Diego Velázquez, Inocencio X, 1650 (izquierda).
Francis Bacon, Estudio según el retrato
del Papa Inocencio X de Velázquez, 1953.
M. C. Escher.
Por Armando Almánzar-Botello
A Carlos Reyes, apasionado lector y estudioso intelectual dominicano.
Una infamia cierta es el "plagio de mala fe" —intención o propósito de mentir, de engañar al otro, de apropiarse concientemente de una creación ajena escondiendo voluntariamente las trazas y fuentes de su procedencia—, y otro registro de cosas muy distinto es el "error", la mera coincidencia contingente o la repetición, en el caso de la escritura, de breves sintagmas cristalizados por la frecuencia de uso, la tradición o determinadas atmósferas de conciencia histórico-creadora.
Deseamos ahora ofrecer al lector un acto de habla o enunciado (Austin, Searle, Derrida), con un valor paradigmático, en el que podría mirarse delineada la tesis que, sin grandes pretensiones, de un modo gentil y generoso nos proponemos, con espíritu carnavalesco y lúdico, en esta breve nota sustentar: No toda coincidencia formal o semántica entre dos o más enunciados o estructuras semióticas en las respectivas obras de autores distintos, constituye necesariamente "plagio" por parte de alguno de ellos.
La frase de Julio Cortázar, por ejemplo: "Un libro más es un libro menos"... no es tan compleja, extensa, innovadora o inverosímil como para pensar que alguien que la repita de un modo casual, está “copiando”, en calidad de plagiario conciente, al gran escritor Julio Cortázar. Puede ocurrírsele a alguien ajeno por completo al mundo de las letras.
Un prestigioso y potentado terrateniente de la región dominicana del Cibao, iletrado casi, por lo demás, recuerdo que decía siempre, cuando yo era un adolescente: "Una vaca más es una vaca menos", en alusión a los cuatreros que le robaban regularmente sus reses... ¿Plagio a Cortázar?... El mundo es ancho y ajeno... Cuestión de contextos.
En nuestra condición de habitantes de un universo cultural en el que, desde Platón y Spinoza hasta Saussure, Lévi-Strauss y Heidegger, se habla, en ciertos círculos especializados y no tan restringidos, de "chora", de "falta", de “función diacrítica”, de “objetos que valen por su ausencia”, de escribir/publicar democráticamente al margen de la calidad, frivolidad o simple intrascendencia de lo dicho... no es improbable que se produzcan ciertas convergencias terminológicas o semántico-imaginarias entre algunos autores...
La presencia cada vez más frecuente, en determinados contextos literarios y filosóficos, de nociones tales como “mana", “huella”, “grado cero”, “significante de la falta”, “presencia de ausencia”, “ausencia de presencia”, “escritura inconsciente”, “carta robada”, “estructura ausente”, procedentes de ámbitos relativamente ajenos o previos al mundo intelectual de un Cortázar, por ejemplo, no me dejan mentir.
En ciertos contextos, este aludido bagaje histórico podría condicionar la emergencia, en un determinado sujeto del discurso, de una frase similar a la de Julio Cortázar: "Un libro más es un libro menos". Y ello puede acontecer sin que necesariamente dicho enunciador haya leído en particular a este gran escritor latinoamericano.
En otro registro, que podría ser el de las influencias, el mismo Cortázar llega, por convergencia parcial de proyectos escriturales, a mostrarse casi obsesionado por una breve meditación presente en la extensa obra “La verdad en pintura” de Jacques Derrida, por un análisis-fragmento del filósofo galo que Cortázar transcribe y parcialmente “ficcionaliza” en su relato “Diario para un cuento”. Por otra parte, algunos escritores hablan de las influencias de Borges sobre Derrida, Foucault y Umberto Eco...
