domingo, 27 de mayo de 2018

La mujer tejedora

«La mujer es secreta: / apariencia pintada, / como libro de estampas para indoctos / que esconde un texto místico, tan sólo / revelado a los ojos que traspasan / adornos y atavíos. / Quiero saber quién eres tú: desvístete...» John Donne. (Fragmento de su poema To His Mistress Going To Bed, en traducción de Octavio Paz).

«...Estar loco, en efecto, es creer que se está completo, armoniosamente íntegro, plenamente realizado. Solo los muertos están completos, pero exclusivamente para ellos mismos, no para los gusanos ni para la memoria de los sobrevivientes... Por eso dice Georges Bataille, refiriéndose en este caso a una mujer totalmente embriagada por el goce, presa del delirio erótico: “Eres bella como el miedo, estás loca como una muerta...” Únicamente los muertos, los locos, las mujeres y los místicos, cuando verdaderamente gozan, están plenos, bañados por una beatífica luz negra de completitud...» Armando Almánzar-BotelloIntroducción a la lectura de Jacques Lacan.
                          
  Pierre-Auguste Renoir. 
    "Marie-Thérèse Durand-Ruel".
      1882 (óleo sobre lienzo).

Por Armando Almánzar-Botello


Sustentados por el pensamiento mitopoético, por la historia, por la antropología, por lo mágico, muchos artistas y pensadores de diversas culturas han establecido un vínculo profundo entre la mujer, la textualidad y la sutil ceremonia de tejer, entendida esta como don vitalizante y acto generalizado y milagroso de escritura. 

Para Jacques Lacan, por ejemplo, la mujer es tejedora por excelencia: teje los litorales y meandros del goce...

La mujer no solo inventa la agricultura, sino también el arte sutil de los tejidos... 

Además de ser al mismo tiempo agua, lluvia y luego cántaro maravilloso, de simbolizar el trazado de las líneas de fuga y de fuerza pre-originarias en el espacio potencial de lo mixto constituyente —pre-cósmico, caósmico y cósmico—, ella trenza y mueve los hilos que luego conforman el tejido tecno-humano de la artificialización y el cyborg (D. Haraway), del hipertexto sin linderos, potencial y descentrado, del granulado y la fina textura de la vida muerte (J. Derrida) problemática y secreta...

Jacques Derrida, Julia Kristeva y Hélène Cixous piensan que la mujer, a pesar de las apariencias históricas y del falogo-fono-centrismo binarista y jeraquizante, hace y deshace textos, bordes, pretiles de seguridad, cuerpos y realidades, a través de la construcción y deconstrucción salvífica de nudos y tejidos, enfrentando la intemperie amenazante del no ser, la pobreza del Uno y su autarquía impertinente, los reclamos oscuros de la mala infinitud y del vértigo intratable... 

Matriz de la metáfora textil y transmutante, potente y enigmática en la urdimbre del rizoma femenino (khôraPlatón, Derrida), la mujer participa del simbolismo de la tierra nutricia, de la oblatividad redentora en segundo grado: fundación, erosión, fundición y refundación políticas y constantes de lo simbólico por mediación de la materialidad contradictoria de lo semiótico...

Para Julio Cortázar, las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada... Un no hacer nada que, paradójicamente, funda la posibilidad misma de la Cultura y el Arte, concebidos estos de un modo indeterminado, incierto, a-teleológico...

Más todavía: El suspenso provisorio de masculinidad inasignable (Deleuze, Badiou) que llamamos hombre o padre, constituye una invención o actualización de un devenir-mujer virtual en lo inmanente, un artificio tético de la metáfora en la línea metonímica de fuga creada por lo femenino neutro (Almánzar-Botello: 1995) y su fluir ilimitado... 

Yo diría, matizando y extrapolando los vislumbres de Lacan, Deleuze y Badiou, que la mujer, como signo privilegiado, teje, incansablemente, campos de fuerzas libidinales indiscernibles o gradientes erógenos inasignables, habilita vías de tránsito para los encuentros y desencuentros del sinsentido y el sentido, de lo masculino y lo femenino, de la pulsión y la Deutung, del Cuerpo sin Órganos y sus n sexos.

Ella, eterna ironía de la sociedad, no obstante borda, teje para construir en el trapecismo histórico-cultural, simbólico-erótico y pre-ontológico del Homo sapiens, redes o mallas protectoras contra la deriva fría de la muerte, contra la simple locura padecida y su caída ciega en la fatalidad sin fondo...

La mujer inventa, transforma, reinventa, sueña, figura, teje micropolíticamente para definir límites mutantes y laberintos flexibles de fronteras; para cartografiar y acotar el abismo del goce más allá del significante unívoco...para dibujar las aventuras multiformes del deseo en el intenso territorio potencial de la inmanencia...

Aunque algunas mujeres mutiladas en sus cuerpos-almas (y otros cansados y estériles hombres, todavía de un modo peor que las mujeres) solo saben tejer, triste y torpemente, los chismes domésticos del macho y de la hembra, la turbulencia entrópica del polvo dinerario, la banalidad catastrófica de yertas imágenes y grafemas carcomidos, la guerra nihilista del Mercado: vanas, insubstanciales o perversas intrigas de la muerte.



Junio de 2014


OTROS BLOGS DEL MISMO AUTOR: 

Cazador de Aguahttp://cazadordeagua.blogspot.com/ y también http://tambordegriot.blogspot.com/                          

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ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO ES MIEMBRO DE LA "RED MUNDIAL DE ESCRITORES EN ESPAÑOL, REMES:  http://www.redescritoresespa.com/A/almanzarB.htm

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo. República Dominicana.

domingo, 6 de mayo de 2018

Parpadear: Nietzsche, Heidegger, Lacan...

