«Poco a poco vamos entendiendo, entonces, que [en Cazador de agua] nos hallamos en plenas Antillas del futuro, donde el sujeto poético es ya también una máquina él mismo; observador privilegiado de un aleph, aunque esta vez caótico y no menos preñado de horror. Imagen elíptica de nuestro kafkiano presente; leída así, esta obra pone en evidencia su auténtico relieve: la pertinencia de su crítica, su gesto de libertad imaginativa y su, no es lo de menos, bienvenida sangre ligera y oportuno sentido del humor». Pedro Granados
«Todo comienza, pues, por la cita, en los falsos pliegues de cierto velo, de cierta pantalla espejeante» Jacques Derrida
«Morada donde seres perdidos deambulan en busca de su otro perdido» Samuel Beckett
Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO
A Ernestina Figuereo Trinidad
Descendiente de hombres que nacieron a orillas de un caudaloso río en un pasado feliz que hoy me parece remoto, cada mañana espero con alucinante impaciencia la llegada del agua.
Me despierta la voz de la incertidumbre en horas de la madrugada, y de inmediato mi cabeza, envuelta todavía con la tenue venda de los sueños, aguarda sigilosa en su almohada los susurros anhelantes y asmáticos de las bombas de agua de mis vecinos.
Si escucho un corro soñoliento de voces entrecortadas por el frío, el viejo zumbido electromecánico de los motores de las cisternas, pasos como fantasmas deslizándose por las escaleras, sé que debo arrojar hacia un extremo de la cama la piadosa protección de las frazadas, llamar casi con dolor a mi mujer que se ilumina todavía de extraños sueños a mi lado, y disponerme a dar inicio —nuevo Teseo en el rizoma laberíntico de las escaleras— a la desesperada y turbulenta cacería del agua.
Puedo informar a los futuros lectores de mi cibernético Diario, que hoy escribo estas líneas —28 de agosto del año 2097, a las 11:30 p. m.— tomando como referencia el Primitivo Sistema Occidental Cristiano de Computación del Tiempo.
Después de múltiples guerras locales o globales y de terribles exterminios “civilizatorios”, la humanidad y las personas jurídicas (muchas de ellas quimeras genéticas materializadas por las ilimitadas posibilidades operativas que hoy ofrece la biotecnología), se encuentran desde hace varias décadas bajo el gobierno de un Estado Espectacular Integrado (E. E. I.) con adaptaciones locales y regionales, paulatinamente configurado como una forma planetaria de gestión política, económica, científico-tecnológica, religiosa, social y militar.
Yo, Petronilo Ánima, de acuerdo con la nueva “Scala praedicamentalis” de Porfirio, revisada por milésima vez, y con la última “Edición algorítmica de la cibertaxonomía astral”, todavía me veo incluido, por la benevolencia de las piadosas Autoridades de la Gran Plataforma Megametropolitana, en el viejo género Homo sapiens sapiens.
Si bien he sido retocado —burlesca y biotecnológicamente—, en ciertos detalles pélvicos, abdominales y neuromorfológicos significativos, se me ha permitido, en la tercera y última etapa de mi actualidad tecnoexistencial, permanecer unido, con carácter oficialista, a una replicante humanoide cuyo equipo genético fue alterado desde hace largos años, de un modo experimental y por oscuras razones político-ideológicas y estético-eróticas, con el ADN (ácido desoxirribonucleico) de un voraz insecto conocido como Mantis religiosa.
La hembra de esta especie animal, en el momento de la copulación, poseída por el furor de un oscuro rito inexorable, tiende a devorar la cabeza de su compañero sexual, quien sigue agitándose espasmódicamente a pesar de la terrible mutilación de la cópula caníbal, y proporcionándole placer y semen a la erótica trituradora insaciable.
Pese a una rara intensidad que a veces arde en los ojos de mi mujer, y a sus reclamos sexuales —muy peculiares y profundos— que a muchos humanos convencionales parecerían monstruosos o aberrantes, mi compañera humanoide, Marvina, todavía no me ha devorado la cabeza. Al menos, eso creo. Nos gastamos frecuentes bromas privadas al respecto.
