domingo, 28 de febrero de 2016

JARDINES OBSOLETOS... Breviario vacuno de teología apofática.

«...El Cuerpo sin Órganos (CsO) es la potencia del Cuerpo Intensivo que encuentra en el huevo, concebido desde el punto de vista de la embriología post-fenomenológica deleuziana, el campo de gradientes, vectores, tensiones, umbrales, en el que se operan devenires-cuerpos. 

La relación problemática entre organismo, lenguaje, objeto metonímico y cuerpo intensivo y/o libidinal, encuentra también, en el psicoanálisis de Jacques Lacan, una ejemplificación topológica en las figuras de la Banda de Moebius, el Cross-cap y la Botella de Klein, con su continuidad, complicación o torsión entre el adentro y el afuera.

El Cuerpo Intensivo no es más que el Cuerpo sin Órganos entendido como campo descentrado de manifestación de una única onda o sensación que recorre la multiplicidad de registros o dominios sensoriales y se expresa en ellos de una forma plural. La fenomenología habla, diferenciadamente, de un "desorden de los sentidos" (Rimbaud) basado en una mezcla de dominios sensoriales distintos, pero totalizados al final del proceso en una unidad sinestésica de las sensaciones.

La concepción del cuerpo sin órganos, niega esta presunta unidad de base fenomenológica del cuerpo vivido, tal como lo conciben Rimbaud y... Merleau-Ponty; afirma una única sensación problemática, atópica, que se resiste a la metafísica de la presencia y se manifiesta, como hemos dicho, en los diferentes registros sensoriales...» © Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
                                   
                           
  Francis Bacon. Tríptico.
   "Estudios sobre el cuerpo humano". 1970.


Por Armando Almánzar-Botello
Elle, défunte nue en le miroir, encor...” Stéphane Mallarmé
“Y ella apenas difunta desnuda en el espejo...” (Versión de Octavio Paz).
“Ella, muerta desnuda en el espejo, aún...” (Versión de Jorge Camacho).
“Ella, cadáver desnudo en el espejo, todavía...” (Versión de Armando Almánzar-Botello).

¡Todo ha sido un gran descuido
en la limpieza del jardín!

Se produjo sin pensar el accidente:
un llamado fortuito al indigno portal de loca muerte:
viento y hojarasca...

Y el hombre —no lavado todavía por la lluvia su recuerdo— mira:
el cuerpo abierto en canal y la osamenta,

                                                   no escrita, silenciosa, resentida,
en garfios de rencor crucificada, lenta carne indecible que se abisma
desangrándose,
                            convulsa,
todavía suspendida en la viga mayor del cobertizo.
Ni Rembrandt ni Francis Bacon adivinan su misterio:
venerable y ausente vaca triste... Vuelan moscas…

¡Piedad para la carne ayer hermosa y hoy abyecta!
Piedad para el Poema en la penumbra eviscerado.

Larvas proliferan ideas corrompidas por tu mente.
Abren versos nauseabundos por el cuerpo...
¡Oh, escritura!: esquirla furiosa de vacío cortante.

Sin embargo:
                      en el tronco del árbol más florido
con nuevas direcciones electrónicas, alto y limpio su amor
digita el hombre
                         —galopa con su brío un nuevo texto—.
Olvida ciertamente al gusano pertinaz de pobre ditirambo.
Y Arquíloco se ríe de la sombra.

Ahogada ella tu alfabeto en viejos alcoholes no perdona, mas comprende.
              En ruin mal-acertijo luego caligrama no agraciado en formol, 
muerta ella al fin,
                             rota en el baile,
yerta casi esqueleto sin el buitre, sangra entreabierta mediodía, 
sangra,
             seminal de hambre sin su hombre irreflexiva, agria en tumba,
vomita pena escrita,
                                 correos antiguos del infierno y muerte
olida en viejos caminos y tesauros 
enemigos,
                 parte a parte,
todavía sin su mundo.

Asegura mano en ristre loco el hombre no desea,
—con firmeza obstinada de pincel por la montaña—,
comer de nuevo carne putrefacta de ausencia,
ni volver a cabalgar la ilusión de los cangrejos, no apetece,
                           aquí en el lienzo,
trato alguno con aquellos pequeños animales:
las letras que poblaban, dialogantes,
                                                           gorjeantes,
el púbico ramaje oscuro con su hembra,
presumida lujuria de la nada, cefalópodos, máquinas, cábalas, pájaros,                                                   
tijeras, 
o piojos acuáticos en las malas hierbas musicales
de fotosíntesis letal, tan engreída en tinta.
                                                                   ¡Oh, Cosmos!
Los veo a todos respirando un aire ajeno,
ya bebiendo,
                     criaturas,
el sudor fosforescente de otro humano más deforme,
casi monstruo,
                        alfabeto caníbal revertido,
filosa uña en mano izquierda,
                                                 cogitando,
¡vigorosamente vivo en los gerundios!

Perdóname, mujer,
pues que todo lo vivido ha sido un gran desastre:
los poemas dibujados en la luz que un día soñamos,
la limpieza triste ahora del jardín gimiente,
los órganos transgénicos que aúllan su escritura
bajo el golpe de machetes y artefactos abstraídos.

Desbrózate, desnúdate mujer de tanto adverbio
y vuelca tus canastos de grafemas en lo neutro.
Criaturas abortadas en la hierba...

Rehabilita el olvido y el silencio:
¡Es mi condena!…





Octubre-noviembre de 2010

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana.


                     Francis Bacon. Estudio para una crucifixión. 
                                      (Tríptico. Panel de la derecha).1962

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sábado, 27 de febrero de 2016

LOS PARQUES DISCONTINUOS. Litoral de la vigilia.

«The time of day or the density of the light / Adhering to the face keeps it / Lively and intact in a recurring wave / Of arrival. The soul establishes itself...». John AshberySelf-portrait in a convex mirror [«La hora del día o la densidad de la luz / Acoplándose a su rostro lo mantienen / enérgico, intacto, en onda recurrente / de llegada. El alma se reinstala...». John AshberyAutorretrato en espejo convexo]

«Se alude aquí a la diferencia existente entre la denominada forclusión restringida (“verwerfung” freudiana, relacionada con las psicosis extraordinarias o clásicas), forclusión generalizada (mera incompleción del Otro: “Todos somos locos”: Lacan dixit) y forclusión local o focalizada (propia de los llamados “fenómenos psicóticos transitorios” que se pueden presentar eventualmente en el contexto de las llamadas neurosis).» Armando Almánzar-Botello 


Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     A Octavio Paz, Gilles Deleuze, John Ashbery, Jorge Luis Borges, Dashiell Hammett, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Joë Bousquet, Paul Delvaux, in memoriam 

     A Jacques-Alain Miller 
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Rotundo el sueño de una vida breve. Fluía niebla china escrita en treinta lenguas. Volvían galopantes por la línea ya sin miedo los tres parques nocturnos verdeando, incorporales, un recóndito naufragio del sentido allá en los álamos...

