«El fin del análisis tiene que ver con el amor descarnado, sin objeto, absoluto, sin límites, sin espejismos de armonía o plenitud, al margen de la ley, a partir del deseo, allí donde solo él, el amor, puede hacer que el deseo condescienda al goce.» Néstor A. Braunstein
A mi amada mujer Fredesvinda Báez Santana, motivo central y permanente de mi vida erótica, sentimental, amorosa, intelectual, artística y espiritual
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¡Qué curioso cuando el amor nos autoriza, en el comercio epistolar con el ser que amamos, a utilizar las imágenes y metáforas más convencionales para dar asidero terrestre a lo que de otro modo sería un canto amebeo ininteligible, como dice Christian Metz!
Porque si bien la carta de amor puede fundar un nuevo mundo a través de lo que en ella se manifiesta y se promete, no apunta por sí misma a la invención literaria pura sino a la recreación mítica del objeto amado.
La galanura del lenguaje, la posible novedad de las imágenes no le están prohibidas a la comunicación amorosa, siempre y cuando no se perciba en el registro expresivo epistolar que dichos recursos tienen una finalidad en sí mismos o que apuntan a fines didácticos.
La estructura trópica en la carta de amor debe estar al servicio de una ontología que no pretende ser sui-referencial (Meschonnic) como en el caso del poema o el texto literario en sentido genérico, sino afanosamente orientada a la seducción y reconstrucción de la imagen proyectiva del ser amado.
Se puede hacer uso del lenguaje de imágenes en la comunicación epistolar siempre y cuando no perdamos de vista el objetivo esencial de esta: Hacer que el ser amado, a través de la imagen de sí mismo que le presentamos, devenga el que ya en potencia es. Así lo pretendía, por ejemplo, Sören Kierkegaard con su amada Regina Olsen...
Como apunta el crítico y traductor argentino Carlos Correas, cuyo prólogo a las Cartas del noviazgo (correspondencia epistolar entre Kierkegaard y la Olsen) nos sirve de importante referencia en la presente nota: la comunicación epistolar amorosa es una suerte de hacer aprender socrático en el que la seducción apunta a fundar la mitología encarnada del ser que amamos.
Cuando el vuelo y el fulgor de la imagen, de los recursos semánticos, consonánticos y vocálicos del texto se orientan a la polivocidad estética, es decir, a la función estética en sí, estamos escribiendo un poema amoroso pero no una comunicación epistolar amorosa.
Que conste: el poema amoroso puede formar parte de la comunicación epistolar como su punto de mayor incandescencia significante y connotativa, pero en el contexto de la carta de amor debe estar subordinado a la creación mítica de la persona amada y del mundo que aspiramos a compartir con ella.
El género epistolar poetiza, pero subordinando la poiesis al esplendor del ser que amamos. El poema amoroso puede estar dedicado al ser amado, pero sometiéndolo a otra finalidad tiránica —si en verdad aspiramos a realizar un buen poema—: el logro del máximo esplendor de la significancia intrínseca del texto.
El amor es una ideología y el texto, como tal, está orientado a deconstruir toda ideología: por ese motivo “se” dice (H. Meschonnic) que es trans-ideológico, trans-narcisista y trans-histórico, aunque pueda trabajar con estos materiales como punto de partida.
La carta de amor, en este sentido, es menos radical y subversiva que el poema, en cuanto que ella se detiene en la conservación o trasformación del ser amado. El valor literario del “amor loco” de los surrealistas consiste en que, aun cuando exalte la entrega incondicional de los amantes en la exclusividad del abrazo amoroso, apunta fundamentalmente a ser valorado como texto poético por cualquier sujeto lector, incluido el que pueda no estar enamorado.
Un poema como “Mi mujer”, de André Breton, puede ser disfrutado por cualquier lector que aprecie la riqueza asociativa de las imágenes que dicho texto nos ofrece.
La carta de amor, aunque participe de lo poético y/o de lo didáctico, pretende la exclusividad, o por lo menos la simula. En este sentido, el género epistolar amoroso comporta menos poiesis literaria, menos “literaturidad”, como dice Roman Jakobson, que la poesía amorosa propiamente dicha. Lo que no impide, repito, que la carta de amor poetice o contenga poemas, y que por su parte el poema tome como pretexto al ser amado.
Dicho de una forma lapidaria que podría parecer injusta: la carta amorosa tiene como pretexto a la poesía pero apunta a la creación y exaltación del ser amado. El poema tiene como pretexto al ser amado pero apunta al esplendor del lenguaje y del semantismo transgresivo y subversivo generador de nuevos universos de sentido, incluido el territorio mismo del amor.
El género epistolar requiere de la ilusión que nos hace creer que lo que decimos solo va dirigido y solo debe interesar al ser que amamos. Aunque existen poemas que simulan la comunicación epistolar, y epístolas que, fracasando como tales, alcanzan la dignidad del poema...
