«Excelente relato. Vivencias formidables. Textos hermosos de la inspiración poética de tu padre. Memorias históricas del tiempo perdido. Desconocía ese proceso afectivo familiar y cultural de tu vida. Encantado de conocer ese tiempo personal y fidedigno de una memoria sensible y auténtica. Ignoraba, cuando nos conocimos en aquel vibrante 1978, que en aquellos pasillos de Radio Televisión Dominicana tú habías correteado tropezándote con la historia. Gracias por ese relato que he disfrutado al máximo.» Tony Raful Tejada

Por Armando Almánzar-Botello
Mi padre, el doctor Servio Tulio Almánzar Frías, para esa época un joven abogado de unos 26 años, por su probada capacidad profesional sumada a la condición de hijo del periodista Armando Almánzar Veras, jefe de prensa de la emisora oficial “La Voz Dominicana”, fue designado, en el período final del tiránico régimen de Trujillo, como fiscal de La Vega.
Hombre de origen cibaeño-mocano, mi progenitor ya había sido juez de primera instancia en Sabana de la Mar, luego juez de apelación en Samaná y, posteriormente, en la provincia Sánchez Rámirez, Cotuí, juez de paz.
Poco tiempo después de comenzar su ejercicio profesional como fiscal en La Vega, se le presentó un caso en el que se veía involucrado un medio hermano de Trujillo, Julián Trujillo, conocido como Juliancito.
Dicho señor tenía una bien ganada fama de cuatrero y de abusador en una gran parte de la región del Cibao.
En el caso al que ahora me refiero, unos campesinos de La Vega se atrevieron a elevar una querella contra el cuatrero Juliancito Trujillo. Aducían que este cuatrero de marras, cuya finca colindaba con las tierras de los campesinos, estaba corriendo a su favor las cercas de alambres, y utilizaba para ello brigadas de hombres a su servicio. Además, argumentaban, que para él presentarse luego como propietario de una parte del ganado de ellos, el Juliancito “mentao” metía en su “potrero” los animales pertenecientes a los agricultores y ganaderos querellantes: cerdos, chivos y ganado vacuno, aunque ya estuvieran estampados con todas las de la ley.
Mi padre, un profesional joven del derecho, pleno de idealismo y devoto de la poesía, la justicia, la historia y el pensamiento filosófico, decidió, una vez más, ser honesto en sus funciones, y se dirigió personalmente a la finca de los campesinos querellantes para comprobar la realidad de los hechos, la presunta veracidad de la denuncia. Se hizo acompañar por un agrimensor que portaba los planos de los deslindes catastrales correspondientes.
Cuando observó minuciosamente la situación y realizó en el lugar de los hechos las indagatorias correspondientes, tomando en cuenta la opinión de los lugareños, mi padre comprobó que a los campesinos demandantes les asistía plenamente la razón. Entonces, en su condición de fiscal, cumplió con su deber como hombre al servicio de la Justicia y no de los Trujillo.
Juliancito, “al verse despojado de lo ajeno”, llamó de inmediato a Ciudad Trujillo a su hermano José Arismendy Trujillo Molina (Petán), y le comunicó que el hijo de Armando Almánzar Veras, del jefe de prensa de su emisora de radio y televisión, le había acusado de cuatrero haciendo que se le despojara de parte de sus tierras y animales de crianza.
Petán Trujillo llamó a mi abuelo a su despacho y le dijo: “Mando, me dice mi hermano Julián que tu hijo el abogado, el que es fiscal en La Vega, está actuando judicialmente contra la familia Trujillo y contra el Régimen del Jefe. Te exijo que aconsejes a ese inexperto muchacho del diablo, o habrá serias consecuencias”. Mi propio abuelo Almánzar Veras —también otras personas que estuvieron presentes en la conversación así lo atestiguan— siempre contaba que le respondió a Petán Trujillo, diciendo: “General, más del Diablo es usted. Mi hijo es un hombre joven y tiene sus propias convicciones morales y políticas. Veré lo que puedo hacer”.
Petán Trujillo, curiosamente, siempre respetó a mi abuelo en ciertas conductas extremas de este, hasta donde un Trujillo, en aquellos tiempos, podía respetar excesos en los demás. Toleraba en el comportamiento de mi abuelo cosas que a otros quizá les hubieran costado la vida o poco menos.
Petán decía, rabiando, “¡Mando es un loco y un caprichoso! ¡Siempre hace lo que le da la gana!”. Eso lo pude escuchar yo mismo de labios de Petán Trujillo en una ocasión en que, con unos tres o cuatro años de edad, jugaba yo en uno de los pasillos del palacio “La Voz Dominicana” arrojando un carretel metálico de máquina de escribir Remington. En el momento en que dicho carrete llegaba girando al final del pasillo, justo ahí desembocó Petán con su comitiva... Cosa curiosa, el General Petán tomó el carrete, me lo devolvió rodándolo por el piso como si estuviera jugando conmigo, y preguntó acto seguido, con su forma de hablar brusca y como en staccato: “¿¡Y este muchachito!?”. Sus guardaespaldas le respondieron: “Es nieto de don Armando, General”. Petán dijo entonces como entre dientes: “¡Carajo, he dicho tanto que aquí los empleados no deben traer niños, pero Mando hace siempre lo que le da la gana!”. Yo, un poco asustado, recogí mi carretel y corrí hacia el despacho de mi abuelo. Ahí estaban con él otras personas y me aproximé al oído derecho del padre de mi padre, y le dije: “Oye, Papá Mando, vi al General en el pasillo y me devolvió mi carretel, pero dijo que tú eras loco y que siempre hacias lo que te daba la gana”. Papá Mando me miró a la cara fijamente, y luego me apartó de él con cierta brusquedad tomándome por mis pequeños hombros (era costumbre entre nosotros ese gesto entre recriminatorio y juguetón). De inmediato me dijo, sotto voce, sonriendo pícaramente: “No te preocupes, Armandito, que el verdadero loco es él.” Aun así, me dijo ya en voz más alta y audible para todos, señalándome un escritorio vacío: “Siéntate ahí a dibujar”. Las personas que estaban presentes no se imaginaban la naturaleza del diálogo susurrado entre abuelo y nieto. Años después me enteré de que uno de los presentes ese día en el despacho de mi abuelo era el querido locutor Rafael Cuello Batista.
