Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
En la tradición occidental falogocéntrica es un hecho constatado que la definición de la sexualidad en oposición binaria es cómplice de un movimiento de reducción de la feminidad a patrones masculinos.
La feminidad así constituida es definida en el espacio de lo simbólico a partir de la misma dialéctica fálica que gobierna a lo masculino.
De este modo, dicha definición se hace partícipe de una neutralidad trascendental homogeneizante y homosexualizante (Derrida) cuyo beneficiario es el término masculino en la oposición paradigmática masculinidad/feminidad.
Solidario con la tradición metafísica ontoteológica, este paradigma, tal como opera en los discursos de las ciencias humanas y de cierto psicoanálisis, está ligado en sistema al conjunto de las oposiciones metafísicas que articulan la temática de la presencia del sentido en Occidente: sensible/inteligible, razón/locura, afuera/adentro, significante/significado, escritura/habla, etcétera.
Equivalente a la reducción metafísica del significante en el contexto de la teoría del signo, la reducción de la feminidad a la dialéctica fálica viene a determinar, repetimos, la constitución de lo “femenino” como instancia derivada de una “neutralidad trascendental masculina”.
Cuando en nuestra teorización de lo “femenino”-neutro utilizamos el cuasiconcepto de “neutro” como punta preontológica que “comanda” la dispersión-reconstitución situacional de lo simbólico, debemos aclarar que nos estamos refiriendo a una neutralidad radicalmente distinta de la anterior.
Recapitulando: una interpretación posible de la neutralidad es aquella que, tal como hemos visto, viene a concebirla trascendentalmente, como algo que participa de lo que Derrida y Deleuze, en alusión al pensamiento de Nicolás de Cusa, denominan “simplicidad puntual de la coincidentia oppositorum”, fusión armónica de los contrarios, integración homogeneizante y totalizante.
Otra interpretación muy distinta es la que piensa a “lo neutro” como instancia paradójica y transicional que atraviesa las oposiciones binarias sin operar síntesis tópicas de la significación que tiendan a restaurar la presencia-ante-sí del sentido.
Como hemos dicho, la primera neutralidad a que nos referimos está al servicio de la lógica falocrática, de la metafísica de la presencia, y se presenta como atributo originario de una mítica masculinidad primordial perteneciente, reiteramos, al reino de lo inteligible platónico.
Nos disculpan los lectores el carácter en apariencia repetitivo de nuestro decir. Él está realmente movido, en su desenvolvimiento en hélice, en tirabuzón y ritornelo, en espiral descendente, por un auténtico deseo de operar con precisión un deslinde entre dos tipos de “neutralidad” y dos concepciones distintas de la feminidad.
A partir de esa masculinidad neutra, metafísica en el sentido trascendental, surgiría la feminidad con carácter secundario y subordinado. Esta es la concepción “propia” de la tradición “falogo-fonocéntrica” de Occidente. Contra ella opera la deconstrucción y cierto “feminismo”.
La otra neutralidad que concebimos, relacionada con aquello a lo que nos hemos referido como “instancia paradójica”, no es trascendental sino cuasitrascendental; participa simultáneamente de lo empírico y de lo trascendental, de lo sensible y de lo inteligible, del afuera y del adentro.
Ella sería análoga, en su atopía aneidética, al fármacon derridiano, al sentido/acontecimiento de Deleuze, a la khôra platónica y al 1/8 transicional de Fourier, tal como lo interpreta y teoriza Roland Barthes en su obra Sade, Loyola, Fourier (Monte Ávila Editores, Caracas, 1977) a partir del pensamiento utópico fourierista.
En la mencionada obra nos dice Barthes: “Lo neutro es lo que se sitúa entre la señal y la no-señal, esa suerte de tapón, de amortiguador, cuyo papel consiste en sofocar, suavizar, fluidificar el tic-tac semántico, ese ruido metronómico que señala obsesivamente la alternación paradigmática: sí/no, sí/no, sí/no, etcétera. [...] Es Transición (Mixto, Ambiguo, Neutro) todo lo que es duplicidad de contrarios, confluencia de extremos, y en tal sentido puede tomar como forma emblemática a la elipse, que tiene doble foco. [...] Lo Neutro es, pues, lo opuesto al Término Medio; éste constituye una noción cuantitativa, no estructural; es la figura misma de la opresión que el mayor número hace padecer al menor número: tomado en un cálculo estadístico, el intermediario se llena y obstruye el sistema (como en las clases medias); lo neutro, al contrario, es una noción puramente cualitativa, estructural; es lo que desvía el sentido, la norma, la normalidad. Tener el gusto de lo neutro es, forzosamente, sentir disgusto por el término medio”. Op. cit., pp. 115, 116, 117
En su carácter de “instancias indecidibles, paradójicas”, esta neutralidad y este mixto, a entender como “entre”, como desvío y atopía interválica, no se encontrarían gobernados por la lógica predicativa y apofántica de la identidad sino por una lógica paraconsistente de la diferencia y del suplemento.» A. A. B. Breve fragmento
Armando Almánzar-Botello
------------
Febrero de 1995
Arriba, un breve fragmento de mi escrito crítico y teórico-deconstructivo «Apostillas derridianas a lo “femenino”-neutro», redactado en febrero de 1995. Dichas apostillas fueron escritas para dar una mayor consistencia teórica a mi concepto de «lo “femenino” neutro» tal como lo formulo y trabajo en mi texto de enero de 1995 «La constitución del sujeto y el goce de lo “femenino”-neutro», conferencia dictada ese mismo año en la Casa de la Cultura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Esa conferencia, ampliada significativamente, vendría a constituir el cuerpo de mi ensayo titulado «Lo “femenino”-neutro: Reflexiones metapsicoanalíticas». Con ese título figura en la lista de mis trabajos ensayísticos referenciados en la solapa de mi libro Cazador de agua y otros textos mutantes. Antología poética 1977-2002, Editora Nacional, 2003, Santo Domingo, República Dominicana. Ese mismo título-sintagma, «lo “femenino” neutro», se puede obtener, desde hace casi dos décadas y ligado a mi nombre, utilizando el motor de búsqueda de Google. Se puede comprobar lo que digo haciendo una simple consulta en Internet.