Cuando William Carlos Williams se reconcilia con su esposa después de largos años de discordia y frialdad entre ellos, le escribe una carta muy emotiva en la que le declara la secreta perseverancia de su amor a través de los años, pero conocemos a Williams como poeta por su texto “Asfódelo”, en el que poetiza esa reconciliación, trascendiéndola.
La comunicación epistolar requiere, más que el poema, del lastre de la cotidianidad irreductible. El poema, aun cuando no existe sin su arraigo originario en la cotidianidad vital, la trasciende con miras a generar una pluralidad de sentidos donde la imagen del ser amado es tan solo un pretexto en el espejo deformante del poetizar.
El poeta, en su extraña sinceridad, “avanza siempre solo y enmascarado”. ¡Oh abismo el que se abre a sus pies a cada paso! Por ello, las expresiones convencionales tienen un valor tranquilizante, permiten “aterrizar” el texto epistolar en la seguridad de que existe un fundamento absoluto para el lenguaje: la persona amada.
El poeta solo reconoce como único fundamento absoluto la defundamentación trópica que lo conduce a la creación permanente de universos semáticos posibles, a través de la fuerza incantatoria del decir poético.
El poeta crea el discurso amoroso.
El amor, cuando se juzga a sí mismo se cree autosuficiente, pero algunas veces, en su lúcida ceguera, decubre que él es efecto de una productividad más honda: el pensamiento poético que inventa espectros, mitos, dioses, universos y seres dignos de ser amados.
No denigro el amor, poetas, exalto la fuerza generadora de la palabra poética... ¡Oh amantes!...
Mas como decía T. S. Eliot: “Estas son palabras privadas que te dirijo en público”...
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27 de Junio del 2009
© Armando Almánzar Botello. Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica.
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LA VERDADERA MUSA NO ES “UNA”... (Ella es un complejo de sensaciones, vivencias y destrezas...)
«La verdadera musa nunca es “una”... “ella” es un complejo de sensaciones, vivencias y destrezas... Solo es “una” la mujer que amamos...» Armando Almánzar-Botello
«Recordemos la novela de Goethe Los sufrimientos del joven Werther (Die Leiden des jungen Werthers). En esta ficción singular y primeriza del genial escritor alemán son notorias —para los que conocen los hechos y detalles biográficos de la vida de Goethe trabajados con miras a generar la referida obra—, las divergencias entre la mujer Charlotte Kestner (persona real que inspira parcialmente el relato) y la Lotte de la novela epistolar goethiana. Este personaje último resulta, como criatura de ficción, una mezcla de varios caracteres y rasgos de mujeres diversas que figuraron en la vida de Goethe. No mencionamos ahora la disparidad radical de destino entre el autor, supuestamente autobiografiado, y el personaje principal del texto de ficción.» Armando Almánzar-Botello
«Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, / y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo; / y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; / y nada aprieto y todo el mundo abrazo. // Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra, / ni me retiene ni me suelta el lazo; / y no me mata Amor ni me deshierra, / ni me quiere ni quita mi embarazo. // Veo sin ojos y sin lengua grito; / y pido ayuda y parecer anhelo; / a otros amo y por mí me siento odiado. // Llorando grito y el dolor transito; / muerte y vida me dan igual desvelo; / por vos estoy, Señora, en este estado.» Francesco Petrarca. Versión de Jorge A. Piris
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
A Johann Wolfgang von Goethe, in memoriam
A Odalís G. Pérez, pensador, poeta, escritor y amigo dominicano
A Fredesvinda Esther Báez Santana, la “una” mujer de mi vida
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Muchos sujetos de la contemporaneidad estética y filosófica —dentro de los cuales podemos incluir a cierto tipo de personas y escritores clasificables todavía como “tardorrománticos”— no terminan de comprender que una “dedicatoria literaria”, por ejemplo, dirigida en lo explícito a un “objeto” singular y específico de amor, amistad o deseo (como huella o testimonio de una simple o posible relación supuestamente constatable para el lector entre las profundas motivaciones personales que posibilitaron la generación de un determinado texto creativo, artístico, y ese objeto biográfico-amoroso en particular), no debe, inevitablemente, condicionar, empobrecer, marcar o limitar la recepción o el destino de dicho texto en tanto que mensaje estético que se pretende relativamente autónomo.
Eso se puede afirmar con más vigor todavía en los casos en que el texto creativo al que nos refiramos haya sido generado mucho antes de que su autor “conociera” indirecta o personalmente a los supuestos receptores “privilegiados” y destinatarios coyunturales, a posteriori, de la obra en cuestión.
La autonomía problemática de la obra artística niega esta coincidencia o asimilación burda y fortuita operada entre lo simplemente biográfico y el trabajo creador que se materializa en texto.
