«Týkhē (azar, destino, fortuna, fatalidad, ventura) decían los griegos. Týkhē: encuentro fallido, siempre indeterminado, no calculable, con lo Real... con la “felicidad”: eutiquia, o con la “desgracia”: distiquia ... Týkhē: encuentro con un Real que coincide con el vacío radical y por venir de lo imprevisible y no programable: encuentro con el objeto fóbico… Týkhē: encuentro con la opacidad intratable de la muerte y del goce...» Armando Almánzar-Botello
Los dados de Heráclito: «El evo (Aión), es un niño que juega y desplaza los dados; de un niño es el reino.» Fragmento de Heráclito (en traducción de Rodolfo Mondolfo)
«Que nadie diga que Amor procede del Azar.» Ezra Pound.
«Referidos a Zarathustra, la risa, el juego, la danza, son los poderes afirmativos de la transmutación.» Gilles Deleuze.
«What though the radiance / which was once so bright / Be now for ever taken from my sight, / Though nothing can bring back the hour / Of splendour in the grass...» William Wordsworth.
«El análisis, más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real.» Jacques Lacan.
A Fredesvinda Báez Santana, latido indescifrable de la perla
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Ahora llueve… ¡y siempre en la memoria llueven letras!
Rumor abstracto en tiempo ya pasado…
Sin embargo, desde el mundo remoto de Aristóteles llueve,
llueve incertidumbre, llueve azar.
Y lo fortuito, contingente, siempre ha sido este encuentro:
el de la lluvia con tu piel, sobre mi piel,
aquí en nosotros…
en ocasiones juntos, en otras muy distantes...
mas ahora latiendo realidad en la dicha indestructible de tocarnos.
Hay un «cesa-de no escribirse» a través de la distancia.
El encuentro casual de dos huellas en el exilio,
a veces.
El desencuentro es un azar irrelevante, que de hecho no es azar
sino un fantasma.
«Lo que pudo haber sido es una mera abstracción
que permanece como eterna posibilidad solo en un mundo
de especulación...» ya lo dijo Eliot en variante castellana...
Esa forma aparente del azar es por cierto lo imposible:
Lo que «no-cesa-de no-escribirse». Lo quizá perdido para siempre.
No debemos confundir la contingencia con su sombra.
¿Es bello acaso el desencuentro fortuito,
sobre una mesa de disección,
de una solícita máquina de coser
y un lúcido paraguas pensativo?
[Ignorar por un instante a Lautréamont]
Si la belleza del desencuentro florece
desde la posibilidad incandescente del encuentro,
más bella es la cita que se ofrece,
deslumbrante,
derrotando el abismo y todo posible incumplimiento.
¿Únicamente lo que brilla por su ausencia es el poema?
¿La falta o el desierto inicuo de mi ser en otros posibles universos?
Tan solo así podría acontecer si el poema siempre se mirara,
solitario, desnudo y de soslayo,
en el espejo barroco de su ausencia.
En el lanzamiento de dados afirmamos el azar —cuando el anhelo,
indeciso,
revolotea en el misterio—, mas cuando caen obstinados a la mesa,
al fulgor oscuro de la tierra sabia,
forman el encuentro perfecto,
el que tenía que ser y tú lo sabes:
la combinación contingente,
bella como tú y luminosa,
de dos cifras enigmáticas de sangre.
Si bien ahora se alumbra nuestra fiesta
en la pura necesidad irracional,
y se sustenta
en el azar y su vacío,
bien podría la escritura limpiamente,
continuando el furor imperturbable de la danza,
definir, tal vez, todo un destino…
Soñar
—después de la caída de los dados—
con las combinaciones que pudieron haber sido,
es también pensar en el azar,
pero más bien en su vertiente débil.
En esa dimensión donde su rostro paradójico se ofrece
igual a un imposible:
su marchito y borrado espectro irrelevante.