Me extraña que veinticinco años después de ser formulado por quien suscribe, dicho sintagma-concepto «lo “femenino”-neutro» aparezca utilizado por una analista argentina, Mariana Quevedo Esteves, en el mismo contexto psicoanalítico-lacaniano y barthesiano en que fue originalmente formulado por mí en 1995.
El título de mi trabajo remite a un encuadre conceptual muy parecido al que se revela en el texto de unas escasas diez páginas titulado: «Lo femenino neutro. Un axioma donde la última palabra se escapa», artículo que aparece en las páginas 69 a 79 del libro Filosofía y prácticas de sí. II Encuentro sobre técnicas del yo (Mario Osella, J. M. Moretti y Natalia Lorio, compiladores), publicado por la Universidad Nacional de Río Cuarto, Argentina, en abril de 2020, bajo el sello UniRío Editora. ISBN del libro: 978-987-688-382-5.
He leído el artículo y no digo que esté descaminado, pero resulta interesante resaltar que la referencia que hace el texto de Mariana Quevedo Esteves a “lo Neutro” barthesiano pertenece “tardíamente” al seminario Lo neutro, lanzado a la luz pública por primera vez en francés en 2002, y publicado en español en 2004 con traducción de Patricia Willson (texto establecido por Thomas Clerc). El cuidado de la edición en español corrió bajo la responsabilidad de la gran intelectual argentina doña Beatriz Sarlo.
Mis referencias a Roland Barthes, anteriores en veinticinco (25) años al “hallazgo” por parte de la Quevedo Esteves de que lo femenino lacaniano, como espacio topológico de goce más allá del falo, se puede vincular a “lo Neutro” barthesiano-fourierista, no tuvieron que esperar a que se publicaran en Francia y luego en Argentina las notas de Barthes pertenecientes a su seminario Lo neutro, dictado en el Collège de France (1977-1978), Éditions du Seuil, Paris, 2002; Siglo XXI Editores, México, 2004.
Yo había tomado las referencias de Roland Barthes a «lo Neutro» del contexto de su obra publicada en Francia en 1971, titulada Sade, Fourier, Loyola, Éditions du Seuil [Sade, Loyola [sic] Fourier, Monte Ávila Editores, Caracas, 1977]. Luego, en 1997, Ediciones Cátedra publica una traducción más afinada de dicho libro de Barthes.
Desde hace más de una década he señalado por medios públicos, por la blogosfera y luego por las redes sociales especializadas, como lo es el Grupo Cero Las Palmas, asociación de psicoanálisis de España con su cabecera en Madrid, la influencia del psicoanálisis de Jacques Lacan en una cierta etapa tardía del pensamiento de Roland Barthes. Esto lo descubrí en la República Dominicana desde finales de los años setenta, y lo registré en mi texto sobre Barthes y Lacan.
----------------------------------------------------------------
EL PÁRRAFO QUE SIGUE REMITE AL SEMINARIO DE ROLAND BARTHES TITULADO “LO NEUTRO”
En sus notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1977-1978, específicamente en su seminario Lo neutro (Siglo XXI Editores, México, 2004), Roland Barthes dice: «Lo Neutro como deseo pone continuamente en escena una paradoja: como objeto, lo Neutro es suspensión de la violencia: como deseo, es violencia. A lo largo de este curso habrá entonces que entender que hay una violencia de lo Neutro, pero que esa violencia es inexpresable; que hay una pasión de lo Neutro, pero que esa pasión no es la de un querer-asir [de un afán dogmático].» Ob. cit. p. 58
----------------------------------------------------------------
JACQUES LACAN Y LA MUERTE DE ROLAND BARTHES
«En 1980, en Casa de Francia, institución cultural perteneciente a la Embajada de Francia en la República Dominicana, el entonces joven intelectual Armando Almánzar-Botello, junto a otros importantes estudiosos de la literatura y las humanidades egresados de universidades francesas, realiza una interesante y novedosa exposición titulada “Roland Barthes, el pensamiento de Jacques Lacan y el placer del texto”.
»En el evento cultural, organizado por la Embajada de Francia en Santo Domingo a raíz del fallecimiento del gran crítico francés Roland Barthes atropellado en París por una furgoneta, participaron con sus respectivas exposiciones, un doctor francés en literatura, los maestros dominicanos Pedro Ureña Rib y Fernando Vargas Jiménez, la crítico de arte domínico-francesa Marianne de Tolentino, y el escritor dominicano Armando Almánzar-Botello.» 14 de septiembre de 2019. Fredesvinda Báez Santana. Santo Domingo, República Dominicana.
----------------------------------------------------------------
13 de noviembre de 2015
CORRESPONDENCIA VIRTUAL DIRIGIDA AL POETA Y PSICOANALISTA ESPAÑOL DE ORIGEN CUBANO JUAN FRANCISCO GONZALEZ-DÍAZ, QUIEN RESIDE EN ESPAÑA. ESTE PERTENECE AL GRUPO CERO DE PSICOANÁLISIS CON SEDE EN MADRID
(Versión muy ligeramente retocada)
[Apuntes de Armando Almánzar-Botello sobre la naturaleza de su conferencia pronunciada el 1980 en la República Dominicana. Exposición titulada “Roland Barthes, el pensamiento de Jacques Lacan y el placer del texto”. Leída en “Casa de Francia”, en Santo Domingo. Esta nota es, simplemente, el esquema de la exposición. Actualmente, dicha conferencia constituye un documento de mayor extensión que “El placer del texto” de Roland Barthes.]
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
Mi trabajo de 1980 leído en Casa de Francia versaba, original y básicamente, sobre el uso que hacía Roland Barthes de ciertas categorías de Jacques Lacan en el contexto de la breve obra de Barthes titulada El placer del texto.