Cuando un mensaje artístico en plenitud logrado —poema, cuadro, ensayo, composición musical... etcétera—, “habla” de amor o de odio, no necesaria y exclusivamente se refiere a un sujeto particular o específico... ¡aunque así lo diga la dedicatoria o la temática! Por eso es arte.
La imagen con la que describimos en un poema de amor, por ejemplo, “la mirada de una mujer amada”, puede ser el resultado de múltiples y complejas experiencias biográficas: decenas, centenares, miles de miradas de mujer archivadas en la memoria consciente (mémoire volontaire: memoria voluntaria) o inconsciente (mémoire involontaire: memoria involuntaria) del “autor”, entendido este como personalidad biográfica que sustenta parcialmente la historicidad del texto.
El vibrante y famoso Canzoniere de Francesco Petrarca, por ejemplo, dedicado a Laura de Noves (Laura de Sade), vale como creación artística per se, no simplemente por estar dedicado a Laura, una hermosa y reservada mujer ajena, completamente prohibida para el poeta de Arezzo... El poemario vale por el convincente trabajo creador de Petrarca al articular sus famosos poemas, en cuya elaboración intervinieron todas las experiencias y destrezas literarias de la vida del gran poeta y humanista italiano.
Laura es allí un pretexto para ejercitar una poética: la poética provenzal trovadoresca y medieval del Amor Cortés, la cual había sido ya practicada por el gran Dante Alighieri bajo influencia de su maestro Guido Cavalcanti...
Ello, por supuesto, no desmiente, bajo ningún concepto, el amor que Dante o Petrarca pudieron haber sentido por Beatriz Portinari o Laura de Noves, respectivamente... Como bien lo diría Jacques Lacan: no se niega la naturaleza escrita del amor como desmedida y desgarrada carta de a(l)mor…
Al compás de la faena creadora, como labor que configura la especificidad del mensaje estético, se actualizan en el sujeto de la escritura las múltiples identidades y vivencias literarias, biográfico-históricas, que articulan esa memoria del que escribe, y de cuyo reservorio abisal, bajo la condición de materia prima polimorfa, ígnea y metamórfica, surgirá la “cuasi-causalidad” de la obra como algo diferente de la causalidad empírico-biográfica, de la mera “vida en bruto” previa a la terminal “dación de forma” estética. Por eso, decimos que toda dedicatoria amorosa en una obra de arte constituye una atribución a posteriori.
La obra de arte, en su autonomía relativa, es la consecuencia de un trabajo semiótico —efectuado y contra-efectuado por el sujeto del acto creador, en situación histórica de enunciación estética—, que implica la selección, criba, transformación y orientación de los elementos presentes en un “campo virtual de dispersión”, de posibilidades significantes y a-significantes, tanto afectivas como formales y temáticas, el cual vendría a configurar una suerte de corpus o territorio auto-biotanato-hetero-gráfico del sujeto (J. Derrida), en tanto que personalidad biográfica heterogénea y compleja.
Allí, el mero accidente emocional o existencial deviene acontecimiento estético, percepto-afectivo, susceptible de constituirse a su vez en obra —con cierta “self-consistance” y una relativa independencia estético-semiótica con respecto a los elementos o materiales biográfico-empíricos que podrían estar en juego.
Recordemos la novela de Goethe Los sufrimientos del joven Werther (Die Leiden des jungen Werthers). En esta ficción singular y primeriza del genial escritor alemán son notorias —para los que conocen los hechos y detalles biográficos de la vida de Goethe trabajados con miras a generar la referida obra—, las divergencias entre la mujer Charlotte Kestner (persona real que inspira parcialmente el relato) y la Lotte de la novela epistolar goethiana. Este personaje último resulta, como criatura de ficción, una mezcla de varios caracteres y rasgos de mujeres diversas que figuraron en la vida de Goethe. No mencionamos ahora la disparidad radical de destino entre el autor, supuestamente autobiografiado, y el personaje principal del texto de ficción.
A lo anterior habría que agregar la versión de Charlotte o Carlota que nos ofrece Thomas Mann en su obra Carlota en Weimar (Lotte in Weimar).
Es notoria la relación oblicua, jeroglífica y abismal que se observa entre los “accidentes” de la realidad empírica como datos históricos de partida y esos mismos materiales de la vida transformados en “acontecimientos” textuales —de un modo podríamos decir transmutante, alquímico—, contraefectuados en su mera facticidad por la “refracción ficcional” de sus rayos luminosos operada por la subjetividad del autor en su calidad de sujeto de la escritura.
El arte —específicamente el poema—, constituye un modo no predicativo, no necesariamente apofántico (lógico), del conocer mixto, complejo, que así viene a perfilar un pensamiento estético postmetafísico y trans-apropiador de naturaleza polivalente.
El sujeto de la escritura es polimorfo, y su objeto metonímico a (Lacan) se puede ver apuntalado y sostenido por diferentes figuras o imágenes secuencialmente actualizadas y condensadas en el proceso creador.
