viernes, 20 de febrero de 2015

ONTOLOGÍA DIMINUTA DE LO ADYACENTE. (Devenir invisible y metamorfosis con lo nimio...)

«Dos posibilidades: hacerse infinitamente pequeño o serlo. Lo segundo es perfección, por lo tanto inactividad; lo primero, comienzo, por lo tanto acción.» Franz Kafka 

«De todas las formas de lo grotesco, la más extraña, la más complicada me parece aquella cuyo origen se sitúa en la desesperación.» Emil Cioran 

«¡Y pensar que la vida tiene formas todavía más pequeñas; que también los seres que llamamos inanimados e inorgánicos están “vivos” de otro modo trepidante y misterioso…!» Armando Almánzar-Botello

«Me gustaría que mis pinturas parecieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas, como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados, como el caracol deja su baba.» Francis Bacon

«La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente». Jean-Paul Sartre

«¿No sería “la náusea sartreana” el reverso del satori Zen, una suerte de iluminación inversa?». Armando Almánzar-Botello


     Por Armando Almánzar-Botello 

     A Franz Kafka, Jean-Paul Sartre, Samuel Beckett, Sigmund Freud, Karl Marx, Friedrich Nietzsche, Jacques Derrida, Eugène Ionesco, Jacques Lacan, Hermann Hesse... a Vicente Aleixandre, in memoriam
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     Solitario y sentado ante la mesita de noche, intento esculpir lo indecible que aúlla en mi cuarto silencioso. Es casi la madrugada de un día que desconozco. Algo negro me impide moverme del lugar en que ahora me encuentro. ¿Será el peso agobiante de la nada, las letras turbias de lo inconcebible, la tinta oscura y lúcida que mana del insomnio?

     Pero aun así deseo a la criatura monstruosa, el ayuntamiento erótico intenso, innombrable. A diferencia de otros héroes, yo anhelo aquí en lo atroz la comunión de soplos.

     Quizá viendo el mundo a través de unos bárbaros ojos no descritos todavía, y palpando lo real por las manos milagrosas de la bestia polimórfica, los signos y los seres lánguidos y fríos no me sean —de un modo tan extraño y nauseabundo—, inoportunos, gratuitos y fugaces.

     Me parece voy dejando jirones de mi vida en cada necia cosa que yo palpo, en cada persona insulsa que me aborda por las calles, los teléfonos, las cartas. Me aniquila, sin clemencia, el mirarme sin luz en los espejos colectivos del desastre, paladear cada momento intrascendente que reclama mi cuidado y que me absorbe, como el falso titular de algún periódico y su estúpida lectura en apariencia inaplazable: rotas letras de un poema destruido que sólo dice nada, nada, nada…

     Persigo transmutar, con un párrafo brutal de vida intensa —íntimo, feroz, alegre, gozoso y entusiasta—, la prosa sin substancia que circula por los cuerpos, por la carne del mundo taciturno; la triste polvareda del absurdo indigente que me envuelve.

     ¡Busco monstruos!

     Quisiera sentir ahora lo imposible potencial bramando su misterio entre mis manos; abrigar su palpitante concreción de indiferencia; lamerle los contornos a la vulva indescifrable de la nada o al abismo que sostiene la danza sobre el orbe de las férvidas presencias de lo ignoto.
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     Vuelve lentamente la hormiguita. Había desaparecido por un momento entre los libros y papeles de mi pequeño escritorio. Ahora camina justamente por el borde mismo de mi antebrazo izquierdo. 

     Haciendo pequeños zigzags, como un diminuto Hamlet que dudara del mundo, se detiene, agitando sus minúsculas antenas, cerca de mi mano que reposa inerte sobre la superficie de la mesita de noche. Interrumpo la escritura y la miro con cierta displicente curiosidad; ella también parece mirarme y estudiarme… Un ligero parpadeo, y el bicho se escapa presuroso entre los folios.
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     En este momento, amiga tenebrosa, tú eres la distancia, la insalvable distancia del monstruo y el rumor de lo tremendo… ¡Y yo que intento renovar contigo la naturaleza profunda de mis contactos!

