«La morfología de la historia religiosa es, pues, un problema que sólo el pensamiento
fáustico puede plantearse, y aun sólo en su estadio actual. Dada está la incitación. Aventure
el historiador el ensayo de desprenderse por completo de su propia convicción, para
contemplar todas las convicciones como igualmente extrañas. ¡Qué difícil! Quien emprenda
la tarea deberá tener la suficiente energía para no sólo abandonar aparentemente las
verdades de su intelección cósmica (aunque sean para él una simple suma de conceptos y
métodos), sino realmente calar, en sentido fisiognómico, el sistema propio hasta su fondo
más recóndito. Y aun entonces, ¿conseguirá fijar conocimientos comunicables sobre las
verdades de otros hombres, que hablan otros idiomas, si ha de hacerlo en un solo lenguaje,
cuya estructura y espíritu encierra ya toda la metafísica secreta de su propia cultura?» Oswald Spengler.
«En Spengler, inteligente mono de Nietzsche, el hombre-señor de los sueños de este se ha convertido en el moderno “hombre de hechos de gran estilo”, en el hombre rapaz y aprovechado que pasa por encima de cadáveres, en el magnate del dinero, en el industrial de armamentos, en el director general alemán que financia al fascismo. Dicho brevemente: en Spengler, Nietzsche se convierte, con una univocidad estúpida, en el patrón del imperialismo.» Thomas Mann
«El “hombre fáustico” spengleriano, modelo de conducta seguido por los engreídos capitalistas de la especulación financiera y la desmesurada voluntad global, militar y tecnocientífica de explotación-control de todo lo terrestre, ya cede su lugar a una criatura “posthumana” que de nuevo se descubre vulnerable y deviene conocedora de que habita un planeta finito, de recursos materiales agotables. Esta criatura posthumanista participa de una visión ecológica y solidaria completamente diferente a la de figuras como Donald Trump, desaprensivo presidente de un imperio en decadencia, o a las mentalidades mercuriales enmascaradas de un Soros o un Gates, por ejemplo, plutócratas que practican una falsa filantropía pseudoética.» Fredesvinda Báez Santana
«Como lúcidamente nos dice Adorno en el ensayo que glosamos, Spengler jugaba con las culturas como quien practica un banal y seguro juego de abalorios (expresión que también utiliza en otro contexto muy distinto Hermann Hesse), pero sin llegar a pensar jamás que, como afirma el filósofo de la Teoría Crítica, en la terrible verdad de lo dañado, de lo caído, de lo silenciado, de lo roto, se revela, de una forma paradójica, la línea de fuga y de justicia que puede conducir a la “utopía interrogante”, a la realización y encarnación asintótica de la promesa indestructible de un mundo distinto por venir…» Armando Almánzar-Botello
Por Armando Almánzar-Botello
Es imposible negar la importancia de Oswald Spengler en la historia del pensamiento filosófico del pasado siglo XX. Constituye una suerte de Nicolás Maquiavelo que imitara “el tono imperioso” de Nietzsche, pero sin asumir la conciencia filosófica de una ruptura real con el mismo sistema que critica.
La cosmovisión de Spengler, aquella que se articula en su obra cumbre La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal, 1918-1923 (Espasa-Calpe, Madrid, 1966), y en su ensayo de 1931 El hombre y la técnica (Buenos Aires, 1963), evidencia la indubitable y trascendente perspicacia de un gran pensador que diagnosticó, vislumbró y/o pronosticó muchos de los fenómenos que, según nos recuerda el filósofo también alemán Theodor W. Adorno, caracterizaron a Occidente en el transcurso del pasado siglo XX: la masificación, el “cesarismo”, la aparición de Goebbels, el totalitarismo y su empleo pérfido y aplastante del poder, la necesidad perentoria de una reflexión “fisiognómica" sobre las ciudades mundiales o grandes urbes.
Dicho sea de paso, la visión distópica de la megalópolis que se ofrece en mi modesto texto Cazador de Agua, ensayo-relato poetizado que figura en Cazador de agua y otros textos mutantes. (Antología poética personal 1977-2002), Editora Nacional, 2003, Santo Domingo, R.D., participa de una cierta inspiración spengleriana y realiza una secreta alusión a “La decadencia de Occidente”, específicamente al Tomo II de esta obra.
Spengler vaticinó el surgimiento del nómada intelectual, el dominio de los medios de comunicación sobre la “conciencia desecada” de los hombres-masa modernos (en su tiempo la radio y la prensa, hoy las Redes Sociales Virtuales y la Internet), la degradación de la actividad intelectual a simple rutina o juego insulso de datos fragmentarios y mal periodizados.