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“Sólo bordeando con plomada el orificio, su abismo, su imposible y su carencia, trágico el humor nos salvaría de la guerra final y de la peste. Sólo bardos barbados bordeando en la escritura/ los cráteres de vulvas iracundas/ escuchando en el temblor la verdad del agujero/ podrán salvar la tierra del desastre/ embocar la profecía y la trompeta.”
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Sobrevivo con Marvina desde hace largos años en la zona antigua de la megalópolis, encumbrado en la última planta de una gigantesca y ruinosa edificación de ciento veinticinco niveles. Esta vieja construcción, con muchos de sus primitivos ascensores destruidos por las bombas de los frecuentes e inútiles atentados terroristas, estaría ubicada, según mis cálculos cartográficos, en las afueras de la zona Este de la Ciudad.
Asomado a mi balcón mareante, yo, modesto cazador de agua, habitante de la banda periférica de la megalópolis y con licencia especial para manejar sofisticados aparatos cibernéticos y nanorrobóticos (licencia otorgada por las autoridades competentes del E.E.I.), percibo en las noches de fósforo el rumor centelleante del extraño laberinto que se extiende allá abajo. Desde la jungla tecnológica agazapada en el abismo, llegan a mis oídos atónitos (agudizados por la ingeniería genética), voces corales, ruidos solitarios y vibraciones infrasónicas que me ponen los pelos de punta
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Mucho ha crecido esta ciudad. Hay quienes aseguran que ocupa en una sola superficie continua la totalidad del planeta, salvados los océanos y otros obstáculos naturales por colosales vías de comunicación de alta ingeniería. No obstante, organismos panópticos locales y regionales del E. E. I. establecen actualmente severas regulaciones en los flujos migratorios, para impedir el libre desplazamiento de los habitantes pobres de las zonas periféricas de la Megalópolis hacia los poderosos recintos centrales de esa gran estructura urbana. Sus paradisíacos espacios elitistas de placer y de abundancia se encuentran prácticamente amurallados por inexpugnables umbrales de seguridad, cuyos rayos láser, emitidos en intensidades letales desde satélites de vigilancia global, realizan una suerte de control quirúrgico y aséptico del cuerpo social planetario.
Tanto ha crecido la Gran Urbe, que muchos humildes ciudadanos, limitados oficialmente, como se ha dicho, en su capacidad de movilización espontánea, y golpeados también por la ignorancia, la superstición y el acceso restringido a las comunicaciones telemediáticas (que por lo demás, ofrecen versiones contradictorias sobre cualquier acontecimiento de importancia), conjeturan que la megalópolis ocupa la totalidad del Sistema Solar.
Algunos ciudadanos, los más fanáticos o imaginativos, piensan que la fuerza expansiva de la Urbe descomunal coincide con la dinámica centrífuga del Universo. De ciertos labios trémulos, sonámbulos, proféticos, otros escuchan con unción las palabras tecno-herméticas, los mensajes cifrados y las denominaciones opuestas: Nueva Babilonia o Nueva Jerusalén. Espacio potencial de Las Tres Reinas.
Sin embargo, explotados sin piedad por el Dominio de los dioses del meta-diseño financiero-cibernético, seguimos dando voces en el Circo de la Infamia, con los brazos extendidos hacia las estrellas de la Gran Carpa, buscando ciegamente redención para tanta orfandad en el tumulto.
¿De dónde proceden las fuerzas que hacen crecer a este siniestro laberinto? ¿La energía oscura que tensa los bordes constituye una forma inédita de luz? El ominoso Plan de crecimiento del Imperio —si es que alguno existe— ¿obedece a una extraña cópula disyuntiva de proyectos urbanísticos dispersos, a impulsos catastróficos parciales promovidos por anónimas instancias a las que solo el azar coordina en vastos y ciegos estremecimientos?
