sábado, 14 de marzo de 2015

ELEUTERIA (Libertad en griego)


«El poema dedicado al poeta Luis Alfredo Torres, “Eleuteria (Libertad en griego)”, de la autoría de Armando Almánzar-Botello, me pareció que sostiene su efecto estremecedor y una sopesada riqueza asociativa de comienzo a fin; deja traslucir una extraña, violenta y tierna coherencia; ¡uno de los más impactantes del legado dominicano de estas últimas décadas!» Edgar Paiewonsky-Conde

     «Del plagio al paragrama no solo hay una letra.» Armando Almánzar-Botello
 
     «¡Bailemos un merengue que nunca más se acabe!». Franklin Mieses Burgos

«Ligado al vertimiento de una semántica “desemantizada”, el Cazador de agua es un dios, pero un “dios escrito” parecido a Genet, a Mishima o a Beckett (...) El contacto con esta obra asegura el conocimiento de lo que ha sido el fenómeno poético dominicano actual en sus principales búsquedas... ».
Odalís G. Pérez


     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     Al poeta Luis Alfredo Torres; a Samuel Beckett, in memoriam 
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Miro cauteloso a través de la persiana:
en el grito alucinado de la luz
vuelve la calle.
                            Su escritura de cangrejo renegrido.

Tres dedos de la mano con su
loco sucio el saco,
                                   desgarrada la mejilla hasta
la boca
              por el barro,
triste oyendo el mar la oreja en hambre de sardinas,
el ruido gorgoteante
                                  de Pim por sus tinieblas.

Cinismo de arpa eolia     de güiro y de tambora.
Pim    Su lodo triste    Signos misteriosos:

El ímpetu del viento por el puerto va clamando:
¿Cómo es?    ¿Cómo es?    Eleuteria    ¿Cómo es? 

Calamares en su tinta las manos de tu angustia
dejan huellas digitales de horror sobre la página.

El mar allá respira hondo:
florece incertidumbre su oleaje aquí
en el cuarto.

                       Hablándome lejano el rumor de los motores
                                         (Eleuteria    Eleuteria)
enfrenta el viento frío,
                                        desciende la escalera,

rasga el pecho ensombrecido de la tarde y
sé un momento: 
                              la mano que se extiende hacia el tablero incierto:
ajedrez en la penumbra del pasillo ilimitado...

Imprime en soledad tu dolor con todo el cuerpo,
y olvídalo tendido en la sábana desierta...

Que no disipe tu razón la certidumbre del concierto,
el soplo de la música en los árboles del parque,
la muchacha luminosa que aún te espera
                          (transparencia veloz de la memoria)
en los ecos finales de la tarde.

Contempla suspendido,
                                           el poder eternizado del instante
irrepetible:
                    Nadie en la penumbra fatal de los espejos...

Y entonces:

lúcida gimiendo en el pudor de tu cadáver,
desangre mi escritura tu epitafio.

La voz reconciliada en la ciudad
con tu desierto,
                             desciende la escalera,
                             camina hacia ti mismo y
                             enfrenta el viento frío.
Alúmbrate de abismo:
                                         y abre al fin mi puerta.

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Noviembre de 1981 
(Poema ligeramente retocado)

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Texto tomado del libro de la autoría de 
Armando Almánzar-Botello, titulado: 
Cazador de Agua y otros textos mutantes. 
Antología poética 1977-2002, Editora 
Nacional, Santo Domingo, República 
Dominicana, 2003, pp 33-35. 

Otro enlace relacionado con este mismo texto: Revista Xinesquema, Número 5

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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BLOG OTROS TEXTOS MUTANTES
Domingo, 10 de abril de 2016

ORIGINALIDAD, AZAR, PLAGIO, INFLUENCIAS... Notita (trans)vernácula, psicocrítica y nostálgica

     Fórmula del plagio: M² = 0 ------≥ ?