El hombre desolado cierra el libro,
sopla luz de pesadilla quedamente.

Recuerda cuando escribe y dibuja en un relámpago,
el comercio limpiamente misterioso con las letras:
cartografía (i)lícita de la carne, 
secretísimo esplendor de las heridas.

Alguien lee los periódicos, 
los dibujos humorísticos.
Rasga cauteloso una cerilla.

Entreabierta la evidencia: 
oscura una mujer destrenza miedo, 
ilumina con el humo su ofrenda jeroglífica.
                         
Él medita otra vez Nadie, inhalando su arrogancia.

Los chiquillos que jugaban en la hierba se han marchado. 
                                 Ahora, 
solitario:
                   —asiduo pez de plata inmóvil—, 
relumbra en la cisterna el Universo... 

En el borde de la tarde, rota,
sonríe inexistente una muñeca.

La ciudad se ha transformado.
Un disparo retorna en la memoria.

El hombre, a través de su ventana, mira desde un sueño
el litoral de la vigilia...
                                           Húmedo jardín de joyas mágicas.

El banco del parque ahora es frío, de lógico metal
indiferente.
                       Contemplación activa de los cuerpos. 

La ritual procesión de la libido se refleja inmaculada
en el estanque.
                              Avanzan las parejas desnudas en la noche.
Insepultas. 
                  
El crucigrama estalla los bordes de la estatua.
Un síntoma es tumor del inconsciente.

Dialoga niebla por detrás de todo límite
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Arcanos del goce y el deseo.
                                                      Parques discontinuos de luciérnagas.
Arriba está el espejo, despierto: redondo vacío y su latido, 
sinceramente blanco.

La herida es humor de la inconsciencia.

A través de la ventana convulsa de la noche
bordea lentamente un hombre su agujero:
siniestra y sangrando cada estrella la locura...

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Agosto del 2010

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     1) Giorgio de Chirico. “La partida del amigo”, 1913

     2) Parque de luciérnagas en China Popular

     3) Paul Delvaux: “La entrada de la ciudad”, 1940


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viernes, 26 de febrero de 2016

Mario Vargas Llosa y "La civilización del espectáculo". (Breve nota)

«Existe una historia más o menos común en América Latina, que nos habilita para hablar de un espacio cultural latinoamericano en el que coexisten muchas identidades. No necesitamos ejercer ningún reduccionismo sobre ellas, ni encontrarles rasgos comunes. Lo indígena, lo afroamericano, lo europeo, la latinidad, la tropicalidad, etc., a veces convergen y en otros casos se distancian. Es mejor admitir que cada uno de estos aspectos designa parcialidades: las culturas indígenas son importantes como originarias de este continente, pero la población que las representa abarca unos 40 millones de personas, aproximadamente el 10 por ciento de los habitantes de América Latina, 30 millones de los cuales se concentran en cuatro países (México, Perú, Guatemala y Bolivia). “Lo afroamericano” y “lo tropical”, aparte de la imprecisión de estas fórmulas, pueden ser vistos como soportes de magníficas producciones musicales y literarias pero no es convincente, ni antropológica ni estéticamente, atribuirles la representatividad de lo latinoamericano bajo la etiqueta de “realismo mágico”. Machu Pichu, Macondo y Brasilia, el tango, la salsa y la bossa nova, Borges, Frida Kahlo y García Márquez han servido, junto a muchos más, para que a veces nos sintamos parte de una comunidad latinoamericana, pero las discrepancias e incompatibilidades entre ellos incitan menos a alinearlos en un paquete de ofertas regionales que a pensar en nuestras contradicciones. Si este espacio común existe es, en parte porque tenemos una historia compartida a partir de la llegada de europeos hace cinco siglos, que instituyó vínculos prolongados hasta hoy, y porque en los últimos 150 años también desarrollamos una historia conjunta, convergente o enfrentada con Estados Unidos...» Néstor García Canclini.


A Mario Vargas Llosa, extraordinario escritor para la Memoria. Creador genuino a quien admiramos a pesar de los diferendos ideológico-políticos que distancian nuestras respectivas coyunturas. Nuestro respeto y admiración indestructibles a su calidad sostenida y vigorosa como uno de los narradores y ensayistas más relevantes de los siglos XX y XXI.

Por Armando Almánzar-Botello


No renegamos del valor lúcidamente crítico que podríamos encontrar en algunas afirmaciones de Mario Vargas Llosa con respecto a lo que diagnostica como una actual banalización de la literatura y el arte, padecida por la llamada postmodernidad globalizada, como efecto de la promoción de valores estéticos epidérmicos o meramente hedonistas en el contexto de lo que dicho importante escritor peruano-español —siguiendo a mi entender la estela de Guy Debord*1, aunque diferenciándose del pensamiento del filósofo situacionista francés— denomina la "civilización del espectáculo".


No obstante, nos parece que a Don Mario Vargas Llosa, desde hace varios años, la justa crítica al adocenamiento del hombre urbano postmoderno en el contexto del capitalismo, le ha conducido, paradójicamente y en su calidad de teórico de la cultura, a negar las tradiciones orales y la inventiva de lo que todavía puede llamarse pueblo.

De acuerdo con su punto de vista letrado-elitista, las tradiciones populares, indígenas, orales y míticas de América Latina y del Perú en particular, serían producciones de sujetos subalternos. Dichos archivos, con los cuales ha trabajado el mismo Vargas Llosa de modo convincente, generando valor literario en su novela "El hablador", por ejemplo, han servido de materia prima para articular un texto narrativo en el cual un sujeto de la escritura "único, desdoblado y contradictorio" explora y tematiza la mitología de los indios machiguengas de la Amazonía peruana. No obstante, para la consideración de algunos críticos, MVLL no atraviesa en esta obra sus prejuicios etnocéntricos como autor biográfico-especular, y parece orientar el texto de ficción hacia una ideología letrada que tiende a presentar la oralidad propia de las mitologías vivas y el pensamiento mitopoyético mismo, considerados antropológica y literariamente, como simples modalidades brutas de la (in)cultura, sólo redimidas por los prestigios de la letra en su calidad de recurso corporativo-"farmacéutico" apropiado por una élite de profunda vocación monopólica. Concepción de la escritura muy diferente a la de un Jacques Derrida.