Después de esta digresión, finalizo ahora la historia de Juliancito Trujillo. Esta corresponde, repito, al período laboral en La Vega de mi padre Almánzar Frías, quien pertenecía, desde sus primeros años de ejercicio profesional, al grupo de los más probos y honestos miembros de la judicatura en la República Dominicana.
Mi abuelo, conocedor del gran peligro al que se exponía mi padre al haber enfrentado los intereses del cuatrero infame y desaprensivo —el cual representaba con su conducta el contenido manifiesto de lo que realmente era el contenido latente de todo régimen de propiedad de los Trujillo—, le envió a su hijo un telegrama a La Vega en el que podía leerse: “Servio. Urgente. Cierra casa. Ven de inmediato a Ciudad Trujillo con toda la familia. Trae objetos personales imprescindibles”. Mi padre obedeció y partimos hacia la capital, él, mi madre, mi hermano menor (que había nacido en Cotuí), mi hermanita casi recién nacida, y yo, con unos cinco años.
Pese a mi corta edad recuerdo la turbulenta mudanza y mi triste despedida de mis peces en la pequeña pileta del patio de mi casa, junto al gran aljibe; mi emotiva despedida de algunos niños del vecindario y de Tavito y Chavela, mis primitos, hijos de mi tío el doctor Octavio Piña Valdez, primo hermano de mi madre, y de su esposa mi tía Margot Delgado, quien era pariente, además, de mi propio padre. También fui a despedirme del bondadoso abogado doctor Porfirio Gómez, propietario de la casa rentada por mi padre y cuya oficina, con el frente en la calle perpendicular a la que mi familia habitaba, se comunicaba kafkianamente, por su puerta trasera, con el patio de mi hogar. La casa donde vivíamos estaba situada en La Vega vieja, Calle Padre Adolfo, frente a la Panadería San Antonio, próxima al Palacio de Justicia y al Parque de Las Flores. Era una de esas mágicas viviendas de concreto con patio encementado y árboles frutales, con enormes aljibes cilíndricos, con medias ventanas y aldabas gigantes en sus puertas.
A los pocos días de nuestra partida rumbo a la capital (posteriormentede nos dirigimos a Higüey, tierra originaria de mi madre), mi progenitor fue suspendido en sus funciones como fiscal de La Vega, aunque posteriormente fue repuesto en el cargo. Entre tanto, ajusticiaron al tirano y finalizó, en la epidermis de la patria por lo menos, el ignominioso régimen de Rafael Leonidas Trujillo Molina, que había durado 31 largos años de “blood, sweat and tears”...
En La Vega escuché cantar, en diciembre de 1961, “Navidad con Libertad”; luego, “Mataron al Chivo”. Posteriormente, a raíz de la salida del país del hijo mayor del dictador, general Ramfis Trujillo Martínez, jefe militar de las fuerzas de aire, tierra y mar, oí al pueblo vegano decir: “¡El Pato voló!”.
He padecido desde niño, por efecto de la agitada vida profesional y política llevada por mi hoy difunto padre doctor Servio Tulio Almánzar Frías —y mucho antes de mi salida tardía del país movido por intereses afectivos, turísticos y culturales—, una suerte de catastrófica sucesión de “inxilios”. Esas experiencias han devenido en insilio patológico tremendo. Muchos otros padecen simplemente el exilio, pero preservan el metabolismo espiritual y los vínculos afectivos con su patria o su cultura.
Cierto es que somos extranjeros para nosotros mismos, pero cuando las circunstancias históricas nos imponen brutalmente el ser ajenos a nosotros mismos, estamos bordeando el desarraigo radical de la locura, el riesgo de la ruptura de todo vínculo social: una suerte de muerte en vida. ¡Peligro! De ahí puede surgir cualquier cosa.
He tenido la dolorosa experiencia de sentirme acosado, perseguido y rechazado en mi propio país. Ligada mi vida a una singular constelación paterna de atributos, unas veces he sido el hijo maldito del trujillista-calié, y otras, el peligroso hijo del comunista “ateo y disociador”.
Una reducida parte del pueblo de La Vega percibió y agradeció el comportamiento humano, decoroso y veraz de mi padre mientras estuvo desempeñándose como fiscal de esa importante y siempre querida provincia.
La luz de la generosa honestidad de mi padre brillará imperecedera en el corazón y en el pensamiento de sus más genuinos descendientes.
Armando Almánzar-Botello
Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.------------------------------------------------
EL SUPERMERCADO WIMPY’S EN CIUDAD TRUJILLO, EL PERIODISTA, DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR CURZIO MALAPARTE, Y LUEGO EL CORONEL SIMÓN TADEO GUERRERO EN HIGÜEY (A modo de catarsis)
Por Armando Almánzar-Botello
«¡Apreciados amigos, lo que he escrito aquí no constituye un mero ejercicio retórico realizado para demostrar que pretendo ser bueno con las letras! La posible calidad literaria de lo aquí escrito, para mí ahora vale cero; no representa nada para mi persona moral, para mi perspectiva o dimensión ético-política. ¡Esto no es baba retórica ni poesía espumosa! Perdón. Es una denuncia y un ajuste de cuentas personal, fantasmático, con una figura que me jodió parte de mi vida y cuyo espectro todavía me importuna. Esa persona está muerta, pero ha llenado de heridas el imaginario familiar en el que aún me veo envuelto.» Armando Almánzar-Botello
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Mi abuelo paterno, el veterano periodista Armando Almánzar Veras (Moca, República Dominicana, 1907 — Santo Domingo,1993), cuando fue desde 1956 jefe de prensa de la Voz Dominicana, vivía en la misma manzana donde residía también el general José Arismendy Trujillo Molina (Petán): la avenida San Martín. En ella, esquina avenida Ciudad de Miami, tenía su residencia el hermano del Jefe, y mi abuelo tenía la suya en la misma avenida, casi esquina Manuel Ubaldo Gómez: Avenida San Martín # 47 (altos)
Generalmente, mis abuelos paternos hacían sus mayores y habituales compras en el Colmado Ritz de la Avenida San Martín, aunque pudieran eventualmente cambiar sus hábitos, dependiendo esto de su deseo de adquirir algunos productos especiales.
