«Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar» Patricia Ramírez.
«¿Tenemos la OBLIGACIÓN de ser felices y disfrutar?» Armando Almánzar-Botello.
«Si no buscas el placer, si no estás dispuesto a gozar lo, te sientes culpable. Y no estoy hablando de una hipótesis abstracta. Me encuentro todo el tiempo con psicoanalistas que me dicen que esa es la razón por la cual la gente acude a la consulta. Se sienten culpables de no gozar lo suficiente. La gran paradoja es que el deber de nuestros días no impone la obediencia y el sacrificio, sino más bien el goce y la buena vida. Y quizá se trate de un mandato mucho más cruel. Probablemente el discurso psicoanalítico es el único que hoy propone la máxima: "gozar no es obligatorio, te está permitido no gozar''. La paradoja de la sociedad permisiva es que nos regula como nunca antes.» Slavoj Žižek.
Indumentaria de asepsia utilizada por los médicos europeos,
en el período de la peste bubónica o peste negra
que asoló a Europa en el siglo XIV.
Por Armando Almánzar-Botello.
A la memoria del psicólogo y epidemiólogo E. Antonio de Moya, MA, MPH
A pesar de la aclaración que se hace en el artículo “Personas víricas que consumen energía”* cuando dicho escrito explícitamente nos dice: “Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas”, entiendo que la denominación "Persona Vírica" es una “etiquetación ideológico-segregativa”, excluyente (Foucault, Goffman, Basaglia, Cooper, Laing, Szasz), y con peligrosas pretensiones de rigor "nosológico"-psiquiátrico, ético e higiénico-existencial.
Este pseudo-diagnóstico invalidante, cándido y útil en apariencia: "persona vírica", "persona tóxica"..., se promueve en una sociedad postmoderna medrosamente gregario-individualista, en la que los poderes plutocráticos pretenden, con perfiles perversos y en el seno de un interaccionismo físico y virtual generalizado, desentenderse del Otro en su real problematicidad, y sólo aceptar en éste, de un modo egoísta y reductor, aquello que viene a robustecer la "pétrea fortaleza narcisista" y el hedonismo de quienes pretenden privar a dichas personas, etiquetadas como “víricas”, de la condición polivalente, impredecible y abierta —más allá de la mera existencia desnuda—, que permite concebirlas como sujetos singulares, gozosos, contradictorios o sufrientes, como vida políticamente cualificada (Aristóteles, Agamben).
Generalmente, los sujetos declarados "víricos" por los grupos de poder no son percibidos por dichos "clanes" dominantes como sujetos domesticados, "buenamente folclorizables" a través de ciertas taxonomías y preconceptos ideológicos. Constituyen más bien unas variantes imprevistas o nuevos síntomas excéntricos de lo que Ralph Linton denominaba "modelos de mala conducta". Exceden, quizá, las nuevas definiciones del DSM-5. Por tal motivo son rechazados en nombre de la estabilidad u homeostasis del sistema.
Entiendo que dicha etiqueta, “encanalladamente” inmunológica: “sujeto vírico”, es parte de una labor de counseling, de una cínica consejería "terapéutica", estigmatizante y segregativa, que debe ser entendida como una de las múltiples versiones micropolíticas de la guerra preventiva contra las poblaciones, guerra que un cierto biopoder intenta realizar, y de hecho realiza, en nombre de la armonía y el concierto áulico de los dominios. Siguiendo este principio regulador, una determinada "microfísica del poder" intenta, mediante una suerte de "medicalización segregativa de la existencia", eliminar todos los elementos perturbadores de la supuesta salud del “organismo” social, apelando a ideologías "liberales" de negación de la desgracia, la diferencia y las evidencias de cualquier inequidad.
Una cosa es el derecho que legítimamente nos asiste para elegir nuestras amistades, y otra, muy distinta, la constituye una práctica que se caracteriza por elaborar una cierta ideología de la victimización y el rechazo a los sujetos ajenos a nuestro sistema de valores, en función de criterios supuestamente psicoterapéuticos que, en última instancia, se revelan como simples torniquetes ideológicos reguladores del canje social en el seno de las Empresas y del Mercado Neoliberales
En esta metáfora biologicista, "persona vírica", percibo profundas resonancias fascistas y segregativas.