Finalmente, y como nos recuerda Jacques Lacan: El trabajo creador “eleva el objeto a la dignidad de la Cosa (das Ding)”...
Entonces: “Brilla en la memoria la leyenda de su cuerpo”... o “Brilla en el olvido la leyenda de lo ausente...” *
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Noviembre de 2014 (Texto retocado y originalmente publicado en Facebook).
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Blog en el que figura un texto relacionado con este:
Blog OTROS TEXTOS MUTANTES
* Los dos últimos versos pertenecen al poema “Río suelto [la escritura]. Contemplación activa de su cuerpo”, de la autoría de Armando Almánzar-Botello. Dicha obra poética se encuentra incluida en su libro «Cazador de agua y otros textos mutantes. Antología poética 1977-2002», Editora Nacional, 2003, Santo Domingo, República Dominicana
Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.
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BLOG OTROS TEXTOS MUTANTES
Viernes, 13 de febrero de 2015
AMOR. Contingencia, necesidad, imposibilidad, impotencia…
«El amor es el encuentro de dos huellas en el exilio.» Jacques Lacan
«...La llamada monstruosidad integral en Sade constituye más bien un hecho de ESCRITURA. Su obra literaria revela la DOBLE MORAL de la sociedad de su época… y aun de la nuestra… Alguien habló de una “violencia textual”, escritural, situada más allá del deslinde entre el bien y el mal, y que constituye un meta-crimen simbólico, de segundo grado, con respecto a la velada complementariedad de los dos términos del paradigma: paz / violencia. Dicha escritura sería violenta porque revela la secreta alianza, regularmente innombrable, que opera entre la llamada “virtud oficial” y el “crimen quirúrgico institucionalizado”... Así acontece con la escritura subversiva de Sade (cuyo movimiento va más allá del simple sadismo), con el teatro artaudiano de la “crueldad”... y con la violencia pura de la carta de amor, tal como la concibe, transgresivamente, Jacques Lacan...» Armando Almánzar-Botello
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
Al filósofo y ensayista dominicano Luis O. Brea Franco
No aludimos al impotente “amor líquido” (Zygmunt Bauman) cuando decimos: «...Hubo personas sin corazón que nunca entendieron el juego y se creyeron imprescindibles en tu vida. ¡Sencillamente no lo son! ¡Nada puede aspirar a tan alto honor! Mucho menos un simple doble de tu propia vanidad. ¡Ni tú mismo eres imprescindible para ti! Solo el Gran Vacío Sagrado es imprescindible: la extensión abierta: ¡nada Sagrado en ella!...» (Fragmento) © Armando Almánzar-Botello: “Lógica paradójica del Zen”. Santo Domingo, República Dominicana
También en el párrafo anterior hablamos de amor, sí, pero de un AMOR: «descarnado, sin objeto, absoluto, sin límites, sin espejismos de armonía o completud, fuera de la ley...». Néstor A. Braunstein: “GOCE”. Siglo XXI, 1995, página 244
En un texto anterior afirmábamos, además:
«El amor es el intento de encontrar no solo a un “otro absoluto complementario” (vía mística de una cierta realización del amor divino), sino también a un “otro suplementario”, terrenal, que nos compense, no de nuestros defectos y carencias, sino de la “imposibilidad de la relación sexual”, entendida esta última imposibilidad no como simple ausencia de “jodienda sexual” (Lacan), sino más bien como escollo absoluto para suturar el ser con la “presencia del otro”, para alcanzar un “reaporte” (Braunstein, Heidegger) ontológico, una supuesta plenitud o “completitud” de la subjetividad que utilice a este “otro” como dispositivo protésico de obturación perversa de la “falta-en-ser” o “falta-de-ser” (Lacan: “manque à être”). No obstante, el amor, como “acto de donación simbólica y entrega”, persevera, no cesa, insiste, y antepone a la propia seguridad del amante la realización asintótica del otro elegido como ser amado...». Armando Almánzar-Botello: “Matizando a John Lennon”
Por su parte, siguiendo una cierta tradición judeo-cristiana del amor en Occidente retomada por Jacques Lacan, quien resalta la raíz paulina de dicha concepción (sin olvidar aquí la diferencia entre el pensamiento de Pablo de Tarso y la herejía pauliana o samosatense, relacionada con Pablo de Samosata), el filósofo esloveno Slavoj Žižek nos recuerda:
«Como dijo hace tiempo Søren Kierkegaard en “Las obras del amor”, la consecuencia necesaria (la “verdad”) de la exigencia cristiana de amar a nuestros enemigos es: “la exigencia de odiar al amado fuera y dentro del amor […] Hasta ese punto —podríamos hablar hasta de una especie de locura— puede el cristianismo promover la exigencia de amor si este ha de ser la realización de la ley. De modo que el mandamiento cristiano exige ser capaz de odiar al padre y a la madre y a la hermana y al ser amado [...]”. Kierkeegard aplica aquí la lógica de la “hainamoration”, articulada más tarde por Lacan, que depende de la escisión en el amante entre la persona amada y el verdadero objeto-causa [objeto pequeño “a”] de nuestro amor por ella, que está “en él más que en esa persona” (para Kierkegaard, Dios). A veces, el odio es la única prueba de que realmente amamos. El concepto de amor debería considerarse aquí en su sentido paulino [San Pablo]: el “dominio de la pura violencia”, el dominio fuera de la ley (poder legal), el dominio de la violencia que ni se funda en la ley ni se sostiene en la ley, “es el dominio del amor”…». Slavoj Žižek: “Sobre la violencia”.