Según las trampas y laberintos de mi memoria, para el psicoanalista francés Jacques Lacan, el personaje Leporello, sirviente de Don Juan, en el Catálogo que dicho asistente llevaba de las féminas conquistadas por el ilustre seductor, vendría a definir a la mujer como "una-de-menos"...
De ello se podría colegir que: "Una mujer más es una mujer menos", "Un libro más es un libro menos”, "Un fracaso más es un fracaso menos", "Una vaca más es..."... Eso está en el aire...
Por otra parte, y como nos recuerda Jacques-Alain Miller leyendo a Frege y su lógica simbólico-matemática: "la sucesión de los números es una metonimia del cero"... Eso está en el aire…
Sólo a un Ego dominicano se le ocurre decir, por ejemplo: "¡Vargas Llosa me plagió!"... Aunque el "Caso" Bryce Echenique nos debe poner a reflexionar... Cosa que ya hemos hecho, por cierto, en otro modesto contexto...
El plagio, filosóficamente hablando, es una de las formas de la mentira, o un efecto, como diría Jacques Derrida, de la perversa tecno-espectralidad capitalista multimediática en la que nos encontramos inmersos, en nuestra condición de sujetos polivalentes y conflictivos, trabajados por la omisión (in)voluntaria de contenidos, por el secreto de “lo inconsciente” que nos desborda, por las imágenes producidas por el Mercado como simulacros impersonales que condicionan y programan nuestro pensar-actuar cotidiano.
Esa espectralidad tecno-telemediática (en la que también se encuentra inmerso el libro tradicional, no sólo el digitalizado) es una "fantasmaticidad" (Platón, Freud, Lacan, Derrida) distinta a la “mentira del plagio” en su forma clásica.
La cautela estratégica frente a dicha espectralidad por parte de la conciencia crítica del sujeto de la lecto-escritura, si bien no la elimina totalmente (es imposible), por lo menos la reduce, la filtra, la transforma en sus efectos ideológicos de contra-verdad (Derrida) o de mera verdad espectralizada y/o banalizada (fenómenos diferentes, como hemos repetido, a la simple “mentira del plagio” convencional).
La calidad de un escritor se puede definir por esta capacidad para desordenar-reconfigurar “mitemas”, meros materiales históricos de partida, sintagmas cristalizados o simples “ideologemas” (Eliseo Verón, Derrida, Foucault, Teun van Dijk, Lotman…), operando con la potencia transformativa (Pedro Henríquez Ureña) de una escritura vigilante que explora lo ignoto a través del claroscuro de su medio-decir (Heidegger, Lacan…).
Podría ayudarnos a comprender un poco este problema de “los plagios y las originalidades”, aquella distinción realizada por Roland Barthes entre los “sistemas de signos inconfesados” (referentes a lo “convencionalmente verosímil”, a “la Doxa”: que no es por necesidad “mentira” en términos clásicos agustiniano-kantianos), y los “sistemas de signos declarados”: que no implican, por cierto, ausencia de una potencia de transformación como “falsificación creadora” (Nietzche, Derrida, Cacciari…).
La palabra “pseudos”, en griego, tal como nos recuerda Derrida en su breve "Historia de la mentira. Prolegómenos", significa fábula, mentira, invención, error, etc., etc., es decir: cosas muy distintas entre sí.
Desde San Agustín hasta Husserl, la “mentira” es un “querer-decir” la mentira.. (Bedeutung Intention husserliana). Es algo ligado a la intencionalidad de un “querer engañar” que presupone un conocimiento de la “verdad” escamoteada por el sujeto de la mentira. En este sentido, el plagio convencional, en cierta tradición metafísica, equivale, simplemente, a una “mentira formal”.
El llamado “plagio inconsciente” es en realidad lo que se denomina un “acto fallido”, psicoanalíticamente hablando.