Analizaba yo en aquella conferencia el asunto de la sustitución, en el discurso crítico de Barthes, del “psicoanálisis de lo imaginario” al modo de Gaston Bachelard, por la teorización del Jacques Lacan que piensa el “discurso”, la “función y el campo de la palabra”, el “significante”, la “cadena significante” y su lógica, el Edipo y el problema del Padre, el goce, el placer, el “fading”, la Ley y la Perversión (“Kant con Sade”: Lacan), la dialéctica de la “Demanda” y el “Deseo”...
Pero, sobre todo, analizaba allí en mi conferencia la “tipología de los lectores de placer” que plantea Barthes casi al final de su breve libro, donde nos habla de “lector fetichista”, “lector histérico”, “lector obsesivo” y “lector paranoico”.
Originalmente yo resaltaba en mi escrito la naturaleza lacaniana del mismo paradigma que le sirve de punto de apoyo y partida, como base de sustentación teórica y conceptual, al breve libro de Barthes: la oposición placer/goce, con todo lo que implica esta estructura binaria de aceptación problemática de un goce situado más allá del principio del placer restringido u homeostático, y que viene a operar en el seno de un principio del placer generalizado que no coincide con la constancia energética sino con el esfuerzo, el gasto y la tensión: Goce de lo “femenino”-neutro.
Vale decir que Lacan sitúa de ese modo la relación entre pulsión de muerte y goce, diferenciando a dicha pulsión del freudiano principio de nirvana como “aspiración”, o más bien tendencia del aparato psíquico al cero de la tensión y a la “neutralidad” de lo inorgánico.
El mismo Barthes resalta en su texto el carácter ambiguo, escurridizo, del término “placer” en el sentido freudo-lacaniano que señalamos: dicho término comporta, simultáneamente, placer yoico, asegurador, narcisista, culturalmente regulado, en uno de sus polos, y en el otro, puesta en catástrofe del principio de homeostasis, desvanecimiento (fading) de la imagen narcisista ligada a los procesos secundarios del psiquismo, mezcla indecidible de placer y dolor... Una suerte de placer armónico-apolíneo versus goce trágico-dionisíaco: el disfrute confortable y hedonista de los productos, códigos y estructuras culturales, por un lado, frente a “la cultura en pedazos”, como nos dice el mismo Barthes, frente a un aórgico proceso radical de turbulento y gozoso resquebrajamiento e imprevisible redefinición de lo simbólico.
Ya desde la versión original de mi texto, escrito y leído en 1980, me preguntaba yo por qué no incluía Barthes al “lector esquizofrénico” dentro de su tipología de los lectores de placer...
Justamente dos años después de la publicación de El placer del texto (1973), Jacques Lacan realiza su Seminario XXIII (1975-1976) titulado Le sinthome, donde aborda los textos de James Joyce desde una perspectiva psicoanalítica que presupone una relación joyceana, de tipo esquizofrénico, con la lengua (Jacques Lacan: lalangue).
La categoría lacaniana de “sinthome” ofrece el testimonio de la invención de una “suplencia”, lograda por vía de una escritura polivalente, inventada por Joyce para compensar la forclusión del nombre-del-padre. (Desde luego, para 1980 Le sinthome, no se había publicado como libro ni siquiera en Francia, pero Roland Barthes asistió al Seminario y tuvo noticias de él por vía de fotocopias.)
En ese Seminario de 1975-76 se encontraba el espacio teórico psicoanalítico en el que se podía alojar a ese “lector esquizofrénico” que yo había echado de menos en la tipología de Barthes. El gran crítico y semiólogo, posteriormente acusa recibo de las categorías que Lacan elabora en el mencionado seminario, y ellas pasan, de forma directa o indirecta, a formar parte del tinglado de recursos teórico-críticos de Barthes en textos posteriores a El placer del texto.
Señalo ahora que conceptos barthesianos tales como “grano”, “voz”, “fantasma”, “studium”, “punctum”, etcétera, guardan una estrecha relación con categorías procedentes del psicoanálisis freudo-lacaniano, tales como “semblante”, “objeto metonímico a”, “objeto pulsional”, “lalangue”, etcétera.
La forma barthesiana de concebir lo que denomina “la exención del sentido”, acusa también una estrecha relación con la categoría lacaniana de “lo real fuera del sentido”, como algo diferente al concepto lacaniano de “realidad”...
De algunos de estos temas y de otros hablé en mi ponencia de 1980 en Casa de Francia. Varios de dichos planteamientos (para la fecha de la muerte de Barthes todavía no publicados de un modo sistemático ni siquiera en la misma Francia), fueron analizados por mí posteriormente, con mayor pertinencia y nueva información, en una versión ampliada de dicha conferencia, versión que hoy constituye prácticamente un pequeño libro de más páginas que el mismo El placer del texto. (Desde el principio, según me dijo mi esposa de entonces, mi conferencia era demasiado extensa para la relativa brevedad del texto de Barthes).
De Lacan yo había leído, para 1980, sus Escritos, El deseo y su interpretación, Las formaciones del inconsciente, La familia, etcétera. De Barthes había leído para esa fecha, además de El placer del texto, sus Elementos de semiología, Sade, Fourier, Loyola, sus ensayos presentes en la serie “Comunicaciones”, etcétera.
Luego, amplié significativamente mi bibliografía sobre ambos autores y sobre todos los del grupo llamado postestructuralista. Incorporé a mis meditaciones críticas textos que aparecieron con posterioridad al año de 1980.
He aquí una muestra de dichos nuevos interrogantes y problemas:
«¿Podríamos hablar de una suerte de “punctum” barthesiano en la voz, susceptible de generalizarse para toda música entendiéndolo como grano de la voz y del genocanto?
»¿Qué relación guarda este grano de “significancia” genomusical con el “objeto metonímico a” lacaniano, en tanto que dicha instancia opera como condensador de goce, como vínculo disyuntivo del sujeto con el cuerpo pulsional y semblante puntiforme del ser?
»¿Guarda el grano musical de la voz una relación firme con la imagen acústica, entendida esta como “ser-oído del sonido”, como pura foné reducida al sonido pensado o alucinado, fenomenológicamente diferente al sonido físico escuchado en el mundo?