     Tema excelente para una tesis de doctorado en literatura: «Pastiches, permutaciones verbales y ensamblaje textual de sintagmas ajenos como actos de supuesta creación poética». Porfirio

     «Para algunos pintorescos personajes de la vida cotidiana, beckettianamente hablando, un fracaso (un éxito) más, constituye, según pretende su irrisoria y patológica vanidad contable, una vergüenza y un fracaso menos, por los que deberían sentirse motivados y decididos a continuar banalizando y plagiando mejor...» Armando Almánzar-Botello

     «La angustia literaria de las influencias se despliega en un espacio que no es inocente, sino perverso, conflictivo, agonístico... Es siempre el resultado de una factualidad brutal y contingente que relaciona distintos tropismos y contratropismos.» Harold  Bloom: “La angustia de las influencias”

     «...Y aquí retorna lo que solo es una fábula. Aquella del perro narcisista que mirándose reflejado en el agua mansa de un río, se antoja en espejo del trozo de carne que en la boca suspende su compañero cristalino. Conociendo el final peligroso de la vieja fábula griega: riente la corriente del río arrastra la carne del otro… ¡que es la nuestra!, digamos nuevamente —ahora bajo la máscara de un Esopo nietzscheano, deleuziano y vitalista—: Afirmo el eterno retorno de la genuina solidaridad, la política de los n-amigos, el compromiso con el texto en el juego del humor, la pérdida, la herida y la transmutación. Descubro en el reverso del espejo la trama o la escritura del Otro sin clemencia… Mas Gödel y “mi” Yo indecidible, le recuerdan aquí a ese Otro: para ser consistente hay que ser incompleto... viceversa y etcétera. ¡Que viva lo monstruoso, lo anómalo biopolítico: la ética ecosófica y el posthumano fulgor!» Armando Almánzar-Botello

     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     A Carlos Reyes, apasionado lector y estudioso intelectual dominicano

     Una infamia cierta es el bien llamado “plagio de mala fe” —intención o propósito de mentir, de engañar al otro, de apropiarse conscientemente de una creación ajena escondiendo voluntariamente las trazas y fuentes de su procedencia—, y otro registro de cosas muy distinto es el “error”, la mera coincidencia contingente o la repetición, en el caso de la escritura, de breves sintagmas cristalizados por la frecuencia de uso, la tradición o determinadas atmósferas de conciencia histórico-creadora.

     Deseamos ahora ofrecer al lector un acto de habla o enunciado (Austin, Searle, Derrida), con un valor paradigmático, en el que podría mirarse delineada la tesis que, sin grandes pretensiones, de un modo gentil y generoso nos proponemos, con espíritu carnavalesco y lúdico, en esta breve nota sustentar: 

     No toda coincidencia formal o semántica entre dos o más enunciados o estructuras semióticas en las respectivas obras de autores distintos, constituye necesariamente “plagio” por parte de alguno de ellos.

     La frase de Julio Cortázar, por ejemplo: “Un libro más es un libro menos”... no es tan compleja, extensa, innovadora o inverosímil como para pensar que alguien que la repita de un modo casual, está “copiando”, en calidad de plagiario conciente, al gran escritor Julio Cortázar. Puede ocurrírsele a alguien ajeno por completo al mundo de las letras.

     Un prestigioso y potentado terrateniente de la región dominicana del Cibao, iletrado casi, por lo demás, recuerdo que decía siempre, cuando yo era un adolescente: “Una vaca más es una vaca menos”, en alusión a los cuatreros que le robaban regularmente sus reses... ¿Plagio a Cortázar?... El mundo es ancho y ajeno... ¡ay! Cuestión de contextos...

     En nuestra condición de habitantes de un universo cultural en el que se habla, en ciertos círculos especializados y no tan restringidos, de “chora”, de “falta”, de “función diacrítica”, de “objetos que valen por su ausencia”, o “de un escribir/publicar democrático al margen de la calidad o trascendencia de lo dicho”, no es improbable que se produzcan ciertas convergencias terminológicas o semántico-imaginarias entre algunos autores muy disímiles...

     La presencia cada vez más frecuente, en determinados contextos literarios y filosóficos, de nociones tales como “mana", “huella”, “grado cero”, “significante de la falta”, “presencia de ausencia”, “ausencia de presencia”, “escritura inconsciente”, “carta robada”, “estructura ausente”, procedentes de ámbitos relativamente ajenos o previos al mundo intelectual de un Cortázar, por ejemplo, no me dejan mentir.

     En ciertos contextos, este aludido bagaje histórico podría condicionar la emergencia, en un determinado sujeto del discurso, de una frase similar a la de Julio Cortázar: “Un libro más es un libro menos”. Y ello puede acontecer sin que necesariamente dicho enunciador haya leído en particular a este gran escritor latinoamericano.