Para Vargas Llosa, en sus polémicas consideraciones hermenéuticas vertidas en su libro "La civilización del espectáculo", (Alfaguara, México, 2012, pp. 67-68), el gran crítico ruso Mijaíl Bajtín —autor de "La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Un estudio de la obra de Francois Rabelais y la carnavalización en la literatura" *2, entre otros importantes textos críticos del pasado Siglo XX—, abolió la oposición paradigmática cultura/incultura, y no la oposición cultura oficial/cultura popular, como el eminente crítico y filósofo "soviético" postulaba. Ergo: Para el Marqués de Vargas Llosa divinamente ilustrado, Bajtín y sus partidarios ¡abrieron teóricamente las compuertas a una especie de barbarie posliteraria! *3

Observando con cierta cautela crítica este tipo de juicios o argumentos los cuales, sin lugar a dudas, no agotan la totalidad de la posición conceptual y estratégica de la referida obra de Vargas Llosa "La civilización del espectáculo", pero vienen, no obstante, a constituir síntomas que apuntan a una ideología política y cultural bastante conservadora, nos parece que, para el Premio Nobel peruano nacionalizado español, la única cultura posible sería la de una letra "sacra" o "profana" cuyos resplandores o prestigios auráticos se verían secuestrados en los pasillos de una cierta Academia de la sensibilidad y sus irradiaciones, inaccesibles de hecho para el hombre ordinario, "bárbaro", masificado por debajo de la categoría de "los lectores comunes y corrientes" pero cultos y respetuosos de las jerarquías del "Canon Occidental". Esta sub-especie postmoderna de criatura social despreciable, ordinaria, vulgar, desecho liberado de su pocilga-sentina, y exaltado, según Vargas Llosa, por teorías crítico-literarias del tipo que representan pensadores como Mijaíl Bajtín, resulta entendida, hipócrita y perversamente, como simple "biomasa lectora" que domina estadísticamente el territorio de la (in)cultura planetaria, globalizada por y desde el Mercado...

Percibimos el reducto antropológico así articulado como una definición muy segregativa y racista de la categoría de cultura.

Evidentemente Vargas Llosa está delineando toda una cartografía cultural para consumidores de arte y literatura de clase alta.

Se trata de eliminar, con alevosía y premeditación, todo lo que pueda oler a "pueblo", a "multitud" (no digo muchedumbre).

Por otra parte, debemos recordar que la oposición entre "alta cultura" y "cultura de masas" fue utilizada por los filósofos marxistas de la Escuela de Frankfurt de un modo teórico-crítico muy particular.

Hay implícito en ese deslinde conceptual de los frankfurtianos un severo cuestionamiento a la sociedad capitalista y a su producción de ideologemas enmascaradores de la dimensión alienante de la producción serializada, no sólo en el arte y la literatura sino en todo el territorio de la producción social, en la axiomática que la subtiende y sustenta en su conjunto. Esta crítica, como es "natural" para todo buen entendedor, brilla por su ausencia en el mencionado libro de Vargas Llosa.

Debemos resaltar, además, que sin dejar de reconocer los motivos críticos que operan en los análisis de Adorno, Horkheimer y Marcuse sobre la enajenación o alienación en el seno de una determinada cultura de masas capitalista, nos parece que lo denominado actualmente como "cultura postmoderna" (instancia confundida por muchos con la "cultura de masas", y que debemos diferenciar, tal como lo hacía Roland Barthes siguiendo a Bertolt Brecht, de una "cultura viva por y para las masas") no es algo homogéneo ni tampoco isotrópico.

Sin validar el “anything goes”, el todo vale, algunas manifestaciones culturales postmodernas pueden cribar, seleccionar, reutilizar crítica y creativamente un conjunto de elementos procedentes del mundo de la “cultura de masas”, sin que ello implique, a nuestro entender, una concesión light al aparato simbólico de producción serializante propio del capitalismo "crematístico".

La cultura popular en América Latina es todavía un factor que no podemos obviar en un enfoque de las tradiciones "orales, carnavalescas y dialógicas", con más razón todavía que en las llamadas sociedades industriales y postindustriales.

Por más erosionado que se encuentre el concepto de "pueblo", sus prácticas o modalidades semióticas de funcionamiento permanecen, transformándose constantemente, pero siempre diferenciadas de lo que tradicionalmente se ha denominado "alta cultura".

Umberto Eco, hará unos cuarenta años, a propósito de una meditación suya sobre las relaciones de recambio y contaminación que se dan entre la tradicional cultura de élite y las manifestaciones populares, tal como concibe dichos vínculos e interacciones un cierto pensamiento postmodernista plasmado en obras y juicios irónico-humorísticos al modo del agudo crítico literario Leslie Fiedler, citaba, en apoyo a sus planteamientos como autor de la novela "El Nombre de la Rosa", algunas consideraciones relativas al nuevo arte de "ficcionalizar", de la autoría del narrador y ensayista John Barth, aparecidas en un ensayo de este último publicado en 1967 con el título de "La narrativa del agotamiento" (cita): "La novela postmoderna ideal debería superar las diatribas entre realismo e irrealismo, formalismo y 'contenidismo', literatura pura y literatura comprometida, narrativa de élite y narrativa de masas...". John Barth entiende, con posterioridad a su texto mencionado, que la gran e inigualable obra de Gabriel García Márquez, "Cien años de soledad", constituye un texto literario que logra esa síntesis prodigiosa de opuestos, además de carnavalizar, mestizar y transgredir de un modo polifónico, bajtiniano, los valores canónicos literarios y políticos propios de una cierta tradición hegemónica.

En este sentido, es preciso reflexionar sobre las tesis de autores como Néstor García Canclini, Serge Gruzinski, Carlos Monsiváis, etcétera, cuando estos conceptualizan las culturas híbridas, el pensamiento mestizo y los aires latinoamericanos de familia...

Lo importante es eliminar la idea esencialista y onto-teológica de una supuesta pureza cultural, ya proceda esta de lo llamado "popular-prístino" como de lo "culto-elitista".

Lo que reviste, a nuestro entender, real trascendencia crítico-cultural, es encontrar, en nuestras sociedades latinoamericanas y antillanas, por ejemplo, complejas modalidades heterogéneas de articulación sígnica de valores, tradiciones y archivos que apunten a la valoración de un cierto mestizaje, de una cierta hibridez semiótica cónsona con la naturaleza plural, múltiple y problemática de nuestros procesos históricos. Eso lo han logrado, en sus ficciones, textos poéticos y ensayísticos, escritores de fuste como Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y el mismo Mario Vargas Llosa, aunque este último, pese a su brillantez, no alcance, en los ámbitos del ensayo artístico, filosófico y político, los altos grados de lucidez crítica propios de un Pedro Henríquez Ureña, un José Carlos Mariátegui, un Alfonso Reyes o un Octavio Paz...

Percibimos, en la perspectiva que asume Vargas Llosa en el ensayo de marras, una concepción muy excluyente de la cultura al limitarla a una formación clásica cuya matriz se remonta a la Edad Media, período en el que la tradición greco-latina se encontraba clausurada en los monasterios, y fuera de estos, el pueblo creaba el arte de las máscaras grotescas, las "facecias", el carnaval... Mario Vargas Llosa parece despreciar esta segunda vertiente de la cultura, la popular, tan valorada por Bajtín, al no considerarla como propiamente cultural. Sencillamente increíble...