En la megaestructura intensa de la topología urbana, ¿existen puntos de bifurcación o convergencia de factores aleatorios y determinismos? ¿Una sola voluntad central es la que orienta la monstruosa expansión polimórfica del oscuro laberinto? ¿De qué forma habitar este espacio torturado? Estas preguntas y muchas otras colman de horror e incertidumbre el delirio indescriptible de mis noches.
Cada día, poco después de la lenta y agobiante caída del sol por detrás de los altos edificios, criaturas bestiales desgarradas por la sed y la filosa conciencia de su propia deformidad, emergen sigilosas, cubiertas de cenizas y lodo putrefacto, de las profundas galerías subterráneas que tejen un rizoma en los cimientos de la construcción donde vivo.
Desechos monstruosos del inicuo metabolismo de la Gran Urbe, estos seres llagados y sufrientes, desalentados por no haber encontrado agua utilizando sus métodos bárbaros de excavación y cateo, enfocan en la oscuridad sus ojos de reflectores hacia el balcón insomne donde monto guardia solitaria hasta avanzadas horas de la noche.
No pocas veces en mi áspera espera angustiosa —enfrentando la lluvia ácida o el viento frío— avanza el pensamiento en su afiebrada vigilia, hacia un ruido cabalístico de pasos en la niebla, hacia un reflejo indescifrable en la espesura. (Mis sentidos aguzados por la ingeniería genética y dispositivos protésicos de alta tecnología)
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Sólo ante las reiteradas y dolientes súplicas de mi mujer, me decido a regañadientes, ya en noche cerrada, a dejar mi encumbrado puesto de vigilancia, en el que he armado —real e imaginariamente— contra todos los poderes oscuros de este mundo, un orden cauteloso y estratégico de lirios, crisantemos, geranios, palabras refulgentes, parábolas para la recepción de señales satelitales, espejos, radares, mandrágoras, esferas cuánticas, amapolas y heliotropos.
En ciertas noches calurosas de extraño magnetismo, agobiado por el esfuerzo intelectual sostenido durante largas horas consagradas a la vigilancia y el cálculo de parámetros críticos, me sustraigo momentáneamente al resplandor hipnótico de la pantalla de mi computador —por antiguas razones de habitus prefiero este método de visualización bidimensional a la inmersión total en Realidad Virtual (RV) para agotar esta fase de mi trabajo—, y encaminando mi sed hacia el balcón en penumbras, me abandono al frágil goce solitario de alumbrar con mis palabras, sencillamente proferidas, la espesura inabordable del abismo.
Imagino en la ciudad perdida otra ciudad radiante, grávida de pájaros, árboles y rocas, donde un agua accesible asciende hasta los labios, y el espacio nos permite el real encuentro con el otro, la ardiente y arriesgada pasión del pensamiento. Y entonces, en el aire enrarecido de la noche, traza simulacros de mi sueño la escritura holográfica del láser…
La máquina que opero con licencia del Gobierno es el cerebro de un complejo sistema para la detección del agua potable subterránea, en esta aporética época oscura en la que el precioso líquido brilla con más valor místico y pragmático que el oro tangible.
En otras noches lentas, enmudecidos mis labios por el peso innominable de la sombra, medito hondamente en el balcón desierto sobre la paradoja que constituye para mi discernimiento —todavía apegado a ciertos protocolos ahora considerados despectivamente como poéticos o simplemente inhumanos— observar la inmensidad vertiginosa de los espacios cegadores que me envuelven en soledad y me aniquilan, y pensar que hasta hace poco esta fue considerada como la era del cero espacio y la comunicación instantánea.