»Más allá de la borradura del rasgo o trazo unario, ¿se origina en cierta música (serial, aleatoria, electrónica) una instancia de la “letra” translingüística que remite al genocanto, a la pura significancia como voz sin azogue?
»Estas problemáticas corresponden a las meditaciones postestructuralistas desarrolladas por Roland Barthes bajo influencia del Lacan de la “letra”, la “lalangue” y la “pulsión invocante”. AAB
----------------------------------------------------------------
DEBATE BIZANTINO SOBRE «LO TRANS»
«El transexual no tiene nada que ver con las ratas transgénicas, como cree el señor presidente de los Estados Unidos Donald Trump. ¡Oh “superba” ignorancia plena de prejuicios y disparates! Si duda una cosa es “transgénero”, y otra, pero que muy distinta, es “transgénico”. ¡Bien por la denuncia de Elizabeth Duval!» Armando Almánzar-Botello
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
«Lo “trans” es complejo: el transgénero no pide necesariamente una real intervención quirúrgica “correctiva” de su cuerpo físico con miras a la reasignación de género. El transexual sí la pide, pero también en muy diferentes grados.» Armando Almánzar-Botello
«Una de las tendencias psicoanáliticas de orientación lacaniana más actuales, es la que implica una escucha ético-clínica, caso por caso, de los sujetos que formulan serias demandas de reasignación de género. De entrada, se plantea la “despatologización” de lo «trans», a no ser que este asuma el carácter de una severa y egodistónica disforia de género de corte parapsicótico.» Armando Almánzar-Botello
«La “artificial sexualidad humana” no está programada genéticamente de un modo absoluto, ni para el que se posiciona como homosexual en las singulares peripecias libidinales que lo constituyen como tal, ni para el que se posiciona como transexual, como intersexual, como trasvestista, como heterosexual... Cierto, la definición de la sexualidad no es una simple elección: el sujeto libidinal está desde siempre atrapado, cogido en las redes de los deseos más o menos conscientes e inconscientes de sus “padres”, de los sujetos adultos que lo asisten con valor “(de)formativo” en su prematuridad de neonato y de infante. Los resultados de este proceso no implican, ciertamente, fenómenos de elección para el sujeto. Dicho sujeto asume o no una posición sexual determinada, sea cual fuere la misma, en función del carácter egosintónico o egodistónico que ella puede revestir para él.» Armando Almánzar-Botello
«El trans no es tan solo el transformer.» Armando Almánzar-Botello
-----------
Para el substrato ideológico cristiano de la población dominicana todavía es tabú este ya viejo y conocido tema de lo “trans”. Para la opinión común, la transexualidad es considerada “antinatural”, como si la misma sexualidad humana no fuese un constructo artificial en su profunda raíz constituyente. ¿Cómo un zapato de hombre o de mujer, el simple roce de un pañuelo de seda, la frondosa vellosidad púbica de un maniquí de plástico perfumado pueden venir a sustituir al partner humano de la relación sexual y a desencadenar los mismos efectos orgásmicos que produciría este?
El tema “trans” también es percibido como tabú —por los mismos motivos ideológicos ya referidos—, en otros países y culturas del mundo, atrasados o no, lastrados o no por el esencialismo violento y cerrado del monoteísmo fundamentalista que siempre ha negado al cuerpo pulsional o erógeno entendiéndolo como algo sucio, pecaminoso y solo purificable por medio de unas rígidas regulaciones dogmáticas, por asépticos rituales de aproximación que subordinan lo sexual y erótico a la simple reproducción biológica: “¡Creced y multiplicaos!”
El mero y estratégico planteamiento clínico del asunto es considerado sospechoso y “poco ético” si no condena a priori lo “trans”; este fenómeno es visto por la dura opinión de la cristiana “ordinary people” solo como el peligroso resultado de la “profunda caída y degeneración del hombre” postmoderno.
La especificidad del asunto se pierde de vista bajo el espesor de los más ingenuos, torpes, impermeables y triviales (pre)juicios de sentido común.
De hecho, esa actual proliferación de “lo trans” solo se puede inteligir, tal como viene a revelarse socio-antropológica y clínicamente en muchos casos estudiados, como un efecto inevitable del repudio, rechazo, forclusión, retirada o degradación del clásico principio metafórico y estabilizador conocido en el psicoanálisis freudo-lacaniano como nombre-del-padre (metafora paterna: Jacques Lacan), como un resultado de la gran deriva global o “desterritorialización esquizo de los flujos” (Gilles Deleuze y Felix Guattari) y de la erosión inevitable del “Uno” simbólico y patriarcal propiciada por el avance del capitalismo tecnocientífico en sus relativamente recientes tendencias neoliberales no tradicionales, no weberianas.
La llamada sexualidad humana (constructo artificial, lingüístico, histórico: emergencia del “cuerpo como sede del goce”, de la terceridad que Jacques Lacan denomina “substancia gozante”, ajena esta al simple cuerpo físico en su materialidad anatomofisiológica, estrecha y meramente reproductiva y biológica) abandona una vez más en Occidente su restringida definición “binaria” y viene ahora nuevamente a exhibir su polimorfia, su real enigmaticidad, su dimensión “neutra” pero diferencial (“lo ‘femenino’-neutro”: Almánzar-Botello, 1995), transbinaria y coreográfica (Jacques Derrida).
Armando Almánzar-Botello
--------------
21 de agosto de 2022
copyright ©️ Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
----------------------------------------------------------------
TRANSEXUALISMO Y HOMOSEXUALIDAD: DOS COSAS DISTINTAS (Posicionamiento sexual, bioética y tecnociencia)
Por Armando Almánzar-Botello
«Debemos evitar la burla, la sordera y la segregación orientadas a dañar a los sujetos transexuales afectados o no de disforia de género.» Armando Almánzar-Botello
«Debemos ganarnos con estudio el derecho a opinar sobre un tema específico.» Fredesvinda Báez Santana
----------
Existen las supuestas etiologías de naturaleza bioquímico-cerebral y genética para explicar el posicionamiento subjetivo transexual, pero se ha considerado, como en otros variados casos, que dicha orientación-conducta es de origen multicausal.
