«...El suspenso provisorio de masculinidad inasignable (Deleuze, Badiou) que llamamos "hombre" o "padre", constituye una invención o actualización de un “devenir-mujer” virtual en lo inmanente, un artificio tético de la metáfora en la línea metonímica de fuga creada por "lo femenino neutro" (Almánzar-Botello) y su fluir ilimitado...
Yo diría, matizando y extrapolando los vislumbres de Lacan, Deleuze y Badiou, que ”la mujer”, como escritura o “signo” privilegiado, teje, incansablemente, campos de fuerzas libidinales indiscernibles o gradientes erógenos inasignables, habilita vías de tránsito para los encuentros y desencuentros del sinsentido y el sentido, de lo masculino y lo femenino, de la pulsión y la Deutung, del Cuerpo sin Órganos y sus "n" sexos...». (Fragmento). Armando Almánzar-Botello. “La mujer tejedora... ¿Contra la hipóstasis del Padre?... Un simple anhelo feminista”.
Hans Bellmer. La poupée, 1935-36
Por Armando Almánzar-Botello
¡Justamente a ti, preciosa Margarita!
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Texto corcel y travesti para ser leído briosa, aceitosa, gozosa, untuosa, sinuosamente clemente al modo Parmigianino —erótica fluencia demente de culebras ondulantes—, límpida cadencia sapiente de látigos bien pensantes.
Genotexto pagano y sin fines para ser fraseado en la misa con sacra humareda de órganos, incienso mirra y paciencia; con la suavidad peliplúmbea de vaselina corriente sobre una espalda esplendente de madonna serpentina... Para ser oficiado, lamido; desleído-leído-sorbido, al estilo sadiano y barroco, diabólico-incestuoso, dulce asesino tortuoso, del sacerdote Genet...
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Había una vez una niña —¡mala, mala, zorra niña!—, una mula con sus muelas que devino muchas niñas y ninguna: Alicia, Eloísa, la Leticia, la Felicia...¡malas leches! Odaliscas ojerosas, temerosas, rencorosas, arrogantes y envidiosas de aquellas criaditas, tan distintas y bonitas, tan kafkianas, menuditas, tan amadas por Genet, Artaud, Perlongher, Monterroso... ¡ni te cuento, neobarroso!
En fin, había una vez la bestia niña, malescrita, revertida, desgarrándose la carne del miedo a dentelladas, el cuerpo de un poema podrido ante su espejo.
Y allí la mala niña rota toda en mil pedazos —roto el mundo por los hombres, por la técnica y su rayo— dibujó ya sin rubor sus mamarrachos.
De improviso se vistió de terciopelo y astrolabios, ensambló su nueva carne con máquinas y cables ¡y llovieron tremebundos desde el cielo los aplausos!
Y dale niña mala desde entonces con los viajes. Se operó la muchachito de Academia «Y» Congresista, y siguió camino arriba / por la luna y más allá, / mas lo malo es que ella iba sin permiso de... de... ¡Lacan! / Cirugía metafísica, la ética está tísica, / vuelve al suelo y lo robado vas ahora a devolver...
Desde un barrio cochambroso de su aldea ensimismada, marimacho, la brujita, ocultando bajo faldas vaporosas el fantasma carnal de su deseo, en su escoba subió al cielo, con un premio programado voló a Texas.
Y allí la niña gruñe, estudia, finge, lucha; aprende y se da ducha desnuda ante un espejo. Ante un espejo roto ella se afeita el pubis: ¡inhumana!, / tersura de la máquina. / ¡Oh monstruo niña loca!
Cyborg muerde rota bombones de otras niñas. Canta y sigue fea. Desdoblada en su escritura ríe Occam la muchachito su navaja filosáfica de Lesbos... Lluvia, truenos, viento. ¡El tiempo corre, vuela! Un relámpago es lo eterno. Ya no muerde la niña con sus dientes, te tritura en su abismo con encías... El tiempo corre, vuela; la niña es hoy abuela...
Permítanle escribir en su agria piel que piensa —podrido palpitante papel de la cebolla, potencia en lo sensible de un pensar que no se miente— su oscura desastrosa confesión irrevocable:
«Algo me hizo falta, me hizo falta Eso: una llave luminosa de cristal allá en mis manos, que me abriera la cajita milagrosa de los sueños, que alumbrara, en mi carne imaginaria florecida de juguetes —violenta, ¡sorprendente anamorfosis!— el péndulo tremendo de Foucault entre mis piernas»...
¡Detente! La cámara en su trípode. Sonríe ahora niña. ¡Exacto! Perfecta la postura. Aguárdame un instante... ¡Clic!... Estás absuelta... Observa tu instantánea: ¡Disfraz de cuerpo entero!
¡Qué mala es esta niña! ¡Qué fea eres, piedra! Te condeno por araña a ser la novia del vecino. Te destino a matar búhos cada noche con escobas. Vaticino tus conquistas en las logias de cadáveres. Te obligo a darle un beso a la otra de ti misma: ¡Oh, escritura!
Como un ángel iracundo te condeno para siempre a surcar la periferia danzando con mestizos; a ser letra cautiva en la penumbra de tu espejo. Turbio río fronterizo, iguana presumida... ciega nómada en el miedo; impotencia en lo sensible de un pensar que ya no piensa: fría lágrima dormida en la piel de una cebolla...
Escúchame lector/a, hondo asómate al espejo: Madame Bovary soy tú... ¡y no lo niegues!
Armando Almánzar-Botello
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Febrero de 2000
Poema tomado del libro Cazador de Agua y otros textos mutantes. Antología poética 1977-2002, Editora Nacional, Santo Domingo, República Dominicana, 2003, pp. 88-90.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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