A nuestro entender, dicho plagio inconsciente indica o revela que no se ha operado en la subjetividad que lo manifiesta una modificación, una dación inédita de forma, una suplementación de sentido, el genuino agregado, añadidura o suma de valor intelectual a ciertos materiales semióticos recibidos, o una transformación morfosintáctica y semántica de ciertos enunciados de partida procedentes de un sistema conceptual y/o fantasmático distinto al del sujeto que realiza dicho “hurto". Este último debe ser entendido como sustracción no transformativa de "rasgos o trazos unarios" (J. Lacan), "robo de insignias" o "plagio inconsciente”; acto, ahora lo decimos, no programático, no intencional, no voluntaria o "reflexivamente" calculado sino meramente padecido por el sujeto. Aquí, no obstante, dicho sujeto no se ve eximido de su "responsabilidad-deuda" (G. Deleuze) frente al acto fallido.
Este referido "hurto textual", en tanto que formulación cognitiva o estética importada desde otro contexto autorial no referenciado, viene a formar parte no modificada, pasivamente “encriptada”, del mundo fantasmático del sujeto que se atribuye lo dicho.
Debemos citar nuestras fuentes. No debemos pretender la autarquía discursiva. Es preferible "pecar" de pedantes, antes que hacerlo de tontos, presumidos o ladrones.
Por la naturaleza o genealogía de la construcción plagiada inconscientemente, se puede determinar el grado de (in)viabilidad (textual, intelectual, ético-práctica, estética) de dicha importación no referenciada. Esto implica, necesariamente, un análisis caso por caso.
Se hace inexcusable no resaltar aquí el hecho de que si la coincidencia en una frase de tres o cuatro términos no resulta totalmente imposible, aunque sea muy improbable, nadie comete un plagio supuestamente "inconsciente", de varios versos completos o párrafos y párrafos muy extensos. Como dice Borges en otro contexto: esa coincidencia es prácticamente computable en "0".
Es decir: no se justifica un calco de estructuras de una mayor complejidad que la que reviste nuestro aludido sintagma de dos o tres términos o elementos.
La intertextualidad, como juego de escritura, debe estar reconocida en el texto mismo, explícita o implícitamente.
Disculpen los lectores que me cite:
«Pero si el objetivo que nos proponemos alcanzar es la elaboración conceptual y sustituimos nuestros propios argumentos, el ordenamiento de las ideas y la redacción de "nuestro" trabajo por una transcripción literal y/o cuasi literal de un texto articulado por otro autor, y para colmo, ¡sin mencionar a ese autor ni entrecomillar lo que él escribió!, evidentemente estamos frente a un plagio. En la situación anterior no podría hablarse de "plagio" sólo si desde el principio del trabajo en cuestión especificamos que la estrategia de “citar-parafrasear-plagiar”, forma parte de un tinglado de recursos escriturales, críticos, hermenéuticos y paragramáticos integrados a lo que Roland Barthes, por ejemplo, denominaba estrategias de “desapropiación o desoriginación textual”. Ese procedimiento debe incluir, por razones metodológicas, los nombres de los autores con cuyos textos se realizará dicho ejercicio. Así lo hace, por ejemplo, Jacques Derrida en su ensayo La diseminación, en el que aclara: "El presente ensayo no es más que un tejido de citas", y menciona, específicamente, al narrador y teórico de Tel Quel, Philippe Sollers y su texto Números, después de haber citado previamente a Platón, James Joyce, Jorge Luis Borges, J. P. Vernant, J. G. Frazer, Northrop Frye... ¡y a tantos otros!, en "La farmacia de Platón"...» A. Almánzar-Botello. "El estatuto de la cita. (Texto revisado y ampliado)". 2012-2014. Santo Domingo, R. D.
En términos lingüístico-estadísticos es probable coincidir en una metáfora, en ciertas imágenes o conceptos. Ello se hace más factible cuando los sujetos de la lecto-escritura y el "acto creador o transformativo" se encuentran intensa y “cuasi-eróticamente" inmersos en un mismo “Zeitgeist”, en un estado de conciencia de época o espíritu histórico de múltiples valores compartidos.
