lunes, 16 de marzo de 2015

JUNG Y LA SINCRONICIDAD. Un caos-biblio-laberinto (Relato breve)

Tyche, decían los griegos: encuentro indeterminado, no calculable, con lo Real...

«La liberación hubiera sido amarla; entonces, entonces habría vivido. Ella había vivido (¿quién podría decir ahora con qué pasión?) porque le había amado por sí mismo, mientras que él nunca había pensado en ella (¡oh, con qué espanto lo veía ahora!), sino con la frialdad de su egoísmo y con la vista puesta en su utilidad.» Henry James: La bestia en la jungla 

He sido siempre un gran amante de los libros. No sólo por sus voces oportunas que te salvan, que te avisan del agua sigilosa y reflexiva escondida entre las rocas y arenas del desierto, sino también, en otras circunstancias, por su mágica y sabia reserva de silencio, como si ellos fueran de un modo fantástico, aleatorio, indiscernible, discretos y enigmáticos organismos vivos... 

Por Armando Almánzar-Botello

A Fredesvinda Báez Santana, indescifrado latido de la perla...
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Hará unos pocos años, ya tocada la ciudad por el soplo misterioso de la noche, después de buscar con vehemencia en mi caótica biblioteca un hermoso librito de la autoría de Aniela Jaffé titulado Personalidad y obra de Carl Gustav Jung, pude observar con gran tristeza, al encontrarlo, que su portada se había desprendido por el agotamiento y el deslustre que ocasiona en los libros —y en todo lo que existe—, la secreta violencia ineluctable del tiempo. Descubrí también que la portada se había extraviado.

Un imprevisto y curioso fetichismo —en duelo por un objeto mágico perdido—, se apoderó de mí en aquel instante.

Quería yo comprobar o confirmar de nuevo en ese texto la interpretación que daba Jaffé, tamizada por mi claroscura memoria, a las reflexiones que Jung había vertido en su magnífico libro autobiográfico Recuerdos, sueños, pensamientos, en torno a los vínculos misteriosos que se instauran entre los objetos inanimados y la psique de quienes son sus propietarios. 

Al descubrir el libro, pero sin portada, de la escritora discípula de Jung, no atiné a consultar en él aquello que me llevó a buscarlo y solo pensé: 

«¡Maldición! Ahora tendré que remover la biblioteca completa para encontrar esta maldita portada.»

Exploré al azar durante un largo rato, pero sin resultados tangibles. Me sentía triste y angustiado, como quien se pierde en un laberinto de incorpóreas evidencias. No podía evitar la irrupción de un siniestro pensamiento que sin cesar me aseguraba que yo era un simple ciego metafísico, sin ser Jorge Luis Borges... 

Entonces me dije en voz alta, casi en acto de invocación: 

«¿Y no voy a encontrar esta bendita portada, mi Dios de Misericordia? Pues dejaré de buscarla, y punto...»

En aquellos días, los muchos y variados libros de mi biblioteca no estaban muy ordenados, que digamos —aunque debo declararlo en honor justo a la verdad: ahora tampoco lo están—, y no descubrí en ese momento la razón por la que me sorprendí al divisar, en pleno caos y en las tinieblas superiores de un viejo anaquel que mi curiosidad no visitaba desde hacía varios años, el lomo verde (verde esmeralda como la esperanza, me dije quedamente a mí mismo en tono irónico y resignado) de un viejo libro sobre el gran explorador de los arquetipos: La psicología de C. G. Jung, de la autoría de otra brillante seguidora del sabio suizo, Jolande Jacobi. 

Bueno —me dije—, en ausencia de una lámpara, otra bella incandescencia...

La luz del cuarto no era muy precisa. Yo temía que todo se desvaneciera en simple ilusión óptica, y que la obra color esmeralda vislumbrada resultara no ser la de Jacobi sino otra de igual color, volumen y textura. 

Cuando logré subirme a la banqueta para alcanzar la tabla o el tramo donde creía divisar el libro de la escritora —temblando poliédrico el mundo a través de mi simbólica miopía y de la humedad de mis ojos irritados por el polvo—, lamentablemente no encontré el libro de Jolande Jacobi, no. Pero sí hallé, adherida a un volumen de Estadística parecido en el color al mencionado texto, la bendita portada de la obra de Aniela Jaffé, que había buscado tan afanosamente. 

Justo a un lado del libro color esmeralda de ciencia estadística, esperando casi de un modo circunspecto y casual, reposaba también una obra de la autoría del mismo Carl Gustav Jung: Sincronicidad como principio de conexiones acausales. Me quedé como roto por el rayo.

De inmediato, algo se rasgó en lo más profundo de mi ser y casi me caigo del banquillo, sacudido mi cuerpo incompleto por una violenta risa freudiana.

Bañado en sudor y claridad escuché, al fin, la desnuda voz de una mujer llamándome insistente desde la habitación contigua:

—¡Armando, Armando, Armando, acabo de hallar el libro de Jolande Jacobi!

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2012. (Texto ligeramente retocado)

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

Otro blog en el que figura este mismo texto: Blog Cazador de Agua

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OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:

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IMÁGENES:

1) Yo, en un área de mi biblioteca personal

2) Desde abajo, a la izquierda, en el sentido de las manecillas del reloj: Sigmund Freud; un túnel-laberinto y Carl Gustav Jung 

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