lunes, 17 de junio de 2024

LA PULSIÓN DE MUERTE NO ES TAN SOLO MUERTE. (Ella es “la vida la muerte”, tal como nos recuerda Jacques Derrida)

A PROPÓSITO DE LA PAZ POR VENIR...

«Fascismo y retorno de lo reprimido, sí. Hay que aclararlo de una vez por todas: la pulsión de muerte siempre aflora y retorna, inevitablemente. Dicha pulsión, hablándola o no hablándola, resulta absolutamente inerradicable. Sin pulsión de muerte no habría jamás transformación de las estructuras simbólicas. La clave más importante es “hacerla hablar”, más acá y más allá del simple “pasaje al acto” consumista, suicida y/o asesino.» Armando Almánzar-Botello

Pulsión de muerte, fascismo y retorno de lo reprimido: «El fascismo es el retorno de lo reprimido en el monologismo religioso. No se puede impedir ese retorno, como lo quiere ingenuamente el liberalismo burgués, o como —dejándose contaminar— intenta hacerlo el dogmatismo “comunista”. El problema consiste en hacer hablar a lo reprimido del monologismo: ese semiótico pulsional, heterogéneo al sentido y al Uno, y que los hace andar. La transferencia sin duda, pero de manera menos familiar y menos privada, una práctica llamada artística, esclarecida por el descubrimiento freudiano, es precisamente lo que habla lo reprimido del monologismo (del contrato social) y lo consume invirtiéndolo en una nueva forma de lengua, por consiguiente en una nueva socialidad. De este modo esas dos prácticas son la más sólida barrera contra el fascismo. Si es que hay una función ética de la literatura, es esa: hacer pasar a la lengua lo que el monologismo reprime (desde el ritmo hasta el sentido).» Julia Kristeva


   
«Contra una empobrecedora y unidimensional lectura-interpretación de la pulsión de muerte, banal y reduccionista, ofrecida desde hace largos años por los psicoanalistas estadounidenses —Erich Fromm a la cabeza del denominado revisionismo neofreudiano edulcorante—, se levantaron, en sus respectivos momentos, Theodor Adorno y Herbert Marcuse, potentes filósofos de la Escuela de Frankfurt.» Armando Almánzar-Botello                                               

     Por ARMANDO ALMÁNZAR-BOTELLO

     A Jacques Lacan, a Jacques Derrida, in memoriam 

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     Además de lo que hemos escrito recientemente con el propósito de “conversar” —con muy contados y especiales amigos de la “parroquia” intelectual vernácula— en torno al problema de las relaciones entre principio de nirvana y pulsión de muerte, insistimos con estas breves notas para legitimar quizá un poco más nuestra idea de que no se prosiga concibiendo tal pulsión en su modalidad conceptual meramente termodinámica clásica, es decir, como simple pulsión de (auto)destrucción, entropía y retorno a lo inanimado. Lo reiteramos: no solo así debemos y podemos teorizarla.

     La pulsión de muerte, como decíamos que la concibe el psicoanalista y pensador francés Jacques Lacan —principalmente en su Seminario VII, que lleva por título La ética del psicoanálisis—, es también gasto, tensión, esfuerzo, goce de la diferencia e hiperestesia, no simple abocamiento a estados letárgicos, nirvánicos, entrópicos o comatosos. 

     La pulsión de muerte es un intento de empezar de nuevo después de transgredir ciertos límites. En este sentido es que Lacan reinterpreta el “más allá del principio de placer” de Freud. Concebida de este modo, la pulsión de muerte se constituye en la instancia “creacionista” y creativista que posibilita todo proceso de subjetivación-desubjetivación y abre la posibilidad de transformar, críticamente, la pretensión autárquica de las hegemonías vigentes.

     Pasa con ella algo parecido a lo que sucede con el concepto de “lo intensivo” en Kant (ver su Crítica de la razón pura). El grado mayor o menor de concentración de una sensación en un instante es su intensidad. Aquí se llega a la conclusión de que la intensidad se mide en su relación con el cero (0), ya sea que disminuya o aumente el potencial.