Bajo el imperio irrisorio del Das man (“uno” impersonal de Heidegger): «El parpadear ontológico es una inconfesada, hipócrita, intermitente obturación del ser. Al igual que el bostezo como indiferencia o retracción frente a la alteridad radical, constituye un recurso para evadir la potencia del deseo del Otro. El parpadear heideggeriano es un bloquear por consenso la inevitabilidad de la muerte del DaseinArmando Almánzar-Botello

«“Nosotros hemos inventado la felicidad”, dicen los últimos hombres, y parpadean». Friedrich Nietzsche

«¿Cuál es el tipo de representación en la que se demoran los últimos hombres? Los últimos hombres parpadean. ¿Qué significa esto? El “parpadeo” se relaciona con los “destellos intermitentes”, con el “brillo”, con la “apariencia”. Parpadear significa procurar y bloquear un aparecer y una apariencia, una apariencia que se consensúa como algo válido, lo cual se produce con un acuerdo recíproco, aunque no comentado explícitamente, de no seguir explorando lo bloqueado. Parpadear equivale al bloquear consensuado, que en definitiva ya no requiere ningún acuerdo, de los entes objetivos en su primer plano, cifrando allí lo único que ha de tener validez, y estableciendo eso como la manera básica que el hombre tiene de explotarlo y tasarlo todo». Martin Heidegger


Heidegger y Lacan. Brevísima notita en torno “a” un pequeño cotejo conceptual...

Por Armando Almánzar-Botello


  Reiteremos el llamado “doble rostro” del “objeto a” en el pensamiento de Lacan: por un lado, el “a” como tapón, como obturador imaginario de la carencia, como plus-de-goce inmediato, como “letosa-gadget” disponible o “mercancía fetiche”, y, por el otro, el “objeto a” como lo que se escapa a la especularización de la falta, como objeto real causa del deseo y vacío de la falta en el Otro barrado o tachado. Esta última vertiente del “objeto a” apunta al goce con un incremento de tensión que no comporta inmediatez de placer sino un ejercicio del “parlêtre” que aspira al goce en la “escala invertida de la ley de su deseo” (Lacan). 

Heideggerianamente con Lacan podemos entonces postular, de nuestra propia cosecha, que:

La primera vertiente que mencionamos del objeto a, la taponadora, la obturadora, la bloqueadora, se relacionaría esencialmente con lo que Heidegger entiende como aquella modalidad de la razón representativa, calculadora, utilitaria, instrumental, que aspira a estabilizar el objeto para ponerlo ante ella como apariencia bloqueadora del pensamiento del ser, como ente visible, “tasable y explotable” (Heidegger), y poder así establecer con dicho objeto una relación de mera “apropiación simple”, no de co-apropiación o trans-apropiación.

De forma inversa, el objeto a en su vertiente de “lo que se fuga”, de lo que se sustrae, de lo que se escapa bajo el carácter de hueco impensado y obturado mancha, mirada evanescente y elidida por la visión y el ojo, en lo esencial viene a relacionarse con la dimensión bloqueada del pensamiento del Ser en tanto que, según nos dice Heidegger, “todavía” no pensamos...

Esta vertiente del objeto a, en su condición de causa real del deseo y posibilidad de abrir el pensamiento a lo (im)posible, al más allá en la copertenencia poética, es lo que “se nos sustrae y nos arrastra consigo, con independencia de que lo notemos o no inmediatamente, con independencia de que ni siquiera lo notemos.” (Heidegger).

Por la vía de ese retirarse, por la senda o la ruta de lo que se nos escapa o se nos sustrae, por la línea de fuga del “objeto metonímico a” (Lacan), “nos hallamos en camino hacia lo que nos atrae, y nos atrae escapándosenos.” (Heidegger).

Evidentemente inspirado por cierto pensamiento heideggeriano, Jacques Lacan establece una diferencia significativa entre “la realidad” y “lo real”, entre ojo-visión (función representativa) y mirada (exceso con respecto a la representación). Ambas oposiciones resultan equivalentes a la diferencia y contraposición entre las dos modalidades del objeto a, el cual, en su vertiente de fuga y deriva metonímica viene a ser definido por el psicoanalista y pensador galo como “semblante del ser”.

El parpadear de la representación intermitente, bloqueadora, elusiva, y la tautológica persecución por el sujeto del objeto a como gadget, mercancía-tapón o “letosa” [letosa: Lacan: concepción y versión irónica de un “objeto de vitrina” que parece guardar una relación pervertida con la aletheia, con la verdad como develamiento], constituyen vertientes limitadas o degradadas de aproximación al ser, formas inesenciales que obturan la desgarradura y el desgarramiento, la falla, la fisura, el hiato, el hueco, el vacío, la carencia, la posibilidad misma de despotenciar (Trías) a la subjetividad trascendental o absoluta propia de la tra(d)ición metafísica... Ellas podrían relacionarse con el modo en que utiliza la razón calculadora cierta frívola y taimada farándula canalla para poder situarse frente a lo existente apropiándoselo sin resto en la aniquilación bulímica del ser. 

Dichas modalidades metafísicamente fallidas de acercamiento sin proximidad, se vinculan con el uso que hacen del pensamiento calculador y representativo esas criaturas humanas que conciben el mundo al modo geométrico-fractal, como pura reserva energética a ser utilizada y consumida (ergon a explotar sin párergon), o casi como un juego complejo, algorítmicamente programado cual jugoso y realista espot publicitario tetradimensional... 

Los sujetos parpadeantes del pensar calculador y a-contingente, vienen a fungir como sabios animales políticos, doctos especuladores y agiotistas devenidos en maniquíes filantrópicos; como falsos poetas de una mentida serenidad clásica o de una terrible y leonina gárgara neobarroca; como sesudos logoteóricos manicuristas; como trapecistas en sobrepeso “vengativamente felices”, amantes de la democracia y el “gregarismo individualista”; en fin, como paranoicos y espurios filósofos de un pensar mercurial, mezquino, (im)piadoso y redituable. ¡Ellos, los dueños de la tierra, nuestros padres, nuestros hermanos y amigos, nuestros hijos, los últimos hombres!..

Repetimos hacia adelante la diferencia en el retorno re-pidiendo a Jacques Lacan: Es preciso resaltar aquí —ante la fórmula de la fantasía perversa (a$), fórmula que parece otorgar al sujeto perverso actuando en el lugar de agente la misma posición estructural que asume el analista en la transferencia—, que si bien el psicoanalista “hace semblante” del objeto a, no se identifica completamente con dicho objeto en su vertiente obturadora como sí lo efectúa el perverso, cuya voluntad de goce (Lacan) lo induce a considerarse a sí mismo como un objeto plenipotenciario imprescindible para generar el supuesto goce absoluto del otro en tanto que figura sometida, escindida subjetivamente ($), situada en el lugar del masoquismo, y finalmente torturada y eviscerada por el perverso.