No hay que olvidar lo que se denomina evolución conceptual convergente o co-evolución epistémica y/o estética.
Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, por ejemplo, llegaron, sin mantener ninguna previa comunicación directa entre ellos ni haber publicado la naturaleza de sus respectivas investigaciones, a conclusiones tan similares con respecto a la Teoría de la Evolución que decidieron publicar sus trabajos conjuntamente. Esta teoría, como en efecto se denomina hoy es: Teoría Darwin-Wallace de la Selección Natural…
Sólo cito ese ejemplo, y pienso: ¡Ay, ay si esa coincidencia se hubiese producido entre creadores, científicos o investigadores dominicanos!
Explícita o secretamente, muchos nos creemos genios originales, absolutos; en nombre del «yo lo digo con mis "propias" palabras», rendimos culto a la imbecilidad, a lo naif y a lo cursi, desdeñando la potencia transmutante y generatriz de la cultura, y el esfuerzo ingente que implica la producción del verdadero conocimiento. Resultados: las banalidades como verdades de un Pero Grullo sabatino y/o "endomingado" de suficiencia... o la simple imitación encubierta propia de los canallas. Bien lo decía nuestro gran Pedro Henríquez Ureña:
«¿Dónde, pues, comienza el mal de la imitación? Cualquier literatura se nutre de influjos extranjeros, de imitaciones y hasta de robos: no por eso será menos original. La falta de carácter, de sabor genuino, no viene de exceso de cultura, como fingen creer los perezosos, ni siquiera de la franca apropiación de tesoros extraños: hombres de originalidad máxima saquean con descaro la labor ajena y la transforman con breves toques de pincel. Pero el caso es grave cuando la transformación no se cumple, cuando la imitación se queda en imitación. Nuestro pecado, en América, no es la imitación sistemática —que no daña a Catulo ni a Virgilio, a Corneille ni a Molière—, sino la imitación difusa, signo de la literatura de aficionados, de hombres que no padecen ansia de creación; las legiones de pequeños poetas [y de pseudoteóricos] adoptan y repiten indefinidamente en versos incoloros [y en banales ideologemas], “el estilo de la época”, los lugares comunes del momento.» Pedro Henríquez Ureña. "Escritos políticos, sociológicos y filosóficos", Tomo V, Editora Nacional, Santo Domingo, República Dominicana, página 431.
Quizá por esas razones no tenemos “tantos” verdaderos "genios" desplazándose por el horizonte problemático que implica transformar creativamente, con mayor o menor grado de radicalidad y pertinencia, una cierta Tradición, o un complejo espectro de valores.
Pedro Henríquez Ureña es uno de los pocos pensadores dominicanos de fuste que han podido comprender muy a fondo la compleja problemática de la originalidad en el contexto del acto creador como "pensar transformativo-rememorante"…
Lo que sí resulta prácticamente computable en cero, como dice Borges, es que un sujeto (al que consideremos en pleno uso de sus facultades intelectuales, éticas y afectivas), transcriba, por mera “impronta inconsciente” de lo leído y/o escuchado, estrofas, páginas o párrafos completos de otro autor sin darse cuenta de que está cometiendo plagio…
Aunque debemos reconocerlo: ¡Hay memorias prodigiosas!...
Pero nos encontramos, con lo planteado en estos modestos apuntes, frente a una cuestión multidimensional en la que se conjugan varios registros conceptuales: una problemática semiótico-filológica y estética; un enfoque filosófico-psicoanalítico sobre la subjetividad creadora; un análisis histórico de los conceptos de originalidad y plagio a través de los siglos… y una constelación jurídico-“policial” sobre cartas robadas y violaciones de derechos de autor…
2013 (Texto ligeramente retocado).
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Otro blog en el que figura este mismo texto:
Blog
Cazador de Agua:
http://tambordegriot.blogspot.com/2013/09/originalidad-azar-plagio-influencias.html
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