En este sentido, Žižek afirma que para el Jacques Lacan autor del Seminario 7 “La ética del psicoanálisis” y de “Kant con Sade”, el amor, en tanto que consumación de una ética del deseo que surge “más allá del principio del placer” [caso de Antígona], es un “imperativo categórico” kantiano.
«No es Kant el que era un sádico disfrazado, sino Sade el que era un kantiano oculto», apunta Žižek.
Lacan, radicalizando en este contexto su ética del amor concebido como una sublimación del deseo excesivo y desmesurado más allá de la simple apropiación del otro y de la autoconservación, había establecido que la verdadera prueba de fuego para mi amor estriba en que: «el goce de mi prójimo [en el “subjetivo” y en el “objetivo” del genitivo], su goce nocivo, su goce maligno, se propone como el verdadero problema...» JL
Decía el escritor mexicano Carlos Fuentes que lo más fácil y seguro para los seres humanos es morir. Acto seguido afirmaba que lo más difícil es amar.
Si reflexionamos sobre lo dicho por el gran escritor mexicano, debemos pensar que de una forma u otra y a pesar de tantas apariencias en contra, vivimos en un mundo en el que se manifiesta sin lugar a dudas la grandeza del misterio y el milagro.
Por su parte, el inmenso Mircea Eliade explicaba, siguiendo las huellas del amor cortés y de la mística sufí, la gran tradición occidental del amor pasional de pareja como valoración de un ser único, singular e irrepetible, en una relación que pretende ser eterna en su más profunda vocación originaria.
Afirmaba Eliade que la experiencia, en el seno de la cultura occidental, de auténticos “amores sucesivos” entre personas que se eligen libremente, es de hecho algo posible, fenomenológica y éticamente, aun cuando la finalización de las experiencias amorosas que no fuesen la relación definitiva, parecería poner en duda la autenticidad de dichos encuentros y la vocación de “eternidad”, necesaria o implícita, en el “no cesa de escribirse” con el cual un pensador como Jacques Lacan modaliza el amor.
No obstante, y como lo repetía Gabriel García Márquez, creemos que “el amor es eterno mientras dura”.
El amor, que nace del encuentro CONTINGENTE, azaroso, y su “cesa de no escribirse” (cesa de no darse), aspira a LO NECESARIO por su intrínseca vocación de permanencia: “no cesa de escribirse” (no cesa de darse), en eso que Jacques Lacan denomina en su Seminario XX “Aún” (“Encore”), la carta de a(l)mor...
La dimensión trágica del amor consiste en que se produce sobre un fondo que “no cesa de no escribirse” (no cesa de no dar): lo real de la muerte, como lo que viene a destruir todos los juegos del yo (moi) imaginario y su retórica falsa de simulada y frívola “esquizia”.
Lo que Mircea Eliade consideraba difícil o más bien imposible, era amar de forma genuina, como pareja, simultáneamente y en términos de don activo de amor orientado a la realización del ser del otro, a más de un partner.
Argumenta el pensador rumano que el “amor” de un hombre por varias mujeres, experimentado hacia ellas de forma simultánea, determina la posibilidad de que esos “amores” sean todos falsos con respecto a la integridad de la pauta con la que Eliade entiende axiológicamente el amor auténtico.
Razonaba el autor de “Herreros y Alquimistas” que de amar ese hombre de modo real y efectivo a uno de sus “varios” partners femeninos, esa misma relación amorosa, supuestamente auténtica, ya estaría lesionada ontológicamente por la traición a la “unicidad” de todo verdadero amor.
(Puede existir, sin lugar a dudas, una teología infusa en esta categoría de “unicidad” y “exclusividad” del ser amado).
Decía irónicamente el gran historiador de las religiones y pensador rumano, que solo un santo podría lograr la proeza de amar al mismo tiempo a más de una mujer...
Octavio Paz, aun reconociendo en su hermoso libro “La llama doble” la existencia de diferentes modalidades de amor en correspondencia con cada formación histórico-cultural, se adscribe también, de una forma u otra, a la tesis del amor único.
Debemos recordar que Octavio Paz contradice en su mencionado libro a Denis de Rougemont, quien en el contexto de su obra “El amor y Occidente” considera a dicho fenómeno básico de la subjetividad humana como una invención exclusiva del mundo occidental, localizada como tal, de forma concreta, en la cultura trovadoresca provenzal propia del medioevo europeo.
