Nunca he creído en la levitación como espectáculo
—mero truco de faquires, de banqueros políglotas de usura
y guías turísticos—;
ni me llama la cansada retórica diabólica del vuelo con su plagio:
repetida y falsa maravilla
en el ascenso una vez más del enigma de la rosa,
del misterio fementido que se aferra
en el aire temeroso enjaulado con los pájaros.
No seduce a mi sentir la tonta ingravidez de la realidad virtual,
tan presumida,
ni siquiera en su modo figurativo-extraterrestre:
casi torpe simulacro paradójico, bifronte,
del sinfondo voraz
y del abismo entrevisto en las alturas tan perfectas,
flotación pseudomística sin tiempo
que nos hace creer
—muy engreídos—
verdaderos santos o dioses recubiertos
por la intocada piel de lo in-fundamentado,
sin la huella de lo abierto ni el aullido mesiánico
del vértigo anterior a toda angustia intramundana.
Con frívolo apego a lenguaje y evidencia
no es posible bordear la prosodia del vacío,
sus contextos,
el rumor del no-sentido en lo real y su imposible...
El de-fundamento y el abismo son aún la vieja piel
de la fría culebra metafísica mordiéndose la cola,
en ellos no florece todavía
la infinita finitud de lo in-fundamentado,
la conexión del resplandor y la catástrofe,
la serie inacabable de breves brillos y rupturas:
la ceniza de lo (im)propio
y el temblor del collar en la paloma...
Me arrebata, sí, el esfuerzo de la función oblicua,
la desnuda masa ponderal,
indecidible,
intensivo ministerio jadeante y cotidiano de los cuerpos:
el esfuerzo milagroso de subir
con alegre precisión en el dolor
las escaleras.
Alguien ama en futuro anterior el contingente
resplandor de advenimiento,
de aquello que ahora cesa-al fin-de no decirse,
la (dis)tensión que se desliza por la línea recta indiscernible
del Aión —pureza incorporal de (sin)sentido-acontecer
en el choque instantáneo de accidentes en lo absorto.
Escritura selectiva del fósforo que alumbra
creación ----->
<----->
<----->
<----->
<----- descreación,
reinvención-recreación de un labio que se dice,
que se palpa,
se vislumbra,
se traza y se duplica sin fondo en roto espejo:
y casi toca el misterio del contorno y la consciencia en el con-tacto.
Rememora el Ello esquirlas de un incendio innominable, indecidible,
con los bloques de infancia que retornan diferentes del recuerdo.
En la voz desazogada, invisible como un pez, también fluye la letra...
Inéditos potros terribles ya galopan,
con violento claroscuro por la página...
—turbulencia de una mano que araña y enmaraña el Universo...
Mi escritura desnuda y bostezando ahora me dice:
«La parodia grotesca de sí mismo, el negro humor
de la nada y la ironía,
eso abstracto en el poema lo revela inacabado...
Y sin embargo...»
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Mayo de 2004
© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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LA CASTA LAICA “SUPERIOR”
¡Lo sagrado es bipolar! La aristocracia occidental tiene un simple origen militar: el más fuerte o el más sanguinario se destaca o impone en la comunidad originaria que lucha contra un enemigo, y entonces, el guerrero victorioso, vencedor de los enemigos de la ciudad o del grupo, viene a ser aclamado como noble o soberano. La oligarquía (gobierno de unos pocos) no necesariamente implica aristocracia (gobierno de los mejores). Un tirano vulgar, “ennoblecido” por el ejercicio sangriento del poder omnímodo, no crea jamás verdadera “aristocracia”. El origen violento de la soberanía aristocrática, al ser enmascarado, velado y simplemente maquillado, o mejor dicho, reconducido al mito petrificado, yerto, esencializado y deshistorizado a través de la “cosmética del socius”, se pretende así divino, celestial. No obstante, camaradas, ¡desengáñense!: el auténtico pensador y el genuino artista, a diferencia del militar, del banquero y del gobernante, son los auténticos herederos laicos de la «cabeza brahamánica», ahora entendida esta como «cerebro-sujeto», como «cuerpo sin órganos» capaz de poner en diálogo «molecular» creativo y transmutante, más allá de las jerarquías opresivas «molares» (Deleuze y Guattari), la cabeza del «soberano», los brazos del «guerrero», el vientre del «comerciante», los pies del «esclavo y el obrero: clases trabajadoras», y la «extimidad» (íntima exterioridad) del paria o chandala, el burakumín y el desclasado.
Origen de un nuevo socius problemático que a los viejos tiranos y oligarcas mete miedo.
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EL PINTOR FRANCIS BACON Y MARGARET THATCHER (Notita-divertimento)
Por Armando Almánzar-Botello
La pintura de Francis Bacon no es apolítica. El apoliticismo es imposible desde un punto de vista filosófico-estructural y semiótico-histórico. No interesarse en la política, ya es una ideología o posición política.
De lo que yo y otros admiradores de su obra pictórica estamos plenamente convencidos, es de que Bacon no fue —a pesar de su irónico hedonismo de dandy, o de su amante final en España, banquero de profesión—, un hombre que apoyara el nacionalismo esencialista, ni el neoliberalismo ultracapitalista, ni la rígida estructura libidinal dineraria.
Fue profundamente antinazi, pero también problemáticamente anticapitalista.
Su relación lúdica con las “economías de casino” era más bien la del sujeto est/ético que juega con el azar como “tyché”, con la puesta en escena transgresiva de la pulsión de muerte como riesgo y transmutación creativistas.
¡Su sensibilidad no coincidía con la de los banqueros, con la de los amos del capital financiero!
Como nos recuerda Arnold Hauser a propósito de Oscar Wilde y Charles Baudelaire: el dandy inglés, con su elegancia afectada, excéntrica, es el “equivalente funcional” del bohemio maldito, de aquel que se rebela contra el economicismo de una cierta burguesía clásica, weberiana, y más luego, contra una oligarquía financiera de cuño neoliberal.
El dandy busca la “belleza inútil”, esgrimida contra la vida burguesa regida por la mezquina racionalidad economicista.
Francis Bacon perseguía la est/ética rota, la belleza en lo monstruoso, en “los límites mismos de la representación”.
Por estos motivos precitados, el arte dionisíaco, mixto y ataxonómico de Francis Bacon –abierto al tema de la vulnerabilidad y contingencia de lo humano en su dimensión gozosa y trágica–, no gustaba a la sensibilidad yerta, estereotipada, neoliberal, privatizante, autoritaria, machista, “erógeno-financiera”, rigorista, calculadora y pragmática de aquella “Dama de Hierro” aristocrática, primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher.
Dijo la Thatcher cuando le preguntaron si conocía al afamado pintor: «¿Bacon? Sí. Ese hombre que pinta cuadros horribles».
Las únicas desregulaciones que la Thatcher entendía y aceptaba eran las del sector financiero y las del mercado laboral, con miras a privatizar de modo absolutista la economía puesta al servicio de la plutocracia.
Francis Bacon pertenecía a la estirpe del artista como “trickster transgresor”, a la genealogía del sujeto creador y desviante que problematiza y enriquece la percepción convencional de los cuerpos, los códigos, el mundo y el contrato social.
Le gustaba compararse con François Villon, con Arthur Rimbaud, con Jean Genet...
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8 de octubre de 2017
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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