     La caída (pulsión de muerte) sería el devenir activo de las fuerzas. Gilles Deleuze nos aclara: no hay que concebir la caída en términos puramente termodinámicos clásicos, entrópicos, reductivos. Deleuze diferencia la caída física, espacial, termodinámica, de la caída intensiva kantiana. Esta caída no se produce necesariamente hacia abajo. No es de modo obligatorio “miserabilista”. Puede ser una caída “hacia arriba”, en el ascenso hacia niveles superiores de fuerza. 

     ¡Caer hacia arriba! “Sólo en la caída se cumplen las presencias”, nos dice un poeta.

     Esto así, porque todo incremento de fuerza, de tensión, se experimenta fenomenológicamente como una caída (Kant, Lacan, Deleuze). La caída y la pulsión de muerte son el devenir activo de las fuerzas y las pulsiones. 

     Consideramos que la pulsión de muerte no se encuentra en limpia oposición a una pulsión de vida (que no existe como tal), sino que ella misma, como pulsión de muerte y “abyección sublimada, pero sin consagración” (J. Kristeva), propone y crea su “propia” neoterritorialidad

     Sin que haya una simple coincidentia oppositorum, aquí Eros copula con Tánatos pues, en ausencia de este último —con su potencial de desintegración reorganizadora— no hay posibilidad de renacimiento simbólico para las estructuras psíquicas y sociales. La relación de vendaje (Derrida) entre lo erótico y lo tanático estaría definida por una cópula disyuntiva inclusiva.

     Como bien señala Deleuze, lo que importa es el “diagrama de fuerzas” en el que se traza la línea de fuga. Determinar si esta se constituye, por un lado, en “pura línea fría de abolición y muerte” (por ejemplo, la trayectoria de un avión que se estrella contra las Torres Gemelas; el recorrido de una bomba que cae sobre la ciudad de Bagdad; los alimentos envenenados que van a los labios de niños inocentes), o, por el contrario, si se perfila como línea mutante, metamórfica, de polivocidad y vendaje entre energía libre de los procesos primarios del inconsciente y energía ligada de los procesos secundarios del sistema preconsciente-consciente.

     Ejemplos de esta línea de fuga en su modalidad creativa los tendríamos en el acto de escritura en sentido fuerte, en la creación artística en general, en el encuentro entre los que se aman, en el compromiso político con la justicia y las reivindicaciones sociales con miras a construir espacios para lo que Derrida concibe y denomina como “democracia que vendrá”.

     Podemos decirlo de otro modo más directamente ligado con la filosofía. En lo que Jean-Paul Sartre denomina (ver su obra Crítica de la razón dialéctica) totalización/destotalización/retotalización, la destotalización no es una destrucción en bruto, ni un simple afloramiento de la “negatividad pura hegeliana”, sino una negación parcial que permite una subsiguiente retotalización.

     Eso lo comprendieron muy bien “sujetos-rizomáticos” (Guattari) de la estrategia creativa “aéreo-subterránea” como Kafka, Joyce, Proust, Mann, Beckett, Cioran, Bacon (el pintor), para citar “antojadizamente” a siete figuras emblemáticas de la modernidad que se tomaron el trabajo de “decir”, activamente y a través de su precisa, parsimoniosa y filigraneada escritura, el “vaciamiento catastrófico de la significación”.

     Por este motivo, esos siete artistas-pensadores no deben ser considerados representantes del nihilismo occidental. Ni reactivo ni pasivo. La “forma estallada” y el fragmento como vías o medios de dación semiótica de estructura utilizados por estos creadores en la generación de sus obras, no son, como bien señaló Umberto Eco, meros reflejos de una simple ausencia de forma ni de una torpe caída inercial en la “empiria accidental” de una pulsión de muerte, entendida esta como agujero negro que se traga a la escritura. 

     Esa “forma estallada” no es un “ruido blanco” padecido como “no significativo” o insignificante, sino el “accidente elevado a la dignidad de acontecimiento”, la obra perfilando el vacío de la Cosa (das Ding: Freud), el proceso del síntoma físico, que opera en la “profundidad de los cuerpos” (Deleuze), “contraefectuándose” en sinthome estético-incorporal (Lacan). 

     Exploración, experimentación e interpenetración compleja de sentido y sinsentido, de forma y no-forma. He aquí lo informal, o, más bien, aquello que Lyotard, luchando contra la absolutización de la clausura representativa, ilustrativa, figurativa, ilusionista y mimética denomina “lo figural”. Transfiguración de la pulsión de muerte en acto de creación.