Al generalizar, en el mencionado ensayo, dicha estrategia maniquea, excluyente, unidimensional, monológica, esencialista y etnocéntrica, el autor de “La ciudad y los perros” rechaza los valores tradicionales que sobreviven en sociedades híbridas, mulatas y mestizas como las nuestras.

Vargas Llosa, más bien, parece apostar políticamente a un proceso tutelado y homogéneo de modernización occidentalizante bajo control del gran capital corporativo transnacional. Es decir, se ha constituido, desde su lejana renuncia a posiciones políticas próximas a ciertas izquierdas latinoamericanas, en simpatizante del pragmatismo político y el boato, en cultor del estilo hedonista de su personaje Don Rigoberto, el cual aparece en las excelentes novelas del escritor peruano "El elogio de la Madrastra" y "Los cuadernos de Don Rigoberto"... En fin, Don Mario Vargas Llosa parece militar a favor de un proceso de norteamericanización-europeización de la cultura mundial, pero comandado por él, por la élite a la que pertenece (más ahora en su rol de Marqués Neo-liberal) y quizá, por algunos de nosotros, sus seguidores incondicionales... El gran escritor, nos sitúa de nuevo, peligrosamente, en la vieja disyuntiva: Civilización (Occidental) o Barbarie... Esta justa acusación se le ha formulado ya en varios contextos.

En la dirección de todo lo que argumento con anterioridad, entiendo que Vargas Llosa se hace merecedor de la crítica de Luis Martín-Cabrera, en el breve ensayo que este escritor titula: "Contra la escritura letrada de Vargas Llosa".

En ese trabajo nos dice Martín-Cabrera, entre otras cosas: "Ningún escritor inquieta y preocupa tanto a Vargas Llosa como José María Arguedas. Arguedas era quechuahablante y su literatura, al contrario que la de Vargas Llosa, se movió siempre en una tensión entre dos mundos, dos lenguas y dos historias; El Zorro de arriba y el zorro de abajo, como tituló su última novela. Arguedas, como José Carlos Mariátegui, aunque de manera diferente, no vio en las culturas indígenas una rémora, sino la posibilidad misma del comunismo incaico, de una sociedad y una modernidad asentadas sobre el comunitarismo y no sobre el genocidio cultural y físico de los indígenas." *4

Finalmente nos preguntamos, profundamente preocupados por la respuesta, si la retracción implícita que propone Vargas Llosa hacia los ámbitos de la Alta Cultura participa de cierto isomorfismo con respecto a las propuestas que bordean el genocidio, presentes en las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su convocatoria tácita a desatender las necesidades de los pensionados y de los sectores mayoritarios de la población mundial concebidos como mera “biomasa”, como parásitos no productivos que sólo generan problemas financieros a las Altas Instancias del Sistema.

¿No estará el Marqués Don Mario Vargas Llosa, en su aparente defensa de la cultura como valor superior, "involuntaria" pero efectivamente comprometido con el biopoder plutocrático más duro y genocida?

Que conste: no deseamos participar de ningún “amarillismo” propio de La Civilización del Espectáculo al formular esta grave preocupación.



Mayo del 2012 (Texto retocado).

© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

*1 Guy Debord: "La sociedad del espectáculo", (1967), Pre-Textos, Barcelona, 2002.

*Mijaíl Bajtín:  "La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Un estudio de la obra de Francois Rabelais y la carnavalización en la literatura", Alianza Editorial, Madrid, 1988.

*3 «...No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular– con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída, pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas...» Mario Vargas Llosa, "La civilización del espectáculo", Alfaguara, México, 2012, pp. 67-68.

*Enlace relacionado: Luis Martín Cabrera, "Contra la escritura letrada de Vargas Llosa": https://www.sinpermiso.info/textos/contra-la-escritura-letrada-de-vargas-llosa

Luis Martín Cabrera


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GILLES DELEUZE Y LOS GRADOS DE POTENCIA EN LA UNIVOCIDAD DEL SER. (Breve cita y dos fragmentos parafrásticos)

«Spinoza y Deleuze, filósofos de la potenciaArmando Almánzar-Botello 

«El Mesías llegará, dice el Talmud, cuando al formular una palabra no se omita el nombre de aquél que la pronunció por vez primera.». Éliane A. Levy-Valensi.                                 


Por Armando Almánzar-Botello.


Muchos confunden la riqueza económica, el poder político y militar, la capacidad de hacer daño al prójimo, el simple dominio que abate a la alteridad, con el grado de potencia de los seres, pero como nos recuerda Gilles Deleuze:

GILLES DELEUZE Y LOS GRADOS DE POTENCIA EN LA UNIVOCIDAD DEL SER. (Breve cita y dos fragmentos parafrásticos)

«El Mesías llegará, dice el Talmud, cuando al formular una palabra no se omita el nombre de aquel que la pronunció por vez primera.» Éliane A. Levy-Valensi

«¡Pues claro que nunca fuimos ni somos ni seremos iguales, súcubos-espectros que habitan todavía las pobres tristes gastadas polvorientas territorialidades artificiales de arcaicas y remotas provincias, manchadas de afanes ascensionales y mentidamente metropolitanas en una olvidada serie de otras mis viejas identidades! Mis inasibles “personajes conceptuales”, en silencio, nos diferencian ya para siempre: ¡Sí, ustedes! El “Se impersonal” —ese que a “mis yoes” sostiene y sustenta en pleno ejercicio intensivo de “su” voluntad de potencia—, elige por siempre no ser “los ustedes” en el Eterno Retorno de la Diferencia transmutante.» La metamorfosis continua de la potencia que falsifica pero no miente.
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Muchos confunden la riqueza económica, el poder político y militar, la capacidad de hacer daño al prójimo, el simple dominio que abate a la alteridad, con el grado de potencia de los seres, pero como nos recuerda el gran filósofo francés Gilles Deleuze:

«Seguro que hay diferencias entre los seres, pero de todas maneras el Ser se dice en un único y mismo sentido de todo lo que es. Entonces, ¿en qué consisten las diferencias entre los seres? La única diferencia concebible en este momento, desde el punto de vista del Ser unívoco, es evidentemente la diferencia entre GRADOS DE POTENCIA. Los seres no se distinguen por su forma, su género, su especie, eso es secundario; todo lo que “es” remite a un grado de potencia.