Realizó la prognosis de una cierta práctica pseudo-artística, convertida en mero ejercicio de competencia técnica, que opera en el registro deportivo de lo banal, del mero fetichismo de la forma vacía incapaz de alcanzar el estatuto de una nueva estética de visión realmente multidimensional. Comprobó el poder deletéreo de la propaganda perversa.
Sin dejar de reconocerle una inmensa capacidad de predicción y diagnóstico a la “fisiognómica” de Spengler, se le ha reprochado principalmente, como lo hace Theodor W. Adorno en su ensayo “Spengler tras el ocaso”, la visión fatalista de su enfoque, la secreta conformidad de sus juicios con las estructuras de poder que parece criticar, y su incapacidad, al igual que la de Maquiavelo, para percibir los valores de la historia desde el punto de vista de la vulnerabilidad de los vencidos.
No olvidemos que sobre toda la obra La decadencia de Occidente se cierne un gran fantasma: la supuesta inmutabilidad de la naturaleza humana.
Esa concepción ahistórica, esencialista, metafísica, problematizada por el pensamiento filosófico más crítico, se sustenta en la obra y el accionar de figuras que, a pesar de su gran importancia en la tradición logocéntrica occidental, como es el caso de Maquiavelo y su racionalización del poder y la moral de Estado como moral del Príncipe, sólo visualizan en sus análisis la “lógica del Dominio”, y terminan confundidas y deslumbradas por éste. Lo mismo sucede con el Martin Lutero de la Reforma triunfante, cuando traiciona en la Guerra de los Campesinos a los aldeanos que con anterioridad le sirvieron de plataforma social para él lanzar sus críticas contra la Iglesia Católica de Roma. Lutero entiende de un modo pragmático, ante la superioridad bélica de los príncipes, que la permanencia de su nuevo dogma teológico está condicionada por su alianza espuria con el poder secular-militar.
Como señala Adorno, la penetración analítica de Spengler en todo lo atinente al dominio, a la fuerza y su imperio avasallador, se revela, cuando se realiza una lectura afinada del tejido ideológico de su obra, como secreta connivencia con las mismas estructuras aplastantes propias de una visión universalista-abstracta de vocación hegemónica, incapaz de pensar la compleja dialéctica entre lo universal, lo particular y lo singular.
El historiador, ideólogo de la inclusión de los Derechos Humanos en la Carta de las Naciones Unidas e impulsor de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), James T. Shotwell, confirmó el desinterés de Spengler por las víctimas, y Thomas Mann, por su parte, lo consideraba un pesimista decadente que pretendía dar legitimidad a la opresión de la mayoría de los seres humanos.
Adorno señala que, precisamente, un interés por lo frágil, por lo vulnerable, por lo silenciado, es lo que con toda justeza expresan, contra la visión del mundo que caracteriza al pensamiento spengleriano, obras como las del poeta Trakl o las de escritores de la magnitud de Kafka y Beckett...
Spengler, al margen de su indudable poder visionario, es el típico representante de la “Realpolitik” más conservadora, y a cada paso manifiesta un deslumbramiento ante el hombre fuerte, el hombre de negocios, el “pathfinder”, el “pioneer”, reduciendo la dimensión trágica y compleja del “Übermensch” nietzscheano (Superhombre), a simple culto al magnate, al simulador, al "hombre de carácter" que diseña las líneas maestras de la historia, la política, la sociedad y la economía. Por esta vía se produce su aproximación al nazismo, aunque luego se apartara de él.
La visión cíclico-fatalista de la historia en Spengler, no es más que un calco simplificador de ciertas concepciones cosmogónicas, míticas, y no goza de ningún aval profundo en el ámbito de las ciencias sociales.
Debemos resaltar que Spengler ve tan sólo la Fatalidad Imperturbable del Dominio, nunca visualiza la posibilidad de la Emancipación, la posibilidad de superar los poderes fácticos aplastantes para dar paso a otras estructuras menos opresivas.
Como señala Adorno, la visión cíclica de la historia en Spengler es un mero sofisma monumentalista.
Por otra parte, la profundidad del diálogo intercultural activo que se ha desarrollado desde hace años entre diferentes culturas y civilizaciones, niega de plano la visión spengleriana de una impermeabilidad entre los valores de Oriente y Occidente, por ejemplo.