Mientras medito, mi mujer, con sus enigmáticos ojos llenos de lágrimas en la penumbra del pasillo ilimitado, explora en un espejo las ruinas de la sangre, el pez de plata inmóvil que relumbra en el insomnio, y levanta de algún vaso lentamente, tomándola con ternura casi humana por el tallo, la penúltima flor natural desmayada en la memoria, por la sed, el frío y la infinita soledad. Luego, tendida en el diván desvencijado de la sala, con su vulva velluda entreabierta en dirección a mi mesa de trabajo, se masturba ensimismada largamente. No obstante, a pesar de la aparente distracción que podría para mí representar el espectáculo, mi conciencia casi siempre está al acecho de los parámetros críticos y algoritmos criptográficos que señalan en la pantalla la presencia subterránea del escaso líquido, tensa mi mente en su vigilia como un arco a punto de romperse en la vana y dolorosa espera del agua.
Para nosotros, los nuevos místicos urbanos, el agua dulce potable es un recóndito animal maravilloso y andrógino. Hoy es poco lo que sabe nuestra docta ignorancia en torno a las costumbres milenarias y rutinas del agua zoomórfica como sujeto de culto.
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Decimos Cazador de Agua como quien habla del Discurso del Otro. En el objetivo y el subjetivo del genitivo. Añadimos en esta historia el caso “locativo”
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Los más expertos cazadores de agua neutra, quienes se enorgullecen de alojar en sus refugios hasta quince ejemplares de la criatura prodigiosa como luces tangibles que testimonian la grandeza de su depurado arte, solo nos dicen que deviene animal madrugador o nocturno, de insólito poder vivificante y casi en vía de extinción.
Aún recuerdo aquella tarde en que visité la polvorienta, caótica y mal iluminada sala de exhibición de un viejo cazador de agua, Patmus, quien rezumaba una extraña mezcla de tristeza profana y entusiasmo esotérico en su biorrefugio-laboratorio situado treinta y cinco pisos por debajo del mío.
Junto a cabezas silíceas de científicos, filósofos y poetas antiguos, descubrí reflectores cenitales inservibles, trapos sucios para limpiar el sueño, promiscuidad de máscaras en un altar mestizo, oxidadas cubetas llenas de mercurio, absortos tambores rituales africanos, obsoletos teléfonos celulares —todo dispuesto al azar, como es ley en esta ardua región del universo. Vi también patas de ornitorrinco, huesos de mastodonte, microscopios electrónicos, prepucios en formol de muchachitos cleptómanos, túneles de resonancia magnética, viejos tesauros y códices raídos, fetos de jutía en su eternidad taxidérmica, empolvados monitores de computadores descompuestos, un modelo en miniatura de una esfera cuántica espantosa, una foto tetradimensional de Jorge Luis Borges sonriente, trilobites, conchalámparas, dragones y unicornios biotecnológicos flotando en la penumbra ilimitada de un espejo.
Y allí, en el delirio del espacio germinante, junto a precisos aparatos para la detección del agua subterránea, en un turbio revoltijo de vasos, marmitas y matraces alquímicos, complejos dispositivos para investigaciones nanorrobóticas, restos de comida en lata y colillas de cigarros, sorprendí a tres ejemplares de agua animal de mediana envergadura que me observaron de inmediato atentamente desde un rincón oscuro de la sala, huraños, absortos y malolientes, en su oxidado y humillante encierro de tanques metálicos…
Vano es el intento de atrapar la eternidad vertiginosa en los límites precarios del concepto. El “yo” humano no puede soportar mucha realidad virtual sin diluirse en el absurdo cuántico. (Extraño sentimiento de que alguien dijo hace muchos años algo parecido a esto).
Tal vez, la verdad de nuestros actos y del mundo es inasible, como el reflejo nocturno y momentáneo de los rayos láser y las luces de neón en ciertos ojos enemigos frente a frente, como el enigma de la mano que dibuja todavía en las anónimas paredes de las calles o en la blancura sin memoria de la página, signos indescifrables.
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“Digo que se tiene por animal neutral, e hay contención sobre si es carne o pescado, porque anda en los ríos e por los árboles asimismo; y por esta causa, una vez me paresció, como he dicho, que le debía poner, como le puse, en el libro XIII (en la primera impresión) con los animales de agua, y agora me ha parescido ponerle aquí con los terrestres, pues conforme a las opiniones de muchos, en ambos géneros se compadesce.”