El analista, en el proceso analítico, hace semblante del objeto a en su modalidad de fuga metonímica, hueco y vacío de lo real. Con ello promueve en el analizado, finalmente, el atravesamiento del fantasma [entendido este como “apariencia” en el sentido heideggeriano del término]... y/o... el “saber hacer allí con” (savoir-y-faire avec: resolver o arreglárselas con) le symptôme.

Estamos ahora ante una suerte de “ir más allá del padre” y de cierta modalidad de relación con los semblantes [en tanto que formas de la significación] después de servirse de ellos: un “ir más allá” que comporta una “identificación con el sinthome”... con lo “incurable” (Lacan) del goce acotado y singular, específico de cada sujeto, cuando el Deseo ya no aspira sino a lo Real imposible, a lo todavía innominable que se sustrae como goce temperado de un pensamiento por venir y que ahora secretamente nos asedia... 


7 de noviembre del 2015 


© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.



MAL DE OJO Y OJO PROFILÁCTICO. Lo alopático y lo homeopático en el registro escópico lacaniano:

F. WAHL: —Usted ha dejado de lado un fenómeno que se sitúa, como el mal de ojo, en la civilización mediterránea, y que llamamos el ojo profiláctico. Tiene una función de protección durante un cierto trayecto y está ligada, no a una detención, sino a un movimiento.

J. LACAN: Lo que hay de profiláctico es, por así decirlo, alopático, tanto si es el cuerno, el coral, o cualquiera de esas mil cosas cuyo aspecto es más claro, como la turpicula res, descrita por Varrón, según creo: se trata simplemente de un falo. Pues, en tanto que todo deseo humano está basado en la castración, el ojo adquiere su función virulenta, agresiva, y no simplemente engañosa como en la naturaleza. Podemos recoger entre esos amuletos formas en las que se dibuja un contra-ojo. Eso es homeopático. Por ese sesgo llegamos a introducir la llamada función profiláctica.

»Creía, por ejemplo, que en la Biblia tenía que haber pasajes en los que el ojo confiriese la suerte favorable. En algunos recodos he vacilado, pero decididamente no. El ojo puede ser profiláctico, pero en cualquier caso no es benéfico, es maléfico. En la Biblia, e incluso en el Nuevo Testamento, no hay buen ojo, pero malos los hay en todos los rincones.» Jacques Lacan: Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Barral Editores, S. A., España, 1974, pp. 127, 128
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Adenda:

«HUMILLE LA MALA MIRADA OTRA MIRADA PEOR» Tristan Corbière

     PREGUNTA: ¿Por qué el ojo profiláctico en Lacan es homeopático y no alopático?

     RESPUESTA de Fredesvinda Báez Santana:

«Hay que partir del presupuesto de que para Jacques Lacan no hay ojo benéfico. Para su concepción todo ojo petrifica, es castigador, asesino, mutilante, maléfico, virulento, destructivo... El valor apotropaico, protector o profiláctico del ojo resulta entonces homeopático: una especie de ojo malo contra ojo malo, de “filo contra filo no corta”; “una mala mirada para la mirada asesina”, como dice un gran poeta francés... Para que haya función alopática del ojo tendría que haber un buen ojo enfrentando a un mal ojo. Pero como dice Lacan, no hay buen ojo. Todo ojo remite a la castración del sujeto que se sabe mirado. En el caso de que se requiera necesariamente una profilaxis alopática de la mirada, el resguardo contra el mal de ojo no podría ser otro ojo sino un símbolo fálico que reniegue la castración, un simbolo de vida o de sanación: un cuerno, una manecita con el dedo índice extendido, un estrellita, un corazón, un animalito totémico...» Fredesvinda Báez Santana. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

«Bostezar es tedio, aburrimiento, vapores de lo inerte, ausencia del deseo; estornudar es viaje turbulento, gaseoso erotismo de membranas, nasal orgasmo que culmina en un olvido, prosodia catastrófica del vértigo, instante sin linderos del vacío... Estornudo: Noche obscura del alma, subida al Monte Carmelo seguida de un brusco descenso... ¡Deus absconditus al alcance de cualquiera!» A. Almánzar-Botello
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MARTA TRABA Y LAS «VANGUARDIAS EN EL VACÍO». Divagaciones orientadas en torno a la identidad, el compromiso, lo político, el humor negro, el intelectual, el arte y el dolor del otro…

     Por Armando Almánzar-Botello

Marta Traba, la gran crítica de arte argentino-colombiana que falleciera de forma lamentable en un accidente aéreo en 1983, hablaba en los años setenta de “vanguardias en el vacío” para referirse a cierta práctica latinoamericana y caribeña del arte y el pensamiento que, sencillamente, repetía de un modo acrítico, subalterno, colonialista, al margen de las especificidades y la naturaleza de las circunstancias locales, todo lo que fuere discurso estético impuesto por las grandes metrópolis y las aduanas.

Muchas veces, o casi siempre, esta aceptación de lo foráneo se producía sin reparar en la verdadera calidad de esos productos importados.

Desarrollando este concepto, Marta Traba planteaba en los años setenta un severo cuestionamiento a cierto cosmopolitismo, paradójicamente provinciano, de vocación esnobista y subordinada, que profería un ciego y acrítico “sí” a casi todo lo que como propuesta creativa o intelectual procediera de los Estados Unidos, de Europa y de otros lugares hegemónicos promovidos como tales por la dinámica internacional de la época.

Aunque no coincido totalmente con los casi siempre lúcidos planteamientos de la desaparecida escritora y crítica de arte argentino-colombiana, creo que las ideas de Traba en el momento en que fueron planteadas, encontraron su justificación como pertinente crítica cultural e ideológica a cierta forma de neocolonialismo.

Reconocemos que hoy, en pleno año 2004 del siglo XXI, los procesos multidimensionales de la llamada Globalización, el carácter vitalizante, ineludible y necesario que reviste la coapropiación entre lo vernáculo y lo transvernáculo, el gran “interaccionismo físico y virtual” propio de un mundo mediáticamente planetarizado, etc., etc., son factores que obligan a reconceptualizar las llamadas “identidades culturales latinoamericanas” (tema de gran debate en los años sesenta y setenta), en términos de flujos, devenires rebeldes, diagramas de fuerzas, “esencialismos estratégicos”, apropiación-distorsión de tradiciones mayores, mestizajes, hibridaciones y aires “transgénicos” de familia, más que si de meras esencias a-históricas se tratara.