Este mecanismo de rechazo del otro (en el objetivo del genitivo: rechazo a la persona del otro) en tanto que alteridad u "otro radical", no especularizable, problemático, no asimilable por nuestros propios sistemas de valores, es algo característico de una sociedad capitalista hipócrita, en lo esencial profundamente racista y poco solidaria, en la cual impera lo que Jacques Lacan denominó: "floculación difusa del odio", con su creación permanente de exclusiones y víctimas propiciatorias.
Como decía lúcidamente el gran pensador norteamericano Kenneth Burke: “El principio sacrificial de la creación de víctimas es intrínseco a la congregación humana” […] De ahí que lo importante no sea “el modo por medio del cual los motivos sacrificiales revelados en las instituciones de la magia y la religión podrían ser abolidos, sino cuáles son las nuevas formas que adoptan”.
Victimizar a la víctima (victimización de segundo grado que apela cínicamente a los prestigios de una supuesta psicología preventiva) y gozar de ese mecanismo perverso-espectacular, pretendidamente ético-terapéutico, podría apuntalar de hecho, en última instancia, las bases perversas de una sociedad capitalista casi en su conjunto enajenada, regida por el principio de performatividad impuesto en su modalidad más genocida por el gran capital neoliberal, tecno-científico y cibernético-militar-financiero.
"La persona vírica" es el primer paso en la definición estratégica de "comunidades víricas", "creencias religiosas víricas", "prácticas instrumentales víricas", "culturas víricas", etcétera. Todo ello, evidentemente, favorece la estabilidad y el fortalecimiento de los poderes más duros, tortuosos y manipuladores.
Esta lucha antigua, pero también moderna y postmoderna contra lo extraño y lo desconocido, identificados con “lo vírico”, lo “anormal” y lo “patológico” —que proceden, supuestamente, de una oscura exterioridad amenazante—, me hace reflexionar sobre los antiguos rituales griegos de expulsión del “fármacos” (pharmakos) en su calidad de “víctima sacrificial monstruosa o deforme” seleccionada y expulsada como tal por la comunidad para ésta librarse, mágicamente, de sus propios males intestinos (plagas, guerras, catástrofes climatológicas, hambrunas, etc.). Este fenómeno ha sido bastante estudiado por la antropología, la etnopsiquiatría y la filosofía.
Pero, sobre todo, este intento de eliminar lo heterogéneo, lo extraño y la realidad misma de la muerte, me hace pensar en “El Decamerón” de Boccaccio, obra en la que se ofrece la noticia de ciertos grupos o estamentos sociales privilegiados que, creyendo huir así de la gran peste negra que asolaba a Europa en el Siglo XIV, se encerraban en sus mansiones y palacios, en sus fortalezas grupales (una suerte de plazas sitiadas por el miedo y el cinismo) para disfrutar de música, historias, buena mesa y bailes, mientras creían mantener a raya la muerte procedente del “exterior”.
La etiquetación de “persona vírica” promueve la victimización de todo aquel sujeto (víctima de primer grado o no) que se muestre refractario a la imposición de las escalas axiológicas de ciertos grupos de poder y decisión.
Ese “diagnóstico banal” (en el sentido en que Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”: pero... ¿existe realmente la banalidad del mal?), podría reforzar una generalizada actitud "aséptica", de cínico rechazo a toda manifestación de sufrimiento, infelicidad, conflictividad, reclamos de justicia, contradicción y problematicidad, que pueda provenir de ciertos "sujetos conflictivos y/o en proceso", de personas con posibilidad de constituirse en "síntomas" que den testimonio de las líneas de falla y de fuga en el contrato social y su vocación totalizante. Vislumbramos implícito aquí el terrible conformismo egotista de la subjetividad instrumentalizada, la misma que tiende a silenciar la verdad como exceso, como erosión, impugnación y destotalización de los saberes-poderes constituidos y sus respectivos estilos de vida hipostasiados.
