¡Bestia ciega rota culpable como un dios!
Algún despojo encarcelado abyecto en frío tocador,
grita,
gruñe,
piensa:
Erógeno desvelo ensangrentado.
Carne loca suicidada en su delirio perro fiel.
Sufrir polivalente...
Aullido-aliento-soledad.
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Junio 2009
© Armando Almánzar-Botello.
Otro blog en el que figura este mismo texto:
Blog Cazador de Agua
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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Por Armando Almánzar-Botello
«La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco», Salvador Dalí
«Quien no es artista... sencillamente no es artista...» Friedrich Nietzsche
«La experiencia de la máxima intensidad la realiza un “Se”, no un “Yo” como necesaria coagulación ilusoria de fuerzas.» Armando Almánzar-Botello
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Cuando Rimbaud dijo “Yo es Otro”, no se refería al hecho trivial de que A (Yo) = B (Otro), o dicho de manera más concreta, a que Arthur = Paul, por ejemplo, sino a que A no es nunca igual a sí mismo, pues una disparidad o disyunción de fondo “lo” desidentifica y “lo” reenvía al juego de “la diferencia”. Su identidad de superficie es efecto de una monstruosa disparidad de fondo, seminal, diseminante...
De la misma forma, la “univocidad del ser” se dice de lo dispar o diferente, de lo Mismo en tanto que Distinto; no solo diferente de “lo otro-otro” sino disímil de sí. Lo Mismo solo se dice de la Diferencia, no de lo Idéntico.
Lo que diferencia a un Yo de sí mismo, es la diferencia entre los grados de potencia que actualiza frente a sí mientras se “otrifica”, en función de los grados de potencia de un Otro determinado que le hace resistencia... con mayor o menor intensidad.
Algo similar digo yo que dijo Bertolt Brecht (y lo pongo sin comillas porque es una variante brechtiana de mi propia cosecha):
Genio es el más parecido al que sigue pensando “lo suyo” en otras cabezas distintas de la suya, y que sin embargo no dejan de ser “sus” cabezas en una suma que no pretende totalizar la multiplicidad de las cabezas...
Nada que ver con el plagio ni con la usurpación de “identidades”, pero sí con cierta “locura” del genio...
«La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco», decía Salvador Dalí, pero lo estaba. Al igual que Friedrich Nietzsche o Martin Heidegger... «El estilo es el hombre... a quien uno se dirige», decía Jacques Lacan... quizá un poco menos loco...
He aquí la medicina o el veneno que puede representar, para el verdadero pensador, cierto tipo de compañía o interlocución entendida en su indeterminación de phármakon.
Un diálogo específico realizado con alguien puede reforzar el enraizamiento endoxal del filósofo, es decir, confirmarlo en lo más convencional e intrascendente; mas podría también, en otros casos, actualizar en él la llamada “punta loca del cogito”: la conciencia prerreflexiva que permite la exploración de inéditos y extraños niveles de la realidad para cuyo descubrimiento algunas personas necesitan utilizar drogas alucinógenas; habitualmente hay diálogos que solo potencian la simple estupidez... Recurso este último que, dicho sea de paso, también saben aprovechar para sus propios fines e intereses algunos filósofos fenomenólogos... no todos. Depende eso de sus niveles de potencia.
¡Pues claro que nunca fuimos ni somos ni seremos iguales, súcubos-espectros que habitan todavía las pobres tristes gastadas polvorientas territorialidades artificiales de arcaicas y remotas cofradías del ser inasible que fluye sin puntos ni comas manchado por afanes ascensionales y mentidamente metropolitano en una olvidada serie de otras mis viejas identidades poliprovinciales! Mis vertiginosos “personajes conceptuales”, en silencio, nos diferencian ya para siempre: ¡Sí, ustedes!
El “Se impersonal” —ese que a “mis yoes” sostiene y sustenta en pleno ejercicio intensivo de “su” voluntad de potencia—, elige por siempre no ser “los ustedes” que pude ser en el Eterno Retorno de la Diferencia transmutante.
¡Oh metamorfosis continua de la potencia que falsifica pero no miente!
Armando Almánzar-Botello
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23 de mayo del 2015
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DIA-GRAMA, TÍMPANO, HUELLA, HIMEN...
«Quien no es artista... sencillamente no es artista...» Friedrich Nietzsche
«El “Se” impersonal (“on” en francés) de Maurice Blanchot, de Gilles Deleuze, pero también de Samuel Beckett, no es el “Se” caracterizado por la desdiferenciación y el anonimato como empobrecimiento, tal como lo concibe Heidegger: el “uno” (das Man: el uno impersonal del “se dice”) cuya impotencia “parpadea” (hablando heideggerianamente), incapaz de propiciar la “apertura” de un mundo.
El “Se” en Blanchot, en Beckett y en Deleuze es “preindividual, impersonal y nómada”, está relacionado con el torrente de las singularidades, y es el que realiza la experiencia del devenir: “no Se cesa y no Se acaba de morir”...
La experiencia de la máxima intensidad la realiza un “Se”, no un “Yo” como necesaria coagulación ilusoria de fuerzas.
Ernst Jünger también nos recuerda que la instancia en nosotros que “vive” los momentos de máxima intensidad, alegría o entusiasmo, opera mediante la desaparición de la individualidad.
Entonces, la experiencia no “pertenece a”, no la “tiene” una conciencia egoica sino una suerte de “conciencia-manantial” impersonal (Jünger), una “conciencia virtual de derecho” (Deleuze), una “conciencia a-subjetiva, una conciencia prerreflexiva impersonal, una duración cualitativa de la conciencia sin yo”: eso que Blanchot y Beckett denominan un “Se”, y que Deleuze llama “una vida”, una suerte de “vivo sin vivir en mí”, en la pura “inmanencia de un campo trascendental de beatitud” laica...» Armando Almánzar-Botello
«Siempre que toco el borde ígneo de la roca inconcebible que llamamos realidad, si me acosan de improviso los enigmas de una vida que me hace despertar a solo un punto del colapso, edifico una semántica muralla protectora, un bastión helicoidal de preguntas laberínticas, un pretil de sintaxis convulsiva; erijo muros de conceptos que me ayudan a poner a raya lo real —carente de sentido su imposible, negro agujero blanco del desastre—, al mismo tiempo que habilitan (permeables), personajes conceptuales palpitando, eso loco y singular que no hay de “yo” vibrando en “mí”, para que pueda vislumbrar con brío el sinsentido, lo (im)presente, y trace Eso así en el plano de inmanencia —dicho “se” pre-individual, impersonal, neutro—, las líneas de fuga, mutación y sobrevuelo que prosiguen, más allá de mi persona, muy después del crujido deleuziano de los cuerpos con sus causas, la finita y breve ontología del viaje infinito del Amor, con su virtual “seriatura” de catástrofes... ¡Jo!» Armando Almánzar-Botello
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