo vuelve a encontrar esas mismas fuerzas imperiosas nuevamente conjuradas, pero solo para borrarlo del mundo de los seres vivos. El hechizado [el sujeto vírico, en nuestro caso] cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta, del retraimiento súbito y total de los múltiples sistemas de referencia proporcionados por la convivencia del grupo, y, finalmente, de la inversión decisiva de estos sistemas que, de individuo vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclaman muerto, objeto de temores, ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la disolución de la personalidad social.» Claude Lévi-Strauss: “Antropología Estructural”, Eudeba, Buenos Aires, 1973, página 151
Esclarecedora y contundente reflexión del gran antropólogo francés autor de “Tristes Trópicos”, que podría hacernos tomar conciencia, en nuestra condición de supuestos intelectuales críticos, de las implicaciones éticas y biopolíticas que comportan ciertos actos confabulatorios y algunas perversas conjuras en el contexto de una competitiva y egoísta sociedad postmoderna, a la cual decimos combatir —cuando ello podría otorgar una cierta “redondez retórica” más que conceptual a nuestras decorativas posturas filosóficas—, pero cuyos principales vicios y defectos practicamos con descaro, inveteradamente, muchas veces en nombre de una curiosa y apócrifa interpretación de las Sagradas Escrituras...
Me sorprende que algunas personas, a las que por su formación supongo llamadas a meditar más profundamente sobre temas de esta naturaleza, se limiten a compartir los ideologemas en curso sin someterlos a una debida crítica hermenéutica.
¡Ay, estudiosos renegados de Martin Heidegger y Emmanuel Levinas!
¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?...
De hecho, el sujeto es etiquetado casi siempre como “vírico” o “tóxico” por exhibir un cierto déficit de capital económico-político, psico-social o simbólico.
“Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar” (¡sic!), dice el texto en cuestión “Personas víricas que consumen energía”.*
Es evidente ahí el mandato superyoico, prescripción que funda un falso “Imperativo Categórico” de naturaleza secretamente sádica.
Ahora bien, y cierro aquí estas desgarradas reflexiones: ¿Seré acaso yo un paradigma colosal de “sujeto vírico en proceso”, abierto a flujos, multitudes, travesías, y solo ahora, en este instante a-cósmico, “desvinculado”, me apercibo de mi propia irrevocable (des)ventura?...
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Marzo de 2013
© Armando Almánzar-Botello.
* Texto referenciado: Patricia Ramírez. “Personas víricas que consumen energía”. EL PAÍS SEMANAL, 3 de marzo, 2013). http://elpais.com/elpais/2013/03/01/eps/1362166637_204041.html
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Adendas:
VIOLENCIAS... CONFLICTOS... JUSTICIA...
1
«La sociedad democrática moderna quiere borrar de su horizonte la realidad de la desgracia, de la muerte y de la violencia, buscando integrar, en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social. Del mismo modo, tiende a criminalizar las revoluciones y a desheroizar la guerra a fin de sustituir la ética por la política, la sanción judicial por el juicio histórico. Así, pasó de la edad del enfrentamiento a la edad de la evitación, y del culto de la gloria a la revalorización de los cobardes.» Elizabeth Roudinesco, psicoanalista e historiadora francesa.
2
«Ciertamente, la violencia y el conflicto son instancias constituyentes de la condición humana: No hay sociedad ni contrato social sin violencia originaria. Pero, una cosa es el carácter transhistórico del conflicto y otra su pretensión absolutista de ahistoricidad. Esto último desemboca en la categoría política de “lo peor” (Lacan, Derrida). Una cosa es conflicto histórico y o transhistórico, y otra muy distinta la 'brutalidad' ahistórica (Derrida) de 'lo peor' ligada al 'struggle for life' concebido de modo 'etológico', puramente biológico, animal. Esta última ideología, como dice Néstor A. Braunstein, se constituye en una “auténtica aplanadora del deseo” revolucionario. Una cosa es la violencia ejercida para mantener el Orden establecido, y otra, muy distinta, la violencia efectuada para operar transformaciones históricas que de seguro no restablecerán la armonía idílica en la sociedad, pero permitirán cambios necesarios en las estructuras del Contrato Social, transformaciones operadas en la línea de fuga y de perfectibilidad ilimitada de la Justicia. ¡No al “Anything Goes” político-existencial: puro nihilismo pasivo!» Armando Almánzar-Botello.