Mas lo posible, lo imposible y lo real convergen ya en lo neutro:
En el instante móvil, secretamente inmóvil que nos dice, que te dice:
«Lúcido, a través de la ventana, mírate mirando:
con los ojos bien abiertos camina lento por el sueño...»
Que la vigilia resonante al fin pronuncie como un río:
«En la palma de tu mano el día surge milagroso,
el poema enardecido aleteando ahora florece...»
Y tropiezas porque sí con el sol en los guijarros:
Týkhē! Týkhē! Týkhē!
¡Como ruido fonemático de máquina gimiente!
Mi enigmática mujer aquí a mi lado, inalcanzable:
un silencio en la palabra te anhela y me
desangra...
todavía...
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Septiembre de 2011
© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Otro blog en el que figura este mismo texto:
Blog Cazador de Agua
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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EUTIQUIA Previsor optimismo (Fragmento)
«I would prefer not to». Herman Melville: “Bartleby, the Scrivener”
«Espiritualmente, un año de lo más negro y pobre hasta aquella memorable noche de marzo, en el extremo del muelle, bajo el ventarrón, jamás lo olvidaré, en que todo se me aclaró. Al fin, la revelación...». Samuel Beckett: “La última cinta de Krapp”
«No sé qué perplejidad ha cundido en esos oídos en lo que se refiere a una palabra sin embargo muy simple, que he empleado comentándola: lo “tíquico” [encuentro con lo real, utilizando la categoría de Aristóteles: Tyche]. Para algunos ha resonado como un estornudo. Sin embargo, había precisado que se trataba del adjetivo de “tyche”, como “psíquico” es el adjetivo que corresponde a “psyche”. No sin intención me servía de esta analogía en el corazón de la experiencia de la repetición, pues para toda concepción del desarrollo psíquico tal como lo ha aclarado el análisis, el hecho de lo “tíquico” es central. Es con respecto al ojo, con respecto a la “eutychia”, o a la “distychia”, encuentro feliz, encuentro malhadado, que mi discurso también se ordenará hoy...». Jacques Lacan: Seminario XI. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Barral Editores, España, 1977, página 90
Por Armando Almánzar-Botello
A Herman Melville, a Franz Kafka, a Samuel Beckett, a Louis-Ferdinand Céline. In memoriam
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…Sí, muy bonito paisaje acuático el de una laguna brumosa, con su pequeño muelle o puentecito de madera y pilotillos que atraviesa el agua como una promesa de infinito y nos induce a soñar con maravillosos viajes, paseos recónditos y mágicos descubrimientos… sí…
Pero los tablones del pequeño muelle bien podrían estar podridos por la humedad y quebrarse cuando uno los pise, y entonces, correríamos el riesgo de sufrir un severo desgarrón en una de nuestras vulnerables piernas, fatal herida que interese o afecte hasta la mismísima arteria femoral: arteria femoral izquierda si es la de la pierna izquierda, arteria femoral derecha, si es la de la pierna derecha... ¡y quién sabe…!
O la niebla podría envolvernos el cuello con sus fríos y tétricos brazos y producirnos una grave enfermedad respiratoria de consecuencias impredecibles...
O un pájaro desorientado en su vuelo podría estrellarse de un modo imprevisto sobre nuestro cándido rostro taciturno y sacarnos los ojos, o simplemente deformar nuestra cara, para siempre, de un modo inhumano, monstruoso, indescrito y horrible…
O uno podría estar invadiendo propiedad privada, y entonces resultaría probable que viniera el propietario legítimo de los terrenos en cuestión, sólidamente amparado por las leyes locales, y nos amenazara con su escopeta… y quizá… ¡hasta lograría dispararnos…!