Una de las variantes modernas del amor a la “persona única”, la constituye el llamado “Amor Loco” (Amour Fou), que es teorizado-vivido por el gran poeta surrealista André Breton.
Y menciono este dato ahora para que lo sepan de una vez por todas aquellas personas que piensan, entienden o visualizan el sintagma bretoniano alusivo a la “locura” en el contexto del amor, como un signo que implica o indica la validación de la mera promiscuidad o de la simple laxitud de los encuentros contingentes. Breton creía en la plenitud erótica y amorosa, pero con un partner único...
El resto, como bien dice Octavio Paz (y sin asumir condenas puritanas o excluyentes de la multiplicidad posible de vínculos erótico-afectivos ni la demonización de las experiencias eróticas libres y mutantes), está constituido por aventuras exploratorias de una pareja que puede amarse realmente pero cuyo amor desfallece y necesita de nuevos estímulos (además de ir acompañadas dichas aventuras de los riesgos mencionados por Mircea Eliade).
Todo ello comportaría una simple “complicidad” o tolerancia erótico-conyugal más que verdadero amor.
Dicha “tolerancia” o flema con respecto al comportamiento desleal y/o “consentido” del partner, muchas veces revela una real impotencia para amar e involucrarse afectivamente con el otro de una forma plena, “enfrentando candela”, para expresarnos en los términos de nuestras culturas latinoamericanas y antillanas en su calidad de porciones excéntricas de Occidente, como diría Octavio Paz.
Siguiendo a Jacques Lacan se entiende aquí el ideal de amor en sentido amplio, como libre don simbólico y activo dirigido a un otro, en mutuo cumplimiento creativo y en efectiva aceptación de la realización del ser de ese otro.
Lo anteriormente dicho implica la elección libérrima de la unicidad irrepetible y exclusiva del otro, la plena asunción por parte de los miembros de la pareja de sus respectivas singularidades y libertades.
Y me pregunto si el sujeto que se encuentra impotente o incapacitado para amar en el contexto de su propia tradición y valores histórico-culturales, está preparado para amar de acuerdo con otros valores —conocidos muchas veces por vías meramente librescas, en el mejor de los casos—, o, si dicho sujeto participa de una “indigencia ontológica” que le impide desplazarse más allá del juego erótico-narcisista para incluir en la ecuación de la “llama doble” (Paz), la otra vertiente que viene a enriquecer la interacción, es decir, la que permite otorgarle una mayor densidad a la relación entre los partners: la estructura del “amor” o del “afecto”, como algo diferente de la mera pulsión.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
ADENDAS.
1.- SEXUALIDAD Y SUBLIMACIÓN PSICOANALÍTICA. (Breve nota)
Por Armando Almánzar-Botello
“El erotismo es la sexualidad humana transfigurada por la imaginación.” Octavio Paz
A Carlos Reyes
No existe degradación implícita de la sexualidad en el concepto freudo-lacaniano de “sublimación”, tal como algunos piensan.
La idea de sublimación no implica un supuesto desplazamiento de la sexualidad “baja”, impura, bárbara o deleznable, hacia el territorio de lo “alto”, lo sublime, lo noble, lo puro…
El referido punto de vista resulta de una interpretación simplificadora y de una lectura “banalizante” de Freud, Lacan y el psicoanálisis.
Para Lacan, toda pulsión es de vida y de muerte, simultáneamente. El autor de los “Écrits” nos habla en su Seminario VII “La Ética del Psicoanálisis”, de una sublimación “creativista” de la Pulsión de Muerte y de la destrucción: “Voluntad de empezar de nuevo más allá de todo límite”... Redescripción de las fronteras entre lo real, lo simbólico y lo imaginario.
La pulsión se sublima en tanto que puede ser “desplazada hacia otros fines” fuera del circuito definido por la estructura de la repetición neurótica como fijación compulsiva a ciertos objetos de catexis o carga libidinal.
¡No necesariamente la sublimación comporta una desexualización, una dimisión o cesación de lo pulsional por parte del sujeto deseante! Más bien implica un proceso de generación o producción de nuevos vínculos libidinales y de nuevas posibilidades amorosas, creativas, flexibles y proliferantes.