3
«Las diversas modalidades de violencia son inevitablemente históricas, y, además, en su especificidad, constituyentes “inerradicables” del Contrato Social. El problema no consiste en tratar de eliminarlas absolutamente: de hecho, es imposible. Un sujeto sin conflictos consigo mismo o con otros sujetos no sería un sujeto humano.
»La cuestión es generar una modalidad de nexo social orientado por una suerte de “economía de la violencia”, de reducción o acotación de esta a su mínima expresión: a la violencia necesaria para las transformaciones, en ocasiones radicales, del contrato social...» Armando Almánzar-Botello
4
«[…] En el pensamiento del mismo Rousseau, en su idea del estado natural mítico, previo a la fundación del Contrato Social, encontramos una complejidad problemática sobre la que podemos reflexionar.
»El gran pensador francés considera aquella situación originaria como caracterizada por la paz y la armonía, pero de hecho también puede ser concebida como una situación de violencia y conflicto.
»El Contrato Social es una contra-violencia ejercida sobre una violencia originaria que es la del don originario como exposición incondicional al otro: tanto al mal que de él puede proceder como al mal que podamos infligirle. Donar la Diké, donar la Justicia, implica probar nuestro gesto sobre el telón de fondo de la A-dikia, de la posibilidad misma del mal, del error y de la injusticia. ¡No existe aquí garantía trascendental! (Derrida).
»Esta ambigüedad, entre otras aristas del problema, ha conducido a ciertos pensadores a cuestionar el concepto mismo de Derecho y, en particular, el de Derechos Humanos.
»Esta vertiente de la reflexión filosófico-jurídica a que me refiero, intenta mostrar cómo, efectivamente, esa categoría (derechos humanos), está consubstancialmente ligada a una tradición metafísica occidental que limita eventualmente, en su concreto histórico, el ejercicio plural, múltiple y metacultural de la justicia y las prácticas ético-jurídicas.
»El concepto de “derechos humanos” está preso dentro de una cierta tradición occidental de la persona, de lo humano, de la ley, que es posible deconstruir. El derecho internacional debe estar abierto a esta reflexión crítica. [...]» Armando Almánzar-Botello
5
«Cuando se intenta eliminar el conflicto del seno de lo social o considerar iguales y susceptibles de homogeneización todas las modalidades de violencia, estamos pasando de la necesidad de la violencia, de cierta economía de la violencia (Blanchot, Derrida), a la posibilidad de lo peor: la inmortalidad autodeclarada del Sistema Capitalista de Mercado en sus vertientes más absolutistas: complemento perfecto del Terrorismo de Estado.» Armando Almánzar-Botello
6
«El anhelo de expulsar totalmente la violencia del territorio de los ordenamientos y procesos humanos; el deseo totalitario de fundar el reino absoluto de la paz libre de todo conflicto; el proyecto de establecer la armonía universal carente de contradicciones, constituye el principio de la peor violencia: la guerra preventiva contra el sujeto, por definición contradictorio y conflictivo, la lucha sinuosa y perversa contra la complejidad indomeñable de lo (in)humano, contra el planeta y las poblaciones en su diversidad irreductible y problemática. Esta violencia preventiva opera, explícita o implícitamente, para garantizar la permanencia de un Orden injusto, el imperio de lo totalmente transparente y previsible. El banal e hipócrita integrismo pacifista termina siendo muchas veces el complemento perfecto de la Guerra Genocida que desata el psicobiopoder contra la inconmensurabilidad de lo múltiple.» Armando Almánzar-Botello
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Otro blog en el que figura este mismo texto:
Blog Cazador de Agua
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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«We are all born mad. Some remain so.» Samuel Beckett
[ESQUIZOFRÉNICO, ESQUIZO, LOCO, PSICÓTICO...] «Locura, exceso, Bataille (Notita)»...
Miércoles, 13 de Noviembre de 2013
«La lucidez de A. depende de una ausencia de deseo. La mía es la consecuencia de un exceso: sin duda es también la única verdadera. Si solo es una negación del delirio, la lucidez no es totalmente lúcida, es un poco todavía el miedo de llegar hasta el final, convertido en aburrimiento, es decir, en desdén del objeto de un deseo que excede. No vemos que la simple lucidez que así alcanzamos es también ciega. Es necesario advertir al mismo tiempo la mentira y la verdad del objeto. Debemos saber, indudablemente, que nos estamos engañando, que el objeto es, antes que nada, lo que discierne un ser sin deseo, pero es también lo que un deseo discierne en él.» Georges Bataille
Por Armando Almánzar-Botello
A la locura, interpretada por la filosofía, la psiquiatría, el psicoanálisis o la antipsiquiatría, podemos aproximarnos, hermenéutica y nosológicamente, desde dos puntos de vista principales.