»¿Por qué la idea de grados de potencia está fundamentalmente ligada a la idea de univocidad del Ser? Porque los seres que se distinguen únicamente por el grado de su potencia son los seres que realizan un mismo ser unívoco en la diferencia del grado de potencia o de defección. Así pues, entre una mesa, un niño, una niña, una locomotora, una vaca, un dios, la diferencia es únicamente del grado de potencia en la realización de un único y mismo Ser. Es una manera extraña de pensar, pues, una vez más, eso consiste en decirnos: las formas, las funciones, las especies y los géneros es lo secundario. Los seres se definen por grados de potencia. En tanto que se definen por los grados de potencia, cada ser realiza un solo y mismo Ser, el mismo Ser que los otros seres puesto que el Ser se dice en un único y mismo sentido, en la diferencia contigua del grado de potencia. 

»A este nivel ya no hay categoría alguna, ninguna forma, ninguna especie. En un sentido es un pensamiento tan alejado de las nociones ordinarias de especie y de género que puede encontrar entre dos ejemplares de una misma especie más diferencias que entre dos seres de especies diferentes. Entre un caballo de carreras y un caballo de labor, que pertenecen a la misma especie, la diferencia puede ser pensada como mayor que la existente entre un caballo de labor y un buey. Lo que quiere decir que el caballo de labor y el buey están tomados en el mismo agenciamiento, y que sus grados de potencia están tan próximos el uno del otro, como no lo están el grado de potencia caballo de carreras y el grado de potencia caballo de labor. Damos entonces un paso más: este pensamiento de los grados de potencia está ligado ya no a una concepción de los géneros y de las especies, sino a una concepción de los agenciamientos en los cuales cada ser es capaz de entrar.» (Fragmento).  

GILLES DELEUZE: “Anti-Edipo y Mil Mesetas”, Curso en Vincennes, 1974, Clase XV La univocidad del Ser y la diferencia como grados de potencia. Sobre Spinoza. 14 de enero de 1974

Blog Otros Textos Mutantes. 
Sábado, 23 de mayo de 2015

Santo Domingo, República Dominicana.
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DELEUZIANA II. Edgar Degas y la Potencia. (Glosando e ilustrando el pensamiento de Gilles Deleuze)

     Por Armando Almánzar-Botello

El significado profundo de la palabra POTENCIA (niveles de intensidad o grados de fuerza en la “univocidad del ser”), lo intuyó y plasmó en sus lienzos el gran pintor francés Edgar Degas.

En muchos de los maravillosos cuadros de su autoría —cuadros de bailarinas y gimnastas, de poderosas y gráciles figuras vestidas o desnudas—, se desgarran bellamente con un simple gesto los contornos, los confines y barandas de lo inmóvil...

Si toda interpretación es muchas cosas al mismo tiempo: “visión y ceguera”, claridad y equívoco, acierto y error, “misinterpretation” o malinterpretación (Paul de Man), merodeo indecidible o inevitable, arriesgada violencia estructural y hermenéutica ejercida sobre la obra estética o filosófica, “error de lectura” o “mala lectura” (misreading: Harold Bloom), errancia, vagabundeo significante, acto de fuga en el leer o (des)tejer el texto, distorsión o desvío que nos aproxima a una cierta dimensión de la verdad entendida como ruptura y vacío, como exceso insabido y latente que arrebatamos al objeto conceptual o artístico en el esfuerzo que realizamos en la incertidumbre y en el intento de su desciframiento, así definida y aceptada la complejidad de lo que se denomina “interpretación”, observemos en una de las pinturas prodigiosas del gran Degas la cabeza turbulenta de un equino de carreras al galope, para ilustrar los pensamientos de Duns Scotto, Spinoza y Deleuze sobre la “univocidad del ser” y el concepto de “potencia”.

En el cuadro, el ímpetu del caballo revela ecos, condensaciones y poderosos contrapuntos visuales —perfectos en su indeterminación pictórica de fuerzas—, entre un rizado, blanco y vertiginoso humo, configurado por aquello que parecería el resoplido vital y maquínico del animal galopando exuberante; la humareda producida por la quema de malezas previa a las labores de siembra, y el vapor de una locomotora que se insinúa en el lienzo, desplazándose al fondo del paisaje campestre, hiriendo el territorio plástico ardido por una inestable y vigorosa composición...

En esta obra se perciben las líneas de ataque o de fuga en tensión con los límites, con los bordes “parergonales” de la pintura, con el remanso energético de la presencia, con el marco, estable, asegurador y cuestionado de lo posible, circunscrito aquí, en la zona derecha del cuadro, al registro burgués de lo verosímil…

Y vale ahora la digresión aparente. Al margen de las semejanzas de morfología y especie, hombres como Shakespeare, Goethe, Nietzsche o el mismo Degas, en un juego de intensidades puras o de “afectos spinozianos violentos”, guardan literalmente mayor relación de AGENCIAMIENTO, simbiosis y adyacencia con un caballo de carrera, con una veloz locomotora, con una vertiginosa bailarina que salta graciosa, con un cohete interestelar, con un tigre o con el ímpetu dionisíaco del viento entre las hojas, que con el tipo humano ordinario que carga sin garbo ni arte genuino, el peso bruto y programático de su mero existir inconsciente, vocinglero, satisfecho y banal.

Copyright 2008

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana
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PARAFRASEANDO A DELEUZE

     Por Armando Almánzar-Botello

Sabemos que para Gilles Deleuze, el Agenciamiento es una suerte de “cofuncionamiento” simpático de lo heterogéneo, de lo disímil, de lo dispar: una síntesis disyuntiva de lo múltiple.

Dicho Agenciamiento no es una coincidentia oppositorum: mera simplicidad puntual de una pura presencia domeñada, sofrenada, localizada.

No es gélida distancia entre los opuestos ni proximidad fusional que los confundiría; es decir: ni lejanía ni tampoco identificación.

Es más bien el descubrir, producir y operar en la dimensión generativa del “entre”, en el plano atópico, “éxtimo”, como dice Lacan, en el que se comunican lo interior y lo exterior, en el que un espacio potencial se constituye —para un “Se” impersonal, preindividual—, en “hacer con”, en “producir con”, en “escribir con”, en “devenir con”...

El Agenciamiento como simpatía, simbiosis y juego proliferante, guarda relación, tal vez, con el Tao, con el absorto punto inútil de la neutralidad impasible que abre las puertas de toda posibilidad, que inaugura la serie rizomática de los acontecimientos-sentidos cuya univocidad de ser escribimos como Acontecimiento.

Copyright 2008 

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
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Adenda 2015

YO ES OTRO

     Por Armando Almánzar-Botello

«La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.» Salvador Dalí 

Cuando Rimbaud dijo “Yo es Otro”, no se refería al hecho trivial de que A (Yo) = B (Otro), o dicho de manera más concreta, a que Arthur = Paul, por ejemplo, sino a que A no es nunca igual a sí mismo, pues una disparidad o disyunción de fondo “lo” desidentifica y “lo” reenvía al juego de “la diferencia”. Su identidad de superficie es efecto de una monstruosa disparidad de fondo, seminal, diseminante... 