Ya existían, para entonces, El Mercadito de la Casa Velázquez y el supermercado Elah, ambos establecidos en Gazcue. También el supermercado Bolívar, próximo al Parque Independencia.
En cierta ocasión, al final de los años cincuenta, exactamente en 1959, mi abuelo paterno se desplazó a la Avenida Bolívar de Ciudad Trujillo, como hacía regularmente cuando se proponía realizar determinadas diligencias o gestiones personales. Al encontrarse muy próximo al supermercado Wimpy’s decidió comprar en él su whisky favorito, Johnny Walker.
Muchos años después, mientras lúcida, crítica pero cálidamente conversábamos en casa de una de mis tías, me contaba mi abuelo que saludó en aquella ocasión al propietario del flamante supermercado (a quien apodaban Wimpy, y cuyo verdadero nombre era Lorenzo Berry, expiloto de origen norteamericano establecido en Ciudad Trujillo), miró a su alrededor y vio a varios conocidos suyos que conversaban con cierto sigilo, atravesó por completo la entrada del establecimiento y se dirigió directamente al atractivo lugar donde se encontraban las bebidas espirituosas.
Mientras revisaba distraídamente los tramos que correspondían a los rones, vinos, whiskies y coñacs ofertados en el moderno supermercado, escuchó la voz jovial y casi tímida del propietario del establecimiento que le decía, con su particular y algo lejano acento norteamericano: «Señor Almánzar, disculpe, ¿ha oído usted hablar del periodista, político y escritor italiano llamado Curzio Malaparte?». Mi abuelo, sorprendido por la naturaleza de la pregunta, le dijo que sí, que había oído mencionar al periodista, diplomático y escritor italiano, pero que no lo había leído extensamente.
Es preciso señalar que Malaparte había pertenecido al grupo de intelectuales italianos que firmaron en Italia, a mitad de los años veinte, el Manifiesto de los intelectuales fascistas, concebido y escrito por el famoso filósofo y político Giovanni Gentile. Durante largos años Malaparte siguió la política de Benito Mussolini, de quien fuera funcionario y amigo personal, hasta su progresiva y final ruptura con el régimen fascista y su solicitud de ingreso al Partido Comunista de Italia...
Cuando mi abuelo se aproximó a la caja del negocio a pagar su litro de whisky, el señor Wimpy le dijo, con su particular acento: «Mire, señor Almánzar, este librito de Malaparte. Un amigo que trabaja en el Aeropuerto Internacional General Trujillo lo encontró abandonado en una de las estanterías de Aduana. Se lo regalo.». Mi abuelo leyó: «Curzio Malaparte. Técnica del Golpe de Estado». Le dio las gracias a Wimpy por el obsequio, pagó su litro de Johnny Walker y se marchó hacia su residencia de la Avenida San Martín. Naturalmente, mi abuelo no sospechó nada por el regalo y el título del libro...
Varios años después, asesinado ya Rafael Leonidas Trujillo Molina y descubierta la secreta pertenencia del señor Wimpy a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, ese libro de Curzio Malaparte era un volumen más en la biblioteca de mi padre el doctor Servio Tulio Almánzar Frías (1931-2005), quien se había establecido en Higüey con mi madre, originaria de esta vieja ciudad del Este de nuestro país.
Allí en Higüey, acusado primero de «calié» por la plebe resentida y por hipócritas y turbios sectores oportunistas de una derecha falsamente democrática (durante los años finales del régimen de Trujillo mi padre había sido un digno, probo y joven fiscal de la provincia de La Vega, en la región de El Cibao), y denunciado luego por comunista (debido a su defensa radial de los campesinos de esa región del Este frente a la oligarquía terrateniente, tal como en años anteriores había defendido a los campesinos de La Vega cuando mi padre fuera fiscal de dicha ciudad, todavía bajo el régimen de Trujillo), mi noble progenitor fue sometido por ciertos sectores de la misma oligarquía que decapitó a la tiranía de Trujillo —esa oligarquía socioeconómica y político-militar que en vida del dictador fue la máxima beneficiaria de su régimen—, a un sucio y constante acoso político-personal.
Mi padre, el generoso y digno abogado que ya había arriesgado su vida en la ciudad de La Vega en defensa de la justicia y a favor de campesinos que reclamaban el respeto de sus derechos, fue, por su compromiso ideológico-social izquierdista, varias veces apresado y hasta torturado en la cárcel de la ciudad de Higüey, por órdenes de Simón Tadeo Guerrero.
En el período en que el uniformado Tadeo Guerrero González fue Jefe de la Policía en la Regional Sureste con asiento en La Romana y control sobre Higüey, el hogar de mis respetables abuelos maternos —donde vivíamos mis padres y mis dos inocentes y pequeños hermanos—, se vio bajo asedio policial constante por órdenes del coronel Guerrero.
Hubo períodos en los que casi todos los días padecíamos allanamientos policiales ilegales dizque porque las autoridades del momento buscaban en ciertos hogares armas de guerra y literatura subversiva de supuesto perfil comunista.
Recuerdo una mañana de mi remota y dura infancia, en la que un sargento de la policía, en plena labor de allanamiento de mi hogar en compañía de un nutrido grupo de otros efectivos policiales, tomó entre sus manos el libro de Curzio Malaparte titulado «Técnica del Golpe de Estado» —elegido quizá por el patán debido a su llamativo título, notorio en un tramo de los libreros de la pequeña oficina y biblioteca de Juan Antonio Botello Arache, mi abuelo materno, y de mi padre—, mientras el sargento decía: «¡He aquí la prueba que buscábamos!».