Resulta siempre curiosa esta velada forma de intolerancia frente a las diferencias, frente a los supuestos “monstruos” víricos que amenazan la homeostasis del sistema, y más cuando dicha intransigencia “pseudo-higiénica” se presenta en el contexto de una paradójica ideología de la “felicidad y solidaridad universales, globalizadas”, que olvida, como bien dice Michel Serres en su obra "Atlas", la “criminal inversión del principio sacrificial que se vive en el mundo actual, donde la mayoría de los habitantes del planeta es sacrificada para el mantenimiento del estatus de una minoría de privilegiados.”
La etiquetación segregativa, constituida por el sintagma “persona vírica”, lleva implícita una vocación de anulación del sujeto en su alteridad irreductible, cierta velada voluntad de destrucción de la persona "integral", múltiple y contradictoria, para excluirla de ciertos espacios de un modo selectivo y/o someterla brutalmente a los engranajes instrumentalizadores de la Empresa y el Mercado con su descarnada lógica pragmática.
Todo lo dicho anteriormente me conduce a reflexionar, además, sobre las sociedades de vigilancia, segregación y castigo, analizadas con gran lucidez por Michel Foucault, configuraciones societales que como han establecido varios pensadores, tienen su inicio relativo en los siglos XVIII y XIX hasta alcanzar su plenitud en el siglo XX (Foucault, Deleuze, Illich). En estas sociedades, las personas con determinados rasgos vienen a ser definidas históricamente bajo el carácter o la especie de "anormales" por ciertas estructuras especializadas del saber como dominio, para de inmediato ser expulsadas del seno de la "sana" convivencia, recluidas en instituciones especiales o arrojadas a espacios marginales.
Hoy, a la altura del siglo XXI, nos resulta posible observar la persistencia de los mecanismos de estigmatización-exclusión propios de dichas Sociedades Disciplinarias, los cuales vienen a cohabitar obscenamente con los medios de regulación sinóptica y banóptica (Bauman) específicos o característicos de las actuales Sociedades de Control Post-panóptico.
El gran antropólogo Claude Lévi-Strauss, por otra parte, había ofrecido testimonio científico, en el "El hechicero y su Magia", artículo publicado en 1949 y luego incluido como capítulo IX de su obra "Antropología Estructural", de las tremendas y destructivas fuerzas que se pueden activar o desencadenar en el universo de las creencias y las prácticas sociales:
«Después de los trabajos de Cannon se comprende más claramente cuáles son los mecanismos psicofisiológicos sobre los que se basan los casos de muerte por conjuración o sortilegio, atestiguados en numerosas regiones: un individuo, consciente de ser objeto de un maleficio, está íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su grupo, de que se encuentra condenado; parientes y amigos comparten esta actitud. A partir de ese momento, la comunidad se retrae: se aleja del maldito, se conduce ante él como si se tratase no sólo ya de un muerto sino también de una fuente de peligro para todo el entorno; en cada ocasión y en todas sus conductas, el cuerpo social sugiere la muerte a la desdichada víctima, que no pretende ya escapar a lo que considera su destino ineluctable. Bien pronto, por otra parte, se celebran en su honor los ritos sagrados que le conducirán al reino de las sombras. Brutalmente separado primero de todos sus lazos familiares y sociales, y excluido de todas las funciones y actividades por medio de las cuales tomaba conciencia de sí mismo, el individuo vuelve a encontrar esas mismas fuerzas imperiosas nuevamente conjuradas, pero sólo para borrarlo del mundo de los seres vivos. El hechizado [el sujeto vírico, en nuestro caso] cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta, del retraimiento súbito y total de los múltiples sistemas de referencia proporcionados por la convivencia del grupo, y, finalmente, de la inversión decisiva de estos sistemas que, de individuo vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclaman muerto, objeto de temores, ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la disolución de la personalidad social.» Claude Lévi-Strauss. "Antropología Estructural", Eudeba, Buenos Aires, 1973, página 151.