De la misma forma, la “univocidad del ser” se dice de lo dispar o diferente, de lo Mismo en tanto que Distinto; no solo diferente de “lo otro-otro” sino disímil de sí. Lo Mismo solo se dice de la Diferencia, no de lo Idéntico. 

Lo que diferencia a un Yo de sí mismo, es la diferencia entre los grados de potencia que actualiza frente a sí mientras se “otrifica”, en función de los grados de potencia de un Otro determinado que le hace resistencia... con mayor o menor intensidad. 

Algo similar digo yo que dijo Bertolt Brecht (y lo pongo sin comillas porque es una variante brechtiana de mi propia cosecha): 

Genio es el más parecido al que sigue pensando “lo suyo” en otras cabezas distintas de la suya, y que sin embargo no dejan de ser “sus” cabezas en una suma que no pretende totalizar la multiplicidad de las cabezas... 

Nada que ver con el plagio ni con la usurpación de “identidades”, pero sí con cierta “locura” del genio... 

«La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco», decía Salvador Dalí, pero lo estaba. Al igual que Friedrich Nietzsche o Martin Heidegger... «El estilo es el hombre... a quien uno se dirige», decía Jacques Lacan... quizá un poco menos loco... 

He aquí la medicina o el veneno que puede representar, para el verdadero pensador, cierto tipo de compañía o interlocución entendida en su indeterminación de phármakon

Un diálogo específico realizado con alguien puede reforzar el enraizamiento endoxal del filósofo, es decir, confirmarlo en lo más convencional e intrascendente; mas podría también, en otros casos, actualizar en él la llamada “punta loca del cogito”: la conciencia prerreflexiva que permite la exploración de inéditos y extraños niveles de la realidad para cuyo descubrimiento algunas personas necesitan utilizar drogas alucinógenas; habitualmente hay diálogos que solo potencian la simple estupidez... Recurso este último que, dicho sea de paso, también saben aprovechar para sus propios fines e intereses algunos filósofos fenomenólogos... no todos. Depende eso de sus niveles de potencia. 

¡Pues claro que nunca fuimos ni somos ni seremos iguales, súcubos-espectros que habitan todavía las pobres tristes gastadas polvorientas territorialidades artificiales de arcaicas y remotas cofradías del ser inasible que fluye sin puntos ni comas manchado por afanes ascensionales y mentidamente metropolitano en una olvidada serie de otras mis viejas identidades poliprovinciales! Mis vertiginosos “personajes conceptuales”, en silencio, nos diferencian ya para siempre: ¡Sí, ustedes! El “Se impersonal” —ese que a “mis yoes” sostiene y sustenta en pleno ejercicio intensivo de “su” voluntad de potencia—, elige por siempre no ser “los ustedes” que pude ser en el Eterno Retorno de la Diferencia transmutante.

¡Oh metamorfosis continua de la potencia que falsifica pero no miente!

Armando Almánzar-Botello

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23 de mayo del 2015

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DIA-GRAMA, TÍMPANO, HUELLA, HIMEN...

«El “Se” impersonal (“on” en francés) de Maurice Blanchot, de Gilles Deleuze, pero también de Samuel Beckett, no es el “Se” caracterizado por la desdiferenciación y el anonimato como empobrecimiento, tal como lo concibe Heidegger: el “uno” (das Man: el uno impersonal del “se dice”) cuya impotencia “parpadea” (hablando heideggerianamente), incapaz de propiciar la “apertura” de un mundo. 

El “Se” en Blanchot, en Beckett y en Deleuze es “preindividual, impersonal y nómada”, está relacionado con el torrente de las singularidades, y es el que realiza la experiencia del devenir: “no Se cesa y no Se acaba de morir”... 

La experiencia de la máxima intensidad la realiza un “Se”, no un “Yo” como necesaria coagulación ilusoria de fuerzas. 

Ernst Jünger también nos recuerda que la instancia en nosotros que “vive” los momentos de máxima intensidad, alegría o entusiasmo, opera mediante la desaparición de la individualidad. 

Entonces, la experiencia no “pertenece a”, no la “tiene” una conciencia egoica sino una suerte de “conciencia-manantial” impersonal (Jünger), una “conciencia virtual de derecho” (Deleuze), una “conciencia a-subjetiva, una conciencia prerreflexiva impersonal, una duración cualitativa de la conciencia sin yo”: eso que Blanchot y Beckett denominan un “Se”, y que Deleuze llama “una vida”, una suerte de “vivo sin vivir en mí”, en la pura “inmanencia de un campo trascendental de beatitud” laica...» Armando Almánzar-Botello

«Siempre que toco el borde ígneo de la roca inconcebible que llamamos realidad, si me acosan de improviso los enigmas de una vida que me hace despertar a solo un punto del colapso, edifico una semántica muralla protectora, un bastión helicoidal de preguntas laberínticas, un pretil de sintaxis convulsiva; erijo muros de conceptos que me ayudan a poner a raya lo real —carente de sentido su imposible, negro agujero blanco del desastre—, al mismo tiempo que  habilitan (permeables), personajes conceptuales palpitando, eso loco y singular que no hay de “yo” vibrando en “mí”, para que pueda vislumbrar con brío el sinsentido, lo (im)presente, y trace eso así en el plano de inmanencia —dicho “se” pre-individual, impersonal, neutro—, las líneas de fuga, mutación y sobrevuelo que prosiguen, más allá de mi persona, muy después del crujido deleuziano de los cuerpos con sus causas, la finita y breve ontología del viaje infinito del Amor, con su virtual “seriatura” de catástrofes... ¡Jo!» Armando Almánzar-Botello
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23 de mayo del 2015

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana

Copyright © Armando Almánzar Botello. Reservados todos los derechos de autor. Santo Domingo, República Dominicana
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MARTA TRABA Y LAS VANGUARDIAS EN EL VACÍO. Divagaciones orientadas en torno a la identidad, el compromiso, lo político, el humor negro, el intelectual, el arte y el dolor del otro…

     Por Armando Almánzar-Botello

     Marta Traba, la gran crítico de arte argentino-colombiana que falleciera de forma lamentable en un accidente aéreo en 1983, hablaba en los años setenta de “vanguardias en el vacío” para referirse a cierta práctica latinoamericana y caribeña del arte y el pensamiento que, sencillamente, repetía de un modo acrítico, subalterno, colonialista, al margen de las especificidades y la naturaleza de las circunstancias locales, todo lo que fuere discurso estético impuesto por las grandes metrópolis y las aduanas.

Muchas veces, o casi siempre, esta aceptación de lo foráneo se producía sin reparar en la verdadera calidad de esos productos importados.