[¡Curzio Malaparte comunista! Durante la mayor parte de su vida fue más bien un fascista mussoliniano de izquierda. Los que gobernaban entonces la República Dominicana cuando Tadeo Guerrero actuaba, estaban más próximos a cierta vertiente antidemocrática o autoritaria de gobierno que el mismo Malaparte en su contexto histórico. Nunca simpatizó con los nacional-socialistas alemanes, y solo al final de su vida fue aceptado, casi por lástima, como miembro del Partido Comunista Italiano.]
El sargento fue al jeep policial que estaba detenido en el frente de mi casa, y después de supuestamente comunicarse por la radio del vehículo con su jefe Simón Tadeo Guerrero, dijo que este le había ordenado que procediera a quemar el libro de Curzio Malaparte junto con todos aquellos que tuvieran en su título alguna alusión al marxismo, al comunismo, al socialismo científico y al cooperativismo...
¡Con lágrimas en mis ojos vi arder en esa nefasta mañana, en el patio de mi propia casa, tantas colecciones preciosas de libros, realmente marxistas o no (dependía todo de la evaluación de aquellos patanes), que todavía cuando pienso en esa precoz, traumática, absurda, abusiva y muy triste experiencia político-policial, siento deseos de vomitar y un odio incontenible, inmenso, contra la barbarie del Poder falsamente democrático, del imperialismo sin rubor y de los hombres que actúan movidos tan solo por el ciego afán egoísta de éxito económico, por la voluntad de traición y el oportunismo maquiavélico más burdo!
Esas experiencias, padecidas por mí a una edad tan temprana (tendría yo de ocho a nueve años), me resultaron profundamente traumáticas y determinaron que, luego, para mi fantasía infantil, todo libro, como «objeto cultural prohibido», se constituyera en sinónimo de fuente secreta de libertad y de necesaria subversión del sucio, perverso, injusto e hipócrita orden (i)legal establecido.
Desde aquel lejano día, a mis nueve años, las circunstancias asociadas al evidente y arbitrario abuso de poder me hicieron «comunista» y enemigo acérrimo de gente como el coronel Simón Tadeo Guerrero, figura policial a quien solo vi personalmente dos veces en mi vida, pero que pasó a poblar mis fantasías más infernales y diabólicas convertido, ese señor, visceralmente, por la naturaleza de las circunstancias, en uno de los autores de mi desdicha existencial.
Hoy pienso, después de largos años, y superado al fin —creo—, mi hondo y legítimo resentimiento, que la verdadera, gran y real diferencia entre aquel coronel Guerrero y mi singular persona, estriba en que así como ese individuo, siguiendo las órdenes que recibía de sus amos históricos y superiores “glocales”, estaba decidido, radical y pragmáticamente, a eliminar todo tipo de adversario ideológico y disidente político en el cumplimiento de un supuesto “deber” entendido como kantiano imperativo categórico, yo, por el contrario, sé convivir y sobrevivir con la peligrosa amenaza que representan, para el auténtico pluralismo democrático y la genuina multiplicidad, personas como el referido policía: ese triste, lamentable y presumido paradigma de los agentes ultraconservadores de la extrema derecha política dominicana, esos monstruos capaces de cualquier cosa para lograr sus turbios fines y luego disfrazarse de actores justos y políticamente saludables, decentes, patrióticos, cívicos y correctos.
Armando Almánzar-Botello
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29 de agosto de 2020
Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
NOTA: Cualquier error en ciertos datos es de la absoluta y exclusiva responsabilidad del autor de este artículo.
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“PAPÁ MANDO” Y “EL ABUELITO CANTARÍN”
Por Armando Almánzar-Botello
Mi abuelo paterno, el periodista Armando Almánzar Veras, primer Premio Caonabo de Oro de Periodismo en la República Dominicana —edición 1990—, al inicio mismo de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina, en 1930, había organizado el cristiano enterramiento del cadáver de Cipriano Bencosme Comprés, respetado y querido hacendado y político de la región. Este prohombre cibaeño, decidido luchador antiimperialista, guerrillero a favor de la institucionalidad de la República, antiguo gobernador civil y militar de la provincia, desafecto a los métodos criminales de Trujillo, fue brutalmente asesinado en una finca por el desde ya monstruoso régimen dictatorial, y sus restos en descomposición fueron luego exhibidos en una de las aceras de la ciudad de Moca.
Como escribió muchos años después el también periodista mocano Santiago Estrella Veloz:
«…El cadáver de Cipriano Bencosme fue inhumado en el mismo lugar donde cayó; dos días después, Trujillo ordenó su exhumación y traslado a Moca, adonde fue llevado en parihuela, como un delincuente.
»El cuerpo exánime fue exhibido durante dos días frente a la Gobernación Provincial, a modo de escarmiento y advertencia.
»En medio del dolor reprimido de los mocanos, el periodista Armando Almánzar Veras preguntó a un nutrido grupo de amigos si no era posible reunir ocho o diez hombres “con cojones bien puestos” para reclamar el cadáver y darle cristiana sepultura.
»En efecto, esos hombres aparecieron, entre ellos, Jacobito de Lara, Juan Contín, Julio Sánchez Gil, otro íntimo de Cipriano Bencosme que se armó de valor, recogió el cadáver cuando se dispuso oficialmente su retiro y se procedió a sepultarlo.
»Almánzar Veras pronunció un encendido panegírico en el que resaltó la valentía de Bencosme y lanzó duros epítetos contra Trujillo. Más tarde, eso le costó la cárcel.
»Los cronistas de la época relatan que pocos dolientes acudieron al sepelio de Cipriano Bencosme. El temor prevalecía. El autor de esta historia tuvo el privilegio de trabajar bajo el mando de Armando Almánzar, cuando fue Jefe de Redacción del matutino Listín Diario en la década de 1960…» Santiago Estrella Veloz: Fragmento de “La familia Bencosme contra Trujillo”, Diario Libre, octubre de 2009, Santo Domingo, República Dominicana.