Esclarecedora y contundente reflexión del gran antropólogo francés autor de "Tristes Trópicos", que podría hacernos tomar conciencia, en nuestra condición de supuestos intelectuales críticos, de las implicaciones éticas y biopolíticas que comportan ciertos actos confabulatorios y algunas perversas conjuras en el contexto de una competitiva y egoísta sociedad postmoderna, a la cual decimos combatir —cuando ello podría otorgar una cierta "redondez retórica" más que conceptual a nuestras decorativas posturas filosóficas—, pero cuyos principales vicios y defectos practicamos con descaro, inveteradamente, muchas veces en nombre de una curiosa y apócrifa interpretación de las Sagradas Escrituras...
Me sorprende que algunas personas, a las que por su formación supongo llamadas a meditar más profundamente sobre temas de esta naturaleza, se limiten a compartir los ideologemas en curso sin someterlos a una debida crítica hermenéutica.
¡Ay, estudiosos renegados de Martin Heidegger y Emmanuel Lévinas!
¿Serán los pobres, para la ideología capitalista del “¡goza a toda costa!”, los sujetos víricos por excelencia?...
De hecho, el sujeto es etiquetado casi siempre como "vírico" o "tóxico" por exhibir un cierto déficit de capital económico-político, psico-social y/o simbólico.
“Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar” (¡sic!), dice el texto en cuestión “Personas víricas que consumen energía”.*
Es evidente ahí el mandato superyoico, prescripción que funda un falso “Imperativo Categórico” de naturaleza secretamente sádica.
Ahora bien, y cierro aquí estas desgarradas reflexiones: ¿Seré acaso yo un paradigma colosal de “sujeto vírico en proceso”, abierto a flujos, multitudes, travesías, y sólo ahora, en este instante a-cósmico, me apercibo de mi propia irrevocable (des)ventura?...
Marzo de 2013
© Armando Almánzar-Botello.
* Texto referenciado:
Patricia Ramírez. "
Personas víricas que consumen energía". EL PAÍS SEMANAL, 3 de marzo, 2013).
http://elpais.com/elpais/2013/03/01/eps/1362166637_204041.html
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
ADENDA.
VIOLENCIAS... CONFLICTOS... JUSTICIA...
1
“La sociedad democrática moderna quiere borrar de su horizonte la realidad de la desgracia, de la muerte y de la violencia, buscando integrar, en un sistema único, las diferencias y las resistencias. En nombre de la globalización y del éxito económico, intentó abolir la idea de conflicto social. Del mismo modo, tiende a criminalizar las revoluciones y a desheroizar la guerra a fin de sustituir la ética por la política, la sanción judicial por el juicio histórico. Así, pasó de la edad del enfrentamiento a la edad de la evitación, y del culto de la gloria a la revalorización de los cobardes.” Elizabeth Roudinesco, psicoanalista e historiadora francesa.
2
“Ciertamente, la violencia y el conflicto son instancias constituyentes de la condición humana: No hay sociedad ni contrato social sin violencia originaria. Pero, una cosa es el carácter transhistórico del conflicto y otra su pretensión absolutista de ahistoricidad. Esto último desemboca en la categoría política de 'lo peor' (Lacan, Derrida). Una cosa es conflicto histórico y/o transhistórico, y otra muy distinta la 'brutalidad' ahistórica (Derrida) de 'lo peor' ligada al 'struggle for life' concebido de modo 'etológico', puramente biológico, animal. Esta última ideología, como dice Néstor A. Braunstein, se constituye en una 'auténtica aplanadora del deseo' revolucionario. Una cosa es la violencia ejercida para mantener el Orden establecido, y otra, muy distinta, la violencia efectuada para operar transformaciones históricas que de seguro no restablecerán la armonía idílica en la sociedad, pero permitirán cambios necesarios en las estructuras del Contrato Social, transformaciones operadas en la línea de fuga y de perfectibilidad ilimitada de la Justicia. ¡No al ‘Anything Goes’ político-existencial: puro nihilismo pasivo!” Armando Almánzar-Botello.