Octavio Paz, en plenos años 70-80, afirmaba no creer en la esencia inconmovible de los pueblos, y rechazaba la “identidad cultural” entendida como una simple inmovilidad ahistórica, ontológica, petrificada, para pasar a idearla en términos dialógicos, modales, carnavalescos, diferenciales y polifónicos, como un baile de máscaras o disfraces en perpetuo movimiento…

No obstante, jamás debemos perder de vista la “admonición” epistemológica de Marta Traba, o por lo menos, una cierta versión de lo defendido por ella casi como una dialéctica entre lo “propio” y lo “impropio”, frente a la vocación imperialista y neocolonial de ciertas metrópolis y políticas culturales.

Lo rescatable de su postura crítica podría ser redescrito y redefinido en términos de una teoría de la complejidad neocolonial y postcolonial, que toma en cuenta la interrelación antropolítica, multivalente, abierta al acontecimiento imprevisible y no programado, tal como la concibe y formula Edgar Morin cuando nos transmite la necesidad de la fórmula: “pensar global/actuar local; pensar local/actuar global”, para poder “inteligir” mínimamente lo que acontece en el mundo contemporáneo…

Por otro lado, el pensador alemán Theodor W. Adorno (miembro de la Escuela de Frankfurt y posteriormente, junto con Max Horkheimer, creador de la llamada “Teoría Crítica”) consideró que toda “filosofía trascendental”, todo análisis de vocación purista, filosófico-académica, se encuentra inscrito en una red concreta de mediaciones histórico-sociales que tornan inconsistente la pretensión de aislar el pensamiento filosófico de los restantes saberes, disciplinas y prácticas sociales.

Para Adorno, como para otros pensadores que responden a los nombres de Heidegger, Derrida o Deleuze, la “ambición trascendental del concepto” se ve reducida, redefinida y reorientada por el reconocimiento de cierto carácter histórico, diferencial o inmanente del proceso de creación conceptual, proceso que se descubre ligado, de una forma u otra, a la historia, a una “exterioridad” o a una “complicatio” entendida como campo de mediación entre lo trascendental y lo empírico, tal como ya el mismo Kant lo establece en su concepción de “la imaginación trascendental” como generadora de esquemas de comunicación o pasaje entre la intuición (inerradicable) y el concepto.

De ahí que un pensador como Derrida hable de “cuasitrascendentalidad”, para referirse a una estrategia de pensamiento que acepta como necesarios la vocación y el pasaje por “lo trascendental”, pero vaciando subsiguientemente a esta última categoría de todo intento metafísico de absolutización e hipóstasis.

Gilles Deleuze, por su parte, habla de una “heterogénesis del pensamiento” que implica la resonancia, en el seno de una socialidad generalizada, entre “conceptos”, “personajes conceptuales”, funciones lógicas y matemas, perceptos y afectos… No existe una zona de asepsia que pueda presentarse, como “valor” trascendental, independientemente de un inevitable proceso de “contaminación” que implica esa mencionada resonancia entre lo filosófico, lo artístico, lo político, lo creativo, lo ecológico, etc., etc.

Algunos lectores se preguntarán el porqué de este mi actual juego de lenguaje, las razones, si las hay, de mi hasta repetitivo y cuasi “didascálico” decir en este particular contexto.

A esa interrogante intento responder ahora diciendo que no pretendo aquí operar un simple ejercicio de estilo que reitere, con cierto donaire, ideas manidas o insulsas para con ello reeditar el hastío de los mínimamente pensantes o propiciar, una vez más, el mayor regocijo redundante de los eunucos hedonistas del pseudo-concepto. ¡No!

Escribo estas líneas al observar en nuestro país a intelectuales y artistas que presumen de ser “logopuristas” y “apolíticos”, que conciben como un “valor” real su mañosa “apertenencia” ideológico-política, su mentido “desinterés” por los asuntos “mundanos”.

Ellos consideran innecesaria la apertura de sus mentes a cierta “exterioridad del acontecimiento” que pueda ir un poco más allá de la simple novedad editorial de autopromoción, un poco más allá de la intelección de “lo político” como estricto “apandillamiento” partidista con fines de lucro agiotista-egotista y amarrado a las insignias del Amo.

Ellos, “esfingeizados” a la sombra de ciertos poderes, no despliegan reales intensidades de solidaridad y conciencia que atraviesen las banalidades y dogmas de capilla estético-cognitivos (con pretensiones de textos sagrados), en los que indolentemente chapotean como relacionistas públicos del Diablo; no desbordan las “intrigas, disfrutes y oportunismos clánicos” en los que se ausentan de todo EL DOLOR que aúlla en el “afuera” de su mundo; no subliman el comprobable deseo que padecen de torturar al prójimo o de simplemente anularlo.

Ellos son alabarderos de las perversidades del Sistema Capitalista y de los divertimentos insubstanciales constituidos por ciertas modas y retóricas “mutilantes”, ahora llamadas postmodernas, en un presumido “todo vale cuando lo dice mi cuadrilla o mi turba”. ¡Ellos son los presumidos nacionalistas del Ego hipertrofiado que se disfraza de humildad, mientras le retuerce con académica sabiduría mundana el pescuezo a la Gran Gallina Criolla!

Parafraseando a Marta Traba, podríamos llamar a esos “artistas”, “pensadores” y sujetos sociales del oportunismo: la “intelectualidad política en el vacío”, aunque algunos de ellos puedan ser exitosos mercachifles y expertos en aviesas y rentables componendas comerciales, “pedagógicas”, burocráticas y político-partidistas.

Creo en la libertad de cada sujeto para elegir su estrategia cognitiva junto con sus códigos y protocolos de desempeño mundano, pero también creo en la transformativa función crítica del intelectual y del artista.

Por más que hayan cambiado sus roles en el siglo XXI, sus FUNCIONES TRANSGRESIVO-CONSTRUCTIVAS no son (ni lo serán jamás) contribuir a dar eficiencia al proceso de producción de más detritus y banalidades en la semiosfera, manteniéndose de espaldas, por cobardía o por simple conveniencia mezquina, a procesos históricos que, de una u otra forma, impactan sobre la noción problemática de esos ámbitos que denominamos “la vida”, “una vida”, “la vida la muerte”; campos complejos e interrelacionados de la ciencia, la producción económico-social y los saberes, el amor, el cuerpo y las pasiones, las diversas disciplinas, la organización del trabajo, el sentido de la fiesta y de las artes.