No son lo mismo, por otra parte, la homosexualidad, el travestismo y el transexualismo.
Como dice el gran especialista clínico francés de origen árabe, Moustapha Safouan: el travesti o travestista “imaginariza lo real”; en simetría inversa, el transexual tiende a “realizar lo imaginario”, es decir, a demandar una “corrección” quirúrgica en lo real de su cuerpo biológico, para adaptarlo a su cuerpo imaginario de adscripción subjetiva.
Ahora bien, debemos resaltar que el potencial carácter patológico del fenómeno transexual —que bien podría ocultar, eventualmente, una psicosis con graves trastornos invalidantes— también existe para la heterosexualidad como sexualidad normativa.
La homosexualidad no figura hoy en los DSM como enfermedad o trastorno desde los años setenta.
El mismo Freud habló de una elección amorosa de objeto homosexual que superaba lo simplemente “patológico”, lo que denominaba el gran médico y neurólogo “miseria” sexual del hombre contemporáneo: la imposibilidad de reunir en un mismo partner la “corriente del afecto” y la sexualidad.
El DSM-V considera al transexual como afectado de un trastorno que allí se designa como “Disforia de Género”.
Aunque resulta pertinente aclarar, pese a ciertas alarmantes estadísticas clínicas de casos que hablan de suicidios y patológicas “retractaciones de género”, que hay un gran número de transexuales adultos sanos, lúcidos, “productivos y felices”...
Una de las tendencias psicoanáliticas de orientación lacaniana más actuales, es la que implica una escucha ético-clínica, caso por caso, de los sujetos que formulan serias demandas de reasignación de género. De entrada, se plantea la “despatologización” de lo «trans», a no ser que este asuma el carácter de una severa y egodistónica disforia de género de corte parapsicótico.
No debemos mezclar la moral judeocristiana en esto, ni justificar, por la otra vertiente del asunto, los excesos mercuriales de las grandes farmacéuticas, las falsas promesas terapéuticas y la “barbarie” médico-psicofarmacológica, instancias que pretenden solucionar todos los casos de “disforia de género” haciendo uso de tratamientos masivos con hormonas o mediante intervenciones quirúrgicas prematuras...
De todos modos, las tecnociencias avanzan, ineludiblemente, aportando engaños o soluciones a los problemas humanos.
Por otra parte, es inevitable, irreversible, una profunda mutación de las estructuras familiares ligadas al perimido (no en todos los casos) modelo nuclear burgués y a la llamada familia extensa o extendida.
La familia, como espacio transhistórico de producción social de subjetividad, seguirá existiendo, pero incluirá en sus configuraciones por venir formas hasta ahora insospechadas, consideradas por muchos hasta “monstruosas”.
Pero no hay nada más monstruoso y siniestro que el Homo sapiens mismo; ahí está el germen de su potencia, de su gran plasticidad e inventiva.
No hay supuestos “retornos a la naturaleza”, a un “orden natural” que vendría “onto-teo-terapéuticamente” a salvar a la “humanidad” de estos inevitables cambios. La idea misma de orden natural, de “Natura naturata”, de naturaleza como “lo dado” que se opone a la industria y al artificio es una invención tardía de la Escolástica.
Los griegos hablaron de una suerte de “copertenencia” o “coapropiación” (M. Heidegger) de physis y techné, donde las relaciones o vínculos entre los límites de lo “natural”, como “fisicalidad” dada, y la técnica, como “artificialización” de lo “hilético-material” (E. Husserl), resultan indeterminados o indecidibles...
De todos modos, las soluciones “ecológicas” o “ecosóficas” (Felix Guattari) a los problemas técnicos, biológicos y psicosociales que plantean las actividades “(pos)industriales” humanas, solo podrían proceder, necesariamente, de una racionalidad operativa compleja que comporte el uso de nuevas y más sofisticadas tecnologías.
Lo repito: el Homo sapiens m, inevitablemente y por su propia dotación genética, está llamado a una “progresiva diferenciación y artificialización”.
Los necesarios límites y fronteras en la realización o materialización de dichos procesos, vienen a ofrecerse como “bordes históricos provisorios” para las miradas del filósofo genealogista y del hermeneuta.
Más que a la famosa y heideggeriana “naturalización de la técnica y del artificio”, el Anthropos está siempre abocado a “devenires moleculares imperceptibles”, como los denomina Gilles Deleuze, a multiformes procesos de “artificialización de lo natural”, que pueden conducirlo, problemáticamente, desde la topografía de lo transhumano, de lo humano modificado por las biotecnologias, al territorio relativamente inédito de lo “posthumano” actualizado y consumado (Nietzsche), de lo que ya se insinúa virtualmente en el seno mismo de lo humano, de lo (in)humano, de lo (trans)humano, de lo (a)humano...
Lo reitero: la idea misma de “sostenibilidad” es de parte a parte técnica, y no podría realizarse de un modo “sostenido” sin nuevas invenciones técnicas.
La bioética solo puede aquí aconsejar respeto al llamado “principio de precaución”, tomando en cuenta, como dice Paul Virilio, que a todo “avance” o invención técnica y tecnológica corresponde una particular modalidad de “accidente”...
Armando Almánzar-Botello
-------------
Octubre de 2016
Santo Domingo, República Dominicana.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
----------------------------------------------------------------
Adenda de junio del 2014:
EROTISMO, SEXUALIDAD HUMANA, INSTINTO SEXUAL
Por Armando Almánzar-Botello
La sexualidad humana, desde el punto de vista del psicoanálisis freudolacaniano, de la antropología y de la psicología, de la misma psiquiatría dinámica clásica, jamás se reduce a un simple dato anatomofisiológico de partida. Es una compleja construcción simbólica, interpersonal y cultural.
En el Homo sapiens, la sexualidad no es tan solo “instinto” (Instinkt, en alemán: tendencia preformada genéticamente y que determina el comportamiento de un animal) sino “pulsión” (Trieb, en alemán: carga “energética” apuntalada, emergida o construida por el significante, en el contexto de una relación interpersonal y simbólica entre el “sujeto infante-neonato” y la figura del Otro que le asiste).