Podemos verla como simple entidad clínica, patológica (la PSICOSIS como enfermedad mental, como “breakdown”, al decir de Ronald D. Laing; así la concibe la tradición psiquiátrica clásica de Kraepelin, Bleuler, etcétera), y la locura entendida como “break-through”, es decir, el delirio vivido como proceso creativo y restitutivo de curación (Freud, Jaspers, Bataille, Cooper, Laing...).
En la gran CORDURA inventiva (distinta de la empobrecida “NORMALIDAD” estadística) los mecanismos de la locura se encuentran al servicio del acto creador. Por eso decía Salvador Dalí (expaciente y gran amigo del psicoanalista Jacques Lacan): “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.”
Cuando Georges Bataille habla del delirio como exceso, como sinónimo del deseo, asume, además de la revisión de una cierta tradición spinozista del “conatus”, la concepción freudiana que ve en dicho delirio un proceso que intenta restablecer cierto equilibrio y cierta “cordura” en el funcionamiento del aparato psíquico.
A falta de una intervención psiquiátrico-farmacológica y/o psicoanalítica, pero también en ausencia de una recepción y una asistencia antipsiquiátricas de la psicosis, el sujeto delirante se puede estabilizar “espontáneamente”, de un modo parcial, en la llamada “metáfora delirante”.
Esa última modalidad de “anclaje” en un “mundo compartido con los otros”, si bien es una forma precaria de acceso al vínculo socio-simbólico, funciona frágilmente como uno de los “nombres del padre”: una suerte de suplencia “bruta” de la Metáfora Paterna.
Georges Bataille alude con la palabra “exceso” —en otra vertiente semántica de los dos párrafos que arriba citamos—, a lo que podría ser el freudiano “más allá del principio del placer”: un principio generalizado del placer que desborda la mera homeostasis y que permite una redescripción inédita de los límites de la subjetividad. El pensamiento del filósofo-escritor está dirigido aquí, en su origen, a transgredir cierta mojigatería burguesa...
Los términos entre los cuales se juega la tensión entre ley, prohibición, norma, límite, axiomática, por un lado, y deseo, transgresión, subversión, atravesamiento crítico del cerco capitalista, por el otro, se han modificado significativamente con el triunfo de lo que Daniel Bell denomina “capitalismo hedonista”, posterior al capitalismo clásico “weberiano”…
A su vez, y siguiendo en esto a Spinoza, a Laing, a Jaspers, a Artaud, a Michel Carrouges... entre otros, Gilles Deleuze y Felix Guattari consideran que la “locura-enfermedad” (psicosis) comporta un empobrecimiento y una detención de las “máquinas deseantes”, concebidas estas como instancias creativas de “desterritorialización” y generadoras de transmutaciones y “devenires rebeldes”.
Inversamente, Deleuze y Guattari piensan que la “locura-proceso”, la locura vivida (la del “esquizo”, como diferente al “esquizofrénico”), experimentada como proceso —y no simplemente padecida como entidad nosológica—, implica una recuperación de la potencia deseante por parte del sujeto, entendido ahora como “agenciamiento colectivo de enunciación”…
Fuera de la dupla kleiniana articulada como lo “esquizo/paranoide”, el primero de estos términos no se utiliza habitualmente en los DSM ni en la psiquiatría dinámica tradicional como sinónimo de esquizofrénico (un tipo de psicosis como enfermedad mental), sino que se habla de “esquizofrenias” y de “trastornos esquizoides de la personalidad”...
Lo reitero: aunque puede argumentarse que la palabra “esquizo” es un apócope de “esquizofrénico” y una forma de designar al llamado “loco”, para Deleuze-Guattari, el “esquizo” no es el esquizofrénico, pero tampoco el llamado “psicótico” (enfermo mental) es lo mismo que el “loco”.
El término “esquizo” tiene, como prefijo, antedentes ilustres.
El gran psiquiatra suizo Eugen Bleuler, revisando a Kraepelin y sobre las huellas de lo que este último denominaba “demencia precoz”, describe la entidad nosológica que bautiza como “esquizofrenia”, palabra procedente del término griego “schizein”.
En este contexto, alusivo a la patología mental cuyo rasgo más notorio, entre otros, es el “divorcio” entre “intelecto” y “efecto”, priman las ideas de “disociación”, “ruptura”, “corte”...