Durante una cierta etapa crucial de la Segunda Guerra Mundial, escritores como Thomas Mann y Hermann Hesse (por citar ahora exclusivamente a dos grandes de la narrativa alemana moderna), se mantuvieron en confinamiento, relativamente al margen de los relevantes y decisivos acontecimientos que se operaban en Europa desencadenados por los múltiples y complejos intereses en juego, pero este repliegue o retiro estratégico hacia cierta territorialidad “privada” propia del escritor burgués, no implicó por parte de los autores mencionados una huida cobarde hacia lo imaginario ni una renuncia a reflexionar sobre la guerra y la situación espiritual de Europa y del mundo en ese convulso período histórico.

Ahí están, como testimonio del esfuerzo y la apertura a la problematicidad del mundo de estos dos escritores paradigmáticos, las eminentes deflagraciones textuales que constituyen obras como “Doktor Faustus” y “Juego de Abalorios”, entre otros escritos explícitamente alusivos a los importantes acontecimientos por los que atravesaba el mundo en esos años.

El arte tiene sus modos particulares de semiotización y simbolización, los artistas e intelectuales utilizan diferentes herramientas para transmitir los resultados del impacto del mundo sobre su sensibilidad, sobre su orbe interior, sobre su campo ideoafectivo.

Samuel Beckett, por ejemplo, parecía apolítico, ¡pero no! Tal como nos revela Theodor W. Adorno, lo histórico y lo “antropológico-político” alcanzan en la obra del irlandés el estatuto filosófico de lo trascendental, mediado por la forma estética estallada. Lo mismo acontece con Franz Kafka, según nos han mostrado Deleuze y Guattari en su obra “Kafka. Por una literatura menor”, texto en el que figura un Kafka trabajado por lo socio-político y, en particular, próximo al movimiento anarco-sindicalista de su época, según nos confirma también Klaus Wagenbach, uno de los biógrafos del genio judío-checo de lengua alemana.

El mismo carácter ideológico-político se oculta y se manifiesta, simultáneamente, en la obra del gran poeta judío-alemán Paul Celan.

A su vez, si juzgáramos a Louis-Ferdinand Céline solo por sus panfletos y su accionar político instrumental, no sería más que un fascista abominable; pero ahí está su obra fictiva con real valor trascendente, donde se pone de manifiesto, por el vigor incandescente de su escritura, el “atravesamiento” de toda ideología pangermanista, autoritaria, colonialista, nacionalista, imperialista o belicista.

También, el Jorge Luis Borges que apoyó a las fuerzas colonialistas e imperialistas británicas en la Guerra de Las Malvinas; el Borges simpatizante del ominoso régimen de Augusto Pinochet en Chile; el Borges que se reía sin compasión alguna del rapto del padre de un famoso cantante considerado por él de muy baja calidad musical, ese Borges es redimido por una obra que, paradójicamente, sirve a un pensador crítico anticolonialista y antiautoritario, como lo es Jacques Derrida, para ilustrar, en una cierta zona y etapa de su pensamiento, las categorías teorizadas por el filósofo francés como “deconstrucción” y “diseminación”... Desde luego, como bien lo dijo Marta Traba hace largos años, la gran obra de Borges materializa su real valor literario y su peso específico en la literatura moderna con independencia de las apreciaciones y juicios hermenéuticos emitidos por un Michel Foucault o por un Jacques Derrida...

No obstante, algunos intelectuales dominicanos, a pesar de sus componendas explícitas o soterradas con los poderes más duros y conservadores, no son redimidos de sus errores políticos o de su hipócrita presunción de asepsia ideológica por la real calidad de su escritura. Permanecen en su rol de meros publicistas y traficantes internacionales de méritos. ¿No es motivo esta triste realidad para que lancemos a los cielos de la patria una desgarrada y transgresiva carcajada artaudiana?

Como siempre nos recuerdan Gilles Deleuze y Felix Guattari, todo pensador o artista es necesaria e inevitablemente “político”, construye un Cuerpo sin Órganos que participa de lo político, ya sea porque aborde con su obra, de una forma directa, temas de consabida naturaleza política, o porque inaugure y distinga, en la semiótica exploración “(in)visible, (infra)sónica o (infra)semántica” que constituye su actividad escritural teórica, poética o de ficción, territorios o espacios nuevos de socialidad potencial desde los cuales se pueda manifestar, percibir o generar una más compleja y abisal urdimbre de “lo político”, lo histórico-social y lo (in)humano.

Todo verdadero gran artista pone de manifiesto, tematiza, insinúa o revela sutilmente las transformaciones explícitas o implícitas de las subjetividades micropolíticas de su mundo, los fenómenos que se presentan en su época definidos como “desubjetivación” y “resubjetivación” procesuales de los sujetos. Más allá de todo nacionalismo cerrado y de toda identidad petrificada, él explora los litorales y el rumor de los “acontecimientos” que se producen en su tiempo histórico, las variaciones del Zeigeist, los cambios colectivos, muchas veces imperceptibles —moleculares, microfísicos—, que se operan en las modalidades históricas de goce, productividad y semiotización.

Finalmente, recuerdo que un pensador dominicano de tanta penetrante seriedad crítico-literaria y artística, filológica y filosófica, como lo fue nuestro gran Pedro Henríquez Ureña, nunca le “sacó el cuerpo mulato y mestizo”, en sus diversos y esclarecedores ensayos y reflexiones, a los problemas concretos y acontecimientos de naturaleza histórico-política de su país y de su época, cuando fueron percibidos por nuestro ilustre humanista como hechos con valor “emancipatorio”, liberador, para la América Latina o para la Humanidad en su conjunto.

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Agosto del 2004

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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EL «DESEO INCONSCIENTE» NO ES UNA CATEGORÍA PSICOLÓGICA

     Por Armando Almánzar-Botello

Cuando digo que el estatuto del deseo inconsciente no es psicológico, no intento poner normas o reglamentos al deseo, solo pretendo poner un mentís a la falsa concepción según la cual el psicoanálisis es una rama de la psicología.

Según Jacques Lacan el estatuto del deseo inconsciente no es psicológico ni ontológico, sino ético.

Lo que dice el pensamiento de Jacques Lacan al respecto se desprende del freudiano «Wo Es war, soll Ich werden»: «Donde Ello era, Yo debo [advenir] devenir».

Esto no implica un mero psicologismo voluntarista sino que se impone como resultado de la relación transferencial entre analizado y analista.