     El nihilista-víctima padece la pulsión de muerte; muere sin obra (aunque publique), en un anonimato de primer grado. Ese “nihilismo realizado”, plenitud de una mala negatividad, es esencialmente incomunicable. 

     No es lo mismo dicho nihilismo padecido-realizado que el “nihilismo consumado” de Nietzsche, como denomina Gilles Deleuze al punto de transmutación de la subjetividad en “potencia de afirmación selectiva”.

     El discurso nihilista-pasivo absoluto es desconocido, imposible, inefable. Del mismo modo en que —como nos testimonian Primo Levi, Jorge Semprún y Giorgio Agamben— el testigo integral del horror no puede hablar para dar testimonio, porque sencillamente ha sucumbido, de un modo radical, en el fragor absorto de la catástrofe.

     Pero toda auténtica escritura se mide con esta ausencia, con esta imposibilidad y este vacío. Ella se plantea la exploración asintótica de la muerte, el vacío y el horror. He aquí el problema activo de decir la imposibilidad de decir. Caída intensiva en la escritura.

     Pretendemos entonces —utilizando un recurso distinto al convencional— cribar, cernir la dimensión problemática, ambigua y mixta de la pulsión de muerte. 

     En su crítica al monologismo del poder y a los nuevos discursos del amo, Julia Kristeva nos recuerda lúcidamente: “Hacer pasar la pulsión de muerte al discurso, es la más sólida barrera simbólica contra el retorno de los fascismos”.

     La pulsión de muerte sería equivalente, en cierto modo, a la inestabilidad y el caos frente a la estabilidad homeostática del poder avasallante y su guerra preventiva. 

     Jacques Derrida, quien teoriza una figura bifronte a la que denomina “la vida la muerte”, observa que los dos primeros conceptos —inestabilidad y caos— representan lo mejor y lo peor, simultáneamente. Lo peor, porque sin estabilidad —macro y micro— no hay vida social. Lo mejor, porque inestabilidad y caos permiten la permanente renovación política del contrato social. Esa es también, a nuestro entender, la dimensión aporética de la pulsión de muerte...

     La pulsión de muerte freudo-lacaniana no es entonces un simple valor nihilista. Pulsión de muerte no es mera pulsión nihilista de (auto)destrucción, no es un simple “pasaje al acto” asesino, suicida o consumista-bulímico, aunque eventualmente pueda encarnar estos aspectos en la ciega efectuación de una perversa voluntad de goce y dominio sin reconocimiento de la castración, como pura desmentida, Verleugnung o renegación de la falta en el Otro.

     La “solución” al problema de la pulsión de muerte (vertiente de toda pulsión en la constitución del cuerpo libidinal por la caída o intervención de lalangue sobre el cuerpo anatómico del “sujeto bruto del goce”: Jacques Lacan), “solución” siempre frágil, siempre incierta pero necesaria para preservar la vida misma en su tensión, la revelan, como decíamos, Jacques Lacan y Julia Kristeva: «Si es que hay una función ética de la literatura, es esa: hacer pasar a la lengua lo que el monologismo reprime». Eso reprimido que debe hablar destructivo-creativamente en la lengua, en el discurso, es precisamente la pulsión de muerte. Así podríamos evitar su ciego y mortífero desencadenamiento como acción catastrófica en la realidad, su “passage à l'acte”. 

     Hacer pasar la pulsión de muerte a la red simbólica, al precio, doloroso y gozoso, de la terrorífica destrucción de una estructura simbólica anterior, es la forma de dejar hablar o dramatizar a la pulsión de muerte apuntando, más allá del principio del placer, a la producción de lo “inédito”, de una neoformación simbólica. Ahí descubre Lacan la dimensión que él denomina creacionista en la pulsión de muerte: acción “verdadera” en el material lingüístico, semiótico en general, pero sin consecuencias “prácticas” como “pasaje al acto”. Un verdadero teatro artaudiano de la crueldad como espacio simbólico, creativo y transgresivo simultáneamente, que da voz “terapéutica” y “salvífica” a la muerte para integrarla a la vida y no limitarnos a padecerla de un modo reactivo-pasivo.