Jacques Lacan, siguiendo a Freud y analizando un texto poético del gran trovador provenzal del siglo XIII, en lengua de Oc, Arnaud (o Arnaut) Daniel, nos dice, en su Seminario 7 de 1959-1960 “La ética del psicoanálisis”:
«Antes de dejar la sublimación, cuyo esquema les hice en torno a la noción de la Cosa (das Ding) —que puede parecer todavía enigmática y velada por las mejores razones—, les traigo, en carácter de nota, un texto que concierne a lo que podría denominarse las paradojas de la sublimación. La sublimación, en efecto, no es lo que piensa el común de la gente, NI SE EJERCE SIEMPRE EN EL SENTIDO DE LO SUBLIME. El cambio de objeto no hace desaparecer, lejos de ello, el objeto sexual —EL OBJETO SEXUAL, ACENTUADO COMO TAL, PUEDE NACER EN LA SUBLIMACIÓN. El juego sexual más crudo puede ser el objeto de una poesía, sin que esta pierda sin embargo su mira sublimante. En suma, no creo inútil leerles una pieza del expediente del amor cortés con la que los mismos especialistas, literalmente, no saben qué hacer —están tan embarazados con ella como lo estaría un pez con una manzana. En la historia de la poesía cortés no existe otro poema como este...» JL
Y pasa entonces Lacan a leer, en dicho Seminario “La ética del psicoanálisis”, el poema del trovador Arnaud Daniel, texto con el que Lacan viene a (de)mostrar la tesis freudo-lacaniana de que la sublimación NO comporta una simple “desexualización”, sino que puede habilitar para el sujeto, en acto de (auto)creación, todo un campo de nuevos goces o vínculos eróticos expresados por intermedio de una fina “orfebrería semiótica“.
El tema del poema en cuestión, resultante de un acto sublimatorio artístico, es el sexo oral o cunnilingus practicado por el poeta a su Dama. La práctica erótica de explorar la vulva de la mujer, la expresa Daniel mediante la expresión “emboucher sa trompette” (“embocar su trompeta”) con todas las connotaciones erótico-musicales de la expresión, la cual significa: poner la boca en la “trompeta”, pero también en la “concha”: los genitales femeninos; en este caso particular rugosos y malolientes… Cependant… el poeta cumple con su misión cortés…
El poema es muy extenso para transcribirlo aquí, pero de él nos dice Lacan:
«La mujer idealizada, la Dama, que está en la posición del Otro y del objeto, súbita, brutalmente se ENCUENTRA en el lugar sabiamente construido mediante significantes refinados, colocando en su crudeza el vacío de una cosa que revela en su desnudez ser la cosa, la suya, la que se encuentra en el núcleo de ella misma en su cruel vacío. Esa Cosa (das Ding), cuya función en relación con la sublimación presintieron algunos de ustedes, es de alguna suerte revelada con una potencia insistente y cruel...»
Lacan define la sublimación, repetimos, no como una desexualización sino como un “elevar el simple objeto a la dignidad de la Cosa” originariamente perdida.
Esta “Cosa” se debe entender como un Objeto Mítico Real (Real en sentido lacaniano), puro goce del ser anterior al discurso, anterior al significante, anterior a la palabra, pero ulteriormente deseado, evocado, merodeado, bordeado o (re)velado por el lenguaje y el significante en el acto de creación (en este caso, artístico), para permitir así el advenimiento de nuevos “plus de jouissance” o plus de goce, de nuevas formas de disfrute libidinal textualizado que rompan con la rigidez de los estereotipos compulsivos de la neurosis…
Esta visión psicoanalítica de la SUBLIMACIÓN estética como abocamiento a lo erótico transfigurado, a lo real pulsional flexible, puede implicar no solo el registro de la BELLEZA sino también los efluvios de lo SINIESTRO (Eugenio Trías) y de lo ABYECTO (Lyotard, Kristeva).
De ahí, la definición postkantiana y postsublime de un territorio correspondiente a una estética rota, barrada (barré): “est/ética”, a entender como instancia diferente de la mera belleza armónica, equilibrada, sublime, ascensional o catártico-uraniano-paterna (Mircea Eliade)…
De modo que el psicoanálisis no denigra la sexualidad cuando utiliza el concepto de sublimación, categoría que, como bien señala Lacan (y con él Kristeva, Lyotard, Trías, Derrida, Badiou, Rancière, Lynda Nead… y toda una serie de autores pertenecientes a una cierta modernidad) NO COMPORTA UNA SIMPLE DESAPARICIÓN DEL OBJETO SEXUAL…
El texto de JACQUES LACAN al que hago aquí referencia, como he dicho, es su SEMINARIO VII (1959-1960), “La Ética del Psicoanálisis”, Editorial Paidós, Argentina, 1995. Específicamente, en cuanto al poema, ver sus páginas 197-200.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
2.- JACQUES LACAN Y LA PULSIÓN DE MUERTE.
Lo que no debemos olvidar es que la pulsión de creación no existe como tal. Lo que sí existe es pulsión en sentido general. De existir pulsión creativa, ella sería para Lacan, paradójicamente, la pulsión de muerte considerada en sus posibilidades “creacionistas”.