El inconsciente para Freud no es meramente descriptivo. El inconsciente descriptivo y operativo de un Piaget o de un Chomsky no es el singular inconsciente simbólico freudo-lacaniano ni el inconsciente real del lacanismo.

En Freud y en Lacan el centralismo de la conciencia queda subvertido; el sujeto del deseo inconsciente no es el sujeto psicológico de la intencionalidad; no es el cogito prerreflexivo ni mucho menos el cogito reflexivo.

El psicoanálisis no es mera psicología; él define su propio territorio de funcionamiento: para Jacques Lacan «inconsciente», «repetición», «pulsión» y «transferencia» son los cuatro conceptos fundamentales de esa disciplina.

El psicoanálisis no es un mandato psicológico al goce sino una ética del deseo... Etcétera.

Para interrogar con pertinencia sobre determinados aspectos de una disciplina hay que poseer una formación específica. No toda pregunta es válida, parsimoniosa o relevante.

Los conocimientos “generales” sobre un tema en el contexto de una determinada disciplina no autorizan la seriedad de nuestra argumentación sobre él; ni siquiera garantizan la pertinencia de las preguntas...

Sin pretender paralelismos forzados, recuerdo en una ocasión al antropólogo Claude Lévi-Strauss pidiéndole cortésmente suspender el diálogo a un entrevistador, después del antropólogo comprobar que el periodista no dominaba la cartografía mínima de la disciplina en cuestión y que hablaba por hablar. Etcétera.

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NOTA BREVÍSIMA SOBRE AMOR Y DESEO

«El hábito no hace al monje ni mucho menos al creador, oh amigos psicodélicos y “(psico)analistas”... Un simple mono alucinado solo vislumbra bananas...» Armando Almánzar-Botello

«Entre estos dos términos que contituyen, en esencia, el amante (erastés) y el amado (erómeno), observen ustedes que no hay ninguna coincidencia. Lo que le falta a uno no es lo que está, escondido, en el otro. Ahí está todo el problema del amor. Que se sepa o no se sepa no tiene ninguna importancia. En el fenómeno, se encuentra a cada paso el desgarro, la discordancia.» Jacques Lacan: El seminario, Libro VIII La transferencia, Editorial Paidos, 2003, página 51

     Por ARMANDO ALMÁNZAR BOTELLO

La incapacidad patológica de amar y desear, la denominada “afánisis”, en su carácter de una desaparición o ausencia del deseo, fue teorizada originalmente por el gran psicoanalista galés Ernest Jones, alumno y biógrafo de Freud, como el temor del sujeto a dicha desaparición o desvanecimiento de su potencia deseante y erótica.

Años después, Jacques Lacan le imprime un giro de ciento ochenta grados a esta concepción de la afánisis elaborada por Jones.

Sustentado en su marco teórico y en su experiencia clínica, Lacan viene a concebir la afánisis —a la inversa de Jones—, no como temor a perder el deseo sino como renuncia “estratégica” a este, como supuesta defensa o refugio neurótico del sujeto para intentar salvaguardarse del Deseo del Otro, de la castración y de la muerte.

Para esta concepción lacaniana, la afánisis se disfraza en muchas ocasiones con los prestigios de la ciencia y de la mercadotecnia, entendidas estas por Lacan, siguiendo a cierto Heidegger, como dispositivos funcionales o mecanismos ideológicos que conducen a la supresión del sujeto pasional como ser problemático en el mundo, a la instrumentalización de dicho mundo entendido entonces como Ge-Stell (estructura técnica de emplazamiento y homegeneización).

El sujeto y la Cosa (das Ding) se ven así peligrosamente sometidos y reducidos a las ideologías del control y de la desecación productora, orientadas como tales a producir una subjetividad estandarizada, una serialización de los objetos del Deseo y el Goce bajo la apariencia de una pseudodiferenciación, de un supuesto valor agregado.

Observemos aquí el caso actual de las tecnociencias con su complemento pragmático ineludible: el “psicobiopoder”, con sus mecanismos al servicio del capitalismo mercantil y financiero.

Hacia “la plaza fuerte de su yo” se orienta el difuso individuo del consumo conspicuo, hedonista, suntuario, en vulgar ejercicio de su paradójico voluntarismo ciego, ingenuo pero engreído, pseudoindividualista y oscuramente gregario, para evitar confrontarse con lo que el exceso de un Deseo descarnado, causado por el “objeto a” como vacío real, implica de posibilidad de “fading”, de fuga, desapropiación, incertidumbre, vacilación, indecidibilidad, desvanecimiento y esforzada redefinición de la subjetividad en la llamada “experiencia radical de los límites”.

Resultados de esta impotencia psíquica, de esta defensa compulsiva contra un Deseo no programado por el Yo y que escapa al freudiano “principio del placer como simple homeostasis o evitación de lo displacentero”, son el tedio de envergadura antropológico-epocal y planetaria, el aburrimiento postmoderno, la estrategia de “ligue polivalente” pero sin compromiso profundo con el otro, el llamado “amor líquido” (Zygmunt Bauman), la simple promiscuidad y/o el intento de convertir al mercado en “partner” absoluto que suministra gadgets, mercancías, “cositas”, tapones para obturar la falla ontológica o la grieta ineludible del ser.

Sobrevalorando los bienes ofrecidos por el mercado como simples obturadores de la carencia ontológica, el sujeto, en su alienación postmoderna, renuncia al ejercicio liberador y a la tensión de un deseo fronterizo que apunta al goce y que atraviesa, con su potencia, ciertos umbrales del dominio establecido. Se limita, sencillamente, a chapotear en el placer hedonista, “publicitario”, en tanto que aviesa “mascarada del goce”.

El sujeto, entonces, vive y padece la simple adquisición compulsiva o conspicua de mercancías como un mecanismo inconsciente de “resistencia” que viene a compensar, neuróticamente, sus minusvalías psicosociales.

Como nos recuerda la gran psicoanalista e historiadora francesa Élisabeth Roudinesco: En esta frívola, cobarde, insolidaria y nihilista sociedad de consumo, ¡hay que reinventar el amor, el auténtico vínculo social y la familia como espacio potencial generador de saludable subjetividad!

Armando Almánzar-Botello

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Julio de 2012. Santo Domingo, R. D.