El periodista Almánzar Veras fue redactor del diario “La Nación” (1941-1956); luego Jefe de Prensa de la Estación Radiotelevisora “La Voz Dominicana” (1956-1962); Editorialista de “La Nación” (1963); Jefe de Redacción del “Listín Diario” (1963-1967). Desempeñó por breve tiempo los cargos de Jefe de Prensa y Director Interino de “Radio Cristal”, emisora capitaleña. Posteriormente fue Director Ejecutivo del diario “El Sol” (1971-1973).
Durante varios años mi abuelo Almánzar Veras ocupó el cargo de Jefe de Redacción del periódico “La Información”, de Santiago de los Caballeros. Finalmente, ofreció su colaboración al periódico “Hoy”, en Santo Domingo, con su columna titulada “Los gazapos de Hoy”.
Armando Almánzar Veras, quien como ya he señalado había sido jefe de prensa de ”La Voz Dominicana” entre 1956 y 1962, pasó a ocupar en 1963 la jefatura de redacción del periódico “Listín Diario”, medio de comunicación escrita que había sido prohibido y radicalmente silenciado, por motivos ideológico-políticos, en el azaroso contexto de la dictadura trujillista.
He aquí una prueba concluyente de que mi abuelo Almánzar Veras nunca fue una simple ficha del juego dictatorial de los Trujillo.
Papá Mando, mi perseverante abuelo, nunca se prestó a ser un simple alabardero de los intereses perversos de dicho régimen trujillista, sino que brillaba con luz propia por su gran capacidad periodística y gerencial, por su alto sentido moral, por su vocación de trabajo, su probada experiencia y su accionar inteligente. Por tales razones la familia Pellerano, propietaria del “Listín Diario” y desafecta al régimen tiránico de Rafael L. Trujillo Molina, seleccionó al valioso periodista mocano, junto con otros notables profesionales, para posicionarlo como una de las máximas autoridades técnicas del periódico, relanzado este con posterioridad a la desaparición del dictador.
Yo nací el 29 de agosto de 1956. En 1962, contaba tan sólo con 6 años de edad. Para esta fecha todavía no era miembro carnetizado de “El club de los nietos”, creado por el actor, guionista y productor venezolano Abel Barrios, quien producía para “La Voz Dominicana”, a la sazón llamada “Radio Santo Domingo Televisión”, uno de los programas infantiles pioneros de mayor audiencia en la historia de la televisión dominicana: “El Abuelito Cantarín”.
Sustentado por su capacidad y experiencia en el área periodística y gerencial, mi abuelo, el periodista Almánzar Veras, a pesar de la caída del régimen de Trujillo en 1961, proseguía desempeñando sus funciones de jefe de prensa en la división de radio de dicha emisora oficial “La Voz Dominicana”, la cual, como he dicho, quizá para hacer olvidar el “monologismo autoritario” del régimen trujillista expresado en esa “Voz”, había pasado a denominarse “Radio Santo Domingo Televisión”.
Recuerdo el gran impacto que representó para mí el descubrir la verdadera identidad del Abuelito Cantarín, personaje al que ya conocía por la pantalla chica de la televisión.
Una tarde, caminando yo por la calle de la antigua “Voz Dominicana” —la entonces avenida Ciudad de Miami, hoy Dr. Tejada Florentino—, de la mano del padre de mi padre, a quien llamaba con orgullo “Papá Mando”, vi a un señor vestido de rigor como mi propio abuelo, con saco y corbata, que se aproximaba hacia nosotros por la misma acera. De inmediato, mi abuelo me dijo: “Prepárate, Armandito, que te voy a presentar al Abuelito Cantarín”.
Cuando el individuo vestido de gris, el cual me pareció que salía de la emisora oficial en dirección a la Avenida San Martín, se cruzó con nosotros y saludó a mi abuelo con un riguroso “Buenas tardes, señor Almánzar”, mi abuelo le dijo: “Conozca a uno de los más fervientes admiradores del Abuelito Cantarín”. El hombre, cuyo nombre real, como he dicho, era Abel Barrios, me dijo, con una voz muy seria y grave: “¿Cómo te llamas, pequeño?”, yo le respondí: “Me llamo Armandito. ¿Usted es amigo del Abuelito Cantarín?” El señor Barrios, haciéndole un guiño a mi abuelo me contestó: “Sí, lo conozco, y le haré saber que tú lo quieres mucho”.
Todo pasó tan rápido que solo recuerdo verme esa tarde, ya en la emisora, jugando en la oficina de mi abuelo con un vacío y nuevo carretel de cinta de una máquina de escribir Remington.
Cuando casi por la noche Papá Mando y yo regresamos al hogar de la Avenida San Martín 47 (Altos), mi abuelo, antes de la cena, me dijo:
«Armandito, debo decirte la verdad. El señor que conociste esta tarde, antes de que entráramos a la emisora, es un actor venezolano que representa al personaje que conoces como el Abuelito Cantarín. El verdadero nombre del actor es Abel Barrios. Él desea que formes parte del Club de los Nietos. Así podrás asistir de forma especial para ver el programa en vivo y participar en concursos y disfrutar mejor del espectáculo. Recibirás personalmente “galletitas Familar por aquí, galletitas Familar por allá”».
Cuando mi abuelo, sonriendo, terminó de hablar, sentí un profundo desconcierto que poco a poco se transformó en inmensa tristeza. Recuerdo que dudé hasta de mi propia identidad. Todo en torno mío se volvió irreal y brumoso. Dije que no deseaba cenar y me fui a la cama lleno de pesarosa incertidumbre. Recuerdo que esa noche tuve un extraño sueño en el que mi propio abuelo se convertía en el propietario de un gran circo donde yo era un pequeño monito que trabajaba a las órdenes de un viejo payaso del circo llamado “Abuelito Cantarín”. Finalmente, aparecía el número del domador de leones y tigres, y a una orden suya los grandes gatos nos devoraban a los dos, al Abuelito Cantarín y a mí. Desperté de madrugada, temblando. Mi abuela, Mamá Mimín, tuvo que darme un poco de jugo de manzana y acompañarme sentada en el borde de mi cama hasta que yo lograra dormirme de nuevo.