Desarrollando este concepto, Marta Traba planteaba en los años setenta un severo cuestionamiento a cierto cosmopolitismo, paradójicamente provinciano, de vocación esnobista y subordinada, que profería un ciego y acrítico “sí” a casi todo lo que como propuesta creativa o intelectual procediera de los Estados Unidos, de Europa y de otros lugares hegemónicos promovidos como tales por la dinámica internacional de la época.

Aunque no coincido totalmente con los casi siempre lúcidos planteamientos de la desaparecida escritora y crítico de arte argentino-colombiana, creo que las ideas de Traba en el momento en que fueron planteadas, encontraron su justificación como pertinente crítica cultural e ideológica a cierta forma de neocolonialismo.

Reconocemos que hoy, en pleno año 2004 del siglo XXI, los procesos multidimensionales de la llamada Globalización, el carácter vitalizante, ineludible y necesario que reviste la coapropiación entre lo vernáculo y lo transvernáculo, el gran “interaccionismo físico y virtual” propio de un mundo mediáticamente planetarizado, etc., etc., son factores que obligan a reconceptualizar las llamadas “identidades culturales latinoamericanas” (tema de gran debate en los años sesenta y setenta), en términos de flujos, devenires rebeldes, diagramas de fuerzas, “esencialismos estratégicos”, apropiación-distorsión de tradiciones mayores, mestizajes, hibridaciones y aires “transgénicos” de familia, más que si de meras esencias a-históricas se tratara.

Octavio Paz, en plenos años 70-80, afirmaba no creer en la esencia inconmovible de los pueblos, y rechazaba la “identidad cultural” entendida como una simple inmovilidad ahistórica, ontológica, petrificada, para pasar a idearla en términos dialógicos, modales, carnavalescos, diferenciales y polifónicos, como un baile de máscaras o disfraces en perpetuo movimiento…

No obstante, jamás debemos perder de vista la “admonición” epistemológica de Marta Traba, o por lo menos, una cierta versión de lo defendido por ella casi como una dialéctica entre lo “propio” y lo “impropio”, frente a la vocación imperialista y neocolonial de ciertas metrópolis y políticas culturales.

Lo rescatable de su postura crítica podría ser redescrito y redefinido en términos de una teoría de la complejidad neocolonial y postcolonial, que toma en cuenta la interrelación antropolítica, multivalente, abierta al acontecimiento imprevisible y no programado, tal como la concibe y formula Edgar Morin cuando nos transmite la necesidad de la fórmula: “pensar global/actuar local; pensar local/actuar global”, para poder “inteligir” mínimamente lo que acontece en el mundo contemporáneo…

Por otro lado, el pensador alemán Theodor W. Adorno (miembro de la Escuela de Frankfurt y posteriormente, junto con Max Horkheimer, creador de la llamada “Teoría Crítica”) consideró que toda “filosofía trascendental”, todo análisis de vocación purista, filosófico-académica, se encuentra inscrito en una red concreta de mediaciones histórico-sociales que tornan inconsistente la pretensión de aislar el pensamiento filosófico de los restantes saberes, disciplinas y prácticas sociales.

Para Adorno, como para otros pensadores que responden a los nombres de Heidegger, Derrida o Deleuze, la “ambición trascendental del concepto” se ve reducida, redefinida y reorientada por el reconocimiento de cierto carácter histórico, diferencial o inmanente del proceso de creación conceptual, proceso que se descubre ligado, de una forma u otra, a la historia, a una “exterioridad” o a una “complicatio” entendida como campo de mediación entre lo trascendental y lo empírico, tal como ya el mismo Kant lo establece en su concepción de “la imaginación trascendental” como generadora de esquemas de comunicación o pasaje entre la intuición (inerradicable) y el concepto.

De ahí que un pensador como Derrida hable de “cuasi-trascendentalidad”, para referirse a una estrategia de pensamiento que acepta como necesarios la vocación y el pasaje por “lo trascendental”, pero vaciando subsiguientemente a esta última categoría de todo intento metafísico de absolutización e hipóstasis.

Gilles Deleuze, por su parte, habla de una “heterogénesis del pensamiento” que implica la resonancia, en el seno de una socialidad generalizada, entre “conceptos”, “personajes conceptuales”, funciones lógicas y matemas, perceptos y afectos… No existe una zona de asepsia que pueda presentarse, como “valor” trascendental, independientemente de un inevitable proceso de “contaminación” que implica esa mencionada resonancia entre lo filosófico, lo artístico, lo político, lo creativo, lo ecológico, etc., etc.

Algunos lectores se preguntarán el porqué de este mi actual juego de lenguaje, las razones, si las hay, de mi hasta repetitivo y cuasi “didascálico” decir en este particular contexto.

A esa interrogante intento responder ahora diciendo que no pretendo aquí operar un simple ejercicio de estilo que reitere, con cierto donaire, ideas manidas o insulsas para con ello reeditar el hastío de los mínimamente pensantes o propiciar, una vez más, el mayor regocijo redundante de los eunucos hedonistas del pseudo-concepto. ¡No!

Escribo estas líneas al observar en nuestro país a intelectuales y artistas que presumen de ser “logopuristas” y “apolíticos”, que conciben como un “valor” real su mañosa “apertenencia” ideológico-política, su mentido “desinterés” por los asuntos “mundanos”.

Ellos consideran innecesaria la apertura de sus mentes a cierta “exterioridad del acontecimiento” que pueda ir un poco más allá de la simple novedad editorial de autopromoción, un poco más allá de la intelección de “lo político” como estricto “apandillamiento” partidista con fines de lucro agiotista-egotista y amarrado a las insignias del Amo.

Ellos, “esfingeizados” a la sombra de ciertos poderes, no despliegan reales intensidades de solidaridad y conciencia que atraviesen las banalidades y dogmas de capilla estético-cognitivos (con pretensiones de textos sagrados), en los que indolentemente chapotean como relacionistas públicos del Diablo; no desbordan las “intrigas, disfrutes y oportunismos clánicos” en los que se ausentan de todo EL DOLOR que aúlla en el “afuera” de su mundo; no subliman el comprobable deseo que padecen de torturar al prójimo o de simplemente anularlo.

Ellos son alabarderos de las perversidades del Sistema Capitalista y de los divertimentos insubstanciales constituidos por ciertas modas y retóricas “mutilantes”, ahora llamadas postmodernas, en un presumido “todo vale cuando lo dice mi cuadrilla o mi turba”. ¡Ellos son los presumidos nacionalistas del Ego hipertrofiado que se disfraza de humildad, mientras le retuerce con académica sabiduría mundana el pescuezo a la Gran Gallina Criolla!

Parafraseando a Marta Traba, podríamos llamar a esos “artistas”, “pensadores” y sujetos sociales del oportunismo: la “intelectualidad política en el vacío”, aunque algunos de ellos puedan ser exitosos mercachifles y expertos en aviesas y rentables componendas comerciales, “pedagógicas”, burocráticas y político-partidistas.