     Contra una empobrecedora y unidimensional lectura-interpretación de la pulsión de muerte, banal y reduccionista, ofrecida desde hace largos años por los psicoanalistas estadounidenses —Erich Fromm a la cabeza del denominado revisionismo neofreudiano edulcorante—, se levantaron, en sus respectivos momentos, Theodor Adorno y Herbert Marcuse, potentes filósofos de la Escuela de Frankfurt.

     Para bien y para mal, la pulsión de muerte sigue viva, actuando en los seres humanos...

     En el resto descubrimos el reto: abocarnos solidariamente al ejercicio de una práctica creativa, ética, política, transformativa; potenciar la capacidad de transmutar y renovar, desestructurar y reestructurar —de un modo permanente, crítico, múltiple— nuestro estatuto de sujetos vinculados, problemáticamente, por el discurso y por lo social.

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11 de noviembre de 2010

© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.

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DIVAGACIONES EN TORNO A LA VIOLENCIA (La muerte, la castración y el deseo) 

     Carta abierta a un amigo poeta

     Por Armando Almánzar Botello

     Sin que debamos concebir la pulsión como un ente orgánico (más bien es un constructo o “artefacto” susceptible de desmontaje, y toda pulsión siempre es de muerte), ella es lo imposible de un real que no se deja asimilar de modo pleno por lo simbólico.

     Sí, querido poeta, el deseo convoca y confirma a la muerte; ese deseo no es posible sin una aceptación de la muerte, pero sólo si opera más allá del principio de placer como mera evitación de la falta, de la carencia, del displacer ligado a la experiencia de la pérdida y a la confrontación con lo real de la Cosa obliterada.

     Por ello se ha dicho: la ética del psicoanálisis no es una ética superyoica del goce. El ¡goza! es un falso imperativo categórico propio de un “carpe diem” neoliberal y hedonista: banalidad del mal en el Discurso capitalista del Amo y su Mercado. El psicoanálisis comporta una ética que apunta al goce a través de “la escala invertida de la ley del deseo”, tal como nos recuerda Jacques Lacan.

     El psicoanálisis nos concede también la libertad de no gozar (S. Žižek), nos permite sustraernos al goce padecido que se reduce a una mera imposición o mandato superyoico; la experiencia analítica nos habilita para gozar de otro modo distinto al que implica ese goce “mercadológico” y “periodístico” del síntoma convencional: el “¡goza!” en su calidad de tapón y apetito compulsivo de compensación psicosocial e histórica, de simulacro letrado y gran mascarada.

     Nada de “Happy hour perpetuo” con la supuesta escritura programada. Más bien goce del “sinthome” (contraefectuación del síntoma incordiante) con todo lo que ello implica de diferencia y reposicionamiento estructural de un sujeto temperado con respecto al goce del “symptôme” usual en su condición de goce padecido, cínico, encanallado, espectacular, resultado penoso de una catastrófica bulimia existencial que pretende vampirizar al otro y a lo otro negándoles toda realidad como otredades de pleno derecho.

     El desamparo (Hilflosigkeit), es la forma en que el sujeto vive la posibilidad de su muerte; es resultado de la exposición del sujeto, situado más allá de la angustia (Angst), a la dimensión imprevisible del acontecimiento que proviene de la “extimidad”, de la alteridad constituyente.

      La Represión Originaria (Urverdrängung) rechaza el goce bruto del cuerpo, operando sobre él, con la letra, el significante y la “metáfora paterna”, un vaciamiento de su gloria extática, para que se constituya el goce del Otro propiamente dicho, en tanto que goce reprimido, temperado, cernido, “lenguajeado”, marcado por la carencia como significante de la falta de Ser.

     La violencia divina, esa que menciona Walter Benjamin (hay que mencionarlo por su nombre completo para evitar la ilusión de que todas estas ideas son nuestras: debemos aceptar aquí la pérdida, my baby), no alude a la violencia segura del poder constituido, avalada por el Gran Otro del Estado o del Mercado neoliberal, sino a la decisión ética tomada en responsable soledad (S. Žižek), sin garantías trascendentales, en ausencia de “catecismos” de grupo y de sustentación en la “moral pragmática” de los poderes fácticos. ¡Tú lo sabes! 