“Las diversas modalidades de violencia son inevitablemente históricas, y, además, en su especificidad, constituyentes "inerradicables" del Contrato Social. El problema no consiste en tratar de eliminarlas absolutamente: de hecho, es imposible. Un sujeto sin conflictos consigo mismo o con otros sujetos no sería un sujeto humano.
La cuestión es generar una modalidad de nexo social orientado por una suerte de "economía de la violencia", de reducción o acotación de ésta a su mínima expresión: a la violencia necesaria para las transformaciones, en ocasiones radicales, del contrato social...” Armando Almánzar-Botello.
4
“[…] En el pensamiento del mismo Rousseau, en su idea del estado natural mítico, previo a la fundación del Contrato Social, encontramos una complejidad problemática sobre la que podemos reflexionar.
El gran pensador francés considera aquella situación originaria como caracterizada por la paz y la armonía, pero de hecho también puede ser concebida como una situación de violencia y conflicto.
El Contrato Social es una contra-violencia ejercida sobre una violencia originaria que es la del don originario como exposición incondicional al otro: tanto al mal que de él puede proceder como al mal que podamos infligirle. Donar la Diké, donar la Justicia, implica probar nuestro gesto sobre el telón de fondo de la A-dikia, de la posibilidad misma del mal, del error y de la injusticia. ¡No existe aquí garantía trascendental!. (Derrida).
Esta ambigüedad, entre otras aristas del problema, ha conducido a ciertos pensadores a cuestionar el concepto mismo de Derecho y, en particular, el de Derechos Humanos.
Esta vertiente de la reflexión filosófico-jurídica a que me refiero, intenta mostrar cómo, efectivamente, esa categoría (derechos humanos), está consubstancialmente ligada a una tradición metafísica occidental que limita eventualmente, en su concreto histórico, el ejercicio plural, múltiple y metacultural de la justicia y las prácticas ético-jurídicas.
El concepto de 'derechos humanos' está preso dentro de una cierta tradición occidental de la persona, de lo humano, de la ley, que es posible deconstruir. El derecho internacional debe estar abierto a esta reflexión crítica.” Armando Almánzar-Botello.
5
“Cuando se intenta eliminar el conflicto del seno de lo social o considerar iguales y susceptibles de homogeneización todas las modalidades de violencia, estamos pasando de la necesidad de la violencia, de cierta economía de la violencia (Blanchot, Derrida), a la posibilidad de lo peor: la inmortalidad autodeclarada del Sistema Capitalista de Mercado en sus vertientes más absolutistas: complemento perfecto del Terrorismo de Estado.” Armando Almánzar-Botello.
6
“El anhelo de expulsar totalmente la violencia del territorio de los ordenamientos y procesos humanos; el deseo totalitario de fundar el reino absoluto de la paz libre de todo conflicto; el proyecto de establecer la armonía universal carente de contradicciones, constituye el principio de la peor violencia: la guerra preventiva contra el sujeto, por definición contradictorio y conflictivo, la lucha sinuosa y perversa contra la complejidad indomeñable de lo (in)humano, contra el planeta y las poblaciones en su diversidad irreductible y problemática. Esta violencia preventiva opera, explícita o implícitamente, para garantizar la permanencia de un Orden injusto, el imperio de lo totalmente transparente y previsible. El banal e hipócrita integrismo pacifista termina siendo muchas veces el complemento perfecto de la Guerra Genocida que desata el Biopoder contra la inconmensurabilidad de lo múltiple.” Armando Almánzar-Botello.
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Otro blog en el que figura este mismo texto:
Blog Cazador de Agua: “LA PERSONA VÍRICA”. (Indignada nota de protesta).http://cazadordeagua.blogspot.com/2013/03/la-persona-virica-indignada-nota-de.html
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OTROS BLOGS DE ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO:
ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO ES MIEMBRO DE LA "RED MUNDIAL DE ESCRITORES EN ESPAÑOL, REMES:
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