MOTIVOS POR LOS CUALES NO DIGO NI PÍO CUANDO SE FESTEJA EL DÍA DEL PSICÓLOGO.
«El arrepentimiento y el pasado en esta vida / son diferentes. Uno logra / gloria y paz y todo cuanto eleva a las altas regiones otorgadas; // el otro es la congoja y los más amargos sufrimientos / en la muerte de los hombres que con la vida bromeaban. / Y la imagen y el semblante cambian / en aquel que no amó ni el bien ni la belleza.» Friedrich Hölderlin.
«Die Reu, und die Vergangenheit in diesem Leben / Sind ein verschiednes Seyn, die Eine glüket / Zu Ruhm und Ruh’, und allem, was entrüket, / Zu hohen Regionen, die gegeben; // Die Andre führt zu Quaal, und bittern Schmerzen / Wenn Menschen untergehn, die mit dem Leben scherzen, / Und das Gebild’ und Antliz sich verwandelt / Von Einem, der nicht gut und schön gehandelt.» Friedrich Hölderlin.
Antonin Artaud
Por Armando Almánzar-Botello
Yo, por cierto, nunca logré completar formalmente mis estudios académicos de Psicología Clínica. Ni en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), institución donde me inicié con gran entusiasmo en ellos, ni en la Universidad Mundial Dominicana (UMD), donde los proseguí... o intenté proseguirlos.
Me aburría mucho, muchísimo, infinitamente sentía el hastío, en las (j)aulas mentales de los Profes con su atrabiliaria sapiencia y su falta de real utopía. Y luego el burdo familiarismo, el gran miedo a la locura, el odio burgués a lo imprevisto y el temor a la transgresión.
La muy lenta Carrera Psi-Clínica (prefería yo la bicicleta), tal como la vendían entonces los Maestros de turno, resultó para mí ser un fiasco catequético, una pérdida efectiva de tiempo, un torpor apabullante... Con decirles que en cierta ocasión pretendieron incluir en el pensum cienciología y dianética.
O quizá, no fui en realidad un hombre humilde y comprensivo, digno de aquella ilustre profesión y disciplina, tan útil y sutilísima, la misma que hoy en alianza con el rigor de las neurociencias —y en duras manos de corporaciones norteamericanas, por supuesto—, nos revela cada día su grandeza subyugante, la eficacia de la psicoterapia hibridada con psicofármacos, el astuto biopoder y su potencia filantrópica...
"¡Eso, eso, eso!", así me lo diría, doctorado por vigor de su intelecto prometeico, rondando con cinismo mi onirismo más recóndito, criticándome la falta sapiencial y las inercias, el inmortal, trascendental, entrañable Chavo del Ocho.
¡En fin: cualquier Maco Pempén podía lograrlo, menos yo!
Estuve por creer que una fuerza misteriosa, meta-cuántica y procedente de mi denso vacío inconsciente, auto-biotánato-heterográfico, maquínico-pulsionante y rebelde-tropical, me impedía concederles respeto a las normas de la Academia y a cualquier otra ostentosa y mercantil Autoridad. Me clavé yo mismo el cuchillo al perder de vista lo práctico. Sin embargo: cuando soñaba asistir desganado a la Casa de Altos Estudios, quien les habla —¡oh mis amables lectores!— obtenía casi siempre muy buena calificación.
Además, yo estaba gozoso y siempre muy bien actualizado —por mis intensas lecturas privadas y mis experiencias conseguidas como paciente psiquiátrico y también psicoanalítico—, de todo lo que acontecía en el agitado universo psi.