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¿Qué asidua voluntad todavía nos impulsa, rodeados como estamos de ruinas, replicantes, simulacros y catástrofes, a perseguir constantemente la huida metonímica del Rostro Verdadero, a soñar febrilmente en soledad compartida el recóndito rumor de un agua subterránea, la conjunción de los signos en la pantalla digital o en la página blanca, el alquímico temblor del mercurio inabordable? Aquella tarde lejana, en la sala ruinosa y mal iluminada del viejo cazador de agua, tuve la secreta entrevisión de leyes oscuras e inaccesibles a la razón cognitiva convencional.
Como ya he dejado establecido en parágrafos anteriores de este Diario, monto guardia insaciable en mi balcón hasta avanzadas horas de la noche. Luego, prácticamente arrastrado a la cama por la fuerza persuasiva y silogística de mi mujer, nos conectamos al sistema domótico de Realidad Virtual (RV), abandonándonos a una honda y orgásmica pesadilla de ciudades sumergidas, pozos tubulares, ríos subterráneos, galerías de estructuras innombrables, acechanzas y disparos, amenazas ominosas de tigres, bisontes, arañas, ratas, iguanas, cangrejos y quimeras humanoides esculpidos en el agua. En pleno enigma de su erótico furor, Marvina me obliga sin piedad a lamerle, como siempre, su código de barras.
Nanorrobótica, biotecnología, mercadotecnia, psicofármacos de diseño y cibernética, intentando simular y programar el desamparo ontológico que va unido inevitablemente a lo real de la condición humana. (No he podido abandonar mis viejos protocolos mentales humanos que me obligan a creer en la incertidumbre y el azar irreductibles; en el carácter imprevisto y no programable del goce, el riesgo y el peligro reales).
Entretanto, en el afuera de nuestros sueños, otras garras, manos, cuernos y colmillos merodean por el zaguán del primer piso, saltan los muros de los patios desiertos, raspan en la distante calzada que se desvanece al fondo con las sombras, liman su hambre contra el poste metálico de luz blanca de xenón, que sube, sube, sube, como una monstruosa flor imaginada, hasta escribir con su afilado resplandor en mi atónita ventana virtual controlada por cámaras digitales de circuito cerrado.
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El acto de escritura, para el sujeto que lo consume (y hablo aquí del acto de escritura como alguien habló del acto de la carne) constituye una experiencia privilegiada de autoexpropiación. Encarna, en su amenazante ambigüedad problemática, un espaciamiento disyuntivo que rompe con la presunta inmediatez de la conciencia unitaria, con la intimidad clausurada de la voz como órgano imaginario de apropiación.
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“The dark satanic mills”
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Y así, suspendida mi conciencia en el filo impreciso de un instante que no es vigilia ni sueño, alguien mira desde mí en los balcones mi cráneo las redes de la vida y de la muerte: el intrincado vórtice de luces y sombras digitales que se abre de modo imprevisto en uno de los muros de mi cuarto. En su cambiante laberinto de reflejos y señales leo el pensamiento de mi mujer, experimento sus extrañas sensaciones humanoides. Siento las emociones simuladas de centenares de personas que atraviesan mi cuerpo y mi mente como ráfagas. Mi ser es una red interferida, una máquina mutante jugando con espectros, un espacio monstruoso y coreográfico. Cubierto mi cuerpo con el traje de sensores, adivino la ciudad latiendo oscuramente, creciendo como ameba gigantesca, respirando en el espacio torturado como un ávido rizoma que se expande.
Muchas veces me sorprendo en el corazón de la noche, intentando descifrar en ese muro amenazante —en su hosca maraña de espejismos cibernéticos— los contornos inviolables de nuestros rostros verdaderos, el enigma impenetrable de la ciudad terrible, el preciso lugar que ocupamos mi mujer y yo, y los demás, y todo lo existente, en la Programación Total de la Gran Máquina. ¿Ha sustituido esta a la trama inmemorial del Universo?
29 de agosto del 2097. 6:00 a. m.