Largos años de diálogo filosófico entre culturas orientales y occidentales, de estudios islámicos, de estudios sud-asiáticos, de re-contextualizaciones e investigaciones filológicas de textos búdicos e hinduistas, de estudios sobre el pensamiento de lo abierto en la gran tradición mística europea renana —la cual, según Daisetz Teitaro Suzuki ofrece figuras muy próximas al espíritu Zen como lo son Meister Eckhart y Johannes Tauler—, de profundos estudios sobre las relaciones entre el pensamiento de un Heidegger o un Wittgenstein y ciertos principios del Taoísmo y el Budismo Zen, etc. etc., destruyen la idea de Spengler (desde luego, muy banalizada por ciertos seguidores suyos) de una incomunicación insalvable entre civilizaciones distintas.
Obras tan diversas como las de Heidegger, Jung, Frazer, Jaspers, Eliade, Panikkar, Herrigel, K. Dürckheim, Northrop, Suzuki, Merton, Scholem, Cheng, Said, Nishida, Lassalle, Nishitani, Trías, Derrida, Wiredu, Senghor, Spivak... seguidas de un largo etcétera, muestran la más genuina preocupación y la real posibilidad de establecer un diálogo intercultural que exceda el aislamiento axiológico de tipo spengleriano entre las múltiples cosmovisiones y ethos, y ponen de manifiesto, además, la posibilidad de superar la mera vocación hegemónica, imperialista, de carácter avasallante, en los ámbitos de la interacción cultural, socio-política y económica entre civilizaciones diversas.
Georges Devereux, por ejemplo, con sus categorías de etno-psicoanálisis complementarista, y análisis metacultural, muestra, en su calidad de antropólogo, sociólogo, psiquiatra y pensador de la cultura, la falsedad de ciertas tesis de Spengler.
Por su parte, un pensador y lingüista excéntrico, pero altamente significativo, como Benjamin Whorf, quien analiza profundamente en su obra la contraposición característica de todas las lenguas indoeuropeas entre sujeto y objeto, sujeto y predicado —algo que según él impide a estas lenguas pensar el “devenir”, el “flujo”, el “chorro” de lo real, como lo hacen las lenguas de extremo oriente (chino, japonés, coreano)—, nunca negó la posibilidad de realizar operaciones de “transcripción y traducción interculturales” que permitieran una relación dialógica entre las escalas de valores indoeuropeas y las del Extremo Oriente.
Whorf llegó incluso a dejar abierta la posibilidad de que algunos problemas de física cuántica se pudieran quizás pensar mejor en japonés que en alemán o en inglés, por la naturaleza simultáneamente corpuscular y ondulatoria de ciertos fenómenos microfísicos, fenómenos paradojales más cónsonos, según él, con la dimensión fluida del japonés, idioma que no realiza la separación “cosificante” entre sujeto y predicado presente en estas dos lenguas indogermánicas... No obstante, del pensamiento de Whorf se desprende un rechazo a tesis culturales de vocación autárquica como la de Spengler.
En fin, el pensamiento de Oswald Spengler es el de un hombre enamorado de la “fuerza y la opresión”, del poder autoritario, del sometimiento de la “otredad” por medio de una razón totalizante y “del estar en forma” (¡sic!). Frase de Spengler, esta última, con un profundo tufo a nazismo.
Junto a su gran capacidad diagnóstica y pronóstica, junto a su indudable genio filosófico, Spengler revela también un oscuro fatalismo que implica el injusto y eterno sometimiento de un grupo de hombres a otro, la inmortalidad impertérrita del Dominio.
Como lúcidamente nos dice Adorno en el ensayo que glosamos, Spengler jugaba con las culturas como quien practica un banal y seguro “juego de abalorios” (expresión que también utiliza en otro contexto muy distinto Hermann Hesse), pero sin llegar a pensar jamás que, como afirma el filósofo de la Teoría Crítica, en la terrible verdad de lo dañado, de lo caído, de lo silenciado, de lo roto, se revela, de una forma paradójica, la línea de fuga y de justicia que puede conducir a la “utopía interrogante”, a la realización y encarnación asintótica de la promesa indestructible de un mundo distinto por venir…
2004-2014 (Texto ligeramente retocado, aparecido varias veces en Facebook, y cuya última versión corresponde al año 2015).
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Bibliografía.
1-. Oswald Spengler. La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal. 2 Tomos. Espasa-Calpe, 1966.
2-. Theodor W. Adorno. Spengler tras el ocaso, en Crítica cultural y sociedad, Sarpe, Madrid, 1984
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Bibliografía.
1-. Oswald Spengler. La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal. 2 Tomos. Espasa-Calpe, 1966.