     En otro registro, que podría ser el de las influencias, el mismo Cortázar llega, por aparente convergencia parcial de proyectos escriturales, a mostrarse casi obsesionado por una breve meditación presente en la extensa obra de Jacques Derrida “La verdad en pintura”, un análisis-fragmento del filósofo judío-francés que Cortázar transcribe y parcialmente “ficcionaliza” en su relato “Diario para un cuento”... En este cuento “postestructuralista y deconstructivo”, Julio Cortázar, consciente o inconscientemente, parece demandar atención hermenéutica y amor crítico al gran filósofo francés autor de De la gramatología... De un modo simétrico inverso, algunos escritores y analistas hablan de las influencias de Borges sobre Derrida, Foucault y Umberto Eco...

     Según las trampas y laberintos de mi memoria, para el psicoanalista francés Jacques Lacan, el personaje Leporello, sirviente de Don Juan, en el Catálogo que dicho asistente llevaba de las féminas conquistadas por el ilustre seductor, vendría a definir a la mujer como “una-de-menos”...

     De ello se podría colegir que: “una mujer más es una mujer menos”, “un libro más es un libro menos”, “un fracaso más es un fracaso menos”, “una vaca más es...”... Eso está en el aire...

     Por otra parte, y como nos recuerda Jacques-Alain Miller leyendo a Frege y su lógica simbólico-matemática: “la sucesión de los números es una metonimia del cero”... Eso está en el aire…

     Solo a un Ego desconocedor de los recursos narrotológicos se le ocurre decir, por ejemplo: “¡Vargas Llosa me plagió!”... Aunque el “Caso Bryce Echenique” nos debe poner a reflexionar... Cosa que ya hemos hecho, por cierto, en otro modesto contexto...

     El “plagio”, en sentido general y filosóficamente hablando, es una de las formas estructurales o sistémicas de la mentira-violencia, o un efecto, como diría Jacques Derrida, de la perversa tecnoespectralidad capitalista multimediática en la que nos encontramos inmersos, en nuestra condición de sujetos polivalentes y conflictivos, trabajados por la omisión (in)voluntaria de contenidos, por el secreto de “lo inconsciente” que nos desborda, por las imágenes producidas por el Mercado como simulacros impersonales que condicionan y programan nuestro pensar-actuar cotidiano.

     Esa espectralidad tecnotelemediática (en la que también se encuentra inmerso el libro tradicional, no solo el digitalizado) es una “fantasmaticidad” (Platón, Freud, Lacan, Derrida) distinta, en cierto modo, a la “mentira del plagio” en su forma clásica.

     La cautela estratégica frente a dicha espectralidad por parte de la conciencia crítica del sujeto de la lecto-escritura, si bien no la elimina totalmente (es imposible), por lo menos la reduce, la filtra, la transforma en sus efectos ideológicos de contra-verdad (Derrida) o de mera verdad espectralizada o banalizada (fenómenos relativamente diferentes, como hemos repetido, a la simple “mentira del plagio” convencional).

     La calidad de un escritor se puede definir por esta capacidad para desordenar-reconfigurar “mitemas”, meros materiales históricos de partida, sintagmas cristalizados o simples “ideologemas” (Eliseo Verón, Derrida, Foucault, Teun van Dijk, Lotman…), operando con la potencia transformativa (Pedro Henríquez Ureña) de una escritura vigilante que explora lo ignoto a través del claroscuro de su medio-decir (Heidegger, Lacan…).

     Podría ayudarnos a comprender un poco este problema de “los plagios y las originalidades”, aquella distinción realizada por Roland Barthes entre los “sistemas de signos inconfesados” (referentes a lo “convencionalmente verosímil”, a “la Doxa”: que no es por necesidad “mentira” en términos clásicos agustiniano-kantianos), y los “sistemas de signos declarados”: que no implican, por cierto, ausencia de una potencia de transformación como “falsificación creadora” (Nietzche, Derrida, Cacciari…).

     La palabra “pseudos”, en griego, tal como nos recuerda Derrida en su breve Historia de la mentira. Prolegómenos, significa fábula, mentira, invención, error, etcétera, es decir: cosas muy distintas entre sí.

     Desde San Agustín hasta Husserl, la “mentira” es un “querer-decir” la mentira.. (Bedeutung Intention husserliana). Es algo ligado a la intencionalidad de un “querer engañar” que presupone un conocimiento de la “verdad” escamoteada por el sujeto de la mentira. En este sentido, el plagio convencional, en cierta tradición metafísica, equivale, simplemente, a una “mentira formal”.