“Why do we labor at the text?” “What shall I do with this absurdity?”
“Mirror on mirror mirrored is all the show”:
Llamarada convulsa del Eterno Retorno, trazo caligráfico en el polvo, filo inabordable del instante: lúcidos buriles que te escriben y desgarran: ¿dónde tiembla en una lágrima la solidez del mundo, si llora el Minotauro en la penumbra del espejo, y la herida entreabierta con la terrible verdad y sus puñales configura el Eterno laberinto?... La sangre ya se funde con el río que retorna. La página se mancha. El tiempo se desgarra. El crótalo se abisma en su vértigo neutro. Por la línea de fuga de la flecha el arquero y el blanco se disuelven
Conjunctio Abismo cuántico Carne delirante Fulgores del silicio Alexiphármakon Rueda que gira infinitamente Ojo del vértigo lento:
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Spiritus est qui unificat
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En un estado de febril agitación indescriptible me sorprenden los primeros aletazos de la luz en pleno rostro; hasta que un corro soñoliento de voces fantasmales, el viejo zumbido mecánico de los motores de las bombas de agua, la pantalla cubierta de símbolos de fósforo, el rumor de la respiración profunda de las cisternas, preludian el estallido final de las calles con el humo y el fragor de la materia que despierta.
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Patrones fractales de la carne; Sujetos de la “esquizia” tachados por el significante: ¡Rueguen por nosotros!
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“La cuestión del futuro de la revolución es una mala cuestión, pues en tanto que uno se la plantea hay muchas personas que no devienen revolucionarias. Está hecha precisamente para eso, para impedir la cuestión del devenir revolucionario de las personas. No hay lugar para el temor, ni para la esperanza. Sólo cabe buscar nuevas armas.”
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Y entonces, traspasada mi conciencia por una claridad extraña, pulsando el teclado del computador de Realidad Virtual con inmersión total, escribo nuevamente: sorprendida el agua destinada a saciar por un día nuestra sed de infinito, un hondo lamento de sirenas me señala que debo abrir los ojos a la verdad de la caída, que debo abalanzarme decidido hacia el momento pánico, hacia el terrible instante irrevocable.
Descubro ahora, lleno de un horror indescriptible, que el 29 de agosto de 1993, en el para mí remoto pasado milenio, la International Business Machine Corporation (IBM) concluyó un ambicioso Proyecto Secreto de Investigación Ciberantrópica que tornó explícitas y susceptibles de rigurosa y compleja formulación matemática las significativas y promisorias correlaciones que se producen entre determinados parámetros cibernéticos, algunos desconcertantes comportamientos cuánticos del mundo microfísico, ciertos sutiles patrones nanorrobóticos y específicas variables electroquímicas propias del funcionamiento neurofisiológico de los seres humanos.
Como resultado de dicho Proyecto, vio la luz una biocomputadora mixta —parejamente húmeda y seca— de gran sofisticación para los estándares de su época. La máquina, en términos operativos, fue considerada por los especialistas en neurociencias y cerebros artificiales como la más perfecta clonación electrónica y nanotecnológica del encéfalo humano hasta entonces alcanzada. Su programa, altamente complejo en su diseño, condicionaba a la prótesis nanomaquínica para que esta no reconociera su propia condición de artificio producido por el hombre (o al menos, para que encontrara grandes dificultades en su proceso de autodescubrimiento); y lo que es todavía más singular, para que se creyera a su vez un ser humano dotado de la intencionalidad característica de la conciencia reflexiva del Homo sapiens, y defendiera dogmáticamente la tesis tecnofilosófica de que nunca jamás las neurociencias, la biología molecular, la cibernética, la ingeniería de inteligencia artificial y disciplinas afines, lograrían duplicar la estructura y el prodigioso desempeño del encéfalo humano.