     La noche está junto a mí; su baba oscura me rodea por los cuatro costados del insomnio. La noche me clausura con sus miles de ojos y bocas balbucientes. La noche me valora como ente… ¡Soy la noche y su escritura de sombras! Ella me agobia tornando conciente mi peso de angustia. En otras ocasiones, me roba cautelosa el ser y la substancia, y soy así, entonces, la hoja vacía bajo el candil impávido de nadie.

     A ratos, la noche me parece tan tierna y sugestiva… tan llena de presencias misteriosas y audibles… pero finalmente retorna con gran vigor el asco… la única potencia que en esos momentos parece ocupar mi cuerpo y la totalidad de mi mente. ¡El asco!

     Y entonces, odio la noche con todas mis fuerzas, y aún más cuando me percato de que ella es el fin de otro día y el preludio de un nuevo amanecer, de una alborada que a su vez llegará simplemente para dar lugar a un nuevo atardecer seguido de otra noche… Y yo seré un ojo abierto en ese nuevo amanecer y en esa nueva noche; una oscuridad que dará paso a un nuevo día y a otro nuevo anochecer, hasta que llegue al fin el momento de la definitiva negrura: ¡la de siempre!

     Y tú, innombrable criatura, dueles ahora tu verdad espantosa en la distancia… Y sin embargo, prosigues siendo lo recóndito que fluye amargamente por mi carne, tan próximo a mi ser a pesar del gran mutismo de las cosas y del cosmos, cuando bocas taciturnas, derramadas, no dicen a tiempo la palabra justa. ¿Eres acaso la potencia del espacio que congrega y reconcilia en el dolor con su silencio?
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     Vuelve nuevamente la pequeña hormiga. Esta vez, pienso aplastarla sin miramiento alguno. La imagino completa y minúsculamente despanzurrada y yerta sobre la mesita-escritorio y su manchado tapete verde, o muerta como una borrosa huella o “coma” que figurara una pequeña herida sobre la punta de mi dedo índice derecho...

     Veo al insignificante insecto afanarse una vez más por la superficie de mi mesa, con movimientos breves, polidireccionales e impredecibles, tal como si trazara una escritura generosa y salvífica, un inaplazable sermón de lo vibrante y epiceno. Agita sus pequeños tentáculos como si quisiera decirme, con una gran urgencia, algo neto y trascendente.

     Experimento de súbito el impulso de acercarme indiscreto al pequeño animalejo y contemplarlo cuidadosamente. Abro un cajón del escritorio y tomo de él una vieja pero poderosa lupa que me regaló el azar de los misteriosos mercados de baratijas de la Avenida Duarte.

     Con la respiración suspendida me acerco, lente de aumento en ristre, al diminuto animal.

     ¡Ahora miro acrecentada su compleja, maravillosa y delicada arquitectura, y casi lanzo un grito de asombro y de maravillado terror en la noche!

     Creo saber el porqué cuando justo en este instante viene a mi conciencia un breve y antiguo poema del japonés Kobayashi Issa: 

     «Para el mosquito / también la noche es larga, / larga y sola».

     ¡Y pensar que la vida tiene formas todavía más pequeñas; que también los seres que llamamos inanimados e inorgánicos están “vivos” de otro modo trepidante y misterioso…!

     Me sorprende algo así como la descarga dorada de un rayo inescrutable... el resplandor de la huella de...

     Observo el pequeño corpúsculo móvil de vida nerviosa con patas, pelos, ojos facetados y antenas —que por supuesto no es un mosquito sino la hormiga ordinaria de siempre—, y siento con gran humildad, hasta mi oscuro fondo encendido lo siento, que una olvidada cosa inconcebible, ardua y asombrosa en su latir profundo, retorna invulnerable, con lentitud y firmeza, desde su lugar paradójico, secreto y eterno…

     En este mismo instante, alguien o algo llama con sigilo a mi puerta…

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1973-1983. Santo Domingo, República Dominicana
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Blog Otros Textos Mutantes. Viernes, 20 de febrero de 2015
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ADENDAS: 

     En su libro El otro proceso de Kafka, Elías Canetti menciona los reales vínculos de Franz Kafka con el Taoísmo chino, a propósito de la valoración compasiva de los animales, principalmente de los más pequeños, tal como se puede observar en ciertas zonas de la obra del gran escritor checo. 