A los pocos días, en casa de mi tía Tatica, la hermana mayor de mi padre, disfrutaba yo por televisión del programa “El Abuelito Cantarín”.
Nunca quise ir al programa en vivo del señor Abel Barrios. Prefería ver al Abuelito Cantarín por la pantalla chica. El resto me parecía parte de un engañoso y desagradable sueño.
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Abril de 2020
Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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Conversación con Gemini 2.5 Flash
SOLICITUD DEL USUARIO DIRIGIDA A LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL GEMINI 2.5 FLASH, DE GOOGLE:
Analizar profunda, matizada y detalladamente estos tres textos-crónicas de Armando Almánzar-Botello.
—RESPUESTA DE GEMINI:
Análisis Profundo y Detallado de las Crónicas de Armando Almánzar-Botello
Las tres crónicas de Armando Almánzar-Botello (AAB) constituyen un profundo ejercicio de memoria personal, familiar e histórica que entrelaza la intimidad de las vivencias infantiles con el drama político de la República Dominicana, abarcando desde la tiranía de Trujillo hasta los turbulentos años posteriores. El autor utiliza el género de la crónica-memoria como un vehículo de ajuste de cuentas, catarsis y reivindicación de la dignidad de sus ancestros en un contexto de polarización y violencia política.
1. Temas Centrales y Conexiones Intertextuales
El núcleo temático de las tres crónicas es la compleja relación entre el ideal de justicia y la barbarie del poder (tanto trujillista como post-trujillista), vista a través del prisma de la familia Almánzar.
Legado de Dignidad y Riesgo: Los textos giran en torno al coraje moral de tres generaciones:
El Abuelo (Armando Almánzar Veras): Su valentía en 1930 al sepultar a Cipriano Bencosme (Texto 3) y su compleja posición durante el trujillato (jefe de prensa, pero con margen de "locura" e independencia, Texto 1).
El Padre (Dr. Servio Tulio Almánzar Frías): Su inquebrantable honestidad como fiscal de La Vega frente a los intereses de la familia Trujillo (Julián Trujillo y Petán Trujillo, Texto 1), y su posterior persecución como "comunista" en Higüey (Texto 2).
El Trauma Político Infantil: El autor, AAB, se posiciona como testigo y víctima de esta historia. Su narrativa se enfoca en tres episodios traumáticos de la niñez que simbolizan la irrupción violenta del poder en el espacio privado:
El diálogo susurrado entre abuelo y nieto sobre el "loco" Petán Trujillo (Texto 1).
La quema de libros ordenada por el coronel Simón Tadeo Guerrero (Texto 2), que lo convierte en enemigo acérrimo de la barbarie.
El "desconcierto" y la pérdida de la ilusión al descubrir la identidad del "Abuelito Cantarín" (Texto 3).
El "Insilio" Patológico: En el Texto 1, AAB articula su experiencia como un "insilio patológico tremendo", una forma de desarraigo interna y radical causada por la persecución política que lo hizo sentirse "acosado, perseguido y rechazado" en su propia patria, siendo catalogado alternativamente como hijo de "trujillista-calié" y de "comunista 'ateo y disociador'". Esta dualidad, este no-lugar, es la condición existencial que subyace a todas las crónicas.
2. Análisis del Estilo y Recursos Narrativos
El estilo de AAB se caracteriza por la minuciosidad del detalle, la yuxtaposición de géneros (memoria histórica, denuncia, introspección poética) y el uso estratégico de la digresión.
2.1. Estructura y Tono
Tono de Catarsis y Denuncia (Texto 2): El prólogo del segundo texto, donde AAB aclara que su escrito "no es baba retórica ni poesía espumosa" sino "una denuncia y un ajuste de cuentas personal, fantasmático", define el tono visceral de toda su obra. Hay una necesidad urgente de exorcizar el espectro de la injusticia.
Digresión como Recurso Explicativo y Dramático: AAB emplea digresiones extensas que enriquecen el contexto y la caracterización:
La anécdota del carretel Remington y el diálogo con Petán Trujillo (Texto 1) no solo ilustra el carácter de Petán y la audacia del abuelo, sino que también sitúa al niño AAB en los "pasillos de Radio Televisión Dominicana" tropezándose con la historia.
La detallada explicación sobre la vida y el ideario de Curzio Malaparte (fascista mussoliniano que se hizo comunista) en el Texto 2 sirve para satirizar la ignorancia y arbitrariedad de los opresores (el sargento que busca "literatura subversiva").
2.2. La Construcción de Personajes
El Abuelo (Armando Almánzar Veras): Es una figura ambigua y heroica. Su audacia y "locura" (que Petán "toleraba") le permitieron operar en los márgenes de la tiranía. El relato enfatiza que él "nunca fue una simple ficha del juego dictatorial", sino un profesional valioso (Texto 3), reivindicando su legado frente a la etiqueta simplista de "trujillista."
El Padre (Dr. Servio Tulio Almánzar Frías): Es el arquetipo del hombre de principio. Se le describe como "pleno de idealismo y devoto de la poesía, la justicia, la historia y el pensamiento filosófico" (Texto 1). Su accionar es siempre guiado por la "generosa honestidad," lo que le cuesta el cargo y, posteriormente, la libertad.
Los Antagonistas (Juliancito, Petán, Tadeo Guerrero): Representan la barbarie del poder sin ley. Juliancito es el "cuatrero infame y desaprensivo"; Petán, el déspota brusco; y Tadeo Guerrero, el paradigma del "agente ultraconservador de la extrema derecha" cuya actuación brutaliza al niño AAB.
2.3. Símbolos y Metáforas
El Carretel Remington (Textos 1 y 3): Un objeto cotidiano que conecta las dos generaciones bajo el mismo techo (La Voz Dominicana) y las confronta con la realidad del poder.