El escueto dimorfismo biológico no impide la compleja plasticidad de los posicionamientos subjetivos en la llamada Tabla Lacaniana de la Sexuación (heterosexualidad, homosexualidad, intersexualidad, bisexualidad, transexualidad...). Ello determina que un individuo, hembra o macho, pueda ser transgénero o cisgénero.
Si bien Freud consideró a la homosexualidad como una inversión o desvío con respecto a la norma estadística heterosexual, nunca negó la posibilidad de que hubiera una elección de objeto amoroso de carácter homosexual, con tanta “validez sublimatoria” (✓) como la que podría implicar la elección heterosexual de objeto.
El cuerpo de la anatomía humana como “cuerpo dado” y estructura de partida, no es, en su prematuridad, el cuerpo erógeno o libidinal construido por los avatares del sujeto en sus relaciones con los “otros” a los que van dirigidos sus deseos y demandas.
Desde el punto de vista psicoanalítico el sujeto infante no nace propiamente bisexual, sino más bien erótico-polimorfo…
La bisexualidad mencionada por Freud es una simplificación dualista de la multiplicidad pulsional o libidinal de los impulsos del sujeto neonato, detectada por el mismo padre del psicoanálisis.
Por otra parte, cuando Sigmund Freud utiliza la palabra “perversión” como categoría clínica y reverso de la “neurosis”, la emplea de un modo técnico, dinámico y estructural, no ético ni moral. No pretende emitir un juicio de invalidación moral o psiquiátrica del sujeto.
No obstante, todo diagnóstico tiende a volverse etiquetación segregativa y expediente de estigmatización.
Con la categoría de perversión, Freud define una estructura subjetiva particular en la que se guarda una modalidad específica de relación entre el sujeto, el objeto, el deseo y el goce.
Si bien la homosexualidad puede estar frecuentemente asociada a problemas de naturaleza neurótico-perversa (con mucha mayor frecuencia en sociedades homofóbicas que plantean situaciones de conflicto y rechazo a la singularidad de la conducta homosexual), este hecho no implica que la homosexualidad en sí misma deba ser considerada necesariamente como una patología y que todo homosexual sea un enfermo.
Ciertamente la homosexualidad constituye un desvío (genético y/o cultural-simbólico) con respecto a la norma, empero, psicopatológicamente hablando, “norma” no es sinónimo absoluto de “salud mental”.
La “norma” es un simple criterio estadístico. Existen comunidades enfermas, como nos ha enseñado la etnopsiquiatría (Roheim, Devereux, Laplantine), donde la mayoría de las personas padecen severos trastornos mentales.
Que no se malinterprete lo aquí argumentado: No decimos, con la aseveración anterior, que la salud sea exclusivamente homosexual, no. Simplemente afirmamos, apoyados en la experiencia clínica y en los datos de la etnopsiquiatría y el psicoanálisis, que la heterosexualidad ha sido y es hasta ahora la norma, pero que ello no implica que la conducta heterosexual sea, por necesidad, sinónimo perfecto de salud mental.
Se puede ser “patológicamente heterosexual” sin ser un violador o un sadomasoquista. También muchos heterosexuales pueden manifestar graves y frondosas sintomatologías de naturaleza neurótico-perversa y/o psicótica.
Freud reconoció, en el transcurso de su pensamiento, que el homosexual plenamente realizado y “egosintónico”, por efecto de lo que el gran médico y neurólogo denominaba “sublimación”, era capaz de poner de manifiesto los rasgos que constituyen las máximas evidencias de salud mental:
Capacidad de amar, de crear, trabajar, relacionarse ética y solidariamente con un partner o pareja, y con los demás seres humanos en un proyecto común.
----------------
6 de junio de 2014
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
----------------------------------------------------------------
LEGOS Y OTROS PASTORES
Por Armando Almánzar-Botello
El gran error de partida —implícito en razonamientos como los de ciertos buenos pastores y ciudadanos fieles ingenuamente fundamentalistas por verdadera ignorancia estrechamente biologicista— estriba en establecer en el “Homo sapiens sapiens”, entendido como “ser humano” complejo, producto interactivo e interretroactivo (E. Morin) de la filogénesis biológica y la cultura, una relación lineal, de causalidad simple, entre sexo genético-cromosómico, sexo anatomo-fisiológico (dimorfismo sexual), sexualidad, erotismo y posicionamiento en la llamada tabla de la sexuación.
La experiencia clínico-experimental demuestra que el sujeto humano no nace con una orientación sexual definida, por eso se habla de sexualidad polimórfica infantil previa a la asunción de una específica identidad sexual.
La identidad sexual, tanto la heterosexual como la homosexual y transexual, es algo construido en un contexto relacional de producción de subjetividad/corporalidad: la familia en sus diversas modalidades históricas.
La sexualidad humana no es instintiva, congénita, “natural”; ella más bien se articula pulsionalmente por el orden simbólico humano.
El erotismo es, por otra parte, la sexualidad humana transfigurada por la imaginación.
La sexualidad humana no está orientada esencialmente a la reproducción. Esta última, en el ser humano, es solo un fenómeno colateral o adyacente a la meta de la pulsión: lograr su satisfacción girando en torno a un objeto de deseo no predeterminado genéticamente.
El sexo cromosómico, anatomofisiológico, no construye de un modo absoluto ni predetermina la orientación libidinal o erógena del sujeto.
Si bien una subjetividad “transexual” o transgénero (este último «deseo trans» no siempre pide, por necesidad, transformar su cuerpo para cambiar de sexo anatómico, en un sentido u otro) puede ser considerada patológica (el DSM-5: clasificación mundial de los desórdenes o enfermedades mentales por sus siglas en inglés, habla de “Disforia de Género”), también puede haber disposiciones patológicas en la asunción de ciertos tipos de heterosexualidad declarada o cisgénero.
En síntesis, la sexualidad humana, en su compleja especificidad subjetiva/asubjetiva y erógena/corporal, no es nunca un dato de partida, no está inscrita en los genes ni en el cuerpo anatómico del sujeto.