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viernes, 4 de mayo de 2018

¿PSICOPOLÍTICA versus BIOPOLÍTICA? Breves reflexiones previas a la lucha sin cuartel

«En el fondo, a Chul Han le place esmerarse en demostrar cómo el capitalismo es en su estructura contemporánea. Y nunca encontramos en él ni siquiera un esbozo, por problemático que sea sobre la propuesta de una lógica emancipatoria. Por ejemplo, en su último Topología de la violencia, se sumerge en Freud para terminar afirmando que su construcción teórica solo es válida para las “sociedades disciplinarias” y que ha quedado obsoleta en las sociedades de “rendimiento neoliberal”. Lógicamente no acuerdo con esto. Si bien es cierto que Freud elaboró su teoría en el tiempo de las sociedades disciplinarias, el inconsciente que emerge no se reduce a un tiempo histórico y menos el Superyó del que Chul Han se ocupa especialmente. La producción de una subjetividad neoliberal en el dispositivo de rendimiento que la sitúa siempre en un más allá ilimitado del principio de placer solo es explicable por la coerción del superyó, su engendramiento de culpa y necesidad de castigo, que el neoliberalismo coloniza con sus dispositivos. Sostener, como hace Han, que en el neoliberalismo ya no hay inconsciente, es confundir el plano óntico-empírico de la producción de subjetividades, con la brecha, la ruptura ontológica que el sujeto dividido del inconsciente implica. Una vez más, no todo es apropiable por el Capital, al menos si deseamos seguir pensando en lo político...» Jorge Alemán Lavigne, 2016


Por Armando Almánzar-Botello

«La informatización de las sociedades puede convertirse en el instrumento “soñado” de control y de regulación del sistema de mercado, extendido hasta el propio saber, y exclusivamente regido por el principio de performatividad. Comporta entonces inevitablemente el terror.» J. F. Lyotard: La condición postmoderna

«Lo que el filósofo galo Jean-François Lyotard denomina “terror del sistema” —por la pura o simple absolutización del principio de performatividad o de mera eficacia—, comporta una cohabitación por desdiferenciación entrópica.» Armando Almánzar-Botello

Esta nota podría llevar como cargante subtítulo: Byung-Chul Han o la erudita, entretenida, oportunista, estimulante, meticulosa y actual recapitulación, parcialmente despotenciada, conformista y casi políticamente inocua, del pensamiento postheideggeriano y postestructuralista...

El vigor de redescripción o reenunciación conceptual del joven pensador coreano en el contexto de la conversación filosófica contemporánea, va un poco más allá de la simple corrección hermenéutica, tal como podemos comprobar en múltiples contextos de su obra. Aporta puntos de vista relativamente originales, pero insuficientes.

Por ejemplo, en una cita que hace Byung-Chul Han de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, seminario 11 del pensador y psicoanalista francés Jacques Lacan, el surcoreano percibe correctamente la diferencia entre la categoría lacaniana de “mirada” (que inspira a Barthes el concepto de “punctum”) y la de “ojo que ve” (concepto transformado por Barthes en la idea de “studium”), pero no aborda con cabal pertinencia el problema del “apetito”, como apetito erótico del otro y de lo otro (en el subjetivo y en el objetivo del genitivo).

Las razones de este insuficiente análisis de la relación entre Eros, apetito, transparencia, brillo, refracción de la luz, fisura, mirada y ojo, estriba –a mi modesto entender– en el olvido relativo que padece el pensador surcoreano de las diferencias entre el brillo de la Cosa (das Ding, ekphanéstaton); la opacidad o punctum caecum que viene a encarnar la mirada como objeto a, como hueco y vacío causa del deseo, como lo atópico que se fuga frente a la visión epifánica de la imagen-pantalla, y, finalmente, el objeto a como “condensador de goce”.

Temo que sobre la superficie de este olvido-pantalla, como inocente “hacer olvidar y echar en el olvido”, se puedan condensar y erigir los pérfidos ideologemas “ingenuamente” voluntaristas, narcisistas, bifrontes y mercantiles que alimentan al tentacular, oportunista, presumido y asfixiante conformismo ilustrado. 

Es preciso resaltar (lo que no hace el doctor y profesor Byung-Chul Han en su breve análisis) que la letosa-mercancía “pretende” secuestrar o capitalizar el “brillo aurático” de la pura presencia hilética identificada o confundida erróneamente con lo real-imposible, con ese que “no-cesa-de-no-escribirse”.

Este último “real sin ley” (Lacan) es diferente no solo de la letosa-mercancía como obturador, sino de lo real-contingente que “cesa-de-no-escribirse” y que sin embargo adviene de forma imprevista. (Véase: Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder Editorial, Barcelona, 2017, pp. 45, 46 y 47).

Por otra parte, no entiendo como verdadera la idea de que una presunta “psicopolítica digital” ha desplazado a la “biopolítica” de control y gestión de poblaciones.

De hecho, la primera es un mero subconjunto de la segunda.

Además, resulta incorrecto y fuera de contexto el uso que hace Byung-Chul Han de la categoría “inconsciente colectivo” en la obra citada, pues pierde de vista el arrastre inevitablemente junguiano de dicho sintagma o categoría. El inconsciente colectivo-arquetípico de Jung no es el inconsciente simbólico de Freud. Más cónsono con sus citas de Jacques Lacan y Roland Barthes, Han debió hablar, quizá, de inconsciente de grupo, inconsciente social, étnico, cultural o civilizatorio, tal como lo hicieron Jacques Derrida, el mismo Barthes, Jean Baudrillard... o etnopsicoanalistas como Georges Devereux y François Laplantine... 

Marc Augé, el antropólogo y etnólogo de los lugares y no lugares, evita utilizar la categoría de inconsciente colectivo con todas las implicaciones metafísicas que comporta dicho sintagma en el pensamiento de Jung, y habla más bien de “la memoria y del imaginario colectivos”, confiriéndole todo su peso histórico, sociológico y psicoanalítico a esta constelación antropológica. El arquetipo junguiano, por el contrario, es un paradójico noema sustancializado sin correlato noético, el puro remanente de una ontología de la presencia, tal como había señalado Jean Reboul desde principio de los años sesenta: una esencia objetivada, sin proceso semiótico de producción pero afectada de un sentido fijo, ahistórico, atemporal, idealista, más que transhistórico o metaculturalEmpleamos aquí este último concepto en un juego cartográfico, semántico y estratégico similar al que efectúa George Devereux cuando lo utiliza en sus teorizaciones de Etnopsicoanálisis complementarista

En relación a nuestro rechazo de la idea de Han que declara el fin de la “biopolítica”, pensamos que la perspectiva foucaultiana de análisis biopolítico mantiene actualmente su plena operatividad. La fuerza de su vigencia debe obligar a la invención y puesta en marcha de nuevas modalidades de resistencia política. 