     El llamado “plagio inconsciente” es en realidad lo que se denomina un “acto fallido”, psicoanalíticamente hablando. 

     A nuestro entender, dicho plagio inconsciente indica o revela que no se ha operado en la subjetividad que lo manifiesta una modificación, una dación inédita de forma, una suplementación de sentido, el genuino agregado, añadidura o suma de valor intelectual a ciertos materiales semióticos recibidos, o una transformación morfosintáctica y semántica de ciertos enunciados de partida procedentes de un sistema conceptual y/o fantasmático distinto al del sujeto que realiza dicho “hurto”. Este último debe ser entendido como sustracción no transformativa de “rasgos o trazos unarios” (J. Lacan), “robo de insignias” o “plagio inconsciente”; acto, ahora lo decimos, no programático, no intencional, no voluntaria o “reflexivamente” calculado sino meramente padecido por el sujeto. Aquí, no obstante, dicho sujeto no se ve eximido de su “responsabilidad-deuda” (G. Deleuze) frente al acto fallido.

     Este referido “hurto textual”, en tanto que formulación cognitiva o estética importada desde otro contexto autorial no referenciado, viene a formar parte no modificada, pasivamente “encriptada”, del mundo fantasmático del sujeto que se atribuye lo dicho. 

     Debemos citar nuestras fuentes. No debemos pretender la autarquía discursiva. Es preferible “pecar” de pedantes, antes que hacerlo de tontos, de presumidos, o, peor aún, de ladrones.

     Por la naturaleza o genealogía de la construcción plagiada inconscientemente, se puede determinar el grado de (in)viabilidad —textual, intelectual, ético-práctica, estética— de dicha importación no referenciada. Esto implica, necesariamente, un análisis caso por caso.

     Se hace inexcusable no resaltar aquí el hecho de que si la coincidencia en una frase de tres o cuatro términos no resulta totalmente imposible —aunque sea muy improbable—, nadie comete un plagio supuestamente “inconsciente” de varios versos completos o de párrafos y párrafos de un texto filosófico. Como dice Borges en otro contexto: esa coincidencia es prácticamente computable en “0”.

     Es decir: no se justifica un calco de estructuras de una mayor complejidad que la que reviste nuestro aludido sintagma de dos o tres términos o elementos.

     La intertextualidad, como juego de escritura, debe estar reconocida en el texto mismo, explícita o implícitamente.

     Disculpen los lectores que me cite:

     «Pero si el objetivo que nos proponemos alcanzar es la elaboración conceptual y sustituimos “nuestros” propios argumentos, el ordenamiento de las ideas y la redacción de “nuestro” trabajo por una transcripción literal o cuasi literal de un texto articulado por otro autor, y para colmo, ¡sin mencionar a ese autor ni entrecomillar lo que él escribió!, evidentemente estamos frente a un plagio. En este contexto solo no podría hablarse de “plagio” si desde el principio del trabajo en cuestión especificamos que la estrategia de “citar-parafrasear-plagiar”, forma parte de un tinglado de recursos escriturales, críticos, hermenéuticos y paragramáticos integrados a lo que Roland Barthes, por ejemplo, denominaba estrategias de “desapropiación o desoriginación textual”. Ese procedimiento debe incluir, por razones metodológicas, los nombres de los autores con cuyos textos se realizará dicho ejercicio. Así lo hace, por ejemplo, Jacques Derrida en su ensayo La diseminación, en el que aclara: “El presente ensayo no es más que un tejido de citas”, y menciona, específicamente, al narrador y teórico de Tel Quel, Philippe Sollers y su texto Números, después de haber citado previamente a Platón, James Joyce, Jorge Luis Borges, J. P. Vernant, J. G. Frazer, Northrop Frye... ¡y a tantos otros!, en La farmacia de Platón...» A. Almánzar-Botello: “El estatuto de la cita. (Texto revisado y ampliado)”, 2012-2014. Santo Domingo, R. D.

     En términos lingüístico-estadísticos es probable coincidir en una metáfora, en ciertas imágenes o conceptos. Ello se hace más factible cuando los sujetos de la lecto-escritura y el “acto creador o transformativo” se encuentran intensa y “cuasi-eróticamente" inmersos en un mismo “Zeitgeist”, en un estado de conciencia de época o espíritu histórico de múltiples valores compartidos...