Lo reitero: la “artificial sexualidad humana” no está programada genéticamente de un modo absoluto, ni para el que se posiciona como homosexual en las singulares peripecias libidinales que lo constituyen como tal, ni para el que se posiciona como transexual, como trasvesti, como bisexual, como heterosexual...
Cierto, la definición de la sexualidad no es una simple elección, lo que resulta muy evidente en el caso del sujeto intersexual. El sujeto libidinal está desde siempre atrapado, cogido en las redes de los deseos más o menos conscientes e inconscientes de sus “padres”, de los sujetos adultos que lo asisten con valor “(de)formativo” en su prematuridad de neonato y de infante. Los resultados de este proceso no implican, ciertamente, fenómenos de elección para el sujeto.
Dicho sujeto asume o no una posición sexual determinada, sea cual fuere la misma, en función del carácter egosintónico o egodistónico que ella puede revestir para él.
Si el sujeto experimenta y sostiene una relación de rechazo con respecto a su homosexualidad (homosexualidad egodistónica) puede solicitar ayuda profesional para su normalización (que no necesariamente es sinónimo de salud mental). Si por el contrario acepta su orientación sexual y está dispuesto a realizarse como homosexual (homosexualidad egosintónica) el sujeto afirma, “elige” o “selecciona” aquello que permanecía en él como pura virtualidad y pasa a ser un homosexual practicante.
La homosexualidad como tal no implica ni salud ni enfermedad. Un homosexual puede estar sano o enfermo independientemente de su condición sexual.
Al mismo Sigmund Freud, a pesar de su androcentrismo victoriano de naturaleza profundamente rigorista y homofóbica, la experiencia de la clínica de las neurosis y de las perversiones lo condujo a descubrir una “elección amorosa de objeto” de tipo homosexual, tan válida en términos de salud mental como la “elección amorosa de objeto heterosexual”.
La salud mental no se define en función de criterios religiosos o normativos convencionales. No es asunto de creencias, de doxa biologicista o de mera Estadística.
Desde el punto de vista psiquiátrico dinámico y psicoanalítico, “mentalmente sano” es un sujeto capaz de amar, de trabajar, de crear, de soportar dosis relativas de frustración y displacer sin perder el deseo de vivir, de alcanzar estados placenteros individuales y compartidos, de establecer un lazo social como proyecto individual y colectivo, y, sobre todo, sano es un sujeto capaz de integrar la corriente de la sexualidad y la corriente del afecto en un mismo “partner” o compañero/a, sin vivir aquello que Freud llama “la degradación de la vida amorosa” del hombre moderno: si ama no desea y si desea no puede amar. Sano es un sujeto capaz de aceptar activamente la realidad inevitable de la muerte.
Esa degradación que menciona Freud puede ser padecida como patología tanto por el sujeto homosexual como por el heterosexual.
El transexualismo es otro comportamiento más complejo que la mera homosexualidad.
Puede estar relacionado con ciertas estructuras psicóticas resultantes de una verdadera “Verwerfung” o forclusión-rechazo del significante de la “terceridad disyuntiva/conjuntiva” que viene a suspender la díada imaginaria y fusional constituida por el “sujeto bruto del placer” y el “objeto (das Ding) del goce absoluto, primario y abisal”. Esa suerte de “metáfora” originaria con valor estructurante de la subjetividad, creadora de “lazo social”, es denominada por Lacan “Nombre-del-Padre” y comporta las significaciones vinculantes articuladoras del deslinde tópico entre “Inconsciente” y “Preconsciente-Consciente”.
No obstante, puede haber también para estos casos unas suplencias compensatorias o “sinthomes” que permitan estabilizar y ayudar a “ser felices”, haciendo “lazo social”, a los transexuales afectados gravemente de “disforia de género”.
Estos son juicios etnopsiquiátricos, psicoterapéuticos y psicoanalíticos, no necesariamente compatibles con valores o prejuicios de naturaleza moral convencional o religiosa.
Las explicaciones naturalistas de sentido común o de buen sentido generalmente no explican nada, absolutamente nada de la compleja sexualidad humana.
El hombre cristiano no debe intentar apoyarse en estas argumentaciones pseudocientíficas para dar una presunta legitimidad a su postura ético-religiosa.
Simplemente debe argumentar bíblicamente: “Dios los creó hombre y mujer y les dijo creced y multiplicaos...”
Esa prudente posición frente al tema, con lo que ella implica de acto de fe, no es, como diría Xavier Zubiri, actitud de simple debate o de mero “asentimiento intelectual”, sino consciencia de una postura espiritual libremente asumida, indiscutible por principio y no demostrable: hecho o convicción de pura “admisión” (Zubiri), independientemente de que exista una “teología racional” como ciencia regional que estudia al ser humano en sus relaciones con Dios.
© Armando Almánzar-Botello
--------
23 de junio de 2019
Copyright ©️ Armando Almánzar-Botello.
Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
----------------------------------------------------------------
«EL CUERPO ES LA SEDE DEL GOCE» Jacques Lacan (Del «deseo trans» a la ciencia f(r)icción (Notita # 2)
Por Armando Almánzar-Botello
«Hablo para los entendedores actuales, no para los timoratos.» Ezra Pound-Guido Cavalcanti
«Para J. Lacan la “realidad física del cuerpo humano” es objeto de las llamadas ciencias médicas; lo “real enigmático del cuerpo parlante y gozante” (“parlêtre”, correlato de la “lalangue”) es objeto del psicoanális.» Armando Almánzar-Botello
Complicatio:
«El cuerpo erógeno mordido por la letra lacaniana; cuerpo gozante, libidinal, pulsional, creado y artificializado por el lenguaje, no se reduce al mero organismo contingente, físico, anatomofisiológico.