El pensador francés nos dice, a propósito de la pulsión de muerte, y marcando de un modo explícito la diferencia entre su concepto de “Voluntad” y el que opera en la obra de Schopenhauer:
«Voluntad de destrucción. Voluntad de comenzar de cero. Voluntad de Otra-cosa, en la medida en que todo puede ser puesto en causa a partir de la función del significante... Voluntad de creación a partir de nada, voluntad de recomienzo... La noción de pulsión de muerte es una sublimación creacionista, vinculada con ese elemento estructural que hace que, desde el momento en que tenemos que vérnosla en el mundo con cualquier cosa que se presenta bajo la forma de la cadena significante, hay en algún lado, pero ciertamente fuera del mundo de la naturaleza, el más allá de esa cadena, el ex nihilo sobre la que se funda y articula como tal...» Jacques Lacan. Seminario VII, “La ética del psicoanálisis”, Paidós, Argentina, 1988, páginas 256 y 257.
Freud hablaba de una dualidad de pulsiones: pulsiones de vida o sexuales y pulsiones de muerte. Diferenciaba así aquello que Lacan considera como dos aspectos de toda pulsión.
La pulsión de muerte disuelve lazos libidinales y, cuando se exterioriza, puede recibir el nombre de pulsión de destrucción o agresividad. Por otra parte, la pulsión sexual liga, participa de una función de vendaje, como dice Derrida leyendo a Freud… Pero de hecho, ambos aspectos constituyen atributos de toda pulsión.
La dialéctica del odio y del amor, por su parte, implica también esta dimensión paradojal: el amor no se ofrece sin una componente de agresividad latente y de odio implícito hacia el ser amado.
Eso es resultado del carácter contradictorio y problemático de todo sujeto efectivamente vivo y en proceso de transformación. Dicho sujeto en proceso no existe como tal sin verse abocado a la posibilidad del conflicto.
Este factor negativo puede ser sublimado poniendo la vertiente de agresividad al servicio de la afirmación vital y de la redefinición permanente de la relación entre los miembros de la pareja. La experiencia clínica concreta sirve de aval a estas afirmaciones.
La subjetividad viviente, en proceso dialógico-amoroso, de un modo constante se arriesga a disolver-perder la imagen que se hace del otro (lo cual es vivido subjetivamente como un “asesinato” fantasmático) y a transmutar la propia imagen narcisista (vivencia fantasmática “suicida”) en un proceso de reparación simbólica de daños imaginarios. Toda relación intersubjetiva comporta procesos de subjetivación-desubjetivación y resubjetivación.
La negatividad radical de la pulsión no es nunca silenciada totalmente. Ello implicaría eliminar a los sujetos como tales. Otra cosa es el maltrato psicológico y la violencia física contra el partner, lo cual, evidentemente, no es promovido por el psicoanálisis.
No puede haber creación sin destrucción. Por tal motivo, la pulsión de muerte puede ponerse al servicio de una redefinición inédita de límites en el campo de las configuraciones simbólicas de la cultura. Una de esas formas privilegiadas de la condición (in)humana es el amor.
Desde luego, existe una gran diferencia entre la destrucción en bruto, y la transfiguración de la crueldad en los planos de la creatividad lingüístico-simbólica. A eso se denomina sublimación de la pulsión de muerte.
La relación que Freud y Lacan establecen entre pulsión sexual o de vida y pulsión de muerte, equivaldría, para Néstor A. Braunstein y otros pensadores, a la tensión que Heidegger define entre Diké: norma que liga o aglutina y preserva, y Tekhné: actividad disolvente o destructiva de las normas y límites establecidos, que tiende a crear (he aquí la ambigüedad de la pulsión de muerte) nuevas formas de socius, vínculos o lazos sociales...
Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
3.- PULSIÓN DE VIDA (EROS) Y PULSIÓN DE MUERTE (THANATOS).
«...Podríamos decir, en el contexto teórico lacaniano, que Pulsión de Vida y Pulsión de Muerte son dos facetas antagónicas y complementarias de toda Pulsión. La Libido es, simultáneamente, vida y muerte. La sexualidad siempre implica el horizonte de la muerte.
Cuando la pulsión funciona en el Marco de la Homeostasis y el Principio del Placer, podría considerarse como pulsión de vida; cuando se manifiesta Más allá del Principio del Placer, se concibe como pulsión de muerte. Eros y Tánatos o Thanatos (categoría esta última que por cierto no utilizó nunca el mismo Freud como sinónimo de pulsión de muerte) son dos vertientes inseparables de la “energía” pulsional.
Lacan consideraba que toda pulsión es de muerte. En el contexto de su pensamiento, la muerte, el goce y la pulsión se ubican en el registro de lo Real.
Sustituyó, además, el Modelo Freudiano del Goce como Descarga Pulsional que conduce al cero “0” de lo inerte o inanimado (Principio del Nirvana), por el Paradigma del Goce como Incremento de Tensión Más allá del Principio del Placer freudiano...». Armando Almánzar-Botello. “Introducción a la lectura de Jacques Lacan”. (Fragmentos). Armando Almánzar-Botello. “Sobre psicoanálisis y filosofía. (Notitas de un diletante)”.
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