     Como nos recuerdan Marcel Granet y Mircea Eliade, entre otros investigadores, la relación simbólica que se establecía en la antigua China con la figura del animal como fuente de “beatitud”, proviene de tradiciones arcaicas mágico-religiosas y proto-chamánicas, muy elaboradas desde el período de los pueblos cazadores... 

     En mi texto “Metamorfosis con lo nimio”, se nota el impacto de ciertas lecturas taoístas, kafkianas y filosóficas de mi primera juventud, que me llevaron a una valoración de la figura del animal ligeramente distinta al espíritu del más reciente “animalismo” occidental de cuño norteamericano.

     Indirecta y discretamente, mi breve texto dialoga con La Náusea, la importante y muy reconocida novela-tesis del gran filósofo, escritor, dramaturgo y ensayista francés, Jean-Paul Sartre, cuyas obras comencé a leer, junto con las de Nietzsche, a mis 15 años y bajo la orientación de mi padre y de mis tíos. Pese a que yo conocía por esa fecha a los autores rusos más importantes, nunca me aburrió La Náusea... Algunos lectores esperan siempre acción y sociología. La de Sartre es una novela «ontológica», digamos.

     La contraposición SATORI / NÁUSEA METAFÍSICA proviene de mis lecturas y meditaciones posteriores realizadas a finales de los años setenta y que ya incluyen a Heidegger... 

     En mi modesto texto se pretende insinuar una salida práctico-espiritual al nihilismo pasivo-destructivo del personaje Antoine Roquentin, protagonista de la novela de Sartre. © Armando Almánzar-Botello
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ADENDA DELEUZIANA DE 2012:

     El animal doméstico, sin ser una simple máquina cartesiana similar a las máquinas artificiales mecánicas y/o de silicio, participa de una dimensión maquinal (no mecanicista) que lo convierte en “un ser nostálgico de hombre”.... 

     No obstante, no podríamos “empatizar autorresonantemente” (Georges Devereux) con un perro, sin que realicemos un arduo proceso de “desterritorialización” desde lo humano hacia lo animal, un devenir-animal del hombre (Gilles Deleuze). 

     Este devenir-animal, dicho sea de paso, no consiste simplemente en imitar al perro en su morfología y comportamiento convencionales, sino en liberar en nosotros una suerte de “perro molecular” (Deleuze), entendido como vibración intensiva en nuestro cuerpo de uno de los atributos animales o haecceidades (Duns Escoto) en relación de indiscernibilidad o indeterminación con aquello que concebimos en el hombre bajo el estatuto de “lo (in)humano”. 

     Hablamos entonces de una suerte de “orinar perreante”, de “aullar-musicar canino”, de “olfatear-poetizar perruno”… Pero sin imitación convencional de esos atributos, sino por convergencia microscópica de flujos y por resonancia del animal en nuestro Cuerpo sin Órganos

     Por su parte, el animal deviene otra cosa, no por filiación o genealogía sino por alianza, por transversalidad, por simbiosis (Deleuze). El perro doméstico padece una suerte de “nostalgia” de lo humano. Es un animal “carente de hombre”, que vive aquello que se ha denominado, metafóricamente: “la melancolía extática de los perros.” 

     El animal solo se “contamina” de humanidad al desterritorializarse; el hombre es un animal que se olvida de su animalidad reprimiéndola en su Inconsciente como discurso del Otro. (Lacan).

     Ergo, “casarse” con un(a) perro(a) con la plena confianza de que nos comprenderá plenamente, es casi un genuino acto de fe como creer en Dios o en los trasmundos... ¡Esto no es un mero sofisma!

     No obstante, ¿están así de claras las cosas? ¿No sería el animal, más que la mujer misma, la víctima por excelencia del macho en el contexto de una violencia falocrática, de una voluntad de dominio que Jacques Derrida vincula con esa instancia que él denomina carno/ falogo/fono/centrismo occidental?