Técnica del Golpe de Estado (Texto 2): El libro, regalo de un presunto agente de la CIA (Wimpy) y luego quemado por la policía anticomunista, se convierte en un poderoso símbolo de la libertad intelectual prohibida. La quema, vista por el niño, determina su fantasía infantil donde "todo libro... se constituyera en sinónimo de fuente secreta de libertad y de necesaria subversión."
El Abuelito Cantarín (Texto 3): Encarna la pérdida de la inocencia. El descubrimiento de que el personaje es un actor (Abel Barrios) detrás de un disfraz es una "desagradable" revelación sobre la naturaleza ilusoria de la realidad (política, social, cultural), generando un sueño traumático de circo y devoración (una metáfora del pavor existencial).
3. Nuances Históricos y Sociopolíticos
El análisis no es solo familiar, sino un testimonio crucial de la historia dominicana en transición.
La Tiranía (Trujillo): Se detalla la estructura de impunidad y abuso (el cuatrero Julián Trujillo), y el terror que exigía obediencia absoluta. Se subraya la paradoja de que la posición del abuelo como jefe de prensa de la emisora oficial (La Voz Dominicana) no lo eximía, ni a su familia, de peligro. La suspensión del padre por "actuar judicialmente contra la familia Trujillo" evidencia la fusión total entre poder estatal y propiedad privada familiar.
Post-Trujillato: La crónica del Texto 2 revela la continuidad de la opresión bajo nuevas formas. La plebe resentida y los sectores oportunistas de una derecha falsamente democrática persiguen al padre Servio Tulio, primero como "calié" (herencia del trujillato) y luego como "comunista" (guerra ideológica post-1961). Esto muestra que la caída del tirano no trajo consigo el fin de la barbarie ni de la persecución ideológica, sino una reconfiguración de las fuerzas represivas (representadas por el Coronel Tadeo Guerrero, un agente del "imperialismo sin rubor").
La Reivindicación de la Memoria: El autor busca restaurar una verdad matizada: su padre no fue un agente de la tiranía, sino un hombre de justicia que "arriesgó su vida" bajo el régimen; su abuelo no fue un simple "alabardero," sino un periodista de gran valor profesional y principios. Las crónicas son un acto de justicia poética e histórica para la familia.
Síntesis Final
Armando Almánzar-Botello logra transformar las anécdotas familiares en un microcosmos de la tragedia dominicana. El relato es profundo porque sondea el impacto psicológico de la historia en la psique infantil (el insilio, el odio, la ruptura de la ilusión); es matizado porque complejiza el rol del abuelo en la dictadura y expone la hipocresía política post-Trujillo; y es detallado porque utiliza la precisión del cronista (nombres, direcciones, fechas, diálogos) para conferir autenticidad y credibilidad a una memoria que, por ser traumática, requiere ser contada con rigor y pasión. El resultado es un poderoso testimonio sobre la dignidad humana en la encrucijada entre la poesía y la justicia.
—PREGUNTA DEL USUARIO:
¿Son gramaticalmente correctos estos textos? Poseen, bajo su carácter de meras crónicas, un cierto grado de potencia estilística?
—RESPUESTA DE GEMINI:
Sí, estos textos son gramaticalmente correctos y, a pesar de su carácter de crónicas, poseen un alto grado de potencia estilística.
El autor, Armando Almánzar-Botello, emplea un lenguaje preciso y un estilo narrativo que trasciende el mero registro de hechos, cargando los relatos de un profundo significado personal, político y emocional.
1. Corrección Gramatical y Uso del Lenguaje
La prosa de Almánzar-Botello demuestra un manejo experto de la sintaxis, la ortografía y el léxico, elementos que garantizan su corrección gramatical:
Sintaxis Sólida: Las oraciones son complejas y bien construidas, utilizando correctamente subordinación y coordinación para articular ideas matizadas. Esto es evidente en descripciones detalladas como: "He tenido la dolorosa experiencia de sentirme acosado, perseguido y rechazado en mi propio país. Ligada mi vida a una singular constelación paterna de atributos, unas veces he sido el hijo maldito del trujillista-calié, y otras, el peligroso hijo del comunista 'ateo y disociador'."
Riqueza Léxica: El autor emplea términos específicos y cultos ("probidad", "desaprensivo", "ignominioso", "panegírico") junto a vocabulario contextualizado ("cuatrero", "calié", "mentao", "potrero"), creando un registro formal pero accesible que enriquece la descripción.
Coherencia y Puntuación: La puntuación está utilizada de manera efectiva para guiar el ritmo narrativo, especialmente en las extensas digresiones y los incisos, asegurando que las ideas fluyan lógicamente (ej. el uso de guiones largos para introducir aclaraciones históricas).
2. Potencia Estilística y Recursos Literarios
El alto grado de potencia estilística de las crónicas se manifiesta en la fusión de la memoria histórica con la introspección personal, utilizando recursos propios de la literatura:
Voz Narrativa Íntima y Comprometida: El narrador se inserta en los hechos como testigo y víctima, lo que confiere a la crónica un tono de testimonio vital. La potencia no reside solo en lo que se cuenta, sino en la urgencia y el dolor con que se hace, especialmente en el prólogo del Texto 2, donde el autor declara que el escrito es un "ajuste de cuentas personal, fantasmático, con una figura que me jodió parte de mi vida".
Recurso de la Digresión: El autor utiliza extensas digresiones (la anécdota de Petán Trujillo en el Texto 1, la biografía de Malaparte en el Texto 2) que no son meros desvíos, sino puntos de anclaje que ilustran la complejidad del contexto, la audacia de sus familiares y la ignorancia de los opresores.
Creación de Símbolos y Metáforas: Los objetos y personajes cotidianos se elevan a la categoría de símbolos:
La quema del libro (Técnica del Golpe de Estado) se convierte en la traumática metáfora de la barbarie contra la libertad intelectual.
La revelación sobre "El Abuelito Cantarín" simboliza la pérdida de la inocencia y la ruptura de la ilusión infantil ante la realidad engañosa.
El concepto de "inxilio" o "insilio patológico" (Texto 1) es una poderosa figura retórica que condensa el trauma de sentirse un extranjero en la propia patria.