Aunque perjudicado en el registro más pragmático y colédoco (y es que todos necesitamos compensación biliar, monetaria, curricular, para nuestros abismáticos complejos familiares y disimuladas minusvalías psico-sociales), terminé prefiriendo —¡yo también!—, el Gran Arte del Teatro, quizá por influencia de algunos Políticos c(r)uentos, Cienciólogos, P-sicólogos (probables futuros col-egas: colas pegadas con Ega), Actores Profesionales, Dialécticos Doctores Caníbales y Profesores de Bocazas y Oscuro Maletín Funerario, Tremebundo y Panegírico, acostumbrados algunos, como dice el poeta Paz, a hisopear sin pudor al Trono y a los sayones...
Varios de mis anteriores compañeros de estudio y afanes intelectuales (originarios de "abajo", pero también muy de "arriba": ¡A todos que Dios los bendiga!), imparten hoy sacratísima docencia universitaria y detentan (merecidos o no) unos tremendos estatus económicos, epistémico-políticos, literarios y para-militares que... ¡Armandito, mejor 'tate quieto! De algunos de ellos, quienes tal vez ni siquiera me recuerdan, conozco hasta sus tesis de grado y sus "maravillosas ponencias" en Congresos Nacionales e Internacionales de Psiquiatría, Psicología y Literatura.
Muy subrepticiamente, camuflado con una gorra de cazar zorros petulantes; con lentes de cristales oscuros y montura de concha-carey (¡velada pantera rosa!); un tabaco cibaeño-habanero apagado en mis labios mundanos, de un modo cotorro, facundo, apretado y displicente; ataviado con gabán casual, pedófilo-cosmopolita, con mi rostro más discreto, más retráctil y ausente —cosméticamente hablando—, pintarrajeado inocente de saltarín y alilado pigmento andrógino-emérito, docente y pluscuamperfecto, había asistido a las "cátedras" y "charlas" monumentales dictadas por algunos de mis ex-compañeros de investigación y estudio, convertidos en remilgados profesorales caniches: Oh my God! Oh my God! Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis... ¡Eran muertos parecidos a los viejos políticos rudos que traicionaron la Patria por un plato de chatas lentejas!
Después de aquellos Días de Academia enmascarada, cuando algo sobrante de mí nuevamente se arrastraba circunspecto a mi escondrijo arácnido y desolado, llegaba yo clandestino hasta mi casa empobrecida, me dirigía con sigilo al cuarto de baño pequeño de mi hogar (im)puro y silente —místico, humilde, remoto, tristemente ani(al)quilado—, y mirando muy fijo al espejo del botiquín ruinoso y parlante con pavor de vidrio roto, fatídico y a-semántico —fracturada muy hondo mi cara es-qui-zo-fré-ni-ca-men-te—, recordaba (re)consolado, cual si fuera yo el Zaratustra de un Nietzsche bachatero del Trópico, dirigiéndose a sí mismo, a su propia sombra sandunguera libidinal y barroca, danzarina y temblequeante, el párrafo que presenta, sin remilgos, la gran sentencia:
«¡Alto! ¡Enano!, dije ardiendo irrevocable y transitivo en la boca del espejo. ¡Tú! ¡O yo! ¿Ahora comprendes? Pero yo soy el más fuerte de los dos—: ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ése —no podrías, miserable filibustero, soportarlo ni descifrarlo!».
Y entonces, Tú, suspendido y alucinado en el vapor azul de su aliento, prosodiando el vacío vibrátil de la figura rota en espejo, floreciente de furia y de música, sin que apenas lo sospecharan su astuto hijo El Comerciante o la Prudente Mujer que a la sazón le acompañaba el Costado Desierto, trazaba cósmicos viajes por la penumbra del teatro, agitado por loca risa: ¡carnavalescamente!
En el kilómetro 28 de la gran Autopista Duarte, hoy camina con bata blanca por los pasillos mugrientos del antiguo Manicomio, Profeta del Gran Abismo, Sacerdote Antipsiquiatra, felizmente predicando rumores del psicoanálisis.
No se hizo psicólogo clínico, sino exégeta del desaliento.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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Francis Bacon. "Retrato de Lucian Freud", 1967
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