     ¿Se descubre hoy erosionada esta supremacía de lo fálico-androcéntrico, y se hace necesario un nuevo principio regulador en la compleja dinámica postmoderna de lo uno y lo múltiple?

     Las sociedades protectoras de animales, la creciente presencia del animal como partner en lo humano-conyugal, las “polimórficas” dislocaciones, patológicas o no, de las estructuras tradicionales de parentesco (la familia en desorden: Élisabeth Roudinesco), ¿serían vivos testimonios de una etapa compleja de transición simbólica, técnica y “civilizatoria” en la que dicho animal está llamado a desempeñar un nuevo e insólito papel?

     ¿No sería el animal un verdadero Otro absoluto que reclama el ejercicio de nuestra piedad, que pone en juego, del modo más básico, esa apelación fronteriza, abismal, a nuestra compasión, a nuestra alteridad, a nuestra (in)humanidad constituyente? 

Armando Almánzar-Botello: Fragmento de “¿Los perros pueden leer la mente de sus dueños? Breves apuntes sobre el tema”.

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Marzo de 2012

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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ADENDAS 2013 

ANIMALES PARLANTES

     Por Armando Almánzar-Botello

     Prosiguiendo con las pertinentes conceptualizaciones de Gilles Deleuze y también de Giorgio Agamben, podríamos decir que todo “nuevo arte o pensamiento de resistencia” se opondría de modo parsimonioso al trazado cartográfico de jerarquías esencializadas y separaciones absolutas entre “adentro” y “afuera”; “vegetal” y “animal”; “humano e inhumano”; “orgánico” e “inorgánico”; “vida desnuda” y “vida cualificada políticamente”. Es decir, se opondría a la separación tajante entre “zoé” y “bíos” (categorías aristotélicas).

     Por varios años he trabajado y vivido con un texto del gran filósofo francés Jacques Derrida, titulado en español: El animal que luego estoy si(gui)endo (L’ animal que donc je suis, en francés). 

     También me han acompañado durante largo tiempo algunas obras que apuntan en la misma dirección, escritas por grandes pensadores de la animalidad liberada como Spinoza, Friedrich Nietzsche, Isidore Ducasse, Franz Kafka, Theodor Adorno, Gaston Bachelard, Gilles Deleuze, Peter Sloterdijk, Giorgio Agamben, entre tantos otros… 

     Con ellos he aprendido que lo que se ha convenido en llamar “lenguaje” constituye una paradójica línea bifronte de conjunción/disyunción entre lo humano y lo animal. 

     Cuando un animal “nos habla” (en jueves de Corpus Christi o no), sencillamente realizamos una suerte de experiencia epifánica o actualización de la radical alteridad potencial que nos constituye a todos.

     Cuando pretendemos ser hombres exclusivamente, nos pensamos de una forma mutilada, disminuida... El hombre y el no-hombre se encuentran en una zona “borrosa” de indeterminación o indiscernibilidad que solo la metafísica considera como un deslinde tajante.

     Yo hablo siempre con los animales cuando “devengo animal”, cuando descubro de forma práctica, actual y muy concreta, el animal que hay en mí y que voy si(gui)endo… (Derrida).

     Lo humano implica también lo animal. Existe un realizarse o devenir “hablante” del viviente, de todo viviente, y un encarnarse o descubrirse viviente del mismo logos… Dijeron varios animales europeos que “el hombre” es un umbral que separa y comunica, simultáneamente, lo humano y lo inhumano, la subjetivación y la desubjetivación.

     Doy constancia de mi ser divino, gruñendo. Testimonio de mi animalidad, hablando de dioses.