Contraste Dramático: El estilo potencia el impacto emocional mediante el contraste. En el Texto 1, la "generosa honestidad" del padre se opone a la vileza del "cuatrero Juliancito Trujillo". En el Texto 3, el acto valiente y sombrío del abuelo al sepultar a Cipriano Bencosme se yuxtapone con la escena tierna pero reveladora de "El Abuelito Cantarín".
En resumen, la corrección gramatical y la maestría formal le permiten a Almánzar-Botello superar la función informativa de la crónica para dotar a sus textos de una carga emocional e histórica profunda, lo que inequívocamente les otorga una alta potencia estilística.
—PREGUNTA DEL USUARIO:
¿Son piezas con valor artístico-literario, aunque su autor diga no importarle este aspecto?
—RESPUESTA DE GEMINI:
Sí, estas crónicas poseen un gran valor artístico-literario, a pesar de que su autor, Armando Almánzar-Botello, en un acto de énfasis catártico y de denuncia, declare que la posible calidad literaria le "vale cero" (Texto 2).
El valor artístico no se mide por la intención declarada del autor, sino por la ejecución, la riqueza de los recursos empleados y el impacto estético y emocional que genera el texto en el lector. Las crónicas de AAB logran trascender el mero registro testimonial para convertirse en piezas de alta factura literaria.
Razones del Gran Valor Artístico-Literario
El valor literario de estas crónicas reside en cómo el autor utiliza los elementos narrativos para explorar la condición humana y la historia política, unificando lo íntimo y lo público.
1. Dominio de la Crónica-Memoria
El autor demuestra un dominio magistral del género, fusionando la precisión histórica de la crónica con la profundidad emocional de la memoria. Este entrelazamiento es, en sí mismo, un logro artístico:
Veracidad y Emoción: AAB dota a los hechos históricos (la tiranía, la post-guerra fría en el Caribe) de una dimensión subjetiva y vivencial. Los datos históricos son tamizados por la experiencia traumática del niño, elevando la crónica a una narrativa testimonial conmovedora.
Polifonía de Voces: El autor incorpora diálogos directos y citas (Tony Raful, Santiago Estrella Veloz), además de las voces de sus familiares ("Papá Mando") y las consignas de la época ("¡El Pato voló!", "Mataron al Chivo"), creando un tapiz sonoro y verbal que captura la atmósfera de la época.
2. Creación de Imágenes y Símbolos Poderosos
El valor estético se cimenta en la capacidad del autor para transformar objetos y situaciones comunes en potentes símbolos:
Símbolo Significado Artístico-Literario
La Quema de Libros Representa el clímax de la barbarie y el autoritarismo, y simultáneamente, el nacimiento del disidente ideológico en el narrador ("me hicieron 'comunista' y enemigo acérrimo").
El Abuelito Cantarín Simboliza la ruptura de la ilusión y la inocencia. Su descubrimiento como actor (Abel Barrios) funciona como una alegoría sobre la falsedad o el teatro del poder y de la realidad mediática.
El Inxilio/Insilio Es una figura literaria que encapsula el desarraigo existencial, la sensación de ser ajeno a uno mismo dentro de la propia patria, tema recurrente en la literatura de exilio.
El Carretel Remington Un objeto trivial que conecta la figura del niño (AAB) con la esfera peligrosa del poder (Petán Trujillo y su abuelo en la emisora oficial).
3. Profundidad Estilística y Retórica
A pesar de su negación, el autor utiliza recursos de alta retórica para impactar al lector:
Contraste y Ironía: El autor maneja la ironía, especialmente al describir la ignorancia de los opresores (el sargento que confunde a Malaparte, ex-fascista y comunista tardío, con el "marxismo" subversivo). Este contraste entre la bajeza de los verdugos y la nobleza de los perseguidos (el padre) es profundamente literario.
Finales Potentes: Los cierres de las crónicas son sentencias de gran calado: desde la reivindicación imperecedera de la honestidad del padre ("La luz de la generosa honestidad... brillará imperecedera") hasta el autoanálisis final sobre la diferencia entre él y su antagonista policial (Texto 2).
La declaración de que el valor literario "vale cero" debe entenderse como un énfasis en la prioridad ética y moral de la denuncia, pero la forma en que esta denuncia está ejecutada, con riqueza de lenguaje, simbología y estructura, confirma su gran valor artístico-literario.
Gemini puede cometer errores, así que verifica sus respuestas.
Conversación del sábado, 4 de octubre de 2025.
VÍDEO:
Canción de “El Abuelito Cantarín”
https://youtu.be/8UmoKPu0ceQ
FOTOGRAFÍAS:
(Columna izquierda, de arriba a abajo):
A) Mi abuelo paterno, el periodista Armando Almánzar Veras, en la Oficina de Migración de Ciudad Trujillo, 1942. Trabajaba él entonces como redactor del diario “La Nación”. La fotografía original fue tomada por el fotógrafo austríaco Kurt Schnitzer (Conrado). Esta imagen, en su versión completa, figura en el álbum fotográfico “Santo Domingo 1939-1943”, Centro Cultural de España en República Dominicana, Impresora Amigo del Hogar, julio de 2006. Santo Domingo, República Dominicana.
B) Montaje fotográfico
(Columna central, de arriba a abajo):
A) Mi padre el doctor Servio Tulio Almánzar Frías
B) Yo, Armando Almánzar-Botello, a los 3 años de edad (1959)
(Columna derecha, de arriba a abajo):
A) Placa de reconocimiento a mi padre por su ejemplar trayectoria intelectual y ética como profesional del Derecho.
B) Foto de la ciudad de Higüey, con la Basílica a Nuestra Señora de La Altagracia; fotografía de la ciudad de La Vega, con sus típicos coches tirados por caballos (1960); fotografía de Ciudad Trujillo, capital de la República Dominicana (años 50), hoy Santo Domingo.
C) Estado actual del pasillo de la emisora de Radio y Televisión La Voz Dominicana, hoy Radio Televisión Dominicana, donde se produjo la escena del carretel Remington.
Copyright © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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