El maravilloso y diminuto constructo de laboratorio fue integrado al lugar pertinente del ectodermo en la fase embriológica de gastrulación terminal de un cuerpo humano clonado selectivamente —con casi todos sus órganos— a partir de la Chora de una célula madre, con la excepción del cerebro, el cerebelo y el bulbo raquídeo “naturales”. Estos fueron desplazados (como ya habrá podido vislumbrar el perspicaz lector de este informe), por los dispositivos electrónicos y nanorrobóticos de un ciberencéfalo antrópico artificial, pequeño, pero de extraordinario rendimiento. La estructura corporal receptora del implante correspondía a la de un sujeto mulato biotecnológicamente retocado.
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“Y el hacedor le dijo a la esencia: ¿quieres ponerte un cuerpo? [...] Y la esencia obedeció. Pero la esencia sintió algo en su cuerpo, algo que era más que un cuchillo cortante, más que el miedo a las cosas: sintió angustia. Es ahora la esencia.”
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Con temor, con reverencia, con humillación, ahora comprendo.
Como conjeturó el gran escritor suizo Jorge Borges en un viejo texto del pasado milenio referido a creaciones mágicas de Golems y Replicantes: el Maestro de una privilegiada academia de alumnos andróginos extraordinarios, sencillamente los soñaba interpolándolos luego en el llamado mundo real, hasta que descubre finalmente con vértigo y pavor su propia naturaleza de simulacro, su condición de criatura fantástica producida por Otro gran soñador o Demiurgo. “Lo real imposible no cesa de no escribirse”.
Yo, Petronilo Ánima, identificado con un nombre que evoca antiquísimas tradiciones esotéricas, siempre creí haber nacido de padres humanos el 29 de agosto de 1993, en un desaparecido pueblo de la zona central insular del también desaparecido Continente Americano.
La conciencia “natural” o de síntesis solo conoce la punta del iceberg tecnológico.
Como he dicho, siempre me creí humano, perteneciente al viejo género Homo sapiens sapiens. Hoy, apropiándome de las palabras de Borges repito: con humillación, con horror, con veneración, con rabia, con agitado deslumbramiento comprendo: otros me habían soñado, yo era la viva materialización de sus sueños. La criatura mixta, el cyborg, la máquina humanoide pensante era posible: quien les habla siempre ha sido su prueba irrefutable.
Si mi realidad operante fue técnicamente posible ya en el año de 1993, en el pasado siglo XX, me sobrecoge pensar en las posibilidades actuales de las tecnociencias: siniestras líneas de fuga inapropiables que simplemente escapan a mis limitadas capacidades de comprensión.
La programación de la realidad incluye la programación de la muerte. Como dijo el muy remoto poeta griego Sófocles en una de sus obras conocidas en aquel entonces como tragedias: solo de la muerte no triunfará el hombre. Y yo me atrevería a añadir: ni tampoco el cyborg.
Mi cuerpo deberá desaparecer, pero copias múltiples, que reproducen mis características aparentemente más singulares e irrepetibles, ya corren por los laberintos de la inmensa ciudad que constituye el Sistema Cibernético Espectacular Integrado (SICEIN).
Sí, corren, se desplazan vertiginosamente hacia el Mandala cuyo centro enigmático de un agua luminosa yo perseguí durante largos años, casi alcanzándolo cada día, escapándoseme interminablemente, para descubrir ahora en el temblor de una carne dolorida diseñada en laboratorio, que el enigma insondable era Yo Mismo.
Una red inextricable de preguntas tejida con angustia es mi oscuro pensamiento: ¿Por qué existe Algo y no simplemente Nada? ¿Será eterna la infamia y eterno el poder del Espectáculo? ¿Quiénes son los que se hicieron pasar por mis parientes y amigos más próximos? ¿Conocen ellos mi secreta verdad? ¿Son seres humanos verdaderos? ¿Cuál es la humanidad auténtica? ¿Qué son los hombres en realidad? ¿Sospechan ellos la dimensión tremenda de la incertidumbre y el Misterio?