© Armando Almánzar-Botello

Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor. 
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VISIÓN ECOLÓGICA DE LAS RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA TÉCNICA. (Fragmento)

     Por Armando Almánzar-Botello

     En un contexto ligeramente anterior a los planteamientos humanistas de Jürgen Habermas en su obra El futuro de la naturaleza humana (2001 en alemán; español: Paidós 2002), y coincidiendo con el mismo año (1999 en alemán) en que Peter Sloterdijk publica Normas para el parque humano (en español: Siruela 2003), ensayos en los que, respectivamente, son abordados de modos muy distintos el destino y los peligros del humanismo en la era de la tecnociencia (Habermas), y la necesidad de una nueva ecología (a)humana, descentrada, “éxtima” o posthumanista que incluya en su visión compleja y en su campo de inmanencia lo maquínico y tecnológico (Sloterdijk, Deleuze, Guattari), escribía yo sobre la superación de cierta visión antropocéntrica por un pensamiento post-metafísico de vocación ecológica, el cual, en mi caso concreto y también en el de Sloterdijk (guardando las debidas distancias), contaba, entre sus corpus teóricos precursores más inmediatos, con las meditaciones y agenciamientos conceptuales —sobre las relaciones entre el hombre, las máquinas y la técnica—, procedentes de Lewis Mumford, de Martin Heidegger, y, sobre todo, de Gilles Deleuze y Felix Guattari.

     Sobre la crisis del humanismo en el llamado contexto de la posmodernidad, y sobre la culminación metafísica de la técnica y su posible transmutación liberadora, decía yo en 1999:

     «[...] El exilio de las mitologías encarnadas, la erosión de la “cosmicidad” como telón de fondo de las culturas locales, constituyeron el precio a pagar para la generación del sujeto universal del conocimiento objetivo, abstracto. Con este exilio de la “otredad” la naturaleza se transforma en un simple almacén de energía explotable. Cesa el diálogo contemplativo entre el hombre y el mundo... Posteriormente, surge un espacio global y homogeneizante de banalización de los sentidos, donde un ego infatuado y ciego despliega su ideología “sagrada” de la libre empresa. Territorio del “acercamiento” inesencial sin proximidad verdadera en el reino del ciberespacio, en la fría superficie de la Organización pautada por la lógica del dominio totalizante.

     Desde una perspectiva crítica similar a la de un Heidegger, se nos muestra que el pensamiento racionalista de la apropiación de objetos es una modalidad histórica del descubrimiento de la verdad, pero que, en su arrogancia y desmesura contemporáneas, se ha convertido en un factor de “ocultamiento” y extravío.

     Se ha dicho de muy variadas formas: ya se ha producido la catástrofe. Hemos presenciado el estallido del recinto y la integridad de los cuerpos, la destrucción de los saberes míticos antiguos para dar paso al conocimiento técnico uniformizante y manipulador. A ese conocimiento impersonal y violento que, como nos explica Lacan, descubre en la naturaleza desencantada “nudos de significantes que ya no quieren decir nada para nadie”.

     En este contexto de crisis y consumación de la metafísica del Ge-Stell, del dominio tecnológico programador, una estrategia filosófico-poética y postmetafísica tendría por metas la re-erotización e imantacion del espacio por un pensamiento de la proximidad y del contacto reconquistados. Sensibilización estética del hombre tecnológico con la finalidad de que recupere su dialogismo cósmico. Promoción de una “nueva caligrafía cognitivo-estética de alto voltaje”. Ella permitiría el despliegue de la sensibilidad en un espacio propicio para el diálogo entre los hombres, las plantas y los animales; el motor salvaje de la estrella y el satélite artificial; los minerales, las máquinas y los espectros. Nueva ecología poética de la mente...

     A pesar de haberse hoy evaporado el espesor simbólico de las antiguas mitologías, el pensamiento posthumanista y postmetafísico posiblemente podría restablecer —superando el determinismo tecnológico, liberando a la máquina de las interpretaciones reductoras del racionalismo— la dimensión maravillosa y enigmática de lo real, la unidad contradictoria de la vida y la muerte, la afirmación o síntesis disyuntivo-inclusiva de lo dispar...». (Fragmento). Armando Almánzar Botello. “Entre un músico Tang y un jarro de Oaxaca” (Texto retocado), en Coloquios '99, 2000, pp 317, 318, 320. Comisión Permanente de la Feria del Libro. Santo Domingo, República Dominicana.

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2013

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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