»La máquina de silicio, ciertamente, no posee autoconciencia, no piensa en sentido estricto. Pero dado que la máquina podría escapar a su actual definición algorítmica y determinista, ¿le sería posible “gozar” algún día, bajo el estatuto de un nuevo cuerpo maquinal (no digo ahora mecánico ni mecanicista), de una suerte de artificial e inédito cuerpo-lenguaje de síntesis, entendido como aparato de goce? ¿Ciencia ficción? No olvidemos que fue Lacan quien dijo un día: “Para mí, la única ciencia verdadera y seria a seguir es la ciencia ficción.”» Armando Almánzar-Botello
----------
La escritura (que no es aquí la simple grafía o «excripción»), entendida como tal por Jacques Lacan, inscribe el goce en el lugar del cuerpo. En el humano, quiéralo este o no, sépalo o no, el cuerpo real es la sede del goce.
¿Qué sería el «goce de la máquina» (en el subjetivo del genitivo), a entender no como una «simulación» sino como la «duplicación» del goce pulsional de los humanos, pero alcanzado con un cuerpo artificial posthumano? Nos referimos ahora a la diferencia entre «simulación» y «duplicación» de la conciencia y los procesos «a-subjetivos» tal como entiende dicha diferencia el filósofo norteamericano John Searle. ¿Qué sería, por ejemplo, el «goce pulsional» en un cuerpo de silicio, de grafeno o de otros elementos constituyentes, con o sin computación cuántica o postcuántica?]
Lo que sí hay en el llamado «Discurso» Capitalista del hedonismo postweberiano (Daniel Bell) es lo que el psicoanálisis lacaniano conceptualiza como un «mandato superyoico al goce», característico del consumismo neoliberal desmedido. Este “goce” solo se realiza como mascarada, como «simulación», como experiencia narcisista del consumidor de los «objetos a», entendidos como simples tapones de la carencia o la falta en el Otro y no en su vertiente de vacío. Hay el goce de una subjetividad construida por el aparato neoliberal que se pretende más allá del principio del placer pero que solo permite al individuo (que no al sujeto) un goce del «objeto a» como tapón y mascarada.
Tal como dicen Jesús González Requena y Amaya Ortiz de Zárate con relación al spot publicitario: «no es del goce de lo que aquí se trata sino de su mascarada. Pues no hay lugar para el goce en un espacio donde la expansión narcisista del Yo tiende a aniquilar todo espacio para el sujeto [...] Así, el precio de acceso al goce es siempre la herida narcisista: solo hay goce allí donde el Yo del sujeto conoce de cierta quiebra. Donde, en suma, lo real emerge cuando lo imaginario se resquebraja —de ahí que el goce suponga siempre un contacto con el horizonte de la muerte.» Jesús González Requena y Amaya Ortiz de Zárate.
La letra de goce que forma escritura o lluvia de significantes sueltos (la ”lalangue”), en principio no forma cadena o discurso significante, pero su “sinsentido” se inscribe y resuena como acontecimiento erógeno en el cuerpo (inconsciente real del parlêtre, definido este último como cuerpo parlante y cuerpo de goce).
Ese cuerpo erógeno, libidinal, pulsional, no se reduce a la biología, al mero organismo genético y cromosómico, homeostático, anatomofisiológico, cuya dimensión de realidad operativa, tangible, física y definida de forma tecnocientífica, es necesario resaltar que también constituye, como puro «ente» o «realidad» definida por el discurso de la ciencia (Martin Heidegger, Jacques Lacan), un complejo ordenamiento, dispositivo o constructo somático, histórico, diacrónico-funcional y provisorio, articulado con cierta “objetividad” por la exploración anatómica que constituye la disección clásica en la medicina occidental, hasta el reciente “medical imaging” como recurso punta de dicha cartografía corporal.
Diferenciamos aquí un registro “real” (digamos «aórgico», a-significante, semiótico-glosolálico, pulsional-imposible y problemático del cuerpo de goce como «embrollo» de dicho real, sin que participe este cuerpo gozante de otro «fundamento» que la «lalangue» como lluvia de letras y escritura), de la “realidad” de un “cuerpo quirúrgico” cuya dimensión objetiva viene a ser definida por los estadios de la observación directa y los grados o niveles de una específica operatividad instrumental.
Generado y perfeccionado por medio de una suerte inédita de «clonación ecotécnica» (J-L. Nancy) o duplicación tecnológico-funcional de procesos cognitivos y afectivos» (J. Searle, R. Picard), ¿podría una especie de «organismo» transhumano o posthumano —con posibilidades de que surja en él una cierta forma de «subjetividad» como efecto complejo de una imprevisible conjunción de recursos procedentes de la ingeniería genética, la inteligencia artificial, la genómica, las nanotecnologías húmedas y secas, etcétera: la «Singularidad» de Ray Kurzweil—, constituir el soporte material para una nueva «intercorporalidad pulsional postbiológica» y lingüística, abierta esta al goce de un nuevo «embrollo de lo real» (concepto perteneciente a un cierto lacanismo milleriano)?
La dimensión del «lenguaje» sería entendida allí tal como la concibe Jacques Lacan en el Seminario XX, «Aún», postulándola como «aparato del goce».
[Desde luego, “creemos” que la referida posibilidad gozante, emocional y maquinal-cogitante solo se ofrecería en un «más allá del reino del silicio», como quien dice «más allá del principio del placer»...]
No solo el cuerpo erógeno es diferente al cuerpo físico de la realidad (para Lacan la «realidad» no es lo «real imposible») sino que aquello que se entiende por «cuerpo humano físico» en la medicina actual, no es lo mismo que, históricamente, definía como tal un Hipócrates, por ejemplo.
En fin, el propio cuerpo biológico, físico, cromosómico, anatomofisiológico, participa de una específica “historicidad” diferente de la genealogía concreta que constituye al cuerpo real de goce, al cuerpo erógeno, afectivo, libidinal o pulsional; o dicho de otro modo, a la sexualidad, al erotismo y al amor.
[Sé que podría estar aquí bordeando el delirio, como un Wilhelm Fliess cualquiera... Pero no... ¿Pero no?]
Armando Almánzar-Botello
--------
Abril 2023
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
IMÁGENES:
1) René Magritte: “La condición humana”, 1935
2) Gustave Courbet: “El origen del mundo”, 1866