O podría venir volando un extraño insecto al que fuéramos alérgicos y no lo sabíamos, y picarnos de un modo sorpresivo en zonas de las manos no cubiertas por los guantes, en la cara ensimismada o en el desprevenido cogote no tapado por el cuello del abrigo, produciéndonos una reacción alérgica muy peligrosa que, al encontrarnos tal vez muy distantes de un centro de atenciones médicas urgentes, bien podría desembocar en lo peor...
O quizá se produciría, casualmente, un temblor de tierra en el momento justo de nuestro tránsito por ese puentecillo —¡todo es posible!—, y de seguro, entonces: ¡hombre al agua! Con el agravante de que quizá no sepamos nadar...
¡Pues no, mundo terrible y obsceno! Yo elijo no volver a salir hacia lo incierto; decido quedarme seguro aquí en mi lecho, permanecer abrigado y protegido en mi guarida —fortaleza inexpugnable de mi tumba—, ¡para siempre!... ¡para siempre!...
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Febrero de 2011. (Texto retocado)
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana
Blog Otros Textos Mutantes.
Martes, 24 de febrero de 2015
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Blog Cazador de Agua
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SAMUEL BECKETT Y SU GRAN SENTIDO DE LA SOLIDARIDAD (Notita)
Por Armando Almánzar-Botello
A pesar del aparente «vaciamiento catastrófico de las significaciones vinculantes», ruptura que se opera en los registros «expresivos» y semióticos de su «sistema significante» y de su dimensión «asignificante», el mal denominado «Teatro del Absurdo» beckettiano —y, de otro modo, también el ionesquiano—, con sus aparentes aristas filosóficas «nihilistas y pesimistas», nunca impidió que Samuel Beckett (al igual que Eugène Ionesco), en el crudo ámbito de la existencia, manifestara oportunamente su vigoroso compromiso personal, social y ético-político con las mejores causas, como efecto del ejercicio de una libertad y una real voluntad de solidaridad y justicia. En él, pese a lo beckettiano «absurdista», se afirmaba finalmente, tal como sucede en Friedrich Nietzsche, «la vida problemática», el lazo social renovado, humorístico, gozoso.
Sencillamente Beckett afirmaba la vida con una risa o cortante carcajada negra que trascendía y transmutaba en potente «signo esclarecedor» todo desgarramiento y todo dolor existencial:
«Posiblemente no hay sino caminos equivocados y hay que encontrar el camino equivocado que te conviene» (Samuel Beckett).
Nos dice el dramaturgo, narrador, poeta, ensayista, «arquitecto del pánico» y ajedrecista, el inmenso, el gran creador español Fernando Arrabal:
«[…] Sin embargo, a Samuel Beckett le gustaba reír, hacer juegos de palabras jocosos y sorprenderse o sorprendernos con una ocurrencia chusca.
»Era el humor su aristocrático desdén de sí mismo y la elegante manera de burlarse de sus propias miserias y flaquezas [...]
»Creo que no se ha estudiado suficientemente el humor en su obra: trama que enhebra sus escritos como la de todos los grandes escritores desde Cervantes hasta Rabelais. Risa y carcajada son los bastonazos que propina el maestro Zen a su discípulo para despertarle y avivar su espíritu dormido [...]
»En 1966, durante ese duro período del franquismo, Samuel Beckett envió una carta a los jueces madrileños que me mantenían encerrado en Carabanchel. En esa epístola, tras solicitar mi liberación, proclamó su arte de escribir y la razón de hacerlo. Por ello, las frases que Beckett parece dedicarme hay que considerarlas como autodefinitorias: “…Mucho tendrá que sufrir Fernando Arrabal (léase Beckett) para darnos su obra… Que F. A. (léase S. B.) sea devuelto a sus tormentos, que nada se añada a su propio dolor”...
»Solitario y sin mensaje pero fatalmente cabal, Beckett aparecía para siempre y a pesar suyo como un copo de gracia [...]» Fernando Arrabal.
Armando Almánzar-Botello
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8 de noviembre de 2012
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Septiembre de 2011 (Texto retocado).
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