2-. Theodor W. Adorno. Spengler tras el ocaso, en Crítica cultural y sociedad, Sarpe, Madrid, 1984
3-. F. S. C. Northrop. El encuentro de Oriente y Occidente, Editorial E.D.I.A.P.S.A, México, 1948.
4-. Georges Devereux. De la ansiedad al método en las ciencias del comportamiento. México, Siglo XXI, 1989.
-Ensayos de etnopsiquiatría general. Barral Editores, Barcelona, 1973
5-. Benjamin L. Whorf. Lenguaje, pensamiento y realidad. Seix Barral, 1971.
6-. Armando Almánzar Botello et al. Entre un músico Tang y un jarro de Oaxaca. Coloquios 99, Santo Domingo, R. D. Ediciones Ferilibro 2000.
NOTA:
Obviando las menciones a Benjamin Whorf, a Georges Devereux y a otros autores, referencias o alusiones pertinentes que inserto en mi modesto trabajo por motivos relacionados con algunos de los principios fundamentales del pensamiento de Spengler, todo lo dicho en este comentario sobre el autor de La decadencia de Occidente, como señalo desde el título mismo de mi escrito, es una mera síntesis o glosa de las consideraciones de Theodor W. Adorno sobre la personalidad cognitivo-filosófica de Spengler.
Reitero que la meditación realizada sobre Oswald Spengler por el gran filósofo de la Escuela de Frankfurt y la Teoría Crítica, se titula: Spengler tras el ocaso, y figura como ensayo inicial en el libro de Adorno que he mencionado: Crítica cultural y sociedad (Prismen. Kulturkritik und Gesellschaft), Sarpe, Madrid, 1984, traducción de José Sacristán.
En lo atinente a esta frase de mis comentarios parafrásticos: "La visión cíclica y fatalista de la historia en Spengler no es más que un calco de las concepciones cosmogónicas, míticas, y no goza de ningún aval profundo en el ámbito de las ciencias sociales.", debo decir que ese juicio se basa en una cita que hace Adorno de un fragmento de la crítica de James Shotwell al fatalismo de Spengler, cuando éste concibe una estructura universal de la historia sometida a una morfología circular y a lo que Adorno mismo denomina “la hipótesis de Maquiavelo, la tesis de la inmutabilidad de la naturaleza humana”.
La reflexión de Shotwell al respecto, citada por Adorno, termina diciendo: "Pero no hay nada que fundamente la tesis de que la moderna cultura tenga que repetir necesariamente un ritmo cíclico."
Para entender la naturaleza, la validez o pertinencia y la orientación de una escritura parafrástica o de una simple glosa o comentario a un discurso específico, es necesario, como algunos lo saben, remitirse con seriedad al texto tutor. Dicho texto, en este caso, sería el ensayo de Adorno sobre Spengler. Y, evidentemente, la misma obra de Spengler La decadencia de Occidente.
Creo en el valor heurístico y hermenéutico de esa categoría que mencionaba el importante filósofo francés fallecido no hace muchos años, Jacques Derrida, quien escribía sobre el valor de lo que denominaba “paleonimia”, a entender como una estrategia hermenéutico-crítica orientada a la relectura de los textos y categorías de cierta tradición, pero en clave de torsión, desvío y reinscripción en otros decursos político-filosóficos y estratégicos, de las configuraciones paradigmáticas de esa Traditio... Algo parecido a lo que Harold Bloom denominaba, en su obra La angustia de las influencias, “Mala lectura” (Misreading), a entender como un valor generado por efecto de la aplicación controlada, sobre la configuración de un determinado texto, de aquellos protocolos o recursos que dicho crítico judío-norteamericano denomina “Cocientes Revisionistas”...
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2014
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
IMÁGENES:
Fotografía superior: «El negro sol de la melancolía». 2013. Copyright © Juan José Almánzar Báez.
Fotografía inferior: Oswald Spengler
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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Cazador de Agua
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Pues sin duda los optimistas que hubo en el siglo XX no tuvieron razon, el siglo XXI ha empezado con fuerza opresiva, y le da la razon a Spengler en cuanto al caracter felah del pueblo occidental contemporaneo, Spengler tuvo razon, aunque en primer lugar sucito criticas y refutaciones la doctrina de Spengler tiene mucho futuro, osea que es suceptible de conseguirse discipulos futuros, cuando la historia le de la razon, cuando en el siglo XXV se vean cumplidas sus predicciones, entonces habra humanos que estudien minuciosamente a Spengler y a la historia, porque sin duda hay mucho que aprender de Spengler que requiere esfuerzo y dedicacion para ser aprendido, saludos
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