     No hay que olvidar lo que se denomina evolución conceptual convergente o co-evolución epistémica o estética.

     Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, por ejemplo, llegaron, sin mantener ninguna previa comunicación directa entre ellos ni haber publicado la naturaleza concreta de sus respectivas investigaciones, a conclusiones tan similares con respecto a la Teoría de la Evolución que decidieron publicar sus trabajos conjuntamente. Esta teoría, como en efecto se denomina hoy es: Teoría Darwin-Wallace de la Selección Natural…

     Solo cito ese ejemplo, y pienso: ¡Ay, ay si esa coincidencia se hubiese producido entre creadores, científicos o investigadores dominicanos!

     Explícita o secretamente, muchos nos creemos genios originales, absolutos; en nombre del «yo lo digo con mis “propias” palabras», rendimos culto a la imbecilidad, a lo naif y a lo cursi, desdeñando la potencia transmutante y generatriz de la cultura, y el esfuerzo ingente que implica la producción del verdadero conocimiento. Resultados: las banalidades como verdades de un Pero Grullo sabatino, “suplementado” de suficiencia... o la simple imitación encubierta propia de los canallas. 

     Bien lo decía nuestro gran Pedro Henríquez Ureña:

     «¿Dónde, pues, comienza el mal de la imitación? Cualquier literatura se nutre de influjos extranjeros, de imitaciones y hasta de robos: no por eso será menos original. La falta de carácter, de sabor genuino, no viene de exceso de cultura, como fingen creer los perezosos, ni siquiera de la franca apropiación de tesoros extraños: hombres de originalidad máxima saquean con descaro la labor ajena y la transforman con breves toques de pincel. Pero el caso es grave cuando la transformación no se cumple, cuando la imitación se queda en imitación. Nuestro pecado, en América, no es la imitación sistemática —que no daña a Catulo ni a Virgilio, a Corneille ni a Molière—, sino la imitación difusa, signo de la literatura de aficionados, de hombres que no padecen ansia de creación; las legiones de pequeños poetas [y de pseudoteóricos] adoptan y repiten indefinidamente en versos incoloros [y en banales ideologemas], “el estilo de la época”, los lugares comunes del momento.» Pedro Henríquez Ureña: “Escritos políticos, sociológicos y filosóficos”, Tomo V, Editora Nacional, Santo Domingo, República Dominicana, página 431.

     Quizá por esas razones no tenemos “tantos” verdaderos “genios” desplazándose por el horizonte problemático que implica transformar creativamente, con mayor o menor grado de radicalidad y pertinencia, una cierta tradición, o un complejo espectro de valores.

     Pedro Henríquez Ureña es uno de los pocos pensadores dominicanos de fuste que han podido comprender muy a fondo la compleja problemática de la originalidad en el contexto del acto creador como “pensar transformativo-rememorante”…

     Lo que sí resulta prácticamente computable en cero, como dice Borges, es que un sujeto (al que consideremos en pleno uso de sus facultades intelectuales, éticas y afectivas), transcriba, por mera “impronta inconsciente” de lo leído y escuchado, estrofas, páginas o párrafos completos de otro autor sin darse cuenta de que está cometiendo plagio…

     Aunque debemos reconocerlo: ¡Hay memorias “involuntarias” prodigiosas!...

     Pero nos encontramos, con lo planteado en estos modestos apuntes, frente a una cuestión multidimensional en la que se conjugan varios registros conceptuales: una problemática semiótico-filológica y estética; un enfoque filosófico-psicoanalítico sobre la subjetividad creadora; un análisis histórico de los conceptos de originalidad y plagio a través de los siglos… y una constelación jurídico-“policial” sobre cartas robadas y violaciones de derechos de autor…

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2013 (Texto ligeramente retocado)

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Otro blog en el que figura este mismo texto: Blog Cazador de Agua

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:

Cazador de Agua                   

Tambor de Griot

Armando Almánzar-Botello es miembro de la “Red Mundial de Escritores en español”, REMES

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.

IMÁGENES: 

     1) Malecón de Santo Domingo, República Dominicana

     2) Piso de mosaicos con apariencia ajedrezada

     3) Parque de recreación en la ciudad de Baní, República Dominicana

Parque de recreación en la ciudad de Baní, República Dominicana

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