Hablaba entonces el médico suizo (también lo hizo así Freud) de “Spaltung”, palabra alemana que se traduce al español como “división”, “fractura”, y más o menos equivalente a las palabras francesas “beance” o “clivage”, y a la palabra inglesa “splitting”, utilizada por Sandor Ferenczi y Melanie Klein.
La idea de “esquizia” lacaniana, el concepto de “esquizo” deleuziano-guattariano, tienen ambos este origen, aunque desbordan, como categorías, el contexto restringido de su nacimiento.
Si bien el término “esquizo” podría homologarse al uso de los términos “esquizofrénico” y “loco”, es preciso señalar, con todo vigor, que no sucede así en la “conversación” y en el “discurso” filosóficos contemporáneos, pero tampoco en el ámbito de la clínica (a no ser, como he señalado, en el uso coloquial de dicho vocablo).
Por otra parte, el Jacques Lacan de la dialéctica entre la “palabra vacía” como simple “molino de palabras”, y la “palabra plena” como sinónimo de “palabra verdadera”, es un Lacan superado, no solo por él mismo (cuando articula, con posterioridad a este binomio y bajo influencia de un cierto Heidegger, una concepción procesual de la “verdad” entendida como aquello que excede a todo “saber constituido” con pretensión autárquica, y que, por lo tanto, “aspira a lo real imposible” destotalizante), sino cuestionado y “deconstruido” en su concepción de la verdad como “palabra plena” por pensadores como Philippe Lacoue-Labarthe y Jacques Derrida, quienes perciben en la bipartición lacaniana “palabra vacía/palabra plena” una “metafísica implícita de la presencia” que amarra a Lacan, en este punto, a una tradición “falogocéntrica de la verdad” que olvida lo que debe ser pensado más allá de la instrumentación racionalista del discurso...
Al “loco” no hay que silenciarlo ni conducirlo amablemente fuera de los límites de la “plaza pública”, fuera de los límites de la “polis”.
Tal recurso perverso de mera “etiquetación segregativa”, de sutil y compleja “victimización excluyente”, es el mismo Discurso del Amo, del Poder. Viene a coincidir justamente con el de Platón, cuando este expulsa a los poetas fuera de la República, fuera del ámbito de la polis.
Esa estrategia socrático-platónica sin lugar a dudas constituye un gesto del “dominio metabolizante”, homólogo, además, al de un Denis Diderot, cuando este, en su obra “El sobrino de Rameau”, plantea la dinámica de exclusión disciplinaria de los “diferentes” o “anormales”, proceso tan genialmente analizado luego por Foucault, y que se inicia en los siglos XVII y XVIII bajo el “interés pragmático de la naciente burguesía”, como nos recuerda pertinentemente David Cooper...
No creo que al “loco”, por lo menos en los ámbitos de cierto ejercicio de “auténtica” democracia (loco: el que dice muchas veces la “palabra inconveniente”, inconveniente para ciertos poderes: Foucault habla aquí de “parresiastés”) haya que silenciarlo, ni en el contexto clínico ni tampoco en el ámbito de una práctica política efectivamente “inclusiva”.
Por el contrario, entiendo que dicho “loco” debe ser escuchado atentamente, y su discurso “sintomático” entendido como aquello que viene a expresar de forma oblicua, deformada, “fuera de tema” (“hors du sujet”, en francés), todo lo “impertinentemente” que se quiera, “verdades” o “puntos de vista de apreciación y valoración” que pueden revelar aspectos ocultos del sistema, aunque fuere más allá de las conveniencias e intereses de los llamados “grupos hegemónicos”...
Para que exista un “nosotros” que no sea el de la mera “fraternidad-terror”, el de la “co-habitación” o convivencia por simple homologación, la suma de los sujetos del “cum” no puede pretender totalizar sus elementos excluyendo a la locura como vacío del virtual descompletamiento que viene a inaugurar el socius in-fundamentado y pluralista, la auténtica multiplicidad de una comunidad sin presupuestos de pertenencia que utiliza como principio de operatividad la “síntesis disyuntiva inclusiva”...
Esta es la ética que intento delimitar ahora, con esta modesta y quizá excesiva intervención.
No obstante, el tratamiento biopsiquiátrico y farmacológico de las “psicosis” apunta a un silenciamiento de los “efectos de verdad” que puedan surgir, eventualmente, de la “palabra loca” o esquiza como puesta en abismo del contrato social...
Finalmente, recuerdo que Jacques Lacan nos dice: «El ser del hombre no solo no es comprensible sin la locura, sino que no sería siquiera el ser del hombre si no llevara en sí a la locura como el límite de su libertad.»
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Miércoles, 13 de Noviembre de 2013
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