Yo, Petronilo Ánima, el inhumano cazador de agua humana, el que ahora descubre la clave intangible que abre el abismo de la otra Memoria; yo, la criatura mixta, la máquina humanoide pensante, el cyborg, el marginado, el ser bestial que un día gruñendo subió las escaleras; la niña monstruosa, el mestizo humillado y ofendido, pregunto: ¿Quién eres yo? ¿Quiénes soy, habré sido y seré yo? ¿Seré acaso tú, y ya no lo recuerdo?
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“El sujeto es, entonces, un montón de partes fragmentadas que se mantienen unidas gracias al adhesivo simbólico que es el apego al orden falocéntrico o la identificación con él. Un montón de chusma, que se llama a sí misma el centro de la creación; un nudo de carne deseante y temblorosa, que se proyecta a las alturas de una conciencia imperial”
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“il n’est point vrai que l’oeuvre de l’homme est finie/que nous n’avons rien a faire au monde.”
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“Nuestro canto no cabe en las banderas/ ellas caben mejor en nuestro canto”
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“Planteamos un problema que concierne a la estrecha relación que existe entre el capitalismo y el psicoanálisis, por una parte, y entre los movimientos revolucionarios y el esquizoanálisis, por otra. Paranoia capitalista y esquizofrenia revolucionaria, por así decirlo, pero no en el sentido psiquiátrico de estos términos sino, al contrario, a partir de sus determinaciones sociales y políticas, de las que sólo bajo ciertas condiciones se deriva su aplicación psiquiátrica. El esquizoanálisis tiene un solo objetivo, que la máquina revolucionaria, la máquina artística y la máquina analítica se conviertan en piezas y engranajes unas de otras.”
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Una tarde, igual en apariencia a tantas otras, repentinamente —como cae de un árbol la fruta ya madura— me encontré anclado con angustia en la certeza de que mis torpes e ingenuas preguntas no hallarían jamás, en el encierro ilimitado de una torre, las respuestas absolutas esperadas.
Poco después de la lenta y agobiante caída del sol por detrás de los altos edificios, mientras dormía Marvina, mi poderosa mujer, abandonada a la extraña fluencia de sus sueños, sentí de golpe, oscuramente, nunca antes con tal terrible intensidad, el recóndito llamado de la Urbe, el secreto y persistente reclamo irrevocable.
Como aquel que percibe en el monótono devenir silencioso de la gris arena de los días la llegada ominosa de un instante decisivo y prefijado, abandoné de inmediato el resplandor hipnótico de la pantalla del computador y escuché el rumor de la Ciudad en mi sangre. Cerré los ojos un momento para abrirlos de pronto hacia otra luz, ya galopando con la fiebre de mi cuerpo en la resolución y el asombro. Temblaba el misterio en la clepsidra...
Le dije adiós con la mirada a Marvina: ella sabría, sin lugar a dudas, sobrevivir y sobrepensar perfectamente sin mi torpe y borrosa presencia. Me despedí de mis viejas pertenencias laborales, del espacio familiar que por tantos años me había acompañado en días incontables de rutina o desconcierto, y observé desde el balcón, por un instante, la tintura ocre que empezaba a cubrir el cielo agrietado de la tarde.
Desde la altura de mi habitual puesto de vigilancia, escuché por última vez, con los dispositivos protésicos de audición infrasónica, el remoto fragor enigmático de la inmensa ciudad que me esperaba. Luego, encaminando mis pasos hacia el pasillo de escape, que aguardaba silencioso en penumbra, comencé al fin a descender con firme lentitud las escaleras...
A la memoria del poeta Manuel del Cabral
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Agosto de 1993 – Septiembre 20…
© 2003. Armando Almánzar Botello, Santo Domingo, República Dominicana.
TEXTO TOMADO DEL LIBRO:
“Cazador de Agua y otros textos mutantes.
Antología Poética 1977-2002”. Editora
Nacional, Santo Domingo, República
Dominicana, 2003
Otros blogs en el que figura este mismo texto y escritos relacionados:
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Blog Cazador de Agua: Albany Aquino “Cazador de Agua: El texto fundacional de la conspiranoia dominicana”
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