La “tanatopolítica”, política de la muerte y reverso complementario de la biopolítica, opera hoy con más vigor destructivo que nunca.

Existe, más deletérea, sinuosa y programada que hace unos años, la manipulación bélico-financiera de los sujetos y las poblaciones.

Es urgente y necesario elaborar nuevas formas políticas de cuestionamiento, subversión resistente, desmontaje y transemiotización de los atractores extraños, de los falsos descentramientos y sutiles engañifas del gran capital financiero y su poder mutante y ubicuo. Este utiliza todas las vigilancias: panópticas, banópticas y sinópticas, para lograr su aplastante objetivo nihilista de instrumentalizar y someter la heterogeneidad de los sujetos. 

El gran capital financiero y pseudo-filantrópico, a través de la biopolítica edulcorada como “psicopolítica digital”, propaganda y spot publicitario, continúa produciendo endeudamiento, construyendo modelos de vida y falsas jerarquías, produciendo muertes y golpes de Estado bajo inéditas modalidades. Sus dispositivos reales funcionan de un modo proliferente, flexible, maquínico, en apariencia libertario, pero nunca trazan las líneas de fuga que conducen al campo de inmanencia que impide la segmentarización gregario-individualista de lo social. El capitalismo promueve, más bien, la fragmentación homogeneizante, la dispersión sin retorno que impide el advenimiento de nuevas modalidades de vínculo ecológico e interhumano, de solidaridad con el otro y con lo otro, de cum pluridimensional, de “nosotros político” en capacidad de enfrentar la mera “cohabitación” por desdiferenciación y homologación, las nuevas formas de autoexplotación y la persistente explotación clásica, tradicional.

Descriptiva e ideológiamente, nos parecen muy reveladoras estas apreciaciones de Han:

«Hoy las imágenes no son solo copias, sino también modelos. Huimos hacia las imágenes para ser mejores, más bellos, más vivos. Sin duda no solo nos servimos de la técnica, sino también de las imágenes para llevar adelante la evolución. El medio digital consuma aquella Inversión icónica que hace aparecer a las imágenes más vivas, más bellas, mejores que la realidad, percibida como defectuosa.» Byung-Chul Han, ob. cit. p. 49.

En el párrafo anterior resultan indistinguibles el espíritu crítico que le debemos suponer al pensador de avanzada llamado a denunciar los riesgos padecidos por el último hombre del nihilismo pasivo en un mundo tecnológico globalizado, y el deslumbramiento del Uno, el Das Man (Se) que parpadea, heideggerianamente hablando, aturdido, infantilmente deslumbrado ante la exuberancia de la iconosfera tardomoderna, expresión virtual, tecnotelemediática, del Gestell como estructura de emplazamiento y dominio tecnológico programador que somete al Dasein como ser-ahí o estar-aquí.

No obstante, la solución para nuestros epidémicos estados depresivos no solo podemos cifrarla en una huida hacia lo virtual, en el consultorio “verboso” del psicoterapeuta o en la ingesta ritual y eucarística del phármakon psicotrópico aleve y bifronte suministrado por psiquiatra biológico (sacerdotal instancia que participa del nuevo mito de lo real lacaniano degradado: lo neuro-real), sino en las formas insólitas, imprevistas, contingentes, de lucha política y de tácticas de transformación que pueden surgir en la virtualidad potencial de un nosotros en lucha incesante contra la voluntad abrumadora propia de los dominios.

Es muy oportuno resaltar que cuando se habla de “biopolítica” no solo se alude al viejo disciplinamiento y a los novísimos controles que se ejercen de forma solapada o transparente, sobre los cuerpos y las poblaciones, sino también y con carácter especial, a todas las modalidades físicas, virtuales, directas o indirectas, legales e ilegales, probadas o experimentales, tecnotelemediáticas e imponderables que los agentes beneficiarios de la axiomática del capitalismo utilizan con el objetivo de articular, afinar y programar los procesos de constitución, deconstrucción, desconstitución y reconstitución de la subjetividad y las mentalidades.

El potente y funcional cuasiconcepto foucaultiano de “gubernamentalidad” (gouvernementalité) torna explícita esa vertiente “subjetiva” de la operatividad del control.

El discurso “biopolítico” no está agotado frente a una supuesta “psicopolítica digital”, como lo piensa en su libro En el enjambre, 2013, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, entre otros que meditan sobre las formas contemporáneas de vigilancia y control.

Suponerlo así podría conducir de “buena fe” a un mero intento de psicologización perversa del biopoder o de “naturalización” cínica de aquello que se dice criticar, tal como señaló en su momento el psicoanalista y escritor argentino-español Jorge Alemán Lavigne a propósito del discurso de Byung-Chul Han, a quien el pensador lacaniano relaciona con Francis Fukuyama y su misreading hegeliana del fin supuesto de la historia.

El biopoder debe ser entendido como ejercicio de una axiomática flexible y proliferante que pretende, bajo miles de máscaras y semblantes, ejercer un dominio y control de vocación totalizante, homogeneizante, sobre los recursos tangibles e intangibles del planeta, sobre las subjetividades, los cuerpos y las poblaciones. 

Hay que luchar contra esa voluntad de dominio que aspira someter la libre vastedad de las comarcas. ¡Cada cual con sus armas, pero uniendo intereses, voluntades y deseos!


14 de julio del 2016 (Texto ligeramente retocado).

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.


BREVÍSIMA ADENDA

«La es/ética del psicoanálisis no es una ética superyoica del goce (¡goza!, como falso imperativo categórico del Carpe Diem: banalidad del mal en el Discurso capitalista del Amo y su Mercado), sino una est/ética que apunta al goce a través de “la escala invertida de la ley del deseo” (Jacques Lacan).

El psicoanálisis nos concede también la libertad de no gozar, nos permite sustraernos al goce padecido que se reduce a una mera imposición o mandato superyoico; la experiencia analítica nos habilita para gozar de otro modo distinto al que implica dicho goce “mercadológico” del síntoma convencional: el ¡goza! en su calidad de compulsión y mascarada: el goce del consumismo (...)» 

2016




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