     Temor y temblor” de la decisión ética en el horizonte de la justicia, en la radical exposición a la vulnerabilidad o letalidad del otro —a su lado Cosa freudo-lacaniana, monstruosa por atípica y no específica, mas necesaria—, pero exposición sin la garantía de un Dios, sin el Partido, sin el Estado, sin la Pandilla o sin el “regateo del Mercado” (Jacques Derrida), como instancias garantes o incitadoras de nuestros actos (riesgo del terror fundamentalista en sus diferentes modalidades asesinas).

     Violencia divina no es la de Creonte, sino la de Antígona. Violencia es la de cada cual cuando en lúcida soledad y angustia se decide a “tomar” la justicia ardiente en sus manos de cara al rostro vulnerable y/o amenazante del otro...

     Hay que renunciar primero al goce, aceptando la pérdida y la muerte, para que podamos alcanzarlo, sin trascendencia onto-escato-teo-teleológica, en la “la escala invertida de la ley del deseo”.

     Dice Lacan, por intermedio de Néstor A. Braunstein, que existen tres Goces: “goce del ser más acá del corte” (riesgos: la psicosis y el paso al acto asesino); “goce fálico” (riesgos: la neurosis y/o la perversión), y el “goce más allá del corte” (riesgos: la poesía, el erotismo, el amor, la santidad y la nueva revuelta).

     Por eso Kant, Freud, Marx, Lacan, Derrida, no eran meros perversos en el sentido “técnico” del vocablo. Perverso: el que hace semblante de gozar, en lugar de gozar de hacer semblante (con lo que implica esto último de aceptación de la castración: Corte y vaciamiento de goce operados por la letra y el significante; compromiso y/o tensión entre banda de movilidad/dispersión y contrabanda de estabilidad/concentración. Alianza necesaria para “la vida, la muerte” (Derrida), entre dispersión del proceso primario del inconsciente y concentración de los procesos secundarios del psiquismo. (Freud).

     Poner en juego la pulsión de muerte en el texto y en la vida, implica entonces una metamorfosis o transmutación “creativista” de la mera destrucción en bruto. Lo que no niega el hecho de la violencia real en una “economía ética de la violencia” (Levinas, Blanchot, Derrida).

     Lo eternamente cuestionable es “la seguridad del juego fundado” en la que se afirman, sin riesgo, el “poder asesino” y su violencia estructural, sistémica, cínica, administrada por los diversos agentes de buena y aséptica conciencia puestos incondicionalmente a su servicio.

     Ejemplos de violencia estructural en el capitalismo contemporáneo neoliberal, mi querido poeta, podemos observarlos en estos hechos: 

     1) Falta de atención médica de calidad para la mayoría de la población.

     2) Falta de educación idónea para los ciudadanos y ausencia de las precondiciones mínimas para efectuar el proceso de enseñanza.

     3) Ausencia de auténticas oportunidades de trabajo productivo.

     4) Suspensiones en el suministro de energía eléctrica y de múltiples servicios a los ciudadanos aunque se paguen los impuestos correspondientes y las bárbaras tarifas.

     5) Desatención por los diversos gobiernos a los aparatos productivos nacionales, para responder tan sólo a la voracidad de las grandes corporaciones transnacionales y a las ambiciones personalistas de políticos y comerciantes importadores canallas, en perjuicio de los reales intereses básicos de los pueblos.

     6) “Democratización” abusiva de las penalizaciones fiscales con protección directa o indirecta a los márgenes de beneficios del gran capital. 

     7) Acoso a la libertad de libre expresión del pensamiento bajo amenaza de que te pueden suspender como castigo las posibilidades laborales de sobrevivencia, zombificarte socialmente, y, en el peor de los casos, arrancarte la vida misma... etc., etc., etc.

     Pero el sujeto ético, querido amigo poeta, “avanza solo y traicionado”; y en el horizonte del goce como tropiezo, como felicidad sin esperanza de nuestro (des)encuentro tíquico con lo real, se perfila lo fallido, la diferencia, la fisura, la desubjetivación y la muerte como grado cero y matriz de toda (de)subjetivación...

     No obstante, parafraseando a Lacan: ¡yo persevero, tú perseveras, él persevera: nosotros perseveramos en lo inapropiable!

     Y como decía el gran poeta español Luis Cernuda:

     ¿Qué herencia sino ésa recibimos?

     ¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

Armando Almánzar Botello

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28 de Agosto de 2010

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28 de Agosto de 2010

© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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