Creo en la libertad de cada sujeto para elegir su estrategia cognitiva junto con sus códigos y protocolos de desempeño mundano, pero también creo en la transformativa función crítica del intelectual y del artista.

Por más que hayan cambiado sus roles en el siglo XXI, sus FUNCIONES TRANSGRESIVO-CONSTRUCTIVAS no son (ni lo serán jamás) contribuir a dar eficiencia al proceso de producción de más detritus y banalidades en la semiosfera, manteniéndose de espaldas, por cobardía o por simple conveniencia mezquina, a procesos históricos que, de una u otra forma, impactan sobre la noción problemática de esos ámbitos que denominamos “la vida”, “una vida”, “la vida la muerte”; campos complejos e interrelacionados de la ciencia, la producción económico-social y los saberes, el amor, el cuerpo y las pasiones, las diversas disciplinas, la organización del trabajo, el sentido de la fiesta y de las artes.

Durante una cierta etapa crucial de la Segunda Guerra Mundial, escritores como Thomas Mann y Hermann Hesse (por citar ahora exclusivamente a dos grandes de la narrativa alemana moderna), se mantuvieron en confinamiento, relativamente al margen de los relevantes y decisivos acontecimientos que se operaban en Europa desencadenados por los múltiples y complejos intereses en juego, pero este repliegue o retiro estratégico hacia cierta territorialidad “privada” propia del escritor burgués, no implicó por parte de los autores mencionados una huida cobarde hacia lo imaginario ni una renuncia a reflexionar sobre la guerra y la situación espiritual de Europa y del mundo en ese convulso período histórico.

Ahí están, como testimonio del esfuerzo y la apertura a la problematicidad del mundo de estos dos escritores paradigmáticos, las eminentes deflagraciones textuales que constituyen obras como “Doktor Faustus” y “Juego de Abalorios”, entre otros escritos explícitamente alusivos a los importantes acontecimientos por los que atravesaba el mundo en esos años.

El arte tiene sus modos particulares de semiotización y simbolización, los artistas e intelectuales utilizan diferentes herramientas para transmitir los resultados del impacto del mundo sobre su sensibilidad, sobre su orbe interior, sobre su campo ideoafectivo.

Samuel Beckett, por ejemplo, parecía apolítico, ¡pero no! Tal como nos revela Theodor W. Adorno, lo histórico y lo “antropológico-político” alcanzan en la obra del irlandés el estatuto filosófico de lo trascendental, mediado por la forma estética estallada. Lo mismo acontece con Franz Kafka, según nos han mostrado Deleuze y Guattari en su obra “Kafka. Por una literatura menor”, texto en el que figura un Kafka trabajado por lo socio-político y, en particular, próximo al movimiento anarco-sindicalista de su época, según nos confirma también Klaus Wagenbach, uno de los biógrafos del genio judío-checo de lengua alemana.

El mismo carácter ideológico-político se oculta y se manifiesta, simultáneamente, en la obra del gran poeta judío-alemán Paul Celan.

A su vez, si juzgáramos a Louis-Ferdinand Céline solo por sus panfletos y su accionar político instrumental, no sería más que un fascista abominable; pero ahí está su obra fictiva con real valor trascendente, donde se pone de manifiesto, por el vigor incandescente de su escritura, el “atravesamiento” de toda ideología pangermanista, autoritaria, colonialista, nacionalista, imperialista o belicista.

También, el Jorge Luis Borges que apoyó a las fuerzas colonialistas e imperialistas británicas en la Guerra de Las Malvinas; el Borges simpatizante del ominoso régimen de Augusto Pinochet en Chile; el Borges que se reía sin compasión alguna del rapto del padre de un famoso cantante considerado por él de muy baja calidad musical, ese Borges es redimido por una obra que, paradójicamente, sirve a un pensador crítico anticolonialista y anti-autoritario, como lo es Jacques Derrida, para ilustrar, en una cierta zona y etapa de su pensamiento, las categorías teorizadas por el filósofo francés como “deconstrucción” y “diseminación”... Desde luego, como bien lo dijo Marta Traba hace largos años, la gran obra de Borges materializa su real valor literario y su peso específico en la literatura moderna con independencia de las apreciaciones y juicios hermenéuticos emitidos por un Michel Foucault o por un Jacques Derrida...

No obstante, algunos intelectuales dominicanos, a pesar de sus componendas explícitas o soterradas con los poderes más duros y conservadores, no son redimidos de sus errores políticos o de su hipócrita presunción de asepsia ideológica por la real calidad de su escritura. Permanecen en su rol de meros publicistas y traficantes internacionales de méritos. ¿No es motivo esta triste realidad para que lancemos a los cielos de la patria una desgarrada y transgresiva carcajada artaudiana?

Como siempre nos recuerdan Gilles Deleuze y Felix Guattari, todo pensador o artista es necesaria e inevitablemente “político”, construye un Cuerpo sin Órganos que participa de lo político, ya sea porque aborde con su obra, de una forma directa, temas de consabida naturaleza política, o porque inaugure y distinga, en la semiótica exploración “(in)visible, (infra)sónica o (infra)semántica” que constituye su actividad escritural teórica, poética o de ficción, territorios o espacios nuevos de socialidad potencial desde los cuales se pueda manifestar, percibir o generar una más compleja y abisal urdimbre de “lo político”, lo histórico-social y lo (in)humano.

Todo verdadero gran artista pone de manifiesto, tematiza, insinúa o revela sutilmente las transformaciones explícitas o implícitas de las subjetividades micropolíticas de su mundo, los fenómenos que se presentan en su época definidos como “desubjetivación” y “resubjetivación” procesuales de los sujetos. Más allá de todo nacionalismo cerrado y de toda identidad petrificada, él explora los litorales y el rumor de los “acontecimientos” que se producen en su tiempo histórico, las variaciones del Zeigeist, los cambios colectivos, muchas veces imperceptibles —moleculares, microfísicos—, que se operan en las modalidades históricas de goce, productividad y semiotización.

Finalmente, recuerdo que un pensador dominicano de tanta penetrante seriedad crítico-literaria y artística, filológica y filosófica, como lo fue nuestro gran Pedro Henríquez Ureña, nunca le “sacó el cuerpo mulato y mestizo”, en sus diversos y esclarecedores ensayos y reflexiones, a los problemas concretos y acontecimientos de naturaleza histórico-política de su país y de su época, cuando fueron percibidos por nuestro ilustre humanista como hechos con valor “emancipatorio”, liberador, para la América Latina o para la Humanidad en su conjunto.

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Agosto de 2004

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.
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IMÁGENES (En el sentido de las manecillas del reloj)

1) Edgar Degas: En las carreras, 1877-1880, Museo de Orsay, París

 2) Gilles Deleuze, el gran filósofo

 3) Edgar Degas, el gran pintor

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